La puta de mi hijo 01
Como mi marido no me atiende, su hermana y yo nos lo montamos
Capitulo 1
Como mi marido no me atiende, su hermana y yo nos lo montamos
Tengo 39 años y estoy casada aunque no puedo decir que felizmente, ya que, hace por lo menos un año que mi marido ha perdido el interés por mí. Soy bastante atractiva para mi edad. Mi pelo es de color rubio natural, además, tengo las piernas largas debido a mi estatura: 1,76, muchos de los clientes de mi empresa, se sienten impresionados por mi altura y unos pocos intimidados. Mis caderas son muy voluptuosas. Voy al gimnasio tres días a la semana por lo que mi cuerpo es atractivo. Los hombres que acuden al gimnasio me miran de reojo, los jovencitos son más descarados, se ponen con disimulo frente a mí cuando hago mis tablas de ejercicios con las esperanza de ver algún extra de mi cuerpo. Yo me siento muy halagada por el interés que muestran. Mis pechos son grandes, aunque no exagerados y gracias a una dieta en la que incluyo esteroides, sin pasarme, se me han desarrollado más de lo normal, sobre todo los pezones y el clítoris. No me importa, ya que añaden sensualidad a mi cuerpo.
Nunca me pongo braguitas por debajo de la ropa de entrenamiento para no escocerme, por eso se me marca el coño descaradamente, pero ¿Qué culpa tengo yo de que los bodis sean tan ajustados? Si veo uno o dos hombres que insisten mucho en mirarme, pues les recompenso abriéndome de piernas con disimulo para que se lleven un buen recuerdo de mi cuerpo, disfruto un montón mirando con disimulo con se empalman los pobrecillos. Por la calle, muchos hombres se giran para mirarme, sobre todo cuando me pongo pantalones muy ajustados. Hasta en mi oficina tengo admiradores, y eso que la ropa que visto es más bien formal; normalmente uso un conjunto de traje y chaqueta, con la falda cortita para lucir las piernas, quizá por eso los chicos me miran más al cuerpo que a la cara, también he descubierto a alguna jovencita mirándome el culo. Así que, me pregunto: ¿qué le pasa a mi marido que no se excita conmigo?
Sospecho, que prefiere a chicas más jovencitas que yo, en su empresa, hay secretarias jovencitas y muy monas. Aunque no estoy segura, no tengo pruebas de que sea eso exactamente. O sea, que por más vueltas que le doy, no encuentro justificación al abandono sexual que me tiene mi marido, si hasta hace un año estaba atento conmigo, en cambio ahora, sólo me hace el amor de vez en cuando y de manera mecánica y rutinaria.
Me aburro cuando le tengo encima de mí empujando. Ya no disfruto cuando lo hago con él, al principio, me costaba llegar al orgasmo; ahora, ni si quiera llego y tengo que simular los gemidos y los jadeos. No soy ninguna ninfómana ni nada por el estilo, pero me gusta el sexo ¡Me encanta el sexo joder!
Harta de no recibir lo que mi cuerpo demanda, me he comprado vibradores y consoladores; algunos los disfruto en el despacho de mi oficina; es el mejor anti estrés que conozco, de algo me tiene que servir ser la dueña de la empresa. Los mejores orgasmos me los reservo para mi casa lógicamente. En mi habitación, la pared que está frente a los pies de la cama está forrada con un espejo que va del suelo al techo. Fue precisamente mi marido quien insistió en ponerlo, alegando que era muy morboso vernos mientras hacíamos el amor; a mí nunca se me ocurrió mirarme, en cambio ahora sí que me miro, tiene gracia. Me pongo unos cojines para verme bien abierta de piernas mientras me acaricio la raja del coño para calentarme, luego me penetro con el consolador desesperadamente imaginando que un macho bien dotado me posee salvajemente hasta que exploto alcanzando mi tan ansiado clímax que me transporta a otro mundo, al menos unos minutos.
Me he vuelto una morbosa. Una vez, usando un vibrador sobre mi clítoris, vi a través del espejo, cómo mi vagina se contraía a la vez que se me abría el esfínter de mi culito, ¡joder! quedé tan maravillada, que después de proporcionarme uno o dos orgasmos con la polla de goma, remato mi sesión sexual con un vibrador y mirando a través del espejo como me corro, luego me duermo agotada y satisfecha.
Pero sigo necesitando que me monten, hecho mucho de menos el peso del cuerpo de un tío dándome polla hasta dejarme agotada y satisfecha. En suma, necesito nuevas experiencias. Por eso llamé a mi cuñada, la hermana de mi marido.
Está divorciada, no tiene hijos y vive sola; supuse que debía tener más experiencia que yo en el terreno sexual. Vino a casa un viernes por la tarde, aprovechando que mi marido estaba de viaje. Yo me encontraba sola en casa, mi hijo también había salido y no regresaría hasta bien entrada la madrugada, por eso llevaba puesto sólo las braguitas y una blusa sin mangas anudada a mi cintura y sin el molesto sostén. Ella llevaba puesto un vestido veraniego y súper corto, luciendo sus bien torneadas piernas. A pesar de tener cinco años más que yo, también tiene un cuerpo escultural, gracias a mí, que la convencí para que fuera al gimnasio para cuidarse el cuerpo desde que se divorció hace ya ocho años.
Nada más cerrar la puerta de la calle, me abrazó por la cintura y nos dimos nuestro saludo habitual: un beso en los labios. Más que cuñadas, somos amigas íntimas. Nos llevamos de maravilla y nos tenemos mucha confianza. En el gimnasio al que vamos las dos, creen que somos una pareja de lesbianas y eso que nunca hemos dado pie para que piensen así de nosotras. Pero ya se sabe, la gente es así, qué le vamos a hacer.
Yo la consolé cuando su marido la dejó por una jovencita de 23 años, 15 menos que ella. La pobrecita se quedó hecha polvo, como esposa y como mujer. Destrozada, sin autoestima y al borde del precipicio mentalmente hablando. La recogí en mi casa y con mucha paciencia, me encargué de juntar los añicos en que se había convertido por culpa del alcohol. Con firmeza, cariño y mucho amor, logré recomponerla de nuevo. Se puso a trabajar y alquiló un apartamento donde vive más feliz que cuando estaba casada. Mi marido me está eternamente agradecido por eso, sin embargo lo hice porque la quiero mucho.
Nos sentamos en el sofá y me miró.
¾ Perdona, pero sabes que no soporto ver como ocultas tus encantos —me cogió los pechos con las manos y me los sacó afuera de la blusa, rozándome aposta los pezones con los pulgares, volvió a mirarme y me desató el nudo de la blusa y me la quitó — Ahora sí — dijo.
¾ Un momento, si yo me quedo en bragas, tú también— Mi cuñada permitió que le sacara el vestido por la cabeza; la dejé sólo con un tanga de color negro, muy cuco. Me la quedé mirando un instante y le apreté los pechos — que tetas más duras tienes cuñada— dije. No es que quisiéramos enrollarnos, nada de eso, lo que pasa, es que estábamos acostumbradas a vernos desnudas en el vestuario del gimnasio y en las duchas, cuando estábamos solas, nos hacíamos bromas como dos adolescentes, dándonos azotes en el trasero o estirándonos de los pezones cuando nos enjabonábamos, nunca hemos ido más allá. Dejé de mirarle los pezones y me puse seria contándole mis problemas personales con su hermano. Se mosqueó y con razón, por no habérselo contado antes y le pedí perdón. La verdad es que no sé porque no se lo conté antes.
