La Puerta Roja (I)

Dicen que la puerta al Infierno es de color rojo sangre, que a través de ella se oyen los aullidos de dolor de los malditos, que el calor que irradia es el fuego donde arden las almas en pena toda la eternidad. Pero para ella...la Puerta roja es la entrada al Paraíso.

Era Navidad, y su ama le había dejado un regalito sobre su cama. Envuelto en papel de seda amarillo, aguardaba una caja con el nuevo modelito que quería que se pusiera.

Un vestido azul marino entallado, de falda hasta las rodillas. Un delantal con encaje de hilo blanco, de una suavidad extrema. Las finas medias blancas de seda, igual que la camisa. Todo coronado por una pequeña cofia del mismo blanco puro que el delantal.  Era un conjunto sencillo y bonito, nada ostentoso...la belleza siempre por dentro, decía su ama.

Aparte, había otra caja, más pequeña, de color violeta. La abrió con cuidado.  Dentro, un conjunto de braguitas con un pequeño corpiño underbust color marfil. Pasó los dedos por las finas tiras del liguero que lo acompañaba y que formaban cadenas de rosas…  Muy del estilo de su ama.  Una pequeña nota escrita a mano lo acompañaba. Intento descifrar la mala caligrafía de su ama, este era uno de esos detalles que adoraba de su señora.

“Póntelo y ven inmediatamente. Ya sabes dónde estoy.

Recuerda llamar antes de entrar. Educación ante todo.”

Rápidamente se desvistió y se puso el nuevo uniforme. Sólo el hecho de ponérselo ya la excitaba…Las medias subiendo por sus piernas, como si fueran las manos de su ama acariciándola. Atarse el lazo del delantal, igual que su ama le ataba las muñecas…

Salió de su cuarto y se dirigió a donde su ama. La puerta roja. La puerta al Paraiso.

Llamó y pidió permiso para entrar. Su trasero aun recordaba la primera vez que entró sin llamar. 17 golpes le había dado su ama. 17 marcas rojas en su trasero, una por cada letra que no había dicho. Sintió el hormigueo en su trasero, y vergonzosamente, entre sus piernas…

“Adelante”- escuchó la voz firme de su ama.

Abrió con cuidado y sin apenas levantar mucho la mirada, ya sabía que iba a encontrarse.

Una habitación amplia, con muebles extraños pero conocidos por ella. A la derecha una cruz de San Andrés, y un par de ganchos de suspensión para shibari. A la izquierda, una mesa con muchos juguetes de su ama… Varas, fustas, todo tipo de arneses, todo tipo de aparatitos con los que su ama gozaba de hacerla gemir.

Con cierto temor dirigió su mirada al fondo de la habitación. Aun habiéndola visto tantas veces, la visión seguía removiendo algo en su interior. Algo en lo más hondo de su corazoncito.

Ahí estaba, un trono dorado con terciopelo rojo. Y su ama, sentada en él. Con un corset negro brillante entallándole el cuerpo, las botas de caña alta adorando sus piernas… El cabello suelto que le caía como una capa por la espalda. Un juego de fustas colgando del reposabrazos derecho… Y un collar con un cascabel entre sus manos.