La princesita (2)
La dulce lolita era hija de mi jefe.
La princesita: Segunda parte.
Tras unas horas de trabajo, sonó la alarma de mi teléfono móvil. Era la hora de la clase y no me apetecía para nada, sin embargo, a lo mejor, la despachaba en poco tiempo y me podía ir pronto a terminar el trabajo.
Subí las escaleras hasta el piso superior donde estaba el dormitorio de la dulce hija de mi jefe. Llamé a su puerta y su tierna voz me invitó a pasar. Cerré la puerta tras de mí y dirigí mi mirada hacia la figura humana que descansaba recostada sobre la cama. Me quedé atónito, llevaba un top ajustado marcando sus enormes pechos que, aunque no eran tan grandes como los de su madre, en ese cuerpecito delgado y delicado, resaltaban dando la impresión de un volumen descomunal. Además, sólo vestía un pantaloncito corto muy ajustado que prácticamente marcaba la abertura de su rajita. Clara era una linda florecilla de pelo rubio como su madre, ojos grises como su padre (supongo, porque si de la maternidad se puede estar seguro con un porcentaje bastante alto, de la paternidad, yo no apuesto un solo céntimo.) y una boca rosa, suave y tierna.
El calor y la sangre invadieron mi mente. Y todo se volvió de color rojizo, a veces, me pasa cuando me excito mucho que veo todo como si mirase a través de un cristal rojo. Pero era una niña, me calmé y respiré profundo hasta tranquilizarme. Le pregunté sobre su libro de texto y los apuntes de clase, ella señaló los libros sobre el escritorio. Nos sentamos en dos sillas y comencé a preguntarle sobre sus conocimientos para hacerme una idea de sus limitaciones. Unos minutos más tarde, doña Sara apareció por el cuarto para decirnos que iba a ir a casa de una amiga y que cualquier cosa que necesitásemos se la pidiésemos a Rosa, la sirvienta.
Mientras le explicaba las cosas, sentía las gotas de sudor bajando por mi espalda y perlando mi frente, miraba sus pechos casi inconscientemente y me descubría absorto en esos pezones que amenazaban con perforar la elástica tela de su camisetita.
En una de esas, haciendo gestos de fatiga en el cuello, se levantó, dio unos pasos y se puso detrás de mí. Yo le pregunté acerca de un teorema y ella, haciéndose la distraída, se acercó para mirar y apoyó sus pechos sobre mi espalda. Miles de voltios recorrieron mi cuerpo desde los pezones de sus pechos hasta mi miembro que hacía de toma de tierra, pasando luego a parecer un pararrayos apuntando al cielo.
Ella, divertida, acercó su mano a mi cremallera y la bajó ante mi atónita mirada. Yo estaba paralizado mientras ella agarraba mi duro rabo sobre mi ropa interior. Cuando pude reaccionar, me levanté y la besé. Ella era bastante más baja que yo así que, para no estar encorvado, la tiré sobre su cama. Se quitó el top dejando ante mi vista esos senos grandes y firmes con unos pezones que me apuntaban amenazadores. Me acerqué lentamente, dudaba que disfrutaría primero en aquella lolita: sus pechos, su boca, su cuello o bajar a descubrir su intimidad directamente. Cuando estaba frente a ella, mirándonos a los ojos, noté que algo suave subía desde mi rodilla acariciando mi muslo con suavidad hasta que se detuvo en mi entrepierna. Bajé mi mirada y me encontré su pie. Era realmente hermoso, normalmente, yo no me fijo en los pies de una mujer, sin embargo, sé reconocer lo que es bello. Era perfecto, unos deditos lindos pintados de rojo fuego, unas formas sin durezas ni juanetes, suaves y delicados. Decidí empezar por ellos la fruta que me había caído del cielo como si yo fuese un nuevo Isaac Newton. Los besé ante su mirada y lamí sus plantas. Luego, chupé uno por uno esos deditos ante la mirada de deseo y placer de esa linda niña. Hasta que me decidí a subir con mi boca por sus piernas deteniéndome únicamente para besar sus muslos, mis manos agarraron su pantaloncito y lo bajaron por sus piernas hasta despojarla de ellos. Entonces, tomándome mi tiempo dando besos por los alrededores, me lancé a chupar esa linda hendidura.
No tenía apenas un poco de vello en su monte de Venus y era escaso. Tan joven y depilándose su sexo. Pronto mis juegos le arrancaron algún gemido y yo me bajé los pantalones pues tenía ganas de clavarla en caliente. Ella al verme el miembro en su máxima expresión, sólo dijo que, por favor, tuviese cuidado pues era virgen y temía que le hiciese daño. Yo, lógicamente, no me lo creí porque era imposible que una chiquilla tan resabiada fuese virgen. Me subí sobre ella de rodillas y, mientras metía un dedo en su boca y mi mano jugaba con su pecho, ella acariciaba mi erecto rabo con suavidad. Lamía su mano de vez en cuando y continuaba su paja mientras mi mano volvió a buscar su rajita jugando uno de mis dedos con sus labios. Decidí montarla y me eché sobre ella. Cogí sus piernas, las puse a ambos lados de mi cintura y ella las cerró entorno a mi contorno. Dirigí la punta de mi falo a la entrada de su gruta y comencé a entrar, ella se mordía el labio inferior. Hasta que no aguanté más y dejé caer mi peso sobre la unión de nuestros sexos.
Ella gimió y yo empecé un rápido movimiento cíclico que pronto nos llevó a sus gemidos y mis graves resoplidos. Yo no aguanté más y me vacié dentro de ella, no pensé en nada pero, luego, cuando caí sobre ella y me vino a la mente, supuse que usaría algún anticonceptivo. La verdad es que había sido imprudente no usar una goma porque hay en el mundo enfermedades a raudales y con el sida hay que tener cuidado, pensaba mientras besaba su boca y mi mano masajeaba uno de sus pechos. Ella me miraba sonriente tirada sobre mí y, cuando le pregunté la razón de lo que había pasado, me dijo que no iba a dejar que su madre me disfrutase antes que ella, que nos había visto a través de la ventana de la oficina y que se le había antojado disfrutar de mí. Miré el reloj y me vestí, salí hacia la oficina, pero algo sobre la cama llamó mi atención, algunas manchas rojas sobre las sábanas blancas. Parecía que era virgen de verdad.
Continuará
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