La promesa (parte V)

Conocí a alguien, y me sentí más confuso y asustado que nunca.

Cuando llegué a París me metí en la primera posada que encontré y me tumbé en la cama. Me sentía solo, triste y desamparado. Sebastian ya no estaba a mi lado, ya nunca más volvería a ver la sonrisa que tanto me gustaba ni volvería a oír su voz aterciopelada y seductora. Le necesitaba desesperadamente y no sabía cómo iba a continuar viviendo, pero se lo había prometido. Cerré los ojos y lloré. Sí, los vampiros lloramos, pero a diferencia del resto de las especies de este mundo, nosotros lloramos sangre. Llorar nos debilita y puede incluso matarnos, pero yo solo quería desahogarme y olvidar mi propia existencia.

Durante meses fui de pueblo en pueblo, y cada vez mi tristeza era mayor. Siempre hacía lo mismo: ir a una posada, pedir la habitación más alejada y oscura de todas, y llorar hasta que no pudiese más. Te preguntarás por qué te cuento esto. El caso es que yo ya no lloro, por más dolor que sienta no soy capaz. Recuerdo que la última vez que lloré me dormí agotado, sin saber qué hora era. Al despertarme parecía que alguien hubiese muerto a mi lado. Hasta mi ropa estaba completamente empapada en sangre. Entonces decidí que no volvería a llorar, que nadie más vería esa debilidad, y Sebastian se convirtió en mi secreto.

Como te dije han pasado casi 500 años, o puede que más, no puedo decirlo con certeza. Solo sé que cuando le conocí, fue a mediados de agosto del 2013. Un hombre joven, con el pelo negro, corto, y los ojos grises, un poco más alto que yo, quizá medio palmo, y tenía aspecto de ser muy fuerte, pero sobretodo guapo, muy guapo. Una perfecta sonrisa encantadora y una mirada chispeante y sincera. Pero no todo son cosas buenas. Su alma es comparable a la de Albert, y no es que quiera mi muerte o que quisiese violarme. Es que tenía una chispa de maldad, algo que me daba escalofríos. Quizá sean sus modales abruptos y toscos, no lo sé. El caso es que al principio le temí, incluso siendo aún humano.

Recuerdo el día en el que le conocí como si fuese ayer. Estaba en una playa en Balestrand, y desde donde estaba sentado podía verse Vangsnes. Te juro por lo más sagrado para mi que esa zona de Noruega es preciosa. Reconozco que, si de algo me enamoré en ese tiempo que había estado solo, fue de los paisajes de Noruega, y sigo enamorado de ellos, siempre lo estaré.

Acababa de anochecer y el cielo estaba cuajado de miles de estrellas, que se reflejaban en el agua de un modo mágico y extraño. Estaba sentado en una pequeña colina y me dejaba acariciar por el suave viento. Estaría a unos 7ºC, pero yo no lo sentía. Cerré los ojos suavemente durante un buen rato, y al abrirlo ahí estaba él, arrodillado frente a mi y mirándome con esa ligera sonrisa de la que ese día desconfié, pero que hoy me hace perder la cabeza.

-Buenas noches -me cubrió con un abrigo de lana-, ¿no tienes frío?

-Para nada -suspiré y me tumbé en la hierba-. No soy como tú, yo nunca tengo frío.

-Tienes unos ojos muy raros.

-Lo tomaré como un cumplido.

Él jamás había visto unos ojos como los míos. Te aseguro que son de un azul muy intenso, como si fuese el color del mar, solo que más brillante. Es difícil de explicar. Lo cierto es que el color de mis ojos nunca fue normal. Mi padre llegó a pensar que mi madre lo había engañado, pero me parecía tanto a él que pronto se dio cuenta de que estaba equivocado, porque según iba creciendo me parecía cada vez más a él, hasta el punto en que, llegados mis veinte años, había veces que me llamaban por mi nombre.

-¿Cómo te llamas?

-Aevar Lindberg.

Aevar significa "hijo de Ketil". No sé exactamente quién fue Ketil, pero es alguien muy importante en la mitología noruega. Tengo que reconocer que siempre tuve especial afición a la mitología, y la escandinava no era una excepción.

-Precioso.

-¿Y tú cómo te llamas?

Había decidido cambiarme el nombre, incluso legalmente. Ya no era Carlos, el chico solitario y aferrado a Sebastian que había sido en el pasado. Ahora tengo un nuevo nombre.

-Lysandro Veitca.

Lysandro es un nombre victoriano, no muy conocido pero fue el que más me gustó. En cuanto al apellido, bueno, es una frase que me encanta y lo convertí en mi apellido. "Vivir es idolatrar todo cuanto amas". Es una frase que siempre ha marcado mi vida, aunque yo ya no amase nada llevaba la esperanza de volver a querer algo, la recordaba en mi apellido.

-¿Qué significa Veitca?

No me esperaba que me preguntase algo así, pero no sabía qué responder, así que me quedé pensativo, intentando encontrar algo que decirle. Aevar siempre pensó que estaba intentando recordar.

-Viene del sánscrito -eso me lo inventé- y significa esperanza, ¿y Lindberg?

-Ni idea.

Le sonreí, y él me invitó a ir a su casa. Vivía solo en Balestrand, en una casa de madera con el tejado de teja roja. Estaba en una colina cerca del bosque, rodeada de árboles, y desde allí se veía el fiordo y a lo lejos podía distinguirse Vangsnes. Me invitó a comer, pero al recordar la aventura del queso me disculpé diciéndole que ya había cenado.

-Esperaba conocer a tu novia.

-La verdad es que no tengo, nadie se acerca a mi por mis gustos. Es como si temiensen que los contagiase.

-¿Contagiarlos? ¿De qué?

-Soy homosexual.

Reconozco que jamás pensé que a Aevar le gustasen los hombres, te aseguro que no lo parece, pero mis años de vida me habían enseñado que las apariencias engañan.

-¿Y tú tienes novia?

-No, me pasa lo mismo que a ti, aunque si no se me acercan es por otra cosa.

-¿Puedo preguntar por...?

No le dejé terminar, me sentiría incómodo respondiéndole si le dejaba terminar, aunque sabía que, al decírselo, lo más probable era que saliese corriendo. Me arriesgué.

-Soy un vampiro.

-Venga ya, te lo has inventado. Los vampiros tienen los ojos rojos.

-No todos. Soy la única excepción.

-Pues demuéstralo.

-¿Cómo?

Se quitó el sueter negro de lana que llevaba, dejando al descubierto su torso, fuerte y con un tatuaje de dragón, sus brazos curtidos por el trabajo y el frío, y su cuello. Su sangre empezó a llamarme al verle así, hacía mucho tiempo que no me pasaba algo así. Me sonrió para calmar la tensión que había en el ambiente, para tranquilizarme a mi.

-Con una condición, pasa la noche conmigo.

Sebastian me había enseñado a ser sutil con mis peticiones, especialmente si se trataba de sexo, y él cazó al vuelo lo que quería decir. Se acercó a mi y me besó. Sentí algo extraño y confuso, era la primera vez en mucho tiempo que alguien me besaba, y al final tomé yo el control.

-No tienes ni idea de lo que me has pedido -susurró segundos después de separarse de mi-, soy muy salvaje en la cama.

Me llevó a su habitación y ahí se desnudó por completo. Miré su pene disimuladamente, no era tan grande como el de Sebastian, pero imponía respeto. Iba a quitarme yo la ropa pero me detuvo.

-También soy tierno -sonrió-. Quiero hacerlo yo. Deja que sea yo quien lo haga todo por ti.

Me quitó la camisa muy despacio, y yo cerré los ojos, dejando que sus dedos recorriesen mi pecho. Supuse que estarían cálidos, pues él no era un vampiro. Cuando me quitó la camisa desabrochó mis vaqueros y los dejó caer junto con mis boxer. Me gustaba llevarlos, me parecían cómodos y ligeros. Me obligó a tumbarme y me besó de nuevo.

-¿Cuánto hace que no te follas a nadie?

-Si te lo dijese no me creerías.

-Así sabré si puedo ser rudo o tengo que ir despacio.

Suspiré despacio. La última vez había sido con Sebastian y de eso hacía mucho tiempo. Intenté pensar en cuanto fue, pero fui incapaz, había perdido la cuenta de los años.

-Creo que en el siglo XV.

-Entonces iré despacio -me sonrió con picardía-, pero no esperes el mismo trato la próxima vez.

Besó mi pecho despacio, bajando hasta mi polla, y empezó a lamerla. Era algo que me encantaba y había olvidado hasta que punto, Gemí con fuerza cuando decidió meterla entera en su boca, y cerré los ojos. En realidad era incapaz de mantenerlos abiertos. Su lengua me recorría el miembro entero, haciendo que me estremeciese con cada movimiento que se le ocurría.

-Aevar -gemí-. Me voy a correr.

