La puta de mi propio hijo (14)
Tras la escena en mi despacho, mi hijo improvisa una orgía en una discoteca.
Jueves noche.
No puedo describir la vergüenza que pasé todo el día en la oficina tras ser descubierta follando con mi propio hijo. No me atrevía a salir de mi despacho y cuando lo hacía porque no tenía más remedio todos callaban al pasar yo y sentía sus miradas acusadoras y recriminatorias clavadas en mí. Nadie se atrevía a dirigirme la palabra. Acabó la jornada y no sabía si al día siguiente mi despacho volvería a ser mío. A esas horas la noticia ya se habría extendido por toda la empresa, todo el mundo estaría murmurando sobre mí, y seguro que ya le habrían llegado rumores al director general.
No sabía qué hacer, la lujuria que sentía por mi hijo estaba empezando a destruir todo mi mundo, y aunque en ese momento aún no lo sabía, ese no era más que el comienzo. Esperé en mi despacho hasta que todo el mundo hubo salido pues no quería cruzarme con nadie, hasta que fue casi de noche, y entonces salí del edificio, sin mirar ni hablar con nadie, la cabeza gacha y completamente avergonzada. Ya en la calle vi que mi hijo me estaba esperando fumando tranquilamente un cigarrillo.
-Hola, mamá, ¿has pasado un mal día en la oficina?, mmm pobrecita.
Su tono burlón se me clavó como un cuchillo y miré alrededor por si alguien nos reconocía, pero a esas horas ya no había nadie. Se acercó a mí y me besó y yo cerré los ojos y me dejé sujetar por sus brazos y penetrar por su lengua.
-Trabajas demasiado, zorra yo sé lo que necesitas.
Me cogió de la mano y recorrimos un par de calles hasta llegar a una discoteca que el conocía, un sitio tranquilo para que los ejecutivos de las oficinas cercanas tomaran una última copa al salir de trabajar, aunque yo nunca había estado allí; un sitio ideal para pasar un buen rato con alguien, con la excusa de quedarse a trabajar tarde y no tener que volver a casa pronto. El club era discreto desde fuera y oscuro por dentro, una pequeña pista en un lado y muchos sillones discretamente situados para guardar la intimidad de los clientes. Fuimos a la barra y mi hijo pidió dos copas.
Tras los primeros sorbos de ron empecé a relajarme, mi cuerpo se templó, y cuando mi hijo se puso a besarme tiernamente el cuello y el lóbulo de la oreja, todos los sucesos del día empezaron a disiparse en una neblina, como un mal sueño. Cerré los ojos, disfrutando de los labios de mi hijo sobre mi piel y su mano acariciándome las nalgas. El ron me calentaba el cuerpo y notaba el cuerpo caliente de mi hijo pegado a mí. Me dejé llevar y empecé a suspirar, mientras mi hijo me susurraba al oído.
-Follarte esta mañana ha sido increíble, mamá, pero el día no ha terminado, la noche acaba de empezar y tengo muchas ganas de ti.
Como siempre el carisma y poder hipnótico de mi hijo podían con cualquier resistencia que pudiera tener, y olvidándome de mi marido, de mi trabajo y de todo, me giré y le besé en la boca.
-Dime lo que eres, mamá, quiero oírte.
-Soy tu puta, mi niño, tu perra caliente tu esclava.
-Eso es, mamá, mi sumisa y obediente y caliente puta.
Me acabé la copa y en ese momento la música, que hasta ese momento había sido tranquila, cambió y se puso más marchosa. Mi hijo me cogió de la mano y me llevó a la pista.
-Quiero verte bailar, mamá, como la puta que eres pero muéstrame un poco más de ti, desabróchate un poco más la blusa.
Me desabroché dos botones, de modo que todo mi canalillo quedó expuesto, mis pechos asomando en todo su esplendor, mostrando mi escote mucho más que cualquiera de las mujeres que había allí. Nos pusimos a bailar, rodeados de un montón de ejecutivos de las oficinas cercanas y de hombres buscando tomar una última copa y quizá conocer una chica interesante antes de volver con sus propias esposas. Era una de las pocas mujeres que había en la pista y todos los hombres me lanzaban miradas cargadas de deseo. Mi hijo se propuso darles un buen espectáculo y se puso a acariciarme sugerentemente mientras bailábamos, a mi espalda, muy pegado a mi cuerpo, sobándome los pechos por encima de la blusa, y con su polla apretada contra mi culo; la sentía dura y se frotaba contra mí mientras nos movíamos al ritmo de la música. La oscuridad de la sala, las luces difusas y centelleantes, la música, el ron, las miradas libidinosas de los hombres clavadas en mi cuerpo, todo influyó para que me desinhibiera por completo y cerrara los ojos y no desear otra cosa más que sexo.
