La puerta verde

Una incauta occidental soportará las terribles condiciones de una carcel de un país àrabe.

Había sido un viaje fantástico, con mi chico habíamos estado una semana en un país del medio oriente recorriendo sus parajes y conociendo su cultura. Nada imaginaba que pudiera sucederme cuando en el aeropuerto, antes de embarcar en el avión que debía llevarme a casa, un policía me exigió que abriese mi equipaje. Mi chico me tranquilizó y me dijo que todo iría bien pero, mi sorpresa fue mayúscula cuando entre mis pertenencias encontró un envoltorio, que luego supe contenía droga. Enseguida me detuvieron y perdí el avión, en el que se subió mi chico dejándome sola en ese lugar.

Me condujeron a un cuartucho, esposada y rodeada de tres policías con muy mal aspecto. Enseguida me ordenaron que me desnudaran para realizar un registro corporal. Con mi mal inglés les dije que exigía la presencia de una mujer policía. Entre carcajadas mis captores me aconsejaron que les obedeciera y como no lo hice, me encañonaron con una pistola en la sien. Aterrorizada y entre sollozos procedí a desvestirme. Cuando estaba en ropa interior, uno de los policías me indicó con la mano que tenía que seguir. Roja de rabia e impotencia procedí a desabrocharme el sujetador, dejando mis tetas desnudas y entre comentarios que no entendía pero que podía imaginar me desprendí de mis bragas.

Me ordenaron que levantara los brazos y que abriera las piernas. El policía que dirigía la escena procedió a mirar en mis orejas, y en mi boca, introduciendo sus sucios dedos dentro. Casi vomito cuando con sus dedos hurgó en mi boca, con la excusa de ver si ocultaba algo. Sus dedos apestaban a mil cosas aunque me resulta imposible olvidar el pestazo a orina que desprendían. En un triste inglés me ordenó que chupara y ensalivara su dedo, cosa que hice pues estaba aterrorizada. Cuando lo tuvo bien húmedo de mi saliva y sin poder reaccionar, se agachó entre mis piernas y con sus manazas abrió mi sexo y lo introdujo muy profundamente en mi coño. Casi me meo encima del pavor.

No contentó con esta primera inspección me ordenó que me pusiera en cuclillas encima de un taburete donde casi no podía aguantar el equilibrio. En esta posición, un ayudante me sujeto por las axilas, aprovechando para manosear mis tetas. En esta posición empezó el segundo de los registros introduciendo el mojado dedo en mi ano.

No era virgen del culo pero las pocas veces que había practicado sexo anal habían sido con mucha delicadeza y abundante lubrificación. Ante esa embestida mi ano reaccionó aprisionado el grueso y sucio dedo que me sodomizaba aumentando mi dolor ante esa penetración. Creo que estuvo una eternidad penetrándome el culo con su dedo hasta que por la tensión, los nervios y la acción física, mi culo estalló en un sonoro pedo. Los tres rieron mientras expulsaba el dedo de mi culo. Como un trofeo, el policía enseñó el dedo a sus compañeros que reían a carcajadas. Yo no sabía de qué reían hasta que me pasó el dedo por mi cara. Estaba completamente sucio de caca pues había actuado como un tirabuzón. Enseguida me lo dió a oler y cuando grite apartando mi cara, me abofeteó a la vez que abría mi boca y lo introducía en ella empezando un movimiento de mete y saca que me provocó arcadas.

Evidentemente pretendía que lo limpiase y tuve que hacerlo a pesar de que resultaba asqueroso el tener que saborear mi propio excremento. Cuando se cansó lo sacó de mi boca, comprobando que lo había dejado reluciente. Todos rieron. Yo me sentía completamente humillada. Aunque imaginaba que lo peor estaba por venir.

Esos eran mis pensamientos cuando entró en el cuarto otro policía que ordenó que me vistiera y le acompañase. Me subieron a un coche y durante el trayecto que me alejaba del aeropuerto me comunicaron que estaba detenida por tráfico de estupefacientes y que me conducían a una prisión a la espera del juicio.

