La promesa

Entrega de una virginidad y un triángulo candente, narrados por una pareja de afortunados espectadores.

LA PROMESA

Silvia llegó cansada del gimnasio y se disponía a beber la copa que acabara de servirse cuando sonó el teléfono.

¡Hola! ¿Cómo estás?- escuchó que la saludaban con cierta familiaridad del otro lado de la línea.

Bien – contestó con agrado el saludo.

Quería saber de ti y aprovechar, ahora que dispongo de tiempo, para echar una cotorreada… ¿De qué platicamos la vez anterior?

Creo que de la caída del comunismo, la reunificación alemana y concluimos con algunas obras de teatro que me recomendaste no dejara de ir a ver – contestó Silvia, paladeando su copa.

Si, es cierto, hemos abordado un montón de temas y siempre nos ha quedado rollo para rato.

Es que somos muy cotorros – apuntó ella.

Esta vez, para que conozcas otra faceta de mí, te platicaré algo que me parece interesante: voy a relatarte el momento más erótico que he tenido; ya que lo escuches, si te atreves, relátame otra experiencia similar que te haya sucedido. ¿Te parece?

Sin esperar su respuesta afirmativa Silvia comenzó a escuchar el relato:

Por ese entonces vivía yo en la provincia y estudiaba preparatoria. Mi pasatiempo favorito consistía en frecuentar un lugar despoblado, a la orilla de un río, para treparme a los álamos que allí crecían generosos por la abundancia de agua y la riqueza de la tierra, y desde ese punto divisar a la distancia, con mis binoculares, cualquier detalle que me pareciera interesante. Sobre todo me gustaba seguir los objetos que flotaban sobre la corriente. Imaginaba que cada uno era un mundo que fluía libremente hacia lugares desconocidos. Pues, en cierta ocasión que realizaba mis observaciones, distinguí a una pareja que se aproximaba por la vereda que conducía al sitio. Se trataba de una chica, que viajaba en el cuadro de una bicicleta que conducía su acompañante, un chico en plenitud. La edad de ellos era entre dieciséis y dieciocho años. Se detuvieron sobre la vereda por donde venían para internarse entre las hierbas, que los cubrían completamente, hasta llegar bajo la sombra del árbol donde yo me encontraba. Sintiéndose a salvo de miradas indiscretas y sin que advirtieran mi presencia entre el follaje del árbol, se recostaron sobre la hojarasca y comenzaron a besarse apasionadamente. Luego de prodigarse mimos y caricias, el chico le desabotonó la blusa a la chica y le liberó los senos y comenzó a chupárselos con fruición. La chica erguía la espalda y cerraba los ojos, en plena correspondencia, al tiempo que acariciaba la cabeza del muchacho. Enseguida éste se desabrochó el cierre de la bragueta del pantalón y jaló una mano de la chica para que tomara su miembro. Ella aceptó la indicación y jugueteó con el endurecido pene algunos minutos. Ya que habían alcanzado cierto grado de excitación, la chica permitió que el muchacho se colocara encima de ella, simulando que copulaban, pero sin llegar a más pues ella estaba vestida. El chico trataba de bajarle las pantaletas pero ella se resistía.

¡Prometiste que sólo íbamos a acariciarnos por encimita! – reclamó la chica débilmente.

Es que a tu lado pierdo los estribos y olvido mis promesas – se justificó él y agregó – déjame sentirme dentro de ti.

Pero, es que lo tienes muy grande y mi orificio es muy pequeño y a lo mejor no me entra – argumentó ella.

Al menos déjame intentarlo, siquiera un poquito

¡Pero me va a doler! – volvió a insistir ella.

Sólo al principio, después se siente bien bonito

La muchacha titubeó un momento y poniéndole los brazos alrededor del cuello aclaró: - ¿Me prometes que será sólo un poquito?

¡Si, te lo juro! Si deseas puedes ver, mientras lo hacemos, para que me digas donde deba detenerme – exclamo jubiloso, bajándose los pantalones a los tobillos.

La chica recogió su falda para despojarse de la pantaleta y se acomodó para que él se colocara encima de ella, pero antes exigió que su acompañante permaneciera con el torso levantado para poder atisbar su entrepierna y de este modo señalar que tanta penetración podía soportar. El chico colocó su pene a la entrada de la raja y comenzó penetrarla con toda delicadeza. La chica parpadeó momentáneamente y apretó sus labios al sentir la invasión de su bajovientre y ordenó bruscamente.

