La prometida

Una joven a punto de casarse, va con su prometido y su hermana a unas pequeñas vacaciones. Conocen a un agradable grupo de chicos.

El día era espléndido. El sol brillaba en el cielo, limpio y de un azul luminoso. Era perfecto para nuestros planes. Nos habíamos escapado cuatro días, mi hermana Laura, mi novio José y yo, Eva. José y yo nos casábamos el mes que viene y habíamos aprovechado un puente para relajarnos antes de la boda. Había sido duro preparar todo, la ceremonia, el convite, las flores, los vestidos, ramo, anillos, regalos, música… La lista había sido interminable y había originado que José y yo discutiéramos hasta por los detalles más nimios.

Mis padres habían muerto hacía ya cuatro años y no había tenido ninguna ayuda. La madre de José se había ofrecido para echar una mano, pero al vivir en la otra punta de España poco pudo hacer la mujer. Así que, una vez que todo estuvo decidido y contratado, nos vinimos a la playa para olvidarnos un poco de todo el lío. Laura se apuntó, acababa de terminar la carrera de Económicas y en el último momento decidió venir con nosotros. Su novio se tuvo que quedar en Madrid, con dos asignaturas suspensas tenía que estudiar. A sus veinticuatro años, dos menos que yo, era una chica extrovertida con ganas de disfrutar de la vida que aprovechaba todas las oportunidades para pasárselo bien.

Llegamos al pueblo al anochecer. José conducía siguiendo las indicaciones del navegador y yo aprovechaba para contemplar el entorno. Era un pueblo muy bonito, lleno de árboles y plantas, casitas bajas y calles muy limpias. En el apartamento nos esperaba un chico que nos entregó las llaves y nos lo enseñó rápidamente. Nos recordó las condiciones de la plataforma en la que lo alquilamos y se marchó enseguida. No tardamos en repartirnos las habitaciones, había una de matrimonio con cama grande que nos quedamos José y yo, y otra más pequeña con una cama normal que se quedó Laura.

—¿Deshacemos rápido las maletas y salimos a tomar algo? — propuse —. Estoy deseando salir a dar una vuelta.

—Vale — José estuvo de acuerdo conmigo, como casi siempre.

—Sólo necesito diez minutos — gritó Laura desde su habitación.

El pueblo era tan bonito como me había parecido desde el coche, no había demasiada gente como para ser verano y la temperatura era soportable. Recorrimos las calles donde estaban los bares y restaurantes, oliendo a fritura de pescaíto y a manzanilla, cotilleando escaparates y riéndonos por cualquier cosa. José estaba encantado, llevaba a cada una de nosotras colgada de un brazo y, ciertamente, recibía miradas de envidia de muchos chicos. Tanto Laura como yo teníamos una figura parecida, ambas éramos altas, delgadas y con curvas. Habíamos salido a nuestro madre en el pecho abundante, Laura morena como ella y yo rubia como mi padre.

—¿Te das cuenta cómo te miran, cuñado? — dijo Laura divertida — no me extraña, con dos pibones como nosotras de tus brazos — mi hermana siempre decía cosas así, le gustaba avergonzarme.

—Jajaja, si supieran que el mes que viene me caso con una de vosotras les daría más envidia todavía.

—No estoy de acuerdo, aunque mi hermana sea un solete y esté tan buena como está, el matrimonio es una cárcel. Vais directos al patíbulo, jajaja.

—Deja de decir tonterías, Laura — repuse —. Mirad, ¿por qué no picamos algo ahí? — señalé un restaurante en el que había una mesa libre en la calle.

—Me parece bien, cariño — acordó José.

Nos sentamos y pedimos cerveza para los tres y una par de raciones. En cuanto nos lo trajeron Laura siguió con el tema.

—Entonces, cuñado ¿no te importa atarte a Eva para toda la vida?

—Al contrario, lo estoy deseando.

—Imagino que te la chupará muy bien — casi escupo la cerveza que estaba bebiendo en ese momento. Es que no se cortaba ni un pelo.

—Esas cosas son privadas y no pienso contestar. Claro, que le puedes preguntar a tu hermana.

—Hermanita, ¿le haces muchas guarrerías a mi cuñado en la cama?

—Deja ya el tema, eso no es de tu incumbencia — le dije seria.

—Vale, vale, pero tenéis que pensar que el matrimonio necesita chispa, por lo que dicen es fácil caer en la rutina y necesitaréis darle vidilla.

Laura dejó el tema y charlamos un poco de todo, la verdad es que se estaba muy a gusto. Cuando terminamos recorrimos el paseo marítimo y nos fuimos al apartamento. Ese día habíamos madrugado y estábamos cansados. Mi hermana se duchó la primera y se fue a acostar, luego se metió José en el baño y yo fui la última. Cuando llegué a la habitación mi novio me estaba esperando, lo único que llevaba puesto era una sonrisa. Hicimos el amor dulcemente procurando no hacer mucho ruido. Solo faltaba darle más munición a mi hermanita.

Por la mañana bajamos a desayunar y a hacer algo de compra. Lo imprescindible para poder tomar el desayuno en el apartamento o prepararnos un bocadillo si nos apetecía. En cuanto dejamos las bolsas del supermercado, metimos unas toallas y el protector solar en un bolso, nos cambiamos y fuimos a la playa. El día era estupendo y, aunque era relativamente temprano, ya había mucha gente en la playa. A pesar de eso encontramos un hueco para extender las toallas y tomar un rato el sol. Nos quitamos la ropa. Laura y yo llevábamos unos bikinis discretos, con nuestros grandes pechos no podíamos llevar nada atrevido por miedo a enseñar más de la cuenta. Mi chico llevaba un bañador tipo bermuda casi hasta las rodillas. Saqué el protector solar del bolso y se lo apliqué a José.

—Cari, ¿me pones a mí? — le pedí cuando terminé.

José lo cogió encantado, me tumbé boca abajo en la toalla y me dispuse a ser tratada como una reina. Enseguida las manos de mi novio extendieron la crema por todo mi cuerpo. Era una gozada, me encantaba sentir el frescor del aceite en mi piel. Con un azote cariñoso me indicó que esa parte ya estaba y me di la vuelta. Cuando terminó conmigo Laura le hizo seguir con ella. José me miró de reojo antes de extender la crema en la espalda de mi hermana. No les perdí de vista. No por mi chico, sino por la desvergonzada de mi hermana. No sería raro que hiciera algo para provocarme, como quitarse la parte de arriba o abrir las piernas. Sorprendentemente se portó muy bien, mantuvo el discreto bikini en su sitio y no hizo ninguna jugarreta.

—¿Nos damos un baño? — preguntó José al rato. El pobre no aguantaba mucho al sol, tenía la piel muy blanca y enseguida se le enrojecía.

—Claro, vamos.

Estuvimos un rato en el agua, no estaba nada fría y fue una gozada. José creo que fue el que más disfrutó, jugó a levantarnos y arrojarnos por el aire. Alguna mano se le escapó para acariciar mis tetas o apretar mi culo, conociendo a mi hermana y viendo cómo se reía algunas veces creo que por ese lado también hubo tocamientos. En realidad no me importaba, yo no era nada celosa y confiaba mucho en los dos. Se me ocurrió una maldad. Iba a comprobar si mis sospechas eran ciertas. En un momento en que los tres estábamos juntos puse la mano sobre el culo de mi hermana y le masajeé una nalga con disimulo. Efectivamente, ella se hizo la desentendida pensando que era José el que la sobaba.

—Hermanita — susurré en su oído —, siento decepcionarte pero soy yo la que te está tocando el culo.

Laura abrió los ojos con sorpresa, luego curvó los labios en una sonrisa perversa y se acercó para susurrarme.

—Ya decía yo que cómo era posible que tu chico me tocara los dos lados del culo a la vez.

Me la quedé mirando anonada, hasta que noté que intentaba aguantar la risa. Las dos nos reímos a carcajadas dándonos un abrazo.

—Déjalo, Eva. Le queda un mes para estar casado y sé que te quiere mucho. Por cierto ¿qué te parece mi culo?

—Redondito y muy duro. Casi casi, mejor que el mío.

Volvimos a carcajearnos mientras José nos miraba con cara de pensar que estábamos locas. Todavía estuvimos un rato en el agua. Salimos al ver a en la orilla, a unos cincuenta metros, un montón de motos de agua y patines a pedales. Nos acercamos a curiosear y José enseguida propuso coger unas motos y hacer un poco el bestia en el agua. Al final nos decidimos por un patín. Era mucho más aburrido pero cabíamos los tres y salía mucho más barato.

Enviamos a José a por nuestras cosas, que dejamos en el puesto de las motos, y nos montamos los tres en el patín. Laura y yo nos pusimos la camiseta para no quemarnos. José se embadurnó rápidamente de protector y vino solamente con el bañador.

—No os alejéis mucho — nos dijo la chica que nos atendió —, hay corriente y puede llevaros mar adentro.

Así que como tres avezados grumetes, José y yo nos pusimos a dar pedales mientras Laura iba en la proa cómodamente sentada. Entre los asientos había una palanca para dirigir el patín, que mi chico enseguida cogió como si fuera el capitán del navío, jajaja. Estuvimos un rato y luego Laura cambió por mí. Hicieron una competición a ver cuál de ellos pedaleaba más deprisa. Yo los jaleaba desde delante disfrutando de sus tonterías. Acabaron los dos exhaustos respirando agitadamente y defendiendo con el aliento entrecortado su victoria frente al otro. Al final me miraron a mí. Esperaban mi decisión soberana. José me sonreía con complicidad y Laura me amenazaba con su ceño fruncido.

—No ha ganado ninguno — me escaqueé —, no tenéis ni idea. Dejadme a mí.

Resoplaron frustrados los dos y me cambié por José, que se tiró al agua. Laura le siguió enseguida y yo me limité a verlos desde arriba. Otra vez juntitos. Pude ver que mi novio cada vez era más atrevido, Laura le empujaba para apartarlo pero luego le dejaba que se volviera a pegar. Me lancé al agua para ponerme en medio. No me importaba que jugaran, pero no quería que las cosas se salieran de madre. Al final me coloqué entre los dos. Movíamos los pies lentamente para ir siguiendo al patín. Di un respingo cuando una mano me apretó una nalga y se quedó aferrada. José. Le dejé sin problema, mejor a mí que a mi hermana. Lo que me sorprendió de verdad fue cuando sentí otra mano. Esta tenía que ser de Laura, porque José estaba agarrado al patín con su mano libre. Le dirigí una mirada amenazadora esperando que me soltara, la muy golfa se hizo la desentendida contemplando el cielo y me apretó más fuerte. Empecé a calentarme cuando en uno de los vaivenes que producían las olas choqué con mi novio. Su dura erección presionó mi cadera. Ignoré a mi hermana y le abracé. Él atrapó mi boca en un beso profundo, se había puesto cachondo con tanto toquetear culos y aprovechó la ocasión. Me agarré al patín para no dejar que se fuera muy lejos cuando sentí sus manos acariciarme. No se cortó un pelo.

Como si Laura no estuviera me metió mano como quiso. Yo seguía disfrutando del beso con sus manos dentro de la braguita del bikini y bajo el sujetador. Corté el morreo cuando me di cuenta que tenía manos tanto en mis dos tetas como en mi culo. Salvo que a José le hubiera crecido otro brazo alguien estaba aprovechándose de la situación. Miré mi pecho y descubrí la mano de Laura apretando fuerte una de mis tetas con el pezón entre sus dedos. He de reconocer que lo hacía muy bien, que me producía un cosquilleo que bajaba hasta mis partes íntimas, pero no era lo que yo deseaba. Me zafé de los dos y subí al patín impulsándome con un enérgico pataleo. Mientras me recolocaba el bikini mi hermana se reía en el agua y José subía detrás de mí.

No entendí muy bien la reacción de mi chico. Se colocó apresuradamente en el asiento y empezó a pedalear.

—Sube, Laura — gritó —. Pedalea, Eva. Estamos muy lejos.

Miré alrededor viendo que nos habíamos alejado mucho de la orilla, quizá estuviéramos a kilómetro y medio. Enseguida estaba junto a José dando pedales como si fuera Induráin. Laura miraba con expresión preocupada desde la proa. A los quince minutos no habíamos recortado nada de distancia, al contrario. La corriente nos arrastraba al interior más rápido de lo que nosotros éramos capaces de pedalear. Laura me sustituyó cuando no pude más. Todo fue inútil. En otra media hora la orilla era casi inapreciable. Estábamos a varios kilómetros sin posibilidad de volver por nuestros medios.

—Tranquilas chicas, pediremos ayuda al primer barco que veamos — nos tranquilizó José —. Tenemos casi todo el día para que alguien nos encuentre.

—Eso espero, cariño. Empiezo a estar preocupada.

Viendo que era inútil seguir pedaleando nos limitamos a dejar pasar el tiempo oteando el horizonte. Era una playa muy concurrida y había un puerto al lado del pueblo. Seguro que aparecería algún barco pronto. Por la parte positiva parecía que no nos alejábamos más. Debíamos haber dejado la corriente y llevábamos un buen rato a la misma distancia de la orilla. Divisamos algunos barcos, pero estaban tan lejos que no vieron los gestos que hicimos agitando nuestras camisetas en el aire. Al final Laura y yo nos las pusimos, el sol apretaba fuerte y empezábamos a enrojecer. El pobre José se quedó en su asiento aguantando la picazón del sol, poniéndose rojo como un guiri por momentos.

