La princesita (3)
Final de la historia.
La princesita: Tercera parte
Cuando volví a la habitación, caí rendido sobre la cama. Acababa de pasar una cena con aquellas dos mujeres. Mientras comíamos y charlábamos, bajo la mesa el pie de Clara subía y bajaba por mi pierna provocando mis calores que disimulaba haciendo comentarios sobre la temperatura. Cuando Clara se daba la vuelta, Sara me miraba fijamente y me guiñaba un beso mientras se humedecía los labios con la lengua.
Noté sobre la cama una cosa y me levanté para ver lo que era, vi una bolsa gris la abrí y me encontré un bañador azul, uno de esos bañadores de natación tremendamente elásticos y ajustados. No usaba uno de esos desde que había dejado el equipo de waterpolo. Había, también, una nota de Sara que me invitaba a usarlo en un baño aquella noche a la una.
Cuando el reloj marcó una de la mañana, decidí ir a piscina con mi nuevo bañador. Cuando llegué había solo una farola y, bajo su luz, Sara secaba su cuerpo con una toalla blanca que contrastaba con su piel morena. Llevaba un bikini rojo que apenas censuraba región de su piel a la vista. Yo me acerqué mirando fijamente su cuerpo pero no fui directamente a ella sino que amagué un ligero rodeo como si fuese una fiera que acosa a una presa de gran tamaño. Ella no decía nada solo me miraba con la toalla en las manos. Me acerqué por fin y, mirando fijamente sus ojos, alcé suavemente su mentón para darle un morreo con toda la pasión que llevaba cargada en mí. Luego, mis manos bajaron a su culo, bastante carnoso y firme para su edad, agarré una nalga con cada mano y la levanté a pulso para no tener que encorvarme al besarla debido a la diferencia de estatura. Ella pasó sus brazos detrás de mi nuca y sus piernas se ataron alrededor de mi cintura mientras nos besábamos. Pronto bajó y dijo que quería ver de cerca el regalo.
Se puso de cuclillas, mirando mi bañador y por lo tanto, a mi rabo erecto o intentándolo porque era molesto, casi doloroso, el encierro en esa tela. Pero ella vino al rescate de mi miembro, dijo que no le gustaba del todo como quedaba y lo bajó por mis piernas para tirarlo entre los matorrales. Luego, comenzó otra vez con una felación como la que había recibido en la oficina, pero ahora sus uñas se clavaban con fuerza en mis nalgas y yo empujaba mis caderas embistiendo mientras su boca jugaba con mi duro extremo, besos y lengüetazos que lo humedecían.
De pronto, paró y me miró a los ojos, luego, se levantó y, sin dejar de mirarme, su mano me empujó haciéndome perder el equilibrio pues estaba al borde de la piscina, todo ello, sin dejar de sonreír. Yo salí a flote y fui hacia ella, que se había sentado al borde de la piscina. Me acerqué y ella estiró una pierna, su pie jugaba con mi pecho y mi cara impidiéndome acercarme a ella. Agarré sus piernas y logré acercarme entre ellas hasta ella. La agarré de la cintura y la lancé hasta donde sabía que no hacía pie para nadar hasta ella. Ella se agarraba a mi y yo que sí podía hacer pie, le quitaba a tirones la parte de arriba del bikini a la par que le impedía sujetarse a mi. Luego, buceé y le arrebaté la parte de abajo dejándola desnuda en el agua. Ella chillaba de excitación, en una de esas, aparecí por detrás de ella, mi mano se deslizó por su cintura y agarró su sexo introduciendo poco a poco mis dedos en su interior. La otra mano asió un pecho y comenzó a masajearlo mientras mi boca jugaba con el lóbulo de su oreja. Pronto, acabé llevándola contra un rincón de la piscina y, en el agua y con la pared como apoyo, la penetré una y otra vez, con sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas rodeando mi cintura. Yo la presionaba con la pared y agarraba su trasero mientras besaba su pecho. Sus gemidos se unieron a mis resoplidos por el ejercicio, más duro que un partido de waterpolo, pero más satisfactorio. Cuando no aguanté más, eyaculé soltando mi carga y toda tensión acumulada. Al separarme de ella, me di cuenta como los grumos blancos se reflejaban en el agua hundiéndose poco a poco.
Sara salió del agua y yo floté en la piscina muerto de placer recibido. La miraba mientras secaba ese cuerpo de mujer madura, pero realmente sensual que embriagaba mis sentidos. Todo en ello transmitía la idea del placer sexual, sus piernas firmes y bien definidas, sus hermosos senos aún firmes, sus rasgos sensuales y provocadores, su melena rubia húmeda. Era una diosa del amor. Una afrodita. En esas estaba, cuando noté que mi aleta asomaba por encima de la superficie del agua y me decidí acometer a mi presa por segunda vez. Salí del agua y punteé su espalda con mi enhiesto miembro, ella se volteó y lo agarró con la mano como si fuese el mango de una espada. Me miró a la cara y sonrió. Se dio la vuelta y se puso a cuatro patas sobre una hamaca, yo entendí lo que quería y, sobre esa hamaca, la follé como si fuese un animal de granja. Enterré mi rabo como el semental que monta a la yegua de turno de una sola embestida y comencé el vaivén que nos llevó al placer de oír sus gemidos y mis resoplidos al unísono. Sinceramente, si decía algo, no lo oí pues cuando estoy en faena, no oigo y apenas veo, sólo siento, son las limitaciones de mi condición de hombre.
Sin embargo, lo que sí vi fue algo entre las sombras, quizás fueron mis imaginaciones, pensé, pero luego volvía mirar de reojo mientras enterraba una y otra vez mi nabo en aquella zanja. En una de mis miradas, reconocí a Clara entre los matorrales. Pero, pronto mi eyaculación sobrevino, agarrando los pechos de Sara, di las puntadas más profundas de la noche y caí sobre su lomo quedando los dos estirados sobre la hamaca. Ella, debajo de mi, era casi incapaz de respirar. Me lancé a la piscina en traje de Adán y di unos largos para relajar mis músculos. Luego, floté haciendo el muerto y salí del agua. Sara ya se había ido y, si no fuese por mi desnudez hubiese pensado que todo había sido un sueño. Me puse la toalla alrededor de la cintura para tapar mi desnudez y volví a mi habitación.
La mañana siguiente, la pasé acabando el trabajo para cuando el jefe volviese. Justo entraba por la puerta a la hora de comer cuando la impresora imprimía el último folio. Comimos y, por la tarde, me fui a mi casa para entregarle por el camino, al encargado de la licitación por concurso, el proyecto.
Mis encuentros con Sara y Clara continuaron pues tras el mes de prácticas me ofrecieron darle clases particulares hasta septiembre a Clara, ganando un buen sueldo y el alojamiento en el chalet. Sin embargo, contarlo no es tan interesante como ese primer fin de semana donde el estrés del trabajo se unió con la vorágine de esas relaciones que aunque jamás fueron lo que buscaba, una mujer hermosa y pura con la que formar una familia, sirvieron para que yo creciese como persona y que eso, que buscaba en una mujer, era algo complicado pues la vida no es como los cuentos.
FIN
A todo el que quiera hacer comentarios acerca del relato o relatarme alguna experiencia que pueda ayudar en mi aprendizaje en la universidad de la vida, puede hacerlo en mi correo: