La profesora de Oxford

De como conocí a una chica con un gran potencial en la cama.

Durante una época de mi vida estuve viviendo una larga temporada en el Reino Unido. De todas mis vivencias allí acaecidas hay una en especial que merece ser contada ya que guardo el más grato recuerdo de ella sobre todas las demás.

Vivir en la City de Londres es como vivir en el centro del mundo financiero occidental, un lugar solo comparable a la ciudad de Nueva York. Fue nuevamente por causas laborales por lo que tuve que desplazarme allí durante tres meses. No os voy a mentir, fue más un viaje de ocio que de trabajo, ya que allí tenía viviendo a varios de mis amigos de España, con lo que mi estancia fue de lo más placentera y hogareña, ya que era como estar en casa pero con distinto idioma y clima.

Uno de mis mejores amigos no residía en Londres sino que lo hacía en la ciudad de Oxford. Generalmente era él el que casi todos los fines se venía de fiesta a la City pero eso no quitaba que muy de vez en cuando fuera a hacerle una visita a tan histórica y colegiada ciudad. Normalmente cuando lo hacía me solía quedar a dormir en su casa en un sofá cama en el salón, ya que era una casa alquilada compartida con estudiantes holandeses y no había habitaciones libres para mí.

Pasábamos las noches en los pubs tradicionales de Oxford viviendo del espíritu universitario que se respira en toda la ciudad. Y fue una noche de viernes cuando jugando una partida al billar me presentó a una amiga suya española que daba clases de castellano en la universidad de Oxford. Su nombre era Maite, y llevaba ya tanto tiempo viviendo en Inglaterra que empezaba a tener acento de guiri y a confundir palabras en castellano e inglés. Físicamente no era gran cosa, bajita, morena con el pelo rizado, ancha de caderas, con un pecho normalito, pero su gran simpatía, que estuviera siempre riéndose y haciendo bromas, y sobre todo sus grandes ojos azules hacían que todo lo demás no importara. Enseguida congeniamos, ya que compartíamos la misma afición por las motos y el gusto por las pintas de cerveza inglesa. Durante toda la noche y hasta que nos echaron del pub porque cerraban estuvimos hablando y gastándonos bromas el uno al otro.

Como era temprano (para los cánones españoles) decidimos en la puerta del pub continuar la fiesta en casa de alguien. Como casi todos vivían alquilados y no podían molestar a sus compañeros de piso Maite ofreció su casa ya que ella vivía sola al ser la casa suya propia. Mi amigo, una pareja que trabajaba en Oxford y otro chico que vivía conmigo en la City decidieron ir a recoger en coche a casa de la pareja la bebida que hiciera falta, mientras tanto Maite y yo iríamos preparando el salón de su casa. Para desplazarnos Maite me lanzó un casco para montar con ella en su moto, que tenía aparcada a la puerta del pub.

¿Quieres que la lleve yo? – le pregunté - ¿estas en condiciones de conducir?

No he bebido tanto, - me contestó – además mi moto solo la conduzco yo.

Y sin venir a cuento me besó en los labios brevemente. Sonriendo se puso el casco y se montó esperando que yo la imitara. Maite era una chica de armas tomar y ello me gustaba. Volando cruzamos toda la ciudad buscando su casa, tratando de no cruzarnos con un coche de la policía para no tener problemas por si nos hacían parar. Yo me agarraba a ella notando el calor de su cuerpo en aquella fría noche de invierno. Cuando llegamos el resto de la gente no había llegado aun, así que me enseño su casa y como estaba tratando de arreglarla y decorarla. Finalizamos la visita en la cocina y tras beber un vaso de agua volvió a asaltarme para besarme apasionadamente y hacer que nuestras lenguas se entrecruzaran con avidez. Solo la llegada del coche con el resto de la gente hizo que tuviéramos que interrumpir nuestro momento íntimo tratando de recomponer la compostura cuando atravesaron la puerta.