Pasaron algunas horas. Mi inquietud no era que nadie nos encontrara, seguro que antes de anochecer volverían muchos barcos al puerto. Lo que me tenía alarmada era la piel de mi novio, que empezaba a tener un aspecto preocupante.

—Mirad, se acerca un barco — avisó Laura.

Miré con desgana pensando que pasaría lo que con los otros que habíamos visto. Pasaría lejos y no se fijarían en nosotros. Sin embargo la silueta de la embarcación se hacía cada vez más grande, como si se dirigiera directamente a nuestra posición. Laura y yo nos quitamos las camisetas y las ondeamos en el aire intentando llamar su atención. Según pasaban los minutos el barco se seguía acercando. Respiramos aliviados cuando desde la borda un chico nos hizo señas.

—Nos han visto, cariño. Ya vienen — le dije a mi niño. No tenía buen aspecto.

Cuando el barco se acercó tres chicos nos miraron con curiosidad. Se veía a otro en una cabina elevada dirigiendo el barco.

—¿Necesitáis ayuda? — preguntó uno de ellos.

—Sí — respondió Laura —. Nos ha arrastrado la corriente y no podemos volver.

—Os echo un cabo.

¿Un cabo? ¿Para qué queríamos un cabo? ¿Es que eran militares? Resulta que el cabo era una cuerda. Laura la cogió hábilmente y la ató a un gancho que había en un lateral del patín. Los chicos nos arrastraron hasta una escalerilla que había en el lado del barco y subimos de uno en uno.

—Pero bueno, chicos ¿no os avisaron de las corrientes? — nos dijo un chico alto y moreno.

—No seas borde, Toni — le dijo un regordete que parecía muy simpático.

—Nos avisaron — intervino mi novio —, pero nos despistamos y acabamos aquí.

—Bueno, ya no tenéis que preocuparos — dijo el gordito —. Es la primera vez que rescato a unos náufragos, jajaja. Por cierto, yo soy Santi, estos son Toni, Luis y el que viene de la cabina es Miguel.

—Yo soy Laura, mi hermana Eva y su novio José.

Según nos estrechamos las manos me fijé en los chicos. Tendrían entre veinte y veinticinco años y todos estaban muy morenos. Santi estaba regordete pero tenía una sonrisa muy simpática. Toni era alto, moreno y con el cuerpo fibroso como un nadador. Luis era de estatura media y muy guapo. Y Miguel. Miguel me dejó pillada cuando le di la mano. Era guapo hasta decir basta, tenía los ojos de un azul casi transparente y el pelo rubio tan claro que parecía blanco. Su cuerpo era fuerte y proporcionado. Se me escapó una mirada involuntaria cuando nos dimos la mano, un gran bulto se marcaba en su bañador tipo bóxer ceñido. Me ruboricé cuando se dio cuenta de mi mirada y me aparté enseguida desviando la vista.

El barco era muy chulo. En la proa había una especie de plataforma para tomar el sol. Luego estaba la cabina desde la que se dirigía la embarcación. En la popa había dos bancos corridos uno a cada lado, como para tres personas con una mesa alargada en medio.

—Tenéis un barco muy bonito — dije para disimular mi turbación.

—Sí, es de Miguel, hemos venido a pasar un par de semanas. Nos gusta navegar — contestó Santi.

—Creo que tengo algo para vosotros — intervino Miguel —, esperad.

Rebuscó en un baúl bajo los asientos de popa y sacó un bote de crema.

—Es hidratante. Lo necesitáis con urgencia, sobre todo tú — se lo pasó a José —. Voy a poner el toldo en la cabina para que te quedes a la sombra hasta que lleguemos. Vete dando crema.

Arrebaté el tubo de las manos de José y me eché en la mano. La extendí generosamente por todo su cuerpo. Mi pobre novio estaba de pena. Seguro que más tarde le saldrían ampollas. Cuando terminé lo mandé a cubrirse bajo el toldo de la cabina.

—Ahora tú — le dije a Laura.

—Para que no perdáis tiempo yo se lo doy — dijo Luis quitándome el tubo de crema de las manos.

—Yo te lo hago a ti, Eva — aprovechó Santi —. Quitaos la camiseta.

Laura y yo nos miramos como preguntándonos qué hacer. Al fin y al cabo eran nuestros salvadores, así que cuando mi hermana se sacó la camiseta la imité. Los tres chicos que estaban con nosotros, como si estuvieran sincronizados, recorrieron nuestros cuerpos con la mirada. Ambas estábamos acostumbradas a que los hombres nos miraran las tetas debido a su tamaño, por lo que no le dimos importancia. Los chicos finalmente reaccionaron y empezaron a extendernos la crema hidratante. La sensación fue de inmediato alivio, sobre todo en las extremidades, que las dos teníamos enrojecidas.

Estábamos la una frente a la otra, como una imagen especular, con las piernas ligeramente abiertas para que pudieran darnos la crema en los muslos. Toni observaba atentamente cómo sus amigos nos repartían el hidratante por la piel. Me fijé en que Luis imitaba los movimientos de Santi, así que cuando este acabó mis brazos y pasó a mis piernas hizo lo mismo. Suspiré cuando noté el frescor, las manos de Santi parecían mágicas, llevando alivio a mi enrojecida piel. Me puse nerviosa cuando subió por mis muslos, llegando muy arriba. Me moví inquieta al notar los dedos de Santi moviéndose en círculos cada vez más cerca del peligro. En mi culo llegó todo lo arriba que pudo hasta que topó con el bikini. Por delante rozó una par de veces mi entrepierna, e iba a protestar cuando terminó con esa zona y pasó a mi espalda. Mi hermana Laura tenía los labios entreabiertos, suspirando audiblemente. Azorada cuando Santi llegó a lo alto de mis muslos no me había fijado en lo que Luis hacía con mi hermana, pero la notaba extraña.

Terminó rápido con mi espalda, al haber estado cubierta con la camiseta mi piel estaba perfecta. Pasó a mi tripa, dándome más crema moviéndose en círculos. Yo miraba como hipnotizada cómo Luis hacía lo mismo con mi hermana. Cuando las manos de Santi subieron hasta rozar la parte baja de mis pechos con el lateral de su mano no reaccioné. Estaba viendo que Laura recibía el mismo tratamiento, pero Luis era algo más agresivo y empujaba hacia arriba las tetas de mi hermana cada vez que llegaba ahí. Ésta no parecía molesta, al contrario, juraría que estaba disfrutando. Dejé de mirarla cuando Santi se puso justo frente a mí y me acarició la parte alta del pecho y el cuello, donde más roja tenía la piel. Lo hacía muy suave, haciéndome suspirar de alivio. Extendió la mano hacia su amigo para que le echara más crema, luego la posó entre mis pechos y la extendió con mimo, rozando mi bikini en cada pasada. Me fijé en él, tenía una cara de concentración que casi me hizo reír.

Abrí los ojos como platos cuando, en un movimiento de Santi, pude ver como Luis metía la mano con descaro bajo el bikini de Laura. Mi hermana estaba con los ojos cerrados y parecía disfrutarlo. Los dedos de Santi también se volvieron atrevidos, entrando bajo mi bikini. Al rozarme un pezón sentí un escalofrío y finalmente recuperé el sentido. Di un paso atrás para separarme.

—Gracias, Santi. Has sido muy amable — le dije cubriéndome el pecho disimuladamente para ocultar mis pezones endurecidos.

—Ha sido un placer — primero pareció decepcionado, luego me dedicó una gran sonrisa.

Vi que él también intentaba cubrirse el bañador, seguro que se le había puesto dura, jajaja. Sin ningún sonrojo Laura se colocó el bikini con expresión traviesa. Me guiñó un ojo y me tendió la camiseta, que me puse sin tardar. Ella sin embargo se quedó en bikini.

—Bueno, chicas, ¿os llevamos a la playa? — apareció Miguel en ese momento y nos miró extrañado por nuestras caras.

—Será lo mejor — respondí —. Os tengo que dar las gracias por todo, no sé qué hubiera pasado si no aparecéis.

—No hubiera pasada nada, al final el del puesto de los patines habría salido a buscaros.

—Puede, pero estaríamos achicharradas por el sol.

—Eso sí, tu novio tendrá que hacer vida de vampiro un par de días. No creo que deba darle el sol, aunque con la crema mejorará pronto.

Nos sentamos todos en los bancos hasta que llegamos muy cerca de la playa. Los chicos se habían ido turnando para dirigir el barco y los cuatro nos despidieron cuando volvimos al patín. José les dio efusivamente las gracias por todo, Laura y yo les dimos dos besos para despedirnos.

—Esta noche vamos a cenar al bar de la plaza, el que está al lado de la fuente — nos dijo Miguel —. Si os apetece venid los tres.

—Gracias, Miguel — le respondí —. Ya veremos qué tal está José.

—Pues adiós, ha sido un placer.

—Adiós a todos y muchas gracias otra vez.

Devolvimos el patín, recogimos nuestras cosas y regresamos al apartamento. Antes de llegar pasamos por una farmacia, solo con que José entrara el farmacéutico puso en el mostrador un enorme bote de crema hidratante reparadora.

—Empezad cada cuatro horas, mañana cada seis hasta que la piel pierda la rojez.

Me reí sin poder evitarlo, seguro que el hombre estaba harto de casos como el nuestro.

Pasamos la tarde en casa cuidando a mi cariñito, se puso unos bóxer y se sentó en el borde de una silla sin apoyarse en el respaldo para no tocar nada con su enrojecida piel. Le di crema nada más llegar y luego, a las cuatro horas, se la dimos entre las dos. Con José de pie Laura le daba por la espalda y yo por el frente. Estaba fatal, pero parecía que evitaría las ampollas. Creo que fue verse tan bien atendido por mí y por mi hermana que su miembro reaccionó y levantó la tela de los calzoncillos. Yo hice como si no pasara nada, pero Laura era Laura y no podía estarse calladita.

—Ay, cuñadito ¿tienes algo inflamado?

—Déjale Laura, bastante tiene él ya con lo suyo — defendí a mi chico.

—Sí, sí, ya veo que tiene bastante, jajaja.

Levanté la vista al cielo exasperada, pero acabé con una sonrisa. Laura era así y no querría que cambiara.

—Seguro que tu prometido agradecería que te encargaras de eso — me dijo señalando el bulto de José —, puedes hacerlo aquí, a mí no me importa.

Mi novio aguantaba con cara de sufrimiento. Pobrecito.

—Jajaja, ¿sabes qué te digo? — me envalentoné —. Voy a hacerte caso y aliviarle, pero no vas a verlo.

—Pues cuéntamelo luego. Con todos los detalles.

Llevé a mi chico de la mano hasta nuestra habitación y cerré la puerta. Me senté en la cama y le puse frente a mí. Con mucho cuidado para rozarle lo menos posible le bajé el bóxer dejando al descubierto su erecto miembro. La cara de José había cambiado, ya no parecía sufrir tanto, jajaja. Suavemente le hice una mamada. No era muy aficionada, pero el pobre se lo merecía. Me agarré a sus caderas y moví mi cabeza adelante y atrás con su polla en mi boca. Quizá estuviera media hora trabajando, intentando darle placer a mi novio. Él estaba disfrutando mucho, pero algo no iba bien.

—¿No lo hago bien, cariño? — dije levantando la carita para mirarle.

—No es eso, lo estás haciendo genial, pero me escuece todo tanto que no me concentro. Y mira que me da rabia.

—No te preocupes, lo dejamos pendiente para cuando te encuentres mejor.

—Creo que sí.

Le subí el bóxer y salí al salón. José esperó en la habitación hasta que se le bajara la erección. En cuanto aparecí en el pequeño salón Laura me abrazó pegando sus tetas a las mías.

—¿Qué ha sido, pajita, mamadita o te lo has follado? Como está el pobre habrá sido lo primero o lo segundo. A ver, abre la boca a ver si hay restos.

Me la quité de encima de un empujón soportando sus risas. Terminé riéndome con ella, no podía resistirme. Cuando salió José nos frunció el ceño, creo que se ofendió pensando que nos reíamos de él.

Esa tarde le cuidé un montón, mi amorcito estaba herido y se merecía mis atenciones. Le puse la tele, le llevé bebidas, le canté y hasta me ofrecí a comprarle algún libro. Laura se había ido a dar una vuelta y estábamos solos, a mí me daba tanta penita verle sentado al borde de la silla que me ofrecí a intentar nuevamente la mamada. José lo rechazó con dolor en la cara, creo que era por no poder hacerlo más que por su piel quemada, jajaja.

—Si quieres le digo a mi hermanita cuando vuelva que me ayude y te lo hacemos entre las dos — le dije con picardía, el pobre necesitaba distraerse —, seguro que no le importa.

La cara que puso fue de antología, abrió mucho los ojos y la boca mirándome alucinado.

—Eh, eh, eh, que era broma — le cerré la boca subiéndole la barbilla —, pero explícame por qué se te ha vuelto a poner dura.

—¡Joder, Eva! Tú sabes lo buena que estás, pues tu hermana está igual de buena que tú. Imaginarme… ¡Oye! Que ha sido culpa tuya. No pongas esas imágenes en mi mente.

—Jajaja, te estoy tomando el pelo.

Laura volvió cargada de bolsas, se había dedicado a ir de compras. Cuando empezó a anochecer nos preguntó qué íbamos a hacer.

