La puta de mi hija. Superputa mejor dicho

Relato real sobre una relación incestuosa de un padre con una bella y putísima lolita que además es su hija.

Sé que es lo que se suele decir y nunca es cierto, así que no voy a esperar que me se me crea cuando afirmo que ésta que les voy a contar es una historia absolutamente real. No obstante lo es y mi conciencia me dicta que así lo asegure. El que me crean o no, y sé que no lo van a hacer, ya es algo en lo que en ninguna manera puedo influir, pese a que mucho me gustaría que lo hicieran.

La mía ha sido una historia mórbida que nunca supuse me fuera ocurrir a mí. Durante años y desde mi primera adolescencia, me ha venido seduciendo muy poderosamente el mundo del sexo, el morbo y la pornografía, habiéndome sentido atraído desde bien pronto por temas como los cuernos consentidos, la infidelidad femenina o la humillación. No así por otras temáticas, como el incesto, cuya afición llegó con los años y la cada vez más profunda inmersión en las abismales aguas de lo que llamamos perversión y depravación sexual, consecuencia lógica de quien lleva una poderosa sexualidad en sus genes y avanza siempre en busca de nuevas sensaciones para vencer la rutina en que va deparando lo ya superado.

Allá por Junio del 93, nació mi hija Minerva. Odio recurrir al tan manido tópico de "cambiaré únicamente nombres y lugares", pero no me queda otra. El nombre de la niña es lo suficientemente original, como para por sí solo bastar para descubrir la verdadera identidad de los integrantes de esta historia. Digamos pues únicamente que lleva uno precioso procedente de la mitología escandinava que yo mismo le elegí, y denominaré en cambio por éste no menos bonito de la latina, para así no desmerecer su encanto ni la belleza de la diosa de la cual lo toma, que igualmente hermosa fue la bellísima Minerva.

Por razones que no vienen al caso, su madre y yo estuvimos saliendo durante un tiempo, pero nunca llegamos a convivir y, aunque la criatura se registró con mi apellido, aquélla y yo no nos entendimos y al cabo de un par de años más o menos, rompimos definitivamente, sin que yo llegase nunca a ejercer de padre.

Pasó el tiempo y yo no volví a saber de la niña, salvo por un juicio puntual por su manutención cuando debía tener 3 o 4 ella y que se saldó con un todavía mayor distanciamiento de las partes y radicalización de las posturas. No obstante, cuando ya debía andar por los 10 u 11, un amigo común, actual todavía mío, y vecino de ellas, comenzó a traerme algunas noticias. El hombre es profesor en el colegio de la localidad donde vive la chiquilla y en que estudiaba. Al parecer la chiquilla ingresó allí al trasladarse desde lo hacía anteriormente y, cuando vio a su madre alegrarse mucho al verlo y saludarlo como viejos amigos, le preguntó después quién era, respondiéndole ella que un amigo de su padre. La peque comenzó entonces a decir que quería conocerlo y, entre unas cosas y otras, hete aquí que ello no ocurrió hasta que ya andaba entrada en los 13.

Mi impresión al conocer a mi hija fue algo que no se puede describir. Hay que vivirlo para entenderlo y más tratándose de una niña muy particular, como es el caso. Una carita simplemente preciosa, que aparentaba algo más de edad de la que realmente tenía, para una altura de... ¡178 cm ya a su edad, que en menos de un año llegaron al 180! –tanto su madre como yo somos bastante altos también- Os aseguro que no me estoy inventando una sola palabra. Éso sí, era muy delgadita, de alrededor de 50 Kg, aunque con unas formas muy bonitas, eso sí. Muy estilizadas, como cabe esperar en tan poco peso para tanta altura, pero con sus curvitas bien apuntadas allí donde deben estar, en espera de que el desarrollo hormonal de la pubertad fuera añadiendo carnes allá donde hicieran falta.

En particular la niña tenía unas piernas larguísimas y muy bonitas, además de una cinturita preciosa sin un gramo de grasa que se habría hacia abajo en unas caderas que, sin llegar a ser lo muy amplias que a mí me gustan, prometían una ideal proporción para cuando completara su desarrollo. Sus pechitos en cambio eran pequeñitos. Muy bonitos según afirmaba su madre, que sin emplear la palabra que los define expresamente, aseguraba que tenía un cuerpecito muy bien formado y "con todo en su sitio y muy bien puesto". No obstante, la niña quería tetas. Su mami había sido bien tetona desde su adolescencia y su abuela paterna también había ido muy bien servida, así que la muchacha se preguntaba por qué ella no. Tenía un tipo muy atractivo, en la línea de las modelos de pasarela, pero ella, como todas las adolescentes, suspiraba por lo que no tenía. Era una auténtica belleza facial de cabellos negros y ojos oscuros, y se moría de envidia ante sus amigas rubias de ojos claros. Tenía un precioso cabello rizado todos elogiaban, y ella se lo quemaba aplicándose día sí día también las planchas para aliarlo totalmente. Tenía unas formas por las cuales suspiraban todas las niñas de hoy en día, que idolatran a las grandes diosas de la pasarela, pero ella deseaba unas más voluptuosas. Con todo, la genética hizo su trabajo y, para cuando andaba por los 15, tenía ya unas pechugas la criatura que a cualquiera podían hacer babear y ella lucía orgullosa.

A todo ésto decir, que hasta entonces mi trato con ella fue bastante atípico y salteado. A menudo discutía con la madre y la relación se enfriaba por algunos meses al imponerle ésta que no me viera. Pero vamos, la niña siempre acababa saltándosela y apareciendo por casa de nuevo.

En todo ese tiempo salimos a menudo a la montaña, la feria, el cine... pero nunca a la playa o de noche, con lo cual no llegué a preciar sus formas vestida de forma sexy o en bikini. No obstante, ya desde los 14 añitos venía pidiéndome que la llevara alguna noche a la discoteca, pues he trabajado mucho tiempo en ellas y me conocen en casi todas las de la provincia. La cría quería presumir ante sus amigas de conocerlas, de padre RRPP y, llegado el momento, de ser conocida en ellas como la hija de ... y poder entrar gratis en todas.

En fin, que ya en la quincena, con permiso de la madre y mucho cuidado, empecé a sacarla por aquellas de vez en cuando, siempre acompañada por alguna amiguita. No tenía edad para que la dejaran entrar todavía, pero viniendo conmigo no había problema. Ya desde antes venía apercibiéndome de que la chiquilla no era de las que todavía jugaba con muñecas precisamente. La madre no era muy avispada precisamente, pero a uno que no es tonto, no le pasaban desapercibidos detalles que a aquélla sí. Cuando se traía ropa para cambiarse en casa por ejemplo –no en los días de discoteca necesariamente-, podía comprobar que debajo de los vaqueros llevaba medias de red y, siempre, tanguitas de lycra muy bonitos. La primera vez ya le pregunté y me dijo que es que le gustaba ir así, a lo cual yo le respondí, con mucha complicidad, que eso se lo contara a su madre, no a mí. Bajo los vaqueros no se ven las medias ni las braguitas, así que, si las llevaba tan bonitas y pícaras, era porque esperaba que alguien las viera o al menos pensaba que cabía la posibilidad de que así fuera. Otra por ejemplo fue cuando me comentó que el ginecólogo la examinaba por delante. Para quien no lo sepa, a las niñas, supuestamente vírgenes, las examina por detrás. Además, por mi experiencia en las discotecas con el público juvenil, conocía bien a las putitas adolescentes y sabía reconocerlas sin dificultad. Con todo, puedo dar fe de que la niña era de las mayores putas que me había encontrado en todos esos años de trabajo en la noche.