Durante el resto de la noche Maite y yo cruzábamos nuestras miradas con complicidad como si deseáramos que no hubiera nadie más en la estancia. Sus inmensos ojos azules reflejaban su deseo cosa que incrementaba mi atracción sexual por ella. Solo cuando me levanté para ir a la cocina a por más hielo y ella me acompañó como si nada, pudimos volver a besarnos fugazmente. Pero esta vez mi amigo irrumpió en la cocina buscando más limón y nos pilló en plena faena. Con "ups, lo siento" se marchó tal y como había venido por el pasillo no sin antes decirnos "os dejo solos pillines".

Cuando se acabó la bebida y nos habíamos fumado todo lo imaginable, la pareja anunció que se marchaba a descansar con lo que el chico que había venido conmigo tendría que irse con ellos. Maite anunció que iba a ver una película por lo que quien quisiera podía quedarse a verla y había camas de sobra para quedarse a dormir. Ellos rechazaron su oferta y mi amigo también declinó por lo que todos decidieron partir en pos de un merecido descanso. Ni que decir tiene que yo sí me había apuntado a ver la película que fuera, aunque se tratara de la mayor obra de arte del expresionismo de la subcultura danesa, no tenía ninguna intención de alejarme de Maite después de las buenas migas que habíamos hecho y de las ganas que tenía de estar junto a ella. Mi amigo antes de marcharse no dudó en guiñarme un ojo y susurrarme que no me esperaba para dormir, por lo que no podría entrar en su casa y tendría que pasar la gélida noche allí.

Despejando el suelo del salón nos acomodamos sobre la moqueta con un par de cojines listos para la sesión de cine, pero no pasaron ni cinco minutos de película cuando ya estábamos revolcándonos por el suelo a labio partido. Fue idea suya la de irnos a su cama para estar más cómodos. Mientras yo iba al baño ella aprovechó para ponerse el pijama y meterse bajo el edredón. Aunque la calefacción de la casa estaba puesta al máximo hacía un frío de mi l horrores, luego me enteré de que era le peor ola de frío de la década y llegamos a estar a -17º.

No tengo pijama como tú. – bromeé cuando entré en la habitación.

Pues tendrás que dormir desnudo. – dijo entre risas.

Maite no dudó en aplaudir y silbar entre risas cuando me despojé de toda mi ropa como si de un strip-tease particular se tratara. Con un "esta me la pagas" me metí debajo de las sábanas con ella y comencé a hacerle cosquillas. Sin saberlo había dado con su punto débil ya que a los pocos segundos me pidió por favor que parara y que se portaría como una niña buena.

Comenzamos a besarnos apasionadamente revolcándonos por toda la cama. Mis manos se perdían por todo su cuerpo tratando de palpar esas curvas que me habían atraído en la partida de billar. Sus generosos senos, su prieto culo, todo era de mi agrado. Yo mismo la ayudé a despojarse de la parte de arriba de su pijama y enseguida ella continuo con la inferior quedando a mi merced con un diminuto tanga negro de hilo. Ni siquiera me propuse lo que pasó a continuación pero cuando ocurrió me quedé incluso perplejo.

Con mi mano toqué su cabeza para que se reclinara sobre la almohada y delicadamente apoyé mis dedos sobre sus ojos para que cerrara los párpados. Rozándola suavemente con la yema de mi dedo corazón fui recorriendo su frente, sus ojos, sus pómulos, sus labios, toda la geografía de su cara. Luego muy despacio seguí haciendo lo mismo por su cuello, sus lóbulos, sus clavículas y el canalillo de su pecho. Cuando toqué sus senos procuré ni siquiera rozar sus pezones, ella movía su cuerpo tratando de hacer que así fuera, pero yo me resistía. Podía notar como sus tetas se iban endureciendo a mi contacto y que sus pezones, sin ser tocados, se pusieron erectos al instante. Continué mi recorrido por la orografía de su cuerpo bajando por su vientre, jugando con su ombligo y pasando de largo de su pubis. Maite estaba muy excitada, lo sentía en su respiración y en como se estremecía cuando mi dedo rozaba su cuerpo. La piel de sus piernas se puso erizada cuando toqué sus muslos y poco a poco fue abriéndolas invitándome a que explorara lo más íntimo de su ser. Pero no quise hacerlo. Seguí pasando mi dedo por el interior de sus muslos y por su pubis, cubierto por el tanga, pero me negué a tocar su sexo. Maite me pedía por favor que continuara, pero yo le contesté que no se impacientara. Volviendo a subir con mi dedo por todo su cuerpo esta vez si me digné a tocar sus pezones, algo que provocó en ella suspiros de satisfacción que ahogaba mordiéndose los labios. Luego finalicé donde había comenzado.

