La proposicion

Un incidente en una discoteca desemboca en un excitante trio, algo impensable para la protagonista hasta ese momento.

Como cada fin de semana, mis amigas y yo nos bajamos del autobús, cubrimos andando los escasos metros que separaban la parada del edificio, y nos pusimos a la cola, que casi daba la vuelta a la manzana. Yo tendría entonces unos 20 años, más o menos, y mis amigas y yo frecuentábamos aquella conocida discoteca de Madrid. Íbamos todos los sábados, sin faltar prácticamente ninguno, por lo que los relaciones publicas, camareros, seguridad, etc., nos conocían, a fuerza de vernos por allí cada fin de semana. Había un seguridad de la discoteca que estaba como un tren: era negro, alto, de espaldas anchas y, bajo su traje negro, se intuían unos músculos trabajados en el gimnasio. Se llamaba Maurice, debía tener unos veintitantos, y resultaba, además muy simpático. Habitualmente estaba en la puerta y, siempre que nos veía ponernos en la cola para entrar, se acercaba y nos decía que pasáramos sin esperar.

-¿Por que?- le preguntaba yo siempre.

  • Porque sois habituales, os conozco, sois buenas clientas - contestaba, con su voz grave y su curioso acento-. Además, es bueno ver dentro pandillas de chicas solas - añadía, y nos guiñaba el ojo. Mis amigas siempre se reían con picardía, pero yo le contestaba:

  • No, gracias. Preferimos esperar, como todo el mundo.

Maurice se marchaba malhumorado, y mis amigas siempre me criticaban: - Luna, tía ¿a ti que te pasa? Nos dejan pasar las primeras, y tú no quieres.

  • No quiero deberle favores a nadie - contestaba yo -. Mira, si nos dejan pasar, se pueden pensar lo que no es.

  • Joder, para ti es mejor estar aquí, pelándonos de frío, ¿no?

  • Es mejor pelarte de frío a que se tomen confianzas y quieran cobrarse el favor.

  • Joder, pues a mi no me importaría que ese tío se cobrase el favor conmigo, y todos los favores que quisiese - dijo una, y el resto se rieron -, porque el cabrón esta como quiere ¿A ti no te gusta, o que?

  • Claro que me gusta. Pero a mi, lo que no me gustan, son las cosas así. Así no.

En una cosa Maurice tenía razón: un grupo de chicas solas, era todo un reclamo para los chicos que acudían a aquella discoteca. Por ese motivo siempre teníamos un enjambre de moscones pululando a nuestro alrededor. A la mayoría nos los quitábamos de encima enseguida, pero había otros con los que, a fuerza de verlos sábado tras sábado, habíamos trabado una cierta amistad. El integrante de uno de aquellos grupillos de chicos fue el desencadenante de lo que ocurrió aquella noche.

Todo transcurría de la forma habitual: Los chicos se acercaron a saludarnos y a invitarnos a algo, como cada fin de semana. Nosotras rechazábamos la invitación, como cada fin de semana. Y como cada fin de semana, ellos se apalancaban a nuestro lado a ver si ese día había suerte. Uno de ellos se llamaba Oscar, y siempre intentaba enrollarse conmigo, sin conseguirlo. La verdad es que el chico no estaba mal, era guapete y simpático, pero tenia algo que no me gustaba, y ese día descubrí lo que era. Aquella noche, se acerco a mí, y, tras un rato de charla intrascendente me dijo:

  • Tengo algo que seguro que te va a gustar.

  • ¿Si? ¿El que?- conteste yo con desgana.

  • Ven conmigo y te lo enseño.

Lógicamente, era un truco para llevarme lejos de mis amigas, e intentar enrollarse conmigo, así que le dije que no. Pero el siguió insistiendo. Tras un buen rato de negarme a acompañarle, y como vi que no iba a dejarlo, al final accedí:

  • Venga, vamos a ver que es eso tan especial que tienes.

  • No te vas a arrepentir- dijo él, con una sonrisa.

Me tomó de la mano y me llevó a través de la multitud. Llegamos a la puerta de los baños y entró en el de caballeros, sin soltarme en ningún momento. Entonces yo empecé a mosquearme.

  • Eh, tío, suéltame ¿A dónde vamos?

Pero el no me soltaba la mano. Pasamos junto a los chicos que meaban en los urinarios de pie, y que nos miraban con cara de sorpresa y cachondeo. Abrió la puerta de una de las cabinas, y prácticamente me empujó dentro. Cerró la puerta tras de si, se apoyó en ella de manera que yo no pudiera salir, y buscó algo en el bolsillo de la camisa.

  • Bueno, ya esta bien- protesté yo, muy enfadada -. Ya hemos hecho bastante el gilipollas. Ahora déjame salir.

  • Schhhhh. Tranquila- susurró él, con una sonrisa que transmitía de todo menos tranquilidad - . Ahora viene lo bueno, veras como lo vamos a pasar muy bien.

Lo que sacaba del bolsillo era un sobrecito con un polvillo blanco (no se que seria exactamente, supongo que cocaína), y empezó a extenderlo en su cartera, encima de la cisterna.

  • ¿Esto es lo que era tan especial?- grite yo - ¿Para esto me has traído? Vete a la mierda, y déjame salir.

  • Joder, tía, no chilles que nos van a pillar. Venga, pruébala que esta de puta madre.

  • Yo no me meto esa mierda, hombre. Déjame salir.