Los labios y la lengua de mi hijo recorrían mi cuello, mis mejillas, yo giraba la cabeza para que llegara a mis labios y los mordiera y chupara mi lengua. Me encontraba totalmente frenética de sexo, ya ni me acordaba de lo que había pasado por la mañana en mi despacho, sólo quería ser follada por mi hijo hasta el infinito, y ser su perra. Sin despegarse de mí y sin dejar de bailar me empezó a desabrochar más la blusa, lentamente, botón a botón, me la apartó y dejó al aire mis tetas. La pista se había llenado un poco más de gente y ya todos no prestaban atención más que a mi cuerpo y a las evoluciones de mi hijo sobre mí; veía a los hombres moverse pero sin gracia, sin ritmo, porque todos tenían sus ojos y su atención en nosotros, mi hijo me había convertido en la estrella de la pista.
Me apretaba los pechos y pellizcaba mis pezones, siempre detrás de mí, cuando empezaron los silbidos, mi público se calentaba. Dejé caer la blusa al suelo. Mi hijo bajó una mano y empezó a subirme la falda hasta dejármela por la cintura, mostrándole a todo nuestro público mi coño depilado y mojado. Todos nos jaleaban, habían formado un corrillo a nuestro alrededor y aullaban como lobos, como en un espectáculo de striptease. El sudor hacía brillar mi piel cuando noté que mi hijo se bajaba la cremallera del pantalón. En segundos su erecto miembro se encajaba entre mis nalgas, frotándolo sin dejar de movernos al ritmo de la música. Todo el mundo a nuestro alrededor contuvo la respiración un momento, sabedor de lo que iba a pasar, la polla de mi hijo llegó a la entrada de mi coño, y entonces alguien gritó:
-¡Vamos, fóllala! ¡La puta lo está pidiendo a gritos!
Como si hubiera estado esperando esa señal, mi hijo deslizó las manos a mi vientre y agarrándome con fuerza me la clavó de un solo golpe. Mi cuerpo se tensó y abrí la boca ahogando un grito de placer, mientras sus manos me aferraban con fuerza empujándome hacia él para tenerme completamente empalada. Ahora nos movíamos con un ritmo diferente y la única música que oíamos eran nuestros gemidos y jadeos y los gritos de nuestro público. Los golpes de mi hijo eran tan violentos que casi parecía que iba a levantarme en vilo.
-¡Más, más!, ¡vamos, cabrón, más!
Él no hablaba, sólo jadeaba ostensiblemente, los dientes apretados con rabia.
-¡Hijo de puta, reviéntame!
Me tiró con fuerza con las manos hacia abajo y caí de rodillas, apoyando las palmas de las manos en el suelo, él se agachó a la vez, sin sacarme la polla, y como un perro enganchado a su perra, seguimos follando como animales en el suelo de la pista.
-¡Vamos, enséñala lo que es un hombre!
-¡Llénala de leche!, ¡queremos que le salga la leche por las orejas!
-¡Revienta a esa puta!
-¡Hija de puta, mirad cómo disfruta!
Los gritos de los hombres parecieron acelerar el éxtasis de mi hijo, que jadeando como un animal se corrió dentro de mi coño ya empapado. Su semen se mezcló con los jugos que había expulsado yo pocos segundos antes con mi primer orgasmo, dejándome absolutamente extasiada de placer. Las culeadas de mi hijo eran tan fuertes que parecía querer llegar con los chorros de semen a mis entrañas, pero se salió, con la polla goteando, entre los aplausos del corro de excitados hombres a nuestro alrededor y se quedó mirándome, a cuatro patas con el coño goteando semen y gimiendo como una perra.
-¿Queréis disfrutar de una buena puta? Ahí la tenéis, es vuestra.
Era lo que estaban esperando y uno de ellos, el más lanzado, se bajó en seguida los pantalones, sin pararse a pensar si se trataría de una broma y ocupó el sitio que tenía antes mi hijo, arrodillándose detrás de mí, y empezó a follarme. Casi sin darme cuenta todo a mi alrededor se llenó de pantalones bajados y pollas volviéndose cada vez más duras, jugosas y deliciosas, y en seguida tuve lo que deseaba, uno de los hombres se situó delante de mi y me metió en la boca lo que tanto deseaba comer. En pocos minutos aquello se había convertido en una orgía en toda regla, mientras mi hijo fumaba y tomaba una copa tranquilamente, contemplando en primera fila a la puta de su madre, follada por todos aquellos hombres.
