La puta de mi propio hijo (11)
Sexo en el probador.
Un día salimos mi hijo y yo a dar un paseo. Me había vestido con una falda corta y una camiseta ceñida, unos zapatos de tacón sin medias; por supuesto no llevaba ropa interior, no quería volver a fallar a mi hijo en ese aspecto. Paseábamos por la calle como si fuéramos una pareja, agarrados de la cintura, su mano deslizándose por mis nalgas. Algunas personas nos miraban conscientes de la evidente diferencia de edades entre los dos, muchos envidiaban a mi hijo y la mayoría admiraba mi cuerpo. ¡Me sentía tan a gusto con él, sabiendo que yo era suya, que era su puta! Sólo una cosa nos dividía: me aterrorizaba que alguien conocido pudiera vernos y se descubriera nuestra relación, a él en cambio era eso precisamente lo que más le excitaba, el riesgo, el peligro, el morbo.
-¿No crees que podríamos comprarte algunas prendas sexis, mami? Algo de lencería apropiada para una puta como tú, ¿qué te parece?
Me lo dijo susurrándomelo al oído, sacando la lengua y metiéndola en mi oreja, con su mano debajo de mi falda apretándome las nalgas, en medio de una de las calles más céntricas y concurridas de la ciudad. Ya he mencionado que me quería siempre sin ropa interior, pero por supuesto algunas veces le gustaba que me vistiera lo más provocativa posible, sobre todo si estábamos solos, con la lencería más sexi y provocativa, y le encantaba elegirla para mí y comprármela. Me giré y le besé en la boca.
-Es una idea estupenda, mi amor.
Nos cogimos de la mano y entramos en una de las tiendas de ropa interior de moda que hay en el barrio comercial. Estuvimos un buen rato mirando distintas prendas: braguitas, sujetadores, ligueros, medias, corsés. Todo era maravilloso, me sentía como una niña en una juguetería o en una tienda de golosinas. Lo miraba y tocaba todo. La suavidad de las prendas, su textura, incluso el aroma a ropa nueva me gustaba. Una dependienta muy joven y guapa se acercó a nosotros.
-Hola, si puedo ayudarles en algo, no tienen más que decírmelo.
Mi hijo la echó una mirada de las suyas, con la que podría derretir a cualquier hembra, y se puso a flirtear descaradamente con ella.
-Estábamos buscando algunas cosas un poco especiales.
La chica se dirigió hacia mí y me llevó a una mesa donde había varias prendas exhibidas.
-Estos conjuntos negros y rojos con encajes son muy sexis y delicados, estoy segura que a su novio le encantarán.
Cuando dijo la palabra "novio" quise en seguida replicar que se había confundido, pero me lo pensé mejor, pues explicar que en realidad era mi hijo sería todavía peor.
-Sí, mi novio, claro sí, a mi novio le gustará mucho.
Mi hijo nos estaba oyendo, pero disimulaba mirando otras prendas a unos pasos de nosotros. Al final llevaba en las manos un montón de prendas diferentes de todo tipo y la pregunté si podía probarme algunas; me indicó uno de los probadores del fondo y me dirigí allí. Me entretuve un momento haciendo que miraba las prendas para escuchar la conversación entre mi hijo y la dependienta.
-¿Hay algún inconveniente si voy al probador con ella?
-Bueno, no permitimos normalmente que los hombres acompañen a sus parejas a los probadores, y menos si son tan guapos como tú no queremos que nadie se queje de ruidos extraños en las cabinas, ¿verdad?
La chica le guiñó un ojo pícaramente a mi hijo, que exhibía su más encantadora sonrisa, mirando su escote con todo el descaro del mundo.
-Seguro que tú ya has hecho alguna cosita en alguno de esos probadores, ¿a que sí, preciosa?
-Mmmm si no estuvieras con esa novia tuya tan mayor, te diría que vinieras a verme a la hora de cerrar.
-Por eso no te preocupes, es mi madre, y cuando cierres me tendrás aquí para que me enseñes cómo son de cómodos esos probadores.
La dependienta se puso colorada y sonrió pícaramente.
