La Promesa

Le di mi palabra de que haría lo que él quisiera, y siempre cumplo lo que prometo.

Llegaba tarde. Llegaba tarde al examen final. !Dichoso despertador! Casi corría con la mochila a cuestas camino del instituto cuando el ensordecedor sonido de su moto taladró mi cerebro cuando frenó justo a mi lado.

-¿Por qué corres? Ah, ya.... Exámenes finales de segundo -su sonrisa socarrona de siempre- Pues vas a llegar tarde y vas a suspender.

-No, si me llevas tú -no sé cómo esas palabras salieron de mi boca, yo, tan tímida que normalmente hubiera bajado la mirada y hubiera apretado más el paso.

-¿Y qué sacaría yo a cambio de llevarte? ¿Qué puedes ofrecerme? -seguía sonriendo, burlándose de mí, regodeándose.

Entonces le miré a los ojos y se sorprendió por la intensidad de mi mirada al responderle.

-Lo que quieras. Todo lo que tú quieras. Llévame y puedes pedirme lo que quieras.

Su sonrisa cayó de repente y sus ojos azules brillaron cuando se inclinó hacia mí, me cogió el brazo y se acercó tanto que pude respirar el aroma de cuero y tabaco de su cazadora, su aliento.

-¿Todo lo que yo quiera? ¿Estás segura? ¿Sabes lo que estás diciendo?-su voz profunda me rozó el lóbulo de la oreja y sentí como penetraba en lo más profundo de mi mente.

-Sí -volví a mirarle a los ojos-, te doy mi palabra, lo que tú quieras, te lo prometo.

-¿Me lo prometes?

Yo asentí. Sí, era una promesa, y yo siempre cumplo con mi palabra.


Hice el examen a duras penas, con la carne de gallina al recordar su mano en mi brazo, su mirada de hielo y su voz en mi oído, susurrando, insistente... "lo que yo quiera... todo lo que yo quiera... estas segura... todo lo que yo quiera..."

Al salir de clase me estaba esperando fuera, a la entrada, sobre su moto, fumando un cigarrillo con su eterno aire indolente, como al que no le importa nada ni nadie. Pero en este caso yo sabía que no era así, si que le importaba algo. Alguien tenía que cumplir su promesa.

Mi amiga se quedó de piedra cuando la dejé con una frase en la boca y fui hacia él, nos miramos y sin decirnos ni una palabra, me monté en su moto.

La fábrica abandonada estaba en las afueras. Le seguí por el agujero del muro medio derruido hacia el interior del recinto. Se conocía bien el sitio. Llegamos hasta un despacho, donde aún había algunos muebles. Su refugio. Se apoyó sobre una mesa y me miró.

-¿Tienes miedo?

-Sí -no podía mentirle, temblaba como una hoja por lo que podría pasar, por lo que tuviera pensado hacerme.

-¿Has estado así, a solas con algún tío? -se quitó la cazadora de cuero y la dejó sobre la mesa.

Yo negué con la cabeza.

-Apuesto a que ni siquiera te has morreado con un tío nunca -su media sonrisa me helaba la sangre.

Seguí negando con la cabeza, cada vez más nerviosa.

-No tengas miedo. No voy a tocarte ni un pelo. No te voy a hacer nada -susurró acercándose más a mí y yo dejé escapar un involuntario suspiro de alivio que se quedó suspenso en el aire cuando le oí susurrar mas cerca de mi oído-. Eres tú quien me vas a tocar a mí, tú me lo vas a hacer todo a mí. Vas a hacer todo lo que yo te diga, recuerda que me lo prometiste.

Yo seguía con la garganta seca, tragué saliva y asentí con la cabeza.

-Desnúdate. Quiero verte -sacó la lengua imperceptiblemente y se lamio los labios.

Lo hice, me quité la camisa, la falda, me quedé en ropa interior. Él seguía esperando sin decir nada. Me quité entonces el sencillo sujetador y bajé despacio mis braguitas, unas ridiculas braguitas de algodón con un estampado de ositos . Extendió entonces la mano y yo se las dí, intentando cubrir mi sexo y mis pechos como podía. Las olió, aspirando profundamente, sonrió y se las guardó en el bolsillo de la cazadora.

-Ponte las manos sobre las caderas, así, y da una vuelta, que te vea bien.

