La pulsera de mamá. 5 (Final)

Tarde de sábado con Teresa y mamá.

Capítulo 5

Roma o Muerte

Seguíamos con las restricciones de movilidad que nos recomendaban no salir de casa. La mayoría del tiempo lo pasaba solo en el piso. Decidí volver a los estudios que tenía olvidados y al menos matar el tiempo con algo de provecho. En los descansos me acercaba a la cocina o terminaba deambulando por las habitaciones.

Había empezado a sentir una gran curiosidad por aquella persona con la que me venía acostando desde las dos ultimas semanas, y que no era otra que mi propia madre. Apenas sabía gran cosa de ella, era un enigma para mi. Pero bien mirado, todas las madres son un enigma para sus hijos. Intentaba saber algo por detalles en la casa, por sus lecturas … pero no me decían gran cosa. Al final terminaba siempre en su dormitorio, abriendo cajones y armarios. Pero todo estaba tan impoluto y ordenado que me daba reparo meter allí mis manos. Me quedaba absorto viendo aquella lencería blanca y sexy, perfectamente doblada y terminaba cerrando todo por pudor. Me volvía a mi cuarto, siempre algo más excitado de lo que había salido y con ganas de volver a follar con ella.

Por las tardes, después de una pequeña siesta, solía bajar a comprar cosas para la cena. Estaba comprometido a desterrar aquellas comidas orientales. Me encantaba su cara de felicidad cuando llegaba del trabajo y se encontraba todo ya preparado. A veces eran cosas de picoteo, ahumados, embutidos de Salamanca y quesos del norte. Pero otras requerían una cierta elaboración y que cocinaba siguiendo recetas en youtube. Me encantaba charlar con ella en la isla, con una copa de vino en la mano, mientras disfrutaba de su nuevo modelo o traje de trabajo.

Si bien durante esos meses de pandemia muchas empresas se veían obligadas a cerrar, en mis testículos la producción no se había detenido. Necesitaba satisfacer la continua demanda nocturna. Todas las noches acabábamos haciendo el amor hasta que nos atrapaba el sueño. El sexo anal era ya un aditamento más en nuestros juegos sexuales, aunque es cierto que una de las noches concitó todo nuestro interés, logrando orgasmos que aún reverberaban por la habitación.

Quizá mi ánimo había cambiado durante esos días. La cita que el sábado tendríamos con Teresa me preocupaba más y más. Si bien mi deseo por follar con mi madre no había disminuido, en ocasiones me descubría imaginando qué hubiera pasado si hubiera conocido a Teresa en otras circunstancias. El deseo es caprichoso, volátil y cabrón, y a veces deseaba no haberme acostado con ella y haber mantenido tan solo una linda amistad. Pero me fascinaba aquel encanto y a veces me turbaba en lo más profundo recordando su cuerpo desnudo sobre la mesa de la cocina.

Aquel sábado, bajo un cielo gris, apenas había gente por la calle. Madrid parecía estar ya instalada en un Agosto perpetuo, que era cuando la ciudad se solía vaciar de madrileños que huían hacia las playas de Valencia. Sólo que ahora estábamos en Noviembre y todo el mundo estaba metido en su casa. Había que reconocer la habilidad de esta maldita pandemia para dibujar paisajes urbanos fascinantes.

Teresa llegó al cabo de cinco minutos. Llevaba uno de esos abrigos ligeros claros sin abotonar, que le llegaba hasta debajo de las rodillas. Un pantalón ancho negro por encima de los tobillos y ajustado a la cintura. Calzaba unas deportivas de tela color gris claro y una sencilla camiseta blanca que marcaba perfectamente la forma de sus pechos. Era el nuevo look que llevaban ahora algunas pijitas y que a mi me encantaba. Nunca la había visto fuera de aquel piso, pero a la luz de la tarde se veía hermosa.

Mi polla se removió en mi bóxer, como un perrito que se alegra de ver llegar alguien conocido.

—“Joder, pero es que no te puedes estar quieta”  —pensé para mis adentros.

Nos saludamos afectuosamente y por el camino estuve hablando prácticamente yo sólo. Cosa rara, porque desde que la conocía siempre era ella quien llevaba la conversación.

—Ya verás como todo sale bien, no tienes que preocuparte —dije, porque me parecía que estaba igual de nerviosa que yo.

Entramos en el ascensor del edificio. Cerré la verja protectora y pulsé el botón del quinto piso. Y allí sí que noté a Teresa realmente tensa. Tímidamente acaricié su mejilla y ella puso su mano encima, cerrando los ojos y dejándola así durante todo el trayecto. Cuando llegamos a la planta abrió los ojos y me sonrió.

Al entrar en casa mi madre estaba hablando por el móvil y nos hizo una señal a modo de saludo. Si bien Teresa venía muy arregladita, mi madre había optado por la informalidad. Llevaba una coleta de caballo alta, una camisa blanca con las mangas remangadas, y un pantalón acampando claro que llegaba hasta el mismísimo suelo.

Al poco se despidió de su llamada y vino a recibirnos. Por el sonido de sus pasos pude adivinar que llevaba un calzado de tacón. Mientras me daba la vuelta para cerrar la puerta se dieron un par de besos y mi madre la acompañó al salón.

—¡Ostras! —dijo Teresa asombrada. —Qué bonito es esto… —exclamó mirando el amplio espacio de la casa.

Mi madre sonrió agradecida por el cumplido, mientras Teresa se quitaba el abrigo sin dejar de observar aquí y allá la decoración.

—Caray, caray, con qué buen gusto está esto puesto—no paraba de decir.

Vi que mi madre estaba realmente orgullosa de que alguien admirase su estilo. Había pequeñas esculturas de bronce al estilo de Marino Marini sobre muebles sencillos de diseño italiano. En las paredes apenas había nada colgado. Destacaba el Palazuelo, que presidía el salón y por el que mi madre había peleado con uñas y dientes tras el divorcio. La verdad es que era un cuadro impresionante, en negro con tonos naranjas y ocres y que uno se quedaba como hipnotizado.

