La profesora de primaria

Primeros días de colegio acompañando a mi niña a su nuevo colegio. Días de adaptación en el aula los dos.

Lucia tiene ya tres años, y aunque en España es corriente que los niños vayan al colegio antes de esa edad, mi mujer y yo decidimos intentar prolongar el mayor tiempo posible su estancia en casa con nosotros y dilatar su entrada en el colegio, sin embargo, por motivos laborales ya no podíamos compaginar el trabajo con pasar tanto tiempo con ella y por lo tanto, decidimos inscribirla en el colegio.

Estuvimos varias semanas visitando los distintos colegios cercanos a nuestra residencia en Madrid, al final acordamos que fuese a un centro privado gestionado por una congregación religiosa pero con cuerpo docente laico, por su puesto, bilingüe. Tras rellenar toda la documentación y formalizar la matrícula pedí a la asesora que los primeros días me dejase acompañar dentro del aula a mi hija, ya que nunca se había separado de nosotros y no queríamos que pasara ese trance sola. Tras meditarlo mucho y advirtiéndonos que quedaba fuera de las normas del centro accedieron, por lo que la primera semana podría estar con Lucia.

La mañana amaneció soleada y calurosa, algo corriente en Septiembre en la capital española, creo que estabamos más nerviosos mi mujer y yo que la niña, que se veía preciosa con su uniforme, camisa blanca y falda de tablas escocesa verde. Yo, suponiendo que tendría que estar moviéndome con ella por la clase, opte por unos pantalones de lino beige y una camisa blanca también de lino y cogiendo la mano de mi princesa fuimos al colegio.

Llegamos unos diez minutos despues de que las puertas del colegio se cerrasen y todos los alumnos estuvieran en sus clases, así podrían “colarme” dentro del recinto con más tranquilidad. Llegamos al aula de Infantil acompañados de la orientadora quien con un leve golpecito en la ventana de la puerta logró llamar la atención de la profesora para que viniese a recibirnos. Según miré por la citada ventana, vi acercarse a una estilizada mujer rubia de unos 39 años, llamaba la atención su fibroso cuerpo acompañado de su flamante sonrisa que sin duda me serenó en aquellos primeros instante de incertidumbre.

  • Buenos días Sonia - saludó la asesora - estos son Lucia y su papá Diego que van a formar parte de nuestra gran familia. Como te comenté, es la primera vez que Lucía va a un centro y nos gustaría que tuviese una integración tranquila.

Inmediatamente y casi sin mirarme, Sonia, la profesora, se puso de cuclillas para cogerle la cara a Lucia y decirle con la mayor de las dulzuras.

  • Hola Lucia, qué guapa estás!! Me encanta la trencita que llevas en el pelo, ¿me harás una a mi? - en cuestion de segundos se ganó la confianza de la niña, y con ello, la mía.

  • Diego nos ha pedido - prosiguió la orientadora - pasar los primeros días en el aula para que la niña no se sienta tan sola.

  • Prometo no molestar - incidí mientras alargaba la mano para saludarle - me pondré en una esquina sin hacer ruido.

  • Buenos días Diego, encantada - decía mientras apretaba mi mano y me permitía apreciar la finura de su piel - me parece muy bien el plan y seguro que al final te animas a participar.

Soy un hombre acostumbrado a trabajar con mujeres alrededor, soy director de una oficina bancaria, pero debo confesar que nunca había visto que una persona con dos frases consiguiera mi plena confianza y mucho menos en algo tan importante coml el bienestar de mi hija.

Entramos en el aula dejando atrás a la orientadora que se marchaba con paso astío por el pasillo mientras Sonia presentaba a Lucía en sociedad y yo me retiraba a un lado de la habitación. La mañana transcurrió con mucha normalidad, la niña de vez en cuando venía a mis brazos entre sollozos casi a punto de llorar, pero al final conseguía recomponerse y volver con el resto de niños.

  • Diego, ¿qué te parece si te sientas aquí cerca de Lucía? - me preguntaba Sonia señalando una diminuta silla.

Accedí de inmediato y rápidamente me senté, me sentía un poco ridiculo en aquella silla, pero todo por mi niña. Sonia iba y venia por todo el aula atendiendo a los doce niños del aula, pero confieso que con Lucía estaba teniendo una dedicación muy sentida. Yo estaba encantado con mi hija, con sus compañeros y con la profesora, que a parte de ser un cielo con los niños, cada vez me parecía más atractiva, y es que mientras ella se movía con todos los niños, yo no paraba de escudriñar cada uno de sus movimientos disfrutando de todo su esplendor. Como he dicho, es una mujer de unos 39 años, con media melena rubia algo ondulada, ojos azules, con un cuerpo muy trabajado. Pecho pequeño y un trasero redondito y muy prieto, además, vestía con unos pantalones muy ajustados por lo que se le apreciaban unas piernas contorneadas que me estaban hipnotizando, algo que creo, se percató en alguna ocasión.