¾ ¿Está enrollado con alguna furcia? Porque de ser así, le corto los huevos—
¾ No lo creo.
¾ De todas formas es mucho tiempo el que lleváis sin relaciones. Si quieres hablo con él.
¾ Llevamos así, desde que le ascendieron a Director general. Primero empezó a venir más tarde a casa y luego a viajar. Puede que el pobre esté estresado, en cuanto a que tenga un ligue, no lo sé con certeza.
Me cogió una mano acariciándomela me preguntó: — Cariño ¿te folla? —
Dejé escapar un largo suspiro antes de contestar — al principio de cuando en cuando, ahora nada de nada y el problema es que no duraba lo suficiente; no lograba correrme con él, para mí que tiene eyaculación precoz.
¾ ¿Habéis hablado de ello? —
¾ ¡Claro que sí! Le eché en cara que ya no me satisfacía y él me dijo que era por culpa del estrés del trabajo, ahora tiene mucha responsabilidad.
Mi cuñada se sentó a horcajadas encima de mis piernas
— Eso son gilipolleces, tú deberías estar también estresada, a fin de cuentas eres la dueña de la empresa — dijo acariciándome los pechos.
¾ No había caído en ese detalle. De todas formas, las mujeres somos más fuertes y soportamos mejor la presión ¿no?
¾ Tienes toda la razón cielo —dijo presionando mis duros pezones.
¾ Deja ya de sobarme las tetas y hazme caso —protesté apartándola las manos de mis pechos— en cualquier caso lo nuestro ya no tiene remedio, así que escucha, quiero preguntarte algo, me gustaría saber ¿Cómo te lo montas?
¾ Tengo una buena colección de vibradores para el clítoris. Pero los consoladores los uso prácticamente a diario —dijo agarrándome las tetas otra vez; empezaba a gustarme que me las tocara y no le dije nada.
¾ ¿A diario? Mira que tienes vicio —me reí.
¾ ¿Vicio? No hija ¡Ganas por pillar un buen rabo! Eso es lo que tengo —nos reímos las dos con ganas— lo mejor que te puedo recomendar es que pruebes con una mujer, damos mucho más placer que los tíos— Me apretó los pechos con delicadeza— los tíos están bien, pero es muy difícil dar con uno que valga la pena. Te lo digo yo que he catado unos cuantos, además como no les conoces de nada, tienes que ponerles un condón, no sea que algún graciosillo te pegue el sida y, un hombre con un condón en la polla pierde mucho, no disfrutas lo mismo; en cambio los consoladores no te pegan nada si los lavas. Te recomiendo los grandes; son maravillosos. Yo tengo dos de 25 centímetros, pero mi favorito es el de color negro. Fíjate si lo uso que el pobre está perdiendo el color.
¾ Eres una guarra —dije mirando cómo me acariciaba las tetas ¡Era tan excitante!
¾ Lo que tú digas, pero son una pasada —se acercó a mi cara —Mira, primero te sobas el conejo bien sobado, hasta que sientes los dedos empapados, luego te abres el chocho con una mano y te lo metes muy despacito —su voz era muy sensual; me estaba excitando— lentamente para que puedas saborear su tamaño mientras te entra, empujas y empujas y cuando te llega al útero —puso los ojos en blanco— alucinas; los ojos te haces chiribitas.
¾ Pues cuando el ginecólogo me metió la mano en la última revisión, me hizo muchísimo daño.
¾ No me jodas —Se despegó de mi cara— eso es porque son unos bestias, peo esto es muy distinto, no se parece en nada a las revisiones del ginecólogo; esto es un gustazo; y tú lo controlas, si te duele paras, y la próxima vez no te metes tanto, yo me lo meto todo enterito, y se me escapa un poco de pis del gusto que me da. Lo mantengo dentro un rato, mientras, me estrujo las tetas y me acaricio los pezones para que se me pongan muy duros. Cuando estoy lista, empiezo el mete y saca, primero lentamente, luego más rápido; cuando siento que me viene, vuelvo a clavármelo despacio un rato y acelero poco a poco. A mí me encanta hacérmelo así, y termino meándome del gustazo mientras me corro, desde que hago eso, me pego unas corridas de muerte, tienes que probarlo, ¿alguna vez te has meado de gusto mientras te corres? —Negué con la cabeza.
¾ ¡Pobrecita! — Me apretó contra sus pechos acariciándome el pelo —no sabes lo que te estás perdiendo, aunque si quieres, sabes que puedes contar conmigo.
Me estaba invitando pero sin presionarme ¡qué gran amiga era mi cuñada! Por eso la quería con locura. Me abracé a ella con fuerza, para demostrarle mi cariño y cerré los ojos un momento. Pensando en lo que estaba diciendo. En todo lo que me había perdido y en lo que me estaba perdiendo si eso era verdad ¡Yo también lo quería joder! Abrí los ojos y me sentí invadida por una sensación muy agradable.
Me fijé en su pezón; parecía muy duro por lo tieso que estaba. Era de color rosa, y destacaba un montón contra sus areolas de color marrón. Ese contraste de color me atraía como un imán. Lo tenía casi pegado a mi cara, y sentí unas ganas irrefrenables de lamerlo. Saqué la lengua y lo rocé con la puntita. Mi cuñada se estremeció. Le pasé toda la lengua comprobando que estaba muy duro y volví a sentir como se estremecía. Al tener mi cara contra su pecho, escuché como se le aceleraba el corazón. Me noté excitada. Nunca en mi vida he tenido un contacto tan íntimo con una mujer como lo estaba teniendo ahora. Lamer el pezón a mi cuñada me ponía muy caliente ¿por qué se trataba de ella, o porque realmente estaba muy necesitada de sexo? No lo sabía, y tampoco me importaba, porque mientras pensaba, ya le estaba mamando el pecho y succionando su pezón, y encima me gustaba hacerlo.
Ella no decía nada que pudiera animarme, sólo gemía y me acariciaba la cabeza, me dejaba elegir a mí sola. Le solté el pezón y dejé de mamar su pecho porque quería hablarle de mis experiencias frente al espejo. Le di detalles de todo, absolutamente todo. Del cómo y cuantos orgasmos lograba; sin darme cuenta, yo había separado mis muslos y también los suyos.
¾ Tú sí que eres guarra y una viciosa — dijo y explotamos en risas.
Sentí su mano deslizarse furtivamente entre mis muslos para acabar tocándome el coño por encima de las braguitas. Instintivamente separé un poco más las piernas suspirando, me encantaba su caricia, pero fue breve. Lo lamenté, pero lo comprendí. Mi cuñada no quería obligarme a dar el siguiente paso. Ese debía darlo yo por mi propia voluntad. Me emocioné por la paciencia que tenía conmigo.
De repente me apetecía hacer una travesura. Intenté librarme de su mano, no por rechazo, sino por jugar, y nos enzarzamos en una lucha inocente. Yo le agarré un pecho intentando atraparle el pezón con la boca, pero ella me esquivaba siempre, y fui yo la que terminó con un pezón dentro de su boca. Ella qué tiene más fuerza que yo, me sujetaba los brazos por detrás de mi espalda, casi no me podía mover. Y mi cuñada se estaba dando un festín con mi pezón, lo lamió, lo chupó y terminó succionándolo con fuerza, saltando de un pecho al otro, cuando me soltó los brazos no quise apartarla, la pobre estaba tan cachonda, que la dejé que se saciara con mis pechos.
Ella me soltó el pezón y me miró. Ya está satisfecha pensé, y entonces me atrapó el otro pezón, que estaba tan caliente como ella. Miré cómo me mamaba los pechos y me entró la necesidad de acariciarla. Deslicé las manos por debajo de sus brazos y le apreté con delicadeza los pechos, mientras ella alimentaba su lujuria con mis pezones, yo jugaba con los suyos acariciándoselos con los dedos, retorciéndoselos con delicadeza. Me hubiera gustado acariciarla el culo, pero para eso, yo tenía que acercarme más, y ella hubiera tenido que dejar de chuparme las tetas, así que, me aguanté las ganas. No sé el tiempo que estuvimos así, sólo sé que cada vez me sentía más tentada a tocar más partes de su cuerpo.
Y de repente la tiré hacia mi derecha sobre el asiento del sofá. La pillé tan desprevenida, que cuando quiso reaccionar, ya era tarde, además, ella se estaba partiendo de risa, porque me eché encima ayudándome con todo el cuerpo; peso 58 kilos nada más, pero fueron suficientes para mantenerla tumbada de costado, y así logré meter mi mano entre sus muslos con facilidad.
Al poner mi mano sobre su coño, noté lo caliente que estaba, el tanga estaba húmedo, ¡joder qué cachonda me ponía! Sé que tiene la vulva muy gordita; se la he visto muchas veces cuando nos duchamos, por eso se la pude agarrar sin problemas, se la sobé con los dedos varias veces recorriendo su raja de arriba a abajo durante un rato.
De repente le pregunté si se rendía. << No sé por qué se me ocurrió semejante tontería, porque ella había dejado de moverse en cuanto yo empecé a tocarla el coño >> Creo que lo hice, porque no me sentía muy segura de lo que quería; o quizás, porque no me atrevía a dar el siguiente paso. El caso es que seguí jugando con ella: ─“Serás castigada aunque te rindas”- exclamé. Ella, siguiéndome el juego, suplicó mi perdón con una vocecita muy cursi - “La inquisición no perdona a las pecadoras” - exclamé de nuevo y la froté el coño con mi mano, por encima del tanga, pero, en cuanto sentí toda esa carne en la palma, me invadió la necesidad; le froté el chocho un buen rato. Mi intención no era masturbarla, sólo jugar comportándome como una pícara adolescente.
¾ Menos mal que tengo el coño afeitado, que si no, me lo habrías pelado, cabrona— comentó mi cuñada. Las dos nos partimos de risa. Estábamos sudorosas pero yo seguía muy excitada. El caso es que ella seguía tumbada sobre su costado derecho, y yo encima de ella y con mi mano entre sus muslos. Joder, me sentía incapaz de parar de sobarle el pedazo de chocho que tiene la guarra.
¾ ¿Está mi sobrino en casa? —preguntó de pronto.
¾ ¿Por qué, por si nos pilla? ¡Estate tranquila! Ha salido, así que estamos solitas, además, me ha dicho que volverá tarde, seguro que ha ligado.
¾ Si no fueras su madre, yo sí que me lo ligaba ¡y me lo comía! Me encantan los yogurines, aunque sea mi sobrino— Me separé de mi cuñada, dejando que se acomodase a su gusto; terminó poniéndose boca arriba, con las piernas juntas y dobladas por las rodillas. Me miraba fijamente y le brillaban los ojos, yo también la miré sintiendo muchas cosas a la vez, al ver como separaba los muslos lentamente, se me desbocó el corazón de lo rápido que empezó a latir. Me estaba invitando, deslicé mi mano por el interior de su muslo y la posé encima de su abultado coño. Una vocecita dentro de mi cabeza me empujaba hacia mi cuñada, pero yo me resistía como una tonta a dar el paso definitivo.
¾ Eres una salida —dije para salir del paso, sin mirarle a la cara, sólo a su entrepierna mientras la acariciaba sobre el tanga.
¾ ¡Venga ya! No me digas que no te has fijado en el enorme bulto que se le marca ¿es que no le miras el paquete de vez en cuando?
¾ ¡Claro que no me fijo! No sé si lo tiene grande o pequeño ¿Cómo voy a mirarle el paquete a mi hijo? Que mente más retorcida tienes — De pronto, no sé por qué, se había roto la intimidad que habíamos creado y me entró corte al verla espatarrada — ¡Anda! Vamos a tomar algo a ver si te enfrías— me retiré de encima de ella. Aunque la vocecita de mi cabeza me decía que la tocara más y que me la comiera la ignoré por completo.
Me levanté y eché a andar hacia la cocina. Mi cuñada detrás de mí, iba dándome azotes en el culo. y yo, meneé mis caderas pomposamente para hacerla reír. Nos servimos un té helado con azúcar, limón y unas gotas de ginebra. La bebida estaba deliciosa y prácticamente nos la bebimos de un trago — somos unas borrachas— dije. Nos servimos un segundo vaso. Mi cuñada se aupó hasta sentarse encima de la encimera.
¾ Me duele un poco el cuello —dije frotándome la nuca.
¾ Eso te pasa por ser tan bestia. Ven que te doy un masaje —se echó hacia atrás haciéndome sitio entre sus piernas
Me acerqué a ella. Las braguitas se le habían bajado un poco, seguramente producto de la lucha y por el hueco, se le veía parte de la vulva.
¾ Se te ve el chumino guarra.
¾ ¿A que lo tengo bonito? —dijo corriéndose las braguitas a un lado para mostrármelo.
¾ Tienes un chochazo precioso —Esta vez hice caso a mi voz interior. Me apoyé sobre sus muslos y me agaché para vérselo con todo detalle. Los abultados labios mayores. Los labios menores eran enormes; sobresalían bastante sobre los mayores, le colgaban cuatro centímetros por lo menos. Llevada por el deseo, se los estiré hacia abajo sin sentir corte alguno.
¾ Deberías probar a una tía, así podrás decidir mejor, si no te gusta, te buscas un tío y ya está.
¾ Lo último que haría en esta vida, es serle infiel a tu hermano.
Mi cuñada decidió que debía darme un empujoncito.
¾ Pues entonces prueba conmigo, me tienes dispuesta
¾ ¿Estás segura, no será que me estás agradecida y por eso estas dispuesta? Tenía que estar segura antes de dar un paso más.
Mi cuñada me cogió la cara con sus manos, y me atrajo hacia ella con fuerza. Me lamió los labios y me los besó. Me sorprendí al ver que no me metía la lengua. Poco a poco, empecé a sentir el calor de sus labios hasta que fue abrasador. Entonces me di cuenta de sus sentimientos hacia mí. El beso duró mucho, tuvimos que separarnos porque nos faltaba el aire.
¾ Agradecida te estaré toda la vida, hasta que me muera, pero esto no es agradecimiento —sus labios seguían pegados a los míos— te tengo ganas desde hace tiempo. Te he respetado porque eres la mujer de mi hermano y la madre de mi sobrino, sino, ya te habría comido hace tiempo.
Me incliné y le besé el chocho, ella soltó un gemido. Saqué la lengua dispuesta a probarla y lamí toda la hendidura de mi cuñada. Sabía salada, olía a sudor y un poco a pis, igual que la polla de los hombres. Pero había otro aroma, nuevo y algo más fuerte que me estaba embriagando; pegué la nariz y aspiré profundamente llenándome las fosas nasales, era ese aroma a mujer el que tanto me atraía.
Llevada por la curiosidad, me agaché un poco más y pegué la nariz al agujerito de su culo, también aspiré con fuerza, y reconocí el mismo olor a hembra y es que las mujeres somos más limpias que los cerdos de los tíos. Después de olerlo, hundí la lengua en la raja de su coño, tanteando el hermoso clítoris del tamaño de un garbanzo gordo y duro como una piedrecita. Descendí y di unos toquecitos al bultito de la uretra, a mi cuñada se le escaparon una gotitas de pis y se las lamí.
Habiendo explorado cada rincón de su vulva, me agaché para degustar su vagina. Le abrí con los dedos un buen boquete y metí la lengua todo lo que me dio de sí. Recorrí la piel rugosa y me bebí el líquido que manaba de su interior. Sabía agrio y salado a la vez, una mezcla extraña pero que me supo deliciosa. Joder qué cachonda me estaba poniendo. Mi cuñada no paraba de jadear y gemir en voz alta y yo, cuanto más la chupaba más deseo me entraba a seguir chupando. Era una sensación nueva que nunca había experimentado, ni siquiera con mi marido.
Sujeté con fuerza los muslos de mi cuñada que empezaba a agitarse. Y, dejándome llevar por ese deseo que me invadía y me quemaba por dentro, llegué con mi lengua al esfínter de su culo. Lamí primero la piel rugosa de alrededor, y luego di unos cuantos lametones al abultado ojete. Mi cuñada se agitaba con más violencia pero no por eso, consiguió que me despegara de su culo pero yo me acerqué más a ella. Empecé a explorar el carnoso esfínter con la lengua, que al poco tiempo, empezó a abrirse y cerrarse ¡qué curioso! Pensé, y me separé para verlo, entonces me di cuenta de que mi cuñada se estaba corriendo.
Su vagina se contraía, la piel que une la vagina con el ojete, latía muy deprisa y el esfínter, se abría y se cerraba. Me quedé absorta mirando, era la primera vez que veía cómo se corría una tía, duró un minuto o un poco más y fue muy excitante, me palpé mi conejito y noté que tenía las braguitas muy mojadas. Miré a mi cuñada. Los gestos de su cara revelaban cuanto placer sentía en esos momentos. Tenía la mirada como perdida y los ojos vidriosos. Me la quedé mirando, sin perderme un solo detalle de su gozo. Poco a poco se fue normalizando, yo traté de ayudarla dándole besitos en los muslos y el vientre.
¾ Menuda corrida te has pegado guarrona—le dije cuando logró enfocarme.
Me aupé a la encimera y me senté entre sus piernas, clavándome sus duros pezones en mi espalda. Ella bebió un largo trago del vaso, lo apoyó sobre la encimera y comenzó a frotarme la nuca. Sus manos ardían a pesar de haber sostenido el vaso helado. Me masajeó la nuca y luego los hombros, la tensión de mis músculos fue cediendo con el masaje hasta casi desaparecer —Mucho mejor—dije.
¾ He tenido un orgasmo tremendo—dijo— ¿Habías probado antes a una mujer?—preguntó.
¾ Jamás, nunca me he sentido atraída—contesté.
¾ Pues hija, para ser el primer coño que te comes, lo has hecho de maravilla—comentó
¾ No es lo mismo “un coño cualquiera” que “el chochazo” de la zorra de mi cuñada—dije
¾ ¡Eh! Un momento ¿cómo que soy una zorra?—protestó deslizando sus manos hasta llegar a mis pechos y me los acarició.
¾ ¡Vale! Una zorra no, eres un putón que se deja comer el coño—expliqué. Me fijé en sus pies, las dos íbamos al mismo pedicuro. Allí nos eliminaban las antiestéticas durezas y nos hacían la manicura. Le levante la pierna izquierda hasta ponerme su pie frente a mi cara — Me gusta la laca de uñas que te has puesto en los pies. Te los hace aún más bonitos.
Una mano de mi cuñada se deslizaba por mi vientre en dirección a mi entrepierna, se me erizó la piel y me puse muy nerviosa. La mano de mi cuñada me acarició el interior de mis muslos empujándolos hacia los lados. Tenía muy claro lo que pretendía y me abrí de piernas al instante.
¾ Eso es. Ábrete de patas, deja que te toque el conejo. Joder que conejo más rico tienes cuñada—dijo acariciándome mi húmeda raja— Dime ¿quién es ahora la guarra? —susurró sobre mi cuello, dándome mucho placer con la mano.
¾ Yo, yo soy la guarra que se deja tocar el conejito— murmuré vencida por mi propia calentura.
¾ ¿Y qué más eres?—susurró de nuevo
¾ Una puta, soy una puta; lo confieso, pero sigue con lo que estás haciendo—me sentía como una salida.
¾ Te gusta que te toque el clítoris ¿Eh? Mira que eres puta cuñada. Me encanta tu clítoris, parece una pilila pequeñita.
¾ Sí, tócamelo más, más deprisa—supliqué sintiendo que me venía el orgasmo.
¾ No quiero que te corras todavía zorrón ¡chúpame el pie so guarra!
No sé qué me pasó por la cabeza, pero le besé el pie y me metí tres de sus deditos en la boca, acariciando sus yemas con mi lengua. Bajó la pierna y pasó los brazos por delante de mí, me agarró por los muslos y me alzó en vilo acercándose mi entrepierna a su cara —qué conejo más bonito tienes— Su aliento me quemaba. Mi cuñada me besó la vulva varias veces—lo siento conejito, pero te voy a devorar—dijo.
Me escurrí por debajo de su brazo. Su pecho estaba muy cerca de mi cara, me estiré un poco y le atrapé el duro pezón con los labios, y empecé a mamarle el pecho, sintiendo cómo su lengua recorría mi hendidura de arriba abajo, y de abajo a arriba. No duramos mucho tiempo en esa postura. Ella se tumbó de espaldas sobre la encimera conmigo encima. Nos enganchamos en un 69 delirante. Yo le mamaba el clítoris; ella me lo mordía, me lo mamaba y me lo masturbaba con dos dedos. Yo le abrí la vagina con los dedos y metí la lengua dentro; ella hizo lo mismo conmigo. Nos bebimos el abundante flujo que destilábamos como dos desesperadas. Al final, nos comimos el orgasmo mutuamente.
