La puta de mi propio hijo (2)

Continuo relatando cómo mi hijo me convirtió en su puta particular.

Desde el día en que me metí en la cama de mi hijo y me folló salvajemente, todo cambió. Me dejó claro que había decidido convertirme en su puta particular, y yo me sentía tan subyugada por él que no pude negarme, accedí a todos sus caprichos. Dejé de llevar ropa interior en casa. Y vestía con faldas muy cortas, camisas un poco abiertas o camisetas de tirantes, o batas que pudiera desabrochar rápido. Y él, desde aquel día, disfrutaba metiéndome mano y follándome siempre que le apetecía. Andaba todo el día excitadísima, imaginando y deseando sentir sus manos en mi cuerpo. Me paraba en el pasillo y me pegaba a la pared, me abría la camisa y me sacaba las tetas, me las sobaba y lamía, me metía la mano bajo la falda y me masturbaba el coño hasta que me corría, dándome luego a chupar los dedos empapados de mis propios fluidos. Estaba empezando a disfrutar comportándome como una puta. Aprovechaba cualquier ocasión para acercarse por detrás, apretarme las tetas o levantarme la falda para sobarme o follarme. Y le excitaba el riesgo, lo hacía estando su padre en casa, siempre con el miedo de que pudieras descubrirnos. A mí me aterraba la situación, pero no podía resistirme a mi hijo, a su polla, y al dominio total que ejercía sobre mí.

Como digo, cuando su padre estaba en casa lo hacía con disimulo, pero lo hacía. Una tarde después de comer entré en la cocina para fregar los platos, dejando a mi marido en el salón viendo la tele. Al poco entró mi hijo, cerró la puerta, me echó de bruces sobre la mesa, me levantó la falda y me folló el coño. Su padre podría haber entrado en cualquier momento y no quiero ni pensar lo que habría podido pasar, pero ninguno de los dos podía parar, la excitación y el morbo eran demasiado grandes.

Cuando mi marido no estaba en casa y nos encontrábamos los dos solos, ya no era necesario disimular. Entonces, muchas veces me pedía que estuviera totalmente desnuda, haciendo las cosas de la casa, mientras él veía la tele o cualquier otra cosa, y se deleitaba con mi cuerpo desnudo. Yo le veía en el sofá, acariciándose su maravillosa polla mientras yo caminaba descalza por la casa y hacía las tareas del hogar completamente desnuda, esperando el momento en que a él le apeteciera acercarse para sobarme o follarme. Solo cuando oíamos que llegaba su padre me dejaba ir a ponerme algo de ropa. Pero nunca demasiado, lo justo para estar vestida, y por supuesto sin ropa interior. Mi marido no sospechaba nada, si me notaba nerviosa nunca me dijo nada, y si se dio cuenta de que vestía más provocativa de lo normal debió pensar que lo hacía por él, para intentar atraerle.

Un día estaba en mi despacho trabajando, cuando se abrió la puerta y apareció mi hijo. Me quedé helada. Él había ido varias veces a mi oficina, y los empleados le conocían y les gustaba mucho, le veían como un chico muy simpático y divertido, y le hacían pasar a mi despacho sin ningún problema, sabiendo que tendría algún problema del colegio que consultarme, cosas de niños. Pero esa vez sabía que era diferente. Cerró la puerta y se acercó a mí. Su mirada lo decía todo. En sus ojos había deseo y lujuria. Me levantó de la silla y me apoyó en la mesa. Me besó y me acarició los pechos. Le dije que si se había vuelto loco, que no podía hacer eso allí, que cualquier empleado podía entrar en cualquier momento, y las consecuencias serían horribles. Me ordenó que me callara y para demostrarme quién mandaba allí y para ponerme más nerviosa todavía, me desabrochó la camisa y me sacó las tetas fuera del sujetador con violencia. Me dio la vuelta, me levantó la falda y me bajó las bragas. Apoyé las manos en la mesa, angustiada como nunca lo había estado en la vida, con una mezcla de terror y de lujuria, cuando su polla empezó a introducirse en mi coño. Aguanté como pude sin gemir ni gritar, evitando todo ruido sospechoso que pudiera oírse fuera y me dejé follar por mi hijo. Cuando terminó me dijo que le diera las bragas y se limpió la polla con ellas, luego me dijo que me las pusiera, pero que era la última vez que salía a la calle con ropa interior, a menos que él me diera permiso. Salió del despacho sonriendo como si tal cosa, despidiéndose muy amable de todos los empleados. Me arreglé la ropa rápidamente y me senté para tranquilizarme, sintiendo las bragas mojadas de su semen. Había llegado a aceptar que me tratara como a una puta en nuestra propia casa, pero ahora me daba cuenta que quería dominarme totalmente en todos los aspectos de mi vida. Según pensaba esto me invadieron escalofríos, y no supe distinguir si eran de pánico o de excitación.

