La psicóloga y el alumno conflictivo
Claudia, una guapa psicóloga, trabaja en el mismo instituto de secundaria que su marido. Víctor, uno de los alumnos conflictivos del centro, recibirá una intervención especial por parte de Claudia de consecuencias impredecibles.
La psicóloga y el alumno conflictivo
Me llamo Claudia y soy psicóloga, especializada en el ámbito educativo. Tengo 34 años, rubia con media melena hasta los hombros, y dicen que tengo una cara preciosa. Siempre me ha gustado hacer deporte e ir al gimnasio, por lo que tengo un cuerpo muy bien formado, con unas piernas estilizadas y un culo redondo y duro. Mido 1,70 y mis pechos son bastante grandes sin ser exagerados, talla 90. Me casé a los 29 con Rafael, el chico con el que salía desde los 21. Nos conocimos en la universidad, él estudiando otra carrera, y desde entonces siempre hemos estado juntos y muy unidos. Después de acabar nuestros estudios, él consiguió plaza de profesor de lengua y literatura en un instituto de nuestra ciudad, y yo de psicóloga en otro instituto. Después de hacer gestiones y peticiones de traslado conseguí plaza de psicóloga en el mismo centro que Rafael, fue una alegría muy grande para ambos.
En el nuevo centro los compañeros y compañeras me acogieron muy bien, y el trabajo de psicóloga educativa me apasiona, por lo que empecé el curso llena de entusiasmo. Había un pequeño grupo de chicos y chicas problemáticos que eran los que más dedicación me exigían, y de todos ellos destacaré a uno: Víctor. Era un chico latino de 18 años y cursaba segundo de bachillerato. Pese a ser muy conflictivo era también muy inteligente, y aunque en clase no prestaba atención y no hacía los deberes con regularidad, al final se las apañaba para aprobar los exámenes. En su trayectoria académica había acumulado diversas expulsiones, siempre por peleas con otros chicos y por enfrentamientos verbales con los profesores. Uno de los más sonados fue precisamente con Rafael, mi marido, el curso pasado. Víctor le insultó en medio de clase y le dijo que si era hombre se vieran las caras fuera del instituto. Víctor fue expulsado dos semanas, y las ruedas del coche de mi marido aparecieron pinchadas el primer día de su expulsión. Pese a todo, acabó haciendo un buen examen y aprobó la asignatura.
Regularmente tenía entrevistas con Víctor en mi despacho, sobre todo después de algún conflicto con algún profesor o alumno. En las charlas que manteníamos siempre se mostraba educado y respetuoso. Según él, eran los profesores quienes se mostraban irrespetuosos con él, le gritaban, le daban órdenes, y eso lo enervaba. Decía que los profesores no soportaban que aprobara sin escuchar sus clases y estudiando lo justo, y que por eso siempre andaban chinchándole para que estallara y así poder castigarlo. Víctor pertenecía a una banda latina y le gustaba alardear de ello, y quizás por eso no quería mostrarse dócil ante una autoridad, para defender su “prestigio”. Además tenía una vida familiar problemática y sus padres no le prestaban la atención necesaria. Físicamente era un chico con cierto atractivo y tenía mucho éxito con las chicas. Era un poco más alto que yo, moreno de piel y pelo rapado. Siempre llevaba pendientes con brillantes y un par de cadenas colgando del cuello. Era fuerte y tenía un cuerpo muy bien formado.
Hablé con profesores y miembros del equipo directivo para tratar de encontrar soluciones. Les propuse que fueran más suaves en el trato con él, que procuraran hacerle más participativo en clase y que también supieran premiarle cuando hacía algo bien. Algunos profesores no quisieron saber nada y otros siguieron mis indicaciones. En las clases de estos últimos pareció apreciarse una mejora conductual por parte de Víctor, aunque tampoco nada espectacular. Sin embargo, vi en esos pequeños cambios un camino a recorrer, y seguí dedicando esfuerzos para su integración. Algunos profesores opinaban que me había puesto de su lado, que me tragaba sus mentiras, y que era un revientaclases incorregible. Uno de los que pensaba esto era Rafael, mi marido, pero él había tenido una experiencia muy dura con él y yo entendía que no fuera objetivo en este tema.