¡Detente, me estás lastimando!

El muchacho obedeció con prontitud y detuvo la acometida. Así permaneció unos minutos.

¿Verdad que se siente bonito? – preguntó él

¡Si…! – señaló ella, sin despegar la vista del punto de contacto.

¿Quieres que avance un poco más? –

La chica despegó la vista del objetivo un instante para mirar la cara sorprendida del chico, como buscando cierto detalle en su semblante que le hiciera más excitante el encuentro. Al tiempo que jalaba aire por la boca contestó con un débil: - Sí… El muchacho empujó su cadera hacia delante, mientras ella observaba con el rostro sudoroso como el pene iba encajándosele.

¡No sigas! – suplicó la chica, apretando los labios nuevamente.

¿Te duele? – preguntó el chico, al ver la desesperación dibujado en el rostro de ella.

  • ¡Si, pero no lo saques! – contestó ella, supongo que soportando un ardor que se había transformado en un dolor placentero.

Permanecieron inmóviles unos minutos; él con el torso levantado y ella con la mirada afija hacia su pubis para seguir dosificando la penetración.

¿Deseas sentirla más adentro? – volvió a insistir él.

¡Si! – respondió la chica, toda trémula.

¿Más…? – demandó el chico más adelante.

¡Todo de una vez! – indicó ella jadeante, arrimando su cuerpo al del muchacho para el acoplamiento total y soltando un grito que salió de lo más hondo de su ser, que más que una queja era una despedida maravillosa a la monserga de la virginidad. Por demás está decir que al tiempo que los chicos alcanzaban el clímax yo también estaba terminando, pues el espectáculo había sido de lo más excitante.

Cuando Silvia terminó de escuchar el relato sus ojos tenían un brillo especial; su pecho palpitaba aceleradamente y las ventanas de su nariz se dilataban y contraían de un modo sensual. El relato la había calentado y se sentía húmeda.

Ahora cuéntame una experiencia erótica que te sepas o en la que hayas estado involucrada – solicitó la voz del otro lado de la línea.

Silvia titubeó un instante, hubiera querido terminar de una vez aquella locura, pero algo en su interior, como una llama que cubrió su entendimiento, se lo impidió.

¡Ándale, empieza, estoy esperando! – escuchó la voz de su interlocutor, insistiéndole para que se animara.

Ha...hace algunos años, una amiga y yo rentamos un departamento – dichas las primeras palabras se sintió más segura – Nos llevábamos de maravilla y esto se debía a que éramos muy unidas; creo que nos queríamos como hermanas. Pues en cierta ocasión fui a pasar unas vacaciones a la tierra de donde soy originaria; pero como siempre pasa con los que un día llegamos a esta monstruosa ciudad, cuando queremos librarnos un poco de su caos habitual y vamos a una región de provincia, algo nos llama de la gran urbe y dejamos la tranquilidad provinciana para volver cuanto antes a hundirnos entre el tráfico y el humo, que ya necesitamos como si fuera el aire que respiramos. Así que tomé el primer avión y regresé dos días antes de lo previsto. Llegué al aeropuerto por la tarde, abordé un taxi y de inmediato me fui al departamento. Mi compañera no estaba en casa, me desvestí a la carrera y tomé un baño relajante y me tendí en la cama para descansar del trajín del vuelo. No encendí la luz de mi recámara y de inmediato me quedé profundamente dormida.