Entonces repetí todo el proceso pero esta vez con mis labios. Con cuidado rozaba su cara, su cuello, sus pechos, su vientre, sus labios y sus muslos, pero me cuidaba de no tocar sus pezones o su conejito. Maite comenzó a tener convulsiones provocadas por el placer que la consumía. Cuando mis labios tocaron al fin sus senos y comenzaron a lamer sus pequeños pezones mis manos se perdían por su espalda y su lindo trasero. Gimiendo desesperadamente buscaba mi contacto con su entrepierna y sin yo darme cuenta me agarró fuerte contra ella para exhalar un último suspiro propio del terrible orgasmo que acababa de tener. Sin llegar a tocar su coñito Maite se había corrido salvajemente y me abrazaba presa de estertores y gozo sin límites. Aun sigo sin poder creerme lo que hice aquella noche y eso que lo mejor estaba por llegar.

Malo, eres malo. – me dijo al oído jadeando.

Sin dirigirle la palabra hice que se diera la vuelta y sentándome a horcajadas sobre sus piernas comencé a darle un buen masaje por el cuello y toda la espalda. No esperaba algo así, por lo que se relajó y se dejó hacer. Con experta habilidad mis manos relajaron todos sus músculos y juguetearon con los mofletes de su trasero aprovechando que no había nada que los cubriera. Luego pase la punta de mi lengua por toda su espalda y cuando llegué a su trasero, sin que yo le dijera nada, se dio media vuelta para que siguiera haciendo lo mismo por delante. Amablemente besé su pequeño tanga negro absorbiendo los olores que emanaban de los fluidos de su sexo. Mis labios mordisquearon la tela y cuando lo separé aun lado me sorprendió tener ante mí un pubis inmaculado sin un solo pelo. Lo toqué incrédulo y comprobé que estaba totalmente afeitado, pero no solo rasurado, aquello era obra de un profesional, estaba fotodepilado para que no volviera a crecer. Era casi tan suave como el resto de su piel y me animó más aun a seguir con mi labor. Mis labios besaron su vulva, chupando sus jugos y buscando su clítoris con mi lengua. Cuando mi lengua se posó sobre él un calambre recorrió todo el cuerpo de Maite haciendo que su espalda se curvara y dando un pequeño alarido de placer. Cada vez que jugaba con su pequeño botón con mi lengua ella no se cortaba en demostrar su placer por medio de pequeños grititos y gemidos. Del interior de su vagina salían mil fluidos que inundaban mi boca y otra vez sin darme cuenta volvió a correrse gritando por la llegada de un nuevo orgasmo.

Sin dejar que me moviera se sacó el pequeño tanga y volvió colocar mi cabeza entre sus muslos para que continuara con mi labor. Puso sus piernas sobre mis hombros y comenzó a pellizcarse los pezones excitándose ella misma. Esta vez no dudé en introducir uno de mis dedos en su vagina a la vez que mi lengua recorría sus labios inferiores y lamía su clítoris una y otra vez. Con diligencia mi dedo entraba y salía de su coñito una y otra vez. No tardó en volverse a correr sobre mi cara y tener un nuevo orgasmo. Cuando levanté mi cara Maite aprovechó para colar su mano en su entrepierna y comenzar a frotar su vulva con la palma de su mano rápidamente. Luego cogió mi mano y me obligó a volver a penetrarla de nuevo con mis dedos, esta vez con dos y luego tres, mientras ella continuaba frotándose duramente el clítoris. Un nuevo orgasmo entre jadeos y gritos de placer me descubrió la justa realidad: Tenía ante mí a una chica multiorgásmica, la joya de la corona, la leyenda urbana hecha realidad.

Métemela por favor. – me pidió con voz entrecortada.