Una mañana, Víctor fue a buscarme a mi despacho para pedirme ayuda. Me dijo que un profesor le había dado permiso para salir de clase e ir al aula de alumnos para acabar un trabajo que debía entregar ese mismo día. Víctor me explicó que ya tenía el trabajo hecho pero necesitaba que alguien revisara las faltas de ortografía, porque el profesor era muy estricto con eso. Me pidió si podía ayudarle con las faltas. Era muy bueno que cumpliera con la tarea de hacer ese trabajo, y me pareció justo y adecuado echarle una mano. Me levanté y ambos nos dirigimos al aula de alumnos. Ese día yo vestía una blusa de color lila oscuro, falda negra un poco por encima de la rodilla, medias también negras y zapatos de tacón.
El aula de alumnos era un salita pequeña que constaba de una mesa alargada pegada a una pared lateral con varios ordenadores, una estantería grande en la otra pared lateral con libros y revistas, y en la pared que quedaba frente a la puerta había una ventana grande que daba al patio. Esa aula siempre estaba cerrada con llave, y los alumnos solo podían ir acompañados de un profesor o con expresa autorización de estos. El profesor de Víctor, uno de los que, siguiendo mis indicaciones, intentaba mejorar su comportamiento dándole responsabilidades y confianza, le había entregado una llave para que hiciera allí su tarea.
Me senté frente al ordenador en el que Víctor había hecho el trabajo y empecé a leerlo y a corregir las faltas de ortografía. Él estaba sentado al lado mío, observando las correcciones. En un momento dado, empezó a hablar:
– Claudia, eres muy buena conmigo. La mayoría de profesores me odia y no me ayuda, pero tú siempre me escuchas y me intentas ayudar. Yo sé que tengo un lado malo, y a veces me sale sin poder controlarlo, pero también tengo un lado bueno, tú siempre me lo dices, y tengo que esforzarme porque salga siempre el lado bueno. Gracias a ti me doy cuenta que no soy tan malo como dicen...
Lo miré conmovida. Momentos como ese son los que hacen que ame mi profesión. Él también me miraba, clavándome sus ojos con fuerza. Entonces hizo algo que me desconcertó por completo. Sin dejar de mirarme acercó su cara a la mía, y poniendo una mano sobre mi mejilla llevó sus labios hasta mi boca para besarme. Me había quedado tan perpleja que me quedé quieta sin reaccionar, pero cuando los labios de Víctor empezaron a acariciar los míos y su lengua buscaba entrar en mi boca, sí reaccioné. Abrí mi boca y nuestras lenguas se fundieron en un beso cálido y sensual. Yo también llevé mi mano a su mejilla, y acariciándole suavemente, nos besamos con ternura. Víctor puso su otra mano en la parte interior de mi pierna, masajeándola mientras su mano subía lentamente por el interior de mi falda.
En ese momento, una luz se encendió de golpe en mi cabeza, eso que estaba pasando era una locura sin sentido, una insensatez, una falta de profesionalidad imperdonable. Me levanté como un resorte, separando a Víctor de mí y retirando su mano de mi muslo. Mientras me colocaba bien la falda le dije con voz que quería ser firme pero que me salió entrecortada:
– Víctor, esto que acaba de pasar es un tremendo error. Lo olvidaremos y haremos como si nunca hubiera sucedido, ¿entendido? Borraremos esto de nuestra memoria y mañana será otro día.
Dicho esto, me dirigí a la puerta del aula para marcharme.
– Claudia, espera por favor, escúchame. No me abandones tú también. Yo no puedo borrar esto ni hacer como si no hubiera pasado. Eres alguien muy importante para mí, estás en mi mente todos los días, todas las horas, cada día deseo que llegue el momento de verte y estar contigo. Eres tan especial...
Yo le escuchaba de espaldas a él, parada en la puerta. Mientras él hablaba había avanzado hacía mí. Me tomó de las caderas por detrás, y empezó a besar mi cuello delicadamente. Sacó de su bolsillo la llave del aula, la llevó hasta la cerradura y cerró la puerta por dentro.