Por éste y mi ambiente social, conocía gente que conocía a otra y así, llegaba al de la chiquilla, de forma que pronto me enteré de que era una putita de mucho cuidado. Dado que mi figura tampoco era la de un padre a la usanza, pronto adquirimos bastante complicidad y confianza, de modo que hablábamos de sexo, novias mías, novietes suyos y demás. Así supe que había perdido su virginidad poco después de conocerme a mí, con 13 años pues, con un chico de 17 o 18. Precoz la criatura sí, pero es que aún afirmaba que venía teniendo curiosidad y "ganas de saber qué se sentía" desde los10 u 11, cuando en el colegio les explicaron el tema de la sexualidad y la procreación. Ya entonces comenzó a coquetear con chicos mayores que ella y dejarse morrear y meter mano, pero de alguna manera la breva no cayó hasta los 13. De cualquier forma, al cabo de unos meses de haber caído definitivamente, ya era bastante larga la lista de jóvenes y no tan jóvenes que habían visitado su entrepierna.

Como ya digo, nos hicimos grandes cómplices y hasta casi diría "amiguetes". La niña se pasaba horas en el locutorio chateando con sus contactos de mesenger y, cuando comenzó a venir por casa, tomó el ordenador como propio y ya no había forma de despegarla. Por mí conoció el IRC y en ocasiones llegamos a chatear juntos. A mí me picaba el morbo y empecé a procurar asistir a algunas de sus sesiones. Al principio disimulaba algo, pero poco a poco nos fuimos soltando ambos y pude comprobar que era una calientapollas de mucho cuidado

Le cogió gusto al tema y así pude asistir en directo a charlas suyas con pavos que le sacaban 10, 20 30 y hasta más años. A todos la criatura los ponía como una moto y a mí me ponía burro leer las conversaciones. Le di además un viejo teléfono que ya no usaba y así pudo comenzar a dar ese número para que la llamaran. ¡No veáis cómo me ponía verla hablar con tíos mayores que yo e incluso algunos que podrían ser hasta su abuelo, provocándoles y disfrutando como una consumada zorra con las guarrerías que le decían! Lamentablemente yo sólo podía escuchar un aparte de la conversación y la otra me la perdía, pues, por más confianza que hubiera, tampoco era plan de decirle que me contara qué le decían. No obstante, por lo que podía leer en sus conversaciones escritas, sobre todo al revisar después los logs , pero también en directo, me podía hacer perfecta cuenta de lo que se cocía en las de voz.

¡Y no veáis que voz! ¡La niña parecía llevar el puterío en la sangre! ¡Qué vocecita les ponía la muy guarra, y qué cosas les decía! Muy vacilona ella. A menudo citaba a los tíos –los mayores- en algún lado y luego no se presentaba. Algunas en que se trataba de veinteañeros, incluso sí llegaba a hacerlo, pero iba con amigas y hasta con la madre llegó a hacerlo en una ocasión en que vino un chico de veintipocos años de Madrid a conocerla. Sí, sí... con la madre, como os lo cuento. La progenitora había sido una buena zorra también y no tenía demasiadas luces para conducir a la hija por un camino diferente al que ella misma había recorrido desde jovencita. El padre, un salido de mucho cuidado que se ponía burro pensando en la puta que tenía por hija. La niña no tenía freno pues que retuviera la agitación hormonal propia de su edad y de su herencia.

Como ya digo, la cosa no pasaba de calentamientos y vaciladas, aunque ésa es sólo la experiencia de que yo puedo dar fe. Es de suponer que la chiquilla no acudiera a esas citas que yo conocía, pero probablemente sí a otras, ya que, ya digo, es muy "suelta". Sí se veía en cambio con chicos más próximos a su edad, con los cuales quedaba y, mucho me temo, también con otros mayores con los cuales no me enteré.

En fin, que así llegamos al tiempo en que empecé a sacarla por las discotecas, siempre con amiguitas como comenté. Las primeras veces salieron arregladitas, pero tampoco muy allá. Con todo y las pocas luces de su madre, ésta y su abuela materna andaban preocupadísimas con la chiquilla y no la dejaban salir de noche con minifaldas o ropa especialmente provocativa. Lo cual tampoco es muy de entender, pues eran ellas las que se la compraban –salvo la que le compraba yo, pero ésa había sino moderna, que no provocativa-. Parecían mantener un tira y afloja constante con ella, que sabía ganárselas y hacerle la pelota para que le comprasen la ropa que quería, pero cuando se enfadaban se la tiraban a la basura o escondían. En fin, un cuadrito.

El caso es que en una de esas salidas, cuando estábamos quedando por la tarde, me preguntó si podía ponerse minifalda, a lo cual, evidentemente, le dije que sí. A eso de las 11 de la noche, pasé a recogerlas y montaron en el coche. Nos acercamos a casa para que se cambien, pues, como dije, su madre no le dejaba salir con esa ropa y de casa salía con otra. La amiguita llevaba la otra en una bolsa. Entran a la habitación y... ¡Mira...! ¡Cuando vi salir aquéllo casi se me cae la polla a trozos! Me aparece la niña con una minifaldita blanca de vuelo que fijo que si es un centímetro más corta se le ven los pelos del coño, y un top... un top... ¡Madre mía del Señor qué par de bolas! Dos montañas de carne pletóricas en la explosión de la adolescencia, que atraían irremisiblemente la mirara al punto! ¡Madre mía del Señor que par de tetas! Aun siendo ciertamente bastante grandes, no llegaría a calificarlas yo de enormes, aunque casi, pero lo pletórico de su juventud las hacían resultar explosivas a la vista, casi como las de silicona. Cada vez que lo recuerdo me viene de nuevo la impresión que me subió. Creo que hasta ese momento todavía no había mirado a la chiquilla con ojos de macho. Sí, había tenido mis fantasías onanísticas, pues ya digo que soy muy vicioso y dado al morbo, pero simplemente eran eso; fantasías. Meras divagaciones morbosas para prácticas masturbatorias sin un deseo real tras ellas. Jamás antes recuerdo que me produjera una verdadera atracción sexual. Sí con alguna de sus amigas o compañeras, pero ciertamente no con ella. Sin embargo, en ese momento los ojos se me fueron directos a sus tetas y allí se quedaron por algunas décimas de segundo que, para el caso y el mensaje implícito que transmitía tan evidente mirada, como si hubiera permanecido así media hora. Nunca había visto a la chiquilla vestida de aquella manera y nunca me había puesto cachondo al mirarla hasta entonces.