Tanta excitación había hecho que mi verga estuviera tan dura como un palo. Me dijo que no hacía falta que tomara precauciones ya que ella tomaba la píldora, así que sin más dilación me tumbe sobre ella y la introduje en aquel húmedo y caliente coñito. Gracias a Dios que Maite no tenía vecinos ni compañeros de piso porque los alaridos que comenzó a soltar eran para alarmar al vecindario entero. No he visto a ninguna otra chica gozar de esa manera. Se volvía loca con cada arremetida, su cuerpo temblaba y jadeaba como si le faltara la respiración. Uno tras otro los orgasmos iban llegando sin que yo pudiera hacer nada para remediarlo, el cambio de tono en su voz y el incremento de humedad en mi entrepierna indicaban que otra vez había alcanzado la cota máxima de placer. Al menos lo hizo tres veces antes de que cambiáramos de postura y se colocar a cuatro patas para que la penetrara desde atrás. Así consiguió correrse un par de veces más antes de caer rendida sobre la cama mientras yo seguía embistiéndola tumbado sobre su espalda hasta que volvió a correrse de nuevo.

Espera un poco por favor. – me pidió jadeando.

Entonces salió corriendo de la habitación par volver al instante con una botella de agua de la que bebimos ambos. Cuando me tumbe sobre el colchón pude notar la humedad de nuestros fluidos sobre las sábanas.

En cuanto recuperó el aliento se sentó sobre mí y comenzó una nueva sesión de gritos y orgasmos sin fin. Os juro que le perdí la cuenta. Solo me preocupé cuando noté como se acercaba el mío propio. De estar tocándole los pechos la atraje hacia mí, abrazándola fuertemente contra mí cuando me corrí y un maravilloso orgasmo recorrió todo mi cuerpo. Jadeando sudoroso continué abrazado a ella mientras Maite se terminaba de mover para alcanzar un último orgasmo posterior al mío con el que cayó rendida sobre mi pecho. Entre suspiros y jadeos ambos comenzamos a reírnos de la apasionante sesión de sexo que habíamos compartido juntos. Antes de irnos a dormir tuvimos que cambiar las sábanas de lo mojadas que estaban.

Al día siguiente cuando nos despertamos desayunamos juntos en la cocina, para luego tomar una ducha caliente juntos en la que volvimos a hacer el amor. Luego me llevó en su moto a casa de mi amigo y fuimos los tres a hacer turismo y a comer fuera de casa. Por la tarde se despidió de nosotros ya que tenía cosas que hacer en casa y preparar sus clases del lunes, yo aproveché el momento de relax para contarle a mi amigo con pelos y señales todo lo ocurrido. Él se alegró por lo que había pasado, tanto por mí como por ella, ya que hacía poco que lo había dejado con su novio y yo la había ayudado a olvidarse de él aunque fuera por un instante. Ya por la noche nos volvimos a juntar todos otra vez y cenamos en un espléndido restaurante para luego ir a tomar algunas copas en plan tranquilo. Aquella noche tampoco dormí en casa de amigo y aunque no fue tan salvaje como la noche anterior Maite y yo volvimos a practicar el sexo lujuriosamente hasta que ella se quedó dormida en mis brazos.

El domingo aprovechamos todos para ir por la campiña inglesa y ver otras ciudades turísticas, hasta que a última hora de la noche tuve que coger el tren con dirección a la City. Me despedí de Maite con un largo beso agradeciéndole el magnífico fin de semana que había pasado y deseando volver a verla si volvía por España. Ella sonrió y me dijo que así lo haría. Sus grandes ojos azules se llenaron de lágrimas cuando me dio las gracias por todo. Cuando la consolé me dijo que era tonta, que no me preocupara porque eran problemas que tenía ajenos a mí pero que yo había conseguido que se le olvidaran por momentos. Cuando el tren se alejaba ella continuó en el andén mirando como me marchaba de su lado.

Un año después, en verano, me llamó anunciándome que estaba por España, y sin dudarlo se plantó en mi casa para pasar una semana de locura. Luego nunca más volví a verla ni a saber de ella. Por mi parte nunca olvidaré aquel fin de semana y lo bien que lo pase con Maite.

Espero vuestras misivas.