—¿Te apetece salir, José? Ya está anocheciendo — le pregunté.

—Prefiero quedarme aquí. Me da pánico ponerme ropa encima.

—Pues vámonos tú y yo a cenar y le traemos algo a tu chico — propuso Laura.

—Sí, id las dos a cenar. No es justo que te quedes aquí para los pocos días que tenemos, cariño. Yo me entretengo con la tele.

—¿Estás seguro? ¿No quieres que me quede contigo?

—Seguro, luego traedme algo de comer.

Y dicho y hecho, en pocos minutos salíamos Laura y yo por la puerta. Ella estrenaba un vestidito ligero de verano que se había comprado y yo llevaba shorts y una camiseta sin mangas. Mi hermana me mostró algunos rincones bonitos del pueblo que había descubierto en su tarde de compras. Paseamos sin prisa, la temperatura había bajado y se estaba fenomenal en la calle.

—¡Chicas, Laura!

Buscamos quién nos llamaba y vimos a los chicos del barco que nos hacían señas sentados en una terraza. Nos acercamos a saludar.

—Hola chicos, ¿cómo estáis?

—No tan bien como vosotras, jajaja — era Santi, claro. Me recordaba un poco a mi hermana porque siempre estaba de buen humor —. ¿Queréis cenar con nosotros? Acabamos de llegar.

—La verdad es que no podemos — contestó Laura —. Íbamos a tomar algo rápido y llevarle algo de comer a su chico—

—Pues quedaos aquí y os pedimos lo que os apetezca — intervino Miguel mirándome a los ojos. ¡Qué guapo era!

Los demás expresaron su acuerdo y tanto insistieron que aceptamos. Nos hicieron sitio y cogieron sillas libres de otras mesas. Enseguida le pidieron al camarero unos pescaditos y una de pulpo, que sugerí por lo que me gustaba.

—¿Así que te gusta el pulpo? — me preguntó Santi inclinándose hacia mí y agarrándome la cintura y el muslo.

—Jajaja, me gusta comerlos no que me echen encima los tentáculos — le quité las manos.

—También me vale, me puedes comer cuando quieras, jajaja.

Era tan simpático y se habían portado tan bien con nosotros que no le quité la mano que volvió a poner sobre mi muslo. No le veía malicia, más me parecía cariño. Estuvimos muy a gusto con los chicos, eran divertidos y atentos con nosotras. Tan bien estuvimos que se nos hizo un poco tarde. Deprisa y corriendo pedimos algo para llevar y que cenara José. Al terminar insistieron en acompañarnos y fuimos paseando en grupo hasta el apartamento.

—Chicas, ¿por qué no venís mañana a navegar con nosotros? — propuso Miguel —. Si tu novio se tiene que quedar en el apartamento vosotras podéis aprovechar y pasar una buena mañana.

—Di que sí Eva, por favor, por favorcito — Laura me abrazó y me hizo la pelota.

—No sé, no creo que deba dejar solo a José.

—Bueno — dijo Toni —, pregúntale a él, no creo que le importe.

—Me parece bien, ¿cómo os avisamos si nos unimos a vosotros?

—Vamos al chiringuito de la playa a tomar unas copas. Si venís, acercaos y nos lo decís. Está solo a cinco minutos de aquí.

—Vale, chicos. Enseguida nos vemos — Laura ya lo veía claro.

Nos despedimos de ellos y subimos al apartamento mientras Eva me convencía de ir en el barco. Ella no quería ir sola y estaba empeñada en que la acompañara.

Dimos de cenar a mi chico y le preguntamos, tenía tantas ganas de acostarse después de pasarse todo el día tieso como una palo que creo que nos dijo que sí sin pensarlo. Le di crema hidratante y le acompañé a la cama, donde le hice unos mimitos antes de salir y encontrarme a Laura dando saltitos ilusionada en el salón.

—¡Venga, vámonos a decírselo!

Riéndome entre dientes nos fuimos hacia el chiringuito. Los chicos se alegraron mucho de vernos y nos pidieron copas nada más llegar. En cuanto les dijimos que los acompañábamos gritaron varios “hurras” y nos vitorearon. ¡Qué payasos! Estuvimos allí un rato, moviéndonos al ritmos de la música y charlando con ellos. Miguel me agarró de la cintura y se movió conmigo. Laura bailaba con Luis, que la agarraba de las caderas. Pedimos otra copa y seguimos moviéndonos, ahora Santi era el que me tenía cogida de la cintura. Cuando noté su mano acariciando mi trasero le miré para reñirle, pero estaba hablando con Toni y no parecía darse cuenta de lo que hacía. Esperé a ver qué pasaba. Laura hablaba acaramelada con Luis, que de vez en cuando la besaba en el cuello. Miguel me daba conversación mientras Santi seguía tocándome el culo como si nada, ahora me daba vergüenza quitarle la mano y que Miguel se diera cuenta. Afortunadamente alguien propuso dar un paseo por la playa y acepté solo para escapar de la situación. Seguía pensando que Santi no tenía maldad, hay chicos para los que el contacto con las personas con las que se relacionan es lo normal. Además, sabían que me casaba el mes siguiente y que no podía pasar nada. Recordé un amigo que tuve al principio de estudiar en la universidad que era igual, necesitaba la cercanía física para estar cómodo y nunca llevó esos contactos al plano sexual. Santi debía ser igual.

El paseo por la playa fue genial, a Laura y a mí nos trataron como a princesas, siempre atentos a nosotras y dándonos conversación. Siempre tenía a uno de ellos rodeándome la cintura o dándome la mano, aunque los acabábamos de conocer me hacían sentir bien, protegida y apreciada.

Al volver Miguel insistió en que nos acercáramos a su coche. Hurgó en el maletero y sacó dos paquetitos.

—Tomad, chicas. Un regalo para vosotras. Creo que son de vuestra talla.

—¿Qué es? — preguntó mi hermana.

—Bikinis, tengo una tienda y los iba a devolver, pero creo que os sentarán genial. Los podéis estrenar mañana.

—Eso está hecho, berberecho, jajaja.

Noa acompañaron al apartamento y vi cómo Laura despedía a Luis con un piquito en los labios, tuve que hacer lo mismo y les di un piquito a los cuatro. Lo cierto es que las dos subimos al apartamento tan contentas.

—Oye, Laura. ¿Vas a tener algo con Luis? — pregunté curiosa.

—Jajaja, con Luis o con cualquiera. ¿Te has fijado lo buenos que están? Bueno, a Santi te le dejo a ti, que está gordito.

—Pues es el más simpático, pero no te desvíes. ¿Te acuerdas que dejaste un novio en casa?

—¡Ja! Si hubiera estudiado más ahora estaría follando con él, además, ¿no se dice que lo que pasa en la playa se queda en la playa?

—Jajaja, qué morro tienes. Creo que no es exactamente así, pero por mí vale. Una cosa. ¿Tú crees que mañana se querrán propasar?

—Pues claro, pero parecen muy buenos chicos, seguro que si les dices que no, lo aceptarán.

—¿Si les digo que…? ¿Y tú?

—Quién sabe, a ver cómo surgen las cosas.

—Jajaja, ya te veo.

Nos levantamos pronto, habíamos quedado a las nueve en el puerto y tenía que prepararle el desayuno a José y ponerle la crema hidratante. Prácticamente no había mejorado nada. Hicimos todo deprisa y corriendo y fui a ponerme el bikini en la habitación.

—Laura, ¿puedes venir?

Laura entró con un vestidito que apenas le tapaba el trasero. Le conté mi duda.

—¿No te parece un poco descarado el bikini?

Me examinó con la mirada. La parte de abajo no estaba mal. La braguita pequeña pero me cubría el pubis, me di la vuelta para que me viera el culo. Sin ser un tanga dejaba gran parte de mis nalgas al descubierto. Mi hermana me movió la braguita colocándomela en el centro. Me giré para mostrarla el sujetador. Dado el considerable volumen de mis tetas, llevaba siempre bikinis grandes, que me cubrieran todo el pecho. El que nos había regalado Miguel era de otro estilo, dos triángulos que dejaban la mitad de mis tetas a la vista. Laura me lo colocó en su sitio y aprovechó para darme una buena sobada.

—Te queda genial, hermana mayor, igual que a mí. Los chicos van a flipar.

—¿No es excesivo?

—Quizá un poco, pero nada que no veas en la playa normalmente.

Seguía magreándome las tetas y yo me dejaba, más preocupada por cómo me veía que por las caricias de Laura. Grité sorprendida cuando me apretó los pezones.

—Espera, déjame un momento que vea si se te nota mucho.

La dejé seguir un ratito, hasta que no pude aguantar. Si seguía iba a empezar a gemir por las manos de mi hermanita. Me aparté.

—¿Te has mojado, Eva? ¿Te he puesto cachonda?

—Cállate, guarra. Eres una descarada.

—Sí, pero ya tenemos la prueba — me indicó señalando con la cabeza.

Efectivamente mis pezones en punta sobresalían apretando la tela del bikini. ¡Qué vergüenza!

—jajaja, deberemos tener cuidado, mi bikini es igual que el tuyo. Además, al ser blancos quizá transparenten.

—No había pensado en eso. ¿Me pongo uno de los míos?

—De eso nada, no pienso ser la única que presuma de tetas. De todas formas ponte algo encima antes de que te vea tu novio.

—Tienes razón, es capaz de mosquearse y no dejar que vaya.

—Seguro, lo que tienes que hacer es llevarte este bikini a la luna de miel y darle una sorpresa.

Mientras me ponía el short y la camiseta sonreí pensando en la cara que pondría mi cariñito cuando me viera con el bikini.

Llegamos al puerto caminando, a la entrada nos esperaba Santi, que nos dio un abrazo a cada una. Vi cómo le apretaba el culo a Laura, así que no me extrañé cuando me hizo lo mismo.

—Vamos, chicas, os llevo hasta el barco. Veréis qué bien lo pasamos. Como venías vosotras hemos traído comida, bebida, música. Miguel quiere que vayamos hasta una calita que hay como a una hora. Nunca va nadie y podemos comer allí si os cansáis de tanto mar.

—Respira que te vas a ahogar — le dijo Laura muerta de risa.

—Es que estoy feliz de que nos acompañéis. Es un rollo tanto tío en un barco, jajaja.

Subimos al barco. Estaba al final de uno de los muelles. Por el camino me fijé en la cantidad de embarcaciones que había y en la gente que circulaba por allí. Todos morenos y relajados. Los chicos nos recibieron contentos y nos enseñaron todo. Dónde estaba la bebida, la comida y un altavoz con una memoria USB con un montón de canciones. Miguel enseguida se subió a la cabina y sacó el barco del puerto. Laura y yo, sentadas juntas en uno de los bancos de popa disfrutábamos de la brisa marina y del sol que todavía no calentaba demasiado. En cuanto nos alejamos de la orilla los chicos se quitaron las camisetas y nosotras les imitamos.

Jajaja, la cara que pusieron al vernos.

—Cerrad la boca o se os caerá la baba — les dijo Laura.

Los chicos disimularon, pero los veía mirarnos las tetas continuamente. Decidí ignorarlo, no me iba a cohibir en un día tan fabuloso. Antes de llegar a la cala Miguel paró el barco y todos los chicos saltaron al agua, desde el mar nos animaron a meternos. Laura no se hizo esperar y dando un grito saltó por la borda, para no quedarme sola la imité. En el agua jugamos, nos salpicamos e hicimos el tonto un rato. Esperaba que los chicos intentaran algo, pero aparte de algún roce y apretones amistosos en el culo se portaran muy bien. Por la cara que ponía Laura, con ella fueron algo más agresivos, pero no parecía importarla, así que no dije nada.

Cuando volvimos a subir me acordé de lo que dijo Laura. El bikini transparentaba completamente, se veían mis pezones y el vello púbico bajo la tela. Me envolví en una toalla para disimular, pero Laura fue más desvergonzada. Hizo como si no pasara nada y se exhibió por cubierta hasta que se secó el bikini. Toni puso música y nos ofreció algo de beber. Yo acepté agua.

—Chicas, ¿queréis que nos quedemos aquí o nos acercamos y nadamos hasta la playa? — nos preguntó Miguel.

Se veía una calita preciosa a unos quinientos metros. Laura me miró sin saber qué escoger y yo preferí quedarme en el barco.

—Es la primera vez que paso el día en un barco, yo preferiría quedarme, pero lo que decidamos entre todos.

—Si tú te quieres quedar, nosotros también — ¡qué cielo!

Echamos el ancla para que no nos llevara la corriente y cada uno hizo lo que le pareció. Algunos tomamos el sol, otros jugaron a las cartas. Laura y yo estuvimos charlando con Miguel, que nos contó algo de su vida mientras nos bronceábamos en la proa, tumbadas sobre unas toallas. Se estaba fenomenal.