Nos besamos el chocho mientras recuperábamos el aliento. Pasado un rato. Me eché hacia atrás para intentar levantarme.
¾ Ponte en cuclillas encima de mi cara — dijo mi cuñada.
No imaginaba lo que pretendía, tampoco que me rompiera las braguitas de un fuerte tirón. — Joder, que me han costado una pasta —protesté.
¾ Me importa un huevo, me estorban —dijo abriéndome las nalgas.
Me besó el esfínter y me estremecí. Me apoyé en mis rodillas para no caerme cuando sentí su lengua sobre, y alrededor de mi agujerito trasero.
— Qué ojete más rico tienes cuñada— dijo y continuó lamiendo.
Minutos después, la punta de su lengua, penetraba a través de mi esfínter. Un tremendo escalofrío recorrió toda mi espalda y me estremecí; empecé a masturbarme acariciándome con suavidad alrededor del clítoris. Mi cuñada se dio cuenta y retiró mi mano para masturbarme ella. Su lengua me estaba dando un placer irresistible y desconocido para mí hasta ahora; cuando hundió tres dedos en mi vagina, tuve un orgasmo brutal; tan fuerte que caí sentada sobre su cara y la lengua de mi cuñada penetró aún más adentro de mi culito. Pero rápidamente me alzó por las nalgas para contemplar los espasmos de mi orgasmo.
Acabé derrumbada sobre su vientre, con la cabeza entre sus piernas y el culo en vilo. Mi cuñada no paraba de besarme y lamerme el ojete del culo. Cuando empecé a recuperarme, le besé el pubis carente de vello. << Tanto mi cuñada como yo, estamos depiladas completamente. El único pelo que conservamos es el de las cejas y el de la cabeza >>. Me deslicé hacia abajo lamiendo la piel que se me ponía por delante. El olor de su sexo inundó mis fosas nasales. Aspiré hondo, impregnándome con su aroma de hembra.
Le abrí la vulva con las dos manos y me dediqué a observarle el chocho. Perfectamente distinguí el diminuto botón de la uretra, de la cual manaban pequeñas gotas, la muy guarra no podía contenerse. Lamí las gotas que salían y la zona de alrededor. Me detuve a observar de nuevo, pero no salieron más gotitas. Con las yemas de los dedos, deslicé el capuchón del clítoris hacia atrás hasta que quedó completamente indefenso y a mi merced —Te voy a devorar hijo de puta—dije.
Le torturé dándole toquecitos con la punta de la lengua hasta ponérselo duro como una piedra. Mi cuñada jadeaba y gemía en voz alta. Su cuerpo se estremecía debajo del mío con cada toque que daba en su clítoris. Disfrutaba oyéndola gemir y gritar de placer ¡cómo gritaba la muy puta! La estuve torturando de esa forma un buen rato. Hasta que se lo mordí con delicadeza, entonces ella soltó un grito y alzó el culo con violencia debido a la sorpresa y al placer.
—Chilla puta, chilla cuanto quieras— grité yo.
Cuando menos se lo esperaba, le ataqué el duro y tieso clítoris atrapándolo con mis labios y empecé a mamarlo con fuerza.
¾ Me matas hija de puta—gritó
Deseaba multiplicar el placer que ella me había proporcionado.
—Te voy a asesinar de gusto ¡so puta!—grité y volví a atraparle el clítoris con la boca.
Mi cuñada daba unos saltos tan grandes que me alzaba a mí también. No sé si pretendía con eso desembarazarse de mí, lo que sí sé es que no lo logró. Tenía su clítoris atrapado con fuerza entre mis labios para que no se me escapara. Ella se debatía levantando las caderas violentamente, ladeándose a derecha e izquierda, pero no le servía de nada, Yo había deslizado mis manos por los costados de sus caderas y le aferré los muslos con fuerza manteniéndolos bien separados para que ella no pudiera juntar las piernas. La mantuve bien espatarrada, oyendo como gritaba de placer, llamándome puta y guarra porque la estaba matando de gusto. La tenía dominada, cuanto más luchaba, más me excitaba yo.
Poco a poco cedió en su lucha.
—Me corro hija puta— gritó con fuerza mientras le venía el orgasmo.
Sólo entonces le solté el clítoris y me agaché para mirar sus espasmos. Apretaba la vagina, la piel que separa la vagina del ano, le latía con fuerza y muy deprisa, casi al mismo ritmo, que el ojete de su culo que se abría y se cerraba —córrete putón—le dije.
¡Dios qué cachonda me ponía al verlo! Cuando las convulsiones cesaron, le mordí el clítoris y lo mamé. Mi cuñada volvió a gritar y las convulsiones se reanudaron de nuevo, repetí así, tres veces más — para ya por favor, no me tortures más— la pobre me rogó y me suplicó.
Dejé de torturarla, pero no estaba satisfecha ¡joder! Yo quería ver como se meaba de gusto, porque jamás en mis 39 años había visto mear a una mujer. Aunque no se crea, las mujeres nos pasamos toda nuestra vida sin saber cómo es nuestro chocho, sólo podemos tocárnoslo, nada más, a menos claro está, que te pongas frente a un espejo bien espatarrada como hacía yo; pero mear, jamás podemos vernos mear, sólo el chorro que nos sale. Con mi barbilla, presioné su vientre en la zona de la vejiga.
¾ No hagas eso que me meo cabrona —chilló mi cuñada.
¾ Eso es lo que pretendo ¡quiero verte mear so guarra! —grité haciendo presión de nuevo.
El fuerte chorro que le salió me pilló desprevenida y me dio de lleno en la mejilla, muy cerca del ojo, me estiré lo suficiente, hasta que el chorro se estrelló contra mi cuello. Ahora sí que podía ver como se le abría la uretra. El ruido era ensordecedor desde tan cerca. El chorro salía con mucha fuerza, se mantuvo así unos segundos, y empezó a disminuir, tanto la fuerza, como el caudal. Cada vez que mi cuñada hacía fuerza para mear se le abría el ojete del culo y eso me excitaba.
—Me encanta ver como se te abre el culo zorra.
Ni siquiera me planteé porqué de repente me había vuelto una guarra. Sólo sé que mirarla me excitaba y mucho. No pensaba en nada más, salvo cuando vi que su meada se había convertido en un chorrito de apenas un centímetro, que se derramaba mojándole el culito. Entonces sentí un deseo irrefrenable de lamer. Acerqué la lengua al manantial de su chochito y lamí con avidez, cuando él manantial se secó, repasé la zona mojada con la lengua hasta llegar al ojete del culo. Antes de incorporarme, se lo besé unas cuantas veces mientras el esfínter se abría y se cerraba agradecido.
Pasé con cuidado las rodillas y las piernas por encima de mi cuñada, y me senté a horcajadas sobre sus caderas, tenía las piernas flexionadas y me apoyé en sus fuertes muslos. La pobre, tenía los ojos cerrados y respiraba ruidosamente. Me froté el coño contra su vientre. De pronto me vino una idea a la cabeza. Retrocedí un poco. Cogí sus piernas y las eché hacia adelante. Su culito se elevó y pude rozarme con su coño.