  • No seas aguafiestas, coño. Venga, solo un poquito, que te va a gustar.

  • ¡Suéltame y déjame salir, joder!

En ese momento sentí un fuerte golpe, y la puerta del baño se abrió de pronto, arrojando a Oscar sobre su droga. En el umbral apareció Maurice, que agarro a Oscar, todavía aturdido, del cuello de la camisa. Le saco arrastras de la cabina, y le echo en los brazos de otro guarda de seguridad, que le inmovilizo y le saco del baño. Maurice se volvió hacia mí, que estaba todavía en una esquina de la cabina, asustada y sin saber que hacer.

  • ¿Estas bien?- me pregunto. Yo dije que si con la cabeza. Entonces se puso muy serio, y añadió- Te has metido en un lío, vas a tener que acompañarme.

Yo estaba demasiado aturdida para protestar, así que salí del baño detrás de el. Fuera, un numeroso grupo de personas se había agolpado a las puertas de baños, movidos por la curiosidad. Maurice me llevo a un lugar apartado, junto al ropero y, al instante llegaron otros guardas. Empezaron a discutir algo, supongo que hablaban de mí, porque me miraban de reojo. Finalmente, Maurice volvió a acercarse y me dijo: - Ven conmigo.

Me agarro de un brazo y me condujo a través de una puerta que estaba reservada solo al personal. Subimos unas escaleras metálicas, y, tras atravesar un pasillo, llegamos a una puerta. Yo estaba muy nerviosa, porque no sabia en que lío me acababa de meter, y a la vez indignada, porque no había hecho nada malo, pero sabia que nadie me creería.

Maurice llamo a la puerta y una voz le ordeno que pasara. Abrió la puerta, y me encontré dentro de un despacho, decorado con moqueta en el suelo y las paredes, un montón de cámaras de seguridad donde se veía todo lo que ocurría en la discoteca y, sentado frente a ellas, en un amplio escritorio de madera, un hombre maduro y atractivo, de unos treinta y tantos años, moreno, con semblante serio. Vestía una oscura camisa cara, desabotonada por la parte del cuello, y unos vaqueros. Me indico con la mano que me sentara, así que me acerque despacio a una de las sillas frente al escritorio. Maurice hizo ademán de marcharse, pero el hombre dijo:

  • No, Maurice, quédate un momento.

Me senté frente al hombre. El se recostó en su sillón, cruzo los dedos de ambas manos, y me miro muy serio, sin decir nada. Después de un rato de silencio, empecé a ponerme nerviosa de verdad ¿Qué coño quería ese tío de mí?

  • Bueno, parece que te has metido en un lío – dijo, por fin, sonriendo ligeramente.

  • Yo no he hecho nada malo.

  • No, que va. Claro que no. Por eso estabas en el baño de caballeros, acompañando a un tío que llevaba droga.

  • No fue así. No es como lo estas contando.

  • ¿Y como ha sido, entonces? – pregunto el, echándose sobre el escritorio, con expresión cínica- ¿Por qué no me lo cuentas, bonita?

A pesar de que me estaba intentando controlar, no pude más y empecé a llorar.

  • Así que ahora a llorar ¿no? Tendrías que haberlo pensado antes, en este establecimiento no nos gustan las drogas.

  • ¡Joder! ¡No te enteras de nada!- grite yo, indignada - ¡Ese tío prácticamente me arrastro al baño! ¡Me llevo contra mi voluntad! ¡Yo no he tomado drogas en mi vida!

  • ¿Entonces por que lloras?

  • Por que diga lo que diga, no me vas a creer- susurre yo, con la voz temblorosa-. Estaba con un tío en el baño. Y aunque este toda la noche diciéndote que estaba allí contra mi voluntad, para ti solo soy una puta.

  • Efectivamente- sonrió el-. No te creo ¿Sabes lo que creo que paso? Que el tío te ofreció farlopa, y tu te fuiste con el al baño, a poneros bien, y a cambio le ibas a hacer una mamada. O algo más, quien sabe.

  • Vete a la mierda- conteste, indignada.

El tipo me miro un rato, sin decir nada. Me di cuenta entonces que no me estaba mirando como a una delincuente, estaba observando mi cuerpo, deleitándose con mi aspecto. Esta feo que yo lo diga, pero he de reconocer que aquel día estaba espectacular. Me había puesto un traje largo de vinilo negro muy ajustado y unas botas de caña alta. Llevaba el pelo recogido en un moño alto, y me había maquillado haciendo hincapié en la sombra de los ojos y en los labios. Empecé a sospechar lo que ese tío quería de mi, y empecé a sentirme observada e incomoda, pero por otro lado, sin saber por qué y sin poderlo evitar, halagada.

  • Mira, podemos hacer las cosas de dos formas. La primera sería llamar a la policía. Les contamos lo que ha pasado, tú das tu versión, te llevan a comisaría, llaman a tus padres, y a ver qué pasa- hizo una pausa-. Si no hemos llamado a la policía aun es porque Maurice me ha dicho que eres una buena chica, y el responde por ti.

Estaba tan nerviosa con el asunto que había olvidado que Maurice estaba aun en la habitación. Me gire, y vi que estaba de pie, junto a la puerta, con los brazos cruzados tras la espalda, en una actitud profesional. Cruzo la mirada conmigo, solo un segundo, y me sonrió levemente. Pero solo fue, como digo, un segundo, y enseguida volvió a adoptar la actitud seria que requería el momento. No se por que, pero en aquel momento me pareció que estaba mas guapo que nunca.

