La puta de mi propio hijo (15)
Salimos de la disco, pero la noche es joven y mi hijo aún quiere más y yo no puedo negarme.
(madrugada del viernes)
Salimos de la discoteca y nos encontramos en las calles vacías y frescas de la ciudad de madrugada. Me abracé a mi hijo y quise besarle, pero me apartó con desprecio.
-¡Guarra, apestas a semen!
-Sí, y ahora quiero el tuyo otra vez.
Pero mi tono meloso y borracho de lujuria no le afectó y riéndose diabólicamente me preguntó si le había avisado a su padre que llegaría tan tarde a casa.
-¡Oh, Dios mío!, ¡tu padre!, ¡me he olvidado por completo de él!
Empezó a reírse a carcajadas llamándome puta infiel, mientras tomando rápidamente conciencia de mi actitud busqué el móvil y vi un montón de llamadas perdidas y mensajes de mi marido. En seguida le llamé, a pesar de que eran las 3 de la mañana, para contarle la primera mentira que se me ocurrió, y que iba improvisándola mientras se la decía, la más obvia y simple, que me había ido con unas compañeras del trabajo a tomar una copa y me había olvidado de todo, que no se preocupara, que se durmiera tranquilo, que tardaría en llegar. Mientras hablaba con él, aún con la resaca de la orgía en la que había participado en la cabeza, mi hijo me cogió de la cintura y empezó a chuparme y a meterme mano, y conseguí cerrar el móvil antes de soltar algún gemido.
-¿Así que vas a llegar tarde, puta?, ¿es que aún quieres ponerle más los cuernos a papá?
-No, cariño, quería decir
-Querías decir que eres una zorra, que te has dejado follar dos veces por mí hoy, que te has follado a media discoteca, y que aún quieres más, mientras papá está solo en casa, sin saber que su dulce mujercita es una puta que se lo monta con cualquiera. ¿Era eso lo que querías decir, mamá?
Mi hijo sabía perfectamente cómo humillarme, cómo hacerme gozar hasta el límite y luego hacerme sentir culpable y sucia, y disfrutaba enormemente haciéndolo, y yo no tenía fuerzas ni poder para resistirme a él. Su dominio sobre mí era demasiado poderoso. Cruzamos una plaza vacía iluminada por las farolas y por la luna y encontramos un taxi. Entramos y el taxista ni nos miró, estaba muy acostumbrado a llevar a casa a borrachos de vuelta de alguna fiesta o a parejas como nosotros. Dentro ya del taxi vi que los ojos del taxista se desviaban hacia mí reflejados en el espejo retrovisor, algo que también había visto mi hijo; se arrimó a mí y me susurró:
-Vamos a darle un buen espectáculo al taxista, ¿te parece, zorra? Ábrete la blusa y súbete la falda, que te vea bien las tetas y el coño, y mastúrbate.
Me chupó la oreja y me mordió el lóbulo, y como siempre, no pude resistirme a lo que me ordenaba, así que me desabotoné la blusa mirando directamente al espejo retrovisor, directamente a los ojos del taxista, y me subí la falda hasta la cintura. Separé las piernas y mostré mi pubis depilado y mi raja aún húmeda de semen, y empecé a acariciar el interior de mis muslos, a frotar dos dedos entre mis labios y acercarme al clítoris, sin dejar de mirar a los ojos del taxista, humedeciéndome los labios con la lengua y mordiéndomelos de la manera más provocativa y sexi que sabía. Mientras con una mano seguía dándome placer en el coño, con la otra me acariciaba un pecho, apretándolo suavemente con movimientos rítmicos, me cogía el pezón entre dos dedos y lo apretaba hasta que se puso muy duro. Empecé a suspirar y gemir sin apartar los ojos ni un solo momento de los del taxista, mientras mi hijo se arrellanaba cómodamente en el asiento a mi lado y se encendía un cigarrillo y el taxista aminoraba la velocidad para no tener un accidente pues no quería perderse nada de mi espectáculo.