-¡Joder Minerva! –procuré disimular y buscar una salida-. ¡No me había dado cuenta de que tenías todo éso ahí guardado, me has pillado por sorpresa!

Tanto la niña como la amiguita se rieron, achacando mi mirada a la sorpresa sin más y sin relacionarla con ningún morbo incestuoso.

-¡Vais a poner cardíacos a todos los tíos de la discoteca!

Rieron de nuevo.

Ya en las anteriores salidas la chiquilla me había dado muestras de su zorrerío. Conociendo bien las salas, las dejaba a su aire "para no cortarlas", pero procuraba situarme en lugares estratégicos para tenerlas bien controladas. En una segunda planta en que difícilmente podía reconocérseme a causa de la iluminación mucho más tenue que en la pista de abajo en que bailaban, en una oficina con ventanas a la pista y las luces apagadas... en fin. Así pude ser testigo de sus evoluciones ¡y vaya que la cosa lo merecía! 10 minutos más o menos era lo que necesitaba la muchacha para emparejarse zorronamente en el baile con algún muchachito agraciado, o al menos era el que a mí se me representaba. Quizá se me hiciera irrealmente más corto sorprendido ante el descaro de la jovencita, pero, en cualquier caso, no había que esperar mucho más para verla en plena exhibición puteril. En éstas, la amiguita de turno, que solía ser bastante más cohibida, quedaba en plan aguantavelas mientras ella restregaba su bonito culito contra la entrepierna afortunada del momento con todo el descaro del mundo. Esta noche además, pude comprobar cómo le metían la mano por debajo de la falda al bailar de cerca el regaetón. El chaval le sobaba el culo y las piernas con todo el descaro también sin que ella pusiera la más mínima objeción, aunque sí hay que decir que, cuando iba éste más allá para introducirla bajo aquella, hacía por separarla. Aunque tampoco nada muy allá, no vayáis a pensar. Ni una mala cara ni un gesto enérgico para retirarla... ¡qué va! Tan sólo una sacudida de sus caderas con el baile para apartarla y ya. Así, al poco la descarada mano se colaba de nuevo buscando su precioso tesoro, y de nuevo así se veía rechazada.

Me quedé con las ganas de saber si finalmente ésta se hubiera salido con la suya, pues al cabo de unos minutos apareció la que debía ser la novia del chico con un grupo de amigas y tuvieron un encontronazo. Al parecer la chica había quedado al otro lado de la pista, siendo la discoteca bastante grande, y por ello fuera de su vista la escena. Alguien sin embargo debía haberla avisado y he aquí el resultado. La jovencita en cuestión no tenía nada que ver con mi hija. Tenía una cara graciosa, sí, pero por lo demás era un poco gordita y sin formas especialmente sugerentes más allá del atractivo propio de su juventud –unos 17 o 18 años-. La chica agarró por los pelos a la puta de mi chiquilla y al hacer ésta por liberarse, fueron a parar ambas al suelo. La gente las cogió para separarlas y, mientras lo hacían y aún se arrastraban por las baldosas, aun le clavo la zorra de Minerva el tacón de aguja de uno de sus zapatos en el muslo con una coz, dejando a la muchacha amargada de dolor. Había salido guerrera, como su padre.

Así pues se separaron, pero al poco ya andaba emparejada con otro zagal, aunque esta vez en la zona opuesta casi de la pista, con lo cual a mi vista quedaba bastante integrada en la multitud y se me escapaban los detalles de medio torso para abajo más o menos, aunque sí pude ver un par de morreos bastante apasionados, de lo cual es de suponer que probablemente las masculinas manos hicieran su trabajo en tetas y/o culo. De cualquier forma, algo debía impedir que fueran más allá, pues al poco las niñas salían por debajo del arco que comunicaba con otra sala más pequeña en dirección a la salida. La otra "salida", no ella, la que por la puerta daba al parking. ¡Ja, ja, ja!

Salí entonces tras ellas, aunque procurando que no me vieran, y así yo sí vi que se paraban en la puerta para hablar con Fran, uno de los porteros. Un tío muy guapo ciertamente, con un pelo rubio cortado al cepillo, unos ojos azules de esos que tanto gustan a las mujeres y una cara de malote sin afeitar de las que vuelven locas a las jovencitas, amén de un cuerpo de cachas supermusculado que podía producir tanto terror en los desmadrados a los cuales tenía que sacar de la discoteca, cuanto mojar las bragas de la concurrencia femenina a la misma. Yo mismo soy musculado, alto y fuerte, pero nada comparado con el fenómeno, que se preparaba para competir en alguna competición nacional de culturismo en la categoría de pesos pesados. Hablamos concretamente de unos 115 o 120 Kg de durísimo músculo sin un gramo de grasa para mi misma altura, ¡casi nada! Al lado de él, la cría parecía una tierna cervatilla ante un enorme rinoceronte deseoso de ensartarla con su cuerno.

En fin, que el maromo no era la clase de tío con que se hace extraño ver coquetear a las mujeres o incluso a las jovencitas, pero quizá sí cuando lo son tanto como la puta de mi hija y además ésta es eso, tu hija. Resultaba evidente que el pavo le había gustado por sus miraditas y sonrisas, lo cual me hacía plantearme de nuevo cómo podía ser tan zorra, pues sabía perfectamente, ya que yo mismo se lo había dicho, que era casado y con 3 hijos, entre ellos una chica mayor que ella, ¡fíjate!, y tenía 39 años, los cuales por otra parte aparentaba perfectamente y aun más a causa de la dureza de sus rasgos. Con todo, a la niña parecía encantarle el tipo y no me cupo ninguna duda de que si éste se lo hubiera planteado, tan sólo habría tenido que tomarla de la mano y llevarla a la oficina para hacer con ella lo que quisiera.

La puerta que daba a la entrada era de las que se cerraban por sí solas tras pasar la gente, ante lo cual y conocedor de los detalles de la sala, me salí por una de las salidas de emergencia al parking e hice que me abrieran otra que daba a aquella parte. La opuesta que daba a la entrada, donde estaban ellos, había solido permanecer entornada a causa de un deterioro que impedía cerrarla, en espera de ser arreglada. Al entrar no me había fijado en si lo habían corregido ya. Si hubiera suerte... Y la hubo. Asomado a la rendija que quedaba en la zona de las bisagras, pude ser testigo de las evoluciones del trío. Así, puede contemplar cómo el pavo le acariciaba los muslos y aun más arriba, sin que en esta ocasión ella hiciera por liberarse de la descarada mano. Bueno, más bien manaza en este caso, aunque también hay que decir que tampoco él hizo por introducirse bajo el tanguita al parecer. Tan sólo estaban jugando.

