La punta del diapasón
Fui relleno de sandwich en aquel cuarto oscuro.
LA PUNTA DEL DIAPASÓN
Yo no era hombre de tener novia. Tenía muchas amigas y me follaba a tres de ellas con regularidad. Pero no lograban engancharme, o enamorarme. Porque yo tenía otros sueños. Había soñado una vez con mi profesor de Literatura, un señor bajito y muy viril, con una voz ronca y profunda que al recitar me hacía estremecer. Soñé que me abrazaba y me corrí mojando las sábanas. Mis novias eran una manera de sentirme como los demás hombres. Pero mis sueños me decían la verdad.
Un buen día me decidí a ir a una sala de gays. Llamé al timbre temblando de nerviosismo. Me abrió un joven musculoso en camiseta de tirantas. Entré rápidamente y, sin mirar a ningún lado, me senté a la barra. Allí, tieso como una estatua, consumí cubata tras cubata, sin atreverme a mirar alrededor. Cuando reuní el valor necesario, eché un vistazo y quedé alucinado.
Había parejas de hombres besándose, de pie, apretándose las nalgas. El calorcito del alcohol se me bajó a la entrepierna y comencé a excitarme. Entonces me entraron unas ganas enormes de mear. Pregunté por el servicio al camarero, que estaba cuadrado, y allí me dirigí tambaleándome medio borracho.
Era un cuarto pequeño con dos urinarios, sin nada que separara el uno del otro. Me llamó la atención que allí, apoyados en la pared, había otra pareja abrazándose. Me puse a orinar y, al momento, alguien ocupó el lugar de al lado. Yo meaba a placer, desalojando lo que había bebido. Por el rabillo del ojo noté que el de al lado no echaba ni gota. En su lugar, su pene se iba alargando y engrosando entre sus dedos. Al ver aquello el mío reaccionó del mismo modo, adquiriendo rápidamente toda su longitud y dureza.
El señor de al lado hizo algo que me dejó perplejo: rápidamente se agachó y me comió el nabo hasta las pelotas. Casi me caigo de la impresión.
Trastabillé y choqué con una pared negra, mi polla en su boca, y esta se abrió tras mi peso y me vi dentro de otra habitación en la más absoluta de las oscuridades. Era casi cómico: el tío de rodillas con mi polla en su boca mientras yo andaba hacia atrás a punto de caer. Unas manos me detuvieron.
El de abajo continuaba su trabajo, lamiendo, tragando y absorbiendo. Yo alucinaba y un enorme placer me recorría todo el cuerpo. Las manos que me sujetaron me desabrocharon el pantalón y me lo bajaron hasta las rodillas.
Entonces sentí el calor de otra polla que se apretaba contra mis nalgas. El otro seguía chupando. Quise deshacerme de aquella estrechez, pero entre los dos me tenían bien apretado. El pene del de atrás se quiso abrir paso hacia mi orificio y aunque me debatía, logró introducir el capullo. Y en aquel momento disparé un chorro de semen a presión en la boca del chupador. Luego otro, y otro, y otro. El de abajo dijo: --¡ Hostia, me has llenado la boca de leche!
Yo me vestí con rapidez y como un rayo salí de allí con el corazón en la boca y al llegar a casa mi padre me miró y dijo: --¡Qué contento vienes!.
Desde entonces mi vida sexual es un diapasón que oscila entre dos polos opuestos, que de alguna manera me complementan.