Llegados a la prisión, yo seguía sin entender nada, lo único que escuchaba era el sonido de las puertas de la prisión abriéndose ante mí y los cerrojos cuando sellaban esas puertas a mi paso. Enseguida me recibió la directora del centro que en un correcto inglés me dijo que odiaba a las putas occidentales que traficaban con droga y que me preparase a vivir un infierno. Entre lloros le explicaba que yo no sabía nada y que seguramente alguien había introducido ese paquete en mi equipaje. Me dijo que siempre decíamos lo mismo y con la ayuda de un par de celadoras me condujeron a un cuarto donde, nuevamente, me ordenaron que me desnudara.

Desnuda en medio del cuarto, una funcionaria procedió a registrarme volviendo a sufrir una invasión de dedos en mis cavidades. Primero las orejas, boca, nariz, siguiendo por un magreo de mis pechos y axilas. Esta vez me ordenaron que me tumbara en una especie de mesa y que abriera las piernas. La celadora se entretuvo en abrir los labios de mi coño hasta que el dolor era insoportable para después, sin guantes ni nada, introducir hasta tres dedos en mi interior. Los sacó relucientes, comprobando que no escondía nada en mi interior.

Seguidamente me ordenaron que me pusiese a cuatro patas sobre la mesa y con la misma brusquedad abrió mi nalgas para dejar obscenamente a la vista de todas mi ano. Esta vez para registrar su interior, primero me introdujo su dedo índice hasta que el dolor se hizo insoportable pues no paraba de moverlo circularmente por mi recto. No contenta con esta inspección cogió un grueso rotulador que llevaba en el bolsillo de su uniforme y lo introdujo en mi ano realizando una profunda penetración. No sé el tiempo que estuvo con el rotulador en mis entrañas pero fue mucho hasta que se quedó convencida que nada escondía y después que mis intestinos reaccionaran otra vez lanzando un sonoro pedo. No lo sacó ella de mi culo, de una embestida me lo clavó profundamente y tuve que empujar como si estuviese cagando para expulsarlo. Con mucho esfuerzo conseguí expulsar ese cuerpo de mis entrañas entre ventosidades hasta que finalmente el grueso rotulador cayó al suelo y pude comprobar que estaba totalmente sucio de caca. Al menos esta vez no tuve que limpiarlo con mi boca.

Tras la inspección me dieron una bata corta, que apenas cubría mi culo y que sería mi prenda de vestir durante mucho tiempo, no me dieron ni sujetador ni bragas.

Rota por todo lo que me estaba pasando me condujeron por un sucio pasillo al final del cual había una pequeña puerta con una reja que para entrar tuvimos que agacharnos. Así encorvadas, pues la altura del pasadizo apenas superaba el metro de altitud, y mostrando en esa posición todo mi culo a la comitiva. Tenía que acelerar el paso, pues si me retrasaba, enseguida una de las celadoras me daba unos fuertes bastonazos en mis nalgas expuestas. Caminamos unos metros, mientras la directora me anunciaba que me conducían a las celdas donde estaba la escoria de todo el penal, que la mayoría de mis futuras compañeras no abandonarían nunca esas instalaciones y que me preparase, pues me iban a recibir con los brazos abiertos. El trayecto y sus palabras aumentaban mi intranquilidad y mis expectativas se colmaron cuando llegamos al final del pasadizo.

Era un patio con unos muros altísimos con tres puertas, cada una con el marco de un color. La directora me contó que en la puerta verde encerraban a las putas, en la negra a las ladronas y la amarilla era la puerta que daba el acceso a las duchas.

Con una gran sonrisa me informó que por ser occidental mi destino era estar con las putas. Mi nerviosismo aumentaba por momentos y se convirtió en temor cuando la celadora abrió la puerta verde. El hedor era insoportable y ante mi apareció por primera vez la estancia donde pasaría mucho tiempo.

