La princesa y el dragón de placer. Segunda parte.
En el día apenas podrá distinguir la realidad de los sensuales deseos que flotan en su mente. Por la noche vera algo que la empujara hacia lo que teme y desea. Así es ahora la vida de la Princesa.
Paso las manos sobre las medias tejidas en hilos de seda, adornadas con diminutas perlas y estampados dorados. Sentir las variadas texturas que cubrían sus largas piernas, hasta la piel desnuda que quedaba expuesta en sus muslos. La joven figura destacaba sus cualidades femeninas en el lujoso vestido, que gracias al calor de la primavera lucia con los hombros descubiertos. El escote generoso mostraba parte de los apetecibles pechos.
Últimamente, después de que le ayudaran a vestirse le gustaba contemplarse a solas. No exactamente, eso ya lo hacía, lo nuevo era levantarse la falda, para posar de formas provocativas, tratando de recordar aquellas sensaciones que había experimentado con el dragón. Le gustaba ver como se le descomponían las facciones del rostro al revivir con su imaginación lo ocurrido.
Como si fuera…
…No sabía que era.
Escucho algunos ruidos apagados que le llegaban desde fuera de sus habitaciones. No del interior del palacio, venían desde los boscosos jardines. Trato de decidir si eran reales o solo producto de su imaginación.
Volteo la mirada hacia las cortinas, al mismo tiempo que reacomodaba la falda. A la luz de la mañana lucían tan distintas a como se iluminaban de naranja por las antorchas en la noche. En ese momento los ventanales estaban cerrados.
Se aliso la falda para contemplarse nuevamente. Se encontró con la misma sorpresa. El agraciado rostro, las curvas delicadas en las mejillas, los labios escarlata que hacían juego con el cobrizo color del pelo. Los ojos verdes que le regresaban la mirada.
La misma conclusión después de observarse detenidamente.
Seguía siendo ella. A pesar de lo ocurrido.
La Princesa Allyssandra se había entregado a la indecencia. Hacía poco, los mismos días que los ventanales de la terraza permanecían cerrados. Perdido la virginidad en un descuido. El joven Dragón Russ, jugueteando con su hábil lengua la había invadido profundamente.
Se veía como la misma de siempre. Lo que había cambiado estaba dentro de ella, e iba más allá de solo lo que se encontraba entre sus piernas. No era para mal. Podía sentirlo. Como un anhelo que luchaba por salir de su interior, o siempre hubiera estado en ella.
Perdido la virginidad con la lengua de una bestia.
¿En que se convertiría?
Por las noches miraba las cortinas, sin atreverse a asomarse ni acercarse. Incluso si no le escuchaba trepar, temía encontrarse con la silueta recortada por la luna cada vez más intensa del mes. Temía ver los efectos que la necesidad de complacer a su ama le estuviera provocando, que su mirada dulce se hubiera endurecido. Endurecido como la cosa que había visto colgando entre sus patas traseras.
Pero más temía aun abrirle el paso y llevarlo hasta sus habitaciones.
Donde solamente a un amante o a un esposo se les conducía en la noche.
Russ el dragón ni siquiera era una persona.
Nuevamente se escucharon los ruidos desde fuera. Las carcajadas de la hija del duque Gibeau se habían hecho costumbre en el palacio.
No lo estaba imaginando y lo sabía.
Los arquitectos que diseñaron el palacio habían aprovechado formaciones rocosas para construir las habitaciones y los grandes salones del palacio. Así como partes del extenso bosque que habían rodeado con murallas. El balcón de las habitaciones de la princesa estaba sobre un claro donde se había construido un quiosco con columnas de piedra, con techo de enredaderas que daban sombra. Hacía tiempo que no se usaban para nada.
Su amiga Claudinne había elegido ese lugar para montar sus almuerzos. Allí podía reírse tan fuerte como quisiera y decir barbaridades sin que alguna de las damas de la corte le lanzara miradas desaprobadoras.
La princesa decidió que era momento de reunirse con los hijos del duque.
Había unas viejas escaleras de piedra, que daban directamente desde su balcón hasta el claro del kiosco, con una reja de oxidada herrería que lucía un grueso candado. No tenía la llave, así que daba un rodeo por los pasillos del palacio. Por donde podía andar con libertad sin damas de compañía ni escoltas. Era en esos momentos cuando caminaba sola, que salía a relucir lo que había cambiado en ella.