  • Te he estado observando estos meses- continuo el- y, obviando lo que ha pasado hoy, he visto que te manejas bien en este ambiente. Conoces a casi todo el personal, eres amable y simpática, y tu y tus amigas atraéis a muchos chicos. Chicos que se matan por invitaros a copas, es decir, que se matan por gastar su dinero consumiendo en nuestra discoteca- hizo otra pausa y me miro directamente a los ojos-. Lo que quiero es que trabajes para nosotros. Quiero que seas relaciones públicas de nuestra discoteca.

A mi aquello me desconcertó tanto que empecé a reírme. No me lo podía creer.

  • ¿Qué pasa?- protesto el tipo, mosqueado- ¿Por qué te ríes?

  • ¡Venga, hombre!- conteste yo cuando se me paso un poco el ataque de risa- . Hace un minuto me estabas tratando como a una mierda, estabas amenazando con llamar a la policía, y ahora me ofreces un trabajo.

  • ¿No te interesa?

  • A ver, ni me interesa, ni me deja de interesar. Lo que digo es que todo esto me parece muy extraño.

  • Solo te estoy ofreciendo una solución. Ganamos todos.

  • Ya ¿Y donde esta el truco?

  • Sin trucos- contesto el, muy serio.

  • Es decir, me ofreces un trabajo y ya esta. Sin pedir nada a cambio.

  • No, por supuesto que no, claro que te voy a pedir algo a cambio.

  • Ya decía yo- suspire, enfadada.

  • Lo que te pido es que trabajes duro, te esfuerces y hagas bien tu trabajo, por el que te vamos a pagar bastante bien.

  • Y ya esta- dije yo, bastante sorprendida.

  • Y ya esta- contesto el-. Bueno, te quiero pedir otra cosa, pero quiero que la hagas solo si tú quieres.

  • ¿Qué cosa?- pregunte ansiosa. Yo ya no sabía a que jugaba ese tío. El no respondió. Rodeo la mesa, se planto frente a mí, a escasos centímetros, y se apoyo en el borde de la mesa, mirándome con picardía. Justo lo que yo me estaba temiendo.

  • Cerdo- dije yo-. Ya sabía que esto no era más que una excusa para liarme y llevarme al huerto. Pues si te piensas que por haberme ofrecido un trabajo me siento en la obligación de hacer lo que me pidas, vas listo- el me miro, sonriendo, sin decir nada -. Conozco a los tíos de tu clase, desgraciadamente asquerosos como tu hay en todos los lados. Piensas que porque tienes una posición de poder respecto a mí, con solo chasquear los dedos, me voy a arrodillar y te voy a hacer una mamada ¿Verdad? Pues no, tío has dado con

  • Luna, por favor- me interrumpió-. Para. A ver, eres una chica muy atractiva, lo reconozco. Pero te estas precipitando. No quiero eso que has dicho. No, no.

  • ¿Entonces?- mi desconcierto iba en aumento.

  • Mis gustos en ese aspecto son mas… digamos mas sofisticados. A mi lo que me gusta es mirar.

  • ¿Mirar? ¿A que te…?

  • Luna, me gustaría que Maurice y tu follarais aquí y ahora. Y que me permitierais verlo.

En ese momento si que alucine del todo. El ataque de risa volvió, sin embargo, el tipo me seguía mirando muy serio.

  • ¿Quieres que yo y…?- me gire y vi que Maurice, tras de mi, estaba tan sorprendido o mas que yo- Estas de broma, claro.

  • Hablo completamente en serio.

  • Venga ya, tío. Si crees que

  • Eric, por favor - intervino Maurice, suavemente. Estaba claro que eso no estaba en sus planes, pero supongo que tampoco quería llevar la contraria a su jefe.

  • ¡Por amor de Dios! - exclamo el tipo- ¿Qué coño os pasa? Mira que llegáis a ser estrechos. Maurice, te veo como la miras y esta claro que te gusta muchísimo. Y tú, Luna, he visto que te comes a Maurice con los ojos. Joder, al final os vais a acabar liando. Así que ¿Por qué andarnos por las ramas? ¿Por qué no ir al grano?

  • Eric - protesto Maurice mas serio que antes -, lo que estas diciendo esta mal. Además, es ilegal.

  • ¿Ilegal, por que?

  • Porque no puedes forzar a tener sexo a los demás porque tu quieras.

  • Te recuerdo, Maurice, que te puedo despedir. Y entonces veremos como te las apañas. Porque, como sabrás, puedes permanecer en el país solo si tienes trabajo.

  • Te puedes meter tu trabajo por el culo - dijo Maurice con rabia -. Trabajos de mierda como este los hay en cualquier discoteca.

  • No si yo me encargo de que no te vuelvan a contratar - contesto el tipo, con una sonrisa cínica - ¡Por favor! ¡Venga ya! Solo os estoy proponiendo algo con lo que lo vamos a pasar los tres muy bien. Podemos salir todos de aquí enfadados, detenidos o sin trabajo, o podemos dejarnos llevar y pasarlo de puta madre.

La verdad es que la situación me indignaba y me excitaba a partes iguales. No sabía por que seguía allí sentada, escuchando como aquel asqueroso nos humillaba a Maurice y a mí. Pero, en el fondo de mi, aunque intentara evitarlo con todas mis fuerzas, algo me ardía.

