La puta de mi propio hijo (10)

Todos lo queríais, y aquí está de nuevo la tía.

Poco a poco las cosas volvieron a ser como antes, y mi vida volvió a estar dominada y regida por los caprichos y deseos de mi hijo. Pero ahora me sentía más atada a él, como si su ausencia los últimos meses hubiera hecho que mi dependencia sexual por él aumentara hasta límites casi insoportables. Y ahora que por fin había regresado del extranjero, quería que comprendiera que era suya en cuerpo y alma. Le buscaba en cualquier momento, suspiraba por su contacto, por su cuerpo, por su boca, pero sobre todo por su forma de tratarme. Me había dado cuenta que ya no podía vivir sin ser su perra, su puta, su esclava.

Mi hijo volvió a dirigir y ordenar mi forma de vestir e incluso mi forma de comportarme. De nuevo debía vestir como él deseaba, generalmente sin ropa interior, siempre preparada para recibirle y aceptarle cuando a él le apeteciera, en casa, por la calle, en cualquier sitio, incluso en mi propio trabajo, como ya pasó alguna vez. Pero se volvió más cruel conmigo. Y además volvió a verse con su tía, mi cuñada; cada varios días iba a su casa y muchas de las veces no volvía hasta el día siguiente. A su padre le decía que se quedaba en casa de algún amigo, o que estaría con alguna chica, pero a mí me decía la verdad, en toda su crudeza, que se iba con la tía y que se pasarían toda la noche follando. Y yo sentía celos, unos celos terribles, y mi hijo me decía dónde iba sonriendo malicioso, sabiendo que me humillaba.

Una tarde fui a casa de la tía, pensando que la encontraría sola, pues estaba convencida de que mi hijo estaba con sus amigos, quería hablar con ella. Me abrió la puerta y la contemplé sorprendida, estaba medio desnuda. Ya he contado que es la hermana de mi marido y que pese a haber tenido cuatro hijos se conserva estupendamente, con un cuerpo grande y exuberante, y sé que desde que se divorció y sus hijos se fueron a vivir cada uno por su lado, y especialmente desde que descubrió las dotes sexuales de mi hijo, su lujuria es enorme, rivalizando en todo momento conmigo por la atención de mi hijo. La miré de arriba abajo, llevaba sólo una bata larga semitransparente y unas sandalias de tacón muy alto, nada más; no llevaba la bata abrochada y sus enormes pechos asomaban bajo ella, quedando al descubierto todo el centro de su cuerpo, su ombligo y su pubis depilado, su coño, que parecía húmedo y sus muslos.

-¡Cariño, qué sorpresa tan agradable, pasa!

Dudé pues parecía que la había interrumpido, parecía claro que estaba con algún hombre, pero antes de que pudiera disculparme me cogió del brazo y me hizo pasar al salón. Se sentó con las piernas cruzadas, apartándose la bata y mostrándome sus monumentales piernas y sus gruesos muslos. Siempre le había gustado provocarme e incitarme. Y yo reconozco que su cuerpo siempre me ha atraído, a pesar de no considerarme lesbiana, ni siquiera bisexual.

-Venía a hablar un rato contigo, pero me parece que te he pillado un poco "ocupada".

-Pues sí, reina, la verdad es que ahora mismo estoy "ocupada", como tú dices, pero no te preocupes, habíamos decidido tomarnos un pequeño descanso, así que podemos tomarnos una copa tú y yo tranquilamente.

Sirvió dos copas y sacó un paquete de cigarrillos, se sentó otra vez acariciándose el cuerpo suavemente mientras hablábamos, con toda la intención de ponerme nerviosa. En eso oí pisadas que se acercaban desde su dormitorio y cuando levanté la vista vi a mi hijo completamente desnudo que se acercaba a nosotras.

-Hola mamá, qué placer tan inesperado.

Su polla estaba relajada y se bamboleaba como un péndulo al caminar, estaba relajada, pero su tamaño era de todas maneras considerable, y me costaba apartar la vista de ese pedazo de carne tan maravilloso y sabroso. Se sentó en el borde del sofá, en el apoyabrazos, rodeando con un brazo a su tía y acariciando uno de sus pechos.

-A la tía le gusta verme desnudo en todo momento cuando estoy en su casa.

-Sí, y a su vez, a tu hijo le encanta que yo esté siempre desnuda, o sólo vestida con tacones muy altos o con esta bata semitransparente que me regaló. Le gusta que lo haga todo desnuda delante de él.

Mi hijo se inclinó y besó con lujuria la boca de su tía con los ojos abiertos mirándome a mí, mientras ella acariciaba su muslo y subía la mano hacia su miembro.

-¿Quieres quedarte, mamá? – Y se fue a la cocina a beber algo.

-Tú hijo me vuelve loca, ¿sabes, cariño? Justo antes de que llegaras acababa de provocarme un orgasmo increíble, usando sólo su lengua en mi coño.

Me hablaba sensual, la bata resbalando de su hombro, los ojos fijos en los míos. Mi hijo volvió y se sentó a mi lado, acariciándome los pechos por encima de la blusa.

-Tía, quítate la bata, que te vea el cuerpo mi madre.

Mi hijo se inclinó sobre mí y me lamió la cara con toda la lengua al tiempo que me desabrochaba los botones de la blusa. La tía me acariciaba las piernas con sus pies.