Más adelante, iluminados por la luz de uno de los vitrales, una pareja fornicaba.
Se trataba de su imaginación. Nunca había visto algo así, pero por un momento pudo ver los movimientos acelerados y las pieles desnudas.
Parpadeo y vio a la misma pareja, pero esta vez vestidos y hablando despreocupadamente. Ya desde chica se imaginaba a unos con otros en tórridos romances, ya sea por haber escuchado algún chismorreo o simplemente por ver a dos personas juntas. Pero en los últimos días había sido como verlos, casi como sentirlos.
El día anterior, dos de las sirvientas trabajaban en la limpieza de las paredes de los pasillos. Por un momento las vio entrelazadas, los torsos descubiertos, con los labios unidas como si bebieran una de la otra. Acariciándose con los pechos la una a la otra. Le pareció tan real que hasta le llego el aroma de las pieles expuestas. Aun sabiendo que no era tal, por unos instantes permaneció observando sin perder detalle, sin hacer nada para regresar la imagen a lo que era el mundo real. Hasta que casi se sintió marear.
La experiencia parecía ir en aumento con la luna creciente.
O el recuerdo de la lengua de la bestia recorriéndole los muslos.
El dragón se encontraba en esos jardines, pero nadie que supiera le había visto a la luz del día. Pensar que pudiera estar en algún rincón entre los arboles observándola no le ayudaba a controlar lo que creía era su imaginación desbordada.
El aire fresco que le llenaba los pulmones tampoco ayudaría. La verdad es que no importaba, su imaginación le gustaba. Más de lo que le había gustado antes.
Alyssandra salió de palacio y camino entre la vegetación.
Le vino a la cabeza la imagen de una sombra que surgía entre las plantas. Algo que no era humano y venia por ella.
Pensaba en eso cuando a sus espaldas apareció la hija del duque Gibeau, quien la había estado esperando escondida tras de uno de los gruesos árboles.
— ¡Princesa radiante! — Le dijo Claudinne con los brazos abiertos y una sonrisa en el rostro. Sin preocuparse ni comprobar si alguien más las miraba se acercó por detrás y la rodeo por la cintura. — ¿Por qué me haces esperarte?
Hacía tiempo la Princesa había dejado de oponerse a los casi indecentes contactos físicos con su amiga. Ese día tenía menos ganas de resistirse, o tal vez todo lo contrario. Cualquier toque, especialmente sentir el calor de otro cuerpo le despertaba sensaciones nada desagradables.
— Hola señorita Gibeau. — le dijo tímidamente.
— ¿Qué? ¿Solo eso? ¿Nada de tratar de zafarse? — preguntó con una sonrisa pícara. — Además cuando estemos solas puedes llamarme simplemente Clau, y me has dado permiso de llamarte Ally.
— Siempre me estas abrazando, un día alguien nos va a regañar.
La rubia que era un poco más alta que la pelirroja parpadeo.
— ¿Sera acaso que la princesa ha decidido abrir su corazón a los candentes deseos de una relación prohibida?
La hija del duque sintió como la princesa se estremecía en sus brazos.
Fue un momento extraño, que ambas experimentaron en medida de sus propias experiencias. Lentamente la princesa giro el rostro hacia la ahora sorprendida Claudinne. Hasta el momento habían tenido algunos jueguillos que habían sido solo eso. Como los abrazos, o que la rubia le tomara el sudor y lo saborease con sus labios.
Que esos juegos se convirtieran en algo más, era algo que le había pasado por la cabeza. Tan solo unas cien veces. Pocas, si se comparaban lo que había estado pensando en el dragón, o lo que en ese momento le estaba pasando por la cabeza al tenerla tan cerca.
Los ojos de una eran esmeraldas. Los de la otra, grises cristalinos. Ambas se contemplaron con cierta sorpresa, dándose cuenta de que estaban al alcance una de la otra. Leyendo sus emociones y sintiéndose temblar.
Al menos esto es con alguien… humano. — pensó.
La princesa sin darse cuenta acerco el rostro.
La hija del duque que primero pensó que le estaba regresando la broma, después paso de la sorpresa a la perplejidad, de allí a quedarse hipnotizada al ver como los juveniles labios de la princesa se habrían lentamente, tan cerca como para sentir el calor del aire caliente que salía de ella. Pensó que la antes tímida Allyssandra Piet estaba a punto de besarla.