  • Bueno Diego, ya acaba el día, ¿qué te ha parecido? Pregunto mientras se apoyaba en mi hombro.

  • Pues debo confesarte que estoy encantado Sonia - contesté mientras iba levantando la mirada desde sus pies hasta sus ojos.

  • Entonces, mañana ¿nos vemos otra vez?

  • Sí sí, aquí me tendrás.

Al día siguiente volvimos a ir juntos al colegio, Lucía estaba encantada y yo más de verla feliz, así que tras los diez minutos tras el cierre de las puertas del colegio, entramos otra vez a urtadillas y está vez, ya sin orientadora, fuimos directos al aula. Tras el cristal, pude ver en el aula a Sonia, esta vez vestía con una falda blanca de media pierna con bastante vuelo y un polo rosa palo ajustado. Sin necesidad de picar la puerta ya se percató de nuestra presencia y vino dando saltitos hasta la puerta.

  • Buenos días chicos!! ¿qué tal estáis en esta mañana tan calurosa? - preguntó mientras se ahuecaba el cuello del polo.

  • Buenos días Sonia, encantados de volver  verte - y yo más, pensé para mis adentros.

Nos cogió de la mano y entramos en la clase, a mi me sentó de nuevo en una de las sillitas y ella colocándose a mi lado en pie comenzó a explicar a los niños la siguiente actividad. La tenía pegada a mí, podía notar el calor que desprendían sus piernas a escasos centímetros de mi mano, que tuve que retener antes de que saltase a acariciarlas, y es que una de mis perdiciones son las piernas de las mujeres. Quedé tan prendido del color de su piel, y también del olor que desprendía aquella fina piel que no me di cuenta que hacía unos segundos que ella había dejado de hablar y los niños estaban ya pintando en sus papeles, con lo que me habia quedado como un tont mirándo las piernas de Sonia, algo que ella me hizo notar con una ligera sonrisa que me despertó de mi ensueño.

Desde aquel momento no podía quitar la mirada de Sonia, cada vez que se movía la observaba esperando ver algo más que todo lo que ya mostraba aquella falda. Se sentaba y levantaba con suma facilidad, propio de una mujer acostumbrada al ejercicio, también se ponía de cuclillas para hablar con los niños, instantes que intentaba aprovechar para mirarla intentando ver sus braguitas. Entre el calor y aquella imponente mujer, no pude evitar sentir una pequeña erección bajo mis pantalones que disimulaba cruzando las piernas pero que no impidió que la profe se alertase de que algo estaba sucediendo, ya que un hombre de 1,82 sentado en una minúscula silla cruzando las piernas era cuando menos sospechoso.

Se acercó a mí con una ligera sonrisa, mordiendo el labio inferior se agachó en nuestra mesa para hablar con Lucía.

  • Qué bonito dibujo Lucía - comentaba mientras se interesaba por la actividad de la niña - estas pintando con mucha delicadeza - prosiguió mientras se acomodaba la falda para poder ponerse de rodillas entre Lucía y yo. - ¿Ves papá? - continuó mientras giraba la cabeza hacia mi acompañado de su mano sobre mi pierna.

  • Es muy bonito sí - balbuceé mostrando mi nerviosismo de tenerla tan cerca de mi incipiente ereccion.

  • Ufff qué calor hace hoy chicos - espetó mientras me señalaba una gota de sudor que recorría su cuello.

No podía contenerme más, aquella situación me estaba calentando sobremanera y no sabía qué hacer ya. Empecé a notar que mi poya comenzaba a lubricar en exceso y pronto traspasaría los finos calzoncillos y el ligero pantalon que llevaba. Además, comencé a notar el peculiar olor que desprende mi zona genital cuando se calienta y sospechaba que ella también lo estaba notando.

  • La verdad es que sí que hace mucho calor - contesté secándome el sudor de mi frente - ya no sé ni cómo ponerme

  • No pasa nada papi, estate tranquilo - añadió ella dándome un repaso a todo mi cuerpo.

¿ Se habria dado cuenta de la calentura que llevaba encima? segun pasaban los minutos me costaba más retener la ereccion bajo mis pantalones y en un torpe movimiento de recolocarme la poya fui cazado por una pícara y penetrante mirada de Sonia.

Se acercó de nuevo a mí, colocando si mano en mi hombro se agachó para susurrarme al oído:

  • Vaya vaya, parece que estás algo nervioso papi - con una cadencia en su última palabra acompañada de un pequeño roce de su lengua en en mi oreja..