Me quedé inmóvil frente a la puerta. Víctor me besaba el cuello, la mejilla, la oreja, muy sensualmente. Me tomó de las caderas por debajo de la blusa, y sentí el tacto de sus manos en mi piel. Me dio la vuelta lentamente y me besó de nuevo. Volví a ceder, excitada y superada por la situación. Rodeé su cuello con mis brazos y me entregué a un beso aún más apasionado que el anterior. Él puso sus manos sobre mis pechos y me los acarició suavemente. Sin dejar de besar mi boca, mis mejillas, mi barbilla, mi cuello, empezó a desabrochar uno a uno los botones de mi blusa, hasta que esta acabó en el suelo. Llevaba un sujetador negro que realzaba mis senos de forma muy sexy. Vi en su mirada la admiración y el deseo que esa visión le produjo. Deslizó la mano por dentro de la copa del sujetador y masajeó una de mis tetas con fruición, pellizcándome delicadamente el pezón e irguiéndolo más de lo que ya estaba. Me desabroché el sujetador y le expuse mis bellos pechos, grandes y turgentes. De inmediato, llevó su boca hasta los pezones de ambas tetas, lamiéndolos con la punta de la lengua. Mi excitación subía sin parar, llegando a un punto de no retorno. Puse mi mano en su paquete, por encima del pantalón de chándal que llevaba, y noté un pene de respetable tamaño. Deslicé mis dedos por dentro de su pantalón y tomé su polla caliente, acariciándola hasta ponérsela dura.
Víctor me levantó del suelo agarrando mis piernas y rodeando su cintura con ellas. Colgada de él, me llevó hasta la mesa que había en el centro del aula y me dejó de espaldas sobre ella. Caray con el chico, pensé, se notaba que pese a su juventud tenía experiencia con las chicas y eso se notaba en sus acciones, que ejecutaba con mucha determinación. La falda se me había subido casi hasta la cintura, dejando a la vista mis piernas enfundadas en medias negras. Víctor bajó la cremallera de la falda y fue escurriéndola poco a poco a través de mis piernas hasta sacarla del todo y dejarla en el suelo. Llevaba una braguita de encaje que siguió el mismo camino. Tumbada sobre la mesa, quedé totalmente desnuda frente a él, solo con las medias y los zapatos de tacón puestos.
Se tendió sobre mí y me besó los labios, el cuello, las tetas, el vientre, y cuando llegó a la altura de mi sexo, se arrodilló y dirigió su atención a mis ingles, que lamió y besuqueó, poniéndome calentísima. Sus manos recorrían de arriba a abajo mis muslos, que descansaban sobre sus hombros. Después besó el exterior de mi sexo. Prendía con la boca mis labios vaginales y los estiraba suavemente. Me dio tres o cuatro lengüetazos que recorrieron de arriba a abajo todo mi coñito. Finalmente su boca llegó a mi clítoris, erecto por la excitación, y Víctor empezó a lamerlo con suaves movimientos circulares de su lengua. Jadeos de placer querían salir por mi boca, pero no podíamos hacer ruido, así que los reprimía todo lo que podía. Víctor metió un dedo dentro de mi coño, totalmente húmedo a esas alturas. Al notar lo mojada que estaba, dirigió su mirada hacia mí y una sonrisa pícara se dibujó en su cara. Un segundo dedo se incorporó rápidamente al primero y empezó masturbarme mientras seguí lamiéndome el clítoris. Yo estaba cachonda y excitada como una perra. Con una mano jugueteaba con una de mis tetas y con la otra acariciaba la cabeza de Víctor. El muy cabrón me estaba haciendo gozar de verdad, y él lo sabía. Cada vez me resultaba más difícil reprimir los gemidos. Yo apretaba fuertemente los labios pero emitía sonidos guturales de placer. Él, al notar mi excitación in crescendo , comenzó a mover rápidamente su lengua sobre mi clítoris de arriba a abajo, mientras aumentaba el ritmo de sus penetraciones de sus dedos dentro de mi coño. Un potente orgasmo me estaba a punto de venir como un tren a toda velocidad. Los dedos y la lengua de Víctor iban desenfrenados. Finalmente me corrí en un clímax increíble, estremeciéndome, arqueando mi espalda y apretando mis muslos en la cara de Víctor. Tuve que agarrarme con una mano al borde de la mesa para mantener el equilibrio sobre ella.
– Uuuuh...uuuuuh...aaaaaah...ummmmmmmm!! aaaaaaaaah...
