La Promesa (3)

Volví a caer en sus redes. Esta vez tuve que prometerle más que sexo oral. Le prometí todo, todo, todo...

No me lo podía creer. Encerrados. Estábamos encerrados en el instituto. Tiré más fuerte de la puerta, pero no. Estaba completamente cerrada. Empecé a ponerme nerviosa, sobretodo al oír sus carcajadas a mi espalda, cuando lo único que yo quería hacer era desaparecer, no volver a verle más, no volver a oírle, no volver a... a... a sentir sus manos, su lengua en mi piel nunca más, nunca más. Me sentía profundamente avergonzada por haberme comportado así, como un... no sé, como un animal, como una gata en celo y ahora encima esto. Estaba a punto de llorar y él seguía riéndose a mi espalda.

Recordé que había un teléfono al fondo del pasillo de la izquierda, y me apresuré a ir hacia allí sin ni siquiera levantar la vista. Cogí el auricular y me quedé con él en la mano y el cordón se balanceaba burlón con los cables saliendo de su extremo. Las risas a mi espalda eran cada vez más fuertes.

Yo tragué saliva y contuve mi nerviosismo para que no me temblara la voz.

-A ti es posible que no te echen de menos en tu casa, pero mis padres se extrañaran de que no vuelva, se preocuparán y empezarán a buscarme. Dentro de poco estarán aquí.

Yo seguía de espaldas a él, sosteniendo aún el inútil auricular del teléfono, cuando su aliento me abrasó la oreja, estaba tan cerca que podía percibir el calor de su cuerpo detrás de mí.

-No me mientas, preciosa -susurró e imaginé su persistente sonrisa irónica-. Los viernes tus padres están en ese estúpido club de baile hasta las tantas de la madrugada, por eso pasas toda la tarde en la biblioteca. A mí no puedes engañarme. Lo sé todo de ti.

Sí, era cierto. Mis padres salían todos los viernes y pensarían confiados que había vuelto a casa al cerrar la biblioteca del instituto, como una buena chica. No iban a extrañar mi ausencia.

-Ven. Sé dónde podemos ir -me dijo.

Estaba empezando a oscurecer y los pasillos estaban tenuemente iluminados por las lucecitas verdes de emergencia. Le seguí pensando que conocía otra salida, yo fui comprobando todas las demás puertas, las laterales y traseras pero estaban bien cerradas. Seguí caminando tras él y entró de nuevo en el gimnasio. Me quedé parada en la puerta. Inmóvil.

-No seas idiota -se burló-. Entra sin miedo. Si quisiera violarte lo habría hecho hace un rato. ¿No crees? ¿O es que tienes miedo a no poder controlar tus impulsos viciosos y lanzarte a comerme la polla como una perrita ansiosa? -se tocó el paquete con un gesto lascivo, yo enrojecí como una grana, bajé la vista y entré en el recinto sin saber muy bien qué hacer.

Entonces las luces se enciendieron y oí unos pasos detrás de mí. Me volví. Era el bedel.

Cuando le iba a hablar, algo en su mirada me dejó desconcertada. Me miró de arriba a abajo sonriendo, sacó la lengua y empezó a agitarla de forma obscena. Me dejó totalmente descompuesta, y luego alarmada cuando entró con paso firme y decidido en el gimnasio. Más helada me quedé cuando, lejos de empezar a pegarse, estos dos chocaron sus palmas en el aire y me miraban con gestos de complicidad, murmurando entre ellos y riendo. El conserje sacó algo del bolsillo y se lo entregó. Luego pasó por mi lado y se detuvo.

-Si te apetece, yo también estoy disponible -y volvió a hacer ese gesto repugnante con la lengua.

No entendía nada. ¿Pero qué estaba pasando? Mientras oía como el conserje se alejaba murmurando, él se acercó a mí, como un depredador a su presa y yo fui reculando asustada hasta dar contra la pared.

-Pobre niñita... -estaba tan cerca que podía respirarle y sus ojos de hielo azul me taladraban-. Tan manejable... Tan manipulable... ¿Pero qué habías pensado? ¿Que iba a dejarme encerrar en un cuarto de baño por un matao como ese? -elevó la mano hacia mi cara y movía sus dedos ante mis ojos-. Yo siempre he manejado los hilos, en ningún momento has tenido "poder" sobre mí, mi dulce y pequeña marioneta.

Su mano se movía por el contorno de mi cuerpo, de mis pechos, de mis muslos, aunque sin llegar a tocarme y yo estaba cada vez más alterada, más nerviosa, más confundida. ¿Me había engañado? ¿Fue todo una farsa?