  • Mira, tío…- empecé a protestar. Pero no pude concluir la frase. De pronto sentí como unas enormes manos masculinas se apoyaban con delicadeza en mi cuello y en mis hombros, empezando a acariciarme suavemente. Esa fue la chispa que prendió la llama. Me abandone totalmente, entregándome al placer que me proporcionaba el contacto con aquellas manos. No me reconocía, yo siempre había sido una chica sensata y pudorosa, y de repente, me estaba comportando como una puta cualquiera. Iba a hacerlo, iba a dejarme follar por un hombre al que apenas conocía, mientras dejaba que otro mirase. Suspire hondamente, como una tonta. El tipo, frente a mi, sonrió satisfecho, asintiendo con aprobación. Gire la cabeza y vi a Maurice, justo detrás de mi, sonriéndome cariñosamente.

  • Hay una cosa en la que Eric tiene razón- me dijo-. Me gustas mucho, desde que te vi la primera vez.

Se agacho y nos besamos en los labios, primero suavemente y luego con pasión. Como el estaba tras de mi, y yo seguía sentada, me agarraba la cara con sus fuertes manos, obligándome a girarme y a comerme su lengua. Dejó de besarme y volvió a acariciarme los hombros, descendiendo suavemente y muy poco a poco por el escote. Yo suspiraba sin parar y me retorcía de placer en la silla, presa de una lujuria irreconocible para mí. Entonces Maurice comenzó a desabotonar lentamente la parte superior de mi vestido. Mientras lo hacia, se inclinaba sobre mi y me recorría con besos la parte de mi cuello que iba quedando desnuda. Por fin llego al botón que estaba más cerca de mi ombligo. Cuando lo desabrocho, abrió la parte superior del vestido, dejando a la vista mis pechos, cubiertos tan solo por el pequeño sujetador de encaje negro. Entonces volví a darme cuenta que el tipo seguía mirándome, enfrente mío. Maurice abrió el vestido, como quien descorre una cortina, exhibiéndome ante su jefe. Entonces me acaricio con la punta de los dedos por encima del encaje, rodeó las copas del sujetador, y tiro hacia abajo de el, dejando mi tetas al aire. El tipo miro fijamente, con una sonrisa, mis senos erguidos y desafiantes, sentía los pezones tan duros por la excitación que pensaba que me iban a estallar. Notaba como el empezaba a excitarse, un bulto comenzaba a revelarse en sus pantalones, y eso me gusto, así que empecé a pasarme la lengua por los labios y los dientes. Mientras, Maurice había empezado a sobarme las tetas, primero lentamente y con suavidad, después con mas fuerza, aprentándomelas y pellizcando con cariño mis pezones. De cuando en cuando agachaba su cara hacia la mía y me besaba en los labios, mordiéndome la lengua.

Entonces decidí que era hora de pasar a la acción. Me levante de la silla donde había estado sentada, sin moverme hasta entonces. La rodee muy despacio, sin dejar de mirar al tipo, y me acerque a Maurice. Le acaricie el torso por encima de su camisa blanca con expresión desafiante y le volví a besar. Entonces me aleje un par de pasos de el y, volviéndome ligeramente hacia su jefe, de manera que los dos pudieran verme bien, me desabroche los botones que aun cerraban mi vestido. Abrí el vestido de par en par, mostrando a los dos hombres mi cuerpo semidesnudo, cubierto solo por el sujetador por donde asomaban mis pechos, por el tanga, también de encaje negro, y por las botas de piel negra, que me llegaban hasta las rodillas. Deje que el vestido se deslizara lentamente por los hombros, hasta caer al suelo. Me vi a mi misma, cubierta tan solo por la minúscula ropa interior y con aquellas botas altas, y me di cuenta de que mi aspecto era el de una puta, el de una hembra pidiendo guerra. Veía a aquellos dos hombres sumamente excitados, sabiendo que su excitación la provocaba yo, y eso me llenaba de excitante vanidad. Me sentía deseada, como una diosa de la lujuria, y me gustaba.

Tras darme una vuelta para que los dos hombres me pudieran contemplar a su antojo, me volví a acercar a Maurice. Le rodee el cuello con los brazos, y le volví a besar furiosamente. El, mientras, me sobaba el culo con ambas manos, separándome las nalgas. Seguí besándole, mientras le desabotonaba la camisa blanca, hasta que por fin apareció su negro torso desnudo. El mismo se libro de su americana de traje y de la camisa, dejándome por fin ver su musculoso pecho y sus fuertes brazos. Empecé a acariciarle y a besarle por el cuello, los hombros, hasta llegar a su pecho, donde le mordisquee los pezones. Notaba como allí abajo iba creciendo algo, y no podía esperar para verlo y disfrutarlo, así que me puse de rodillas ante el, y comencé a librarle del cinturón. Cuando los pantalones cayeron al suelo, hechos un burruño entre las fuertes piernas de Maurice, ante mi apareció un slip blanco, con un enorme bulto que sobresalía, casi estallando la tela. Mire a los ojos a Maurice, que me empujaba el cuello con impaciencia hacia su enorme paquete. Por fin, muy lentamente, baje aquel slip, y un enorme pollón negro salto literalmente ante mis ojos. Durante unos segundos me quede mirando, fascinada, como ese descomunal cipote se balanceaba a escasos milímetros de mi cara. No pude evitar relamerme, al pensar que en pocos segundos iba a saborear aquel prodigio. Lo agarre suavemente con ambas manos, comprobando que me harían falta casi otras dos manos para conseguir abarcarlo en su totalidad. Empecé a pajearlo lentamente con las dos manos, mientras miraba con expresión de golfa a Maurice que suspiraba. Aquella polla estaba terriblemente dura, era muy negra, y de la punta asomaba un prepucio amoratado. No pude más, y le di un lametón al capullo, como quien lame un helado. Maurice respiro hondamente, y su polla dio un respingo, poniéndose mas dura aun, cosa que parecía imposible. Bese con dulzura el capullo, bajando con besos y pequeños lametazos todo aquel interminable tronco, hasta llegar a los huevos. Los empecé a lamer y a chupar, eran enormes y estaban muy duros, llenos de mucha leche, toda para mí. Después de comerme un rato aquellos cojones, volví a subir, lamiendo toda la extensión de la polla, hasta llegar de nuevo a la punta, donde seguí lamiendo hasta que me la metí en la boca.

