La proposición de mi primita

Historia real de una propuesta (in)decente que nos llevó a mi primita y a mí a conocernos más a fondo.

LA PROPOSICIÓN DE MI PRIMITA

Después de tres años sin publicar, se podría decir que mi "profesión" de escritor de relatos eróticos había llegado a su fin. Debo reconocer que me halagaba ver incrementado mi contador de visitas y de puntuaciones, así como los comentarios que profesaban mis trabajos, pero decidí dedicar mi atención a otros asuntos. Sin embargo, hace apenas unos pocos días me ha ocurrido un suceso real del que he sido incapaz de no escribir sobre él. Por tanto, y tomando el presente escrito como un nostálgico retorno a esta afición mía de estimular la líbido de los lectores, me dispongo a dejar a un lado mi retiro, al menos momentáneamente. Espero que la historia que procedo a contarles les valga la pena.

Todo comenzó un día cualquiera de enero. Mis padres me comentaron que mis tíos iban a irse una semana a esquiar, y éstos habían considerado buena idea que su hija estuviese de visita en nuestra casa durante la escapada a las montañas. Los argumentos, propugnados por mis tíos y defendidos por mis padres, eran simples: que así la casa no se le caía encima, que mi prima y yo nos lo íbamos a pasar bien juntos, que teníamos poco que hacer en estas fechas

En fin, que no pude impedir que mi prima Lydia se acoplara en el piso de mis padres, y en realidad poco me importaba, yo iba a estar a mi bola de todos modos. Los exámenes de la facultad llegarían en pocas semanas, no podía entretenerme hablando de trivialidades con mi primita. Aunque nos llevábamos pocos años (ella 19 y yo 22), nuestras personalidades diferían mucho. Yo era más reposado y casero, prefería un buen libro a salir de juerga, y ella, por el contrario, se había convertido en una niña pija y consentida con fama de "fácil" en sus numerosas salidas nocturnas a discotecas y otros garitos. Cursaba un ciclo profesional, pero la verdad es que no le ponía mucho empeño. Vamos, que no teníamos mucho que ver.

Los días comenzaron a pasar sin que pasara nada, valga la redundancia. Yo iba a clase por la mañana, mis padres comían en sus respectivos trabajos y Lydia se dignaba a ir una horita a su curso por la tarde (porque era obligatoria). El único momento del día en que teníamos una conversación más o menos coherente era en el almuerzo, y tampoco resultaba nada del otro mundo: las clases, el tiempo… Parecía que nuestra relación se había atascado en un continuo diálogo de ascensor.

Y entonces llegó el último día de su estancia en mi casa. A la mañana siguiente se iría con sus padres y no volveríamos a vernos en meses, algo que a ninguno de los dos parecía importarnos. Durante la comida, los contenidos triviales se pusieron de nuevo encima de la mesa pero, ya que era el día de la despedida, ambos decidimos darle un poco más de salsa al asunto, aunque sin pasarse. Simplemente, salió el tema de que había estado un poco amargada por no haberse ido de juerga en toda la semana. Yo pensé para mis adentros que lo que realmente le quemaba era que no le había dado un gusto al cuerpo en los últimos días

Ya que yo había preparado la comida, Lydia se quedó fregando los platos y yo me dispuse a ojear el periódico en un sillón del salón. Eran casi las cuatro, pero aún quedaba mucha tarde por delante. A lo mejor hasta me daba por estudiar y todo. Mientras me divertía a mí mismo por este tipo de ocurrencias, Lydia acabó su labor y entró en la sala. Desviaba la mirada de un lado a otro, parecía un poco nerviosa. Sin embargo, al poco rato se acercó al antebrazo del sillón y empezó a hablar.

—Dani, digo yo que ahora que tenemos esta confianza y pasamos mucho tiempo solos, podríamos hacer cosas diferentes. —Como un acto reflejo, mi cuello se giró hacia ella, que dibujaba una media sonrisa de vergüenza en su rostro— Sólo digo que me gustaría hacer cosas contigo, nada más.