Pese a mis denodados esfuerzos no pude reprimir unos gemidos de placer al correrme. No fueron muy fuertes, pero si alguien hubiera estado al otro lado de la puerta en ese momento seguro que me habría oído. Quedé exhausta sobre la mesa. Víctor se incorporó sobre mí y me dio un beso.
– ¿Te ha gustado?
– Sí, no puedo negarlo, muchacho.
– Me alegro, y todavía te doy a dar más gusto.
Dios santo, mi coño estaba ardiendo y deseaba locamente recibir en él una buena polla como la que Víctor estaba a punto de ofrecerme. Él se quitó la camiseta y se bajó el pantalón de chándal y los calzoncillos, mostrándome la polla grande y dura que había tocado antes.
– ¿Quieres que te folle?
– Sí, por favor, vamos...
Puso su miembro en la entrada de mi coño y fue penetrando poco a poco hasta enterrarlo todo en mi vagina. Me tomó de las piernas por la parte posterior de las rodillas, dejándome bien abierta de patas sobre la mesa, y empezó a follarme. Santo cielo, ¿cómo había llegado a esa situación? Estaba en un aula del instituto en horas lectivas, jodiendo con un alumno de dieciocho años, mientras en las aulas del alrededor estaban haciendo clase. Para colmo, en alguna de esas aulas estaba mi marido, mientras el alumno que el año anterior había sido expulsado por insultarle y amenazarle se estaba tirando a su mujer. Esta situación perversa no frenó mis impulsos sexuales, totalmente desatados, más bien al contrario los alimentó y me puso más caliente todavía.
Su polla entraba y salía de mi coño como un cuchillo en mantequilla. Los vaivenes producidos por sus enérgicos caderazos hacían bailar mis tetas arriba y abajo. Con una mirada llena de lujuria, Víctor agarró mis pechos y los apretó con fuerza mientras me penetraba cada vez con más vigor. Con los dedos pulgares me acariciaba los pezones erectos. De nuevo, tuve que hacer esfuerzos para dominar mis jadeos de placer.
El rozamiento de la espalda sobre la mesa empezó a molestarme, y para estar más cómoda le pedí cambiar de postura. Me di la vuelta y me tumbé bocabajo sobre la mesa. Mi hermoso y redondo culo en pompa frente a él fue todo un regalo para su vista. Masajeó un instante mis nalgas antes de volver a llevar su polla a mi vagina. Antes de meterla, frotó su miembro erecto arriba y abajo por el exterior de mi coño mojado, abriendo mis labios vaginales y frotando también mi clítoris, excitándome muchísimo. Ese jovencito sabía cómo hacer gozar a una mujer, no había duda. Me hundió de nuevo la polla y tomándome de las caderas reanudó sus embestidas. Yo estaba apoyada con los antebrazos sobre la mesa, y en la ventana con la persiana bajada que tenía enfrente vi reflejada la imagen de Víctor follándome por detrás con cara de triunfo y satisfacción, y yo debajo con mis grandes pechos rebotando de nuevo arriba y abajo. Víctor me miró a través del reflejo de la ventana y sonrió maliciosamente. Me cogió del pelo con una mano y tiró un poco de mi cabeza para atrás, mientras sobaba mis senos con la otra mano. Qué indescriptible victoria debía suponer para él tener así a la psicóloga de su instituto, jodiéndola a placer como a una de sus novias adolescentes. Ahora tenía sus manos agarrándome los hombros, y sus embestidas eran más fuertes y rápidas. Un nuevo orgasmo recorrió todo mi cuerpo como si lo hubieran electrizado. Tuve que agarrarme a los bordes de la mesa y ahogar con fuerza los gemidos que brotaban de mi garganta.
– Uffffff...aaaaaaaaaah.....ummmmmmmm...
– Yo también me voy a correr, Claudia
– Hazlo fuera....por favor...
Víctor sacó la polla de mi vagina y derramó sus chorros de leche sobre mis nalgas, a la vez que él también gimió quedamente de placer.