Y así fue, o casi.
Cuando estaba tan cerca como para que la piel de los labios se tocase, la princesa abrió la boca, fue primero con los dientes sobre la mejilla de la hija del duque que empezó la caricia. Después, con lentitud, deleite, arrastro la lengua desde la base del cuello, el mentón, pasando por los labios dejando saliva en cada centímetro que recorría. No se detuvo hasta la parte inferior de uno de los ojos, por allí donde nacen las lágrimas.
Fue el sonido de algo que caía en el pasto. No el de los pasos que ninguna de las dos escuchó lo que les hizo desviar la mirada.
Se trataba de Carle Gibeau, el hermano menor de Claudinne, quien se había aburrido de estarlas esperando y se había acercado para ver lo qué pasaba.
El chico de la sorpresa soltó lo que tenía en sus manos.
Cuando la luna resplandecía en la noche, lo ocurrido entre los arboles no parecía tan real. Tendría que haber sido otra jugarreta de su mente, otra de esas visiones sensuales que poco a poco la estaban invadiendo.
Solo que podía recordar el aroma de la hija del duque y el sabor de su piel. El latir de su corazón, trasmitido por la piel. También lo que había ocurrido después y como se había arruinado el almuerzo. No tenía idea de cómo podría verla de nuevo al rostro. Ni a ella ni al chico.
¿Qué era lo que le había pasado?
Lo mejor sería dormir, tratar de olvidar lo ocurrido. Ya buscaría una forma de disculparse, o de… de continuar. De avanzar un poco más.
Se llevó las manos al rostro en sus aposentos al descubrir lo que estaba pensando.
Volvió a escuchar un ruido que venía desde fuera.
No era algo que trepaba por los muros, ni la risa de la hija del duque, aunque parecía venir de ella. El mismo timbre de su voz, pero de otra forma que no había escuchado antes.
Ya estaba obscuro, así que tendría que ser solo otro síntoma de fuera lo que fuera que la tenía tan tensa. Algo para lo que los médicos de la corte no tenían medicina, y ella tenía demasiada vergüenza para explicar. Extraño que en cambio no hubiera tenido reparo en probar de forma indecente la mejilla de su amiga o dejarse lamer con las piernas abiertas por una criatura.
Así eran las cosas.
El sonido. Se repitió dos o tres veces y luego calló. La princesa sacudió la cabeza, tratando de que la ilusión saliera.
Una vez más con una claridad que le hizo dudar de que fuera su imaginación.
Parecía un grito.
Pensamientos de todo tipo. ¿Qué podía significar? ¿Había alguien lastimado afuera? Lo indicado seria jalar el cordón que tenía junto a su cama, que mandasen guardias para averiguar lo que pasaba. Normalmente estos se mantenían lejos de las habitaciones de los miembros de la corte, la sola sospecha de que alguien rondaba en los jardines haría que le pusieran una guardia por días o semanas. ¿Y si alguno de ellos se encontraba con el Dragón Rus, y este se ponía violento por la necesidad de su ama? ¿Pero si era alguien que necesitaba ayuda? Aquel grito parecía todo menos amenazante.
Se escuchó otro grito, mas quedo. Pero inconfundiblemente estaba allí.
Así que había dos opciones, hacer algo o no hacerlo.
Cuando se dio cuanta ya se encontraba descalza sobre los mosaicos pulidos de la terraza, se sentían tibios. La luz nocturna hacia brillar las hojas de los árboles. Allí arriba podría ver lo que ocurría. El aire agradablemente fresco le llenó los pulmones, haciendo que se preguntara por que no salía a respirarlo más seguido.
Al mismo tiempo temblaba.
¿Qué es lo que hacía?
Camino de puntitas, tratando de recordar como lo hacía de niña. Solo que nunca lo había hecho descalza y menos en la noche. Parecía más normal que andarse haciendo ideas sexuales con la gente o con acciones indecentes.
Al borde del balaustrado de la terraza se empezó a vislumbrar una luz naranja que no tenía que ver con la de la luna. Así que había alguien allá abajo. Tendría que tratarse del mismo kiosco del fallido almuerzo. Donde una de las antorchas alumbraba entre los árboles. Después de todo se trataba de alguna jugarreta de la hija del Duque, al parecer lo ocurrido no había agriado su extraño sentido del humor. ¿Cómo se habría escapado de sus habitaciones? ¿Qué hacia allí?