Nadie hablaba dentro del coche, ni siquiera estaba conectada la radio del taxista, y aún así el interior estaba plagado de sonidos: mis leves suspiros y gemidos, la respiración ronca y acelerada del taxista, las bocanadas de mi hijo al cigarrillo y el exhalar el humo. Toda una sinfonía de sonidos que no hacían más que excitarme más todavía. Mis dos dedos hacía rato que habían dejado de frotarse entre los labios vaginales y se introducían rítmicamente dentro del coño. Sentada tras el asiento del copiloto, un poco centrada, me fijé en cómo la mano derecha del taxista dejaba el volante y se apoyaba en su entrepierna. Sonreí y me chupé los dedos con los que me había estado acariciando los pezones. El taxista se desabrochó el pantalón y vi asomar su polla, gruesa, erecta, y empezó a masturbarse, sin dejar de conducir y sin apartar los ojos de mí.
-Llévenos al parque de San Cristóbal. A mi madre le apetece pasear por allí.
El silencio lo había roto mi hijo, indicándole al taxista que nos llevara a una de las zonas de putas más populares de la ciudad, un parque que por las noches se llenaba de prostitutas apostadas a los lados de las avenidas por las que circulaban los potenciales clientes. El taxista sonrió, acelerando el ritmo de la masturbación, sin dejar entrever si se había tomado en serio la mención de la palabra madre o esto le había excitado aún más todavía. A mí sí me excitó, e intentando meterme los dedos y frotarme el clítoris al mismo tiempo, me corrí, gimiendo de forma más audible. Seguía mirando a los ojos del taxista, pero la mirada se me desviaba a su polla; sin dejar de conducir y sin preocuparse de más cosas se corrió sin emitir un solo sonido. Vi cómo los chorros de semen empapaban el volante, sus pantalones; ni siquiera gimió, pero en su cara se reflejaba el placer que sentía.
Poco después llegamos al parque y empezamos a recorrer las oscuras sendas, apenas iluminadas por alguna que otra farola y por la luz de la luna. No había muchas putas en ese momento, quizá por la hora y por ser un día de diario. Llegamos a una zona en la que había varias dispersas, muy atractivas.
-Pare el coche, mi madre se va a quedar aquí.
Le miré, no era eso lo que imaginaba, pensaba que simplemente daríamos una vuelta por el parque en el taxi para calentarnos y luego irnos a casa o a algún hotel. Se arrimó a mí para susurrarme y acariciarme entre los muslos.
-Quiero que bajes y te quedes aquí, y hagas lo que mejor sabes hacer, ser una puta.
-Hijo, ¿estás seguro de lo que pides?
-Me voy a dormir un rato, volveré a recogerte por la mañana. Hasta entonces, puta.
Salí del taxi, con la blusa desabrochada y con mi bolso y me quedé allí quieta, sola, viendo alejarse el taxi con mi hijo dentro. Estaba asustada, veía alguna otra puta a lo lejos, pero no había nadie cerca; la luz de una farola me iluminaba, pero el resto estaba oscuro y sólo se oía el sonido de coches en la lejanía. Por un momento maldije a mi hijo por dejarme allí abandonada, cuando yo lo único que quería era irme con él para follar los dos juntos. Entonces un coche se acercó, sus faros me deslumbraron hasta que se paró a mi lado. Bien, si mi hijo quería que me comportara como una puta, no iba a defraudarle.
Bajó la ventanilla del pasajero y me asomé dentro. Era un hombre de unos 50 años, gordo y con aspecto sucio, pero eso era lo que quería que hiciera mi hijo y no iba a fallarle, así que acepté la primera cantidad que me ofreció y me metí en el coche. Aparcó cerca, entre varios árboles y tras pagarme se puso a sobarme las tetas; se inclinó sobre mí para chuparlas y su olor me llegó como una bofetada, era asqueroso, como si no se hubiera duchado en muchos días, apestaba a sudor. Mientras me chupaba y mordía los pezones miré a mi alrededor, el coche era una pocilga, lleno de basura, de recipientes vacíos de todo tipo, desde tabaco hasta hamburguesas, el cenicero hasta arriba de ceniza y colillas, kleenex usados por todas partes, incluso creí distinguir un condón usado en el suelo. Se enderezó y pegó su boca a la mía y antes de que tuviera tiempo de protestar su lengua estaba dentro de mi boca repasándola entera con frenesí. Su aliento era espantoso, si parecía que llevara días sin ducharse, seguramente llevaría toda su vida sin lavarse los dientes.