El jolgorio de las internas cuando me vieron fue mayúsculo, y aunque no entendí nada, pues hablan en árabe, no presagiaba nada bueno. La estancia era cuadrada, de unos 10 metros cada lado y con un retrete justo en el centro. No había ni mesas, ni sillas ni cama y en ella se hacinaban 8 mujeres. La directora se dirigió a una de mis futuras compañeras y le estuvo hablando largo tiempo mientras, la que luego supe se llamaba Malika, iba esbozando una sonrisa en sus labios. Luego, la directora me comentó que en la celda de la puerta verde, era Malika quien mandaba y que ya me aleccionaría sobre las reglas del presidio.

La directora y las celadoras abandonaron la celda y la puerta se cerro tras de mí.

Miré a mis compañeras mientras ellas empezaron a hablar. Malika era la que mandaba allí, ya me lo habían dejado muy claro. Era una mujer enorme en todo, morena, con el pelo muy largo, grandes tetas, no era gorda pero sí voluminosa, con un gran culo, que la minúscula bata no llegaba a cubrir. Todas iban vestidas con la bata que también me habían dado a mí, de un color indefinido, aunque la mía estaba mucho más limpia que las suyas. Su estado de higiene era deplorable.

De las siete restantes de mis compañeras me fijé en la única mujer rubia, que era una chica de rostro muy bello, que intuí debía ser extranjera. Estaba con los ojos muy abiertos, con marcas de golpes y moratones por todo el rostro, brazos y piernas, y se encontraba apoyada en una esquina, apartada del resto.

Malika la llamó y la chica se acercó inmediatamente con una mueca de terror en su rostro. Malika en árabe le estuvo hablando. Yo seguía de espaldas a la puerta, inmóvil y aterrorizada. Al final, la chica rubia me empezó a hablar en inglés y me contó que se llamaba Sara y que era francesa y que hacía dos años que estaba encerrada allí. Que desde que llegó, no había llegado ninguna reclusa más. Y que si quería sobrevivir tenía que obedecer. Luego me dijo que me desnudara que Malika quería mi bata. Dude unos segundos hasta que Malika se acercó y sin más me asestó un puñetazo en mi nariz que empezó a sangrar. Vistas las cosas y llorando del dolor y la impotencia me quité la bata quedándome desnuda. Malika, sin ningún pudor se despojó de su bata, mostrando su exuberante cuerpo desnudo. Tenía unas grandes testas, algo caídas y adornadas con una aureola marrón enorme, coronada por unos largos pezones. Una gran mata de pelo adornaba sus axilas y su coño era muy peludo, al punto que una fina tira de vello le llegaba y sobrepasaba su ombligo.

Se apoderó de mi bata y me arrojó la suya a la cara. Su prenda apestaba a todo, estaba roída y sucia. Llorando y superando el asco que me daba me la puse. Sara me aconsejó que no la hiciera enfadar que sería peor y me anunció que descansara que por la noche me darían la bienvenida.

El resto de la tarde la pasé llorando sentada en un rincón maldiciendo a mi novio por lo que me había hecho. La celda apestaba, había una humedad terrible y aunque me estaba orinando no me atrevía a ir al retrete del centro de la celda para no exponerme a mi nuevas compañeras que no paraban de señalarme, reír y lanzarme improperios. Ellas, supongo que habituadas a ello, iban al retrete sin ningún pudor, meando y cagando a la vista de todas. Era un espectáculo inimaginable, alguna de las chicas sentada en el sucio retrete lanzando andanas de pedos y pujando hasta conseguir cagar. Lo que me inquietó es que no había papel higiénico y que ninguna de ellas se lavaba en el grifo que había cerca de la puerta.

