La puta de mi propio hijo (17)
Mi hijo, la tía, mi marido, yo...todos juntos y revueltos. La depravación se acentúa y el final del drama se acerca.
(sábado)
Desperté entre los brazos de mi hijo. Mi marido no estaba; se había pasado toda la noche acostado a nuestro lado escuchándonos hacer el amor, sufriendo en silencio de humillación. Pero yo no podía hacer nada contra eso. Deseaba a mi hijo, ya no podía vivir sin su cuerpo junto al mío, y ahora que todas las caretas habían caído, no quería disimular más.
A la hora de comer apareció mi marido. Yo estaba desnuda, medio tumbada en el sofá, con mi hijo buceando entre mis piernas, llevándome a la gloria con su lengua. La comida ya estaba preparada y comimos, mi marido silencioso y taciturno, y mi hijo y yo hablando sin parar y haciendo comentarios sexuales todo el rato, y como si no estuviera mi marido, y no muy segura de si lo hacíamos consciente o inconscientemente, nos pusimos a recordar muchas de las veces en que mi hijo y yo habíamos follado, o me había hecho follar con otros. La cara de mi marido se ponía roja por momentos, pero no decía nada, se tragaba toda la humillación y toda la rabia. Mi hijo estaba desnudo, y de vez en cuando cogía trozos de comida con las manos y me los llevaba a la boca, dejando que la salsa resbalara por mi boca y mi barbilla; yo le chupaba los dedos y sentía gotas de grasa resbalar de mi barbilla y caer en mis tetas. Después de comer mi marido se fue a tomar el aire y mi hijo llamó por teléfono a su tía, para que viniera esa tarde a nuestra casa, que deseaba follarnos a las dos.
Una hora después la tía se presentaba en nuestra casa. Venía con un vestido suelto muy escotado, claramente sin sujetador, sin medias y con botas. Pasó al salón y la saludé desnuda desde el sofá, mientras mi hijo la rodeaba por detrás con los brazos y la sobaba todo el cuerpo. La tía llevaba varios días sin saber nada de mi hijo y estaba encantada con que la hubiera llamado y encantada de dejarse tocar por él. La sacó las tetas fuera del vestido y contemplé sus pezones duros, excitados; los dos me miraban con deseo, la lujuria reflejada en sus rostros. La tía de mi hijo y hermana de mi marido participaba desde hacía tiempo de la relación entre mi hijo y yo, pero no tenía ni idea del cambio tan radical y dramático que esta relación había sufrido en los últimos días, ni de que incluso mi marido era consciente de ella pero pronto se enteraría de todo.
Mi hijo la deslizó el vestido por los hombros suavemente, sin dejar de besarla la piel y tocarla, y éste cayó al suelo, revelando el recio cuerpazo de su tía, sus grandes tetas, sus caderas imponentes, sus largas y rollizas piernas, y su coño apenas tapado por un minúsculo tanga amarillo, por el que asomaban pelitos rojizos. La susurró algo al oído e inmediatamente, sonriéndome con picardía, se agachó y se puso a avanzar hacia mí a cuatro patas, relamiéndose los labios mientras se acercaba. Abrí las piernas para recibirla, sonriendo a esa perra lujuriosa que estaba deseando comerme el coño a una indicación de su sobrino. Llegó a mi altura y apoyando las manos en mis muslos acercó su boca a mi raja, me olió, como lo haría cualquier perra, cualquier golfa, y sacando la lengua, la pasó por los bordes, por los labios, dando lametazos a mi clítoris hasta por fin hundirla en mi cueva. Empecé a gemir y a acariciarla el pelo. Esa mujer sabía cómo comer un coño, qué pena que su hermano no tuviera sus mismas dotes para el sexo como tenía ella. Mi hijo, que la había recibido desnudo, que es como había estado todo el día conmigo, se acercó a su tía por detrás, se agachó y apartando la tira del tanga que llevaba metida en la raja del culo, la empezó a frotar la polla. Ella gemía sin dejar de chuparme la raja, y más cuando mi hijo la penetró. Los tres nos movíamos a un mismo ritmo, como dirigidos por un director de orquesta invisible y los tres sintiendo el placer que otro nos producía.
Yo fui la primera en correrme, en llenar de líquidos mi coño y de gemidos y groserías la habitación, gracias a la lengua insaciable de la tía y poco después, antes de que me recuperara del tremendo orgasmo que estaba teniendo, ella se corrió. Mi hijo se dio cuenta y se puso a follarla más fuerte, dándola violentas embestidas, pero sin correrse, sólo con la intención de llevar a su tía al paroxismo del placer. Nos tenía a las dos gimiendo como cerdas y se salió de su tía, momento que ella aprovechó para subirse al sofá encima de mí y besarme la boca con ansia y lujuria mientras frotaba su cuerpo, y más concretamente sus tetas, contra mi cuerpo. Mi hijo se nos unió en ese beso salvaje, uniendo su lengua a las nuestras y sus labios a los nuestros; se puso de pie en el sofá y empezó a frotar su poderoso y erecto miembro por nuestras caras y bocas hasta que se la chupamos entre las dos. Él no se movía, sólo dejaba que sus dos perras le mamasen, succionando y chupando su verga como si su vida dependiera de ello, a la vez, en ningún momento dejando descansar las lenguas; si una la engullía, la otra lamía sus huevos; nuestras bocas se juntaban al chuparla a la vez, nos besábamos, saliva colgando de su polla y de nuestras bocas. Pronto no paramos de babear, cada vez más excitadas con el maravilloso pedazo de carne que teníamos para nosotras solas, para compartir como buenas cuñadas, como buenas zorras.
