La puta de mi propio hijo (4)
La relación prohibida con mi hijo continua.
Un día recibí una llamada del instituto de mi hijo. Es bastante buen estudiante y nunca da problemas, por eso me sorprendió la llamada pero parece ser que hay un par de asignaturas que se le han atragantado, y su tutor quería hablar con sus padres para hablar del asunto. Como mi marido tenía que trabajar, fui yo sola al instituto. Entré en el despacho del tutor y allí me recibió un joven de poco más de treinta años, delgado, con gafas y ligeramente atractivo. Yo me había vestido elegante, con un traje de chaqueta y falda negros, medias y tacones, todo negro, y una blusa blanca semitransparente. El tutor me hizo sentar muy amable en una silla, y él se sentó en otra a mi lado; era un joven muy amable y agradable y hablamos de mi hijo y de sus problemas con las asignaturas, pero me di cuenta que desde el momento en que había entrado por la puerta le había gustado. Durante la conversación no dejó de mirarme, con mucho disimulo, las piernas, los zapatos, y sobre todo mi escote, él pensaba que no me daba cuenta y yo me hice la ingenua; decidí quitarme la chaqueta, diciendo que tenía calor, pero en realidad quería que admirara mejor la redondez de mis pechos bajo la blusa. Empecé a notarle nervioso, haciendo esfuerzos cada vez mayores para que sus ojos no se desviaran a mi escote y mis pechos. Fumamos un cigarrillo y hablamos de muchas cosas, hasta que me levanté diciendo que era ya un poco tarde; él se levantó rápido y me ayudó a ponerme la chaqueta; me dijo que se alegraba mucho de haber conocido a una madre tan atractiva de uno de sus alumnos, y me dijo medio tartamudeando que quizá podríamos quedar otro día para seguir hablando de mi hijo y las asignaturas. Le sonreí pícara y le dije que por qué no.
Cuando se lo dije a mi hijo se mostró muy interesado, preguntándome si me había gustado su tutor, le dije que un poco, y me propuso que ya que él se había sentido tan atraído por mí, porqué no me dejaba seducir por él y que a cambio mejorara sus notas. La idea me atrajo, y como siempre, no pude resistirme al encanto de mi hijo, siempre hacía conmigo todo lo que él quería. Así que, mientras mi hijo me acariciaba y lamía, llamé a su tutor y le pregunté si le gustaría venir a mi casa para seguir hablando de mi hijo y las clases; pude sentir su excitación cuando me dijo que sería un placer, y que podía venir esa misma tarde si yo quería. Acepté.
Mi marido no llegaría hasta muy tarde del trabajo. Mi hijo me dijo que recibiera a mi tutor muy sexi, con alguna falda corta, un generoso escote y tacones, y me dijo que no nos molestaría, que no notaríamos su presencia, pero que no cerrara ninguna puerta para que pudiera espiarnos fácilmente. Llamaron a la puerta y mi hijo se fue a su habitación; abrí y el tutor me saludó muy educado, casi sin poder evitar mirarme todo el cuerpo sorprendido y excitado a la vez. Nos sentamos en el sofá, y nos pusimos a hablar de muchas cosas; me preguntó si estaba sola, y le dije que sí, que no vendría nadie hasta dentro de muchas horas. Estaba muy nervioso, mirando disimuladamente mi escote y mis piernas, y sin poderse controlar más me dijo que era muy atractiva, que mi hijo tenía mucha suerte de tener una madre tan sensual. Yo me escandalicé inocentemente, diciéndole que cómo me decía esas cosas, pero por supuesto mi tono no sonaba en absoluto irritado, y él me rodeó con un brazo y posó una mano en mi muslo, diciéndome que me deseaba; le dije que era una mujer casada, que no podía decirme eso, pero él se echó sobre mí y empezó a besarme. Yo protesté tímidamente para seguir con mi papel, pero abrí la boca y le besé con lujuria. Sus manos buscaron con avidez mi escote, abriéndome la blusa y acariciándome los pechos. Conseguí liberar mi boca para susurrarle que fuéramos a mi habitación, me levanté y me siguió casi como un perrito, le tenía totalmente en mis manos.
Nunca vi a un hombre desnudarse tan rápido, se acercó y me desnudó sin dejar de besarme y lamerme. No le habría elegido como amante en otras circunstancias, pero tengo que reconocer que me estaba excitando, y me encontraba mojada. Me tumbó en la cama, se echo sobre mí, y casi sin preámbulos me penetró. Estaba excitadísimo y parecía que llevara mucho tiempo sin acostarse con una mujer, no quería perder tiempo, solo follarme. Pero no lo hacía mal. Empecé a gozar de su polla entrando y saliendo de mi coño, gemía, él me masajeaba los pechos, sin dejar de decirme lo deseable que era, lo buenísima que estaba, lo maravilloso que era mi cuerpo. Abrí un momento los ojos y vi a mi hijo en el quicio de la puerta, mirándome con su sonrisa diabólica, gozando viendo cómo su madre follaba con un hombre. Yo gemí más y le sonreí, y él se tocó el paquete, me lamí los labios sensual, mientras a su tutor parecía que le dieran espasmos y entre jadeos se corrió, soltando una cantidad de leche enorme, supongo que reprimida durante mucho tiempo.
