La puta de mi hijo 04
Mi hijo me emputece en casa y en mi oficina
Capitulo 3 – Mi hijo me emputece en casa y en mi oficina
Todo cambió desde el día en que mi hijo se metió en mi cama y me forzó a follar con él. Me dejó claro que había decidido convertirme en su puta, y yo me sentía tan subyugada a él que no pude negarme, accedí a todos sus caprichos. Para estar en casa, me vestía con faldas tan cortas, que aun estando de pie se me veía la parte baja de mi culito. Camisas desabotonadas un poco más de lo normal o camisetas de tirantes de tela muy fina para que se me marcaran los pezones. Gozaba provocándole, y él respondía a mis provocaciones comportándose a veces como un salvaje.
Desde aquel día, mi hijo disfrutaba metiéndome mano, aunque su padre estuviera presente. Andaba todo el día excitadísima, imaginando y deseando sentir sus manos en mi cuerpo. Por la noche, estando los tres sentados en el sofá, viendo la televisión. Me tumbé encima de las piernas de mi marido que seguía atentamente el programa de la televisión y doble las piernas por las rodillas juntándolas, pero los pies los mantuve separados. De esa forma, mi hijo que estaba sentado a mi lado, me pudo tocar el chocho todo lo que quiso, y hasta me metió un dedo dentro de mi culito.
Casi siempre comemos y cenamos en la cocina, a los tres, nos resulta más cómodo. Da la casualidad, de que al sentarnos, yo siempre lo hago en medio de mi hijo y mi marido. Pues bien, mi hijo no paraba de acariciarme las piernas; a mí, se me había caído el cubierto sobre el plato dos veces de lo nerviosa que estaba, entonces, me abrí de piernas y dejé que mi hijo me sobara el conejo durante la cena.
Si después de cenar, mi marido decía que se iba a acostar porque estaba cansado, mi hijo me miraba con deseo y me quedaba con él un rato más << para ver la televisión >> le decía a mi marido dándole un beso en los labios. << No os acostéis tarde >> era la recomendación que nos hacía el muy gilipollas. La realidad era bien distinta. Mi hijo se pasaba cuatro horas matándome de placer, normalmente me echaba tres polvos, por el coño y por el culo.
La perversión a la que me tiene sometida mi hijo no tiene límites. Su imaginación por gozar de mi cuerpo, llega hasta el extremo, de que, cuando me voy a mear al baño de abajo, el que está al lado de la cocina, me prohíbe que cierre la puerta, él viene detrás de mí y me hace todas las guarradas que se le imaginan.
Una vez, entró en el bañó unos minutos después que yo, y me sentó encima del mueble del lavabo. Yo me abrí de piernas para él, dispuesta a gozar de su polla, pero mi hijo tenía otros planes. Una de las cualidades de su maravillosa polla, es que, a pesar de estar flácida, como es muy gruesa y larga, me la puede meter sin problemas y eso es lo que hizo; metérmela hasta el fondo. Luego, me alzó en vilo hasta situarme justo encima del lavabo y me morreó.
Me pareció raro que no me follara, y fui yo la que meneó el culo provocándole
— ¡Vamos, trabájame el chocho! —le dije, pero me mandó parar —No quiero follarte. Voy a mearme en ese chocho tan rico que tienes mamá—y fue dicho y hecho.
Ya se estaba meando dentro de mi coño y yo hice lo mismo, le meé mojándole los huevos. Igual que dos cerdos, nos morreábamos con lujuria y nos meábamos mutuamente. Otras veces, se agachaba cuando estaba sentada en la taza del váter y abría la boca, así, mientras recibía mis chorros, él se ponía cachondo viendo cómo meaba.
Cada vez que mi hijo va a mear, cuento hasta veinte y me levanto. A mi marido le doy cualquier escusa para ir a la cocina (últimamente frego a mano), entonces, salgo por la otra puerta al pasillo del garaje y entro en el servicio donde me espera mi hijo. Nos devoramos la boca. Nos metemos mano, luego, me pego a él por detrás, le agarro el cipote y le pongo a mear como cuando era pequeñito.
¾ Cuando eras niño, te sujetaba la pilila con dos dedos— le dije al oído
¾ Pues sujétamela así.
¾ De eso nada, ahora quiero utilizar toda la mano —dije agitándola en el aire
Cuando empieza a mear, lo siento en la mano y me pongo muy cachonda; hasta me agacho para ver cómo mea su polla, en cuanto termina de salirle el chorro, le limpio la polla con mi boquita. Me he vuelto tan guarra, que también me bebo sus meadas encantada.
