La propuesta

Lucía un cuerpo sinuoso, exuberante. La ropa que solía vestir no era suficiente para sostener sus curvas. Su piel brillaba, sus ojos sonreían inquietos, incapaces de fijarse en un objetivo.

Su propuesta era a un tiempo morbosa y angustiosa. Me imaginaba la situación e instantáneamente me excitaba, notaba una opresión en la garganta. Lucía permanecía impasible después de describirme su fantasía, divertida. Solo la comisura derecha del labio se había elevado imperceptiblemente y el ojo se achinaba burlón. Lo estaba disfrutando. Sabía que no iba a poder negarme.

Y no tenía la intención de negarme, aunque sólo dejando volar la imaginación ya sabía que aceptar su propuesta iba a producirme una tortura insufrible. Lucía quería una respuesta ya. Tenía prisa, o no quería dejarme reflexionar. Le dije que sí. Estaba dispuesto a hacer realidad su fantasía y la de Luisa, aún siendo consciente de que quizás y iba a ser yo quien menos disfrutaría la situación.

Sus piernas morenas, la derecha sobre la izquierda, rozando la pernera de mi pantalón con la punta de las sandalias, eran un foco de atención irresistible. Su respiración aumentó de frecuencia cuando acepté.

Luisa entró en el salón. Juraría que había estado escuchando la conversación.

Lucía un cuerpo sinuoso, exuberante. La ropa que solía vestir no era suficiente para sostener sus curvas. Su piel brillaba, sus ojos sonreían inquietos, incapaces de fijarse en un objetivo. Se acercó muy despacio a Lucía, dejando que ambos admirásemos su generoso escote y la forma de sus senos contenidos a duras penas por la liviana tela de una camisa que dejaba adivinar el color oscuro de sus pezones.

Al llegar junto a Lucía se inclinó apoyando su mano derecha sobre el muslo desnudo de su amante. La camisa se infló por la fuerza de la gravedad y su pechos desnudos se descolgaron ante mi indiscreta mirada. Un beso húmedo coloreó los labios expectantes de Lucía.

Las piernas de Lucía se tensaron marcando la firmeza de sus muslos. A pocos centímetros de ambas podía oír con claridad sus respiraciones cruzadas, incluso el fragor de la disputa de sus lenguas por ganar espacio en el interior de la boca ajena.

Lucía desabrochó lentamente la camisa de Luisa para liberar definitivamente los pechos de su amante. Ambas estaban a mi alcance, excitadas y yo no podía alargar la mano para rozar.sus pieles calientes. Ese era el acuerdo que acababa de aceptar.