– Aaaaaaah....aaaaaaaah...aaaaaaaah
Me incorporé y con las piernas un tanto temblorosas fui hasta mi bolso para coger un paquete de pañuelos de papel y limpiarme. Miré de reojo a Víctor, que estaba tras de mí apoyado sobre la mesa, recobrando el fuelle y mirándome con una media sonrisa. Supongo que la visión de tenerme de espaldas frente a él, solamente vestida con los zapatos de tacón y las media negras que todavía llevaba, limpiando su corrida de mi culo, debía de satisfacerle mucho. Recogí mi ropa y me senté en una silla para vestirme.
– Víctor, venga, vístete, llevamos ya mucho rato aquí, vámonos antes de que alguien sospeche y llame a la puerta.
– Espera, Claudia. Yo me he portado muy bien contigo, ¿no es cierto? Te he dado lengüita y te he follado bien haciendo que te corrieras dos veces. Ahora tienes que ser buena conmigo y darme tu lengüita.
Mientras decía esto se había ido acercando, quedándose de pie frente a mí mientras yo estaba sentada en la silla. Llevó la punta de su pene hasta mis labios. Qué cabrón, después de todo aún no tenía bastante y ahora quería que se la chupara. Su pene rezumaba un fuerte olor a sexo.
– Vamos, Claudia, por favor.
Había puesto una mano sobre mi cabeza para llevarla hasta donde él quería. Abrí la boca y puse los labios alrededor del glande, todavía húmedo tras la reciente eyaculación. Con la lengua le limpié los restos de semen, lamiendo cuidadosamente la punta de su miembro. Después me tragué más o menos hasta la mitad y empecé a mamarle la polla, que estaba bien cubierta de mis flujos vaginales. Una de mis manos sostenía la base de su pene y con la otra le acariciaba los muslos y las nalgas. Su mano seguía reposando sobre mi cabeza, y con la otra volvió a deleitarse con mis tetas. Volví a pensar en Rafael, mi marido, quién sabe si justo en el aula de al lado, enseñando lengua y literatura, mientras su mujer, la psicóloga del instituto, se la estaba comiendo al alumno más conflictivo del centro.
– Los huevos también, Claudia.
Sacó la polla de mi boca y bajó mi cabeza hasta su escroto. Se lo repasé varias veces con la lengua, humedeciéndolo. Después introduje uno de sus huevos dentro mis labios, succionándolo suavemente y acariciando con la punta de la lengua la piel que cubría sus testículos. Hice lo mismo con el otro. Después volví a ocuparme de su pene, recorriéndolo entero con mi lengua húmeda, desde la base hasta la punta, por abajo y por los lados, mojándola entera de saliva. Me la tragué de nuevo y volví a mamar, mis labios recorriendo casi todo la piel de su polla, y por dentro mi lengua prodigándose en lametones arriba y abajo.
– Aaaaah...siii...Claudia....aaaah...que bien lo haces..
Por toda respuesta mía solo se oían los ruidos de mi felación: glub, glub, glub, glub...
En un momento dado, Víctor apartó mi mano de la base de su pene, y agarrándome la cabeza con las dos manos, empezó a follarme la boca. No me la metía entera, pues yo no podía con toda, pero tres cuartas partes de su polla sí me las hacía tragar en cada embestida.
– Claudia, ahora no me pidas que la saque, cuando me corra quiero que sigas chupando hasta que te lo haya echado todo.
Tal como estaba, poco habría podido pedir nada por mi boca. Víctor me follaba la boca cada vez más fuerte y más rápido, e iba a correrse de un momento a otro. A mi marido no le dejaba casi nunca que se corriese dentro, ya que me resultaba muy desagradable tener el semen en la boca y tragármelo. Pero en esa habitación se estaban cruzando muchos límites y ese iba a ser uno más.
– Claudia, mírame, por favor, mírame...
Como pude, levanté los ojos y fijé en él mi mirada. Sus ojos expresaban una excitación indescriptible. En ese momento su rostro se compungió y se corrió en mi boca, llenándola de lecherazos de semen caliente que me esforzaba por tragar mientras se la seguía mamando, tal como me había dicho. Él exhalaba gemidos crispados de placer.
Aaaaaaaaaaaah..........aaaaaaaah..........aaaaaah
Cuando se hubo vaciado por completo, retiré lentamente mi boca de su polla lamiéndosela para dejarla limpia. El chico no se iba a poder quejar, desde luego. Nos vestimos para salir de allí y volver a nuestras obligaciones.