-Sabía lo que me pedirías que te hiciera -siguió diciendo-, te calé hace tiempo. Por fuera eres una niñita buena, la chiquita tímida y recatada, pero vi el fuego que tienes dentro. Pude percibirlo. Joder, me hiciste la mejor mamada de toda mi vida, y estaba ansioso por saborearte. Mnnnnnn. Tienes el coñito más dulce que he probado nunca. Pero quiero más. Lo quiero todo.

-¿Pero qué te has creído que... -empecé a farfullar, intentando zafarme pero me agarró y me aplastó contra la pared, rozándome toda, restregándose contra mí. Se llevó la mano a la entrepierna. Pensé que iba a sacársela o algo, pero no. Extrajo una cosa del bolsillo y la mostró ante mis ojos. Era un carrete. Un carrete de fotos.

-Mi amigo ha sido tan amable que ha inmortalizado nuestro encuentro. Será estupendo ver las fotos el lunes en el tablón de anuncios de la entrada. El chico malo repetidor comiéndole el conejito a la primera de la clase de segundo.

La sangre se me congeló en el cuerpo. No. No podía hacer eso. No podía hacerme eso. ¿Qué pensarían mis profesores, mis padres, mis compañeros de clase, mis amigas... ? No podría volver a pisar el instituto, ni el barrio, ni el mundo... Tendríamos que mudarnos, no podría a salir a la calle, sería la vergüenza y la risa de todos. Los ojos me brillaban, la barbilla me temblaba y tenía un nudo en la garganta imposible de tragar.

-Hay otra opción. ¿Quieres el carrete? Tómalo. Ahora. Es todo tuyo. Te doy mi palabra que no te lo quitaré y que no habrá más fotos -me lo puso en la mano-. Pero has de hacerme una promesa. Ya sabes cómo funciona este juego. Debes prometerme que esta noche vas a hacer todo, todo lo que yo te diga, no puedes negarte a ninguno de mis deseos, de mis caprichos. No, no me mires así, sé que eres virgen, pero no te preocupes que pronto voy a ayudarte a dejar de serlo -y vuelve a sonreírme con esa media sonrisa irónica, odiosa.

En mi cabeza se mezclaban las emociones. Por una parte sentía alivio de tener el carrete en la mano, por otra parte estaba indignada y furiosa con él, pero sobretodo conmigo misma por haber sido tan tonta. Aún había otra parte, que dominaba ante todas, y era esa que volvía a hacer que mis bragas se humedecieran de nuevo y mi pulso se acelerara deseando que me lo hiciera todo, todo, todo... Deseando que me usara como quisiera, era la excusa perfecta para entregarme completamente a él y así no sentirme culpable. Me mentía a mí misma diciéndome que yo no quería eso, yo no quería, era él quien me obligaba.

Y me dejé. Me desnudó lentamente, sin dejar de acariciarme, de manosearme todo el cuerpo, sus manos grandes y cálidas me tocaban por todas partes, por mis muslos, mis pechos, mis nalgas y yo sentía como si corriera cal viva por mis venas.

-Túmbate en la colchoneta y abre bien las piernas -lo hice mientras se desnudaba también despacio, sin dejar de mirarme.

Su erección era impresionante, o es que a mí me parecía más grande, más gruesa. Estaba muy asustada, teniendo en cuenta que pronto toda esa magnitud la tendría dentro... dentro... dentro... Y pensaba aterrorizada que no, que eso por ese agujerito tan pequeñito seguro que no cabría, no cabría. Imposible.

Le tenía sobre mí, rozando, tentando la entrada de mi vagina con la punta, y de pronto empujó y me penetró con fuerza. El dolor fue lacerante, brutal, me saltaron las lágrimas, dejé de respirar y apreté fuerte los ojos.

-No, no cierres los ojos. Mírame. Quiero que me estés mirando en todo momento, que te quede mi imagen grabada, quiero que veas cómo me haces disfrutar, tan caliente... tan estrechita... Mmmmmm.

Me hacía daño aunque estaba muy mojada, irrumpía dentro de mí como la primera calada de un cigarro, que invade desgarrando todo por dentro, pero a medida que continúan las caladas, insistentes, una y otra vez, el dolor se atenúa, y al final te gusta sentir el humo del tabaco en tu interior, te encanta fumar y te haces adicta.