¡Qué sensación más maravillosa!
—No por favor, déjame descansar, te lo suplico.
Le solté las piernas ayudándola a ponerlas detrás de mí con mis brazos. Lentamente me agaché hasta apoyar mi cara por encima de su pecho izquierdo, la postura no era cómoda, así que estiré mis piernas hacia atrás y quedé tumbada sobre ella.
El corazón le latía con fuerza y regularidad. El pezón estaba tieso y le di un lametón. Sabía salado por el sudor. Alcé mi brazo izquierdo y rocé su pezón derecho con la yema de mis dedos. Su textura era rugosa y áspera, igual que los míos, la única diferencia es que mis areolas son oscuras y mis pezones del color del chocolate. Dicen por ahí, que los pechos así de oscuros atraen más a los hombres ¡Ja!
¾ Eres una cabrona, casi me matas de gusto —dijo mi pobre cuñada.
¾ No te imaginas lo que he disfrutado torturándote — besé su pezón.
¾ Deja que me recupere y verás. Cuando te eche mano me suplicaras.
¾ Eres una guarra, te has meado.
¾ ¿Y tú qué? so cerda, que te has bebido mis meados.
¾ ¿Alguna vez has visto cómo mea una mujer?
¾ ¡Jamás!
¾ Pues yo sí. Te he mirado mientras lo hacías.
¾ Habré puesto cojonuda la cocina.
¾ Un poco, luego lo limpiamos y ya está.
¾ ¿Qué hora es?
¾ ¿Tienes prisa?
¾ Ninguna.
¾ ¡Quédate!, duerme conmigo por favor —dije apretándome con fuerza contra su pecho.
¾ ¿Tanto lo deseas?
¾ No sabía cuánto hasta ahora ¿Te apetece?
Mi cuñada me cogió la cara con las manos y me miró fijamente.
— Te deseo desde el primer día que te vi desnuda —dijo y me besó los labios— Siempre he deseado darme el lote contigo —volvió a besarme— saborear tu cuerpo de los pies a la cabeza, así que, soy tuya para todo lo que quieras —su lengua penetró en mi boca y nos besamos con pasión.
Abrazadas y dándonos la lengua, ascendimos por la escalera para ir a darnos una ducha juntas. Mi cuñada abrió el grifo de la bañera y esparció unas sales y jabón. Yo me senté en la taza del váter porque tenía unas ganas de mear tremendas.
Ella se acuclilló frente a mí y me empujó hacia atrás — ahora me toca a mí mirar.
¾ Mejor vamos a la bañera —dije dispuesta a complacerla.
Ella entró primero, yo me puse frente a ella, saqué mi pierna derecha por fuera de la bañera y apoyé la izquierda contra la pared; me espatarré todo lo que pude para darle un buen espectáculo. Mi cuñada me abrió el chocho y se quedó mirando. Me salió un chorro fuertísimo, que pasó por encima de su cabeza; casi mojo el techo. Segundos después le meaba el pecho; mi caudal disminuyó muy rápido. Me separó las nalgas para ver cómo se me abría el ojete del culo con los esfuerzos y también bebió líquido del manantial de mi conejito, y cuando acabé de mear me lo mordió.
¾ Pero qué guarras somos joder —exclamó
¾ ¡Me encanta ser una guarra! En mi vida me he sentido más libre. Si lo llego a saber me hubiera entregado a ti mucho antes —le confesé— joder qué bien me siento.
¾ Así me siento yo también, desde que me he divorciado, sólo me preocupo de una cosa: ¡Disfrutar a tope! Haz lo que te pida el cuerpo y déjate de hostias. Es mi lema.
¾ ¿Sabes que te digo? Que tienes razón. Ahora que tu hermano no me folla, deseo gozar contigo, saciarme de ti y que tú te sacies de mí. Hacer el amor contigo es tan sensual y tan romántico —estiré mi pierna y puse los dedos del pie sobre sus labios. Mi cuñada me sostuvo el pie con la mano, me chupó los deditos de los pies, lamiendo las yemas muy despacio —de vez en cuando, dejaría que un macho bien dotado me poseyera hasta saciarse con mi cuerpo y al correrse, que me llenara el coño con su lefa caliente hasta reventar —añadí— a mí me gusta la lefa de tu hermano porque es muy espesa ¿y a ti?
¾ A mí también, de hecho, sabe mejor.
¾ ¡Hala que guarra! ¿Te has tragado la lefa de un tío?
¾ ¿Tú no te tragas la de mi hermano?
¾ Me da cosa —dije negando con la cabeza
¾ Yo tampoco llegué a probar la de mi marido. Pero ahora sí. Primero dejo que eche un polvo y se corra en mi coño o en mi culo, da igual, si veo que tiene la lefa espesa, se la mamo hasta que se corre y me la trago, si no, no.
¾ ¡Se me ocurre una idea! Por qué no contratamos los servicios de un puto que tenga un rabo enorme para que nos trabaje el coño. ¡Mejor un negro! que son los mejor dotados. En los periódicos se anuncian a miles —contestó mi cuñada.
¾ ¿Y si no me apetece un puto, qué hago?
Mi cuñada tiró de mi pierna y me deslizó por la bañera hasta pegarme contra su pecho. Yo rodeé su cintura con mis piernas para pegarme más a ella.
¾ Me llamas —Sus labios estaban tan cerca de mi cara que podía aspirar su aliento — y yo me encargo —dijo acariciándome el chocho con sus dedos.
¾ Sí —gemí—qué pena que no tengas una buena polla para taladrarme ahora mismo.
¾ Eso déjalo de mi cuenta —susurró en mi boca
Nos morreamos con lujuria, con un frenesí brutal.
Me estaba metiendo tres dedos en la vagina y me apreté contra su mano deseando metérmela entera. Afortunadamente y gracias a la acción del agua caliente y espumosa, mi cuñada me enchufó la mano hasta un poco más arriba de su muñeca. Sentí sus dedos abriéndose paso a través de mi cérvix y llegué al clímax de una forma brutal. Chillé y mordí el hombro de mi cuñada; no podía controlarme, ella me susurraba palabras cariñosas mientras su mano entraba y salía de mi vagina y terminé orinándome contra su vientre en medio de unas convulsiones terribles.
Mientras me recuperaba, ella me mamaba los pechos con mucha dulzura, esa dulzura que sólo una mujer sabe dar a otra mujer. Cuando me recuperé, yo también la mamé los pechos y le metí la mano dentro del chocho todo lo que pude; explorando con los dedos la piel rugosa de su vagina; y también se orinó de gusto.
—Vamos a cambiar el agua joder, que está llena de meados—dije soltando el tapón del desagüe.
Dejé el grifo abierto para que se llevara los restos del agua y volví a taponar la bañera. Mientras se llenaba con agua limpia y templada, me coloqué entre sus piernas, apoyando mi espalda contra sus durísimos pezones y dejé que me acariciara el cuerpo.
¾ La próxima vez ponemos velas alrededor—dijo.
¾ Tócame el chocho, anda—le pedí.
¾ Eres una puta—dijo acariciándome la raja con los dedos.