—Ven que te enseño el resto de la casa —dijo agarrándola del brazo y llevándola en un tour domiciliario.

Yo aproveché para deslizarme a mi cuarto y cambiarme de ropa por algo más cómodo, mientras las oía al fondo charlar. A los pocos minutos mi madre soltó una carcajada y pensé:

—“Ya está, se la ha ganado. Teresa es la leche”.

Cuando salí de mi habitación estaban en el salón, bromeando y riendo, como si ya se conociesen de tiempo.

Aunque habíamos quedado para tomar café, al final resultó que a nadie nos gustaba el dichoso café de sobremesa. Ellas optaron por unas infusiones de frutas y yo por una tónica fría. Acerqué la bandeja al sofá donde ya estaban sentadas. Teresa había cruzado las piernas, y simplemente me sonrió cuando acerqué su taza.

-Muchas gracias, caballero —me dijo cogiéndola.

Con mi mano derecha aparté un mechón que se le había caído sobre el rostro. Un gesto que no pasó inadvertido y que ruborizó ligeramente a Teresa. Luego fui a sentarme en el suelo, casi a los pies de mi madre.

La conversación fue de todo tipo de cosas. Mi madre se interesó por su trabajo. Teresa comentó que era muy variado, pero que esos días estaba acabando un artículo para JD sobre arquitectura contemporánea. Por ejemplo nos habló de la casa Malaparte, nombre nos hizo reír como niños tontos. Nos comentó que hoy día el acceso está prohibido y que solo se puede ver desde el mar. A principios de los 60 se hizo muy famosa porque apareció en una película protagonizada por Brigitte Bardot. Nos comentó que era su mejor época, donde se la veía espectacular y bella. Yo dije, por hacerme el enterado, que Bardot era una vieja facha.

—Ay hijo. Qué ganas tengo de que esta pandemia os quite tanta tontería a los millennials.

Ellas se rieron un rato, pero yo me quedé un poco avergonzado. Mientras tanto, a modo de cariño, mi madre introdujo sus dedos en mi nuca, y durante un par de minutos me dio un masaje lento y sensual, que me produjo escalofríos de gozo ante la mirada de Teresa, algo turbada.

A raíz del comentario salió el tema de los planes cancelados por las restricciones. Mi madre comentó que este año sería el primero en el que no estaría en Roma por estas fechas. Tenía el hábito de pasar un par de semanas en esa ciudad, para ver a las hermanas y aprovechar para ir de tiendas. Yo hacía tiempo que había dejado de acompañarla, aunque a mi Roma me encantaba por encima de cualquier otra ciudad. Roma o Muerte.

Mi madre quiso saber cómo iba el tema de la boda. Teresa se esforzaba para parecer lo más natural posible hablando de mi padre. Mi madre notó su incomodidad, y alargó su mano para acariciar su mejilla.

—No te preocupes cielo, ese capítulo de mi pasado ya está cerrado.

Teresa guardo unos segundos de silencio, y el comentario pareció relajarla.

—Será en Mallorca, pero es difícil concretar aún la fecha —empezó diciendo Teresa—. Todo está muy en el aire y al final será un evento pequeño. ¿Tu vendrás verdad? —me preguntó directamente.

—Sí, cómo no. Nada me apetece más que ir a Mallorca para ver como te casas con mi padre—contesté irónicamente, mientras Teresa me miraba por encima de la taza.

La verdad es que no debería afectarme lo que Teresa fuese a hacer con su vida. Pero reconocía que había algo en mi interior que me aguijoneaba, algo que se revelaba contra aquella idea. Durante las dos semanas que había pasado en su casa nos habíamos compenetrado muy bien. Podíamos estar bajo el mismo techo y disfrutar en silencio de la compañía. Y cuando hacíamos un descanso no podíamos dejar de hablar o de reír. Y ahora, volver a tenerla allí delante, con su frescura y simpatía natural, me generaba unas ganas locas de poder abrazarla y besarla.

Mientras pensaba todo esto, mi madre recibió una llamada telefónica. Disculpándose por la necesidad de tener que contestar, se retiró a su habitación. El corazón empezó a latirme con fuerza porque sabía lo que iba a pasar a continuación. Nada más quedar solos, me senté a su lado.

—¿Estas mejor?

—Si, gracias. Tu madre es super guapa, es una pasada —dijo Teresa visiblemente animada— no me la imaginaba tan maja. No sé por qué le tenía tanto mie…

No pudo terminar la frase. Le estampé un beso en los labios que le cogió por sorpresa. Teresa estaba con los ojos abiertos, pero ni siquiera hizo un amago de separarse.

—Para, para, que nos va a ver…

Pero no tenía intención de separarme de aquella dulce boca que saboreaba con mis labios. Necesitaba su contacto y quería aprovechar cada segundo de ese lapso robado al tiempo.

Un ligero roce de ropa en el salón nos volvió a la realidad. Y al mirar vi a mi madre, con el móvil en la mano, mirándonos fijamente. Teresa se apartó de mi automáticamente y se llevó la mano a la boca. Ella sentía la mirada de mi madre y tuvo que desviar la suya al suelo. Sin embargo yo no tenía el menor remordimiento. Es más, era consciente de que estaba ante las dos personas más importantes de mi vida, me sentía seguro y tenía claro mis prioridades. No tenía que desviar mirada alguna ni avergonzarme de nada.

—Vaya, creo que os he interrumpido en algo importante —dijo mi madre acercándose a donde estábamos.

—Por favor —decía Teresa asustada— lo siento, yo estoy confundida…

Mi madre se sentó en el sillón, al lado de Teresa. Le puso una mano encima de la suya, intentando tranquilizarla. El corazón de Teresa iba a mil.