Permanecí atónito ante las palabras de mi prima, que podían sonar ambiguas e incluso infantiles, pero sabía muy bien qué era lo que me estaba proponiendo. De repente, mi cerebro dejó de procesar a Lydia como si fuera mi prima, y empecé a verla como lo que era: una mujer con mentalidad de adolescente, pero mujer al fin y al cabo. La observé detenidamente: 1´65 de estatura, melena castaña con mechas rubias (o al revés), con curvas pero delgada, y pechos medianos tirando a pequeños. No era la típica tía buena que te obligaba a mirar hacia atrás en la calle, pero lo cierto es que mi primita tenía mucho morbo. Aparte de su aureola de chica facilona, su vestimenta ayudaba a esa consideración; por ejemplo en ese momento, que llevaba un top negro de tirantes y una falda blanca que dejaría muy poco lugar a la imaginación si se agachara. Y eso que estábamos en enero.

Lydia no aguantó más mi examen visual, quizá creyendo que la estaba juzgando, y abandonó el salón. Por mi parte, dejé el periódico en su sitio y empecé a dar vueltas alrededor de la mesa, inmerso en un torbellino de pensamientos.

Para empezar, es mi prima. No estaría bien. Aunque nadie tiene por qué enterarse, desde luego. Pensándolo mejor, tanto ella como yo no tenemos pareja en estos instantes, así que no estaríamos haciendo nada malo. Por Dios, estoy enfermo, no puedo estar considerando en serio tirarme a mi prima. Ni siquiera me gusta. Bueno, no es que tengamos mucho en común, pero la verdad es que un polvo sí que tiene. Joder, y he estado toda la semana sin mojar. Y ella tampoco, claro. Eso es, echa en falta los rolletes de discoteca y quiere compensar conmigo. Bien pensado, ¿de qué me quejo? Podemos quedar los dos satisfechos y seguir con nuestras vidas. A fin de cuentas, no somos amigos

Miré el reloj y eran las cuatro y media. A las cinco en punto, Lydia tenía que ir a clase. Sería mejor que esperase a su vuelta para tomar una decisión más calmada. Pero no podía.

Avancé por el pasillo con el pulso enardecido. Las puertas de las habitaciones estaban abiertas, así que escudriñé en los interiores desde la circunvalación. Lydia se deslizó por una esquina y se quedó apoyada ligeramente contra el marco. Cruzamos la mirada durante unos segundos. Tomando una determinación, la agarré de la mano y la conduje a mi habitación.

—Espera. —Tiró un poco del brazo y me obligó a parar— Tu padre a veces sube a casa a estas horas para coger algún documento. Tu puerta no tiene pestillo, no podría sentirme desinhibida.

Estaba claro que, una vez hecha la proposición, Lydia no quería dejar cabos sueltos. Le propuse el baño, que era la única estancia del piso que contaba con cerrojo, pero lo consideró muy cutre, así que tuve que calmarla.

—Mi padre no va venir. Y aunque lo hiciera, la entrada está bastante lejos de mi habitación, así que nos daría tiempo de sobra a disimular. —Mi prima no parecía muy convencida— Venga, mujer, no te eches atrás ahora. Tenemos una oportunidad para pasarlo bien.

Lydia sonrió mientras su cara se ruborizaba, y luego no opuso resistencia cuando la conduje a mis aposentos. Eché la puerta y acompañé a mi primita al centro de la habitación. Nos miramos a los ojos y nos cogimos de la mano como si fuéramos una pareja. Aunque no lo éramos, ni nunca lo seríamos.

—Sólo quiero echar un buen polvo, Dani —dijo al tiempo que me acariciaba las manos—. Sexo, eso es todo. Espero que no te parezca mal.

Asentí con la cabeza. Haríamos que nuestros cuerpos disfrutaran el uno del otro, y después todo volvería a ser como antes. No podía estar más de acuerdo con la mujer que con tanta convicción me había aclarado el asunto.