¾ Lo soy, no te lo discuto y una cerda y una guarra y todo lo que quieras que sea, pero tócame—dije y la besé en los labios.
¾ ¿Te hago una paja en la pilila? —me preguntó acariciándome el clítoris.
¾ Me encantaría— susurré abandonándome a sus caricias.
Mi cuñada me masturbó el clítoris hasta que me vino el orgasmo. Después de correrme, cambiamos los sitios y yo la masturbé a ella hasta que se corrió en mi mano. Luego nos relajamos en silencio disfrutando del silencio que nos rodeaba. Así estuvimos hasta que el agua se enfrió. Ella salió primero de la bañera y la di un fuerte azote en el culo y dio un grito.
Nos secamos el cuerpo la una a la otra y sin ponernos nada que nos cubriera la desnudez, bajamos a la cocina. Recogimos nuestras braguitas destrozadas e inservibles y las tiramos a la basura; luego limpiamos la cocina, borrando el rastro de nuestras cochinadas y preparamos una cena fría a base de ensaladas y vino tinto, dulce y muy frio, mi cuñada encontró velas en un cajón. Cenamos en la cocina y mi cuñada encendió las velas y apagó las luces. El ambiente era muy íntimo, la verdad.
Senté a mi cuñada sobre mis piernas y la abracé — ¿me vas a seducir? —preguntó sonriéndome divertida.
¾ ¿Qué pasa, que no puedo seducir a la puta de mi cuñada?
¾ Poder no, querida ¡Debes! —nos echamos a reír.
Ella me alimentaba y me daba de beber de su mismo vaso, entre bocado y trago, yo le mamaba los pezones y le masturbaba el clítoris muy despacio, no quería que se corriera, sólo que disfrutara. De postre volvimos a tomar té helado azucarado y con un chorrito de ginebra; fue una cena deliciosa, la mejor de nuestras vidas.
Recogimos la mesa juntas. Estando agachada sobre el lavavajillas, mi cuñada me dio un mordisco en una nalga. Di un grito
—Socorro, que me comen— y salí corriendo, ella me persiguió.
Subimos las escaleras de dos en dos escalones y entré en mi habitación con la sensación de que me encontraba a salvo. Parecíamos dos niñas felices jugando al “tula”.
Cerramos la puerta de mi habitación. Mi cuñada me alzó en vilo y me lanzó sobre la cama. Caí boca arriba y de un ágil salto se lanzó sobre mí, me pilló por sorpresa. Se sentó sobre mi estómago mientras me inmovilizaba los brazos por encima de mi cabeza con sus manos. Yo alzaba el culo con fuerza intentando derribarla, pero la cabrona no caía. Se acercó a mi boca dispuesta a devorarla, pero yo como podía girar el cuello no lo logró. Gruñó desesperada y acabó mamándome un pezón con fuerza ya lo tenía muy sensible y grité. Logré poner las piernas alrededor de su tronco y la tumbé hacia un lado; el problema fue, que aunque me moví con rapidez, no me pude montar encima de ella, pues antes de caer, me había cogido la muñeca de un brazo y me lo retorció detrás de la espalda.
¾ Me haces daño cabrona—Me quejé.
Pero ella me ignoró y se dedicó a estrujarme los pechos con la mano que tenía libre. Aguanté los apretones en mis tetas mientras respiraba hondo, luego me tiré hacia atrás con fuerza, logré sorprenderla y me monté a horcajadas encima de su vientre pero dándole la espalda. Como intentaba cogerme los brazos, me agaché y aproveché mi peso para separarla los muslos.
Lo único que tenia libre era la boca, así que, le mordí el chocho.
— ¡Puta! —gritó.
Lo que yo no sabía, es que la muy pécora estaba dispuesta a todo. Al agacharme, ella atacó mi retaguardia tratando de meterme un dedo por el culo, solté a mi victima inmediatamente.
El culito es la única parte de mi cuerpo que conservo intacta y virgen, no por mi gusto, sino porque mi marido no ha querido ni siquiera intentarlo. Si me lo hubiera pedido con tacto, habría accedido gustosa. Huí despavorida lanzándome por encima de sus piernas abiertas y la guarra se sentó encima de mi espalda, con la cara hacia mis pies y encima, me torturó haciéndome cosquillas en las plantas. De nada me servía tener las manos libres; en esa postura no podía agarrar nada. En cambio ella, sí que pudo separarme los muslos con facilidad deslizando las manos por debajo de mis caderas y por encima de mis piernas. En esa postura no podía juntar mis piernas.
¾ Eso no vale guarra, haces trampa—chillé.
¾ Te jodes cuñada ¿no sabes que en el amor y en la guerra, todo vale?
¾ Joder no sabía eso—dije perpleja.
¾ Pues ya lo sabes. Ahora prepárate, porque te voy a comer el chocho
Mi cuñada me alzó la grupa, me dobló la espalda lo suficiente para no hacerme daño y no tuvo más que agacharse un poco para poder morderme el chocho a su gusto. Aunque lo primero que hizo, fue chupármelo y sorber los líquidos que salían de mi vagina, porque el juego era de lo más excitante y yo, ya estaba muy cachonda.
Me preguntó si me rendía y grité un no rotundo. De nuevo, chupada de chocho y a sorberme los líquidos de la vagina. Esta vez, se entretuvo más. Me preguntó de nuevo si me rendía y volví a gritar que no. Mi cuñada me devoró el chocho literalmente.
Cuando se detuvo a preguntarme si me rendía, yo ya estaba a las puertas del orgasmo y me negué deseando sentir su boca hambrienta sobre mi indefensa hendidura.
Pero la muy cerda cambió de táctica. Sabiendo que mi culito estaba virgen, me abrió las nalgas presionando con dos dedos contra el ojete de mi culo. — O te rindes o te desvirgo tu precioso culito — preguntó con voz que denotaba su triunfo.
¾ Me rindo, pero eso no vale joder, te has aprovechado de mí debilidad —me quejé.
¾ Se siente cuñada, la vida es así.
¾ Anda, chúpame un poco más—le rogué— que estoy a punto de correrme.
Mi cuñada se puso en pie tirando de mis muslos hacia arriba. Mi cuerpo se deslizó entre sus piernas y me vi alzada hasta quedar haciendo el pino, de espaldas a ella, y de frente al espejo de la pared. Cuando me vi reflejada en esa postura y completamente a merced de mi cuñada, me puse más cachonda aun. Ella me lo vio en la cara y sonrió. Dirigiéndose a mí a través del espejo. Me miró fijamente
—Me voy a dar un festín con tu coño —dijo con voz sensual y a través del espejo, observé atentamente como su lengua, acabada en punta, se metía dentro de mi vagina y sorbía ruidosamente mis flujos.
¾ ¡Hija de puta! Qué bien sabes joder —dijo. Tenía la boca y la barbilla brillantes de mis jugos
Al agacharse de nuevo, vio los espasmos de que sufría mi vagina. Entonces se dio cuenta de que estaba en pleno orgasmo. Se quedó quieta, mirando cómo me corría, cuando los espasmos cesaron, me frotó el clítoris varias veces con la lengua. Lo tenía duro y tan extremadamente sensible, que mi cuerpo se estremeció de pies a cabeza. Me estuvo torturando un rato, vengándose de mi tortura que le hice en la cocina. Lo veía en su cara a través del espejo.