-¡Cómo me pones, puta!, tienes un cuerpo estupendo, ¡joder cómo vamos a gozar!
-Claro, amor, estoy deseando hacerte gozar. Intenté sonar lo más lujuriosa posible, disimulando todo lo que pude el asco que me provocaba aquel hombre.
-Pues empieza con esto, puta, ¡ya verás cómo te gusta!
Y cogiéndome de la cabeza me llevó a su entrepierna, mientras con la otra mano se desabrochaba el pantalón y se sacaba la polla. El olor de su polla era aún peor, mucho peor que el de su aliento, una mezcla de sudor y semen, un olor rancio y nauseabundo que me hizo dar una arcada, pero forzándome abrí la boca y engullí esa polla maloliente. Me puse a chuparla como si fuera lo más delicioso que hubiera probado en mi vida.
-¡Eso es, puta! te gusta mi polla, ¿verdad? La encuentras deliciosa, ¿eh?
Ni siquiera era capaz de tener una erección decente, la notaba flácida al recorrerla con la lengua y chuparla, pero él parecía gozar como nunca. Estuve chupándosela durante mucho rato, hasta que empezó a cansárseme la boca y es que llevaba todo el día chupando pollas, y empezaba a descubrir mi límite. Su polla había crecido, sin llegar a un gran tamaño, pero no conseguía que se pusiera tiesa del todo, pero a él parecía no importarle, seguramente ni se daba cuenta.
-¡Joder, cómo la mamas, zorra! ¡Mira qué dura me la has puesto! Ahora quiero follarte.
Salimos del coche y pasamos al asiento trasero. Se bajó los pantalones y los calzoncillos sucios y apestosos hasta los tobillos y sin quitarme la blusa, simplemente subiéndome la falda, me senté sobre él, de frente suyo. Costó un poco que entrara dentro de mí debido a su falta de erección.
-¡Ufff la tengo tan grande que no te entra, ¿eh, guarra?, jajaja.
Por fin conseguimos meterla y empecé a moverme sobre él, sintiendo su barriga pegada a mí y su lengua lamiéndome las tetas y besándome. No sé cómo, pero me excité, cerré los ojos y empecé a gemir; me quitó la blusa y apretó con fuerza mis tetas con las manos mientras metía la lengua dentro de mi boca; me puse a botar con más fuerza sobre él, dejando caer mi cuerpo con más violencia cada vez.
-¡Eso es, puta, eso es!
-Mmmmmmm tu polla me vuelve loca, vamos, ¡fóllame más fuerte, cabrón!
-¡Siiiiiiii!, ¡te voy a destrozar el coño, puta!
Era tan ridículo oírle y sentir su flácida polla dentro de mí, y sin embargo, había conseguido ponerme cachonda, pero me imaginé que duraría poco, y así pasó, pocos minutos después de empezar a botar sobre él, soltó un grito casi femenino y se corrió, dejándome el coño lleno de semen y a mí tan caliente como una perra en celo.
-Oh, puta, ha sido el mejor polvo de mi vida. A partir de ahora pasaré todos los días por aquí para follar contigo.
Le prometí que todas las noches estaría allí esperándole, y que ningún cliente me había follado como lo había hecho él, que su polla era increíble y que era el amante perfecto; salí del coche, me arreglé un poco la ropa mientras él se guardaba su polla ahora ya totalmente flácida y minúscula, se sentaba al volante y se alejaba de allí. Tuve dos clientes más aquella noche antes de que mi hijo viniera a recogerme, dos pollas más que comí esa noche y dos polvos más que me echaron. Cuando por fin amaneció, estaba agotada, ya sólo deseaba que mi hijo viniera a buscarme, intenté pensar qué haría con mi vida a partir de aquel momento, con mi trabajo, con mi marido, con mi hijo, pero estaba demasiado cansada para pensar, y ya era había amanecido.
(continuará)