  • Chúpamela, putita- decía Maurice, entre suspiros-. Cómetela toda, no te hagas de rogar.

Empecé a chupársela, bueno, en realidad solo me cabía en la boquita una pequeña porción de aquel pollón, pero me daba igual. Estaba disfrutando de aquel rabo como una perra en celo. Me embriagaba su olor, su sabor. Me sentía el coñito empapado. A todo esto, Maurice no perdía el tiempo, y había bajado sus manos hasta mis tetas, que sobaba sin contemplaciones, deteniéndose especialmente en mis durísimos pezones, que, al parecer, le tenían fascinado.

Tan entregada estaba comiéndome aquella polla, que me había olvidado por un momento que estábamos siendo observados por el jefe. Sin sacarme la verga de Maurice de la boca, volví ligeramente la vista y pude ver como el tipo seguía apoyado en el borde de la mesa del escritorio, y estaba sobándose la polla por encima del pantalón. Le sonreí con picardía y, sin dejar de mirarle, volví a introducirme el rabo de Maurice en la boca. El tipo resoplo, se desabotono el pantalón y se saco la polla por encima. La verdad es que, sin llegar al tamaño de Maurice, aquel tipo tenía un miembro de unas dimensiones más que considerable. En otras circunstancias me habría parecido incluso grande. Pero, en aquel momento, yo seguía saboreando el instrumento de Maurice, y cualquier otra cosa me parecía poco. El tipo termino de extraer su polla, incluido los huevos, que quedaron colgando por encima del pantalón, y comenzó a masturbarse despacio, mientras no perdía detalle del tratamiento al que estaba sometiendo a su empleado.

Decidida a excitar lo máximo posible a aquellos dos hombres, saque el descomunal aparato de Maurice de mi boca y, tras mirarle a los ojos unos segundos, hinche mi pecho hacia arriba, y empecé a restregar el pollón por mis tetas, como si quisiera que aquel trozo de carne impregnara por completo toda la superficie de mis pechos. Levante una de mis tetitas hacia el capullo, y lo restregué contra mis pezones, primero uno y después el otro, que se pusieron mas duros aun, al contacto con la dura y negra verga. Separe mis tetitas y metí la polla entre ellas. Luego las junte, intentando envolver con ellas el rabo, cosa que fue imposible, en parte porque mis tetitas no son demasiado grandes, en parte por el enorme tamaño de aquel pollón. Aun así, me sobraba para hacerle a Maurice una cubana, cosa que me excita muchísimo. Así que, con las tetas apretadas por mis manos y la polla de Maurice en medio de ellas, empecé a moverme arriba y abajo. Maurice resoplaba como un loco, al sentirse pajeado por mis tetitas. Yo mientras, miraba alternativamente a el y a su jefe, y sonreía con expresión entre inocente y picara.