A mi hijo le habría gustado estar así horas y horas, pero su resistencia, como la de cualquier hombre, disminuye en relación inversa a la excitación y el calentón, y por lo tanto, en mitad de aquella monumental mamada, echó la cabeza hacia atrás, dio un aullido y se puso a escupir chorros de semen que se colaron por nuestras bocas abiertas e impactaron en nuestras caras. Mi lengua repasó con avidez la cara de mi cuñada y lo mismo hizo ella conmigo después, hasta que nuestras bocas quedaron llenas de semen que compartimos en un profundo y excitante beso, lo que hizo que la polla de mi hijo se mantuviera erecta aún un buen rato después de haberse corrido. La tía se tumbó en el sofá acariciándose de forma sugerente y yo, aún con restos de semen en el pelo y algunas gotitas en la barbilla la besé las botas y se las lamí; eran unas botas negras y brillantes, de cuero, altas y con tacón de aguja; lamí los tacones arrodillada a sus pies mientras mi hijo se acercaba a su tía para besarla. Lentamente bajé la cremallera de las relucientes botas y se las quité; sus pies desprendieron un ligero aroma a sudor y cuando los toqué con mis dedos los noté húmedos; los cogí por los talones y los chupé como si fueran el más delicioso de los manjares.
Mi hijo se separó de su tía, con la polla aumentando de tamaño por momentos, y se situó detrás de mí, apoyando una rodilla en el sofá, y empezó a restregarme la verga por las nalgas, a pasarla por la raja del culo, a humedecerla en mi empapado coño. Y mientras yo gozaba de los pies de mi cuñada y ella de mi lamida y de sus dedos en el coño, mi hijo me la clavó en el culo, lentamente, para que sintiera cómo se introducía centímetro a centímetro dentro de mis entrañas.
Subí lamiendo sus tobillos, sus pantorrillas, sus muslos, hasta llegar a su raja y enredar mi lengua y mis dientes en la pequeña y suave mata de pelo arreglado; volví a bajar y saboreé su coño y los restos de semen de mi hijo. Ella apartó las manos y las llevó a sus tetas mientras dejaba que fuera mi lengua la que la diera placer. La polla mientras tanto se había introducido por completo dentro de mi ano y ahora entraba y salía en un ritmo que amenazaba con volverme totalmente loca de excitación. El coño de mi cuñada se llenó de jugos que lamí y tragué encantada, cuanto más lamía más generaba, y más gemía, y eso excitaba a mi hijo, era como un círculo vicioso, muy, muy vicioso. Mi hijo me clavó los dedos en las cadera, sentí sus uñas rasgándome la piel, y su semen empezó a fluir dentro de mi ano. Se separó de mí y se acarició la polla, roja, venosa, húmeda de semen, mientras yo me llevaba los dedos a mi culo para recoger el máximo de semen que pude con ellos y se los di a probar a la tía, que los chupó con avidez, ante la satisfacción de mi hijo.
Sudorosos y jadeantes nos preparamos algo para refrescarnos y coger fuerzas, fumamos unos cigarrillos y nos fuimos a mi dormitorio, donde nos acostamos los tres, abrazándonos, besándonos y acariciándonos, excitándonos lentamente. Fue en ese momento cuando mi marido regresó a casa. Le oímos moverse por la casa y avanzar por el pasillo, pero ninguno de nosotros hizo el menor amago de salir de la cama, ni teníamos la intención de disimular lo que hacíamos; mi hijo y yo ya no necesitábamos disimular ni queríamos volver a hacerlo nunca más, y la tía, envuelta en la lujuria del momento, se dejó llevar. Mi marido abrió la puerta del dormitorio y se quedó mirándonos, perplejo, no ya por encontrarnos a su mujer y a su hijo follando, sino por contemplar a su propia hermana desnuda en la cama con nosotros.
-Vamos, cariño, únete a nosotros.
Mi hijo apretó las tetas de su tía con una mano y con la otra le separó los labios vaginales con los dedos, como si se la ofreciera.
-¿Te gusta tu hermana, papá?, con nosotros es una auténtica puta ya sólo nos faltas tú.
