La puta de mi propio hijo (12)
Mi hijo lleva al límite sus perversiones y me hace follar con un perro.
La degeneración de mi hijo iba en aumento, sus perversiones cada vez eran mayores, y yo no era más que un juguete con el que jugar y experimentar. Pero me daba igual, mi dependencia hacia él era total.
Aquel día sabía que mi hijo preparaba algo nuevo para mí, podía sentirlo, pero no sabía de qué se trataba. Era domingo y después de comer mi marido se fue a echar su partida de cartas con sus amigos. Mi hijo vino a mí y me dijo que me vistiera, que íbamos a salir. Me vestí muy sugerente y provocativa, sin tener ni idea de cuál sería el plan pervertido que mi hijo tenía reservado para mí. Me puse unas medias negras y un vestido verde muy ceñido, sin ropa interior excepto las medias, y unas sandalias muy altas de tiras. Salimos a la calle, mi hijo llevándome de la cintura y yo sintiéndome su puta, como siempre. Me llevó por muchas calles y subimos a un autobús; casi nunca coge el coche cuando salimos él y yo porque lo que le gusta es exhibirme por las calles, que los hombres me miren, y hacerme sentir como una puta; y disfruta muchísimo exhibiendo a su madre en los transportes públicos, como ese día en el autobús. Veía la mirada y la sonrisa de placer de mi hijo mientras contemplaba cómo era devorada con la mirada por el resto de pasajeros del autobús, cómo miraban mis grandes pechos constreñidos por la ceñida y ligera tela del vestido, y mis pezones duros y resaltándose claramente; mis muslos, que al sentarme remangándome el vestido dejaban al descubierto el final de mis medias, y todos los hombres disimuladamente no les quitaban ojo.
Bajamos en la parada que me indicó mi hijo y ya en la calle me cogió de nuevo de la cintura y me susurró lo puta que era por dar ese espectáculo en el bus. Sabe que visto y me exhibo así por que él me lo ordena, porque me lo pide, sabe que lo hago sólo por él, pero aún así le encanta humillarme como si la idea hubiera sido completamente mía.
-Eres una grandísima puta, mamá, he visto cómo disfrutabas exhibiéndote en el bus. ¿Pero sabes que?, el que más ha disfrutado viéndote comportarte como una puta he sido yo.
Seguimos andando un poco más hasta que llegamos el edificio al que se dirigía mi hijo. Entramos y subimos hasta la cuarta planta. Me dijo que iba a presentarme a un amigo suyo. No era la primera vez ni mucho menos que me ofrecía a sus amigos para que me follaran, pero algo en su voz me indicaba que esta vez se trataba de algo muy diferente, pero no me imaginaba qué podía ser. Nos abrió el amigo de mi hijo, un chico un poco mayor que él, alto y moreno, llamado José; me miró sonriendo y relamiéndose los labios, repasándome todo el cuerpo, y nos hizo pasar al salón.
-¿Así que esta es tu madre? ¡Joder, no creía que estuviera tan buena!
Mi hijo se había sentado en un sillón y yo estaba de pie en medio del salón. Su amigo se acercó por detrás, me abrazó y me empezó a sobar las tetas con sus enormes manos.
-Tu hijo me ha hablado mucho de ti, zorrita, pero no te hacía justicia. Lo vamos a pasar muy bien, tenemos una sorpresa reservada para ti, estoy seguro de que te va a encantar.
Me besaba el cuello sin dejar de hablarme y sus manos me subieron el vestido hasta dejar mi coño al aire.
-Sé que eres una puta que hace todo lo que le ordena su hijo, y que te follas a cualquiera si tu hijo lo exige. Pues hoy vamos a saturar tus agujeros de leche, perra.
Me quitó el vestido y me dejó desnuda, con mi hijo cómodamente sentado y fumando.
-Puedes dejarte puestas las medias y los zapatos, así pareces más puta, pero quiero que te pongas a cuatro patas y me esperes un momento, ahora vuelvo.
Me arrodillé y me puse a cuatro patas, como me habían indicado, sobre una alfombra muy suave y mullida, mientras él abría una puerta y desaparecía en el interior del piso. Mi hijo me miró y me dijo: -Vas a hacer todo lo que te ordenen, puta, y vas a hacerme sentir muy orgulloso de ti, zorra., ¿a que sí, mamá? Sonreí y le dije que sí, de rodillas, como una perra. Y entonces volvió su amigo. No le veía pues estaba a mi espalda, y lo primero que oí fue el ladrido.
De repente me encontré con un perro enorme, mucho más alto que yo en la postura en la que estaba, moviéndose a mi alrededor muy excitado, con la lenga fuera respirando muy agitado y oliéndome sin parar. Me quedé petrificada, comprendiendo en ese instante que esa era la sorpresa que me reservaba mi hijo. Le miré y tenía una sonrisa enorme de placer en la cara. ¡Dios mío, quería ver a su propia madre follada por un perro! Como si me hubiera leído el pensamiento, me dijo:
-Eres una perra, mamá, es lógico que te folle un perro, ¿no crees? Quiero que lo disfrutes, mamá, ya verás como después me lo agradeces.