Después de unos segundos de cubana, Maurice intuyo el peligro de correrse demasiado pronto y que la fiesta acabara enseguida. Francamente, a mi no me hubiera importado en absoluto que se hubiera corrido en ese momento sobre mis tetitas, llenándomelas de semen caliente y espeso. Pero el, afortunadamente para mí, tenía otros planes: no pensaba marcharse de allí sin antes haberme follado. Se separo de mi y, tras un par de segundos para recuperar el aliento, me tomo de la mano, y me condujo hasta una cómoda butaca. Cuando me hube sentado, me desbrocho el sujetador y, sin dejar de besarme, me despojo del tanga, dejando por fin libre mi coñito depilado, que estaba muy húmedo. Me miro unos segundos, creo que estaba sopesando la idea de quitarme las botas altas, pero finalmente decidió dejármelas puestas, supongo que con ellas tendría una pinta de putita fetichista difícil de igualar si no las hubiera llevado. Mire de reojo tras de Maurice y vi como su jefe seguía masturbándose, ya con total descaro, y me miraba con deseo. Excitada por ello, abrí algo mas mis piernas, dejándole ver mi coñito bien abierto, y empecé a acariciarme suavemente. El jefe empezó a masturbarse a mayor velocidad. Por fin Maurice se arrodillo frente a mí, y hundió su cabeza entre mis piernas. Empezó a besarme lentamente por la cara interior de los muslos, hasta llegar a mi coñito. Lo lamió muy suavemente, dándome prolongados besos, hasta que separo con su lengua los labios y comenzó a lamerme por el interior. Me penetraba con su lengua, parecía que estuviera follándome con ella, y pensé que si usaba igual de bien la polla que la lengua, me esperaba una sesión de sexo inolvidable. Por fin llego a mi clítoris, que estaba hinchado de placer y excitación. Cuando paso su lengua por el, un calambre recorrió mi cuerpo, agarre fuertemente su cabeza con ambas manos, atrayéndolo hacia mi, como intentando sentirle mas profundamente. Entonces una oleada de electricidad recorrió mi cuerpo y pensé que iba a correrme como una loca, no podía controlar los espasmos. Pero Maurice, sabiamente, paro en ese momento, y, aprovechando ese pico de excitación, me levanto de la butaca, hizo que inclinara mi tronco sobre el respaldo, de manera que mi culito quedara en pompa, se puso detrás mío y comenzó a penetrarme lentamente. Su polla era terriblemente grande, era sin duda lo más grande que jamás había entrado en mi coñito, así que por un momento pensé que no me entraría. Pero Maurice era muy paciente y cariñoso, así que lo hizo con tranquilidad y delicadeza, muy poco a poco. Entre la habilidad de Maurice, y que yo estaba mas caliente que nunca, cuando me di cuenta tenía todo aquel pollón dentro de mí. La sentía enorme, abrasándome las entrañas. Cada vez que entraba o salía me rozaba terriblemente mi inflamadísimo clítoris, de modo que a los pocos segundos tuve mi primer y delicioso orgasmo. Fue brutal, pensaba que me iba a desmayar, por un momento se me fue la cabeza, pero Maurice seguía bombeando sin piedad su verga dentro de mí, de manera que tras el primer orgasmo se sucedió inmediatamente el segundo. Me sentía en la gloria, de pie, con medio cuerpo apoyado sobre el respaldo de la butaca, mientras un hombre guapísimo me follaba desde atrás con su portentosa herramienta, como un animal, acariciando mi espalda y mi cuello, bajando con sus manos hasta mi culito, separándome las nalgas para poder ver bien como su polla entraba en mi interior, y pegándome suaves cachetes en el. De cuando en cuando, descendía su cara hasta mi mejilla, y me mordía o me besaba en las orejas, yo entonces gemía con más fuerza, sujetando su cabeza, atrayéndola hacia mí, para que pudiera escuchar bien como me gustaba lo que me estaba haciendo, para que me escuchase gritar como un animal salvaje en celo.

Volví a mirar al jefe, que nos observaba, con la polla en la mano, desde el escritorio sin perder detalle. De pronto fui consciente de la situación, de lo que estaba haciendo. No me reconocía a mi misma, es como si aquello lo estuviera haciendo otra persona. Me sentía segura de mi misma. Me sentía como una autentica golfa, como una mujer fatal, como una devoradora de hombres. También sentía sensaciones contradictorias ante el jefe. Por un lado, me resultaba terriblemente atractivo. Me sentía deseada, orgullosa de ser la responsable de aquella erección que sostenía con su mano. Pero también sentía repulsión, me daba asco lo que había hecho, humillar a un trabajador y a una chica por el hecho de obtener el placer que el deseaba, por el hecho de sentirse poderoso. Sentía que el era el responsable de aquella situación. Entonces decidí que iba a enseñarle a aquel idiota quien era la que mandaba de verdad en ese momento. Iba a demostrarle que, en determinadas circunstancias, cualquier hombre, por poderoso que sea, es un pelele sin voluntad en manos de una mujer. Así que me incorpore, me separe de Maurice, sacándome (con todo el dolor de mi corazón) su miembro de mi coñito, y me acerque lentamente al jefe, contoneándome.

-¿Sabes una cosa?- le dije cuando llegue junto a el - Todavía no se como te llamas, no te has presentado.

  • E… Eric- tartamudeo el. Su cara era un poema, se notaba que aquello no entraba en sus previsiones.

  • Encantada, Eric - conteste irónicamente, mientras le agarraba la polla fuertemente. Me arrodille, con su durísimo cipote a escasos milímetros de la cara -. Lo normal cuando dos personas se conocen es dar dos besos ¿no? -, y bese dos veces su polla, la primera en la base y la segunda en la cabeza. Eric resoplo: ahora estaba en mis manos. Sin separar mis labios del capullo, seguí besándole y lamiéndole lentamente, hasta que, por fin, me metí su polla en la boca. Mientras tanto, le quite los pantalones, mientras el se desabotonaba la camisa, de modo que en unos pocos segundos estuvo completamente desnudo, y pude comprobar como el cabronazo tenia un cuerpo duro y fibroso. Se la continué chupando durante unos minutos, dejando que aquel trozo de carne entrara y saliera de mi boca sin problemas, mientras la rodeaba con mis labios. Eric se retorcía de placer ante mi mamada. Hasta que sentí como otras manos me agarraban por detrás y me obligaban a levantarme: Maurice no quería que le dejara al margen de la fiesta. Así que me levante y de pronto me encontré de pie, rodeada por aquellos dos hombres que devoraban y sobaban cada rincón de mi cuerpo con avidez. Empezaron chupándome las tetas, cada uno una, mientras con sus manos sobaban mi culo y mis piernas. Luego cada uno siguió su camino. Maurice se centro en mordisquearme suavemente las orejas y el cuello, mientras me sobaba las tetas con sus fuertes manos. Eric se había arrodillado entre mis piernas, y había comenzado a comerse mi coñito, mientras me acariciaba la cara interior de mis muslos y el culo. Era indescriptible el placer que sentía siendo sobada por aquellas cuatro manos al mismo tiempo, sentía desvanecerme ante el placer que me provocaban las caricias de aquellos dos machos. Por no hablar de el tratamiento al que Eric estaba sometiendo a mi coñito. Había que reconocer que el tipo se lo estaba tomando en serio y, aunque este feo decirlo, lo estaba haciendo mejor que Maurice, haciendo que mi cuerpo encadenase orgasmo tras orgasmo. Me deje ir, abandonándome al placer de aquel manoseo, durante unos minutos de interminable lujuria, sintiendo mi cuerpo lleno de manos y de bocas que buscaban ansiosamente cubrir de besos y caricias todos mis rincones más íntimos.