Como el sol empezaba a picar me levanté para darme protector. En cuanto Santi vio mis intenciones se ofreció para hacerlo él. Luis rápidamente se empeñó en darle la loción a mi hermana. No sé cómo pero acabamos igual que el día anterior, una enfrente de la otra mientras los chicos nos extendían el protector. Laura cerró los ojos y se dejó hacer, feliz de estar tan bien atendida. Yo me mantuve un poco en guardia, aunque Santi no tuviera malas intenciones no quería que se propasara. Primero me hizo la espalda y bajó a las piernas. En el culo se entretuvo un buen rato. Notaba sus manos amasando la parte desprotegida de mis nalgas. Como no intentó meter los dedos bajo la tela no le interrumpí. Me fijé que Toni y Miguel estaban sentados en los bancos hablando entre ellos sin dejar de mirarnos. Santi pasó a mi parte delantera. Primero las piernas, subiendo hasta llegar hasta arriba. Me rozó tres o cuatro veces el bikini entre las piernas, de forma tan fugaz que no me molesté. Luego me lo extendió por el cuello y los hombros, bajó hasta mi abdomen y, en círculos, me aplicó más protector. Cuando llegó a mis pechos me quedé flipada. Laura se estaba morreando con Luis. Toni le arrebató la loción a Luis y continuó por donde lo había dejado este. Yo alucinaba, mi hermana se besaba con uno mientras otro le acariciaba las tetas descaradamente.

Santi aprovechó que estaba distraída mirando a mi hermana para alcanzar mis pechos. Reaccioné cuando sentí sus manos recorrerlos.

—No hagas eso, Santi.

—Tienes la piel muy blanca y te vas a quemar, lo necesitas.

—Pero no puedo dejar que me toques las tetas, sabes que tengo novio.

—Vamos a hacer una cosa. Yo cierro los ojos y así es como si no pasara nada.

De alguna manera parecía correcto. Contemplé su rostro con los ojos cerrados. Él seguía embadurnándome las tetas dándome sensaciones placenteras. Estaba un poco dubitativa, ¿estaba haciendo mal? El placer aumentó cuando metió las manos bajo la tela y me acarició los pezones con sus dedos suaves por la loción. Se sentía fantástico. Le detuve cuando empecé a jadear. Me asusté de mí misma y de mis deseos. Aparté las manos de Santi y me recoloqué el bikini.

—Gracias, Santi. Creo que es suficiente.

En dos pasos llegué hasta Laura, volví a cubrir sus tetas con el bikini para decepción de Toni y la separé de los chicos.

—Vamos a tomar el sol, hermanita.

Uf, había salido ilesa del asalto de Santi. Todavía me hormigueaban las tetas y recordaba sus manos acariciándolas. Quizá le hubiera tenido que dejar seguir, lo cierto es que se sentía realmente bien.

—Me has cortado el rollo, Eva — me susurró Laura al oído cuando estábamos tumbadas en la proa.

—La cosa se estaba saliendo de madre, te estabas enrollando con dos a la vez.

—Sí, y era cojonudo. A ti lo que te ha dado miedo es dejarte llevar. He visto lo que te hacía el gordito.

—Solo me ha dado el protector.

—Sí, por eso tienes los pezones así.

Me miré y, efectivamente, mis pezones despuntaban orgullosos. A pesar de la vergüenza sonreí sin que me viera Laura. Miguel apareció y nos acompañó tomando el sol. Al rato Luis nos llevó unas coca—colas que se agradecieron mucho. Cuando oímos que los chicos se lanzaban al agua Laura y yo nos miramos y levantamos a Miguel para seguirlos.

Saltamos por la borda de la mano cayendo justo al lado de Toni y dándole un susto de muerte. Tomó venganza haciéndonos una aguadilla a la que enseguida se unieron todos los muchachos. A punto de ahogarme por no poder parar de reír me sujeté a la escalerilla buscando un descanso. Miguel vino a hacerme compañía, agarrándose con las dos manos y dejándome a mí atrapada en medio.

—¿Te lo pasas bien?

—Sí, muchas gracias por invitarnos.

—Ha sido un placer.

Según hablábamos el pequeño oleaje nos empujaba contra el barco y terminamos pegados, tanto que pude sentir su miembro presionando contra mí. Miguel fue consciente de que no me apartaba, y deslizó una mano bajando por toda mi espalda hasta llegar a mi culo. Tenía una debilidad con Miguel, o quizá simplemente estaba cachonda, el caso es que mi mano tampoco se portó como debería y acabó acariciando su miembro por encima del bañador. Parpadeé sorprendida, ¡parecía enorme! Miguel ahora amasaba mi trasero con las dos manos, yo necesitaba satisfacer mi curiosidad y le metí la mano en el bañador. Al menos al tacto sí que era muy grande. Durante un rato lo acaricié, luego, necesitando más, empecé a pajearle. Oía a los demás gritar y reír en la distancia, pero era como si estuvieran en otro planeta. Estaba totalmente absorta en el masaje que recibía mi culo y en la paja que le estaba haciendo a Miguel. Se estropeó cuando intentó besarme. Al acercarse abrí mis labios para recibir el beso, pero en cuanto nuestras bocas se unieron, como un fogonazo, fui consciente de lo que hacía. Separé como pude a Miguel y subí a toda prisa la escalerilla.  Me senté buscando tranquilizarme. Cuando Miguel se sentó a mi lado quise marcharme.

—Espera, Eva. No te vayas. Perdona si he sido muy atrevido, pero no haremos nada que tú no quieras, puedes estar tranquila.

—Es que me caso el mes que viene y quiero mucho a José. No debería estar aquí.

—Que no Eva, que no te preocupes. Somos buena gente. Si dices no, es no.

Sentí que podía confiar en él, que no me fallaría. Me acercó la cara y le besé en la mejilla, él me devolvió el beso y me quedé mucho más tranquila. Ni siquiera me importó que me mirara las tetas transparentándose, yo recordaba el tacto de su miembro en mi mano.

Al poco subieron los demás, Laura, Luis y Toni se fueron directamente a proa. Santi se vino con nosotros. Después de unos minutos de charla me horroricé. Desde proa venían gritos como si alguien estuviera sufriendo. Me disponía a socorrer a Laura cuando, a medio camino de levantarme, me sonrojé hasta los dedos de los pies al darme cuenta que no eran gritos de dolor, sino gemidos de placer. Caí al banco medio tumbada tapándome la cara. ¡Laura estaba follando con dos chicos! Miguel levantó mis pies del suelo y los colocó sobre sus piernas. Yo no quería destaparme la cara, estaba toda roja.

—Tranquila, Eva, Laura se lo está pasando bien —me dijo comprensivo masajeando mis pies.

No respondí, me limité a esperar que Laura terminara pasando vergüenza. El masaje de pies me consolaba, Miguel lo hacía genial. Pronto estaba masajeando todas mis piernas, y yo lo disfrutaba. Acabé de tumbarme gozando del tacto de sus manos e intentando no escuchar los gritos de Laura. Miguel estaba muy arriba en mis muslos llegando a zona peligrosa, pero saltó a mi tripita. La acarició suavemente, arriba y abajo y luego en círculos. Noté que alguien me separaba la mano de la cara. Era Santi, que se puso de rodillas a mi lado y se encargó del masaje de mis brazos, primero uno y luego el otro. Pasó al cuello y los hombros cuando Miguel siguió subiendo hasta llegar a mis pechos. Los rozó varias veces por abajo, luego los acarició por los lados y el centro de mi pecho sin acercarse a los pezones. Era una sensación estupenda, cuatro manos sobre mi cuerpo cuidándome con mimo.

—¿Te gusta, Eva?

—Sí, mucho.

Di un respingo y una risita tonta al sentir un chorro de algo frío en la tripa. Miguel me había echado un chorrito del protector solar. Ahora el masaje era mejor, las caricias más suaves y placenteras. Cuando volvió a mis tetas no pude evitar calentarme mucho. Solo las acariciaba por fuera, pero me estaba volviendo loca. Sus movimientos circulares eran una gozada, creo que empecé a mojar las braguitas del bikini y empezaba a frustrarme. Empezaba a desear que fuera más atrevido, deseaba entregarle mis tetas, que las apretara en sus manos y atacara mis pezones. Una de sus caricias entró bajo la tela y llegó a mi areola. Suspiré. El aceite se sentía cálido sobre la delicada piel de mis pechos, los dedos de Miguel, ahora completamente bajo el bikini no dejaban de amasar mis tetas. Fallé en contener un gemido.

—¿Te quito la parte de arriba?

—Uff… vale—en el fondo lo estaba deseando.

Santi se encargó de quitarme el bikini. Miguel no perdió el tiempo y se apoderó de mis senos desnudos y expuestos. Echó otro chorrito entre ellos y me lo aplicó exhaustivamente con la ayuda de Santi, ocupándose cada uno de una teta. Yo debería estar avergonzada, pero estaba tan caliente que empecé a frotar los muslos y a mover las caderas. Cuando lo vio Miguel, llevó una de sus manos a mi rajita, frotándola por encima de la braguita. Había perdido el control, ya no tenía vergüenza, solo unas ganas imperiosas de correrme. Entre los dos me habían puesto muy, muy cachonda. Santi seguía trabajando mis tetas y Miguel me acariciaba la rajita con desesperante suavidad y siempre por encima del bikini. Estaba perdiendo la razón. Mi cabeza me mandaba avisos de alerta, pero mi cuerpo necesitaba más.

—Por favor, quiero correrme —rogué.

—Tienes unas tetas preciosas, Eva —me dijo Santi.

—Si, tienes un cuerpo espectacular —añadió Miguel sin dejar de torturarme.

—Necesito correrme, chicos, por favor —supliqué levantando las caderas.

Miguel me quitó las braguitas dándome una alegría. Por fin iba a recibir mi orgasmo. Todo mi gozo se vino abajo cuando me dijo:

—Hazlo tú, Eva. Tócate y córrete.

—Yo no puedo —gemí como una niña.

—Sí, venga, yo te ayudo.

Gentilmente acompañó a una de mis manos hasta mi coño, mis dedos se movieron solos, sabían perfectamente qué hacer. Primero rozaron con delicadez mis pliegues exteriores y luego se internaron en mi anhelante coñito. A pesar de mi vergüenza estaba tan mojada que mis dedos entraron fácilmente. No me costó coger el ritmo y darme placer yo misma.

—Usa tu otra mano, Eva. Con tus tetas.

Obedecí con entusiasmo. Santi abandonó mis pechos cediéndome el sitio. Apreté mis grandes tetas con la fuerza justa para hacerme gemir.

Aunque mi cuerpo estaba entregado al placer sin remisión, mi mente seguía funcionando. Mientras me masturbaba era consciente de lo que hacía y cómo había llegado a este punto. Los chicos poco a poco habían socavado mi resistencia y habían conseguido excitarme hasta casi la locura. Me casaba en unas semanas con José, al que quería muchísimo, pero estaba desnuda, expuesta y vulnerable haciéndome una paja delante de dos tipos a los que conocía desde ayer. Y no me importaba. Hundí en lo más profundo de mi mente la sensación de culpa y continué en la búsqueda del placer.

—Déjame verte bien, estás preciosa — me dijo Miguel abriéndome las piernas y acomodándose entre ellas.

¡Maldito! Sabía que no le negaría nada. Abrí las piernas y le mostré con claridad cómo me follaba con mis propios dedos, cómo iba escalando hacia la cima del placer sin cortarme porque estuvieran mirándome. Santi metió dos dedos en mi boca. Los lamí y chupé con lujuria. Era consciente de que si en vez de los dedos hubiera sido una polla la hubiera mamado con gozo. Empecé a agitar las cadera, estaba muy cerca.

—¿Puedo correrme? — Miré a los chicos con los ojos desenfocados por el placer. No sé por qué pedí permiso, en ese momento me pareció correcto.

—No, Eva. Todavía no, déjanos verte un poco más. Estás muy guapa masturbándote.

Obedecí ralentizando mis movimientos y gruñendo de frustración. Un leve toque en mi clítoris me haría explotar, así que me limité a dejar mis dedos profundamente metidos en mi coño y a masajear mis tetas frotando fuertemente mis pezones. Veía cómo los chicos me observaban atentamente. Miguel miraba mis ojos mientras acariciaba mis muslos. Santi me recorría todo el cuerpo con la vista y se tocaba disimuladamente el paquete. Yo estaba a punto de morir de necesidad.

—Por favor —supliqué —, deja que me corra.

—Claro, Eva. Córrete para Santi y para mí.

Vi que Laura y los demás habían vuelto y me contemplaban con los ojos como platos. No me importó. Aceleré mis dedos ansiosa por conseguir mi orgasmo. Laura se acercó y apartó a Santi, cogió mi cara sudorosa entre sus manos y me llenó la cara de besos. Esa fue la gota que faltaba, sentir el amor de mi hermana detonó la bomba nuclear que explotó en mi interior. Apreté una de mis tetas con furia y levanté las caderas para recibir el ansiado clímax.

—Aaaaaaagggghhhhhhh…

—Muy bien, Eva. Sigue, disfruta — me animó Miguel.

Laura me seguía besando y yo era incapaz de detener mis dedos, ahora totalmente empapados de mis propios flujos. Cabalgaba en la cima del orgasmo más fabuloso que jamás había sentido. El placer dominaba mi cuerpo y mi mente, y subía, y subía, y subía hasta que pensé que iba a explotar. Arqueé la espalda hasta el límite y disfruté como nunca. Si Laura no estuviera allí conmigo creo que habría muerto de gozo. Finalmente mis caderas cayeron otra vez al banco. El placer se difuminaba, pero todavía me sacudía de forma espasmódica con los últimos coletazos del orgasmo. Cuando todo pasó, cerré los ojos. Necesitaba unos minutos para volver a centrarme. Laura se fue a levantar pero la cogí la mano. La necesitaba a mi lado.