A última hora de la tarde se abrió la puerta y nos dejaron una olla con una cuchara. La primera en comer fue Malika, cuando se hartó pasó la cuchara a otra mujer hasta que le tocó el turno a Sara. Ahora sólo quedaba yo y, cuando Sara me pasó la cuchara, Malika se levantó de golpe y volcó lo que quedaba del contenido de la olla en el mugroso suelo de la celda y, cogiéndome del cuello, me acercó a cuatro patas obligándome a comer la especie de preparado de judías y tomate que era la única comida caliente que nos daban al día, como luego supe. Al principio me resistí pero una nube de golpes y patadas por parte de todas me empujó a arrodillarme y comer como una perra los restos que había en el suelo. A los cinco minutos entró una celadora y recogió la olla y la cuchara, riendo pues yo aun estaba a cuatro patas comiendo del suelo, enseñando el culo obscenamente por mi posición. Esta fue la última vez que entró una celadora, la recogida de la olla significaba que empezaba la noche en la prisión y que empezaba de verdad mis pesadillas.

Con el ruido del cerrojo aun en mis sienes, las mujeres de la celda se abalanzaron sobre mí desnudándome a golpes, mientras me manoseaban obscenamente mis pechos, y todo mi cuerpo. Tiraban de mis pezones, erectos por el frío de la sucia celda, hasta hacerme gritar, a la vez que otras manos se hundían en mi entrepierna hasta introducirse dolorosa y profundamente en mi coño. Otra no desaprovechó la ocasión para introducir sus dedos en mi ano. Era una pesadilla.

Al cabo de un rato de este tratamiento, Malika le dijo algo a Sara y ésta me lo comunicó; la jefe había ordenado que tenía que conocerlas a todas y que la mejor manera de conocerlas era degustándolas. Yo me temía lo peor, hacía ya rato que tenía asumido que algún coño tendría que comerme para poder sobrevivir pero no imaginaba lo que tendría que soportar. Acto seguido, todas las reclusas se desnudaron y ahí empezó mi tarea.

Malika fue la primera en colocarse a cuatro patas, separándose las nalgas, mostrando su apestoso ano. Me colocaron detrás de su culo y Sara, me dijo lo que tenía que hacer. Tenía que limpiarle el culo con la lengua. Intenté suplicar pero lo único que conseguí fue una patada en el vientre que me hizo retorcerme de dolor. Con lágrimas en los ojos acerqué mi boca al ano de Malika. Su culo era enorme y ella lo mantenía muy abierto con sus manos. Su raja desprendía un olor insoportable, mezcla de sudor, flujo y caca. Su ano estaba rodeado de pelos negros, a forma de corona y para mi desgracia pude comprobar que tenía el culo realmente sucio. Restos de caca adornaban esos pelos y ella entreabría expectante su ano, que a cada contracción soltaba un pestazo increíble. En eso, las judías empezaron a hacer su efecto y sin conseguir escapar de esa prisión de carne me lazó varios sonoros pedos en mi cara, alguno incluso me salpicó de caca. Las chicas reían a cada pedo y me empujaban mi cara contra ese agujero marrón. Superando mi adversidad empecé a comerle el culo entre sollozos y arcadas. Ella, entre tanto iba rugiendo de placer entre pedo y pedo que expulsaba en mi cara. Había probado su olor, ahora la estaba saboreando. Mi lengua se impregnó de ese apestoso aroma y tuve que tragar todos los restos de sus cagadas de no sé cuantos días, pues como luego pude comprobar sólo podíamos ducharnos una vez por semana y gracias. No sé cuanto tiempo estuve así pero creo que como mínimo estuve un cuarto de hora comiéndole su sucio y apestoso culo.