Un tipo cincuentón, gordo y con traje me había follado la boca hasta llenármela de semen, me sacó la polla de la boca y dejó que su leche chorreara por mi barbilla; inmediatamente otro hombre, éste más joven y con ropa más informal, ocupó su lugar, me dio unos golpes en la cara con su polla durísima, la mojó en el semen que resbalaba de mi boca y se la chupé. Estaba en la gloria, liberándome de todos mis miedos y mi vergüenza, ya no me importaba nada, el mundo había dejado de tener sentido para mí, ya sólo quería sentirme y comportarme como la puta que mi hijo deseaba que fuera. No sé quién me follaba por detrás, pero se corrió aullando y llamándome puta, su polla salió de mí y al instante otra polla, más pequeña pero más gruesa entraba en mi culo.
-¡Eres la más puta!
-¡Te vamos a llenar todos tus agujeros de leche mil veces, zorra!
Yo gemía y jadeaba como una perra. Algunos de los hombres, esperando su turno para follarme o para ser mamados, se agachaban y me sobaban las tetas, apretándolas y pellizcándolas; me sobaban frenéticos todo el cuerpo, disfrutando oyéndome jadear e insultándome. Uno de los hombres, un chico joven, ejecutivo en una empresa cercana y que conocía de vista, se tumbó boca arriba en el suelo y me incitó para que me montara encima suyo. No tuvo que insistir mucho. En cuanto me clavé su polla, el que me estaba follando el culo, y que había parado para que cambiara de posición, volvió a clavármela. Ahora tenía mis dos agujeros llenos y me puse a gritar enloquecida de gusto. Pero mis gritos de placer y lujuria pronto fueron acallados por una polla que entró en mi boca y que me la llenó por completo. El placer que sentía era inmenso. Una polla más quiso entrar en mi boca, tenían tantas ganas de follarme, les estaba poniendo tan cachondos, que ya no podían esperar sus turnos, todos querían gozar y querían hacerlo ya, sin esperar. Me encontré abriendo la boca al máximo para que me cupieran las dos pollas. Muchos de los hombres no podían esperar, la escena era tan lujuriosa y salvaje que se masturbaban y sin poder contenerse empezaron a correrse sobre mí. Empezó a lloverme semen por todo mi cuerpo, toda mi espalda y mi pelo se cubrieron de leche, las dos pollas en mi boca explotaron llenándome tanto de leche que casi la vomité, mientras el que me follaba el culo, tras correrse dentro, había cedido su puesto a uno de los camareros, que había decidido unirse a la fiesta.
En mitad de esa salvaje orgía busqué con la mirada a mi hijo; estaba por delante de mí, detrás del corro de hombres que se masturbaban, apoyado tranquilamente en una columna, bebiendo su copa y sonriéndome burlonamente. Formó claramente con los labios la palabra "puta". Le sonreí justo antes de que un chorro de semen me diera de lleno en la cara y los ojos y me impidiera verle más. No sé cuántos hombres me follaron aquella noche ni cuánto semen tragué, cuando uno de los porteros me cogió de los hombros y me levantó en volandas para que otro de los camareros saliera de debajo de mí, se enderezó, se subió los pantalones y dijo que la fiesta había terminado, que ya era muy tarde y tenían que cerrar si no querían que viniera la policía a ponerles una multa. La gente empezó a dispersarse, dirigiéndose algunos a los servicios para lavarse y otros directamente a la salida, dejándome tirada en el suelo, exhausta, gimiendo lentamente, como en trance. Mi hijo se acercó y me acarició el pelo empapado de semen.
-Vístete y vámonos a casa, perra. Esto aún no ha acabado.
Encontré mi blusa tirada junto a la barra, sucia, y me la puse, empapándola en seguida con todo el semen que bañaba mi cuerpo; me puse los zapatos y me bajé la falda mojada que se había quedado todo el tiempo remangada por mi cintura y salí del local sin lavarme, del brazo de mi cabrón, de mi pervertidor, de mi humillador, de mi demonio, de mi hijo.
-Voy a hacer que te comportes como la puta guarra que eres las 24 horas del día, mamá.
(continuará)