La promesa (parte I)

Hace varios años hice una promesa, de la que siempre me he arrepentido. No quiero romperla, no quiero perderle.

Lo que os voy a contar es algo que muy poca gente cree, algo que se escapa a la imaginación de cualquiera. Lo primero que tenéis que saber es que no soy normal. Sé que os resultará increible, pero soy un vampiro. No, no estoy mintiendo ni estoy loco. Es la verdad, lo juro. Creedme, ojalá fuese mentira. Mi vida sería mucho más fácil de soportar.

Nací en 1643, en un pueblo cercano a lo que ahora es Tarragona. Mi casa estaba cerca del bosque, en la ladera de una pequeña montaña. Un día algo pasó, algo que la gente sigue sin creerse. Un hombre terriblemente guapo apareció en la puerta de mi casa. Mi familia había muerto y yo vivía solo, y aunque normalmente no le habría dejado entrar, tenía pinta de ser rico y me gustó desde el primer momento en el que le vi. Podría decirse que fue una especie de flechazo, algo instantáneo.

Antes que nada debéis saber que soy un hombre de cabello castaño, muy fino, cuerpo delgado, sin llegar a lo excesivo, ojos azules y de estatura media. Sí, a pesar de mi naturaleza mis ojos son azules, pero ya entenderéis más adelante por qué. Aquel hombre no era demasiado diferente a mi, un poco más alto, con el cabello muy largo, hasta más abajo de la cintura, pero liso y fino como un hilo de seda. Sus ojos eran, evidentemente, rojizos, su piel pálida y muy suave, y su sonrisa... tenía la sonrisa más bella y dulce del mundo.

-Buenas noches -tenía una dulce voz aterciopelada y seductora.

-Buenas noches señor -respondí.

-Lamento haber venido a estas horas -era de noche cerrada-, pero me encuentro perdido y no podré volver a casa hasta mañana al anochecer, cuando mi calesa vendrá a buscarme -me miró sonriendo, como si quisiese derretir la frontera que había creado para que no notase que me atraen los hombres, como si quisiese desnudarme, imnotizar mi alma.

-Si quiere puede quedarse. Mi casa no es muy grande, pero puedo ofrecerle mi habitación.

-La aceptaré -sonrió con dulzura-. No quisiera ser descortés, pero no he comido casi nada en todo el día.

-Tome asiento, por favor. En seguida le serviré algo.

¿Que si sabía que era un vampiro? No, en ese momento ni siquiera creía en la existencia de estas criaturas, pero si sentía que tenía algo especial, algo que lo hacía diferente. Solamente su presencia me confundía y me excitaba, y aunque en ese momento no lo sabía, el podía sentirlo.

-¿Puedo preguntarle su nombre?

-Me llamo Sebastian.

Fue la primera vez que oí su nombre, y su sola mención me turbó, como si se tratase de una especie de conjuro. Agité mi cabeza suavemente para intentar alejar de mi esa extraña sensación y saqué de una alacena un poco de pan, queso y vino. Era pobre así que no tenía nada más. No sabía si le iba a gustar, pero lo dejé sobre la mesa y me senté a su lado.

-¿Cómo te llamas?

-Carlos.

En ese momento me sentía confuso, así que no noté su cálido y suave abrazo hasta que apoyó su cabeza en mi pecho. También notaba mi tristeza, pues mi hermano pequeño, la única familia que me quedaba, había muerto recientemente, y yo lloré en sus brazos. Me sentía patético, pues estaba llorando ante un completo desconocido. Pasé cerca de media hora llorando en sus brazos, hasta que ya no me quedaron lágrimas, y entonces me separé de él.

-Yo... lo siento.

-Tranquilo -había bajado la cabeza para no mirarle, pero él me alzó el rostro suavemente-. ¿Quieres que me quede contigo?

-Pero usted también se irá.

-No, me quedaré a tu lado. Te lo juro -se fue acercando a mi-. Sé que te atraigo, sé que te gusto, que te excito y que sientes algo por mi.

-¿Cómo sabe...?

-No hace falta ser muy listo. Cuanto más cerca estoy de ti -sus labios rozaban ya los míos-, más debil te vuelves en mis brazos y más me necesitas.

-Me harás daño.

-No -acarició mi mejilla-. Sería incapaz de soportar ver una sola lágrima tuya.

Y entonces me besó, y yo le abracé y correspondí a su beso, dejando que me quitase la camisa, y sus manos heladas recorrieron mi espalda. No me importó su frialdad, porque sus caricias eran tiernas y suaves.

-Vamos a tu habitación -me susurró al oído-. No conviene que nos vean.

Asentí despacio y le susurré al oído el camino, pues me faltaban fuerzas para levantarme, y él me tomó en brazos y me llevó a la habitación. El simple contacto de su piel me excitaba, me descontrolaba.

-Tranquilo -me susurró delante de la puerta-, pronto te haré sentir mejor que nunca.

Abrió la puerta y me llevó a la cama, dejándome allí tumbado, a merced de la excitación que recorría mi cuerpo. Se notaba a leguas que estaba excitado, pues un grueso bulto había crecido en mi entrepierna, y me dolía. Me miró un momento, acarició mi mejilla y cerró la puerta, como si con eso dijese "ya no hay vuelta atrás". Sin embargo tampoco quería retroceder, deseaba sentir su cuerpo sobre el mío, sus labios sobre mi piel y su miembro dentro de mi.

-Sebastian.