Y yo ya lo sentía. Sentía crecer mi adicción, mi adicción por él; por su fuerte cuerpo sobre el mío tan menudo; por su polla entrando y saliendo despacio; por esa gotita de sudor que surge en la comisura de sus labios y que deseo que se funda con los míos, deseo que sus jadeos se fusionen con los míos. Mmmmmm. Sí, sí, sí... Mis piernas le envuelven la espalda y mis caderas se mueven hacia él, más rápido, más fuerte. Ay, sí, ay sigue, sí, siiiiiiiiiií.

-Shhhhh -susurra a mi oído-. No te apresures, preciosa... Quiero disfrutarlo despacito y si sigues así vas a hacer que me corra, y no queremos eso. ¿Verdad?

Sus palabras me excitaron mucho más. En ningún momento pensé en que no se había puesto preservativo y que podía dejarme embarazada, eso ni siquiera se me pasó por la imaginación. Sólo podía pensar: Diosssss, no quiere correrse ahí, quiere hacerlo en mi boca, dentro de mi boca...

Solté un quejido involuntario cuando se separó de mí y se levantó. Se limpió con mis bragas blancas de patitos. Algunos patitos se tintaron de un tono rojizo. Luego las guardó en su mochila, sonriendo. Se sentó a mi lado y yo temblaba alterada, toda fuego, cuando su polla llenaba mi boca, su mano me sujetaba la cabeza y guiaba los movimientos hacia arriba, hacia abajo, hacia arriba, hacia abajo... Volvía a ser fascinante sentirla así, palpitando al rozarla con mi lengua, su sabor unido al mío, le chupaba con frenesí, apretando fuerte los labios. No tardó mucho en correrse. Me sujetó fuerte de la trenza y su semen me inundó la boca, escapando algunas gotas porque mi cabeza estaba inclinada hacia abajo.

-Sigue chupando... trágalo todo... Mmmmmm.

Cuando acabé me cogió la cara con ambas manos y me obligó a mirarle de nuevo, respiraba agitado y me llenó de orgullo ver que su cara reflejaba la satisfacción más absoluta.

-Eres... mmmm... eres algo especial -me rozó con el dedo el clítoris y me estremecí-. Y quiero que sigas así, muy excitada, muy excitadita para mí, para que sigamos jugando juntos. Aún no hemos terminado, pequeña. Lo que hemos hecho hasta ahora sólo han sido preliminares. Nos queda lo mejor.

¿Pre..preliminares? Si se lo había dado todo. ¿Qué más quería? ¿Sería probar diferentes posturas? Me imaginaba montándole, cabalgándole, o haciéndolo de pie contra la pared y volvía de nuevo a estremecerme del gozo anticipado, pero no era eso lo que él tenía en mente.

Me llevó hacia el potro de la mano, por el otro lado de la plataforma de salto y me dijo que me pusiera con las manos apoyadas en la banqueta, que no me moviera, que no dijera nada y que no me diera la vuelta. Se arrodilló detrás de mí y empezó a tocarme el culo. Me besaba y lamía mis nalgas, las mordía suavemente, las abría y cerraba con las manos, dando de vez en cuando pellizcos y palmadas. Yo seguía sin moverme, dejándole hacer. Su lengua, sus besos ardientes en mi culo, incluso sus mordiscos y palmadas me excitaban mucho. Luego le oí ir a por algo a su mochila y volver, mientras yo me extrañaba de que le gustara tocarme ahí, porque mi trasero era pequeñito, nada extraordinario.

Abrió mis nalgas y sentí algo fresco y untuoso que me resbalaba hacia el ano. Y su dedo. Acariciando, tentando, haciendo círculos, apretando, metiéndolo, metiéndolo... Di un respingo y quise protestar, pero recordé mi promesa, y me mordí los labios.

-Tienes un culito divino... -su aliento caliente al hablar cosquilleaba en mis nalgas-. Tan redondito, pequeño pero perfecto. Y tu agujerito es precioso... No te pongas nerviosa, no estés tensa, déjate llevar y te juro que disfrutarás con esto tanto como yo.

Yo estaba incómoda, confusa y muy violenta, con su dedo entrando y saliendo continuamente. Aplicaba más crema, volvía a meterlo y lo agitaba por dentro o le daba vueltas hacia un lado y al otro. Luego siguió a dos manos. Un dedo de una mano y lo sacaba, metía otro de la otra mano y lo sacaba. Estuvo así mucho tiempo, mucho. Cuando metió dos dedos me quejé un poco, pero aguanté, aunque sentía el ano muy tirante, pero la sensación no era de dolor, el tener sus dedos ahí me llenaba de rubor y de vergüenza más que nada.