Después de lo sucedido todo volvió a la normalidad, estuvimos un par de horas más disfrutando del barco, de la brisa marina y de la camaradería que habíamos forjado entre todos. Aunque nadie hizo mención al sexo, había servido para darnos una especie de sentimiento de unión, de confianza. Los muchachos seguían siendo muy amables y atentos. Lo que sí había cambiado era la forma en que nos tocaban a Laura y a mí. En cuanto tenía alguno a mi lado me rodeaba la cintura, o me acariciaba suavemente el culito. Recibía besos en las mejillas y los hombros. Yo estaba encantada. Después de haberme corrido con las piernas abiertas delante de todos ellos enseñando completamente mi coño abierto, los roces y besitos me parecían dulces y cariñosos. También yo aprovechaba para acariciar sus pectorales o palparles el trasero.

Curiosamente, habíamos eliminado las barreras de pudor o recato entre nosotros. Lo pasé genial.

Antes de irnos Miguel nos regaló otros bikinis.

—Ponéoslos para venir mañana, ¿vale? — me dijo mirándome a los ojos.

—Claro, Miguel. Eres un cielo.

Me sonrió y me dio un piquito. Nos separamos con cariño de todos y nos fuimos para el apartamento.

Por el camino empecé a sentirme mal. El sentimiento de culpa que había escondido afloró y me dolió pensar en José.

—¿Qué te pasa, hermanita? Te ha cambiado la cara.

—Estaba pensando en José. Creo que no he hecho bien.

—No te comas el coco, Eva. Te casas el mes que viene y te espera una vida de monogamia. Tómatelo como una última canita al aire.

—Ya, pero aun así me siento muy culpable.

—Pues yo creo que te lo has pasado genial. He alucinado contigo cuando te he visto pajeándote desnuda delante de los chicos, jajaja. No sabía que mi hermana mayor era tan golfilla.

—No me digas eso. Me haces sentir peor.

—Perdona, tienes razón.

Seguí cabizbaja dándole vueltas al tema, no me lo sacaba de la cabeza. Una idea absurda se me ocurrió.

—Oye, Laura.

—Dime, hermanita.

—¿Me harías un favor muy, muy grande?

—Claro, por ti lo que sea — me agarró de la cintura y me dio un beso.

—Es que… verás, no sé cómo decírtelo, pero se me ha ocurrido una cosa que me serviría para sentirme mejor.

—Dímelo, haré cualquier cosa por ti, ya lo sabes — apretó su abrazo.

—Si tú te acostaras con José, no me sentiría tan culpable.

Laura me soltó y se detuvo. Me miró con los ojos como platos y con la boca abierta. Sabía que pedía demasiado.

—Perdona, es una tontería. No tenía que habértelo dicho.

—Jajaja, no es eso tonta. Es que alucino contigo. Recuerda que tú eres la hermana seria y responsable.

—Ya, pero es que he traicionado a José y no sé cómo arreglarlo.

—Jajaja, vale. Te ayudaré. ¿Quieres que folle con él o vale con una mamada?

—¿De verdad lo harías por mí? — me lancé a sus brazos agobiándola con un estrecho abrazo.

—Ay, quita. Claro que lo haría por ti. Además, mi cuñado está bien bueno, no es un gran sacrificio, jajaja. Entonces, qué ¿polvo o mamada?

—Gracias, Laurita. Eres genial. Creo que dadas las circunstancias bastará con una mamada.

—Eso está hecho.

—Y no disfrutes, zorra. Que es mi novio.

—Jajaja, eso no puedo prometértelo. ¿La tiene bonita?

—Jajaja, creo que te voy a vendar los ojos.

—De eso nada, monada. Ya que voy a hacerte el favor, déjame que al menos tenga el recuerdo. Y prepárate porque cuando estés casada vas a tener que celebrar conmigo el aniversario de la mamada a tu chico, jajaja.

—¿Sabes qué te digo, pedazo de putón? — aguanté unos segundos antes de continuar—. Que te quiero muchísimo.

—Y yo a ti, zorra desorejada. Oye, mañana vamos a volver, ¿verdad?

—No lo sé. Ya veremos.

La di otro abrazo de oso y continuamos nuestro camino entre risas y empujones. No podía evitar descojonarme cuando me hacía gestos con la lengua en la mejilla y movía la mano delante de la boca. ¡Cabrona!

José estaba deseando que volviéramos, ahora que la piel no le escocía tanto se aburría un montón.

—¿Qué tal lo habéis pasado, chicas?

—Genial, ha sido una mañana estupenda — contestó Laura sonriente.

—Muy bien, cariño. Los muchachos son estupendos — dije yo.

—Espero que os deis protector solar, no os pase lo que a mí.

José era un encanto, ni siquiera me preguntaba si los chicos habían intentado algo impropio. Su confianza en mí me hizo sentir más culpable y me reafirmó en el plan con Laura.

—Jajaja, claro que nos damos — en realidad nos daban —, ¿has comido bien?

—Sí, he pedido pizza.

—Se te ve mucho mejor la piel, parece algo menos roja.

—Sí la verdad es que pica un montón, pero ya no duele tanto. Esta noche os invito a cenar.

—Te veo más animado.

—Es que ayer fue muy malo, hoy estoy mucho mejor. Al menos vosotras os lo pasáis bien. Contadme, ¿qué habéis hecho en el barco?

Le estuvimos relatando la mañana, saltándonos algunas partes, claro. Me di cuenta según lo explicaba, que en realidad lo había pasado muy bien. Nadar en el mar inmenso, tomar el sol mecida por las olas, comer y beber relajada con amigos…

—¿Te vas a atrever a venir mañana con nosotras? — le hice la pregunta con intención. Daba por hecho que nosotras íbamos a ir sabiendo que él no podría. En el fondo no quería que viniera, no sabía cómo iba a ser el día siguiente, si volvería a ser capaz de dejarme llevar como hoy, pero si viniera José la camaradería entre los seis no sería igual.

—Creo que no. Todavía no me atrevo a que me dé el sol.

Laura me miró con una sonrisa gigante, le acababa de confirmar que volveríamos con los muchachos y estaba feliz.

Nos cambiamos de ropa y ocultamos los bikinis, luego pasamos un par de horas atendiendo a José y viendo la tele. El pobre seguía sentando en el borde de la silla pero ya se reclinaba, con lo que estaba menos cansado. Cuando Laura, que no se podía estar quieta, nos dijo que se iba a dar una vuelta la detuve.

—Espera, Laura. ¿Me ayudas a darle hidratante a José?

—Claro — contestó con una sonrisita malévola.

—Ponte aquí de pie, cariño.

José se puso en medio del salón y Laura y yo nos echamos crema hidratante en las manos. Empezamos a extendérsela suavemente. Esta vez lo hacía con más picardía, le acariciaba los muslos subiendo muy arriba y entrando bajo sus calzoncillos. Le froté con dulzura el pecho dándole especial atención a sus pezones. Laura, desde su espalda, le aplicó la crema aprovechando para mimar sus nalgas y sus costados. Con nuestras malas intenciones mi novio no tenía ninguna oportunidad. En pocos minutos su erección levantaba la tela del bóxer. Intentó cubrirse con las manos, pero las aparté para darle crema en los brazos. Cuando Laura terminó y vino conmigo se fijó en el paquete que se marcaba.

—¿Mi cuñadito está contento? — se mofó.

Mi chico permaneció en silencio algo avergonzado. Era difícil saber si estaba ruborizado, ya que tenía toda la piel roja, jajaja.

—Creo, hermana, que deberías encargarte de eso — dijo señalando con una sonrisita —, antes de que se le pongan los huevos azules, jajaja.

—Eres un demonio, Laura —contesté —, pero tienes razón.

Suavemente para no hacerle daño le bajé los calzoncillos dejando salir su orgulloso miembro. José tenía una polla muy bonita, recta y gruesa. En mi experiencia podía decir que era algo más grande que la media.

—Pero Eva, ¿Laura?

Mi novio no sabía cómo reaccionar, no se esperaba esto.

—Qué pajarito más bonito, cuñado — Laura no se callaba ni debajo del agua.

Sin dar tiempo a mi novio a pensar, me arrodillé y la rodeé con los labios. Recordé por un momento la escena del barco cuando me masturbaba chupando los dedos a Santi y anhelaba una polla en mi boca. Creo que estaba más excitada que el mismo José. Ante la atenta mirada de Laura mamé con ganas. Por un momento me olvidé del plan y no quise compartir.

—¿Quieres que ayude a mi hermana, cuñado? — la pregunta de Laura me sacó de mi ensoñación.

—¿Qué? ¿Cómo?

José me miró confundido, yo saqué su polla de mi boca y le sonreí. Me aparté a un lado y le ofrecí la polla a mi hermana. No tardó en arrodillarse y engullirla con la cara levantada para que mi chico disfrutara del espectáculo. Me levanté para besarle, él me correspondió con pasión. No podía tocarle mucho para no hacerle daño, así que me agarré a su cabeza. Él enseguida se aferró a mis tetas.

—¿Por qué hacéis esto? — me preguntó cuando terminé el beso para respirar.

—Porque estamos en la playa, nosotras nos la estamos pasando bien y tú estás aquí aburrido todo el día. Queríamos compensarte. ¿Te parece mal?

Negó con la cabeza y me llevó a su boca. Nos besamos mucho rato. Cuando me empujó hacia abajo entendí. Resoplaba a punto de correrse. Me puse junto a mi hermana admirando su técnica. Lo hacía de puta madre.

—Me corro chicas, ya no aguanto más.

Coloqué mi cara junto a la de Laura para que nos regara a las dos, pero mi hermana tenía otros planes. Redobló la mamada hasta conseguir que con un grito mi novio se corriera en su boca. Aguantó como una campeona hasta que José se vació por completo. Luego me agarró del cuello y, por sorpresa, juntó sus labios con los míos. Metió la lengua en mi boca y me pasó el semen que se había guardado. Me puso tan cachonda que la besé como a un amante, como si ella fuera mi novio, sin importarme que en realidad fuera mi hermana pequeña.

—¡Joder! Creo que voy a correrme otra vez — oí que decía mi chico.

Terminé el beso con Laura y nos miramos mientras ambas tragábamos el semen. Luego nos sonreímos cómplices.

—Cuñado — dijo Laura levantándose —. Esto no ha pasado ni va a volver a pasar. ¿Vale?

José, con cara de tonto asintió con la cabeza. Mi hermana le dio un cachete cariñoso y se fue al baño. Oí cómo se enjuagaba la boca. Se marchó a dar una vuelta enseguida lanzándonos un beso.

—Gracias, Eva, ha sido fabuloso, por un momento no me picaba la piel.

—Jajaja, qué morro tienes, ya sé lo que a ti te picaba. Espero que hayas disfrutado. Recuerda que eres solo mío.

—Lo sé cariño, lo sé y estoy encantado de que sea así. ¡Mierda! Tenía que haber hecho una foto para recordar este momento.

—Jajaja, en eso te puedo ayudar. Luego le pedimos a Laura que pose con nosotros, pero con tu polla dentro del pantalón, pervertido.

—Jajaja. ¿Ahora soy yo el pervertido?

Pasamos entretenidos el resto de la tarde, José se sonreía para sí mismo de vez en cuando. Cuando volvió Laura, se vistió con la ropa más fina y suave que tenía y salimos a cenar. No lo llevó mal del todo. Por la noche, en la cama, le masturbé. Se corrió enseguida y estuvo todo el tiempo con los ojos cerrados. Pensando en la mamada que le hizo Laura, estaba segura.

Me levanté por la mañana con el ánimo por las nubes. Me apetecía mucho volver a ver a los chicos. Rápidamente hice las labores de rutina, crema hidratante para mi novio, que le di yo sola esta vez, desayuno y cambiarme. Fue cuando me puse el bikini cuando me quedé de piedra. ¡Maldito Miguel!

La parte de arriba era más pequeña que en el anterior, pero lo malo no era eso. Tenía dos círculos abiertos en la tela que dejaban los pezones al descubierto. Aparte que era una o dos tallas más pequeño de lo que yo necesitaba. Por si eso fuera poco la braguita era minúscula. Una simple tira de un centímetro cubría mi pubis, dejando ver mis pelitos. Llevaba el pubis arreglado y tenía muy poco vello, pero algo salía por los bordes. Del culo no me tapaba nada. Un simple hilo se colaba entre mis nalgas. ¡Y la entrepierna era abierta!

Cuando Laura entró a ver si estaba lista la cogí y la susurré bajito al oído para que no me oyera mi novio.

—Esto es ropa de puta. ¿Cómo se los ocurre?

—Sí, ¿a que es genial? — respondió sonriente.

—¿Cómo que genial? El bikini de ayer era sexy y provocativo, pero dentro de lo razonable. Si llevamos esto es como decirles que estamos dispuestas a follar lo que les dé la gana.

—Ya lo sé, hermanita. Yo lo voy a llevar, tú si quieres ponte el de ayer. Sabes que los chicos son muy respetuosos y no te harán nada que no quieras.

—Pero es que Miguel me pidió que lo llevara puesto.

—Jajaja, parece que alguien está colada por Miguelito.

—Calla, bruja. No sé qué hacer.

—Ponte uno y llévate el otro. Luego allí si quieres te cambias — eso era razonable.

Lo pensé y decidí volver a cambiarme, aunque contemplaba la posibilidad de que no pudiera resistirme y acabara follando con Miguel, me sentiría más segura con el bikini de ayer.