Lo hice, él me miraba fijamente. Me miraba los pechos, el culo. Me hizo sentarme sobre la mesa y abrir bien las piernas. Yo le obedecía sin rechistar, sin decir ni una palabra, observando extrañada la expresión de su cara.

No pretendía burlarse de mí, de mi cuerpo menudo y mis pechos pequeños. No era eso. Su mirada no era burlona, sino completamente lujuriosa. Y eso me desconcertaba. Yo siempre he sido una chica que suele pasar desapercibida, y en ningún momento pensé que mi cuerpo podría provocar esa reacción en un chico, y menos en un chico como él.

-Ven aquí -se apoyó contra la pared y su voz rasgaba como lija en el papel-. Ya sabes lo que quiero, lo que tienes que hacer.

Me indicó que me arrodillara y lo hice. Su erección era evidente por el bulto en su entrepierna. Despacio, con las manos temblorosas desabroché la hebilla de su pantalón y baje la cremallera. Su "cosa" ya se asomaba por el elástico del slip. Lo bajé también y... y... Dios... me quedé fascinada.

Era la primera vez que veia una... una polla. Hasta la palabra, en mi pensamiento, me daba verguenza. Pero era algo digno de verse. No es que tuviera otro modelo con el que comparar, pero era grande, gruesa, como una columna de punta redondeada, y me pareció algo hermoso, sobre todo por el hecho de que yo hubiera excitado así a un hombre.

La toqué. Estaba caliente. La cogí de la base y subí y bajé la mano, tal y como él me indicaba que hiciera.

-MMmmm. Sí. Ahora chúpamela, preciosa. Dios, que ganas tengo de que me la chupes...

¿Preciosa? ¿Me había llamado preciosa? ¿A mí? Guau. Le pase la lengua suave desde abajo hacia arriba, una y otra vez, luego me entretuve en la punta, que se habia humedecido ya por la pre-eyaculación. Su sabor era extraño, fuerte, salado, excitante. Seguí lamiendo con ganas, como un cachorrito, y él se agitaba y respiraba profundamente.

-Metetela ya en la boca, por el amor de Dios... ¿A qué estás esperando? -gimió casi más suplicando que ordenando.

Y lo hice. Respiré hondo y me la metí en la boca. No sabía muy bien qué hacer y actuaba como por instinto y guiada por sus suspiros, sus gemidos, lamía, apretaba más los labios, iba más rápido, chupandole con ansia. Oirle así, gemir tan excitado hizo que yo me excitara como nunca lo había estado. Mi sexo estaba húmedo de deseo, muy húmedo y ansiaba desesperadamente tocarme y aliviarme mientras le hacía la mamada.

-¡Por diossssssss -casi gritaba- la chupas mejor que una puta! Así, así, joder, no pares, así... Aaaaaaahhhhh

Sus palabras, lejos de incomodarme, me llenaron de cierto orgullo y me instaron a seguir complaciéndole, mi cabeza se movía de arriba a abajo mientras mi mano le sujetaba la polla. Noté como se tensaba y cogía aire. Lo soltó en un suspiro intenso, moviendo sus caderas hacia mi boca y se derramó. El semen cálido saltó hacia mi garganta y me lo tragué de manera instintiva. Todo, me lo tragué todo. Luego me quedé así, arrodillada, con la cabeza baja, mientras él se subía el pantalón y se abrochaba la cremallera. Él también se quedó así un rato. Recuperando el aliento. Yo notaba desde mi posición que le temblaban un poco las piernas.

Yo estaba caliente, muy caliente. Me levanté, me puse mi ropa, excepto las bragas que las tenía él guardadas en el bolsillo de su chaqueta. Le miraba por el rabillo del ojo mientras se ponía la cazadora de cuero y arrancaba la moto, pero él evitaba mirarme a la cara. Monté tras él, mi sexo rozando el sillín, porque no llevaba ropa interior.

Me dejó a unas manzanas de mi casa. Cuando bajé de la moto, él también lo hizo, e iba a decirme algo cuando vió la humedad en el sillín. Entonces no dijo nada. Pasó un dedo despació por el asiento mojado y se lo llevó a la boca, sonriéndome.

Yo tampoco le dije nada. Después de aquello actuábamos ignorándonos, como si no hubiera ocurrido nada. Pero a veces, en el patio del instituto, le sorprendía mirándome. Y él me sorprendía mirándole.

Pero la historia no termina así. El destino quiso que tuvieramos otro encuentro. Otra promesa que habría que cumplir.