Nos dimos un casto beso en los labios para tantear el terreno. Descruzamos las manos y la rodeé por la cintura. El siguiente beso fue más ardiente, las lenguas tocándose, y Lydia comenzó a bajar las manos hacia los vaqueros. Al tiempo que sus dedos trataban de desabrochar el cinturón, le apliqué chupetones en el cuello que le arrancaron suspiros que me pusieron como una moto. Introduje la mano derecha por debajo del top y llegué hasta el cierre de su sujetador, que desabroché en poco tiempo. Mi mano izquierda, por su parte, se encargó de levantar ligeramente la falda y sobar las nalgas desnudas de mi primita. La erección de caballo que tenía en esos momentos se acrecentó aún más cuando Lydia metió la mano por el pantalón y masajeó el paquete por encima del boxer. Con gran habilidad, juntó dos dedos en torno a mi polla y los ciñó alrededor de la tela para masturbarme sutilmente. La verdad es que la sesión de sexo con mi primita prometía.

Como si las divinidades hubiesen condenado nuestra acción, el cerrojo de la puerta principal comenzó a abrirse. Lydia se alejó un paso de mí como un resorte con la firme intención de plantarme en mi propia habitación. La agarré del brazo antes de que se fuera.

—Por favor, primita, no me dejes así

Lydia volvió a hacer ademán de irse, pero no la solté y reiteré mi súplica. Deseé que ella, como mujer sexualmente activa, comprendiese que no había nada peor para un hombre que dejarle con la miel en los labios en el momento más crucial.

Para mi fortuna, Lydia pareció solidarizarse con mis lamentos. Mientras mi padre preguntaba si había alguien en casa desde el vestíbulo, mi primita sonrió con picardía y se zafó de mi mano. Acto seguido, colocó los dedos a ambos lados y por debajo de la faldita y se bajó el tanga hasta los tobillos. Ante mi incredulidad, lo envolvió en un ovillo y lo guardó en uno de los bolsillos de mis pantalones.

—Para que la espera no se te haga tan larga.

Dicho esto, se abrochó el sostén y se atusó el pelo y la falda para salir de mi habitación. Oí como saludaba a mi padre, que entró un momento en mis aposentos para saludarme a mí también y luego se marchó a su despacho para coger una carpeta de informes. Cerré el cinturón debidamente y vi como Lydia salía de su habitación envuelta en un abrigo violeta para combatir el frío invernal. Comprobé que ella también se había puesto vaqueros.

—Vuelvo en una hora y seguimos donde lo dejamos, ¿ok?

Lydia me guiñó un ojo y se despidió su tío. Después de un rato, mi padre también se fue, y me quedé solo en el piso. Bueno, solo no, con mi calentura. Aunque mi primita me había dejado un regalo para solucionar eso

Saqué la prenda del bolsillo y la estiré para observarla con más detenimiento. Era un tanguita azul turquesa de exiguas formas, y en el centro mostraba un dibujo de un conejito blanco con el lema "schoolgirl". Aquello era demasiado para mí. Me lo llevé a la nariz instintivamente y respiré el aroma a sexo que emitía. Dios mío, mi primita me había regalado una tentación con forma de tanga. No podría aguantar una hora sin hacer algo con la braguita.

Volví a desabrocharme el cinturón y me bajé los pantalones, y luego el calzoncillo. Tenía la polla tiesa y los huevos casi doliéndome de la excitación. Mi primita me había puesto muy burro tan sólo con un par de caricias. Necesitaba darme el gusto de descargar, pero me sentía culpable, porque Lydia no había tenido la oportunidad. Me la imaginaba en clase, aguantando una charla mientras suspiraba en un mar de feromonas desbocadas. Al llegar tendría que compensarla debidamente, así que lo mejor sería no caer en el incentivo del tanga.

Debo reconocer que fui débil. Dejé de pensar con el cerebro para pensar con el pene, así de simple. Me arrodillé, inspiré una profunda bocanada de hembra salida que me condecía la prenda de Lydia y me enrollé la braguita en la polla de mala manera. Me la agarré con la mano y comencé a menearla con extrema lentitud. Ya que estaba siendo un egoísta, procuraría disfrutar del momento.