– Víctor, escúchame bien lo que te voy a decir. lo que ha pasado aquí es una locura que se nos ha ido de las manos, sobre todo a mí. Esto no debería haber pasado, pero ha pasado y ya no se puede volver atrás. Ahora debemos ser responsables, y eso significa dos cosas: la primera es que nada similar a esto se volverá a repetir, y nuestra relación será exactamente la misma que antes, como si nada de esto hubiera sucedido nunca. La segunda es que nunca dirás nada de esto a nadie. Si lo haces yo tendré muchos problemas, entre otros, que me cambiarán de centro y no podré seguir ayudándote, y eso supongo que no te gustaría. ¿Lo has entendido?
– Claro, Claudia. Tú eres una persona muy importante para mí, yo nunca haría nada que te pudiese perjudicar. Nadie sabrá jamás nada de esto.
Después de decirme esto me abrazó tiernamente, y yo le correspondí abrazándole también.
En los días siguientes, pasé muchos nervios trabajando en el instituto. Los hechos de aquella mañana me venían una y otra vez a la cabeza, y solo de pensar que en cualquier momento podía volver a tener que tratar con Víctor se me hacía un nudo en el estómago. Por suerte, durante esa semana todos los profesores coincidían en que Víctor se portaba extrañamente bien, se mostraba educado y tranquilo e incluso hacía los deberes. Yo sabía el motivo de ese cambio de actitud, pero evidentemente no lo revelaba. Vaya, parecía que al fin había conseguido reconducir su conducta rebelde, pero jamás habría imaginado que lo conseguiría de aquella manera.
En casa, los remordimientos me carcomían por dentro. Era la primera vez que era infiel a mi marido. Rafael y yo éramos un matrimonio feliz y muy unido, y él siempre se había portado excelentemente conmigo. Me consolaba pensando que cualquiera puede tener un desliz alguna vez, y que al ver lo mal que se pasaba después, ya no volvería a hacerlo más. En fin, solo era cuestión de esperar que el asunto se enfriara emocionalmente y que el tiempo devolviera las cosas a su cauce.
Aproximadamente dos semanas después de lo sucedido con Víctor, llegué a casa después de trabajar en el instituto. Ese día Rafael no daba clase por la tarde, así que me sorprendió que no estuviera en casa. Fui al dormitorio y vi que faltaban muchos de sus objetos personales. Abrí el armario y también faltaba buena parte de su ropa. En otro armario comprobé que faltaba una maleta. Dios mío, ¿se había marchado de casa? Un sudor frío me recorrió el cuerpo. No había ninguna nota que diera explicaciones.
Volví al salón y vi su ordenador portátil encendido sobre la mesa. Me senté frente a él. En la pantalla había un mensaje en la cuenta de correo de Rafael. El mensaje decía así:
Querido profesor,
Le mando este correo para informarle de algo que será de su interés. Hace dos semanas le pedí a Claudia que me ayudara con la corrección ortográfica de un trabajo que estaba haciendo en el aula de alumnos. Antes, yo había colocado, medio escondido en una estantería, mi teléfono móvil en modo cámara para grabar lo que allí pasara. Mi intención era conseguir de Claudia un beso y con el vídeo armar un poco de follón en el instituto (ya sabe cómo soy). Era un objetivo difícil pero no imposible. Pero Claudia resultó ser mucho más fogosa de lo que me esperaba, seguramente porque usted no sabe tratarla como se merece. El año pasado me expulsaron por llamarle maricón y ya veo que no estaba desencaminado. La cuestión es que no solo conseguí un beso de Claudia, además también le comí el coño, me la follé sobre una mesa, y para rematar recibí de su mujer una tremenda mamada que acabó con su mujercita tragándose toda mi leche. Ella va de inteligente y se cree en el derecho a darme consejos sobre cómo tengo que comportarme, ¡pues ya ve como la he engañado! Inteligente no sé si será, pero guarra y cachonda le aseguro que sí lo es, ja ja ja. Le adjunto el vídeo que grabé para que vea que no miento, lo pueden ver los dos juntos si quieren, ja ja ja. Ahora ya pueden echarme del instituto, me da igual, le aseguro que esto ha valido la pena. Saludos a Claudia de mi parte.
Y mientras leía las últimas líneas, gruesas lágrimas cayeron sobre el teclado del ordenador.