Decidí entonces que quería probar aquellas dos duras pollas a la vez. Me arrodille entre los dos, agarre un rabo con cada mano y empecé a chuparlos alternativamente. Chupaba una polla unos segundos e, inmediatamente, cambiaba a la otra. Mientras tenía una verga en la boca, masturbaba con la mano la otra, o me la restregaba por la cara, de manera que sentía las dos a la vez, palpitantes en mis manos. Que difícil describir la lujuria que me invadía, la sensación al tener dos pollas a mi disposición, probar una y al segundo la otra, comparar el sabor de cada uno, su dureza, su textura… En un momento dado, mientras estaba chupando la polla de Eric, note como Maurice me daba golpecitos con su pollón en la cara, y aquello me volvió loca de excitación. No podía más, necesitaba sentir una polla dentro de mí, así que me levante, empuje a Maurice contra el escritorio. Cuando estuvo apoyado, me incline sobre el, levantando mi culito, dejándolo bien expuesto ante Eric. Me agarre a la cintura de Maurice, de manera que su polla quedaba justo a la altura de mi boca, y empecé a devorarla de nuevo. Después de unos segundos, al ver que Eric no se decidía, saque la verga de Maurice de mi boca, me gire ligeramente, y le mire, desafiante.

  • ¿Qué pasa?- le dije - ¿Te has pasado tanto tiempo mirando que ya no te acuerdas de cómo se folla? ¡Vamos, cabrón, métemela de una vez!

Eric se acerco de inmediato, incapaz de pensar por si mismo. Restregó unos instantes la punta de su polla contra el agujero de mi culito y los labios de mi coñito, y después, me la envaino de un solo golpe. Sentí otro orgasmo de inmediato, pero los gemidos quedaron ahogados por el rabo de Maurice que llenaba mi boca y no me dejaba articular sonido alguno. De pronto de sentí emparedada por aquellos dos pollones, uno en mi boca y otro en mi coñito. Maurice me agarraba del pelo y me empujaba del cuello sin compasión, obligándome a tragar más y más polla cada vez, mientras que, loca de lujuria, le sobaba el culo, duro como una piedra. Eric, por su parte, se había agarrado fuertemente a mis cuartos traseros, separándome las nalgas y dándome suaves azotes en el culo. Parecían haberse puesto de acuerdo para follarme el coñito y la boca alternativamente, porque cuando una polla retrocedía, la otra avanzaba. Continuamos en esa postura unos minutos, loca por el placer que me proporcionaban aquellos dos machos. En el exterior estaría haciendo mucho frió, pero la temperatura en aquel despacho era de un calor insoportable, notaba tanto mi cuerpo como los de ellos, abrasados por el desenfreno. El pelo se me pegaba a la cara por el sudor, me sentía exhausta, pero era incapaz de parar, todavía quería más.

  • Ahora quiero que me vuelvas a follar tu - le dije a Maurice, sacándome la polla de la boca y mirándole a los ojos. Me di la vuelta y me dirigí a Eric, desafiante. No se me había olvidado que aquel hombre que ahora me penetraba a su antojo, tan solo unos minutos antes, nos había humillado a Maurice y a mí. Pensé que merecía que se la devolviera. Así que, me retire y le dije:- Y tu, maricón, mira como me folla un hombre de verdad.

Me incorporé y Maurice, supongo que envalentonado por mis palabras, me levantó como si fuera una pluma y me tumbo sobre la mesa del despacho. Agarro mis muslos con ambas manos, levantándolos, me separo las piernas e introdujo su enorme polla dentro de mí de un solo golpe. Me quede sin respiración durante unos segundos, y casi pierdo el conocimiento. Sentir aquella polla tan dura y tan adentro hacia que me marease, además, el cuello me coincidía con el borde de la mesa, de manera que tenia la cabeza colgando boca abajo, lo que aumentaba la sensación de mareo. Cuando me recobre vi, al revés, como Eric estaba de pie, con su tieso cipote cerca de mi cara, sin atreverse a acercarse. Alargue una mano, y le agarre fuertemente la polla, atrayéndole hacia mí. Empecé a mamársela, mientras el suspiraba profundamente. Mi cabeza seguía colgando boca abajo de la mesa, así que la verga de Eric me llegaba casi hasta la garganta, mientras que sus huevos golpeaban mi nariz a cada embestida. Se inclino sobre mi, de manera que sus cojones taparon completamente mi cara, impidiéndome respirar bien, y empezó a sobarme las tetas con avidez. Mientras Maurice seguía follándome sin piedad. Me mantenía con las piernas levantadas y muy abiertas, y el daba golpes de cadera mas y mas fuertes, con lo que cada penetración era mas profunda que la anterior. Parecía que su pollón se me iba a salir por la garganta. Además, notaba como sus durísimos cojones llenos de semen me golpeaban en el culo a cada golpe, haciendo un furioso ruido.