Casi sin proponérmelo, me corrí antes de llegar al minuto. El semen se proyectó a borbotones sobre el suelo, los huevos aliviándose de su pesar. Resultó un orgasmo largo e intenso, y la verdad es que valió la pena. Mientras el corazón recuperaba la cordura de su latido, volví a oler el tanguita y me dispuse a hacer acopio de fuerzas para complacer a la chica que me había brindado una corrida tan espectacular.

Poco después de las seis de la tarde, Lydia regresó a casa. Recorrió el pasillo y llegó hasta mi habitación, donde yo la esperaba sentado en un sofá. Dejó el bolso sobre la cama y se despojó del abrigo, quedándose con el top negro que ya conocía y unos vaqueros raídos, como mandaba la moda. Sin mediar palabra y con una expresión alegre, se sentó en mi regazo, las rodillas clavadas a los lados de mis piernas. Deslizó los labios hacia mi cuello para darme un chupetón, y luego me lamió la oreja y susurró:

—Ahora tengo muchas más ganas de follar que cuando te lo propuse por primera vez. Prepárate porque soy el tipo de chica que nunca dice "no" a nada.

Aunque hacía menos de una hora que había descargado, la actitud lasciva de mi primita volvió a llevarme por el camino de la excitación. Enrosqué mi lengua con la suya e infiltré una vez más las manos por debajo del top. El broche no tardó en saltar, y la ayudé a sacarse la prenda por encima de la cabeza. Los pechos desnudos aparecieron ante mí, y no me reprimí lo más mínimo. Acaricié con suavidad su contorno y besé cada centímetro de piel. Asimismo, Lydia se encargó de quitarme la camiseta con el mismo procedimiento, y la abracé con fuerza para sentir sus senos en contacto con mi torso, los pezones de mi primita excitándose progresivamente.

El paso siguiente era claro, así que no me demoré. Desabotoné su vaquero y busqué con las manos su ropa interior. Lydia soltó una risita al verme comprobar que no había restituido al tanga que me había regalado. Desde luego, mi primita sabía excitar a un hombre. En defensa de esta afirmación, desabrochó mi cinturón hasta casi arrancármelo de cuajo y me bajó los pantalones. Para su sorpresa, la tienda de campaña no lucía en todo su esplendor.

—¿Tienes problemas de erección?

Avergonzado, me limité a responder a su pregunta mostrándole su tanguita, que había ocultado a un lado del sofá. Mi primita rió con ganas, divertida.

—No te preocupes, una pajilla no nos va a cortar el rollo. Tú déjame hacer a mí.

Sin más, me quitó el boxer con un solo movimiento y juntó sus labios con los míos. Noté como una mano furtiva me acariciaba la polla con dedos traviesos y me masajeaba los huevos. Después de un nuevo beso extasiante, me miró a los ojos avisándome de sus intenciones, y yo, por supuesto, le permití el paso. Alcé la vista al techo cuando mi primita me lamió el torso con su lengua hasta llegar a mi aparato, al que le comenzó a dedicar besitos en sus partes más bajas. Con maestría, engulló el pene hasta la mitad y comenzó a succionar con un vaivén circular. Los dedos continuaban dedicándose a los huevos, conformado una mamada realmente deliciosa. A pesar de mi paja con el tanga, sentí cómo el esperma reclamaba vía libre para emerger de nuevo.

—Voy a correrme como sigas así —dije, aunque ardía en deseos de que siguiera chupándomela—. Será mejor que descanses un ratito.

Lydia, aún con la polla rozando la comisura de sus labios, me sonrió desde su posición y se levantó. De repente, se bajó los vaqueros y me pidió que me alzara, lo que hice a duras penas, porque la excitación quebrantaba mi sentido del equilibrio. Mi primita se acomodó en el sofá y se abrió las piernas con las manos. Uno de sus dedos se flexionaba alternativamente para indicarme que me aproximara.

—Ven y cómeme, primito.

