La promesa (parte III)

Ocurrió algo que hizo que todo cambiase, y mi felicidad se esfumó casi por completo

Me desperte cerca de la medianoche. Estaba en un lugar extraño, no lo conocía. Había recorrido la casa de Sebastian cientos de veces y conocía ya todas y cada una de las habitaciones, incluido el sótano y el desván, pero ese lugar... no estaba en casa. ¿Dónde estaba? No entendía nada y sabía que él jamás me haría daño.

Era una especie de celda de piedra, muy húmeda, con una puerta de madera cerrada y un camastro aún más incómodo que la cama de mi habitación en Tarragona. Me levanté de la cama para intentar abrir la puerta, pero cuando había avanzado solo unos pocos metros oí un ruído metálico y algo que me impedía avanzar. Estaba encadenado y por más que intenté soltarme no lo conseguí. Normalmente habría podido, me costaba mucho controlar mi fuerza tras la transformación, pero era demasiado fuerte como para romperla.

La puerta se abrió cuando había intentado romper la cadena por enésima vez, y entró un hombre al que no conocía. Era muy apuesto, pero no se parecía en nada a la presencia casi etérea de Sebastian, tenía más bien una belleza salvaje, como si acabase de salir del bosque. Sus ojos eran rojizos y era de complexión fina. Vestía casi como si perteneciese a la aristocracia y llevaba el cabello negro muy largo atado en una cola de caballo. Además su presencia me daba algo de miedo, era como si lo odiase absolutamente todo.

-¿Quién eres?

-Mi nombre es Albert Callowan, lider de los Diligentes.

-¿Los Diligentes? ¿Y eso qué narices es?

-La máxima autoridad de los vampiros -eso me dejó muy confuso-. No me digas que no sabías que los vampiros tenemos leyes -asentí, Sebastian me había explicado todas las normas-. ¿Quién crees que hace que se cumplan?

-¿Y se puede saber que es lo que os he hecho yo?

-Tú nada, ha sido Sebastian. Para transformar a alguien tan joven se necesita autorización, algo que Sebastian no nos pidió. Estoy ya cansado de que haga lo que le venga en gana, así que lo pagarás tú -me miró a los ojos-. Sin embargo antes quiero saber por qué tus ojos tienen ese color.

-Me he hecho esa pregunta cientos de veces.

-Melian -una mujer rubia se acercó a él y le miró-. Consulta los archivos antiguos, tiene que haber algo.

La mujer asintió y se fue por donde había venido, dejándome a solas con ese hombre que me ponía los pelos de punta. Tenía algo que no me hacía gracia, no sabía de qué se trataba, era como una especie de presentimiento, y no me equivoqué.

-Por el momento tu y yo vamos a divertirnos.

-¿Qué quieres decir?

-Voy a taladrarte el culo hasta que te olvides de tu maestro.

-¿Crees de verdad que te lo voy a permitir?

-No estás en condiciones de protestar.

Sin dejarme tiempo a responder sacó una navaja y me destrozó la ropa, dejándome completamente desnudo. Me miró de pies a cabeza y silvó sorprendido y complacido.

-Tengo que reconocer que sabe elegir bien a sus amantes, estás bien dotado.

Se desnudó por completo y me miró casi con odio. Su pene estaba erecto y era demasiado grande. Estaba asustado y la presencia de ese hombre lo empeoraba todo. Sin ningún tipo de remordimiento me empujó contra la cama y me penetró de golpe. Dolió mucho. Se supone que los vampiros no pueden sentir dolor, pero a mi me dejó mareado ese modo de tratarme. Empezó a moverse, y cada vez que me embestía gritaba de dolor. Su polla crecía dentro de mi y me hacía sufrir. Perdí la noción del tiempo mientras él iba cada vez más rápido. Solo quería que parase, no era como con Sebastian. Él me trataba bien, era muy dulce y me hacía gemir de placer, mientras que Albert adoraba verme gritar de dolor.

Me agarró del pelo y tiró hacia él, haciendome levantar la cabeza para que le mirase. Un velo de lágrimas de sangre cubria mis ojos pero pude ver con claridad que le excitaba verme sufrir, y por su expresión supe que estaba a punto de correrse. No tardó mucho en derramar su semen dentro de mi trasero, y por alguna razón que a día de hoy no comprendo yo también me vine, y a él pareció gustarle eso.

-Menuda puta estás hecha. Te violan y aún así te corres.

Lloré sintiéndome solo, miserable y perdido. Unos golpes en la puerta me sacaron de ese sueño macabro en el que él me había sumergido con esas palabras. Melian había vuelto con la información que Albert le había pedido.

-¿Y bien?

-Solo ha habido dos casos antes. Él es especial.

-Eso ya lo sabía.

-No me has entendido. Es más fuerte que cualquier vampiro -sonreí para mi mismo al saber eso-, y puede sentir dolor -pero con esas palabras mi expresión pasó al miedo.

-Así que gritaba por eso.

-Se oían sus gritos desde la biblioteca. ¿Por qué no paraste?