Nos levantamos los tres al unísono y le rodeamos, como vampiros ávidos de su sangre, o de su semen, en este caso. Mi marido se debatía entre la vergüenza, la ira, la impotencia, y el deseo. La tía, su propia hermana, no había dudado ni un momento, le acariciaba y entre los tres le desnudamos. Le atrajo a la cama y le tumbó con ella, siguiéndoles nosotros dos. Nos pusimos a besarle entre nosotras, su hermana era la que más disfrutaba besándole la boca. Mi marido sufría, aquello era superior a sus fuerzas y a todo en lo que creía sagrado, pero no se resistía y su polla estaba más dura de lo que se la había visto en la vida, y aunque en su cerebro la lucha era terrible entre lo correcto y lo incorrecto, su cuerpo hacía ya rato que se había rendido. Las dos volvimos a besarle la boca y mordisquearle los pezones y mi hijo se situó entre sus piernas, arrodillado sobre el colchón, se inclinó sobre él y acercó los labios a su polla. En la postura en la que estaba, tumbado boca arriba y con nuestros cuerpos tapándole, no podía verle, pero cuando sintió unos labios en su miembro, comprendió que el único que podía ser era su propio hijo; se estremeció e insinuó una protesta, pero le besamos con más ímpetu. Sus brazos no se movieron, pero sus manos aferraron las sábanas con mucha fuerza. Nos abrimos un poco y dejamos que viera a su propio hijo chupándosela. Yo le miré también, y ver a mi hijo chupándosela con lujuria y avidez a su propio padre me excitó de tal manera que me mojé de inmediato, sintiendo una urgencia casi dolorosa por follar. Cogí a mi hijo y le separé de la polla de su padre, tumbándole a su lado y me senté sobre él, clavándomela de inmediato. La tía, por el contrario, no perdió el tiempo, e hizo el mismo movimiento que yo, pero con su hermano. Dos perras en celo follando con sus machos no se habrían sentido más excitadas.
Pronto mi hijo me agarró y me hizo cambiar de postura, tumbándome de lado, de cara a mi marido y se situó detrás de mí para seguir follando, con mi marido a centímetros de mi cara y a la vista de mi hijo. Mi marido repartía las miradas entre nosotros y su hermana, que le follaba de forma salvaje, botando y gritando encima de él como una posesa. Mi hijo me hizo correrme, pero él se reservaba, y mi marido sí que se corrió, llenando el coño de su hermana con semen que llevaba mucho tiempo esperando el momento de salir, gritó, como quien se ha reprimido demasiado tiempo, los nudillos blancos de tan fuerte con que se cogía de las sábanas, en los ojos aún reflejándose la lucha interna entre la vergüenza por el incesto, por la pesadilla en que se había convertido su vida desde que descubrió que su mujer y su hijo llevaban meses follando como animales, y el placer que sentía al follar, al dejarse llevar, al correrse.
Todos nos habíamos corrido menos mi hijo y nos relajamos un rato, sin hablar, sólo acariciándonos con dedos y labios. Mi hijo me susurró algo al oído, le miré sorprendida y vi que hablaba en serio, así que me volvía a mi marido y le hice ponerse de rodillas, a cuatro patas, sin dejar de besar y tocar. Me abrí de piernas delante de él y le hice hundir su cara en mi coño; la tía hizo lo mismo y le ofreció el suyo. Mi marido nos lamía alternativamente a las dos, mientras mi hijo se situaba detrás de él. Puso sus manos suavemente sobre sus caderas y se las acarició; le acarició las nalgas; y empezó a pasarle un dedo por la raja del culo. Mi marido se movía inquieto, pero nosotras le agarramos la cabeza y del pelo con fuerza y le hicimos que no parase de comernos. Mi hijo le metió un dedo por el culo, con fuerza, dos dedos, y le hurgó con ellos. Mi marido se revolvió, pero no tenía la voluntad ni la fuerza suficientes para revelarse, o quizá tampoco el deseo.
Le sacó los dedos y agarrándole con fuerza del pelo se los metió en la boca para que los chupara. -Mi madre ya es mi puta. Ahora voy a hacer de ti mi puto. Y agarrándole con fuerza de las caderas, le violó el culo. El grito que dio mi marido fue espeluznante, mezcla de dolor, terror y vergüenza. Gritó que por favor parara, que paráramos todos, pero su hermana, excitadísima le hundió la cabeza en su coño y se lo frotó con fuerza por toda la cara, mientras me besaba y nos tocábamos, y mi hijo le follaba con violencia. Mi marido estuvo gritando un rato, hasta casi quedar ronco, y después siguió gimiendo, los ojos bañados en lágrimas de impotencia, con la cara enterrada en nuestros coños. Mi hijo por fin se corrió y estuvo un rato dándole fuertes culadas a su padre, hasta dejarle dentro todo el semen que tenía. Cuando por fin se despegó de él pudimos verle la polla, pegajosa y húmeda, con manchas de sangre e incluso de heces. Se la puso delante de la cara a su padre, y éste, totalmente agotado en todos los sentidos, casi como en shock, abrió la boca y la chupó hasta dejarla limpia.
Mi marido se levantó y tambaleando se fue al baño, donde le oímos vomitar. Nuestra orgía familiar aún duró un poco más, hasta que agotados, nos quedamos dormidos. La tía se quedó esa noche con nosotros, y a mi marido le oímos que se iba a dormir al salón.
(continuará)