La Princesa se paró al borde para mirar bien.
Y si, la hija del duque estaba a allí. El pelo rubio era inconfundible. Este se mecía de un lado a otro.
No estaba sola.
Al principio no pudo reconocer la situación. Cosa extraña porque había creído verlo por todas partes en palacio. Más tarde lo atribuiría a las distintas tonalidades que creaba la noche y el fuego de la antorcha. Igualmente identifico el otro pelo rubio, el que era tan parecido al de la otra.
Carle el hijo del duque, de quien se pensaría era demasiado joven para eso, estaba desnudo de la cintura para abajo. Empujando con ritmo tras las amplias caderas de su hermana.
Claudinne completamente desnuda se apoyaba con una mano sobre una de las columnas de piedra. Con la otra se tapaba la boca tratando de ahogar los gemidos que a veces se le escapaban entre los dedos. A esa distancia podía escuchar levemente el encomio de los cuerpos cuando se unían y separaban. Un susurro como de alguien que aplaudía a la distancia.
Con urgencia.
— No, — trato de decir llevándose las manos al pecho. Apenas salió sonido alguno.
La espalda desnuda de la hija del duque, los pechos meciéndose al rimó de las embestidas de su hermano. La chica que estaba siendo poseída levantó la mirada hacia la princesa como si esta hubiera elevado un gritó.
Los ojos grises se llenaron del plateado de la luna.
Allyssandra dio un salto hacia atrás. Tratando de asimilar lo que acababa de ver, o lo que había creído ver. Era cierto que los hijos del Duque se llevaban bien, y que el más joven se veía comúnmente pegado a las faldas de su hermana.
¿Pero eso?
Nada que hubiera visto en ellos le hubiera hecho pensar que algo así ocurría. ¿Y por qué allí? Todo era demasiado absurdo para ser verdad, tendría que ser una nueva y más potente ilusión que le asaltaba los sentidos.
Fue cuando supo que no estaba sola. Si es que acaso lo había estado desde que salió de sus habitaciones.
Aun lado, con el perfil delineado por la noche se encontraba la figura de la criatura que tanto había deseado y temido en esos días. Las escamas relucientes, mirándola con los ojos encendidos, como los que había visto en su amiga.
No recordaba pasar por los ventanales ni recorrer la distancia de su dormitorio hasta ese lugar. Tampoco la ropa que tenía puesta, hacía calor, pero estaba más ligera de lo que normalmente usaba para dormir. Tan solo un camisón ligero y la ropa interior baja.
¿Qué clase de princesa andaba descalza y casi desnuda a la intemperie?
Quiso comprobar si eran ilusiones, así que miro nuevamente hacia el kiosco, donde efectivamente reinaba la penumbra sin que nadie se viera, ni fornicando, ni respirando ni nada. Tal vez el dragón también desapareciera.
Ya no estaba.
No allí, se había trasladado en un parpadeo hasta colocarse a un lado de ella, rozándole las piernas. Menos de una semana de la última vez que estuvieron juntos y parecía haber crecido. La chica cerro los ojos tratando de que desapareciera, pero en vez de eso pudo sentir el cuerpo musculoso rodeándola como si fuera una especie de abrazo.
Esa sensación como de encenderse, parecido y a la vez distinta a cuando la tocaba Claudinne. Lo que había pasado en la mañana, las ilusiones que estuvo sufriendo en esos días, la visión de los hermanos rubios indudablemente la había estimulado, poco a poco como una tortura silenciosa.
Si a los gatos se les adjudicaban propiedades mágicas, con seguridad a los dragones también. Vagamente recordó un pasaje de las instrucciones del perdido pergamino que mencionaba algo, sobre como el contacto con la criatura podía alterar las percepciones.
De todas formas, no explicaba lo de lamer a su amiga, ni haberla imaginado con su hermano.
Lo peor es que no necesitaba explicación, no allí con la bestia gruñendo con un deseo que armonizaba a la perfección con el calor que le estaba subiendo desde el vientre. Todo lo anterior había sido para que abriera las puertas, para conducirla hasta ese momento que ahora sabia era inevitable.
Quitarle la virginidad no había terminado con lo que podía ofrecerle el Dragón de placer. Era el tiempo para dejar de escapar.
Era ese momento y no otro, no habría tiempo ni para ir al mueble donde la había pervertido con la lengua, ni mucho menos hasta las habitaciones donde fantaseo llevarlo como si fuera un amante.