-MMmmmmmmmm... Te has portado tan bien que tengo un regalo para ti -fue hacia la mochila y sacó un collar de cuentas de tamaño de canicas.

Yo pensé que vaya horterada de collar, pero es que no imaginaba que no era para el cuello precisamente.

-Ven a la colchoneta, que te voy a poner el regalo mientras me chupas la polla un rato.

Se tumbó y me indicó sonriendo que me pusiera al revés, dándole la espalda, o mejor dicho, dándole el culo, pero que no empezara a chupar hasta que no me lo dijera. Entonces volví a sentir la opresión en el ano. ¡Me estaba metiendo las bolas del collar! Una a una las fue introduciendo con cuidado, muy despacio. Luego me dijo que cada vez que me metiera su polla en la boca, sacaría una bola. Yo estaba ante su polla rígida, tan... tan bonita... y brillante... y me la metí en la boca entera, y cuando subí la cabeza, un tironcito y una bola que salía, aaaaahhh, y otra vez, volvía a bajar la cabeza lamiendo y, aaaaaaah, otra bolita... Mmmmmm, mamada, bolita, mamada, bolita... Y eso si que me excitó hasta llevarme al límite. Deseaba más, deseaba más... Necesitaba desesperadamente aliviarme, necesitaba tocarme o que me tocara, cuando se acabaron las bolitas. Oooooh, nooooo...

Me sobresaltó cuando me llevó en volandas hacia la colchoneta que había frente al espejo y me dijo que me pusiera a gatas. Le veía desde el espejo, llenarse de lubricante la polla, sentía ya la punta tentando, me agarró fuertemente de las cadera y me penetró despacio, poco a poco. Yo estaba muy tensa y eso me ardía horrores a medida que iba entrando. Entonces se paró, dentro de mí, ardiente, y empezó a acariciarme los pezones.

-Ahora relájate... Vamos, preciosa... Relájate, siénteme. Voy a esperar a que te acostumbres a mí, a tenerme dentro, porque quiero que disfutes tanto como lo estoy haciendo yo.

Levanté un poco la cabeza y miré hacia el espejo. La imagen me sorprendió. No me pareció grotesca ni obscena. Su expresión de placer arrebatado se me clavó en el alma, tanto como sus palabras en mi mente, tanto como su polla se clavaba cada vez más dentro.

Se movía muy despacio, cogido a mis caderas, se inclinaba a acariciar mis pechos y la hundía un poco más, quemándome como brasa incandescente, empujándome hacia atrás para encajarse más adentro.

-Ahora quiero que te toques, tócate y siénteme, porque ahora voy a empezar en serio.

Y el dolor deja paso al placer más salvaje. Me embiste con fuerza, con ímpetu constante, a cada arremetida le oigo jadear y yo no puedo evitar que mis gemidos sean cada vez más agudos. Era PLACER, con mayúsculas, en estado puro. No paraba, no quería que parara, cada vez más fuerte, más rápido, chocando nuestra carne al ritmo de nuestros gemidos. Pensé que moriría del placer al alcanzar el orgasmo de lo intenso y duradero que fue. Todo mi cuerpo se agitaba sin control, tembloroso, cuando se corrió casi aullando, y ambos caímos sobre la colchoneta, sudorosos, cansados, su corazón latiendo sobre mi espalda, su semen fluyendo cálido y yo ronroneando como una gata satisfecha.

Hay promesas que da gusto cumplir.

Ya habíamos oído un coche en la entrada y estábamos vestidos, esperando que nos abrieran cuando me dijo, con esa voz rasgada que me volvía loca.

-He sido el primero al que has hecho una mamada, el primero que te ha tocado, que te ha comido el coño, te he desvirgado, el primero que te follado, por todas partes. También tengo que ser el primero en esto.

Y me besó. Con fuerza. Hundiendo su lengua dentro de mi boca, separándose de mí instantes antes de que la puerta se abriera, mirándome sorprendido con sus ojos de cielo azul, porque en su mano volvía a estar el carrete de fotos.


Han pasado más de quince años desde entonces. Ya no soy una cría de 16 años. Tengo mi vida, mi negocio propio, mi familia... He conocido otros hombres, buenos amantes, pero nadie como él. No le he olvidado, no puedo olvidarle. Y es que cada cierto tiempo llega a mi poder un sobre con un pequeño carrete de fotos en su interior, con una nota indicando un lugar, una hora.

Entonces voy a su encuentro, cumpliendo mi palabra, y sé que tengo la promesa de que volverá a hacerme sentir el PLACER. Infinito. Con mayúsculas. Es una Promesa. Nuestra Promesa.