Le dió igual, y acabé en su boca con un gemido muy intenso. Sin abrir la boca me indicó que me pusiese a cuatro patas, e hizo algo que jamás me habría esperado. Me metió la lengua en el culo, dejando que entrase mi propio semen. Con ello pretendía que su rabo no me hiciese daño. Lo miré un momento, y me di cuenta de que estaba duro como una roca. Cuando separó la boca de mi culo ya sabía qué iba a hacer. Se incorporó y me penetró despacio para no hacerme daño, pero cuando empezó a moverse, embistiendo en mi trasero, fue muy rudo. ¿No se suponía que iba a ir despacio?  No tardó mucho en dar con mi punto debil, y nada más tocarlo gemí con fuerza.

-Ahí es donde más te gusta, ¿me equivoco?

No dije nada, y eso le sirvió de respuesta. El que calla otorga, eso es lo que dicen. Se movió con más fuerza y se abrazó a mi, haciendo que sus gemidos sonasen en mi oreja. Resultaba delicioso, oirle me excitaba mucho. Iba a llevar una mano a mi pene, pero él me detuvo.

-Te dije que quería hacerlo yo todo -me dijo gimiendo fuerte-. Dime qué deseas y yo te lo daré.

-Mi polla -respondí gimiendo.

-¿Quieres que te masturbe?

-Sí, por favor.

Me agarró el rabo y empezó a mover su mano muy deprisa, y aunque seguía dándome igual de rápido y duro, no era igual que su brazo. Estaba a punto de correrme, los latidos de mi polla así lo marcaban, pero él me pidió que aguantase un poco más, que quería correrse conmigo. Aguanté, y cuando un fuerte gemido salió de sus labios, sentí su semen recorriendome por dentro. Casi al momento también me corrí, y acabé jadeando... y algo más. Deseaba sangre, y de algún modo el lo sabía. Me ayudó a levantarme y me abrazó.

-Si de verdad eres un vampiro, muérdeme.

No dudé, le clavé los colmillos en el cuello y tomé su sangre, cálida y dulce. Nunca antes había hecho algo así, no lo necesitaba, pero te aseguro que para un vampiro no hay nada mejor que la sangre caliente. Cuando el corazón va muy deprisa la sangre se vuelve terriblemente deliciosa, casi adictiva. Podría haberme dejado llevar tal y como lo había hecho mi maestro, pero paré y lamí sus heridas para cerrarlas.

-Nunca antes había conocido a un vampiro, pero reconozco que me gusta.

-¿Los vampiros?

-Si y no -me besó suavemente-. Quien me gustas eres tú.

-¿Porque soy un vampiro?

-No, porque eres especial. Eres sensible, amable, sincero y apasionado -me sonrió-. Y además eres muy guapo.

Tras esa confesión me besó con pasión, pero también con un cariño que hacía mucho tiempo que no sentía. Tal vez se hubiese enamorado de mi, pero pasaría algún tiempo hasta que yo pudiese amarle.

-¿Que piensas de mi?

-Lo mismo que tú de mi.

-Lysandro, tú eres muy importante para mí, aunque acabe de conocerte. ¿Que sientes por mi?

Suspiré entre la tristeza, el miedo y la confusión. No sabía qué sentía, pero había algo que sí tenía muy claro.

-Aevar -me miró a los ojos-, dame tiempo.

-¿Por qué? -suspiró-. Veo en tus ojos la tristeza. ¿Qué te pasó?

-Mataron al primer hombre al que amé y no logro olvidarlo. Él fue quien me transformó, quien me enseñó a ser lo que soy. No sé lo que siento.

-¿Tan difícil es de controlar? -acarició mi mejilla con ternura-. Explícamelo, tal vez pueda entenderlo -por un momento pensé que se refería a Sebastian, pero me equivoqué-. Los sentimientos son confusos, pero si se lo cuentas a otra persona puede entenderlo.

-Me siento confuso porque te conocí, triste por recordarle, asustado porque tu sangre me gusta más que la de cualquier otro ser de este mundo, perdido por no saber que hacer y excitado por saber que existes -sonreí un poco nervioso-, por haberme hecho pasar la mejor noche de mi vida.

Lo había sido, incluso por encima de Sebastian. Él era romántico y paciente, le gustaba que le desease y me hacía sentir amado, en cambio Aevar era apasionado, rebelde, y adoraba hacerme gemir, hacer que disfrutase cada segundo.

-Simplemente no sabes cómo sentirte -me sonrió-, tranquilo, pronto lo sabrás, te lo prometo -no pudo evitar bostezar, y pensé que me había pasado, pero el reloj marcaba las 2:27. Ahí me di cuenta de que, en realidad, era muy tarde-. ¿Te importa que duerma un rato?

-Si me dejas dormir sí.

-¿Los vampiros dormís?

-Una o dos horas -sonreí divertido-. Cerca de cuatro si estamos muy cansados.

-¿Y lo estás?

-Bastante.

Se tumbó en la cama, me abracé a él, y así me dormí.