La puñalada

Un chico es engañado por su novia, y termina teniendo un encuentro sexual sobrenatural en un bar.

LA PUÑALADA

Conseguí escaparme de la ultima reunión de el día alegando un terrible dolor de cabeza, cuando lo que tenia en realidad era unas ganas irrefrenables de sexo que pensaba aliviar sorprendiendo a mi novia con una visita inesperada. Ni siquiera fui capaz de esperar el tren de las siete, tomé un taxi y le indiqué la dirección al conductor mientras visualizaba a Eva sentada frente a su enorme mesa, siempre llena de exámenes pendientes de calificación y ejercicios por corregir. Me imaginaba a mi mismo tumbándola sobre la mesa y arrancándole la ropa interior de algodón blanco con ese suave olor a lavanda que tanto me gustaba.

Cuando por fin me encontré frente a la puerta de nuestro apartamento me sorprendió una agradable sensación de plenitud: tenia un buen empleo, un piso en condiciones y una novia preciosa a la que estaba a punto de hacerle el amor. Tomé las llaves en mi bolsillo y entre en el apartamento. Primero me sorprendió el silencio, luego un gemido que no sabia identificar. . . me asusté. Corrí al despacho de Eva esperando encontrarla trabajando como siempre, pero al abrir la puerta de la sala de estar la encontré desnuda sobre la alfombra, a gatas, con los ojos cerrados y gimiendo. Un sujeto, que se parecía mucho al vecino de el cuatro (pero así desnudo no me atrevía a asegurarlo), le estaba clavando su enorme miembro y le susurraba todo tipo de cosas obscenas al oído. Me quedé helado: primero al ver a mi novia cogiendo con otro; segundo, la postura (ella siempre me repetía que sólo el clásico misionero era verdaderamente romántico) y tercero, por lo mucho que parecían estar disfrutando los dos. Realmente yo lo había intentado todo, pero Eva parecía frígida o algo parecido y sólo accedía a hacer el amor después de muchos ruegos y con todo tipo de condiciones: dúchate primero, no me aprietes los pechos, no me muerdas los pezones, hazlo despacio que me haces daño, idiota. . .

El vecino abrió los ojos y me encontró mirándolo con una expresión que debía ser la de un auténtico idiota. El muy desgraciado ni siquiera se detuvo, sonrió descaradamente y le dio un par de envestidas a Eva, haciendo que ella gimiera mas fuerte y se retorciera de gusto. Me di la vuelta y salí de el apartamento. Bajé las escaleras sintiéndome algo mareado y, una vez e la calle, pensé que lo mejor sería tomar un par de tragos en cualquier bar para poder tranquilizarme y analizar la situación. Es curioso como en un segundo todo puede venirse abajo.. Caminé un rato, me metí por mas y mas callejones hasta que ya no sabia en que parte de la ciudad estaba. Olía a sal y a pescado podrido, así que debía estar cerca de el puerto, pero no podía asegurarlo. Vi el letrero rojo de un bar y me gustó el nombre: La Puñalada. Pesé que era perfecto para mi estado de ánimo y entré decidido a tomar hasta embriagarme.

Una vez dentro me sorprendió la poca luz que había en el lugar, de hecho no había rastro de focos, sólo barios candelabros distribuidos a lo largo de la barra y algunas mesas. La barra estaba al fondo, así que crucé la sala intentando forzar la vista para ver si había algún cliente en las mesas. Me pareció que en una de las esquinas había una pareja sentada en un sofá, aunque solo conseguí identificar a un par de sombras que se movían un poco. Me senté en uno de los taburetes y traté de localizar al barman. Estaba en una punta de la barra conversando con una mujer a la que no había visto hasta ese momento. Le susurro algo al oído, ella asintió, como si estuviera dándole permiso, y sólo entonces el barman se me acercó. Me sonrió y me preguntó que quería tomar. "Borbón, con hielo, por favor". Me sirvió sin prisas, como si supiera que pensaba quedarme un buen rato. Bebí con algo de ansiedad porque quería empezar a notar los efectos de el alcohol lo antes posible. Pedí otra copa, y otra, y otra. A la cuarta empecé a pensar que Eva no era tan maravillosa y que casi me había hecho un favor. Entonces decidí que ya había bebido demasiado y que era el momento de volver a casa para decirle que lo nuestro se había terminado para siempre o para acogérmela a gatas tal como la había visto hacer con el vecino, no estaba muy seguro de que era lo que prefería hacer.