—Tranquila, no te preocupes. Ya está. No es algo que me pille por sorpresa —empezó diciendo mi madre, con voz muy dulce—. Mi hijo ya me contó que os habéis cogido mucho cariño. —Hizo un silencio mientras observaba su reacción—. Y no me extraña, porque me pareces un amor de chica.

Los ojos de Teresa se levantaron del suelo y se encontraron con los de mi madre, que le devolvían tranquilidad.

—Creo que también él te ha contado cosas nuestras —dijo con aplomo—. He pensado que si no habías revelado nuestro secreto, por ejemplo a mi ex, y habías sido tan discreta, es porque eres alguien de fiar. —Mi madre acarició la mejilla de Teresa con cariño—.  Por eso quería conocerte. No debes preocuparte de nada, Teresa. Yo espero de verdad que seas muy feliz en tu nueva vida, y algo me dice que te esperan muchos éxitos. —Teresa la miraba con los ojos ligeramente humedecidos — y me alegraré mucho, eres muy guapa, desprendes luz.

Teresa respiraba fuertemente. Al fin y acabo era un poco absurdo que todos supiéramos de todos, pero que todos hiciéramos como que no sabíamos de nadie.

—Al principio, tras el divorcio no fue nada sencillo —empezó a contar mi madre—. Tuve varios amantes… bueno tampoco tantos, pero si suficientes. Estuve saliendo con alguien del trabajo, y con algún marido de una amiga. Esto que te estoy contando no lo sabía ni mi hijo —informó ante mi total estupefacción. —El amor ha sido muy importante en mi vida y necesito sentirme llena de él. Lo que nunca imaginé es que lo tuviera tan cerca. Este mes está siendo muy extraño para todos. Creo que nunca me he sentido tan dichosa, si bien siempre he sabido que esto no duraría mucho tiempo. Ya imaginarás, una relación con tu hijo no es una relación que se base en parámetros estables. Aunque no creí que tan pronto…

Hizo una larga pausa. Teresa miraba a mi madre callada y atenta. Sabía que se le estaba abriendo una puerta reservada a muy pocas personas. En mi caso tuve un amago de celos, de no haber sabido nada hasta ese momento. Lo cierto es que resultaba absurdo que una mujer tan bella como ella no hubiese tenido un montón de moscones al minuto uno de la separación.

—Lo que ocurre —continuó hablando mi madre— es que una cosa es la teoría y otra muy diferente la práctica. Entiendo que mi exmarido se sienta atraído por ti. Que lo haga mi hijo, me va a resultar mucho más difícil de llevar. Ahora cuando os he visto me he sentido confusa… Disculpa Teresa, no es cosa tuya, pero no sé como gestionar este tipo de sentimientos…

Se hizo un silencio en la sala. Teresa se enderezó en el asiento y miró a mi madre directamente a los ojos.

—No lo sé… quizá así —dijo agarrando el rostro de mi madre y pegándole un morreo de campeonato.

Los ojos de mi madre se abrieron como platos, completamente alucinados. Desconozco si por no rechazarla o porque quizá no le estaba desagradando, mi madre se dejó hacer. Al poco cerró ella también los ojos mientras Teresa buscaba ángulos diferentes para encajarse en su boca y entrelazar las lenguas. Las respiraciones se iban haciendo más y más agitadas. Por un momento me sentí ajeno a aquel espectáculo, como que sobraba y no iba conmigo, pero del cual no pensaba perderme ni una coma.

Cuando se separaron para mirase a los ojos durante un breve lapso de tiempo, mi madre dijo:

—Uff, esto sí que no lo esperaba…

Y lo cierto es que yo tampoco. A continuación volvieron a comerse las bocas como si no hubiese un mañana. Teresa había pasado la mano por la nuca de mi madre. Y mi madre no apartaba las suyas del rostro de Teresa. A través del jersey, podía ver los pezones endurecidos, la respiración sofocada bajo su blusa.

Cuando pararon a tomar aire, mi madre me miró por primera vez desde hacia mucho rato. Un poco avergonzada y desconcertada. Aunque estaba claro que no le había desagradado en absoluto la dulzura de aquella preciosa chica. Con un gesto me atrajo hacia ella, como buscando mi calor y me besó tiernamente. Al poco empezamos a comernos también la boca. La cara de Teresa debía ser un poema. Una cosa era estar sobre aviso de nuestra relación y otra muy distinta estar delante de una despampanante milf, dándose lengua con su hijo. Yo saboreaba aquella boca que tan bien conocía. Solo que ahora se añadía un nuevo sabor, el de la boca de Teresa, y que me encantaba.

Sin embargo, al momento de apartarme, ya se estaban devorando nuevamente.

Teresa empezó a desabotonar la blusa de mi madre. Ambas estaban casi arrodilladas en la alfombra y yo aproveché para levantarme y retirar la mesa de centro con las tazas, que amenazaba con generar un estropicio. Al ver la operación mi madre sí que ya se puso muy nerviosa. Aquello estaba dando un giro abrasador y que amenazaba con finalizar carbonizados.

Sin embargo, cuando Teresa se deshizo del cierre delantero de su sujetador y sus dos increíbles pechos quedaron al descubierto, fue incapaz de detenerla. Mi madre respiraba de forma virulenta. Especialmente cuando los besos de Teresa descendieron lentamente por su cuello, donde dejó un rastro de saliva como si fuese el camino plateado de un caracol. Llegó a la altura de su pezón izquierdo al que le propinó una suave lamida y que hizo estremecerla de placer. Quise acompañar a Teresa en ese banquete, y me situé a su lado para acariciar el pecho derecho de mi madre, al que rodee con mis labios buscando su máxima excitación.

La imagen debía ser impactante, ver aquellas dos cabezas que lamían, chupaban y acariciaban aquellos dos hermosos senos que sobresalían de su blusa. De vez en cuando nos mirábamos de reojo y nos dábamos lengua para intercambiar sabores o hidratarnos mutuamente, antes de continuar con nuestra labor, con los ojos cerrados.