Contenta con el aseo que mi boca le había proporcionado, Malika se levantó e indicó que adoptara su posición la siguiente. La siguiente era Fátima, una chica jovencita, muy morena y muy peluda, más delgada que Malika. Se colocó en cuatro y con sus manos se abrió las nalgas, ofreciéndome su húmedo sexo, muy rosado y tremendamente apestoso y su ano. Ya no hice ni el menor amago de resistirme y enseguida me coloque entre sus nalgas y proseguí con mi tarea de comerme ese culo. Su olor era mucho más desagradable que el de Malika y, aunque se tiró menos pedos, mi labor fue aun más repugnante. Tras una eternidad de chupar y lamer su ojete, sucesivamente se fueron alternando el resto de mujeres. No sé cuantas horas estuve degustando los sucios anos de todas mis nuevas compañeras. Los probé de todas las formas y sabores. Algunos muy peludos, otros rosados, una de las chicas tenía tantas hemorroides que mi lengua tuvo que sortearlas fuertemente para llegar a su esfínter. Una de ellas, soltó tantos pedos que incluso en una de esas expulsiones de gas, lanzó directamente a mi lengua un pequeño pedazo de caca blandita que tuve que ingerir para poder seguir con mi tarea. Creo que a partir del tercer o cuarto culo que limpié, ya no sentía ni asco, sólo quería acabar lo antes posible. Al final le tocó el turno a Sara que, tras lanzarme un inaudible "lo siento", se colocó en posición perrito ofreciéndome su culo para mi labor.

Exhausta después de haber comido y limpiado ocho apestosos anos, procedieron a la segunda parte del tratamiento de bienvenida. Malika cogió un palo de unos 40 cm. de largo y bastante ancho que estaba justo al lado del retrete y que luego supe era el desatascador, y empezó a esgrimirlo ante mis ojos. En eso, el resto de compañeras de celda, me sujetaron y estirándome en el sucio suelo, Malika procedió a violarme con el palo. Lo introdujo poco a poco en mi coño, disfrutando con el sufrimiento que me causaba. Al principio costaba mucho que se deslizara pero, al cabo de unos minutos, mi lubrificación natural facilitó esa penetración. Al cabo de unos minutos, mi anatomía respondió a la estimulación y, pese a lo humillante de la situación, empecé a gimotear. Ellas reían y, finalmente, sucedió lo que tenía que pasar. Alcance un orgasmo. Cuando eso ocurrió, Malika retiró el palo rápidamente y empezó a darme golpes por todo el cuerpo con él. Recibí una paliza de mil demonios, que me dejó multitud de marcas y que no arremetió, pese a mis súplicas y lloros, hasta que se cansó.

Llorando por el dolor y la impotencia me acurruqué en el suelo pero, no me dejaron descansar ni un segundo. Me cogieron otra vez y, sujetándome entre varias, me colocaron a cuatro patas. Imagine lo que se me avecinaba y acerté. Me abrieron las nalgas y, una de las mujeres, que resultó ser una lesbiana incorregible, se dedicó con entusiasmo a comerme culo, hasta que logró dilatarlo. Acto seguido Malika me sodomizó con el palo. Sentí como milímetro a milímetro, el palo perforaba mis entrañas, superaba el anillo anal, se introducía en mi recto e incluso noté como tocaba fondo. Creo que me lo metió hasta la empuñadura pues noté su puño cerrado que atrapaba el palo en mis nalgas. Así estuvo un buen rato hasta que, sin previo aviso, lo retiró de golpe. Yo caí derrotada y me asusté al comprobar el grosor del palo. Imagine como debía de tener de abierto el culo. Acto seguido me abrieron las nalgas riendo y haciendo comentarios de como me habían dejado el agujero. La presión del palo había actuado en mis entrañas y, sin poder oponerme, literalmente me cagué encima. Ellas rieron y removieron mi excremento con el palo que ya estaba bastante sucio de mis heces, hasta que, como colofón de la fiesta, me obligaron a limpiarlo con mi boca. Mi cuerpo ya no respondía y mecánicamente abrí mi boca e hice lo que querían.

Cuando creyeron que ya estaba suficientemente limpio me dejaron estar y, sollozando me tumbé en un rincón. Sólo deseaba que amaneciera. Lo que no sabía es que ese deseo fue lo único que me permitió seguir viviendo tras la puerta verde, cuatro años que me pasé comiendo el coño y el culo de las chicas de mi celda.