La profesora de cocina

Aquella cocinera cachonda y caliente no solo sabía hacer pasteles…prefería comérselos, tanto los de hombres como los de mujeres.

Aquel día estaba la clase llena de grupos de amigos que habían contratado la sesión de cocina.

Venía una  afamada cocinera a la escuela, y nadie quería perdérselo.

Mi nombre es Francisco, para los amigos Fran, y era uno de los participantes de aquella clase magistral.

Estaba esperando a que viniera ella. Lucía, la gran maestra de elaboración de tartas. Cuando apareció con sus pantalones ceñidos, su camisa desabrochada al límite de la sensualidad y sus impresionantes tacones de aguja, las pulsaciones subieron de 0 a 100.

Tan solo con su presencia me había puesto cachondo,  no quería pensar en cómo iba a aguantar toda la jornada sin que ella me lo notara. Pero creo que lo notó.

Lucía explicaba el como y  el porqué para que nuestros dulces salieran perfectos, y mientras explicaba hubo miradas quizás un poco lascivas entre nosotros.

Terminó su clase magistral, todos se despidieron pero al llegar yo, el último participante, me dijo que si quería aprender a hacer una cosa más.

Yo no pude decir que no…..

Sacó una botella de vino blanco, sirvió dos copas y cerró la puerta de la clase con llave para que no entrara nadie.

De pronto se acercó a mí, cogió mi mano y me pidió que le desabrochara la blusa. Lucía llevaba un sujetador de encaje negro y transparente y podía ver cómo sus pezones estaban erizados, tanto como estaba ya mi polla. A medida que la iba desnudando más cachondo me estaba poniendo. Llevaba unas brasileñas del mismo encaje que permitirán ver su coño depilado.

Después de estar completamente desnudos y cachondos  me pidió que me tumbara en la encimera y cogió el bote de miel. Fue en ese momento cuando me di cuenta de que el pastel que ella quería comerse era mi polla dura.

Lucía echó miel en mi ombligo y un leve hilo de la misma iba bajando hacia mis testículos, y entonces empezó a lamer y chupar mi cuerpo, mi polla dura y mis testículos, mientras que suavemente metía su dedo en mi culo dándome en ese momento todo el placer que un hombre puede desear. De repente de fondo se escucha un pequeño ruido.

Ambos levantamos la cabeza, y yo pude ver con sorpresa que una mujer nos estaba observando a través de una ventana.

Cuál fue mi sorpresa cuando escuché decir a Lucía “hola Sandra… ¿te está gustando lo que ves? ¿Esta vez te quieres unir? Que par de putas, no era la primera vez que se espiaban y terminaban follándose a un tío.

Una preciosa mujer se acercó a nosotros con intención de unirse, yo no podía más con la excitación que tenía.

Lucía empezó a desnudarla,  y a jugar con las aureolas de los pezones de Sandra, la untó de miel, y muy calientes las dos, ambas se subieron en mi cuerpo.

Sandra puso sus piernas muy abiertas encima de mi boca, mientras que Lucía quiso que follarse mi polla.

Sandra estaba totalmente corrida y su jugo con sabor a miel me tenía loco, chorreando por mi boca mezclado con sus jugos vaginales provocado por el squirt. Esta zorra era una fuente de placer y lujuria.  Lucía mientras cabalgaba con un ritmo muy fuerte, tanto que no iba a aguantar mucho tiempo sin correrme.

Seguid, seguid… pero sinceramente no podía aguantar más, así que deposité toda mi leche caliente en el hambriento coño de mi profesora.

Fue entonces cuando ambas se levantaron y se pusieron a jugar juntas dejándome descansar.

Se besaban, y abiertas de piernas ambas y se daban placer la una a la otra lamiéndose sus coñitos deseosos de placer.

Yo empalmado nuevamente empecé a mover mi mano por la polla, pero no me dejaron, y ambas empezaron a chuparme hasta que consiguieron correrme por segunda vez. Esta vez derramé todo mi esperma sobre las dos caras de princesas depravadas. Era un auténtico espectáculo ver como aquellas dos mujeres se besaban e intercambiaban mis fluidos, pasándoselos de una boca a otra, mezclados con saliva, haciendo cada vez un cóctel más excitante de semen, mientras sus caras seguían llenas de leche natural.

Ya tranquilos los tres, tumbados en la encimera de la cocina que habíamos usado para hacer las tartas,  y con olor y sabor miel, nos dio por reír. Había sido una experiencia inolvidable.

Ambas me preguntaron…  ¿te esperamos en la siguiente clase?

Yo solo pude contestar…. ¡Por supuesto! Pero esta vez con chocolate.