Quizá por eso no vi como Teresa había empezado a desabrochar el pantalón de mi madre, que dejó caer, para pasar a acariciar la concha por encima de las braguitas.

—Niños, no, parad, parad, debemos parar esto..— decía con muy poca convicción. Lo estaba disfrutando y sus resistencias iban cayendo una a una.

Cuando escuché su primer jadeo, abrí los ojos y ya vi la mano de Teresa que se había colado dentro de sus bragas y le estaba proporcionando una lenta y delicada paja con sus deditos. La cara de placer de mi madre, que mantenía los ojos cerrados, era considerablemente entregada, y no pude evitar lanzarme a besarla con descontrolada pasión.

Ese momento lo aprovechó Teresa para quitarse la camiseta blanca y desprenderse del sujetador y el pantalón. Y así, tan solo en bragas, se pegó al cuerpo de mi madre, arrebatándomela de mi lado, besándose y uniendo sus pezones, duros como tapones de dentífricos.

Lo siguiente que hizo fue incorporarse y ponerse de pié, sobresaltando a mi madre con lo decidida que había salido la niña aquella. Se fue bajando las bragas y dejando ver por primera vez aquel coñito de cuadro de Egon Schiele, pequeño, sonrosado, y con los labios abultados. A continuación se sentó en el sofá y de manera resuelta se abrió de piernas, mientras se mordía el pulgar y miraba a mi madre con juguetona expresión. En ese momento estaba preciosa, su salvaje melena ocultaba un poco el rostro, pero el fulgor acentuado de su mirada azul se traspasaba a través.

Mi madre estaba algo cohibida ante lo que tenía delante. Sin embargo noté un destello de lujuria en sus ojos, y por la manera de empezar a acariciar con la punta de sus dedos aquel pubis de pelitos rizados, me hizo pensar que ese no era el primer coño, a parte del suyo, que mi madre tocaba. Probablemente había sido hacía tiempo, no lo sé. Lo que parecía claro es que se sentía más titubeante por ser de quien era, que de por estar tocando a otra mujer.

Sus manos acariciaron los muslos de Teresa, con mucho amor, y fue rodeando la vagina que parecía ir humedeciéndose más y más. Pasó el dedo anular por toda la raja, llevándose un largo suspiro de Teresa y un poco de aquella lubricación. Pero cuando mi madre se lo llevó a la boca para recoger algo de saliva, una cara de estupefacción paralizó su rostro. Con el dedo en su boca, probó, por primera vez, el sabor de Teresa.

Yo empecé a reír y Teresa abrió los ojos sorprendida sin saber qué estaba ocurriendo. Pero cuando vio a mi madre chupando su propio dedo, también se rió. Mi madre se volvió hacia mi, relamiéndose y con cara de incredulidad.

—¡De alucine! ¿no? — dije, recordando el sabor de aquella secreta maravilla. —“¿No te gustaba la comida agridulce, mama?” —pensé para mis adentros —“pues aquí tienes de lo mejor que podrás probar nunca”.

Mi madre se volvió nuevamente hacia Teresa, que iba ya muy cachonda. Se había quedado un poco desorientada allí de rodillas, sin saber sí debería seguir con sus manos o dar definitivamente un repaso a aquella delicatessen. Creo que fue el ansia de tomar el sabor sin intermediarios lo que hizo acercarse a lamer directamente el chichi de aquella ninfa nórdica.

Yo tenía unas ganas locas de quitarme la ropa y ponerme a cascármela viendo aquel espectáculo lésbico. Sobra decir que estaba como un burro de salido. Pero por alguna razón me mantuve al lado de mi madre.

Teresa gemía y se retorcía en el sofá, que era la manera de responder al buen trabajo que estaba recibiendo. Yo veía cómo acariciaba la cabeza allí enterrada, y de vez en cuando podía vislumbrar la lengua de mi madre lamiendo y recorriendo toda aquella viscosidad en la que se había convertido la almeja de Teresa. A veces separaba los labios y alcanzaba el clítoris, con el que jugaba suavemente antes de darle un buen chupón.

—Oh, dios, joder, joder..— gemía Teresa de manera conmovedora, ante la cada vez más agresiva boca, ayudaba por unos largos dedos que se colaban en su interior.

Con mucho cuidado me incliné y pude quitarle todo el pantalón y las bragas a mi madre. Pasé mi mano por debajo de sus muslos y con un leve roce percibí su estremecimiento. Mi mano tocó su vulva, que estaba húmeda y tierna. Su nivel de lubricación era máximo. Estaba empapada, viscosa y muy resbaladiza. Sin pedir permiso me tumbé en el suelo, boca arriba. Mi madre me dio acceso abriendo todo lo posible las piernas, y me fui metiendo justo debajo de su concha, que aparecía brillante y con alguna gota trasparente a punto de desprenderse.

La primera lamida tuvo como respuesta un largo gemido. Aunque no por ello detuvo su degustación de delicias vienesas.

No quise preocuparme por preámbulos ni alargar la tortura. Mi lengua se abalanzó sobre aquel coño que se abría dándome la bienvenida y al que quise ofrecer un buen servicio. Me lo fui comiendo todo. Lametazo tras lametazo me iba tragando aquel néctar que tanto me gustaba. Cada succión a su más que inflamado clítoris era acompañado por un largo jadeo. Lamía, comía, absorbía, repasaba… no dejaba de trabajármelo, y no por ello ese coño dejaba de expulsar más y más jugos viscosos.

Algunos de los lametazos llegaban hasta su ano que me recibía gustoso. Abandoné mi tarea de recoger el agua que caía de aquellas estalactitas y me centré en su pequeño ano que recibió mi lengua con una enorme excitación y que no abandoné hasta que consideré que ya estaba perfectamente reblandecido. Tras retomar mi labor en su vagina, que había vuelto a encharcarse, fui introduciendo mi dedo anular, falange tras falange, hasta lo más profundo de su culo. Sus gemidos eran cada vez más escandalosos. Me hicieron temer que pudiera correrse antes que Teresa, pero cuando escuché su grito, mi temor se esfumó.