Se tumbó a mi lado agotado, jadeando y sudando, y se disculpó por haberse corrido tan pronto, pero mi cuerpo le había excitado tanto que no había podido controlarse. Le dije que no se preocupara, pero que debería vestirse, no fuera que volviera mi hijo, en el cual tenía ya todos mis sentidos, sin dejar de recordar su imagen acariciándose la polla con lujuria. Se vistió y me preguntó si podíamos repetirlo otro día, que le había vuelto loco; yo le acompañe desnuda hasta la puerta, evitando que tropezara, pues sus ojos no se apartaban de mi cuerpo. Le dije que me encantaría repetirlo otra vez con más tiempo, e ingenuamente le pregunté si no podría hacer algo con las notas de mi hijo. Sin apartar las manos y los ojos de mis tetas, me dijo que no volviera a preocuparme nunca más de eso, me las besó, me besó, y se fue.
Fui rápido a la habitación de mi hijo, que me esperaba desnudo en su cama, con la polla tiesa. ¿Y bien, puta? Está loco por mí, no tienes que preocuparte por tus notas. Muy bien, zorra, ¿has disfrutado? Me tumbé a su lado y le acaricié su maravilloso miembro. Sí, mi amor, pero estaba deseando que terminara para venir contigo. Empecé a chupársela; cuando estuvo bien mojada de saliva me agarró con fuerza, me puso boca arriba, se tumbó encima y de un solo golpe me la clavó. Aún tenía el coño lleno de semen, y se deslizó fácil y rápida hasta el fondo. Solté un grito de placer y empezó a follarme como solo él sabe hacerlo. Me estaban follando dos veces seguidas de la misma manera pero la diferencia era gigantesca; su tutor me había follado bien, pero mi hijo mi hijo era maravilloso, su fuerza, su energía, su dominio de su cuerpo y del mío, y su trato hacia mí, todo se juntaba para llevarme a un orgasmo tras otro siempre que me follaba. La cama crujía, mis piernas rodeándole cruzadas empujando para sentirle más dentro si eso era posible. Me estaba follando como nunca, era un polvo increíble, y en ese momento
oímos la puerta. Mi marido. Me quedé paralizada, era la primera vez en años que llegaba del trabajo horas antes de lo previsto. Pero mi hijo seguía empujando, y yo estaba a punto de llegar al clímax, no podía parar ahora. Oía a mi marido entrar en la cocina. Mi hijo se inclinó sobre mí y me susurró "puta" varias veces. Oímos como su padre se servía una cerveza. La cama seguía crujiendo. Ya no podíamos parar, era imposible. Mi marido avanzaba por el pasillo. Mi hijo me susurró lujurioso que nos iba a descubrir, que iba a pillar a la puta de su mujer follando con su propio hijo, que era una zorra que se acostaba con cualquiera; disfrutaba con mi terror y mi excitación. Me corrí. Mi marido se acercaba, oíamos sus pisadas acercándose más y más. Me mordí los labios con fuerza para no gemir ni gritar. Mi hijo seguía empujando violentamente mientras mi coño se empapaba de mis fluidos. Su padre estaba casi al lado de la habitación de nuestro hijo, se paró. Mi hijo sonreía lujurioso. Se alejó. Entró en nuestra habitación. Debía de estar cambiándose. Por un lado rezaba porque mi hijo se corriera y me soltara y se acabara esa pesadilla, pero por otro lado deseaba que siguiera eternamente, sentía tanto placer que me daba exactamente igual que mi marido nos descubriera. Le oímos salir del dormitorio y alejarse hacia su despacho. Mi hijo me obligó a abrir la boca, y empujó violentamente para obligarme a gemir, jadear, gritar; él también soltó un grito y se corrió salvajemente dentro de mi coño.
Cayó sudando y exhausto sobre mí, besándome y lamiéndome la cara. Te quiero, mamá. Eres mi puta. Mi perra. Sí, hijo mío, lo soy, soy tu puta, tu zorra, te adoro, te quiero. Estábamos llenos de adrenalina, jadeando y respirando agitadamente, hasta que poco a poco nos fuimos relajando. Se echó a mi lado, le besé tiernamente en los labios y le dejé descansar. Salí desnuda, comprobando que no estuviera cerca mi marido. Entré en nuestra habitación sin hacer ruido, me vestí, y fui a la puerta de salida, asegurándome que mi marido estaba encerrado en su despacho. Abrí y cerré la puerta con ruido, y simulé que llegaba de la calle en ese momento. Saludé a mi marido y me fui corriendo al baño. Me temblaba todo el cuerpo, pero todo había salido bien, mi marido no sospechaba nada, había oído ruidos en la habitación de nuestro hijo, pero pensó que estaría viendo alguna película en su ordenador y no quiso interrumpirle. El morbo, la excitación y la adrenalina iban desapareciendo. Esa noche volvería a pasarme por la habitación de mi hijo.