Pedí la cuenta. El barman me dijo, mientras señalaba el fondo de la barra, que la señorita me había invitado y que siempre seria bienvenido al bar. Me sorprendí muchísimo, no solo porque no tengo ni idea de lo que se debe hacer en este tipo de situaciones sino porque, al mirar a la mujer, me pareció preciosa. Decidí que probablemente mi suerte había cambiado y me acerque a ella. "¿Puedo yo instarle un trago?", pregunté. "Claro", dijo ella. La miré con descaro mientras el barman le servia un extraño licor verde con un fuerte olor a hierbas. Anette tenía el pelo muy negro y brillante, liso y largo hasta la cintura. Su piel exageradamente pálida, brillaba a la luz de las velas y los ojos parecían de un verde demasiado intenso para ser reales. "Me llamo Anette D´verou", me dijo mientras tendía la mano para que se la estrechara. Estaba fría. Me fijé en el vestido que llevaba; era largo, de satén negro, con unos tirantes muy delgados, de aquellos que se rompen tan fácilmente, y un corte lateral que dejaba entrever unas piernas larguísimas. No se parecía en nada a Eva, que tenia pinta de chica oriental. Anette me miraba directamente a los ojos con una expresión de hambre que me atraía y me asustaba a la vez. Se tomo su copa de un trago y me dijo: "Salgamos a dar un paseo" y me tomó de la mano, indicándome el camino hacia la puerta trasera.

Al cerrar la puerta me encontré en un callejón igualmente oscuro. El olor a mar sucio era todavía mas intenso y el calor asfixiante.

Anette se me acercó, me empujo contra la pared y desabrochó mi camisa despacio. No decía nada, sólo me miraba con sus ojos hambrientos y me desnudaba. Me besó con sus labios de un rojo extrañamente oscuro y con ese sabor a hierbas todavía en su boca, su lengua jugueteo con la mía en forma perversa, besos profundos, inigualables. De hecho, toda mi situación estaba empezando a parecerse a mis fantasías de adolescente: una preciosa y misteriosa mujer metiendome la lengua hasta la campanilla y acariciándome el miembro por encima de los pantalones. Empezó a morderme el cuello y los hombros hasta que llegó a mis pezones y los mordisqueó, primero con suavidad luego con mas fuerza. El dolor era maravilloso, algo nuevo y salvaje. Dejó mis pezones para seguir bajando, lamiendo la piel de mi abdomen y arañándome con sus uñas afiladas. Se arrodillo y comenzó a desabrocharme los pantalones. No pude evitar ponerme tenso, ¡estábamos en plena calle, alguien podía vernos! Pero me olvide de todo cuando se metió mi pene dentro de la boca y empezó a mamar. Ya no me acordaba de lo que era una buena mamada, nadie me había hecho ninguna desde que empecé a salir con Eva, justo después de acabar la preparatoria. Su lengua se movía muy deprisa a lo largo de mi miembro que ya estaba duro como una piedra. Se incorporó y me besó de nuevo, mientras se apretaba contra mi cuerpo. Luego dejo que la acariciara; el vestido de satén era suave y estaba hecho de una tela tan delgada que podía sentir la piel fría debajo. Le acaricie los senos, tersos y firmes, de pezones pequeños y duros. No llevaba sostén y, cuando le acaricie las nalgas, descubrí que tampoco llevaba pantaleta. Eso me volvió loco de deseo. La apoye contra la pared y la penetré allí mismo, de pie. Ella gemía de pacer y cuanto mas fuerte la embestía más parecía gustarle. Creía que iba a venirme de un momento a otro pero de algún modo inexplicable conseguí aguantar y seguí penetrándola. Frené el ritmo y deje que ella se moviera a su antojo. Se separo de mi un momento y se dio la vuelta, dándome la espalda. "Penétrame otra vez". ordenó. Volví a entrar dentro de su vagina, primero despacio, luego mas y mas deprisa. "Muérdeme", gritó ella. Y la mordí, mordí su cuello y sus hombros, mordí sus muñecas, todo lo que estaba al alcance de mi boca. Le apreté los senos, la aplasté contra la pared, y ella no dejo de gemir en ningún momento. Finalmente me vine dentro de ella y fue el mejor orgasmo que había tenido en toda mi vida.

Nos quedamos pegados unos minutos, intentando recuperar la respiración. Entonces ella se aparto de mi y me miro de una forma muy intensa. Se acercó a mi oído y susurró: "Ahora me toca a mi". Primero no comprendí a que se refería, pero en un segundo lo supe: primero me besó el cuello suavemente, y luego me tomo con fuerza a la vez que me clavaba unos dientes que no podían ser humanos. Note como mi sangre empezaba a deslizarse por mi cuello y mi espalda y sentí como ella bebía. Lo extraño es que no sentí dolor, o quizás sí, dolor mezclado con placer mucho mas intenso que el orgasmo.

No podría haber imaginado que existiera una forma tan maravillosa de morir.

ANDY