—Me viene, me viene, me viene… ¡¡¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaagh!!!! —gritó Teresa llegando al Valhalla en un orgasmo brutal.

Notaba sus piernas con aquellas convulsiones eléctricas y descontroladas, como poseída, mientras mi madre entrelazaba sus dedos con los suyos. Como si un tarro de miel se hubiese quebrado, un elixir blanquecino era recogido lametazo tras lametazo por mi madre entregada.

Cuando dejó de correrse, Teresa se deslizó del sofá hacia el suelo, quedando cara a cara con mi madre a la que abrazó y luego besó.

Yo aproveché para salirme de aquel lugar y desprenderme del pantalón y el calzoncillo, que arrojé bien lejos. Tenía a mi madre a cuatro, delante de mi, comiéndose la boca con Teresa, y no dudé en acercar mi dura polla a la entrada de su chorreante vagina. Cuando estaba buscando la colocación sentí algo extraño, como animalillos jugando en su chichi. Se trataba de los dedos de Teresa, que además de darse el lote tocaba la concha de mi madre. Al sentir mi glande, su mano me lo cogió con ternura, y realizó aquel movimiento sobre el  capullo, como de desenroscar una bombilla, que tanto placer me dada. Me fue guiando con cuidado, como uno de aquellos acomodadores de cine que te conduce a tu asiento, y me ayudó a introducirla con delicadeza en su coño. Ya dentro empecé a moverme con una cadencia mecánica creciente.

Ellas se besaban cada dos por tres, sin dejar de abrazarse y acariciarse. Yo tan solo pensaba en devolver a aquel ser fascinante todo el placer que me había regalado estas ultimas semanas.

Al tiempo que la penetraba hasta la raíz, mi pulgar atacaba aquel ano que se me estaba empezando a antojar, y que ya estaba prácticamente blando para ser disfrutado. Intentando no variar mi compás, saqué mi polla, y la acerqué a aquel agujero que tanto placer nos había proporcionado la ultima semana. Traspasar el anillo requería algo de habilidad, pero al sentir allí mi polla, mi madre me abrió los glúteos con sus manos para facilitarme la tarea. Cuando mi nabo amoratado logró entrar, ella abrazó fuertemente a Teresa, besándola y lamiendo su rostro sin piedad.

Ya con toda dentro, no tardé un segundo en moverla de dentro hacia afuera en interminables deslizamientos. Resoplidos y jadeos me llegaban de aquella mujer, y deduje que estaba haciéndolo bien. Me movía en su interior dándole polla hasta lo más profundo, moviendo mi cadera para frotar las paredes de aquel ano sudoroso al tiempo que ella se movía acompasada a mi ritmo. Te hacía sentir como si estuvieses dentro de una cueva bajo el Mediterráneo. Pequeños espasmos y vibraciones en su cuerpo me envalentonaban a mover mi polla de la manera más virtuosa.

Teresa alargó uno de sus brazos y empezó a realizar pequeños círculos alrededor del clítoris de mi madre. Cuando introdujo algunos dedos dentro de ella se percató de que estaba perforando su culo. Me miró sorprendida por encima de su hombro. Pude sentir, a través de aquella fina membrana, sus dedos dentro, rozando mi polla al otro lado.

Mi madre  estaba al borde del delirio. Gemía y emitía bufidos, sin dejar de sentir todo aquel mecanismo orientado a proporcionarle el máximo gozo. De repente, un movimiento involuntario de todo su cuerpo, como de desamparo, me hizo ver la inminencia de su explosión. Intercambié un gesto con Teresa que entendió lo que se avecinaba e intensificó sus caricias.

—Oh, dios mío, oh, oh, oooooh…— suspiraba, con sus manos cogidas a las de Teresa y sus nudillos blancos por la presión.

Mi penetración pasó a ser feroz, endiablada, y mi madre se retorció de gusto.

—Ya, ya me viene oh diosssss nene— casi chillaba. —Ooooooooooooooooooooooooooh joderrrr, ¡neneeeeeeeeee…!

Mi madre inició un atormentado orgasmo en el que sus muslos se tensaban y destentaban a modo de seísmo, como ir en bicicleta por un pavimento adoquinado. Se corría interminable y desconsoladamente, ante la atenta mirada de Teresa.

—Ooooooooooooooooooohh…

Seguí metiendo y metiendo polla dentro de aquel precioso cuerpo, sintiendo las réplicas de su terremoto, mientras gotas de sudor recorrían mi espalda.

En el momento que las convulsiones se iban mitigando, fuimos deteniéndonos hasta la absoluta quietud. Aproveché para ir sacando mi polla con cuidado y al dejar de estar empalada, mi madre se derrumbó de lado, con el pelo revuelto y visiblemente extasiada. Se hizo un silencio que nadie quería romper. Teresa aprovechó para levantarse y tirarse en el sofá, encantada con lo que había presenciado.

—Uff, niños, me habéis matado— dijo mi madre, —necesito ir al baño.

La ayudé a levantarse y me dio un beso antes de dejarnos solos. Me fui donde estaba Teresa, que me recibió con los brazos abiertos, como quien recibe un cachorrillo en navidad. Acabé tumbado sobre ella, a un palmo de su cara. Su cuerpo transpiraba, su sudor me encantaba, pero más aún su mirada azul y maravillosa. Había cariño en sus ojos.

—Hola

—Hola —contestó con una suave sonrisa.

Metí los dedos en su cabello rubio, como quien los introduce en un campo de trigo. Su melena de desbordaba por el blanco del sofá como una de aquellas cascadas alpinas.

—Te he echado de menos —dije— ni me podía imaginar esto hoy.

—¡Dímelo a mi!. Caray, tu mamá no se corta nada —contestó Teresa con sus ojos clavados en los míos— No sabía que era posible recibir y dar tanto placer. —añadió.