Susurré su nombre y el se acercó a mi, me besó y acabó tumbado sobre mi cuerpo, recorriendo con sus dedos helados mi piel. Me daba igual la temperatura de su piel. Solo le necesitaba. Se separó un momento y empezó a desnudarse despacio, a proposito, y yo me incorporé y me acerqué a él, para besar despacio su cuello y tocar su pene aún por encima de la ropa. También él estaba excitado, también me necesitaba, pero adoraba hacerme esperar, hacerme suplicar. Cuando estubo completamente desnudo tuve miedo, pues tenía la polla más grande que había visto en mi vida, y dí por sentado que me haría daño. Él vio en mis ojos las ganas de escapar, así que me besó y, mientras me abrazaba, me susurró al oído que todo iba a salir bien, que confiase en él.

Me desnudó por completo y lo primero que hizo fue apretar mi polla con las manos heladas, y yo me apoyadé en su pecho y mirándole con los ojos vidriosos por el placer. Gemí con fuerza, pensando que me perdería en las sensaciones de ese momento, y tampoco me importaba. Con gusto me habría dejado llevar por él y por su largo y grueso miembro.

-Tengo... miedo...

-No te preocupes, no te haré daño.

Metió dos dedos en mi trasero y gemí, estremeciéndome de placer, y aunque podía metermela en cualquier momento, decidió deleitarse con mi ano, haciéndome sufrir la espera y provocándome intensos gemidos. Le supliqué hasta tres veces que me penetrase, que me diese duro, pero quería que lo desease más que nada. Cuando lo consiguió me sacó los dedos y me la metió entera, muy despacio, haciéndome gemir cada vez más según entraba. Cuando llegó al final un fuerte gemido se escapó de mis labios. Su pene estaba frío, pero no me importaba, me sentía tan excitado que podía volverme loco en cualquier momento.

-No... te muevas... aún...

-¿Por qué? -jadeó en mi oído.

-Es enorme... y yo nunca...

-Ya veo... eres virgen.

Sí, era cierto, y había tenido que mantener en secreto mis inclinaciones por ser el año que era. La maldita inquisición me mataría si alguien supiese que mi cuerpo respondía solo ante los hombres, a pesar de que cientos de sacerdotes se follaban a cualquier hombre que se acercase a ellos. Sin embargo había valido la pena, porque ahora sentía dentro de mi el miembro del hombre del que me había enamorado nada más verle. Cerré los ojos cuando pude acostumbrarme al grosor de aquel nardo y asentí, haciéndole saber así que ya podía moverse.

Su cintura se movía a una velocidad fuera de todo cuanto me había imaginado, y tan profundo que, cada vez que entraba de golpe, me hacía gemir de infinito placer. Sebastian jadeaba y gemía a partes iguales en mi oído, haciendo que me excitase más, y a la par que movía sus caderas golpeando mi interior una y otra vez, su mano derecha masturbaba mi pene, caliente y duro como una piedra, mientras la izquierda masajeaba mis testículos, aumentando todo el placer que sentía. Ya no podía pensar, solo sentir, a pesar de la frialdad de su cuerpo. Me abracé a él y mis manos se aferraron con fuerza a su espalda, intentando que no se separase de mi.

-Everet -dijo entre gemidos-. Adoro oirte gemir como una zorra.

No supe como sentirme tras esas palabras, y dejé que me tumbase en la cama y siguiese golpeando con fuerza mi interior, arrancándome fuertes gemidos. Sabía dónde tocar y cómo para hacerme perder la cabeza. Gemí su nombre y lo miré suplicante.

-Besame...

No pasaron ni dos segundos antes de que sus labios tocasen los míos, iniciando un apasionado beso en el que esperaba callar mis gemidos, pues no dejaba de moverse. Sentí mi polla a punto de explotar y la suya latiendo en mi interior. Había oído hablar de ambas sensaciones. La primera marcaba el hecho de querer correrse pero contenerse, la segunda el no poder aguantar más.

-Córrete chiquillo -me sentó sobre él, sin dejar de penetrarme-. Déjalo salir.

Me abracé de nuevo a él y obedecí su orden, entre el deseo de hacerlo y lo excitado que me sentía. Sin embargo él seguía moviéndose, y aunque le pedí lo mismo solo me pegó a su cuerpo cuanto pudo y besó mi cuello. Pensé que sería solo eso, pero entonces noté sus dientes atravesando la fina piel de mi cuello, al mismo tiempo que su cálida leche se derramaba dentro de mi culo.

-Suéltame... -susurré asustado.

Sin embargo no lo hizo, y empecé a notarme débil y cansado. Mis brazos ya no tenían fuerza para sostenerse, pero él me abrazó para que no me cayese. Pensé: "¿Entonces es así como voy a morir?". Sin embargo, segundos después, cuando a penas tenía fuerzas para mantener los ojos abiertos, Sebastian agarró una navaja que utilizaba para tallar figuras de madera -algo que siempre me ha encantado-, y se hizo un largo corte en la muñeca, vertical hacia el antebrazo. La sangre corría por su brazo, y a pesar de que casi me había dejado sin sangre, le miré preocupado. Se suponía que debía odiarle por haberme hecho eso, pero no era así.

Puso su muñeca en mi boca y me obligó a beber. No quería hacerlo, pero era superior a mis fuerzas. Era algo tan adictivo que agarré su brazo con las escasas fuerzas que me quedaban para que no se separase de mi, y él me miró sonriendo con ternura. Pronto dejó de sangrar y yo cerré los ojos agotado. Esa fue la peor noche de mi vida, por el dolor que recorría mi cuerpo, y la mejor, por darme cuenta al fin de que podría estar con Sebastian durante mucho tiempo. Entendí que era un vampiro, que me amaba, y que yo le amaba con la misma fuerza.