También se atrevió el monstruo esteroideo con sus adolescentes tetas, sin que, a lo visto, le preocupara en absoluto el que éstas pertenecieran a la hija de su amigo. Aunque, claro, tampoco podía culparle. ¿Qué haría cualquiera ante esa situación, con un delicioso yogurcito teen ofreciéndote su cuerpo descaradamente para que hagas con él lo que quieras? Podía escuchar la conversación, más o menos, a intervalos. Mientras la puerta que daba a la pista estaba cerrada, se podía apreciar lo que decían, aunque con alguna dificultad y perdiéndote algunas palabras. Cuando se abría para entrar o salir alguien en cambio, el sonido de la música, antes amortiguado, ahora escapaba con toda su potencia y hacía totalmente inaudibles éstas. Así pude saber que bromeaban sobre la humedad de su atuendo. La niña le comentaba que estaba mojada –de sudor producido al bailar- y él se hacía el gracioso preguntando de qué y dónde –"¿aquí?"... "¿aquí?"...-. Las niñas parecían encontrar muy simpático aquello, dejando que el pavo tocara todo lo que quisiera tocar. Aunque, claro, en el cuerpo de mi hija, porque la otra se limitaba a reír las gracias. No es que no fuera guapa, pero ciertamente la mía lo era bastante más y más espectacular. Es mi hija y puede sonar a pasión de padre, pero os puedo asegurar que la niña es de las que realmente llaman la atención. Además la otra era más cortadita y cohibida, con lo cual seguramente tampoco se hubiera dejado hacer con tanta facilidad y él así lo percibía. Esas cosas se notan, lo sé bien. Por experiencia.

El tío volvía la cara hacia la puerta cada vez que ésta se abría, evidentemente temiendo que en algún momento apareciera yo por ella. Asimismo preguntaba de vez en cuando por el pinganillo a sus compañeros si me veían en la sala. Ante la que cabía esperar negativa respuesta de éstos, pedía que le avisaran si me veían dirigirme a la salida, lo cual parecía hacer bastante gracia a la niña, ¡qué puta ella!, y su amiguita, que reían con complicidad.

En un momento dado, de aquellos en que se abría la puerta y el sonido de la sala no me dejaba escuchar, él introdujo un dedo en su canalillo para tirar del escote de su top y asomarse a su interior a echar un vistazo. Ante ello sí pego un salto atrás la chuiquilla, al tiempo que le daba un ligero manotazo en la mano para retirarlo, aunque sin enfadarse. Todo lo contrario. Se la veía muy divertida a la muy puta, que se partía el culo de risa con todo aquello, aunque, eso sí, no le dejó hacerlo. Supongo que por el lugar en que se encontraban realmente, con tantos ojos entrando y saliendo.

Entre bromas siguieron un par de minutos más o menos, antes de que la puerta se abriera otra vez, saliendo ahora con un grupo de muchachos aquel con suya novia –deduzco que lo era- se había enganchado. No me preguntéis cómo es que la chica le había vuelto a dejar solo después de aquello, pues al respecto sé lo mismo que vosotros. Supongo que sería de las muy enamoradas de su chico, con el cual se enfadan pero le siguen consintiendo todo por miedo a que las deje. No en vano al chaval se le veía bastante guaperas, mientras que ella, como ya dije, no resultaba nada especial.

El chico les propuso acompañarles al parking y ellas aceptaron. Supongo que irían a hacerse alguna raya al coche, pero a ese respecto estoy tranquilo con la niña. No me preocupa y hasta me gusta que sea superzorra, siempre que tome sus precauciones, pero las drogas, y más tan jovencitas, ya son otra cosa. Como ya dije antes, conozco bien a las jovencitas quienceañeras después de muchos años trabajando en la noche, y la chiquilla no parece de las seducidas por esas cosas. Sí, hará sus botellones y seguramente se comerá alguna pastilla o meterá alguna raya que otra, sobre todo ya metida en los 18, 19 años... pero nada fuera de lo que hay que aceptar como normal en los chicos de su edad y sin incurrir en abusos. Al menos esa es la idea que a mí me da y no creo equivocarme con la experiencia que acumulo. Por ésta, creí poder quedar en la tranquilidad de que probablemente la chiquilla le hiciera alguna mamada en el coche, como poco sería sobada por todo el cuerpo, pero no tomaría nada que no debiera. Además estaba conmigo, y aunque hubiera sido de otra clase de chica, hubiera temido aparecer luego drogada, sabiendo que su padre era de la clase de personas que podría reconocer su estado perfectamente.

Antes de irse Fran le pidió el número de teléfono y ella, claro, se lo dio encantada, despidiéndose con un piquito en los labios. ¡Pedazo de guarra! ¡Un piquito con un tío que le sacaba más de 20 años, casado y con una hija mayor que ella, al cual había permitido con mucho gusto que le tocara las tetas, el culo, los muslos, la cintura y todo lo que había querido tocar!

Aproveché el momento para salir al parking del personal de la discoteca, al que daba aquella puerta de emergencia, y telefonear al amigo que me la había abierto antes, el jefe de mantenimiento, para que lo hiciera de nuevo para permitirme entrar por donde había salido. Después me dirigí a la entrada y pregunté a Fran y los dos porteros que le acompañaban por las niñas, a lo que me respondieron que habían salido con unos amigos de su localidad con que se habían encontrado y que volverían enseguida. El muy hijo de puta no perdió la oportunidad de comentarme lo muy guapa que era y darme la enhorabuena por ello una vez más. Ya lo había hecho en otras ocasiones, sobre todo el día que la conoció, pero creo poder estar seguro de que en ninguna de ellas había llegado a sobarla como hoy. El detalle de que le pidiera el teléfono así me lo hacía entender, pues en caso contrario ya se lo habría pedido antes.