No lo era.
Un amante se prestaría a palabras de cortejo. Un pretendiente a los rituales de la corte. Lo que estaba pasando con el dragón tenia las complejidades de una relación, pero jamás seria como lidiar con el humor de una persona. Tampoco sabía cómo funcionarían los celos, el vigor del dragón de placer sería un desperdicio en solo una mujer.
Las garras le acariciaron la piel cuando la criatura empezó a subir.
Una vez más la lengua larga recorrió la piel de la princesa. Esta vez por los costados de los muslos, subiendo a la curva de las nalgas, levantando el camisón.
— Ah, Russ. — se escuchó decir mientras temblaba, consiente de como los pezones se le tensaban en la prenda, como si le dijeran que la tela estaba de más.
No tenía nada por debajo, Ni motivo para dejársela. Anticipando lo que estaba por ocurrir decidió que tenía un mejor uso para la prenda. No quería lastimarse las rodillas.
Así que arrojo el ropaje cerca de la base de las pequeñas columnas alineadas.
Los perfectos pechos saltaron al aire dejando la curvilínea silueta de la princesa expuesta a la noche y otros depredadores que la anhelaban. Apenas tuvo tiempo de sentir la sensación del aire exterior sobre la piel, cuando escucho una dentellada a su espalda. Sintiendo, tanto como se puede a través del pelo, los colmillos que cortaban la cinta que le sujetaba el peinado, dejando fluir los rizos rojos en cascada. Luego la cabeza cónica se adentraba en la maraña hacia la espalda indefensa.
Estaba pasando.
Jamás habría imaginado que ocurriría, no así, no de esa forma. ¡Tenía que ser real! Así como había algo de latente realidad en las visiones sexuales. ¿Acaso no se pegaba de más el pequeño duque a su hermana? Tan cerca como para olerla, ¿La gente no desearía una u otra cosa de quienes había visto? ¿Aquellas sirvientas, no andaban siempre juntas?
Una cosa llevaba o podría llevar las cosas a otro nivel.
Solo hacía falta un empujón.
Y el dragón la empezó a empujar.
Con el cuello, cabeza y pecho en tensión. Evitando poner peso sobre las garras en la delicada piel de la chica. Con fuerza para hacerla inclinarse. No lo hacía con prisa. Aún no. La princesa, extendió las manos para no perder el equilibrio. Mientras se acomodaba para coincidir sobre la prenda.
Mientras descendía miro hacia los bosques, a la distancia se distinguía las murallas. Limites que al menos en esa parte de su vida no habían logrado aprisionarla. De niña había buscado dragones en el cielo, nunca vio ninguno, y ya no había necesidad de indagar en las nubes coloreadas de luna. Tenía uno cerca, atrás de ella.
Estaba por ser su hembra.
Un resoplido de comodidad, apenas un poco debajo de su nuca, como si la criatura estuviera satisfecha de haber encontrado ese lugar en el que tan bien amoldaba con el cuerpo de la princesa. La lengua se abrió paso por el pelo sobre la dermis hasta dejar su marca de humedad en el hombro.
— Ahhh. — gimió.
A la Princesa le hubiera gustado recorrer un poco lo aprendido, los juegos con la lengua entre sus piernas. Las lecciones anteriores estaban bien aprendidas, podrían repasarse en algún cálido futuro. Se había esforzado por detener las cosas por un tiempo, ahora la urgencia, la necesidad de avanzar marcaba otra dirección. Una para la que no era necesaria la última y única penda que le quedaba en el cuerpo.
Las patas delanteras empezaban a buscar su lugar en torno a las caderas, haciendo gala de esa inteligencia que no era propia de un animal normal, hizo un rápido movimiento con la garra. Al día siguiente descubriría delgadas marcas sobre la piel, que serían dulce recordatorio de las garras que la hicieron estremecer. La que dejaría el corte de uno de los lados de la panti, sería el primero.
Lo que había visto entre los hermanos Gibeau cobro sentido. La urgencia y la posición seria la misma. No habría besos para comenzar. Solo una ella y un él atrás de sus caderas, haciendo lo que hacen los machos para satisfacer a sus hembras.
Eso era, nada de princesa ni títulos que se daban a los hombres, solo una hembra cuyo corazón latía con fuerza. La larga lengua ahora serpenteaba sobre sus oídos, haciendo que una corriente eléctrica pulsara por su columna.