No sé, si por los continuos orgasmos que me sacudían o por la postura, el caso es que, me empecé a marear y ella me depositó en la cama con mucho cuidado y delicadeza, me trató como si fuera un objeto de cristal muy delicado. Se echó encima de mí, pero sin aplastarme dejándome espacio para que pudiera respirar hondo. Me llenó la cara de besitos tiernos y me lamió los labios. Una vez repuesta del mareo, saqué la lengua y nos las lamimos mutuamente despacio, también nos morreamos como las amantes apasionadas que éramos.
¾ Me vuelves loca cuñada —me miraba fijamente— No sé qué me pasa; contigo tengo unas sensaciones distintas a las que he tenido con otras mujeres.
¾ Vaya. No sé qué decirte, me siento muy halagada—dije un poco aturdida.
¾ ¿Dónde tienes tus juguetes?
¾ Allí —señalé la mesilla de la izquierda —en el último cajón
Mi cuñada miró y eligió un vibrador para el clítoris y un consolador del color natural de la piel de 20 centímetros de largo y 3 de grosor — Un poco pequeño pero servirá ¿No tendrás el arnés por casualidad?
¾ Pues sí. Precisamente ése cipote venía con uno. ¡En el armario! busca en el cajón de mi ropa interior, la caja está debajo de mis braguitas.
Mientras buscaba en el armario, me entretuve en mirarla el culo. Lo tenía precioso para su edad, elevado y con las nalgas redondas y duras.
¾ Me gusta tu culo —dije y ella lo movió
Sacó el arnés de su caja y en un santiamén, se lo puso y se ajustó el consolador.
Se giró y se acercó a mí blandiendo el cipote de látex en su mano derecha. Me puse muy cachonda al verla así. Se subió a la cama y se quedó de pie encima de mí, con un pie a cada lado de mi cuerpo.
¾ ¿Vas a follarme? —dije excitada.
¾ Antes tienes que pagar un castigo por haberte rendido.
Se agachó sobre mi cara con los muslos un poco separados; me dobló las piernas por las rodillas para apoyarse en ellas —anda, chúpame el culo guarra— Me puse a darle largos lametones en el ojete del culo. Esa noche nos hicimos de todo y como me prometió, nos frotamos el coño, experiencia que me encantó, no sabía que podía llegar a correrme de esa manera.
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A la mañana siguiente, bajamos las dos en braguitas (le presté unas mías a mi cuñada) y con las tetas al aire entramos en la cocina y sorprendimos a mi hijo que desayunaba en ese momento.
Un guapísimo adolescente de 18 años. Afortunadamente ha heredado mí atractivo, si a eso le sumamos su altura: 1,85; que va a un gimnasio, para moldear su cuerpo; que tiene la piel suave y está completamente depilado; bueno, sus partes íntimas no lo sé con seguridad, pero me imagino que sí, porque el baño está lleno de cremas depilatorias que no son mías. Me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que podría ser modelo sin ningún problema, aunque él no esté interesado.
No dijo nada. Sólo nos miró. Entonces me fijé en que ¡Se estaba empalmando! Al vernos ¡Santa madre de dios! Exclamé para mis adentros al ver el enorme bulto de su entrepierna. Yo preparé dos tazas de café recién hecho por mi hijo y le añadí leche y azúcar. Me volví dándole un vaso a mi cuñada y me refugié detrás de su espalda para seguir mirando a mi hijo.
Él sabía perfectamente lo que le estábamos mirando, y se apoyó en la encimera y separó las piernas. El bulto de mi hijo crecía rápidamente
— ¡Se le va a salir joder! —susurré a su espalda.
Mi cuñada me dio un ligero codazo en el estómago, se separó de mi lado y se apoyó en la mesa de la cocina con las piernas separadas, frente a su sobrino. Las braguitas que yo le había prestado le quedaban muy justas y se le marcaba el chocho perfectamente. Ambos, se miraron mutuamente la entrepierna.
Mi hijo seguía empalmándose, su apariencia era tranquila, como si su tremendo pene no formara parte de su divino cuerpo. “¡Se le sale¡ ¡Se le sale¡ ¡Se le sale¡” me repetí mentalmente mirándole a mi hijo, mientras ellos charlaban tranquilamente ¡y se le salió! Por el costado de la ingle, empezó a asomar la gruesa punta de su pene.
Mi cuñada se lo miraba con descaro y yo también, aunque sentí vergüenza por mirarle el pene a mi propio hijo. Su polla siguió creciendo y saliendo, entonces ocurrió algo asombroso. La punta empezó a ensancharse y la piel del prepucio retrocedió hasta liberar completamente su gordo glande.
Mi cuñada se calló de golpe al verlo, a mí, se me cortó la respiración y casi se me cae la taza al suelo. Mi hijo sonrió al ver nuestras caras. Se terminó el café y lentamente se agachó para colocar la taza dentro del lavavajillas. Yo le miré el culito prieto, pero mis ojos se desviaron un poco más abajo; Al tremendo bulto de su escroto. Mi hijo debía tener unos huevos enormes.
Se giró con una preciosa sonrisa en los labios. Su pollón asomaba completamente descapullado; mi cuñada y yo babeamos. Se me acercó y me atrajo contra él; me besó los labios.
— ¡Buenos días mamá!
Su polla me rozó el pubis y un escalofrío me recorrió la espalda. Se giró y se aproximó a su tía que seguía apoyada en la mesa. Incapaz de reaccionar, dejó que su sobrino la separara las piernas y con todo el descaro, se metiera entre ellas, sus sexos se rozaron, lo vi perfectamente. La abrazó.
— ¡Buenos días tía! ---Dijo y la besó en los labios.
Mi cuñada entreabrió su boca y mi hijo metió la lengua, la dio un beso de tornillo que a mí misma me cortó la respiración, al mismo tiempo mi hijo movía despacito el culo, frotando su enorme polla contra el chochazo de su tía. Cuando se separó de ella, mi cuñada suspiró dos veces; mi hijo salió tan tranquilo de la cocina. Yo, que estaba atenta, cogí al vuelo la taza que se le había deslizado de la mano.
¾ Tápate los ojos porque me voy a comer a tu hijo —se levantó de la mesa.
¾ No seas loca —la retuve por un brazo— ¡Es tú sobrino!
¾ ¡Me importa un huevo! ¡Tiene que ser mío! ¡Me caso con él si es necesario! —dijo en voz alta.
¾ Seguro que te ha escuchado ¡Estás loca! —rompí a reír a carcajadas.
¾ ¡Mira! cómo me ha dejado las braguitas el muy cabroncete —dijo mostrándome la enorme mancha de humedad.
Entre bromas, risas y cachondeo, los tres pasamos un agradable fin de semana, mi hijo nos regaló más veces la vista dejándonos ver cómo se empalmaba.
No le extrañó que su tía y yo durmiéramos juntas. Además, mi hijo no se mete en esas cosas. Desgraciadamente, el lunes nos devolvió de nuevo, a la vida monótona y aburrida.