No la hice esperar. Me arrodillé ante el suculento manjar de escasos cabellos dorados que me ofrecía su sexo y besé la periferia, haciéndola sufrir. Introducía ligeramente las falanges de los dedos para que el coñito se cerrara en torno a ellos, pero los sacaba poco después. Lydia gemía de desesperante excitación, mis labios cada vez más cerca de su clítoris.

—No seas cabrón y méteme la lengua.

No me cabía la menor duda que mi primita estaba tan cachonda como una zorrita en celo en ese momento. Cumplí sus deseos y lamí alternativamente aquella rajita húmeda que tanto me gustaba. Lydia empezó a sollozar y a retorcerse de placer. Sin embargo, mis huevos estaban a punto de reventar y así se lo hice saber. Mi primita me ofreció entrar directamente al tema, pero yo quería que se corriera, estaba dispuesto a seguir lamiéndola.

—No te preocupes, cariño —me tranquilizó—. Sólo llego al orgasmo cuando os venís dentro de mí.

Que mi primita hablase en plural denotaba que su fama estaba bien merecida. Mejor para mí, ya que la experiencia es un grado en asuntos de sexo.

Se levantó del sillón y me instó a que me volviera a sentar. Se acurrucó sobre mí y me agarró la polla para dirigirla a su coño, pero la detuve.

—¿No vamos a usar condón? —pregunté.

Lydia me besó tiernamente en los labios y me acarició la barbilla. Me confesó que tomaba regularmente la píldora anticonceptiva, algo que no me extrañó viendo su estilo de vida. Una vez más, todo estaba a mi favor. No tenía muchas oportunidades de follar a pelo, y menos con una loba como mi primita.

Casi sin avisar, Lydia se sentó sobre mi polla con la suficiente destreza para que penetrase su conejito lentamente. Eufórica, balanceó las nalgas con el objetivo de ofrecerme una cabalgada brutal. Me dediqué a relamer sus tetas y a besarla en el cuello, un torrente de suspiros escapando de su boca. Me di cuenta de que, aunque mi primita tenía 19 años, su apariencia era la de una adolescente, una niña al fin y al cabo, y eso hizo aflorar mis instintos más bajos.

El placer continuaba en una asfixiante progresión. Yo permanecía sentado, sin mover las caderas, puesto que Lydia no me dejaba otra opción, y la verdad es que así lo disfrutaba aún más. Estaba a punto de correrme, y mi primita pareció percatarse, porque cambió de posición. Sin sacarse la polla del confortable interior de su coño, se giró 180º hasta darme la espalda. Me sujetó las manos y las ciñó en torno a sus pechos, y me rogó que le susurrara guarradas al oído.

Dicho y hecho. Mi primita reanudó sus posesivos movimientos para alcanzar la ansiada recompensa del orgasmo, y yo me dediqué a sobarle las tetas, chuparle el cuello y llamarla putita y otras lindezas por lo bajo. No obstante, fui un caballero y dije:

—Me corro, primita. Puedes quitarte de encima, si quieres.

La respuesta de Lydia fue brutal de necesidad. Movió las caderas con ansias renovadas y gimió como nunca lo había hecho hasta entonces. No pude ni quise reprimir el orgasmo, y la leche caliente azotó el coñito de la niña con cuerpo de mujer. La explosión de placer se propagó por las sensaciones de mi primita, que se corrió entre jadeos.

Permanecimos agarrados y en la misma postura durante un par de minutos. Yo le besaba el cuello con ternura mientras mi polla se volvía cada vez más pequeña y se deslizaba de su satisfecha rajita. Lydia se alzó y nos dedicamos un último beso en los labios.

—Gracias.

Fue lo único que dijo. Recogió sus cosas y, sin ocultar su reluciente desnudez, salió de la habitación. Mientras la soledad me embargaba, recogí el tanguita del suelo y contemplé el dibujo, ensimismado. Quizá con el paso del tiempo recordaría esa sesión de sexo desenfrenado con mi primita como un dulce sueño que no se volvería a repetir jamás.