Los muchachos nos recibieron alegres. En cuanto subimos al barco Miguel lo sacó del puerto y bordeó la costa. Habían llevado café calentito y nos tomamos uno hasta que llegamos al sitio que eligieron. Era una parte de la costa deshabitada, al no tener playa no había gente y las rocas asomaban medio cubiertas por el agua cerca de la orilla. Miguel salió de la cabina, echó el ancla y se sentó en el banco. Me sonrió y me hizo un gesto para que fuera. Llegué hasta él y me sentó en su regazo. Le pasé los brazos por el cuello y él me rodeó la cintura.

Vi que Laura se quitaba el vestido y los chicos la miraban boquiabiertos. Con el bikini estaba increíblemente sexy, y ella no tenía problema en presumir de cuerpo. Sus pezones despuntaban duros y rosados. De alguna forma me daba envidia.

Miguel la recorrió con la mirada y sonrió. Luego me levantó la barbilla para que le mirara a los ojos.

—¿Tú también te has puesto el bikini?

—No —musité —, me da vergüenza.

—No tienes nada de qué avergonzarte. Tienes un cuerpo espectacular — su mano recorría mi cintura y bajaba hasta mi trasero por encima del fino vestido. Por donde pasaba mi piel hormigueaba.

—Es que es un poco de puta. No sé si me atrevo.

—Por eso los tenía para devolver, pero al veros y saber que te casabas pronto quise hacerte este regalo. Una última oportunidad de hacer lo que quieras, sin ataduras ni compromisos — me estaba embaucando a base de bien.

Bajé la cabeza pudorosa, no sabía qué hacer.

—Hazlo por mí, Eva. Me hace mucha ilusión vértelo puesto. No me decepciones — me besó la sien.

—Vale, lo haré por ti — me había convencido.

Cogí el bolso y fui a la cabina para cambiarme con intimidad, a pesar del espectáculo que di el día anterior, me daba reparo desnudarme ante los muchachos.

Cuando volví a popa, todos me miraron. Yo avancé completamente ruborizada hasta Miguel.

—Date la vuelta. Déjame admirarte — me dijo din levantarse.

Obedecí sumisa. Me quedé de pie ante él y dejé que me mirara. Cuando me hizo un gesto giré despacio para que me viera completa. Mi pubis estaba escasamente tapado, mi trasero se mostraba completamente y mis pechos rebosaban de la escasa tela del bikini, que encima dejaba descubiertos mis pezones. Como a Laura, se me erizaron al sentir su mirada. Ella estaba bromeando con los chicos, tenía a los tres para ella sola y parecía estar encantada.

Miguel me agarró la mano y me llevó a su regazo. Me besó. Tensé mi cuerpo. De alguna manera no estaba preparada para besar a nadie que no fuera José. Me parecía demasiado íntimo, algo que solo debería hacer con el que sería pronto mi marido. Miguel notó mi rechazo e insistió. Sus manos acariciaron mi piel expuesta y su boca presionó contra la mía. El hormigueo en mi piel y sus suaves labios me hicieron olvidar todo en ese momento y me entregué. Sus manos recorrieron mi cuerpo mientras nuestras lenguas se acariciaban. Besaba genial. Pronto estábamos enzarzados en un beso profundo que me hizo desear más. En el momento en que cedí supe perfectamente que haría todo lo que me pidiera, que le entregaría todo mi cuerpo dócilmente. Lamenté cuando interrumpió nuestro beso y me levantó del banco.

—Vamos a tomar un poco el sol, luego es demasiado fuerte.

Me sorprendió, creí que querría follarme inmediatamente y estaba dispuesta. En cuanto estuve en sus brazos mi reticencia voló como hojas al viento y ahora lo deseaba. Magnífica con mi bikini de puta nos fuimos a la proa. Los chicos nos miraban a Laura y a mí alternativamente. El bikini de Laura también era más pequeño de lo debido y le pasaba lo que a mí. Las tetas se nos salían por todas partes. Ella posaba mostrando altiva su cuerpazo. Nos tumbamos en la proa muy juntos. La mano de Miguel acariciaba mi abdomen lánguidamente. Laura nos acompañó un rato, luego se fue cuando los demás la reclamaron.

Al rato los oí tirarse al agua. Miré a Miguel.

—¿Quieres bañarte? — preguntó.

—Sí, necesito refrescarme.

—Pues vamos.

Me ayudó a levantarme como un caballero. Nos subimos a la borda y saltamos juntos al agua. En cuanto se me pasó la impresión del agua fría me agarré a él y le rodeé con las piernas. Notaba su miembro presionando mi entrepierna. Volvimos a besarnos. Me encontraba tremendamente excitada, parecía tener yo más ganas de sexo que él. En el momento en que estuve en sus brazos sobre su regazo lo supe, y ahora lo necesitaba pronto. Ya. Inmediatamente.

—Necesito que me folles, Miguel. No puedo esperar más — eso le provocó una sonrisa, sabía que estaba entregada.

—Volvamos al barco.

Subimos la escalerilla y se volvió a sentar, me acomodé en su regazo, pasé un brazo por su cuello y le besé.

—Espera, cariño — me dijo interrumpiendo otra vez el beso, uff —. Creo que verte ayer tocarte y correrte delante de mí ha sido lo más erótico que he visto en la vida. ¿Lo harías otra vez para mí? — me acunaba la cara con dulzura.

—Sabes que haré lo que me pidas, pero ¿no prefieres follarme?

—Luego, y los chicos también te querrán follar, pero ahora eres toda mía y me gustaría que hicieras eso por mí.

—¿Los demás? Pero yo solo quiero contigo — le hice un puchero.

—¿Sabes las ganas que te tiene Santi? Pobrecito, con lo bien que te ha cuidado. Venga, Eva, empieza a masturbarte.

El muy capullo me dejaba con las ganas y encima daba por hecho que sus amigos iban a follarme. A pesar de eso, o quizá debido a eso, mi calentura se duplicó instantáneamente. Con algo de pudor abrí las piernas sin levantarme de su regazo y llevé una mano a mi coñito, que ya estaba húmedo, esperando. Dejé que mi mano hiciera su trabajo y observé cómo me acariciaba, sus manos recorría mis piernas, mi cintura y acabaron en mis pechos. Metió los dedos en mi boca y, con ellos mojados, apretó mis pezones. Sabía muy bien lo que hacía. Cuando los demás subieron me contemplaron con tres dedos en mi coño y moviendo el culo adelante y atrás sobre las piernas de Miguel. No pude ni quise parar mis gemidos. Sus manos torturaban mis tetas ayudándome en la búsqueda de placer.

Todos se me quedaron mirando, yo sonreí a Laura y seguí a lo mío. Me encendió un poco más ver que Luis la metía la mano entre las piernas por detrás y mi hermanita se retorcía.

—Gracias, Eva. Lo estás haciendo muy bien — me dijo Miguel antes de besarme —. Me gusta mucho verte complacerte a ti misma. No soy capaz de apartar mis manos de estas tetazas, son increíbles.

Me las apretó con fuerza y me retorció los pezones con suavidad. Entre eso y mis hábiles dedos en mi vagina estaba a punto de llegar al orgasmo. Le apreté contra mí.

—¿Puedo correrme ya? — pedí.

—Espera, quiero descubrir a qué saben tus tetas.

Me quitó la parte de arriba del bikini y me torturó con la lengua en mis pezones. Tuve que parar mis dedos porque si no, me iba a correr y no quería decepcionarle. Cuando dejó mis dos pezones duros y brillantes con su saliva me dio permiso.

—Ahora, Eva. Ya puedes correrte.

Me metí los dedos de golpe todo lo que cupieron. Me follé con ellos de forma salvaje hasta que se precipitó mi orgasmo. Oculté la cara en su cuello y me corrí. Miguel me sujetó la barbilla y le tuve que mirar mientras me corría.

—Aaaaaggghhhhhh…

—Muy bien, Eva, me gusta mucho verte.

—Aagggghhhhh…

—Estás preciosa cuando te corres.

Sonreí mientras terminaba de correrme en sus brazos. Poco a poco detuve mis dedos hasta que los saqué empapados de mi interior.

—Chúpatelos, Eva.

Sin dudar los metí en mi boca. Nunca me había probado así, pero como todo lo que me pedía Miguel me ponía muy cachonda.

—Ahora voy a follarte, ¿quieres?

—Sí, Miguel, sabes que lo estoy deseando.

—Jajaja, eres una zorrita muy dulce.

—No me llames eso, yo no soy una zorra — le dije algo ofendida.

—Ya lo sé, cariño. Sé que no eres una zorra, pero solo por hoy eres mi zorrita. Mi zorrita dulce.

—Eres un gilipollas presuntuoso.

—Lo sé, cariño. Ahora quítame el bañador.

Debí mandarle a tomar por culo, pero tenía tantas ganas de tener su polla dentro de mí que obedecí sin rechistar. Le bajé el bañador y acaricié su miembro. Era espectacular. Grueso, liso y muy grande. Llevaba el pubis todo afeitado y se veía espléndido. Se mi hizo la boca agua. Miguel echó el culo más cerca del borde del banco y me hizo subir encima de él. Estaba lubricada de sobra como para que entrara sin problemas, pero jadeé cuando me dilató la vagina con su considerable tamaño. En cuatro o cinco veces de subir y bajar ya la tenía clavada entera.

—Ya tienes lo que querías, ahora cabalga, cariño.

Cabalgué como una amazona salida. Cada vez que su miembro entraba hasta el fondo creía deshacerme de placer. Mis manos estaban sobre sus hombros y las suyas en mi culo, marcándome el ritmo de la penetración. Me estaba volviendo loca. No presté atención a los gritos de Laura detrás de mí, pero cuando gritó muy fuerte me volví para ver qué pasaba.

—No mires Eva — me dijo Miguel sujetándome la cara —. Estate aquí conmigo. A tu hermanita pequeña la están follando el coño y el culo a la vez, y parece disfrutarlo mucho. ¿Vas a querer probar luego?

—Lo que tú quieras.

¡Estaba yo para ponerme a pensar! La polla de Miguel me estaba destruyendo el coño y la razón. Sus manos en mis caderas impedían que acelerara los botes sobre su miembro y me estaba volviendo loca. Las sensaciones en mi interior eran apoteósicas. Deslizó una mano entre nosotros y me acarició el clítoris.

—Córrete, zorrita.

Fue fulminante. Mi espalda se arqueó hasta topar con la mesa al explotar el orgasmo en mi interior. Los pocos toques que dio Miguel a mi clítoris bastaron para desencadenarlo.

—Aaaaggghhh… Migueeeeeeeeelllll.

Cuando el placer empezó a bajar me recosté en su cuerpo disfrutando de los últimos estremecimientos. Movía despacio el culo con su polla todavía dentro de mí. Él me acarició con dulzura la cabeza y la espalda. Terminó dándome un suave beso en los labios.

Me giré para ver a mi hermana. La pobre era la parte del centro de un sándwich, Luis estaba tumbado en el suelo, mi hermana estaba encima con su polla en el coño, Toni estaba detrás de ella con la polla en el culo, en el de mi hermana, claro. Santi se la metía en la boca como podía, porque se movían tanto que casi siempre estaba persiguiéndola. Cada vez que mi hermana abría la boca Santi la ensartaba y apagaba sus gemidos. Estuvimos un rato admirando el espectáculo, todavía tenía la dura polla de Miguel en mi coñito y estaba en el cielo en sus brazos. Observamos cómo Toni se corrió primero y abandonó el culo de Laura. Santi por fin tuvo más control y folló mejor su boca.

—Vas a tener la mejor despedida de soltera que puedas imaginar, Eva — me dijo Miguel —. ¿Ahora me la chupas? Yo todavía no me he corrido.

Asentí y me llevó al lado de los demás, se sentó en el suelo con las piernas abiertas, con la polla erecta y húmeda de mis propios flujos. Solo podía hacer una cosa, así que me arrodillé delante y agaché la cabeza hasta llegar a su miembro. Eso dejaba mi culo en pompa, que creo que era lo que quería. Golosamente la lamí en toda su longitud limpiándola de mis fluidos y embadurnándola de saliva. Luego la engullí con gula. Su polla me encantaba e iba a disfrutar mucho comiéndomela. La rodeé con los labios y empecé a subir y bajar. Puso una mano en mi cabeza controlando la velocidad. Debía ser un fanático del control, porque en la cabalgada anterior hizo lo mismo, marcar el ritmo. Estaba encantada con su polla en mi boca, era lo que quería. Toni llegó y me agarró las caderas desde atrás.

—Eva, ¿puedo follarte?

Miré a Miguel esperando su respuesta. Cuando afirmó con la cabeza le contesté.

—Sí, Toni. Fóllame.

Atrás habían quedado mis intenciones de follar solo con Miguel Menos mal que ya había dilatado mi vagina, porque me la metió de golpe de un solo embate. Gemí con la polla en mi boca al sentirlo. Luego, ciertamente, me dediqué a disfrutar. Toni follaba muy bien y me daba mucho placer, pero mi debilidad por Miguel hacía que lo mejor fuera mamársela. Estaba feliz con su polla entre mis labios subiendo y bajando por toda su longitud. Quería que se corriera en mi boca y me ayudé con una mano, no me cabía entera así que le masturbe por la base a la vez que trabajaba con mi lengua.