—“El placer es el principio y fin de todas las cosas”

—¡Epicuro!

—Mr Wonderful.

Teresa se rió de mi bobada y me dio un puñetazo en el hombro. Pero luego nos quedamos en silencio. Así de cerca sus ojos tenían destellos verdes que te hacían creer que estabas a punto de entrar en un lago rodeado de bosques. Podías zambullirte en su interior y descubrir verdades que permanecían ocultas hasta para ti mismo.

Sabía, por ejemplo, que esas semanas habían sido una especie de viaje iniciático, como una travesía de descubrimiento de uno mismo. Sabía también que debía taparme los oídos ante los cantos de aquella preciosa sirena. Sabía que me ponía mucho mi madre, pero estaba intuyendo que no sólo por estar tan buena o por ser una autentica máquina de follar. Me atraía porque en realidad quería saberlo todo de ella y me daba cuenta de que apenas había empezado a descubrir cosas. Lo que nos atrae de los demás es lo que ocultan, lo que no se ve. Lo que me atraía de mi madre era el misterio en sí mismo. Y aunque probablemente me podría tirar a Teresa ahora mismo, sé que rompería, ya definitivamente aquel vínculo que a duras penas me había costado recuperar y construir. La lealtad era eso y, que coño, Roma no paga traidores. Había descubierto con ella la riqueza en los matices del sexo, deseaba averiguar que más matices permanecían todavía  ocultos.

—Sabes que no vamos a follar —dije sin apartar su mirada.

Teresa tan sólo afirmó ligeramente, mientras notaba un tenue humedecimiento en sus ojos. Hay historias de amor que nunca sucederán, pero que nos satisfacen plenamente sabiendo que podrían haber sido posibles y no meras conjeturas.

—Qué pena que no nos hayamos conocido en otras circunstancias—dijo mientras me abrazaba fuerte y me daba un beso en la mejilla —eres un amor.

Nos quedamos en esa posición sobre el sofá. Yo tenía mi cabeza ladeada sobre sus pechos y ella me acariciaba el cabello. Parecía canturrear alguna melodía, pero no me atreví a preguntar por miedo a que me hablase de walkirias y mitos nórdicos.

Al poco oímos la cisterna del baño y entró mi madre en el salón. Se había arreglado un poco, pero estaba completamente desnuda. Sin embargo pude adivinar una extrañeza en su mirada al encontrarnos así, relajados en el salón, esperando su regreso. Es probable que asumiese que nos iba a encontrar follando salvajemente. Que me estaría tirando a Teresa y tendría que resignarse y aceptar. Pero como había dicho, yo tenía claras mis prioridades. Y ella era la primera.

Le sonreí al tiempo que me incorporaba y hacía un gesto para que viniese a mi lado. Se cobijó en mis brazos. Estuvimos así un largo tiempo, dándonos arrumacos y besándonos de vez en cuando. Mi pene no había perdido un ápice de su vigor. De vez en cuando pasaba con cariño su mano por mi polla, a la que no dejaba de observar.

—Vamos a tener que solucionar esto —dijo, sonriendo enigmáticamente.

Se levantó y fue nuevamente al baño. Regresó con algunas toallas higiénicas y algún otro producto. Con mucho mimo me estuvo limpiando la polla. Al fin y al cabo había estado en su culo. Cada una de las caricias me endurecía la polla, aún más si cabe.

Cuando terminó me hizo ponerme en pie allí en medio del salón. Ante la atenta mirada de Teresa, que permanecía en el sofá, se puso de rodillas lateralmente ante mi polla. Con su lengua ensalivada, me dio un repaso a todo el lateral del pene, mientras miraba de reojo a Teresa, como si estuviese dialogando con ella en un idioma que yo no comprendía. Cuando mi madre llegó a mi glande, Teresa abandonó el sofá y vino a arrodillarse al otro lado, para estar cerca y no perder detalle.

Pero mi madre hizo algo que fue de lo más extraño. Cogió aquella pulsera plateada y se la fue deslizando a lo largo del brazo derecho, hasta quitársela por completo. Mirábamos aquella operación desconcertados. A continuación la introdujo en mi pene, sin dejar de mirarme, y con toda la parsimonia del mundo fue descendiendo hasta que mis pelotas notaron el frío metal. Luego, con mucha delicadeza, ayudada de la lubricación que acababa de realizar, logró pasar uno de mis testículos por el circulo, y luego, con algo más de cuidado, el otro. Cuando miraba hacia abajo, veía aquel aro metálico y se me antojó que el mundo se había dividido en dos. Al otro lado estaban mis genitales y sentía que ya no eran míos. “¿Los quieres mi amor? Son todo tuyos, te los regalo”.

Tan pronto como terminó se puso en cuatro, quedando su cabeza justo delante de mi pene, que saltaba dando pequeños espasmos de excitación. Sin utilizar sus manos, abrió su boca y se la fue introduciendo poco a poco horizontalmente. Desde arriba tenía una visión excepcional. Su espalda desnuda, con su cola de caballo sobre ella recibía suaves caricias de Teresa, que no perdía detalle de la operación. Mi pene se iba perdiendo centímetro a centímetro en su interior. Cuando llegó al tope de su garganta se tuvo que detener. Final de la vía, pero nada más lejos de la realidad. Tras un movimiento imperceptible del cuello, como si ajustase los mecanismos de aquella entrada secreta, reanudó la marcha, tragándose más y más polla, hasta que mis pelotas acabaron chocando contra su barbilla y su nariz llegó hasta mi pubis. Dios mío, no sé qué era eso que acababa de presenciar, pero esa preciosa mujer se acababa de tragar mi rabo entero.