  • Perdona Sonia - me excusé avergonzado - no pretendía ofenderte. El calor y no sé qué más...lo siento. - y levantandome salí por  la puerta en busca de un cuarto de baño.

Me apresuré a entrar al aseo, rápidamente entré en uno de los excusados y desabroché mi pantalón dejando mi poya en libertad que saltó como un resorte escupiendo cristalino y gelatinoso líquido precum. La cabeza latía sin parar y mi mano no pudo evitar comenzar a masajearla con pequeños movimientos arriba y abajo, que con tanta lubricación corría con facilidad y con un ligero sonido cada vez que el prepucio dejaba asomar todo el glande. Estuve así por unos segundos, completamente centrado en aquella maravillosa y prohibida paja que no advertí el sonido de la puerta al abrirse y cerrarse. Lo que sí noté fue un pequeño rasgueo de unas uñas en la puerta del excusado.

  • ¿Papi de Lucía? - preguntó la inesperada visita - ¿Estás bien?

  • ehhhh...ummmm... perdona Sonia - balbuceé

  • Diego, si estás mal lo mejor es que te ayude - sentenció mientras abría la puerta con la llave de seguridad - ademas, si estás así - continuó - espero algo tener que ver.

  • Y tanto tienes algo que ver profe - le contesté mostrando mi poya  en plenitud..

Se acercó, y con la mano por delante la agarró con suavidad mientras volvía a cerrar la puerta, coenzó a bombearla mientras me miraba fijamente a los ojos y se mordía el labio inferior. Su mano pronto quedó empapada de mi lubricación que parecía disfrutar sentir entre sus dedos. Movía la mano arriba y abajo estremeciendo todo mi cuerpo, - dejate ayudar papi - decía juguetona sabedora del control qié tenía sobre mí en aquel momento.

No podía contenerme más, le rogaba en susurros que parase, pero mi miembro le decía lo contrario y ella lo sabía.

  • Ultima oportunidad Sonia, para o sino...

  • O sino qué? - me interrumpió descarada

  • O sino... - le quite la mano con fuerza y le agarré del cuello con firmeza para romperle la boca con la dureza de mi estaca, por un segundo parecía resistirse, hasta que la proximidad de mi glande a su boca la embriagó de tal manera que la introdujo en su boca una y otra vez. Su lengua dibujaba círculos sobre mi cabeza mientras su saliva  se mezclaba con mi lubricación, formando un denso y transparente fluido que caía sobre su polo, que tuvo que desprenderse para no mancharse, mostrando su diminuto pero firme pecho que me enloquecía.

Ver aquel sujetador de algodón blanco  de talla 85 me recordó a las jovencitas que me follaba de estudiante y sacó lo más animal de mi. Agarrándola del pelo la sometía a  mi ritmo y fuerza follandole la boca sin compasión. Aquella paja que venía a hacerme a escondidas se estába convirtiendo en la follada que necesitaba tras tantos meses sin sexo con mi mujer. Las embestidas comenzaron a provocarle arcadas que lejos de frenarme me calentaban más, ella parecía pedir más tranquilidad y con sus manos sobre mis muslos pretendía frenarme, pero aquello me ponía aún más no y más fuerte se la metía en lo más profundo de su garganta.

Mis manos dejaron de forzar su cabeza y ella sola asumió su sumisión, así que quedé libre para manosear aquel pecho con Libertad. Le desprendí del sujetador, sus rosados pezones estaban duros como mi poya así que los presenté a ambos con unas buenas sacudidas de mi miembro sobre ellos. Sonia aprovechó a componerse un poco, pero sus jadeos me habilitaban a domarla, la puse en pie con el pecho contra Una de las paredes de separación del excusado y aplastando su cabeza contra la vertical, la otra mano deslizó sus bragas a un lado para poder metérsela.

La puntita rozaba su conejito, y notaba su lubricación, casi tan cuantiosa como la mía, pero yo además, bañado en toda su saliva, penetré la puntita y acercándome a su oído le dije: “aquí tienes lo que buscabas” y con firmeza se la metí hasta el fondo notando el tope de su vagina. La empujaba  una y otra vez jadeando sobre su cuello y ella sobre la pared, manchada ya con su maquillaje, su sudor, su saliva, la restregaba mientras la follaba, ella callada solo abría la boca para jadear y gemir.

Tras unas sacudidas más, la paralicé por completo para correrme sobre su trasero y limpiarme toda mi poya entre sus dos firmes glúteos. Después, me recompuse mi pantalones, me aseé un poco, y dejándola en el excusaso, reventada y con mi olor por todo su cuerpo, me fui al aula en busca de Lucía para volver a casa.