Esa noche volví a ir a su habitación. Me desnudé al entrar y me metí en su cama. Me besó, me acarició, me lamió. Lo hacía de maravilla. Y le pedí que me hiciera algo que hacía muchísimo que no me hacían, pues a mi marido no le gusta. Él supo en seguida a lo que me refería. –Quieres que te folle el culo, ¿verdad, mamá? Le dije que lo deseaba. –Pues voy a darte ese placer, puta, ponte a cuatro patas. Me puse como me dijo, se colocó de rodillas detrás de mí, me dio sus dedos a chupar y me los metió en el culo para dilatármelo. Me metió con fuerza dos dedos y los movió dentro de mí. Ahogué un gemido cuando los introdujo dentro de mí. No me lo podía creer, mi hijo me estaba hurgando el culo y en unos momentos me lo iba a follar; aunque ya empezaba a acostumbrarme a que fuera mi hijo el que me diera tanto placer. Sacó los dedos y me los metió en la boca. -¡Chúpalos, puta, saborea tu propio culo! Se los lamí con placer. El se agachó y me metió la lengua. Nunca me lo habían hecho, y fue increíble. Ya no pude controlarme más y empecé a gemir y jadear. Me lamía por dentro, era una sensación fantástica, pero no duró eternamente, me la sacó y me dio un azote muy fuerte en las nalgas; ahogué como pude un grito. Luego me dio otro, y otro, y otro más. Estaba a punto de decirle que por favor lo dejara ya, que me dolía mucho, cuando noté algo grande y duro en la entrada de mi ano. Empezó a presionar y me puse muy nerviosa, tenía el culo bastante cerrado y sabía que me iba a doler mucho. Su polla se fue introduciendo poco a poco. Me preguntó si me dolía, le dije que sí, y entonces dio un golpe muy fuerte y me la metió entera. Di un grito espantoso. El dolor había sido terrible. Le dije que parara, que lo dejara, que me dolía mucho y que no quería seguir, pero era como si todo eso le excitara todavía más. Me insultó, me llamó cosas horribles, y empezó a meter y sacar su polla, follándome de forma salvaje. Mi grito me había asustado mucho, era probable que hubiera despertado a mi marido, pero ya no podíamos parar, no me importaba nada, solo quería seguir sintiendo esa polla rompiéndome el culo.

El dolor seguía siendo inmenso, pero ahora el placer se añadía a esa sensación, y yo jadeaba y gemía sin control, mientras mi hijo me follaba y me llamaba puta, zorra, perra, y mil cosas más. Volvió a azotarme el culo, con fuerza. –Te gusta, ¿eh, puta? ¿Te gusta cómo te reviento el culo? Te gusta que te azoten, ¿eh, hija de puta? Papá no te folla así, ¿eh? Estaba como loca, le decía que siguiera, que me diera más, que me reventara, que su padre no me follaba así, y que era su puta. Al final se corrió jadeando sin control, llenándome el culo con su semen. Se levantó y cogió mi camisón, que había dejado en el suelo al entrar, y se limpió con él; luego lo mojó en el semen que goteaba de mi culo, y me dijo que me lo pusiera.

Si mi marido me preguntaba porqué estaba mojado, tendría que inventar algo. Antes de irme, me dijo que como al día siguiente su padre se iba a otro de sus viajes de negocios, quería que llamara a la tía, y que viniera a casa, que quería follarnos a las dos juntas. Le dije que estaba loco, que no podía hacer eso, pero me dio una bofetada y me dijo que me callara, que nos había visto tocándonos y besándonos, y que se había excitado muchísimo viéndonos, y ahora nos quería a las dos en la misma cama. Lo que no podía reconocerle tan rápido, era que la idea me excitaba, así que le prometí que la llamaría al día siguiente.