Me despertaron voces y sonidos de música que venían de la sala. El despertador marcaba las once de la noche. Al momento distinguí las voces de mi compañera, la de su novio y también la del mío. Mi primera intención fue levantarme para hacerles compañía, pero como aún sentía cierto amodorramiento permanecí tendida en la cama, observándolos a través de la rendija de la puerta entreabierta. Según pude apreciar tomaban copas y charlaban animosos. En determinado momento mi compañera sacó a bailar a su novio. Cuando danzaban muy juntitos en el centro de la sala, ella invitó a mi novio para que se les uniera. Este se levantó para integrarse a la pareja, abrazando a mi compañera por la espalda, mientras se novio lo hacía por el frente. Una vez que los tres acoplaron sus pasos a la música, vi con cierta inquietud como ella acercaba lujuriosamente la pelvis a su novio y enseguida pegaba el trasero a mi novio. Luego se volteaba para ofrecerle el frente a mi novio y la espalda al suyo. Era excitante ver como se desarrollaba ese jugueteo. Sin dejar de moverse, ella se despojó de la blusa e indicó a sus acompañantes que se quitaran sus camisas. Siguió el sostén de ella y la camiseta de ellos. Conforme le fue tocando a cada uno tenerla de frente, permitió que le acariciaran los pezones hasta ponérselos erectos. Enseguida deslizó su falda y al instante ellos botaron sus pantalones. Siguieron danzando unos minutos y, sin dejar de mover sus caderas, ella fue bajándose lentamente la pantaleta y los chicos mandaron apuradamente por allá sus trusas. Si fue maravilloso verlos con ropa excitándose de tal forma, ahora desnudos, mientras seguían en ese abrazo endiabladamente erótico, era un verdadero delirio.

Silvia apuró un trago a la bebida para calmar la resequedad de la garganta y prosiguió:

Ella gozaba recreándose en cada uno, ya fuera con su trasero o con su pelvis. Caminaron a un sillón, mi compañera tomó asiento y uno de los chicos se puso a su lado prendiéndose de sus senos, en tanto que el otro se acuclilló a sus pies y hundió el rostro en la entrepierna de ella. Al recibir estímulo por partida doble ella abría la boca y gesticulaba, retorciéndose de placer. Después le pidió a los muchachos que se pusieran de pie y se plantó frente a ellos para estimularlos oralmente. Ya que los tuvo al borde del clímax tomó un vaso lleno de licor para introducir dentro del líquido el pene de cada uno alternadamente. Una vez que empapaba el miembro lo extraía del vaso y lamía con avidez cada gota de licor que se hubiera adherido a la piel. Esto lo hizo hasta que agotó el contenido del vaso. Uno de los chicos tomó asiento en el sillón, la atrajo de la cadera para acomodarla encima de su lanza. Ella fue sentándose lentamente hasta sentirse penetrada y empezó a moverse con energía. Desde su cómodo trono, atrajo al otro chico y acercó su boca para mamarle la parte endurecida que blandía el aire. No me quedo corta si aseguro categóricamente que ese espectáculo era la lujuria en su más pura esencia.

Silvia hizo otra interrupción para darle otro sorbo a la bebida así como para ordenar el hilo de la candente conversación que sostenía.

Pensé que ya habían agotado todos los recursos imaginables que se pueden realizar para alcanzar el grado máximo de excitación, pero aún disponían de otra sorpresa: mi novio se recostó de espaldas en el sillón, con su masculinidad en todo lo alto, y ella se colocó encima de él con las piernas abiertas, clavándose espléndidamente en aquella estaca ; enseguida su novio le acarició el trasero, que estaba maravillosamente expuesto a su vista, y apuntó su erección al centro de la redondez. No podía creer lo que estaba presenciando: mi compañera estaba siendo poseída por los dos chicos al mismo tiempo; uno por detrás y el otro por delante y ella, en medio, gozaba como enloquecida. Yo estaba boquiabierta, sintiéndome más que húmeda empapada.

Este espectáculo tan deliciosamente perverso me ha inquietado desde entonces. No se donde ni con quién pero me he hecho la promesa que un día tendré que hacerlo yo también. Tal vez me arrepienta después, pero el inmenso placer que vi en los rostros de los que vivieron esa experiencia me ha convencido que bien vale la pena intentarlo.

Una vez que concluyó su relato Silvia colgó la bocina del teléfono sintiéndose algo incómoda consigo misma, algo en su interior le indicaba que no había actuado correctamente al permitirse tal liberalidad con esa persona, a la que sólo conocía a través de la línea, pues ni su nombre sabía ni él el de ella, y al que había aceptado una tarde que llamó por primera vez diciéndole que estaba triste y que únicamente deseaba escuchar una voz amiga, para hablar esporádicamente. Sin embargo juzgó que esta vez las cosas habían llegado demasiado lejos y que era preferible cortar por lo sano, por lo que al día siguiente, a temprana hora, iría a la compañía de teléfonos para solicitar que le cambiaran su número telefónico.