Allyssandra, la princesa, la mujer, la hembra miro hacia abajo, entre sus piernas y casi inmediatamente después las del dragón, entre las cuales surgía el falo duro que al adelantarse un poco le toco entre los muslos.
Ese primer contacto con la herramienta del dragón, aunque fuera superficial le arrancó un gemido de emoción. Casi con furia, la chica agarro lo que quedaba de la ropa interior, lo arranco con una fuerza que no sabía tener y arrojo la prenda rota hacia el abandonado kiosco.
Incluso con la vía libre y los instintos del dragón indicándole que hacer, esta era también su primera vez. En cuanto el miembro tocaba la piel humana, empujaba las caderas con avidez sin haberse afianzado. La paciencia dragoniana había sido arrojada junto con la prenda. Lo que quería era hundirse en el interior de su ama, la hembra que lo había atraído con su aroma de sensualidad.
Esos intentos torpes por penetrarla le fueron bien a la princesa. Cada segundo fue un suplicio que compensó la falta de caricias previas. La fuerza y las ganas eran un anticipo de como seria cuando acertara. Su mente estimulada le hacía distenderse en el interior mientras sus propios fluidos preparaban la invasión, a la vez que iba acomodando sus caderas.
En cuando la criatura hubiese entrado, perdería el control, el poco que aún podría tener. O la ilusión de haberlo tenido.
Por fuera aparecieron las primeras gotas de sudor, en su interior humedecía a punto y la cosa dura del dragón surcaba con sus propios fluidos. Apunto estaba de alargar la mano para ayudarle cuando se tuvo que sujetar al barandal con ambas manos para absorber una parte del empuje del cuerpo de la bestia, la otra era compensada por las paredes del interior de la princesa que se daban paso a la inhumana virilidad de la criatura.
El dragón no había adquirido plenitud de tamaño y fuerza, pero la sangre que inflamaba el pene le hacía adquirir una dureza más que excepcional. La corona frontal ya estaba en el interior de la princesa, retrocedió, empujo y penetro un poco más. Así, así y así hasta que toda la pieza se hubo alojado en la cueva de carne que tanto lo había esperado. Para ser de otra especie, encajo como si hubiera sido ese siempre su lugar.
— Rus, yo quiero… no… soy… he… busca... — Algo trato de decir la princesa, que se trasformó en un sonido distorsionado. Para luego en un quejido de placer al darse cuenta que el dragón estaba completamente en su interior.
En un instante retrocedió, para luego regresar nuevamente, a cada empuje parecía llegar más profundo. El dragón, encorvado sobre las caderas del tesoro del reino, se aplicó en las destrezas por las que su especie era reconocida.
Las patas traseras chocaban con acelerada necesidad en las nalgas blancas de la chica, entre las que se perdía el miembro obscuro. El grueso pelaje que le crecía en el pecho, y algunas partes interiores de las patas, hacia de ruda caricia, tan adecuada para sumar puntos al obsceno placer que ambos mujer y dragón sufrían, uno con resoplidos, ella con jadeos y ruidos de los que hacía unos momentos no se creía capaz.
— ¡Mi dragón! ¡Me está fornicando mi dragón! — logro articular, mientras su mente se veía apoderada por los centros del placer. El mundo se sacudía a cada una de las fuertes envestidas. Decirlo, convertir la situación en palabras, aún unas tan torpes apenas comprensibles, espoleo sus sentidos para llevarla hasta los espasmos, el placer que la inundo como los líquidos que se le derramaban entre las piernas. Eran los de ella, estremecida por su orgasmo sintió como la lengua dibujaba curvas en su espalda. Mesclando la saliva con su propio sudor.
El cuerpo del dragón se tensaba, al borde de su propio placer. El pene en el interior de ella con sus propias micro sacudidas. Arremetiendo sin disimular el gusto que le estaba provocando.
La magnífica anatomía de la princesa, unida con la vigorosa criatura que la estaba poseyendo, bañados por la luz plateada de la luna sin discriminación alguna, las gotas de sudor que cubrían la piel femenina, le hacían lucir a juego con las escamas relucientes. Solo dos criaturas del señor dando se gustó con sus naturalezas compatibles.
Fue en ese punto que el dragón derramó su ardiente fluido en el interior de la que ahora era una mujer iniciada en el placer. Sensación a la que ya jamás querría escapar.