Al notar los resoplidos de Miguel aceleré, mi mano se movía frenética bajo mi ansiosa boca. No era nada fácil porque Toni también debía estar a punto y me daba unos empujones de muerte que me derretían el coño de gusto. Él fue primero, me apretó el culo con fuerza entre sus manos y se derramó en mi interior, casi a la vez gemí largamente cuando sentí las descargas del semen de Miguel llenar mi boca. Absurdamente me sentí realizada. Era lo que perseguía y fui feliz con la polla llenándome la boca de su corrida, sabiendo que estaría complacido. Me tragué todo. Devoré su esencia como si fuera la bebida más rica del mundo. Cuando terminó me gustó limpiársela a lametones. Poco a poco se iba ablandando y me pareció tierno, la lamí hasta que Miguel hizo ademán de levantarse.

—¡Joder, Laura! Qué bien la chupas.

—Gracias, Miguel — contesté como una imbécil, pero su halago me alegró.

En ese momento Santi me cogió del brazo y me llevó hasta la mesa que había entre los bancos. Miré a Miguel y le vi sonriendo, le devolví la sonrisa cuando su amigo me tumbó de espaldas sobre la mesa. Me agarró de los tobillos y me levantó las piernas abriéndolas mucho. Luego me metió la polla como un animal.

—Así, Eva. ¡Joder! Qué ganas tenía de tu coño.

Me follaba de forma salvaje, dándome embestidas profundas y violentas, mis tetas se balanceaban sobre mi cuerpo arriba y abajo. Estaba disfrutando como una perra.

—¡Dios! Qué tetazas tienes, son enormes y preciosas — me decía todo tipo de obscenidades que me calentaban aún más, era un bestia. Me encantaba —. Cógetelas, así Eva, enséñamelas — yo le iba complaciendo en lo que me pedía —. Eres una diosa, esto es un sueño. ¡Qué buena estás!

Me corrí dos veces antes de que se vaciara gritando barbaridades en mi coño. No era mi Miguel, pero me había echado un polvo fantástico. Me ayudó a levantarme de la mesa con cariño.

—Deja a tu novio y cásate conmigo, Eva — me dijo guasón dándome un rápido beso.

—Jajaja, qué más quisieras.

—Tu chico es muy afortunado, y yo también por haberte tenido. Luego repetimos.

—Claro, estoy deseando que me digas más guarrerías.

—Jajaja, es que tu cuerpo me pone a cien. Luego quiero follarte por detrás, quiero azotar ese culito bonito.

—Como me hagas daño te azotaré yo a ti, salvaje, jajaja.

Me abrazó y me metió un morreo que me dejó las rodillas flojas. Al separarnos me dio un pequeño azote en el culo.

—Eso es un adelanto, bombón.

Luego me folló Luis. No lo hacía mal pero le faltaba la pasión de Santi o el carisma de Miguel. Le había visto más entregado con mi hermana. Me dolió mucho cuando Miguel se folló a Laura, la apoyó sobre la borda y se la metió desde atrás. Mi guiño un ojo, yo le aparté la mirada y escuché su risa. Luego no pude dejar de mirar. Miguel tenía algo que me atraía mucho. Quizá su masculinidad tranquila, o su actitud dominante. Yo que sé, pero algo suyo me subyugaba. La gran polla también ayudaba, jajaja. Observé también a mi hermanita pequeña, sujeta a la barandilla con las dos manos movía el culo recibiendo los embates de mi preferido. Estaba guapísima, con las tetas colgando y la expresión de placer que la convertían en algo precioso. Tenía el cuerpo muy parecido al mío y nunca me había fijado con detalle. Las piernas delgadas y fuertes estaba abiertas, el culo redondito temblando con cada penetración, su cintura estrecha. Lo que más me gustó fue su cara, me pareció que reflejaba libertad, independencia. Laura follaba porque le gustaba y no importaba lo que dijera ni pensara nadie. Al contrario que yo, ella no tenía ninguna conexión con Miguel, simplemente le usaba para su placer. Me gustó mucho. Sonreí con amor cuando ambos se corrieron y vi el placer en su rostro.

Por fin hicimos un alto y nos sentamos todos para comer y beber algo. Aunque no se lo merecía me senté en las piernas de Miguel. Laura cambiaba de chico cuando le parecía.

Su actitud había sido diferente a la mía, yo me plegaba a lo que me pedían como si fuera una mascota obediente. Ella, en cambio, elegía con quién y cómo follar. Había follado con los cuatro también, pero nunca perdía el control. Ahora apartaba la mano de Santi de un manotazo.

—Déjame comer, sobón. Me habéis dejado hambrienta con tanto meneo, jajaja.

—Pues no hemos terminado, Laura, todavía no he catado tu culito.

—Espero que te queden fuerzas y puedas conmigo, jajaja.

Ella siempre se lo pasaba genial. En el fondo, a pesar de ser yo la hermana mayor, la admiraba por eso. Tomaba las cosas con naturalidad y mucha energía, y siempre parecía estar en su elemento. Alargué la mano para coger la suya y le di un apretón. Nos miramos con amor y una sonrisa.

Después de comer y estar un ratito hablando nos dimos un bañito, todos estábamos pringosos y lo necesitábamos Los chicos estaban todos desnudos, nosotras con la braguita de nuestro bikini “especial”. Nadamos un ratito hasta alcanzar las rocas que asomaban del agua cerca de la orilla. Allí Miguel me folló otra vez. Encontramos una que resultaba cómoda y me recosté en ella. La roca estaba suave y pulida por el oleaje. Miguel me hizo rodearle con las piernas y me clavó su gran miembro. No dejé de mirar sus ojos hasta que nos corrimos jadeando. ¡Qué colgada estaba con él!

Tomamos un rato el sol después de eso. Nos merecíamos un descanso, sobre todo los chicos, jajaja. Se habían corrido varias veces cada uno y tenían que recuperarse. Esta vez, cuando nos dieron el protector solar, no puse pegas a que me sobaran lo que quisieran. Tumbada en la proa, entre Santi y Toni me embadurnaron todo la parte de adelante prestando especial atención a mis pechos, que estaban muy blanquitos. Luego me puse boca abajo para la espalda. Esa parte la terminaron enseguida. Se centraron mucho más en mi culo. Gemí como una zorrita cuando uno de ellos se empeñó en darme protector en el ano. Me penetraron con los dedos desoyendo mis argumentos de que ahí no me daba el sol.

—¡Qué culo tienes! — dijo uno de ellos —. Es casi mejor que tus tetas, levanta un poco el culito, Eva.

Saqué el trasero para facilitarle sus maniobras. No contento con meter dos dedos y follarme el culo con ellos, también me penetró el coño con la otra mano. Me gustó. Me gustó mucho. Nunca había tenido sexo anal aparte de algún dedito de José ocasionalmente y era un descubrimiento para mí. Aparté la mano de Santi de mi coño y le hice seguir solo con mi culo. Sé que ese día estaba desatada y que me dominaba la lujuria y el morbo, pero sus dedos entrando y saliendo de mi ano me daban unas sensaciones incomparables.

—Méteme otro dedo — pedí muy cachonda.

Santi me complació. Levanté cada vez más el culito sintiéndome más y más excitada. El extraño placer que recibía era estupendo.

—Aaaaaaaagghhhh… mi culo… mi culo… — gemí al llegar al éxtasis.

Por primera vez me corrí analmente. Me quedé tumbada en cubierta lánguida y relajada hasta que los muchachos se volvieron a animar. Santi me confesó más tarde que se tomaron una viagra cada uno para no desaprovechar la oportunidad de follar lo más posible.

Miguel fue el primero. Me quitó la minúscula parte de abajo del bikini, lo único que me quedaba, y me reclinó sobre la mesa de popa.

—¿Estás preparada para darme tu culito? — me susurró al oído.

Después de que Santi lo profanara con los dedos lo estaba deseando, quería saber lo que se sentía con una polla de verdad.

—Es tuyo.

Vertió el protector entre mis nalgas y me dilató con los dedos. Como ya los chicos habían hoyado ese agujerito no me resultó doloroso, al contrario. Aguanté la respiración al notar que apoyaba la punta de su miembro en mi ano. Empujó con suavidad hasta que metió el glande. Notaba presión pero no dolor. Metió un poco más y apreté los dientes, ahora sí dolía.

—Despacio, por favor — supliqué.

—Tranquila, Eva, lo haré muy suave.

Su miembro salió y entró varias veces sin penetrar más a fondo hasta que me relajé, luego lo metió un poco más. Repitió la operación centímetro a centímetro hasta que tuve toda la polla enterrada en mi culo. Dolía mucho. Miguel me dio unos momentos para que me acostumbrara y luego empezó a moverse. El dolor nunca se fue, pero se atenuó tanto que se vio pronto superado por la sensación de placer. Moví el culo saliendo a su encuentro y ahí empezó a darme por culo de verdad. Me clavó los dedos en la caderas y me folló de forma profunda e intensa. Jamás hubiera imaginado que pudiera ser tan bueno. No era tan placentero como por la vagina, pero la sensación de morbo le daba un puntito que me excitaba sobremanera. La fricción en mi interior era más intensa, más fuerte, tanto que me desplazaba sobre la mesa haciendo que mis tetas se frotaran contra la pulida superficie. Mi boca se abría gimiendo de placer. Para ser la vez en que me estrenaban el culo estaba disfrutando horrores. Y además, era mi Miguel el que me lo hacía.

—¿Queréis ayuda chicos? — Santi se acercó y me acarició la espalda. Esperé a ver qué decidía Miguel.

—Claro, túmbate.

Santi se tumbó en cubierta y Miguel me hizo sentarme sobre él introduciéndome su polla en el coño. Luego se puso tras de mí y continuó asaltando mi culito. Todas las sensaciones de mi cuerpo se concentraron en la pared que separaba sus pollas, que parecían compartir el mismo espacio. Estaba perdiendo la cordura asaltada por los dos hombres a la vez.

—¡Ostias, Eva! Esto es cojonudo — me decía Santi —. Acércame las tetas.

Bajé un poco el torso y mis brazos fallaron, me quedé sin fuerzas sobre su pecho sin sentir nada de mi cuerpo salvo mis dos profanados agujeros. Creo que perdí temporalmente la razón, solo era un trozo de carne siendo disfrutada, un juguete para el placer de los chicos.

Santi me agarró de los hombros y me levantó lo justo para morderme un pezón. No podía resistir tantos estímulos placenteros a la vez. Por suerte Miguel aceleró, preludio de que se iba a correr. Cuando la metió hasta el fondo y la dejó dentro, sentí como su semen llenaba mi culo, no esperaba el orgasmo tan salvaje que explotó en mi interior. Mi cuerpo tembloroso se quedó sin fuerzas y de mi boca abierta no salía ningún sonido, ni siquiera tenía aliento para gemir de placer.

Miguel se retiró y Santi me hizo poner a cuatro patas. Yo, como una muñeca sin voluntad, dejaba que me colocara a su gusto. Enfiló su polla a mi agujerito posterior y me dio por culo también. Creo que estaba medio inconsciente porque apenas sentía nada, solo escuchaba sus palabras.

—Eres increíble, Eva. Con esas tetas y este culo, me encanta, Eva. Voy a follarte el culo hasta que rebose de semen.

Yo no me enteraba de nada, estaba pasiva limitándome a poner el trasero para que me lo follara. Cuando se vació en mi interior caí en cubierta, me encogí y estuve un rato hasta que recuperé la razón. Miguel me vio tan afectada que se sentó a mi lado y me acarició hasta que volví a ser persona. Cuando pude volver a moverme me arrastré hasta la borda y me senté apoyando la espalda. A Toni, que vino buscándome, le dije que me diera unos minutos. Necesitaba recuperarme del polvo más impactante de mi vida.

En unos minutos empecé a mirar alrededor. Laura estaba siendo follada sobre la mesa. Ni me fijé en el chico. Solo pude verla a ella, tan bonita, tan entregada. Con la cara en una mueca de placer y toda su piel brillante de sudor. Con los ojos empañados de placer.

Con algo de dificultad me levanté y acudí a su lado. Puse una mano sobre su lisa tripa y la miré. Me devolvió la mirada con una sonrisa. Sin pensar en lo que hacía me incliné sobre su carita y la besé. Fue un beso suave en los labios. Laura amplió su sonrisa mirándome con cariño. Repetí el beso y luego le di infinidad de ellos, todos suaves y en sus labios. Pronto me harté de contenerme y me dejé llevar. Transformé el leve toque en sus labios por un beso profundo y húmedo de amantes. Laura primero se paralizó sorprendida, luego me echó un brazo al cuello y me devolvió el beso. Nuestras lenguas peleaban por entrar en la boca de la otra, gané yo y disfruté de su calidez y suavidad, después la dejé ganar a ella y exploró mi boca. Mi mano llegó hasta sus pechos y los acaricié con ternura, disfrutando de su firme tamaño. Sus pezones me premiaron poniéndose duros entre mis dedos.

Me pareció poco, necesitaba más de mi hermanita pequeña. Con el hombro empujé a Luis, que hasta entonces seguía follándola y me coloqué entre sus piernas. Ignoré las protestas del chico y me incliné. Su coño fue mío. Le lamí, le chupé, le mordí con ansia, casi con desesperación.

—¡Joder, joder! — oí decir a Santi —. ¡Si son hermanas! ¡Se están liando las hermanas!