Allí, tirada sobre una mesa de despacho, completamente desnuda a excepción de las botas altas, con la cabeza colgando de la mesa, agarrándome a la polla blanca, chupándola arriba y abajo y lamiendo los colgantes huevos, mientras que el pollón negro entraba y salía de mi coñito cada vez mas y mas rápido, llenando completamente mi interior, me sentí deseada, sentía como aquellos dos hombres tenían los miembros duros gracias a mi. Tenia terriblemente excitados a dos hombres a la vez, en ese momento hubiera podido pedirles lo que fuera y ellos lo hubieran cumplido al instante. Me sentía como una actriz porno, en la escena mas caliente que me hubiera podido imaginar. Empujada por ese pensamiento, incorpore la cabeza, mire a los dos hombres y les dije:

  • Ni se os ocurra correros. Os vais a correr en mi cara. Vais a demostrarme cuanto os ha gustado bañándome con vuestra leche.

Como si aquello fueran palabras mágicas, Eric quito su polla de mi cara y Maurice de mi coñito. Me ayudaron a levantarme de la mesa, y me senté en el sillón de dirección, semitumbada, con las piernas abiertas y apoyadas en los brazos del sillón, de manera que mi coñito quedaba totalmente expuesto. Se acercaron, y comenzaron a masturbarse frenéticamente, restregándome sus pollas por la cara. Me excitaba enormemente ver a los dos hombres, pajeándose como animales a escasos milímetros de mi cara, sabiendo que en pocos segundos descargarían encima de mí todo el semen que les abarrotaba los huevos.

No me equivocaba, e inmediatamente Eric soltó un gemido ahogado, y vi como sus músculos se tensaban. Acerque mi boca a su polla, saque un poquito la lengua, y el respondió con un enorme chorretón de esperma calentito, que se estrello en mi boquita. Rodee su capullo con mis labios, de manera que el segundo chorro de corrida fue a parar directamente dentro de mi boca. Saque su polla de mi boca, y en ese momento eyaculo de nuevo, ya de forma menos espectacular, aunque muy abundante aun, y sus lecherazos me inundaron las mejillas y la barbilla. Mientras Eric restregaba su polla por mi pelo, soltando aun gotas de semen, me gire para mirar a Maurice, y saque la lengua para que viera como tenia la lefa de Eric aun en la boca. Le sonreí, y acto seguido, me la trague. La tibia corrida de Eric se deslizo garganta abajo. Entonces volví a abrir la boca para que Maurice pudiera ver bien que no me había dejado ni gota de la leche de su jefe. Aquello fue demasiado para el pobre muchacho, que empezó a bufar como un loco, mientras soltaba sobre mis labios la ración de esperma mas generosa que yo había visto nunca. Maurice parecía una catarata, de su polla no cesaba de salir espeso y abundante semen que se estrellaba contra mi boca, mis mejillas y mi pelo. Unos cuantos latigazos de corrida fueron también a parar a mis tetitas. No pude más y, sin ni siquiera tocarme, me volví a correr.

Exprimí los últimos instantes de placer, recostada en aquel sillón, mientras Maurice y Eric seguían restregando sus rabos, cada vez más flácidos, por mi cara y mis pechos, extendiéndome los espesos grumos de lefa que colgaban de mi cara y formaban regueros por mi barbilla, cayendo por el canallillo de mis tetas. Agarre las dos pollas, y las chupe por última vez, mientras me relamía los labios y la comisura de la boca para rebañar bien las últimas gotas de semen, como si acabara de degustar un exquisito manjar. No puedo describir la sensación que sentía al haber usado a aquellos dos hombres y exprimirles para conseguir el máximo placer. Me sentía extenuada, sucia y sudorosa, pero también tremendamente excitada y satisfecha.

Afortunadamente, aquel despacho estaba muy bien equipado, y contaba con un baño completo. Cuando salí de la ducha, y me hube arreglado como pude el pelo y el maquillaje, me encontré a Eric y a Maurice, solo con los pantalones puestos. Maurice se había sentado en el sofá, mientras Eric se repatingaba en el sillón de dirección en el que, minutos antes, yo había sido bañada con el semen de los dos.

  • Bueno, Luna - dijo Eric, sonriendo -. Un trato es un trato. ¿Cuándo empiezas?

  • ¿Cuándo empiezo a que? - pregunte yo.

  • A trabajar. Te dije que si hacías lo que hemos hecho te daría un trabajo de relac

  • Se lo que me dijiste- interrumpí yo -, pero no he dicho que quiera el trabajo ¿Crees que he follado por vosotros por una mierda de trabajo? Tío, eres gilipollas. He follado con vosotros porque me apetecía. Si quisiera un trabajo como el que me ofreces, ten la seguridad de que ya lo tendría. Así que, la respuesta es no. Metete tu asqueroso trabajo por el culo.

Me gire, dándole la espalda a un boquiabierto Eric, mire un segundo a Maurice, que sonreía con aprobación, y salí de aquel despacho y de aquella discoteca para no volver nunca.