La promesa (parte II)

Desperté en sus brazos, en Madrid, y sus labios fueron lo primero que encontré cerca de mi.

A la noche siguiente la calesa fue a recoger a Sebastian. Yo ya no tenía nada allí, todo había desaparecido, y él insistió en que le acompañase, a pesar de que yo no conocía nada más lejos de mi bosque. Fui con él, y cada detalle que veía me asombraba, pero no podía acercarme mucho, pues el sol me hería como el fuego. Tardamos poco menos de tres días en llegar a Madrid, y a mi me parecía enorme, nada comparado a lo que había visto en toda mi vida, aunque añoraba mi bosque, el olor puro del aire de Tarragona, los cantos de los pájaros... lo extrañaba de verdad.

Al llegar a la que sería mi casa en los años venideros me quedé asombrado con lo grande del lugar. Los suelos eran de marmol, las escaleras estaban tapizadas por una alfombra roja, tupida y suave. Cientos de cuadros y de estátuas. Todo era enorme, como un palacio, y yo me sentía pequeño allí dentro. Sebastian me hizo pasar, me dio ropas nuevas y me enseñó toda la casa. Las habitaciones eran inmensas, decoradas como si fuesen las de un palacio, y a mi todo me asombraba. Sin embargo Sebastian sabía que algo no andaba bien y no paró hasta hacerme confesar que me gustaba mucho más el bosque que la ciudad, pero que si estaba a mi lado no me importaba.

Me dedicó una de esas sonrisas que me robaron el alma y me guió hasta la habitación que compartiríamos desde ese día. Suaves cortinas color crema caían por los railes y cubrían las ventanas, una mullida cama de sábanas blancas y cientos de libros. Yo no sabía leer ni escribir, pero eso era para mi un paraíso. Me tumbé en la cama y cerré los ojos. Era perfecta, me gustaba mucho.

-No te preocupes, todo irá bien.

-¿Podremos volver a Tarragona algún día?

-Siempre que quieras.

Me besó con la dulzura que hacía que me derritiese entero, y poco a poco me fue desnudando. Ya no sentía sus manos heladas, no podía sentir ni frío ni calor, pero sentía sus caricias y lo mucho que me excitaban. Era algo que me volvía loco y lo sabía.

-Quiero que hagas algo por mi.

-¿Qué es?

-Chúpamela y haz que me corra con tu boca.

Nunca antes había hecho algo así, me parecía subrealista, pero teniendo en cuenta que ahora era un vampiro me pareció extraño pensar en que no era normal. Asentí despacio y él sonrió. Mis manos fueron a sus pantalones y los bajé despacio, dejando ver su pene, duro como una roca. Sentí miedo y no pude evitar preguntarme cómo algo tan grande había entrado por mi ano tan solo unos días antes. Cerré los ojos intentando calmarme y agarré su miembro tal y como antes lo había hecho él.

Nunca antes había visto o hecho algo similar, pero pensé que sería como cuando mi hermano y yo comíamos raices de regaliz. Toqué la punta con mi lengua suavemente y Sebastian cerró los ojos, jadeando suavemente. Le gustaba. Poco a poco fui tomando más confianza y pasé de lamerlo despacio a meterlo entero en mi boca mientras jugaba alrededor con mi lengua. Sebastian gemía con la cabeza hacia atrás y su cuerpo se estremecía de placer. Aparentemente lo estaba haciendo bien. Agarré sus testículos y empecé a jugar con ellos, pues recordaba que eso me había hecho sentir bien, y Sebastian reaccionó con un largo gemido. Su polla latió un momento y luego sentí el cálido líquido derramándose en mi boca, y decidí tragarlo. No pude sentir su sabor, simplemente no podía, pero cuando me miró parecía sorprendido por lo que acababa de hacer.

-Eres muy bueno.

-Por como gemías era evidente.

-Algún día te haré lo mismo.

-¿Y por qué no ahora?

-Porque -dijo mientras me atraía hacia él y me abrazaba con suavidad, bajando sus manos por mi espalda- me encanta metértela. Estás muy apretado por dentro.

No podía negar que me encantaba sentirlo escarbando en mi interior, abriéndose paso y haciéndome sentir que tocaba el cielo. Le besé suavemente y él me correspondió, aunque en parte era para distraerme porque poco después sentí sus dedos en mi trasero. Sabía cómo hacerme sentir bien, cómo hacerme gemir, y era algo que estaba consiguiendo.

-Tumbate -me susurró al oído-. Quiero que esta vez me mires a los ojos.