Laura se levantó, creí que me impediría seguir, pero con cariño me tumbó en la cubierta y se puso encima mío con la cara en mi coño. Al notar su lengua en mi rajita me agarré a sus muslos y seguí comiéndola el coño. Era la primera vez que saboreaba a una chica, y me estaba encantando, más aún, era conmovedor para mí sentir a mi hermanita temblando de placer en mis brazos. Estaba tan excitada que me corrí enseguida, pero aguanté y seguí trabando el coñito de mi hermana hasta que ella también se corrió y llenó mi boca con sus fluidos.

Los chicos se acercaron pero los detuve con un gesto. No quería que terminara tan pronto. Me puse al lado de Laura y, las dos tumbadas en cubierta, nos abrazamos y besamos mucho rato. Nuestras manos recorrieron nuestros cuerpos sin una sola palabra. Solo nuestros ojos se comunicaban diciéndonos muchas cosas con la mirada. Nos transmitimos afecto, ternura y amor. Mucho amor.

Los muchachos al final se impacientaron. Creo que por la pastillita que se tomaron necesitaban más acción.

—Correos en nosotras — les pedí.

Laura y yo seguimos besándonos y acariciándonos de rodillas, mis manos exploraban su culo y sus tetas, ávidas de su piel. Las suyas me tenían loca, me gustaba mucho sentirlas sobre mí. Los cuatro chicos, dos a cada lado, terminaron regándonos de semen, uno a uno se fueron vaciando en nuestras caras y nuestros cuerpos. Cuando el último terminó me costó un mundo separarme de mi hermanita. Juntas nos tiramos al agua para refrescarnos y limpiarnos de tanto pringue.

Volvimos a hacer un descanso para comer y beber. Todos necesitábamos recuperarnos. Todavía nos volvieron a follar, pero ahora yo siempre estaba junto a mi hermana, intentando tener contacto con ella, aunque solo fuera rozando su cuerpo. A media tarde nos pusimos rumbo al puerto. Durante el camino me separé de mi hermana solo para una cosa. Me metí con Miguel en la cabina y le hice una última mamada. Me costó mucho pero conseguí que vertiera su semen en mi boca una última vez. Ciertamente salió muy poco, creo que los cuatro estaba completamente secos, jajaja.

Nos vestimos antes de llegar al puerto y luego nos despedimos de los chicos. Fue muy emotivo. Tuve que aguantar las lágrimas al decir adiós a Miguel. A Santi se le escaparon algunas cuando me besó antes de bajar del barco.

—Ha sido el mejor día de mi vida. Siempre me acordaré de vosotras — me dijo con carita de pena.

Los dijimos adiós desde el muelle y nos encaminamos para el apartamento.

Por el camino no pude apartar las manos de mi hermana, a ella parecía hacerle gracia pero no podía dejarla ir. Al final me conformé con andar a su lado agarrada a su cintura.

—Vaya día, creo que ya estás preparada para el matrimonio, zorrón — me dijo con cachondeo.

—Mira quién va a hablar, puta verbenera.

Nos partimos de risa y la apreté más fuerte.

—¿Qué te ha dado conmigo? Creo que has sufrido una intoxicación de rabo y necesitabas almeja, jajaja.

—Verás, respecto a eso… estabas tan guapa y tan espectacular que no he podido resistirme. De repente he necesitado tocarte y no soltarte — la dije pensativa.

—¿Cómo ahora?

—Sí, es que no sé, no puedo explicarlo, ni siquiera yo lo comprendo. Si no fueras mujer y encima mi hermana diría que me he enamorado de ti.

—¿No jodas? — me dijo deteniéndose y mirándome muy seria. Yo bajé la mirada compungida —Eva, mírame, por favor —.Levanté la cabeza hasta encontrarme con sus ojos.

—¿Enamorada? — insistió.

—No lo sé, puede. O no, estoy hecha un lío.

—Ven hermana mayor — me atrajo y me dio un abrazo gigante. Yo me dejé querer. Al poco seguimos caminando.

—Yo no te quiero de esa manera — mi corazón se detuvo unos instantes —. Te quiero muchísimo como mi hermana y como una amiga estupenda, pero no te voy a engañar. No te amo así.

—Bueno, ya te digo que no estoy segura de nada — me había caído encima un manto de tristeza pero intentaba que no se notara.

—Eso no quita que te deje darme orgasmos cuando quieras — Laura intentaba animarme —. ¿Sabes que nunca había estado con otra chica? Te tengo que confesar que me ha gustado mucho. Ha sido muy dulce.

—¿Te ha gustado?

—Mucho, por eso te digo que me puedes meter mano cuando quieras, jajaja.

Me parecía estupendo. Dada mi situación y mi próxima boda era lo mejor.

—Oye, Laura.

—Dime, hermanita.

—¿Me harías un favor muy, muy grande?

—Claro, por ti lo que sea, ¡oye! Esta conversación ya la tuvimos ayer.

—Es que sigo sintiéndome culpable con José.

—¿Otra mamada?

—Creo que dadas las burradas que he hecho hoy es mejor que te acuestes con él.

—¿Tú estás segura?

—Sí, se merece un desagravio.

—¿Y no te da un poco de miedo dejarle acostarse conmigo?

—Yo estaré allí, no le dejaré solo contigo.

—¿Y no estarás pensando en aprovechar y meterme mano tú también?

No respondí, pero el rubor en mi rostro lo dijo todo.

—Jajaja, hermanita, ya te he dicho que me puedes meter mano cuando quieras — me dio un besito en los labios que incluyó un toquecito con la lengua. Me reconfortó mucho, la verdad.

—¿No vas a pensar mal de mí?

—Claro que no. Porque tengo el coño escocido, si no te metía mano yo a ti — sabía que me lo decía para tranquilizarme —. “Qué tetazas tienes”— me dijo poniendo voz de chico y haciéndome sonreír.

José nos esperaba muy aburrido y bastante mejor de sus quemaduras. Salimos a cenar los tres e hicimos vida casi normal. La sorpresa se la dimos por la mañana, empezábamos a enrollarnos cuando Laura entró en la habitación completamente desnuda y se metió en la cama con nosotros. Casi tengo que hacerle a mi novio reanimación cardiopulmonar, pero después de explicarle que era un regalo por pasarlo tan mal estos días, se portó como una campeón y nos satisfizo a las dos. A mí me dio vergüenza pasarme con mi hermana delante de él, pero eso no impidió que la acariciara todo lo que pude. Pude disfrutar de sus tetas y su culito mientras cabalgaba a mi prometido. Laura desapareció después y no la vimos hasta la noche, aprovechamos para comportarnos como una pareja de enamorados y conocer mejor el pueblo. Al día siguiente volvimos a casa y retornamos a la vida normal. Bueno, normal teniendo en cuenta que estábamos a unas semanas de casarnos.

Un mes después.

La ceremonia había sido muy bonita, mi hermana era mi madrina y el padre de José el padrino. Todos nuestros amigos y familia habían estado presentes. El cura no se había enrollado y por fin estábamos casados. Ya era la feliz esposa de José.

La celebración la hicimos en los salones de un estupendo hotel. Después de cenar un disparate de comida estábamos bebiendo y bailando con nuestros amigos. José y yo habíamos inaugurado el baile con un bonito vals, mirándonos a los ojos nos desplazamos por la vacía pista hasta que las primeras parejas se nos unieron. Ahora el jolgorio estaba en su apogeo, algunos empezaban a emborracharse y todos querían bailar con la novia.

Laura vino a rescatarme de un tío de José que bailaba conmigo intentando meterme mano.

—Ven, Eva, tengo una sorpresa para ti.

La seguí agradecida de la mano hasta encontrar a mi novio, quiero decir marido, jajajaja.

—Cuñado, me llevo a tu mujercita. No te preocupes si no nos encuentras en un rato.

—Vale chicas — apenas nos prestó atención, estaba riéndose con sus amigotes.

Laura me sacó del salón y cogimos el ascensor.

—¿Dónde vamos, hermanita?

—A mi habitación, allí te espera la sorpresa.

Aproveché el rato en que estuvimos solas en ella ascensor para acariciarla el culo. Se había cambiado el elegante vestido que había llevado durante la ceremonia por otro corto y sexy, que realzaba sus tetas y su trasero. Se me había pasado la obsesión que tuve con ella, pero me seguía gustando disfrutar de su cuerpo cuando podía. Laura me besó suavemente en los labios hasta que llegamos a su planta. Aunque normalmente ella no tomaba la iniciativa, cuando la atacaba nunca me rechazaba y participaba con gusto. Recorrimos el pasillo hasta su puerta.

—Cierra los ojos, yo te diré cuándo los puedes abrir.

Con los ojos cerrados me hizo pasar y cerró la puerta. Estaba deseando ver qué me había preparado.

—Ábrelos, hermanita.

Los abrí y me encontré mirando algo que no quería volver a ver, incluso retrocedí un paso alejándome de ellos. Sí, ellos. Los cuatro chicos que nos habían follado a las dos durante un día entero estaban allí mirándome sonrientes.

—¿Qué hacéis aquí? — espeté — No tenéis derecho —. Cierto que me habían dado un día de sexo genial y sin tabúes. De hecho, todavía me mojaba cuando lo recordaba —. Ahora estoy casada, no quiero veros, idiotas. Marchaos ahora mismo. Y tú — le dije cabreada a mi hermana — ¿cómo se te ocurre?

Los cuatro chicos, como si lo tuvieran preparado, me sorprendieron bajándose los pantalones hasta los tobillos. Los contemplé anonadada. Eran unos gilipollas, unos imbéciles por presentarse aquí el mismo día de mi boda, pero mi mirada no podía evitar fijarse en sus miembros colgantes.

Laura, con su desfachatez habitual, se acercó a Toni, que estaba a la derecha del todo, se arrodilló a sus pies y se metió su miembro en la boca haciendo ruidos de succión. Yo estaba paralizada, la razón me decía que corriera, que saliera de la habitación huyendo todo lo rápido que pudiera. Mis braguitas húmedas me decían otra cosa.

Despacio, como sonámbula, mis traicioneros pies me llevaron hasta Miguel, mi Miguel, hasta quedar a escasos centímetros de él.

—Hola, zorrita dulce.

—Eres un hijo de puta — espeté dándole golpecitos en el pecho con el dedo —. Ahora soy una mujer casada, ¿queréis joderme la boda o qué? — Miguel no reaccionó. Puso sus manos sobre mis hombros y presionó hacia abajo.

A pesar de mis palabras y arrepintiéndome de antemano me arrodillé y acaricié su miembro, sintiendo cómo crecía en mis manos. No tenía defensa contra los cuatro. Mi boca se abrió para acogerlo, para degustarlo y homenajearlo aunque no se lo mereciera. Cuando Santi y Toni se pusieron a nuestro lado también agarré sus pollas. Pronto se la mamaba a Miguel mientras masturbaba a los otros.

—No mffm me mmfffm manchéis mmmfuh el vestido — articulé como pude.

Seguí disfrutando del sabor de Miguel hasta que me puso a cuatro patas, me levantó el vestido, me arrancó las braguitas y me la clavó por detrás. Grité ante el asalto moviendo las caderas. ¡Cuánto lo deseaba! No había sido consciente de lo que esos muchachos habían despertado en mi interior, de la lujuria que me asaltaba solo con verlos.

Santi ocupó mi boca mientras Miguel me follaba de forma salvaje. Luis se había unido a Laura y a Toni y los oía resoplar a nuestro lado. El primer orgasmo fue el mejor. En cuanto sentí hincharse la polla de MIguel y empezó a descargarse en mi interior el clímax me alcanzó.

Cuando terminó urgí a los demás a follarme deprisa, no tenía mucho tiempo y quería sentir a todos y cada uno.

—Venga, rápido. Os quiero a todos.

Terminé la función con la polla de Miguel entre los labios recibiendo su néctar en la boca y tragando gustosa.

Laura y yo nos limpiamos, nos arreglamos los vestidos y salí sin despedirme. Me negué a hablar con ella el resto de la noche. Lo que me hizo no estuvo bien, no debió ponerme en esa situación en la que no podría resistirme. Recompuse mi rostro y mi actitud y actué con normalidad con mi esposo.

Al final de la noche, justo antes de subir a la habitación para disfrutar de la noche de bodas con José, agarré a Laura.

—Ya sabes lo que te toca, puta.

—Que sí, que sí, que me acostaré con tu maridito. Y si tan enfadada estás me acostaré contigo también, zorrita dulce.

—Mañana por la mañana vente a la habitación, esta noche es solo nuestra.

—A la orden — me hizo el gesto del saludo militar.

—Y lo de acostarte conmigo me lo guardo para otra vez, pero lo prometido es deuda, pedazo de zorra.

—Vale, vale, y ahora ven aquí, hermanita — me ahogó en un abrazo gigante —. Estoy segura que vais a ser muy felices, solo espero que me incluyáis en vuestra felicidad.

—Ay, hermanita, aunque seas tan cabrona ya sabes que te quiero con locura.

Nos dimos más abrazos y mimitos hasta que subí con mi marido. Después de hacerle esperar mientras me limpiaba a conciencia en el baño, le di la mejor noche de sexo de nuestra vida, esperando que fuera la primera de muchas en nuestro matrimonio.

Laura acudió al día siguiente. Entre las dos dimos tanto placer a José que terminó pidiendo piedad. Luego obligue a Laura a que me comiera el coño en el baño para acabar de perdonarla. Se ganó satisfactoriamente el perdón.