-Hacía mucho que no os veíais así las dos, ¿verdad?, y yo estaba deseando teneros a las dos juntas para mí. Dime, tía, ¿qué deberíamos hacer con la puta de mi mamá?

Me había abierto la blusa y bajado las copas del sujetador hasta tener entre sus dedos mis pezones. –Deberíamos desnudarla y follarla entre los dos, hace mucho que no disfruto de la zorra de tu madre.

Mi hijo se levantó de un salto y cogiéndome de la mano me llevó al dormitorio de su tía; ella nos seguía detrás. Entre los dos me quitaron la blusa y el sujetador casi con violencia, me bajaron la falda y me tumbaron en la cama. Mi hijo se tumbó sobre mi estómago, sujetándome las muñecas con sus fuertes manos, mientras la tía se tumbaba a mi lado acariciando mi cuerpo. Ese día estaba tan convencida de que mi hijo estaba con sus amigos y no en casa de su tía, que cometí el error de no vestirme como él me ordenaba, y como hacía un poco de fresco había decidido ponerme bragas y panties. La tía me acariciaba los panties y mi hijo me miraba enfadado. Con una velocidad enorme me soltó una de las muñecas y me dio una bofetada violenta en la cara.

-Creía haberte dejado muy claro cómo debías vestir, puta asquerosa, y creo que los panties y la ropa interior no entraban dentro de esas normas.

Sin que tuviera tiempo de disculparme, la tía se sentó sobre mi cara aplastando su coño contra mi cara. Me sentía sofocada, pero no tenía más remedio que sacar la lengua y lamerla el coño. Mi hijo mientras se levantó de mí, se deslizó por mis piernas y me quitó los zapatos; me arrancó con furia los panties y las bragas y las rasgó por completo, me levantó las piernas y me la clavó de un solo golpe en el coño. Los dos se movían hiper excitados sobre mí, casi con rabia. Tardaron poco en correrse, mi hijo en mi coño y la tía en mi boca.

-Habría que castigarla por haberte desobedecido, ¿no crees, mi amor?

-Sí, tía, tienes razón, mamá merece un escarmiento.

La tía se levantó y fue a un cajón del que sacó un consolador enorme sujeto a unas correas, se lo ató a la cintura y se colocó de rodillas donde me había follado mi hijo; éste volvió a sentarse sobre mi estómago para sujetarme las manos. La tía me levantó las piernas como había hecho antes mi hijo, pero sacándome más el culo, yo les dije que ese consolador era demasiado grande, pero mi hijo empezó a darme pequeños cachetes en la cara, mientras me decía que había sido una mala mamá y que merecía un castigo y un escarmiento; los cachetes no eran fuertes, no eran violentos, pero no dejaba de dármelos y pronto mi cara estuvo completamente roja y empezó a dolerme, cuando noté la punta del consolador en la entrada de mi ano.

Quizá por la tensión, por los cachetes o por la humillación, pero mis ojos se llenaron de lágrimas, mi hijo sonrió cruel y la tía dio un empujón seco y fuerte para empalarme.

Grité, lloré, y mi hijo siguió dándome cachetes, y mi tía me follaba con ese gigantesco consolador mientras me llamaba puta y mil cosas más. La saliva de mi hijo caía sobre toda mi cara, sobre mi boca abierta, unas veces la dejaba caer, otras me escupía con fuerza, mientras la tía me destrozaba el culo, sin ninguna compasión, sin preocuparla que pudiera hacerme daño o me pudiera estar desgarrando. Cuando se cansó se salió de mí, tumbándose sudando y jadeando por el esfuerzo; mi hijo se echó sobre ella y follaron gritando de placer a mi lado, mientras me recuperaba y me acariciaba el ano totalmente irritado y dolorido y me hacían chupar el consolador manchado de mi ano. Me sentía humillada por como me habían tratado, sentía que no había sido más que un juguete en manos de mi hijo y su tía. Pero aún quedaba lo peor. Cuando hubieron descansado y tomado otra copa a mi lado, como si yo no existiera, se levantaron, se acuclillaron sobre mí uno enfrente del otro, besándose, y empezaron a mear sobre mí. Los chorros de pis caliente se derramaban por todo mi cuerpo, empapándome, empapando las sábanas, llegando a mi cara, mi pelo, entrando en mi coño. El olor pronto fue sofocante. Se levantaron cuando terminaron y se fueron a lavarse, dejándome allí, empapada, escocida y humillada.

Al rato mi hijo volvió y me dijo que se quedaría esa noche en casa de la tía, llevaba mi ropa en la mano, y cogía de la cintura a su tía, acariciándola las nalgas.

-Me gustaría quedarme a solas con mi tía, mamá, es mejor que te vayas a casa. Toma tu ropa y vístete, pero tu ropa interior, aparte de que te la he rasgado, no quiero que te la pongas, ni el sujetador.

Me dejó que me lavara y me vestí. Salí al salón donde estaban los dos desnudos fumando y bebiendo. –Falta un detalle, mamá. – Se levantó y arrancó todos los botones de mi blusa. –Así estás más puta, ¿no crees, mamá? – Me fui de allí intentando taparme las tetas como podía, lo cual sin botones con los que abrochar la blusa era realmente difícil, y dejé a mi hijo y su tía desnudos besándose y acariciándose en el sofá; la tía me despidió con una mirada burlona mientras se comía a mi hijo.