No fue allí que terminó.
Solo el inicio de cientos y cientos de envestidas en las que deslizaría el miembro endurecido por la lubricada princesa. Bombeando frenéticamente con las garras sobre la delgada cintura, dejaría más marcas como finas líneas sobre la piel blanca. A momentos la hija del soberano trataba de ahogar los gemidos, con tan poco resultado como había creído ver en los hermanos Gibeau.
Hay que decir que los gemidos de la princesa no se perdieron en la noche. No del todo. El aire puro tiene la propiedad de hacer viajar el sonido de forma misteriosa. Tan extraños como sonaban los gemidos mezclados con el gruñido del dragón apareándose. Hubo guardias, un par de doncellas que desnudas de abrazaban en su cuarto captaron el peculiar eco. Uno que aun tan distinto supieron identificar como a dos que se estaban entregando.
Algo extraño, pero no del todo inusual en el palacio.
Mientras que los ministros gobernaban en la capital, aquel lugar de descanso del rey y una selecta nobleza, solía dar rienda suelta a sus deseos. Los muros gruesos absorbían casi siempre los suspiros de las actividades nocturnas. El mismo rey recibía diferentes visitas en sus aposentos. Los ilustres sabían que era mejor mirar hacia otro lado cuando se trataba de las excentricidades de los demás. No fuera que se fijaran en las propias. Estaban los chismes, estos siempre fluirían como los ríos, que rara vez ahogarían a alguien. El personal tenía órdenes de no mirar los asuntos privados de la corte, en especial, en muy especial los que tenían que ver con gemidos en la noche.
Los sirvientes en muchas ocasiones eran instrumentos del placer de los de arriba. Ya fuera por voluntad o sin ella. Mejor no llamar la atención. No era justo, pero así era.
Ninguna monarquía había sido justa y esta no era la excepción.
El cuerpo de la princesa estaba al borde del agotamiento. Cubierta de sudor, con los muslos empapados de semen y sus propios fluidos mesclados. El dragón había derramado ya varias veces dentro. Mientras que la chica no había tenido mente para contabilizar los orgasmos que la habían recorrido. Concepto para el que no tenía palabras, no siendo el tipo de enseñanzas que se le diera a las princesas. No hasta poco antes de la noche de bodas.
Como muchas en su condición, estaba aprendiendo por sí misma.
Con el miembro del dragón aun dentro, se sintió completa, agradablemente agotada. Satisfecha como nunca lo había estado. Miro un instante hacia abajo. Antes de descansar por un momento vio a la joven Claudinne, quien había tenido un ángulo privilegiado para el espectáculo que mujer y bestia daban al copular. Los ojos claros llenos de la luz de la luna y de asombro en partes iguales.
No reparo en el detalle de que la hija del duque sostenía la prenda interior destrozada que había arrojado.
Estaba tan cansada, tan deliciosamente cansada que se dejó caer sobre el arruinado camisón que solo por su calidad de prenda de la realeza resistió el encuentro, dejándole solo enrojecidas las rodillas, y no era su parte más enrojecida. Detalle que esa luz no dejaba distinguir, e importaba tanto como lo hizo el decoro en lo que acababa de pasar.
El miembro ya no con la misma fortaleza abandonó el cálido interior. Rus comprendiendo que la parte sexual de sus deberes había terminado. Se tendió a un lado de la chica y se acomodó como pudo cuando esta le rodeo con sus brazos.
Allyssandra Piet miro la luna, la obscuridad que era el resto del cielo. Respirando el aire endulzado con el aroma del reciente encuentro. Agradeció ser mujer para respirar, haber vivido su joven existencia para ese momento y lugar donde una bestia la llenaba de tan increíbles sensaciones. ¿Así que era eso?, el sexo. El deslizar de las pieles de uno con otra lo que podía hacer hervir la sangre hasta perder la razón. Esa droga que probada una vez la haría adicta para siempre.
Próxima la hora de regresar a ser princesa. Ella iría a su cama de seda y el dragón a las copas de los árboles. Las visiones no vendrían por un tiempo, lo supo cómo que sus ansias estaban bien atendidas, si es que regresaban ya sabía cómo hacerle.
Pero aun no, al borde de la terraza abrazada de una tibia criatura, parecía el mejor lugar del mundo.
Piel y escamas se acomodaron tan bien como lo hicieran en la posición anterior.