El amigo de mi hijo cogió al perro y lo llevó detrás de mí para que me oliera, se pegó a mí y metió el hocico dentro de mi culo y mi coño. El perro se movía frenético, excitándose con mi olor, sentía su hocico en mi piel y estaba asustada, pero al mismo tiempo me sentía yo también excitada, es posible que con esto mi hijo hubiera llegado al límite de nuestras perversiones, ya no sólo era su puta, era su perra, un animal y verme follada por otro animal era lo máximo. Llevaron al perro delante de mí y se puso a lamerme la cara, su lengua grande y mojada me empapaba la cara, yo cerré los ojos y la boca con fuerza sintiendo su saliva animal impregnarme toda la cara.
-Abre los ojos, perra, y mira a los ojos a Sultán, mira el amor que hay en sus ojos. Y abre la boca y bésale.
Lo que más me humillaba no era estar allí a cuatro patas siendo lamida por un perro, sino sentir a mi hijo y su amigo contemplándome; pero no se burlaban de mí, disfrutaban y querían llevar a la práctica lo que sólo habían visto en películas, y yo estaba decidida a complacerles y complacerme a mí misma. Abrí los ojos y miré al perro; su enorme cabeza junto a mí, lamiéndome, me pareció enorme, me dijeron que era un pastor alemán, aunque yo no entendía mucho de perros. Abrí la boca y saqué la lengua, y Sultán, como si lo hubiera estado esperando, empezó a lamerme con fuerza la boca, chupé su lengua, cerré nuevamente los ojos, y fue como si nos besáramos, tragué su saliva, y debería haber sentido repugnancia, pero sólo sentía lujuria, sentía su lengua dentro de mi boca, incluso llegué a lamer sus dientes, pero no me mordió ni hizo ningún amago violento, era un perro muy bueno que sólo quería sexo de su perrita. Sultán se retiró de mi cara y abrí los ojos. Tenía de frente a mi hijo, que me miraba extasiado, con la boca medio abierta, acariciándose el bulto enorme que se insinuaba en su pantalón, maravillado por ver a su madre convertida en la más puta y degenerada de las hembras, con la cara reluciendo de babas y la boca goteando saliva de perro, las grandes tetas colgando y sonriendo de satisfacción.
El perro se puso entonces a lamerme el culo y el coño. El amigo de mi hijo, mientras Sultán me lamía la cara, me había untado por detrás con algún tipo de crema, mermelada o algo así, algo que al perro le gustaba lamer y comer. Su lengua me lamía con fricción, con violencia, me sentía cada vez más mojada, por sus babas y por mis fluidos. Yo gemía y suspiraba de placer, sin dejar de mirar a mi hijo, que sin poder contenerse más, se había sacado la polla del pantalón y se la acariciaba suavemente, mirándome a su vez a los ojos. Nunca me habían lamido el coño como lo hacía el perro, era increíble, sentía un placer infinito, pero José lo apartó de mí, dejándome gimiendo que por favor no parara.
-Sultán te está poniendo a tope, ¿eh, puta?
-¡Por favor, no dejes que pare!
-Suplícalo, zorra.
-¡Te lo suplico, deja que siga lamiéndome! ¡Soy su perra, deja que goce de mí!
Su lengua y toda la situación en la que me encontraba me habían sumido en un estado tal de excitación, que dije esto casi llorando. Sultán volvió a pegar su hocico a mi coño y su lengua siguió lamiéndome con furia, ya no quedaba crema, ahora ya sólo disfrutaba del sabor de mi coño y le encantaba mi sabor, y mi olor, y cuando jadeando como una perra en celo me corrí, siguió lamiendo sin parar, bebiendo todos mis jugos.
Con las piernas temblándome por el orgasmo tan violento que había tenido, me colocó de nuevo a Sultán delante de mí. Acercó al perro a mi cara pero no la cabeza, sino la cola, para que lo oliera, se la levantó y acerqué la cara a su culo, tenía un olor muy fuerte y me dio asco, pero me sentía enfebrecida y acercando la boca le di varios lametazos. Me fijé en su polla, que era lo que ellos querían, era muy grande y larga, roja, me acerqué y la olí, su olor tan fuerte y desagradable me embriagó; sin dejar de apoyar las manos en el suelo, abrí la boca y empecé a chupársela.
-¡Mira cómo se la chupa la puta de tu madre!
-Mi madre ya entiende que es una perra, ha nacido para ser una puta y hacer todo lo que yo quiera.