-Quiero divertirme con él -la miró sonriendo con malicia-, ¿quieres provar tú?

-No le gustan las mujeres.

-Lo sé, pero eso no es lo que te he preguntado -se encogió de hombros-, pues entonces ven.

No la miré, no hizo falta, pero oí su ropa caer al suelo y supe que se había desnudado por completo. No quería acostarme con ella, lo juro, pero cuando oigais lo que os voy a contar comprendereis que me obligaron, que no me dejaron alternativa.

Se sentó frente a mi y me obligó a mirarla. Era hermosa, con unos senos bien formados y tiesos, sin un solo pelo en todo el cuerpo y de piel fina y suave. Además con el cabello suelto estaba muy sexy, pero a mi las mujeres nunca me han gustado. Aparté la mirada muy incómodo y Melian suspiró. Las manos de Albert se aferraron a mi pelo y me obligó a mirarle.

-Escúchame bien. Mientras yo te doy por culo te la vas a follar, quieras o no.

-Eso ni lo sueñes.

-Creo que no lo has entendido -se acercó a mi oído y susurró-, si te hemos encontrado a ti y no te conocemos de nada, ¿qué te hace pensar que no podemos encontrar a Sebastian?

Asentí despacio. La sola idea de que le hiciesen daño me volvía loco. Melian se acercó a mi y empezó a masturbarme, pero por más que lo intentaba no lograba excitarme. Entonces sentí el miembro de Albert entrando de nuevo en mi trasero. Dolía mucho, pero había rozado el punto que Sebastian había descubierto dentro de mi y no pude evitar excitarme.

-Ahora clávasela o te juro por mi raza que mataremos a Sebastian.

No me quedó alternativa. Me acerqué a ella y la penetré. Estaba húmedo y resbaladizo, y eso no me gustó. Albert empezó a moverse con fuerza y con eso movía también mi cuerpo. Me sentía debil, y aunque no quisiese Albert me estaba violando y haciendo que me follase a Melian al mismo tiempo. Era algo atroz, me dolía pero también me sentía excitado y asustado al mismo tiempo. El sufrimiento que me causaban sus movimientos era lo peor. De nuevo perdí la noción del tiempo, y ni siquiera los gemidos de Albert mezclados con los de Melian me hacían percatarme del paso de las horas. Al final se corrió de nuevo en mi culo, y yo dentro de Melian.

-Es muy bueno -dijo Melian jadeando.

-Y haré que mejore.

Se levantaron dejándome tirado en el suelo, agotado y dolorido. Tenía mazaduras por todo el cuerpo y me odiaba por haber disfrutado de aquella violación. Me tumbé en la cama y cerré los ojos, concentrándome en la imagen de Sebastian. Tenía miedo de que le hiciesen daño, así que durante los siguientes meses acepté aquella situación, por más dolor que me causase. Albert quería que acabase gimiendo su nombre, pero no pensaba hacerlo.

Un día algo pasó. Se oyeron unos gritos por el pasillo y una voz que no fui capaz de reconocer. El tiempo que llevaba allí me había afectado demasiado. La puerta se rompió, y con la vista casi nublada no podía ver. Ese hombre me cubrió con una manta y soltó la cadena que me mantenía allí encerrado. Me tomó en brazos y salió de allí. Me resultaba familiar el cariño con el que me trataba y el modo en el que su cabello caía por su espalda, pero no era capaz de reconocerle. Cerré los ojos y me dejé llevar por él.

Cuando desperté estaba de nuevo en casa, aunque creí que había sido un sueño. Unos fuertes brazos me rodearon y miré hacia la persona que tenía a mi lado. Era Sebastian. Me besó suavemente y yo lo miré con tristeza, aparté mis ojos de él y me abracé a mi mismo.

-¿Estás bien?

-No me toques -esa respuesta le dolió-. Ellos me han violado tantas veces que ya no soy capaz de contarlas. No quiero que me toques, no es justo para ti.

-Carlos, mírame -negué despacio, pero él me tomó de la barbilla y me obligó a mirarle-. Nada de eso importa. Te quiero, pase lo que pase. Nunca dejaré de amarte.

-Pero yo...

-No digas nada. Eres fuerte y valiente. Sé cuál fue la decisión que tomaste y por qué.

-¿Y aun así me amas?

-Y siempre te amaré.

Me besó suavemente y yo me dejé llevar. Sus labios, sus caricias, su cariño... lo había extrañado tanto que ahora todo parecía un sueño y temía despertarme y encontrarme de nuevo en la celda. Me rodeo con los brazos y yo apoyé mi cabeza en su pecho.

-Me dijeron que puedo sentir dolor.

-No te preocupes por eso. Te prometo que nadie volverá a hacerte daño jamás, no mientras yo esté a tu lado.

Sebastian nunca rompía sus promesas, y le creí. Durante varios días casi le esquivaba, para evitar que me mirase a los ojos y viese en ellos el asco que me tenía hacia mi mismo por lo que me había visto obligado a hacer.