Se mantuvo con todo mi enorme aparato alojado en el interior de su garganta un rato. Teresa miraba todo con ojos alucinados. Y cuando por falta de aire no tuvo ya más remedio que sacarla, lejos de hacerlo con urgencia, se fue retirando con la misma lentitud, a cámara lenta. Al sacarla mi polla goteaba de saliva espesa y babas viscosas, que incluso formaron una cortinilla trasparente que colgaba a lo largo del tronco. Sonriéndome con timidez se incorporó un poco, como sorprendida del calibre y longitud que se acababa de tragar. En ese momento yo respiraba muy agitadamente, estaba muy nervioso, sin entender del todo aquella simbología

Al poco pude oírlo con claridad. Era un sonido lejano, casi inaudible, pero a cada segundo se hacía más y más fuerte en mi cabeza. Eran como los tambores de guerra zulúes que los ingleses escucharon al caer la noche, asustándoles hasta la médula.

Estaba a dos pasos de recibir una mamada doble de aquellas dos bellezas.

Mi madre se volvió a colocar de lado, acercó sus labios mullidos a la base de mi polla, sin dejar de mirar a Teresa que aceptó gustosa la invitación. Hizo lo mismo, pero en el lado opuesto. Sentir por primera vez estos labios en mi pene me hizo marearme de gozo. Se miraban a los ojos y mi madre inició un lento movimiento hacia el prepucio. Teresa decidió acompasar y se unió a su lamida de modo que subían y bajaban en el mismo vaivén, como si me estuvieran masturbando con las bocas, sin llegar a tocar el capullo y que me parecía una tortura perversa.

Noté como sus lenguas acariciaban la base de mi tronco. Probablemente se estaban también tocando entre ellas. Y de pronto, como si lo hubieran ensayado, fueron subiendo y subiendo hasta terminar uniendo sus labios y lenguas sobre mi capullo sonrosado.

—¡Dios! ¡Joderrrrrrrrrr!!— se me escapó por el tremendo trallazo de placer que me produjo.

Vi como se sonreían con los ojos, mientras seguían chupeteándome el nabo e intercambiándose saliva y gotas trasparentes de liquido preseminal. Toda esa operación se alargó por varios minutos. Y aunque deseaba que se eternizaran, terminó cuando se fundieron en un beso obsceno y húmedo, con los ojos cerrados, devorándose con pasión e intercambiando fluidos.

Mi polla estaba completamente embadurnada de babas y líquidos varios. De vez en cuando mi madre la agarraba para darle un suave meneo, o eran los dedos de Teresa los que jugueteaban con mi capullo. A veces la mano de una se ponía sobre la mano de la otra en esa lenta masturbación, mientras ellas seguían dándose lengua.

Cuando tuve un pequeño tembleque en las rodillas, se separaron. Mi madre me miró a los ojos, con aquella expresión que tanto me turbaba, más pendiente de mi placer que de cualquier otra cosa. Se tumbó en el suelo boca arriba y colándose entre mis piernas, como un barco alejandrino pasando debajo del Coloso de Rodas, me empujó hacia abajo con sus manos. Terminé arrodillado sobre su boca, con mi perineo y genitales a tiro de lengua.

Empezó a relamer, primero un testículo y luego otro, para pasar a chupetearlos con glotonería. Cuando miraba hacia abajo veía unos labios que no dejaban de recorrer mis dos huevos, con todo su cuerpo desnudo ante mi, si no fuera porque inmediatamente Teresa se colocó a horcajadas sobre ella, rozando sus chichis. Al principio fue como una pequeña absorción. Y uno de mis testículo se coló por completo dentro de su boca, donde lo mantuvo un buen rato. Yo lo sentía moverse dentro de ella, de un lado a otro, como si fuese la bola de un chupachús que había perdido su palo. Cuando lo sacó empezó a chupetearme el otro, que recibió el mismo tratamiento dentro de su boca, donde sentía la textura de su lengua y su humedad resbaladiza. Esta operación se desarrolló dos o tres veces.

Teresa veía aquella operación flipada y se estaba poniendo muy excitada. Sus dos manos habían agarrado mi polla. Empezó a retorcerla en giros y giros continuados, como si fuera una manga pastelera, o en vaivenes oscilantes, arriba y abajo, haciéndome una paja devastadora. De vez en cuando recogía saliva de su boca y la esparcía a lo largo de mi pene.

—Dios, dios, no paréis chicas —suplique sin poder casi aguantar más aquel suplicio al que me estaban sometiendo.

—Sácate las ganas —dijo Teresa sonriendo.

Mi madre se trabajaba mi perineo, acariciando a lo largo y regalándome unas cosquillas traviesas. Al poco sus manos me separaron los cachetes del culo.

Parecía que Teresa ya había tenido suficiente y decidió pasar a la acción. Mientras oía el chasquido de sus húmedos coños frotarse entre sí, acercó su lengua a mi polla, manteniendo su mirada fija en mis ojos y le propinó una suave lamida que casi hace que desfallezca. Ante su sonrisa, probablemente por la cara de idiota que ya debía tener, jugó con su lengua fresca y tierna en mi glande. Podía sentir como se divertía con sus densidades. A veces su lengua parecía tierna y blanda, y el capullo se dejaba mecer como en una almohada de plumas. Pero a voluntad conseguía endurecerla y lo castigaba dándole latigazos de placer en el frenillo o en la base del glande.

En esa buena coordinación que se traían entre las dos, mi madre me propinó el primer lametazo al ano al tiempo que Teresa se metía toda mi polla en la boca.

—Oooooooooooh ¡Chicassssssss!—gritaba de gusto.

Iniciaron un espectáculo coordinado que me aflojó todas las tuercas del cuerpo. La maravillosa lengua de mi madre rodeaba mi ano, dándole pequeños golpecitos con su punta, intentando introducirse. Mientras tanto Teresa había iniciado una mamada que rozaba la perfección y que se centraba tanto en el glande como metiéndosela hasta el fondo. Sus manos acariciaban mis pelotas, tocándolas suavemente, como si fuesen objetos hechos de seda. Grandes goterones de babas y fluidos viscosos caían sobre los pechos de mi madre, que ella repartía por sus pechos y por sus pezones.