La cosa me hizo sentir furioso. No por ofensa de padre, sino por envidia de que un tío de mi quinta, que no escondía que era casado además, ligase con aquella facilidad con una jovencita quinceañera, un verdadero yogurcito que, lo peor de todo, era mi hija. Mi puta hija. Resultaba humillantemente evidente que acabaría follándosela cuando quisiese, y eso me hacía rechinar los dientes. No obstante, procuré que no se notara. De todas formas, poco y nada podía hacer al respecto. Ella era todo lo zorra que necesitaba ser para que resultara inútil cualquier intento de hacerla desistir de su empeño de follarse a un tío al que hubiera echado el ojo y él... bueno, a él cualquiera se atrevía a decirle algo. Te podías enfadar y rabiar lo que quisieras, pero resultaba un suicidio enfrentarte a él físicamente y, ciertamente, yo no me atrevía, pese a que no soy precisamente cobarde. Sí, estaba también lo de que era casado y tal, pero tampoco me atrevía a aprovechar eso para chantajearle para conseguir que no se follara a la chiquilla, ya que lo conocía bien, sabía que era muy violento y mucho temía su reacción. Por otro lado, tenía ella la edad suficiente para que aquéllo no fuese ilegal si acontecía de mutuo acuerdo, así que tampoco cabía el recurso de la denuncia. Era más, incluso en el caso de que se la follara y yo lo divulgara, podría acabar siendo el que esto escribe el denunciado por revelación de secretos con perjuicio para el pavo, ya que era casado. Resumiendo, que me tocaba callarme la boca. Incluso tenía que agradecerle el que se hubiera ocupado al menos de pedir que le avisaran si yo salía. Dado lo explicado, no tenía por qué hacerlo y fue un detalle el que se preocupara al menos por evitarme, aunque en realidad ya sabéis que no hubiera echo falta –en realidad lo había presenciado todo-, esa violenta situación, en que me hubiera tocado enfadarme y reprenderles, pero cuidando de no hacerlo en un tono que pudiera ofenderle. Una humillación soberana, vamos, y más sabiendo que él siempre había sido superceloso con su mujer y superprotector con su hija. Estoy seguro de que si las tornas se hubieran invertido y hubiera sido yo el que siquiera tonteara con su hija, mayor además que la mía, me hubiera reventado a golpes. Pero él en cambio no se cortaba en sobar y pedirle el teléfono a la mía. Genial.

Al cabo de una hora o así, sobre las 2 de la mañana, decidimos dar por finalizada la salida y volver a casa, ya que la otra muchacha debía estar sobre las 3 en casa. Sus padres sabían que salía conmigo y que me responsabilizaba de las niñas, pero aun así no la querían más tarde dando vueltas por ahí.

Ya en la carretera, me carcomía lo que había visto. Estaba loco por hablar con Minerva sobre ello. La presencia de su amiga impedía que pudiera hacerlo y a mí me devoraba la impaciencia, ante lo cual empecé a comentar algunas cosas y acabé afirmando que alguien que las había visto me había comentado lo que había pasado con Fran. No creáis que entonces se cortó mucho la muchacha tampoco, ¡qué va! Con todo el descaro del mundo, me dijo que estaba muy bueno. Volviendo a la impaciencia y a la carcoma que me corroía por dentro, fui dándole vueltas a la conversación pero son entrar en el fondo, hasta que dejamos a la otra chiquilla. Después, ya de camino a casa y en ésta, seguimos hablando con más libertad.

Yo intenté convencer a la cría de que aquello no estaba bien, de que Fran era un hombre demasiado mayor para ella y casado. Empleé todos los argumentos posibles, intentando hacerle ver que él la veía como solamente una guarrilla con que pasar un rato nada más. Le dije que si se dejaba sobar o se acostaba con tíos así tan fácilmente, se estaba denigrando ella misma, reconociendo de cara a todo el mundo que no le importaba ser segundo plato de sus esposas o novias. La chiquilla acabó aceptando, pero con la boca pequeña me pareció a mí. Mucho la empezaba a conocer ya y mucho sospechaba que tan sólo me decía lo que quería oír. Porque, ciertamente, era lo que quería oír. No por las razones expuestas, que ya sabéis que me encantaba y ponía cardíaco tener una hija superputa, sino por la comparativa a que me exponía frente a otro hombre y en la cual salía tan mal parado. Cuando eres vanidoso se lleva muy mal el tener que aceptar que otro pavo triunfa más que tú y más si te lo restriega en las narices con tu propia hija, intencionada o inintencionadamente. Lo que pretendía en realidad no era más que evitar el triunfo del pavo, por cuanto me convertía en inferior a él. No obstante, sabía también perfectamente de mi naturaleza morbosa que me hace excitarme con la humillación, y sabía que cuando pasase la rabia, el morbo lo invadiría todo y comenzaría a fantasear y desear que se la follara. A ratos lo desearía, a ratos me lamentaría y sentiría fatal por haberlo deseado.

La conversación hizo que profundizáramos en el tema del sexo, preguntándole yo si pensaba que podría llegar a salir con un hombre tan mayor para ella, a lo cual me respondió que sí si estaba tan bueno con mucha naturalidad. Le pregunté si había llegado a acostarse con alguno bastante mayor que ella y me contestó que también. Cuando le pregunté cuánto mayor, me dijo que el que más de 34 años, aunque habían habido otros, también mayores, pero más jóvenes. Yo estaba rabioso por dentro, aunque también excitado, y comencé de nuevo con mi comida de coco a la niña, que de nuevo acabó diciéndome lo que quería escuchar y "comprometiéndose" a limitarse a los chavales jóvenes, como mucho de veintipocos años.

Finalmente tuvimos que dejar la conversación, muy a disgusto mía, porque le había prometido que pondríamos una famosa película de terror que ella quería ver. Le gusta mucho el género, en eso ha salido a mí, pero su madre no les deja verlas en casa, porque luego tienen miedo. Y, efectivamente, fue lo que pasó después. La cría no podía dormir sola de ninguna manera después de haberla visto. Primero necesitaba el peluche con que solía hacerlo abrazada en su casa, ¡qué tierno!, a lo cual le di uno de los que habían dejado algunas de mis ex. Aun así, seguía teniendo miedo y acabó durmiendo en mi cama conmigo. No era la primera vez que lo hacía, aunque ciertamente habían sido pocas y en ellas no la había mirado previamente con ojos de macho en celo. No obstante, no pasó nada esa noche.

Al día siguiente comimos en casa. Vino su abuela a vernos y preparó la comida. Después de ello, cuando se marchó, pasamos el resto de la tarde chateando. ¡Buuff, cómo me puse!. Más que nunca, ya con mayor confianza tras la conversación de la noche anterior, la niña se soltó más ¡y no veáis de qué cosas hablaba con los maromos del IRC ! Que si explicándoles cómo tenía las tetas, que si cómo follaba con sus amigos, que si enviando alguna foto... Los pavos insistían a menudo en que mandase alguna con las tetas al aire o desnuda, ofreciéndole recargas del móvil para que pudiera hacerse la foto y enviarla, a lo cual ella se negaba una y otra vez. No obstante, me quedaba claro que más que nada porque yo estaba delante, ya que se sentía muy cómoda y a gusto con tales peticiones, con lo cual no me cupo duda de que debían andar por ahí muchas fotos suyas en pelotas y aun vídeos masturbándose o follando probablemente. Siempre me había preguntado cómo se las arreglaba para hablar tanto por teléfono. Su madre protestaba por el gasto que ello suponía, pero no le cerraba el grifo y, con todo, yo entendía que con lo que hablaba y la cantidad de mensajes que enviaba, aun parecía poco lo que aquella afirmaba que pagaba. Si le preguntabas a la niña directamente, te decía que pedía traspasos de saldo a sus amigos, con lo cual el tema quedaba zanjado. Ahora en cambio, empecé a sospechar y no habría de equivocarme en mucho, que la chiquilla enviaba alegremente sus fotos desnuda a cambio de recargas de 20 €. No obstante no podía probar nada.