Mi hijo dice que soy una buena cerda, y ¡Es verdad! y ¡Una perra en celo! porque cuando estoy en casa, ando salida detrás de mi hijo. He variado drásticamente mi vida laboral. Antes solía trabajar ocho horas y comía fuera de casa. He delegado en mis empleados y he reducido mi jornada laboral; ahora me marcho a las tres de la tarde y como con mi hijo.
Los dos sólitos cubiertos nada más que con una mínima prenda interior. Los dos con un tanga; a él le dejo uno de los míos, porque sé que es incapaz de sujetar el paquete de su entrepierna y eso me pone súper cachonda. A veces nos sentamos a la mesa uno enfrente del otro, y mientras comemos, nos acariciamos con los pies. Otras, estoy tan caliente, que me siento encima de él con su polla bien adentro.
Yo le alimento a él y él me alimenta a mí y de paso da de comer a mi conejito. Después de recoger la mesa, me asalta la ansiedad, ya que voy a estar sola con mi hijo hasta que viene su padre, sobre las nueve o nueve y media ¡Seis horas gozando! Y lo mejor de todo es que no me canso.
En casa, tenemos un pasillo, que va desde el salón, hasta el garaje. También desde el pasillo, puedes acceder a la cocina, y al baño donde mi hijo y yo hacemos nuestras cochinadas. Algunas veces, me para en el pasillo y me pega contra la pared, me abre la camisa que ya llevo bastante desabotonada y me saca las tetas. Me las soba todo lo que apetece y cuando se satisface, me estira de los pezones y me los lame con fuerza, hasta me los muerde cuando se descontrola a causa de tanta excitación.
Mientras mi hijo me mete mano y se satisface conmigo, yo puedo ver perfectamente a mi marido sentado en el salón, nos puede pillar con sólo girar la cabeza, la situación es tan morbosa, que me corro a veces y le muerdo a mi hijo en el hombro para no chillar de gusto.
Ese pasillo de la casa, es terrorífico para mí, porque cuando me pilla mi hijo, además, de sobarme las tetas, mete su mano bajo mi falda.
—Ábrete puta— me dice, y yo separo las piernas.
Entonces, él me soba el chocho todo lo que le apetece. Luego me estira del clítoris hasta que se me pone tieso y me lo masturba con dos dedos, me lo ha sensibilizado tanto, que me corro de gusto enseguida. Es otra de las cosas que tengo que agradecer a mi hijo. Gracias a él, ahora me corro con muchísima facilidad. Mi cuerpo se estremece, y a pesar de que le suplico que me deje correrme en paz, mi hijo no para de hurgarme el interior de mi vagina con su lengua para beberse el flujo de mi orgasmo.
Más de una vez, consigue que me orine de gusto en su mano. Le gusta, lo sé por el gesto de su cara, mirándome mientras me meo. Una vez repuesta del orgasmo, me obliga a chuparle la mano y los dedos, empapados de mis propios fluidos. Y todo esto ocurre, mientras veo a mi marido sentado tan tranquilo.
El descaro de mi hijo y mi morbo, llegan hasta tal punto, que también en el pasillo me dejo follar de pie, aunque mi hijo me alza una pierna, para empujar con fuerza y así, penetrarme más a fondo. Pero eso me lo hace pocas veces, ya que mi marido nos puede pillar en cualquier momento y en esa postura no puedes disimular. Más de una vez me ha vuelto contra la pared y ha intentado darme por el culo, pero yo me niego a que me lo haga en el pasillo.
También he de decir, que cada vez me cuesta más negarme a las exigencias de mi hijo, porque no deja de insistir; y más temprano, que tarde, acabaré dejándome dar por culo en el pasillo, de eso estoy segura.
Una tarde, después de comer, mi marido se fue al salón a ver la tele. Yo le preparo café y se lo sirvo ahí porque sé que le gusta. Mi hijo subió a su habitación a hacer no sé qué. Y yo, me entretuve para colocar los platos en el lavavajillas. Al poco, entró mi hijo entornando la puerta que da al salón. Me echó sobre la mesa donde comemos y que acababa de limpiar, me levantó la falda; ese día llevaba ropa interior, metió la mano por dentro de mis braguitas, y me sobó el culo todo lo que quiso.
¾ Quiero echarte un polvo putita — me susurró al oído
Su padre podría haber entrado en cualquier momento y me excité enseguida. Pero no quería que me follara así, por lo que me di la vuelta y me senté encima de la mesa. Alcé y separé mis piernas dejando que me sobara el chocho por encima de mis braguitas, mientras yo le acariciaba la enorme polla. Luego, me apartó las braguitas a un lado y me la clavó en el coño de un solo golpe.