Todos comprobamos que a Sultán le volvió loco que se la chupara. José tenía que sujetarlo con fuerza, de lo excitado que estaba el animal, mientras yo chupaba y disfrutaba como una perra de aquella polla, tan extraña y diferente a las que estaba acostumbrada, por su textura, su olor, su sabor.
Cuando el perro ya no pudo más de excitación y a José le costaba cada vez más controlarlo, lo llevó detrás de mí. Había llegado el momento de que me follara. José preguntó si me cubrían con algo la espalda, pero mi hijo dijo que no, que sintiera las garras de Sultán en mi carne. José ayudó al perro a erguirse sobre sus patas delanteras, lo que no le costó mucho esfuerzo, pues estaba como loco por follarme. Sultán apoyó las patas en mi espalda, clavándome las garras en la piel. José le cogió la polla y la dirigió a mi coño, le metió la punta y le soltó. Contuve la respiración al sentir su enorme polla rozando mi coño y cómo José la apuntaba a mi interior, mirando a mi hijo masturbarse con más fuerza mientras observaba a su madre completamente borracho de lujuria. José soltó a Sultán y la polla entró de golpe, en toda su longitud, haciendo que gritara sin poder controlarme. El perro empezó a follarme, como lo hacen los perros, con unos movimientos violentos y agresivos, dando golpes secos según su polla entraba y salía de mi coño, sus garras arañándome y clavándose en mi piel.
El dolor era enorme, lo intentaba, pero no podía evitar gritar, era como si me estuvieran desgarrando el coño; el perro no era consciente de la forma tan brutal en la que me estaba follando, yo no era más que una perra a la que follar con un agujero en el que desahogarse y descargarse. El peso del animal era enorme y sus garras me hacían sangrar la espalda. Entonces sus patas resbalaron de mi espalda y quedó tumbado sobre mí, sin dejar de follarme brutalmente. Conseguí aguantar con las rodillas y las palmas de las manos firmemente afirmadas en el suelo, gritando como una loca y jadeando de placer. Habría suplicado que lo separaran de mí, que no aguantaba más, pero al mismo tiempo no deseaba que aquello terminara nunca y empapé su polla con mis jugos al correrme.
-¡Joder!, ¡la está follando como si fuera una perra de verdad!
Me daba unos golpes tan fuertes que parecía que su polla entrara cada vez más y más dentro de mí, hasta llegar a mis mismas entrañas. Mi hijo y su amigo no paraban de hacer comentarios y eso me calentaba todavía más.
-Vamos, mamá, demuéstrale a Sultán lo buena perrita que eres.
-A Sultán le encanta, está como loco, nunca le había visto gozar tanto con una perra.
Entonces su polla se hincho dentro de mí y quedamos los dos pegados. No puedo describir lo que sentí al tener ese trozo de carne enorme dentro de mi coño, era un placer indescriptible, pero al mismo tiempo me daba miedo que sacara la polla de golpe y me desgarrara. Mi hijo y José nos miraban embobados, casi como en trance, gozando al límite de la experiencia que contemplaban sus ojos, mi hijo ya se había corrido, pero su polla seguía erecta y él seguía masturbándose mirándome hipnotizado.
Por un momento Sultán dejó de moverse y yo me quedé jadeando, sintiendo con placer su polla dentro de mí, y entonces dio un empujón muy violento y se corrió. Su semen empezó a extenderse por mi interior, chorros y chorros de líquido caliente. Mi coño se saturaba, salían hilos de leche por los bordes que resbalaban por mis muslos. La sensación fue tan fantástica que tuve un nuevo orgasmo, casi al mismo tiempo que mi hijo se corría por segunda vez casi consecutiva. Mi hijo veía en mi cara el placer que sentía y lo puta que era.
No sé cuántos minutos más estuvimos pegados Sultán y yo, hasta que por fin la bola se le quitó, se relajó y se salió de mí. Su polla chorreaba semen al igual que mi coño. Me moví a cuatro patas como la perra en la que me había convertido, con el coño totalmente irritado, me acerqué a mi perro, le acaricié con ternura y chupé su polla para tragar los restos de leche. Cuando terminé José se llevó al perro y dejaron que me vistiera, aunque mi hijo no dejó que me lavara, quería que volviera a casa goteando semen de perro y oliendo a sexo, seguro que volvería locos a todos los perros con los que nos cruzásemos en el camino de vuelta. Me ayudaron a vestirme con delicadeza, pues me costaba mantener el equilibrio por tanto rato que había pasado a cuatro patas, porque tenía el coño super irritado y escocido, y porque tenía la espalda llena de arañazos; confiaba en que mi marido no me viera la espalda. Mi hijo y su amigo estaban más que satisfechos del espectáculo que les había brindado y así me lo expresaron, nos despedimos y mi hijo me llevó a casa, pensando por el camino, seguramente, en nuevas perversiones que practicar con su madre.