Asentí despacio y me acosté en la cama, mirando hacia arriba. Se acercó a mi y me besó, y aunque sentí que jugaba con mi ano para abrirme y darme tal y como me gustaba, me dejé llevar. Poco a poco su polla fue entrando dentro de mi, hasta que estubo entera dentro. Esta vez solamente gemí de placer, y cuando empezó a moverse le miré a los ojos, y entonces supe por qué quería que le mirase. En su mirada solo había placer... y algo más: amor. Al principio había pensado que solamente quería utilizarme, pero al mirarle a los ojos me di cuenta de que estaba equivocado. Él me amaba tal y como yo le amaba a él.

Empezó a moverse más deprisa, y entrecerré los ojos, gimiendo con cada movimiento. Al ver que no era capaz de mirarle por más que lo intentase se acercó a mi y me abrazó, mientras gemía y jadeaba a partes iguales cerca de mi oído, a sabiendas de que eso me excitaba mucho. Era algo delicioso, y cuando pensé que no podía darme más placer, se movió de un modo algo extraño, para tocar intencionadamente una zona en particular. Algo dentro de mi se retorció de placer y gemí con fuerza, vencido por lo que acababa de sentir.

-Lo encontre -me susurró entre jadeos.

-¿Qué?

-Tu punto debil -respondió y volvió a golpearme en el mismo lugar, provocandome otro gemido-. ¿Qué sientes cuando hago esto?

-Me gusta -gemí-, es delicioso.

Mi respuesta pareció gustarle, porque siguió insistiendo en esa zona con más velocidad, mientras su rabo crecía dentro de mi recto, haciéndome gemir con fuerza. Mi cuerpo se estremeció y sentí mi polla a punto de explotar, tras latir suavemente. Sebastian sabía qué estaba sintiendo y que estaba a punto de correrme, y me susurró al oído un "hazlo" con aquella voz aterciopelada y seductora, y por más que lo intenté no pude controlarme, y me vine entre los dos.

-Bien hecho -susurró- ahora dime... ¿quieres que me corra en tu boca o en tu culo?

Me daba vergüenza responderle con palabras, así que le abracé con fuerza y él lo entendió, porque empezó a darme más fuerte, haciéndome gemir sin control. Sentí su polla latir dentro de mi trasero, y su semen recorriéndome por dentro. Había explotado en un orgasmo brutal, y al oirle de nuevo me había corrido. Lamió mi pecho, limpiándome, y al terminar se tumbó a mi lado y acarició mi cabello con suavidad. Cerré los ojos dejándome llevar y entonces unos golpes en la puerta interrumpieron el mágico momento.

-Adelante -respondió Sebastian.

Una mujer rubia entró antes de que me pudiese tapar, y se quedó mirando mi entrepierna fijamente. Me sentí cohibido por aquella mirada, pero pronto me sonrió y miró a Sebastian, que estaba en mi misma situación. Aparentemente estaba acostumbrada a él, así que no le sorprendía.

-Lamento molestarles, ¿quieren que busque algo especial para cenar?

-Lo que tú decidas estará bien Anna María.

La mujer cerró la puerta y yo me di la vuelta en la cama medio molesto. A los pocos segundos sentí los fuertes brazos de Sebastian rodeando mi cintura, pero no le miré.

-¿Te pasa algo?

-No es nada.

-Vamos, cuéntamelo.

-Esa mujer y tu... es decir, vosotros dos...

-Te preguntas si me he acostado con ella alguna vez -asentí-. Pues claro que no. Primero porque está casada, y segundo porque trabaja para mi como coci... si, llamémoslo cocinera.

-¿Y si no fuese así?

-¿Estás celoso?

Mi silencio fue la mejor respuesta, pues aunque no quería que lo supiese estaba celoso, mucho. Solo el pensar que se follaba a otros a parte de mi hacía que me enfadase.

-Carlos, mírame -me di la vuelta-. Para mi solamente existes tú.

Lo abracé con fuerza al oir que me amaba de ese modo. Nunca antes nadie se había acercado a mi de ese modo, bueno, sí y no. Cuando vivía en Tarragona muchas muchachas se acercaban a mi para que me liase con alguna, pero yo siempre las rechazaba. Eso me creó fama de homosexual, lo cual era cierto, pero mi padre siempre había parado esos rumores diciendo que ya estaba comprometido. Ahora estaba en brazos del hombre al que amaba y las habladurías me daban igual.

-No volveré a estar celoso, te lo prometo.

-No me prometas eso -lo miré confuso-. Los vampiros somos muy celosos de lo que es nuestro. Yo no dejaré que ningún otro vampiro te mire y te protegeré con mi vida si es preciso, y por naturaleza tú harás lo mismo aunque parezca subrealista. Ambos estaremos celosos si algunas personas quieren separarnos, pero siempre nos tendremos el uno al otro.

Aaentí, y decidí creer en sus palabras. Solo le tenía a él y aunque no fuese así me daba igual, estaba bien.