Cenamos viendo otra película de miedo, y después de cenar volvimos a chatear, aprovechando que al día siguiente era fiesta y no tenía colegio. Para cuando dijimos de irnos a la cama, yo iba cachondo a más no poder y ella debía ir también como una perra en celo. El fallo estuvo en aumentar la presión sin disponer de válvula de escape. En efecto, no os voy a explicar nada nuevo contándoos cómo funcionan estas cosas. Cuando te pones a chatear, a leer relatos, a ver películas porno... necesitas liberarte a continuación, echando un polvo con alguien o masturbándote. Allí nos pusimos como motos ambos, sin disponer de esa válvula para después. Así, nos acostamos ambos con las hormonas revolucionadas y pidiendo sexo como animales salidos. Supongo que la niña debió aliviarse manualmente en su habitación, porque yo hice lo propio en la mía, pero poco alivio debía suponer tras toda una tarde de morbo virtual extremo y lo visto, hablado y ocurrido la noche anterior. Cuando la chiquilla apareció en mi habitación, de nuevo demasiado asustada como para dormir sola, me pareció una pésima idea, pero no pude decirle que no. No tenía nada que argumentar para negarme, ya que lo único que cabía era explicarle la verdad, y no le vas a contar a tu hija que no puedes dormir con ella porque vas supercachondo y temes la reacción de tu cuerpo al contacto con el suyo.

Aun con la calentura, no tardamos en dormirnos. Habrían pasado unas dos horas, cuando me desperté en medio de un sueño erótico. No recordé nunca de que iba, pues lo que vino a continuación impidió que reflexionase sobre él y ya sabéis que los sueños se suelen olvidar completamente, pero sí que en él restregaba mi paquete contra alguna chica. De repente, me encontré totalmente empalmado, con la polla durísima y apretada contra el culo de mi hija, abrazado a la niña –siempre lo hacía cuando dormía conmigo-. Sentí pánico en ese momento. Si la chiquilla despertaba se encontraría con el nabo de su padre presionando como una piedra contra sus glúteos y yo no habría sabido qué explicarle. Me sentí en una situación superviolenta y de la cual no podía escapar, pues ella, dormidita, aseguraba mis brazos con los suyos por encima, con lo cual temía que si intentaba separarme acabara por despertarla. En tal situación, decidí pues permanecer totalmente inmóvil en espera de que el estado de mi miembro remitiera.

No obstante y con toda la tensión del momento, el calorcillo que transmitía el precioso cuerpecito juvenil era superagradable. Ya sabéis de qué hablo. Arrimar cebolleta es algo muy placentero. Con todo el cuidado del mundo y hasta creo que un tanto involuntariamente alguna vez, comencé a presionar, muy, pero que muy ligeramente, contra aquellas deliciosas nalgas. Algo puntual, fugaz y muy breve, tras lo cual remitía la presión inmediatamente, pero que transmitía una maravillosasensación con su calorcillo irresistible. Tanto que mentalmente me decía "una vez más, sólo una".

En algún momento, comencé a preguntarme si la niña también estaba haciendo lo propio, reculando hacia atrás. Me parecía una locura el pensarlo, pero creía notar que había ocasiones en que sentía esa presión tan agradable sin ejercerla yo. Algo muy, pero que muy sutil. Tanto que no llegaba a estar seguro de sentirlo realmente. Tan suave y con tanto cuidado como yo mismo lo había hecho, vamos. Entonces me planteé otra cosa: en mi sueño, yo restregaba mi paquete contra alguna hembra, pero ésta también hacia lo propio, refregando su trasero con fuerza y ganas contra él. ¿Era posible que...? y si lo era, ¿lo había hecho en sueños... o estaba despierta?

Poco a poco el misterio se fue resolviendo por sí solo. Las presiones se fueron haciendo más intensas progresivamente, hasta el punto de que acabó en un claro y totalmente intencionado movimiento obsceno, acompañado de algún gemido de la niña. Aun así, me quedaba la duda de si estaba despierta o soñaba, ante lo cual no me decidía a lanzarme del todo. Tened en cuenta que el proceso que os estoy relatando, desde que comenzó con mis primeras presiones, hasta el momento en que ahora estamos, fácilmente pudo abarcar sus buenos 15 minutos, durante los cuales fue adquiriendo intensidad muy lentamente, con toda seguridad ambos embargados por la inseguridad. Seguro que ella temía equivocarse tanto como yo y ello hacía que los dos andáramos con pies de plomo, superdespacio. Con la mente fría hubiese detenido aquello inmediatamente, pero con la fiebre que en ella ardía y la calentura que quemaba todo mi cuerpo, imposible empresa hubiera resultado el intentar pensar con claridad.

En un momento dado la chiquilla movió su brazo para, tomando mi mano, llevarla a sus tetas y refregárselas con ella. No pudiendo resistirlo más, apreté una de ellas extasiándome en lo pletórico de sus carnes. Tan duras, tan divinas... la niña lanzó un suspiro de placer que por sí sólo hubiera supuesto una provocación irresistible y yo sentí mi polla más dura que nunca, apretándola con toda la fuerza que pude contra sus nalgas.

-¡Qué puta eres niña! –no pude evitar exclamar, aunque con cuidado de que sonara lo suficientemente morboso para no ofenderla. Ella no dijo nada, tan sólo suspiró de nuevo.

Bajando mi mano, la introduje por debajo de su camisetita de dormir para acariciar primero su deliciosa cintura, sus divinas tetas directamente, carne contra carne, después. Ella volvió a suspirar y ladeó la cabeza ofreciéndome sus labios entreabiertos. En la semipenumbra de la noche pude distinguir sus dientes blancos brillar húmedos y la besé con pasión.

-¡Fóllame...! –me dijo cortando la frase antes de pronunciar la siguiente palabra. Evidentemente ésta era "papá" y debió juzgar adecuadamente que no era momento idóneo para emplearla. De haberlo hecho, con gran probabilidad hubiera roto la magia del mismo. En éste éramos tan sólo un macho y una hembra entregados a la pasión sexual. Pronunciar una palabra indebida como aquella hubiera podido romper el hechizo, haciendo que pasáramos a vernos como padre e hija y cortáramos con lo que estábamos haciendo en el acto. Así lo entendí y evité yo también emplear términos que evocaran nuestro parentesco o relación paternal.