Llevaba muchas horas aguantándome la corrida. Mi fábrica interior tenía excedente y no estaba dispuesta a ahorrase la oportunidad de expulsarlo todo fuera. El orgasmo se manifestó como una liberación de aquel cruel tormento.

-Ya, ya…— anuncié.

En ese momento mi madre cogió a Teresa por la nuca para acompañar su movimiento oscilante sobre mi polla. Ella ejercía un ritmo endiablado, tragándosela hasta donde sus capacidades bucales le permitían.

—¡¡¡¡¡¡Wwoooooooooooooooowwwwwwww!!!!!!!!…— grité en una corrida antológica que alarmó a medio Madrid.

Exploté con furia. Latigazos de semen y más semen fueron disparados dentro de la boca de Teresa mientras sus manos seguían retorciendo y exprimiendo mi polla endurecida. Mis chorros llenaban aquella linda boquita mientras sentía mi cuerpo como si me hubieran conectado a una máquina defibriladora. Sentía la lengua de mi madre dejar la entrada de mi culo y lamerme las pelotas, como animándolas a soltarlo todo. Sus manos abandonaron la cabeza de Teresa, que seguía absorbiendo todo mi jugo.

Mientras iba bufando de goce, Teresa fue aminorando la chupada, sin por ello dejarse fuera una sola gota. Con el alma ya fuera de mi cuerpo, y sin nada en mis pelotas, fue sacando mi pene de su boca.

Cuando me pude salir de aquella encerrona comprobé que Teresa había guardado toda la corrida. Se agachó para entregársela a su legítima propietaria, que era mi madre. Allí abrazadas en la alfombra, mi madre recibió gustosa aquel traspaso en un beso lascivo y morboso que iba bebiendo hasta agotar existencias.

CODA al capítulo 5.

Se hizo un largo silencio con los tres allí tirados, en el centro del salón. Mi madre tenía la cabeza sobre mi hombro y la de Teresa sobre su muslo. Ella acariciaba aquella melena rubia, despejando su bello rostro aquí y allá.

Ibamos recobrando el aliento.

—Quizá me he equivocado y debería casarme con… —Teresa hizo una breve pausa— no lo sé, con cualquiera de vosotros dos.

Reímos el comentario mientras mi madre acariciaba su mejilla.

—Habría que echarlo a suertes —dijo mi madre— el que saque la paja más larga.

—En ese caso ganaría tu hijo, caray —dijo y nos reímos por la ocurrencia.

Había pequeñas manchas de humedad en el sofá. Especialmente donde antes habían estado ellas. Me dije que en el momento que secase iba a dejar un buen cerco. Pero también una señal de que aquello no había sido un sueño, sino algo real. En mi perversión me imaginaba una de aquellas jornadas, en las que me pasaba el día solo en casa, lamiendo aquel sitio y buscando cualquier mínimo sabor que me recordase tal experiencia. Joder, estaba fatal.

Cuando empezamos a recobrar la serenidad, la primera en levantarse fue Teresa. Recogió su ropa del suelo una a una y mi madre le indicó dónde estaban las toallas y se daban un pico. Nos quedamos brevemente allí tumbados. Mi polla yacía ya flácida sobre mi muslo.

—Esto es mío —dijo mi madre, sacando con sumo cariño su pulsera de la zona en la que estaba. Luego la limpió con mucho cuidado con una de aquellas toallas higiénicas y se la fue introduciendo nuevamente hasta dejarla caer. Creo que en esos años nunca había estado tanto tiempo sin ella en la muñeca.

—¿Qué es lo que ha pasado? —murmuré, todavía sin poder asimilar los últimos acontecimientos.

Mi madre me besó al tiempo que me despeinaba cariñosamente.

—Me voy también a duchar —dijo incorporándose y recogiendo su ropa.

Únicamente me puse el bóxer y me tiré en el sofá con la mente en blanco. Mi madre salió más tarde, enfundada en un albornoz blanco. Su pelo húmedo estaba perfectamente peinado, en una raya lateral y el resto detrás de sus orejas cayendo sobre la espalda. Encendió las luces indirectas de la cocina y se puso a preparar algo de cena.

Por la persiana se filtraba alguna luz de las farolas, pero la noche hacía tiempo que había caído. Cuando salió Teresa, estaba ya vestida y arreglada. Se quedó unos segundos allí en el salón, mirándonos sin decir nada. Luego vino a donde estaba, se inclinó un poco y me besó en los labios.

—Se agradece —es lo único que dijo, y que en nuestro código secreto significaba una cosa bien distinta.

Mi madre salió de detrás de la isla y la acompañó hasta la puerta de casa. Allí estuvieron hablando bajito un par de minutos. Mi madre arreglaba el cuello de su abrigo y colocaba cariñosamente su pelo. Perecía también su madre, dando los últimos retoques a la niña antes de enviarla al colegio. Acarició su cara y le dio un beso en los labios a modo de despedida.

Cuando volvió al salón yo corrí a su lado, pero inmediatamente me apartó, girando la cabeza y riendo.

—A la ducha, que hueles a sexo que tira para atrás.

Al salir del baño la cena ya estaba en la mesa. Durante la velada me fue preguntando cosas de Teresa, de aquellos días en su casa. Tenía mucha curiosidad por saber y creo que también se había empezado a enamorar un poco de ella.

—Esa chica es un cielo. Me alegro mucho de que vaya a formar parte de esta familia —dijo convencida.

Recogimos los platos y nos fuimos a acostar.

Después de lavarnos los dientes yo me metí de un salto en la cama. Mi madre se quitó el albornoz y se metió desnuda entre las sábanas, pegando su cuerpo al mío. Sus ojos se le cerraban de cansancio y sonreía plácidamente.

Aproveché para apagar la luz. Entrelazó sus dedos con los míos y decidimos abandonarnos al sueño.

Luego se hizo un largo silencio.

—Te has puesto las botas, ¿eh campeón?

FIN