-¿Tu madre?, perdona, no lo había imaginado es que no es normal que un hijo acompañe a su mamá a comprar lencería, no es algo que se suela ver pero supongo que tu mamá tiene mucha suerte
-Mi madre y yo tenemos una relación muy especial y estrecha, y me gusta que esté guapa, por fuera y por dentro.
Las insinuaciones e indirectas eran más de lo que podía soportar y suplicaba porque dejaran de hablar de nosotros.
-Desde luego tu mami viste de lo más provocativo ¡y no lleva sujetador!, pero ya que como dices, es tu mamá, te dejo que la acompañes al probador.
Mi hijo la echó una última mirada al provocativo escote, la guiñó un ojo y me miró. Me metí en el probador dejándole aún un poco más hablando con la dependienta. Me desnudé y me puse uno de los conjuntos que había escogido, uno formado por braguita y sujetador negros de encaje, pequeños, muy delicados y excitantes. Mi hijo entró en ese momento, cerró la puerta, me abrazó y empezó a besarme con lujuria. Yo me dejé llevar, estaba excitada, quería hacerlo allí, en un lugar público, con el riesgo de que nos oyera todo el mundo y nos descubrieran.
-Me gusta el conjunto que has elegido, mamá, me pone.
Se bajó los pantalones y los calzoncillos y se puso a frotar su polla contra las braguitas nuevas hasta que en pocos segundos se puso como el acero de dura. Me arrodillé, la acaricié entre mis manos, la froté contra mis pechos y mis pezones, y me la metí en la boca.
-Eso es, puta, cómemela como tú sabes. Vamos, mamá, sé muy zorra.
Se la mamaba mirándole a los ojos, como a él le gusta, acariciándole el interior de los muslos y los huevos. Mi hijo se echó atrás, apoyándose con fuerza contra la puerta del probador.
-¡Puta, eres la mejor mamando pollas! ¡Perra, no pares!
Una dependienta nos preguntó si todo estaba bien, y entre jadeos contenidos mi hijo la dijo que sí, que todo estaba bien y que no pasaba nada. Me levanté y pegué la espalda contra la pared, me quité las braguitas nuevas pero me dejé el sujetador, precioso, con la copa baja, y que realzaba mis pechos de una manera increíble; mi hijo se pegó a mí y me penetró. A los pocos minutos le había rodeado con mis piernas y él me sujetaba con las manos, en vilo, su boca lamiendo, babeando y mordiendo mis tetas, mis pezones, mi boca, mis labios; ya no podíamos evitar los ruidos en el probador, que crujía y se agitaba con los envites de mi hijo, y los gemidos y jadeos nos costaba un mundo sofocarlos y disimularlos.
-¡Vamos, cabrón, reviéntame!
-¿Cómo puedes estar siempre tan mojada, hija de puta? Eres como una perra en celo.
-¡Sí, mi vida, mi amor, tu perra! ¡Vamos, cabrón, lléname de leche! ¡Dale tu leche a tu perra!
Mi hijo empujaba y empujaba, más y más fuerte, hasta que arrimándose mucho a mí y pegando su boca a la mía, se corrió dentro de mí. Gracias a que su boca tapaba la mía no pude soltar el grito de satisfacción que deseaba y que habría retumbado en toda la tienda.
Cuando mi hijo por fin se relajo, tras derramar todo su semen en mi interior, y la adrenalina se le fue pasando, se separó de mí, dejando que me recuperara lentamente. Me vestí, nos arreglamos la ropa y cogí todas las prendas que ni siquiera me había probado. Cuando salimos la dependienta que nos había atendido nos miraba de hito en hito, sin saber muy bien cómo reaccionar, evidentemente sospechando pero sin estar segura.
-Bueno, espero que las prendas le gusten y le sienten bien.
-Sí, todas son perfectas, muchas gracias. ¡Uff!, ¡qué calor hacía ahí dentro, estoy empapada!
Mi hijo pagó y le susurró a la chica que volvería a la hora de cerrar, despidiéndose con un guiño. Según salíamos, algunas clientas nos miraban de reojo y una pareja cuchicheó algo al pasar a su lado. Cuando estuvimos en la calle me agarré del brazo de mi hijo y le besé en la boca con ganas.
-¿Por qué no nos vamos a algún hostal tranquilo y me pruebo toda esta ropita tan maravillosa, mi vida?