Introduciendo un brazo por debajo de su cuerpo, entre éste y el colchón, llevé mis manos a la cintura de su shorcito de algodón para, tirando de él hacia abajo, bajárselo y dejar expédita la entrada a sus cavernas de placer. Acaricié entonces su coñito y encontré dos cosas que me sorprendieron en él: una, la total ausencia de vello púbico. Evidentemente la niña era toda una zorrita y andaba preparada. La segunda, su gran humedad. Más que húmeda, puedo afirmar que estaba totalmente encharcada. Debía llevar ya rato destilando jugos vaginales con la fuente a plena producción No resistí la tentación e, intentando recoger en mis dedos la mayor cantidad posible, los llevé continuación hasta la boca para lamerlos y degustar el néctar de mi propia hija.

-¿Te gusta? –preguntó muy melosa ella con lo que apenas fue un murmullo. Un dulce y embriagador murmullo de mi bella lolita.

-Me encanta –respondí yo también en voz baja.

-Me gusta que te guste.

Aquello me puso cardíaco. Veía a la niña como la mayor de las rameras y eso hacía que mi calentura se disparase hasta niveles estratosféricos. Sin poder resistirlo más, busqué con los dedos la entrada a su gruta de placer y, una vez encontrada, apoyé contra ella mi capullo. Dudé a la hora de penetrarla. Sabía que ya habían entrado allí muchas pollas, probablemente más de las que la chiquilla misma pudiera recordar, pero, estúpidamente, aun temía poder hacerle daño.

-¡Sí...! –suspiró ella como una infinitamente dulce gatita y al punto olvidé toda precaución. Desechados mis temores, se la metí hasta el fondo haciéndola suspirar profundamente de puro placer, ante lo cual me enervé todavía más. ¡Qué maravilla de coñito! Estrecho, elástico, presionando deliciosamente cada milímetro cuadrado de mi polla. ¡Buuuf! ¡Qué sensación!

Comencé a follarla entonces con un ritmo frenético y mucha fuerza, golpeando mi bajo vientre con sus nalgas con una potencia que enviaba a la niña a cada embestida hacia delante, bien asida por mis manos su cintura sin embargo para impedir y no que el rabo escapara de su coño. Siempre he sido hombre de mucho aguante. En realidad, para correrme he de mentalizarme y buscarlo, eligiendo el momento en que quiero hacerlo. Así, estuve largo rato dándole fuerte a la muchacha, que a su vez me llevaba al delirio a mí con sus gemidos y suspiros.

Al cabo de un rato ralenticé la frecuencia y potencia de mis embestidas para, pegándome a su espalda y abrazarla para acariciarle las tetas, proseguir con movimientos suaves y una forma más cariñosa. Sus suspiros me indicaban que disfrutaba igualmente con el cambio de ritmo y formas y, cuando comencé a pellizcar y retorcer suavemente sus pezones, comenzaron aquéllos a ganar en intensidad, hasta el punto de que hube de pedirle que se contuviera. Los vecinos sabían que estaba allí algunos y si llegaban a escuchar aquello podría resultar problemático.

-Gime todo lo que quieras, putita, pero no alces demasiado la voz, por favor.

Esta vez empleé un tono cariñoso para lo de "putita", con la misma pretensión que antes de no ofenderla.

Al cabo de unos minutos bombeando de aquella manera, saqué mi nabo de su vagina y lo apunté directamente a la entrada de su culito.

-¡No...! –exclamó, siempre en su tono de apenas murmullos.

-¿Nunca lo has hecho por ahí?

-Sí, pero pocas veces y la tienes grande.

-Lo haré con cuidado.

-No.

No insistí más.

Metiéndosela de nuevo por el coño, comencé a follarla con mucha dulzura esta vez, al tiempo que besaba su cuello y lamía el lóbulo de su oído. Esto último pareció encantarle. Otra cosa que había heredado de mí. De nuevo pasé las manos adelante para acariciar sus grandes y hermosas tetas y de nuevo ella a suspirar profundamente con la combinación de sensaciones. La que mi polla le producía al entrar y salir suavemente de su coñito, la de mi lengua en su oído y la de mis manos en sus adorables globos de carne.

Cuando comencé a escucharla gemir con mayor intensidad anunciando la avenida de su orgasmo, me sentí enervar de nuevo y aceleré el ritmo y potencia de mis acometidas. La niña se corrió conteniendo el volumen de sus grititos que, sin embargo, seguían siendo eso, grititos, y en mí produjeron un furor desatado que me llevó a mi propio clímax. Mentiría si dijera que lo hice sin darme cuenta, llevado por la pasión, pero la verdad es que me corrí dentro de ella bien consciente de lo que hacía. Pensé en sacarla cuando empecé a sentir que me venía, pero decidí no hacerlo en un arrebato.

-¡¿Te has corrido dentro?! –preguntó la niña alarmada.

-Sí... lo siento –respondí yo cortado-. Se me fue la cabeza.

-¡Joder! Vale, no pasa nada. Pero mañana me acompañas al médico a pedir la pastilla del día después y se la pides tú. Le decimos que me lo monté con mi novio y te lo conté a ti después.

Resultaba obvio que la chiquilla sabía latín. ¡Miedo me daba pensar en todo lo que podría contar su entrepierna acerca de su experiencia desde que a los 13 añitos perdió el virgo!

Inmediatamente y cuando con el bajón remitió la pasión, mi ardor se desinfló y quedaron únicamente los remordimientos y la autoacusacines. ¿Qué había hecho? Ella en cambio no parecía tener tantos, ¡bendita juventud!, y se quedó dormida enseguida, como si tal cosa.

Al día siguiente me levanté antes que ella, me preparé el desayuno y tras acabarlo me senté ante la televisión. Hacia años que había dejado de fumar, pero encendí in cigarrillo totalmente seco, de los que se guardan en las cigarreras para cuando vienen de visita amigos que fuman, y lo encendí, quedando en el sofá pensando en lo ocurrido. ¿Cómo había dejado que ocurriera algo así? ¿Con qué cara miraría a la niña a partir de ahora? Desde luego lo había disfrutado, y como un loco además si había de ser sincero. La chiquilla era un verdadero putón que sabía manejarse a la perfección en la cama. ¡Qué forma de acompasar sus movimientos a los míos! Evidentemente, a pesar de ser tan joven debía tener ya una dilatadísima experiencia sexual y sabía perfectamente cómo darle placer a un hombre en la cama. Pero era mi hija, y el flagelo del pecado incestuoso mordía profundamente con el látigo de la culpa.

-Buenos días –me saludó apareciendo en el salón.

-Buenos días Minerva.

-¿Qué pasa? –preguntó inmediatamente al notarme serio, mirándome como preocupada.

-Sabes lo que pasa, cielo.

-¡Oh, vamos! ¡Fue sólo sexo!

-Pero eres mi hija.

-¡Anda ya! –me contestó con una sonrisa y un gesto supergracioso y adorable, viniendo a sentarse sobre mis piernas y entrelazar sus brazos detrás de mi cuello para abrazarme y quedar a mí encarada sonriente. Yo por mi parte me sentí un tanto violento al sentir que todo comenzaba de nuevo, pero mentiría si dijese que me desagradó y no hice nada por alejarla.