Joder que excitación, porque en esa postura pude agachar la cabeza y ver cómo su polla me abría el chocho cuando me follaba. No quiero ni pensar en lo que habría podido pasar si nos hubiera sorprendido mi marido. A mí toda cachonda, pidiendo a mi hijo que me diera su polla, y a su hijo follándome el coño mientras me sobaba las tetas. Desde luego, ni mi hijo ni yo pensábamos en eso, la excitación y el morbo eran demasiado grandes y ninguno de los dos podía parar ya.
Lo mejor de todo eso, es que disfrutaba muchísimo comportándome como una puta. Mi hijo y sus ganas de follarme a todas horas con su enorme polla. Me vuelve loca. Me he vuelto una adicta, a tener sexo con mi hijo, es una deliciosa droga a la que estoy enganchada y de la que no quiero desengancharme por ahora.
Le excitaba tanto el riesgo, que me lo hacía en cualquier momento. Un día que estaba preparando la cena, se abalanzó sobre mí, me agachó sujetándome con sus fuertes brazos sobre la encimera de la cocina y allí mismo, precipitadamente, me dio por el culo. Le importó un bledo que le suplicara en voz baja, él se saciaba con mi culito.
Yo siempre con el miedo a que su padre pudiera descubrirnos. Me lo hacía de una forma tan salvaje, que me hacía daño. A mí me aterraba la situación, pero no podía resistirme a mi hijo, a su polla, y al dominio total que ya ejercía sobre mí. Más que sodomizarme, mi propio hijo me violó. Y lo peor de esa violación, es que la disfruté a pesar del daño que me hacía.
Los cinco dormitorios de nuestra casa, están distribuidos a lo largo de un pasillo. Todos son del mismo tamaño y disponen de baño propio. Empezando por el fondo, el primero es donde dormimos mi marido y yo. El siguiente, es el de nuestro hijo, los otros tres están siempre libres. Uno de ellos es el que ocupó mi cuñada, viviendo con nosotros una temporada, después de su divorcio, pero ahora está libre. Los tres primeros dormitorios, están dentro del pasillo, los dos restantes, dan a una especie de descansillo que está, justo encima del salón; a esa zona, la llamamos el balcón. Muchas veces, nos hablamos desde ahí, por no tener que bajar las escaleras hasta el salón.
Pues bien, un domingo por la tarde, yo me encontraba agarrada a la barandilla del balcón, y mi hijo pegado a mí por detrás dándome por el culo. Me mordí los labios para no chillar, porque su padre estaba sentado abajo viendo la televisión, tan tranquilo. Yo le veía sentado y si mi marido hubiese mirado hacia arriba, lo habría visto todo. Habría visto como su hijo me daba por el culo embistiendo con fuerza y autoridad. Teníamos que hablar en susurros para que mi marido no nos oyera.
¾ Me corro, me corro mamá. Quita, que le echo la lefa a papá—me susurró
Rápidamente me di la vuelta y me agaché, lo cogí la polla a mi hijo y me la enchufé en la boca tragándome su copiosa corrida. Después de correrse en mi boca, le limpié la polla con la lengua, aprovechando cualquier resto de semen para saborearlo.
¾ Estás loco, como se te ocurren esas cosas ¡hijo a veces me asustas!—le susurré.
¾ No estoy loco mamá. Es que me gustaría que papa viese cómo me follo a la puta de su mujer ¿Te imaginas qué morbazo?
¾ ¡Calla loco! —le dije. Pero ¡Sí! Claro que me lo imaginaba y tenía razón. Sólo de pensar en la morbosa situación, me ponía cachonda.
Muchas veces y hasta que viniera mi marido. Me pedía que estuviera totalmente desnuda haciendo las cosas de la casa. Mi hijo, se espatarraba en el sofá acariciándose su maravillosa polla mientras se deleitaba con mi cuerpo desnudo. También me obligaba a caminar descalza por la casa, o con tacones y braguitas, según le apeteciera. Hacía las tareas del hogar, llena de ansiedad; esperando que en cualquier momento, a él le apeteciera acercarse para sobarme o follarme. Solo cuando oíamos que llegaba su padre, me dejaba ir a ponerme algo de ropa. Pero nunca demasiado, lo justo para estar vestida, y por supuesto sin ropa interior. Afortunadamente, mi marido no sospechaba nada, si me notaba nerviosa nunca me dijo nada. Tampoco lo dijo por mi forma de vestir por casa.