-Nunca te he visto como un padre exactamente. Te conocí cuando ya tenía 13 años y siempre que te veo es para salir a divertirnos. Más que un padre eres como un tío lejano, aunque te quiera mucho.

-¿Un tío?

-Sí, bueno... pero de esos de palo, los que no son de verdad.

Me hizo reír con su ingenuidad y su descaro. ¡Qué frescura y lozanía! Para ella no había nada malo en lo que había hecho. Seguramente se sintiera perversa y transgresora, pero no debía morderle el sentimiento de haber perpetrado un hecho de maldad intrínseca. Pensé en qué podría haber hecho la criatura anteriormente.

-¿Habías hecho algo así antes?

-¿Antes? ¿Con quién? ¿A qué te refieres?

-No sé... tu padrastro, alguno de los novios de tu madre que han vivido con vosotros...

-¡Hala!, ¿qué dices? ¡Pero si no vale nada ninguno! No me ponen.

-¿Y yo sí? –pregunté ya sintiendo renacer de nuevo mi morbo y mi depravada excitación.

-Tú sí –me respondió con una encantadora sonrisa y un beso en los labios. Definitivamente vencido de nuevo, llevé mi mano a una de sus grandes tetas para acariciarla y apretarla suavemente. ¡Pero qué buena estaba la jodida y qué puta era!

-¿Y con tu hermano? –pregunté ya meramente por morbo.

-¡Qué dices! ¡Pero si es un crío! Y además tampoco me pone.

-Pero si te pusiera... ¿serías capaz de hacerlo con él?

Se lo pensó un momento antes de responder.

-Sí, ¿por qué no? Y si fuera chica y guapa a lo mejor también –añadió comprendiendo que me excitaba lo que decía, aunque no sabría decir yo si con total sinceridad o más bien sólo para excitarme. ¡Pero cómo podía ser tan reputa!

-¡Que putita eres!, ¿eh? -la acusé graciosamente a la vez que con una mano procedía a hacerle cosquillas.

-¡¡Eh, vale, vale...!! –suplicó intentando liberarse entre carcajadas, retorciéndose agónicamente en el sofá conmigo encima-. ¡!Por favor, por favor...! ¡

Dejé de "torturarla" y volvimos s colocarnos como estábamos. Yo sentado en el sofá y ella encima abrazándome.

-No pasa nada porque follemos de vez en cuando. Tú estás bueno y ya te digo que no te veo como padre. Pero tienes que dejarme que folle también con Fran y otros tíos. Es lo justo.

¡Ya salió aquéllo!

-¡Buf! –resoplé.

-¡Vamos, papá! –"papá". Era la primera vez que me llamaba así en un momento más o menos sexual entre nosotros-. Tú ya sabes cómo soy.

-Muy putita –observé y ella me regañó con una mirada represiva, aunque con gracia y sin enfado real.

-Muy caliente. Me gusta follar y me lo voy a tirar de todas formas, tú ya lo sabes, ¿verdad?

-Sí –asentí finalmente.

-Si me gusta mucho estar contigo, es porque podemos hablar y hacer cosas que con mi madre no. Con ella no puedo jugar en el chat con los tíos como contigo, ni salir vestida como anoche, ni tontear con los chicos... Contigo me divierto mucho más y no mola nada que te pongas en plan sargento como ella.

No pude decirle que no. La chiquilla me tenía totalmente ganado. Desde que la conocí se convirtió en la niña de mis ojos y a medida que había ido sabiendo acerca de lo puta que era, más me había ido encantando su forma de ser. Aquéllo era el precio a pagar por la incorporación de un ingrediente de morbo tan extremo a mi vida. Tantos años sintiéndome atraído por el mundo de la perversión y ahora me estallaba de pronto el morbo en la cara. Como bien decían los antiguos, no hay que coquetear con el Diablo ni olvidar tener cuidado con aquello que deseas.

-Vale, está bien.

-¿Sí? –respondió con unos ojos enormes y muy ilusionada, consiguiendo haciéndome reír y enternecer al punto. Después de todo, seguía siendo una niña. Una niña que jugaba con pollas de palmo y cuerpos musculosos en lugar de Barbys y muñecas, pero una niña al fin y al cabo.

-Sí. Y también podrás traerte a tus amigos aquí para montártelo con ellos en la habitación.

-¿De verdad? –se siguió mostrando muy contenta.

-Si. Visto lo visto, está claro que tú no te vas a cortar por más que te digamos, y prefiero que lo hagas aquí y no que vayas por descampados y por ahí de noche. Éso sí, hazlo con ojo para que no se entere tu madre, tus abuelas ni demás gente de la familia. Ellos no lo entenderían.

-¡Vale, vale! –exclamó entusiasmada- No se enterará nadie.

Viéndola tan contenta, no pude resistirme y la besé en la boca con ganas, metiéndole la lengua con vicio y llevando mi mano a sus tetas para sobarlas con avaricia, a todo lo cual ella se entregó con mucho gusto.

-¿Qué tal se te dan las mamadas? –le pregunté con un guiño cuando nos separamos.

-Dicen que muy bien –me respondió ella con una pícara sonrisa.

Sin necesitar más, se levantó para arrodillarse entre mis piernas y bajarme los pantalones. ¡Y vaya si se le daba bien! Siempre he pensado que es un mito eso de mamarla mejor o peor. Una mamada no tiene más ciencia que chupar y chupar, jugueteando con la lengua de tanto en tanto. Esa es mi opinión, aunque es posible que tenga algo que ver la menor sensibilidad en mi miembro de que hablé. Sin embargo, lo que sí varía son las ganas que le pone cada mujer y la forma en que te mira y se desenvuelve. No es lo mismo que te la chupe una que lo hace como una mojigata, que una perra que se nota que disfruta horrores con lo que hace y mostrándote lo puta que es. Pues bien, la niña era claramente de estas últimas. Entre miradas directas a mis ojos y obscenas expresiones de puro vicio, mamó y mamó, ayudándose por tiempos con sus preciosas y grandes tetas, y parando de tanto en tanto para recrearse lamiéndome el capullo o jugueteando con la punta de su lengüita en la zona de mi frenillo, hasta que me vacié con ganas dentro de su boca. Le avisé de que me venía con suficiente antelación, pero, tal y como sospechaba, ella no hizo ademán de apartarse en momento alguno, tragando todo cuando llegó sin ningún problema.

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No sé si ésto continuará y escribiré otras historias sobre la puta de mi hija. La presente ha respondido a un morbo del momento motivado por una muy reciente todavía experiencia que tiene a ella por protagonista, pero, como veis, la historia es lo suficientemente original como para ser reconocida perfectamente por quien la leyera conociéndonos, pese a haber cambiado en ella nombres y lugares. Cuanto más se escribiera pues, más se contribuiría a aumentar el riesgo de identificación. En fin, ya veremos. Mientras tanto, ya me contaréis que os pareció la puta de mi hija.