La princesa del Norte

Las princesas del Olyviria pueden llegar a sentirse muy solas, es por eso que Olyvia se hace con la leal compañía de una cariñosa hermafrodita.

Estaba desnuda frente al espejo, con una sacerdotisa eclipse de alto rango cubriendo su desnudez con una fina sábana en la cama.

–Que envidia le tengo a Tinuviel, esa zorra tiene unas tetas que no se merece.

–Tu eres mucho más hermosa.–dijo la sacerdotisa

–¿Lo piensas de verdad? Sé sincera.

–Ambas sois geniales, pero tenéis vuestras diferencias. Ella es más salvaje y está dispuesta a satisfacer todos sus deseos y fantasías, incluso las más disparatadas. Mientras que tú cuando te desnudas sigues siendo una princesa imperial.–sonreí y la miré mordiéndome el labio inferior.–Ven, Olyvia o te condenaré a cien mamadas de penitencia.

–Ja, eso me gustaría verlo.–dije y caminé hacia ella.

Me subí a la cama, y mantuve el contacto visual con ella antes de poner mi cabeza entre sus piernas, para ver su miembro erecto como si fuera una jodida torre. Comencé a lamerlo, con verdadero deseo. Lo agarré con una mano y lo metí en mi boca. Cerré los ojos y continúe mamando aquella polla que me encantaba tener ocupando toda mi boca. La sacaba y la metía de mí boca mientras lamía su polla. Todo eso con las manos en mi espalda. Altea, que disfrutaba de la mamada, puso su mano en mi cabeza para guiar mis movimientos.

–Ohh dioses, qué bien lo haces.–exclamó gimiendo

Altea pasó a controlar mi cabeza, yo dejé que ella llevara las riendas.

–Cierra la boca.

Sentí varios chorros de semen en mi boca, por supuesto todos fueron a mi garganta. Quité la boca de su polla y me tragué lo que pude, parte del semen se me escapó por la comisura de los labios.

Mi padre le tenía prohibido acercarme a otros hombres, y llevarlos a la cama, lo cual hizo que eventualmente tuviera que usar a una hermafrodita para satisfacer mis deseos. Nos gustamos lo suficiente para estar desnudas en la cama, pero era una hermafrodita, lo que gritaba peligro. Por suerte, para mí, yo sabía cómo tratar con ella sin verme poseída por la lujuria.

Me senté en la cama, y Altea se sentó conmigo. Suspiré y me apoyé en el hombro de la sacerdotisa.

–A veces odio ser princesa, los elfos del sur lo tienen todo más fácil, lo resuelven todo a espadas. Aquí debo tener cuidado de mi propia familia. Ojalá haber nacido junto a Tinuviel.

–Me tienes a mi, Olyvia.

–Pero más allá de sacerdotisa, estás a pocos escalones de ser Suma Sacerdotisa. ¿Cómo puedo saber que no me estás utilizando?–Altea tuvo que pensar una respuesta, asintió y se arrodilló frente a mi.

–¿Cómo puedo demostrarte que soy leal hacía ti y solo a ti?

Altea permanecía desnuda en todo este momento, no me había dado cuenta de lo hermosa que se ve desnuda hasta que la tuve de rodillas. Pensé una respuesta.

–Cuentamé todos los chismes y secretos que conozcas sobre tu gente o este palacio. Y entonces te daré una recompensa mejor que cien mamadas.

Alcanzó una silla y me pidió que me sentase mirándola a ella. Hice lo que quería y comenzó a contarme todos sus secretos, cuántos sirvientes son espías, en quién puedo confiar, quién está a sueldo de otros. Me apoyé en ella mientras me acariciaba la espalda y seguía largando por esa boquita.

–Mañana comprobaré todo lo que has dicho, pero confío en ti. Escúchame, no quiero perderte, Altea. Eres alguien en quien puedo depositar mi confianza, y eso es muy valioso hoy en día. Más valioso que cualquier orgasmo que puedas darme.

–¿Te cuento otro secreto? Desde la primera vez que te vi me gustabas. Puedes hacer conmigo lo que quieras, ¿quieres casarte conmigo? Yo misma empezaría ya a organizar la boda.–sonreí ante sus palabras

–Todavia no tengo esposo, y debería ir haciéndome ya con uno. Quizás tú podrías serlo y así me ahorras ese disgusto.

La miré satisfecha, ya tenía todo lo que quería y era hora de dárselo. La besé con deseo, a la vez que me sentaba en su polla. No se lo conté a ella, pero era mi primera vez, hasta ahora nuestra relación había sido a mamadas y un poco de sexo anal. Al principio me dolió un poco, pero ella no me metió presión. Cuando vio que era mi primera vez, me tranquilizó. Al tiempo sentía placer.

–Tonta, tendrías que haberme dicho que era tu primera vez por tu coño.

–No quiero seguir nuestra relación como las prostitutas, quiero consumar nuestro amor.

Mientras me movía con su polla dentro, besé a Altea. Me abracé a ella y a la vez que nuestros pechos se rozaban, la seguía montando al son de mis gemidos.

La primera vez que nos conocimos me encontraba de visita a un templo de sacerdotisas eclipse, por temas puramente académicos o esa era la idea. Conversé durante horas con una joven y hermosa sacerdotisa rubia, Altea. Me encandiló desde el primer momento que la vi, y se ve que ella desarrolló el mismo deseo por mi. Al caer la noche nos besamos con auténtica lujuria en un armario. Ella me desnudó el torso y yo el suyo, no quería perder mi virginidad sin haberme casado, así que me agaché y bajé su pantalón. Se la chupé con deseo, pues conocía los efectos de su ser hermafrodita, mi mente se vió inundada por un profundo deseo sexual, y al mismo tiempo, un éxtasis de placer.

Ella agarró mi cabellera entorno a su mano, y sonrió.

–Espero que tu boca aguante toda la noche.

Yo le devolví la sonrisa, y me dejé guiar por su mano de nuevo a engullir su miembro. No mentiría si afirmó que quería hacer eso, no estuviera influenciando en mi la magia. Toqué su mano varias veces hasta que soltó mi cabeza, y pude seguir yo. Metí su miembro en mi boca todo lo que podía, la lamía y la sacaba. Y así todo el rato, como si fuera un movimiento automático. La mamada dió sus frutos cuando se corrió otra vez. Esta vez, no seguí chupando, en vez de irme a lo digna, seguí pero con el asunto en mi terreno. O mejor dicho, en mi entrepierna. Hasta hace mucho tiempo después, no entendí que ella hacía un gran esfuerzo en superar su naturaleza como hermafrodita al no querer follarme allí mismo, quisiera o no, o utilizar sus poderes para "convencerme". Ella podría haber hecho todo eso, pero en su lugar, accedió a hacerme sexo oral.

De vuelta a la actualidad, ambas terminanos y nos besamos con cariño. A ser justos, con el tiempo aprendí a controlar a Altea y saber cuándo dejarle mandar y cuándo no. Sin haberme levantado, llamaron a la puerta.

–Tu padre quiere veros, a tu hermano y a tí.

–Dile que voy enseguida.

La abracé por el cuello, y besé su mejilla.

–Para ser la primera vez que tengo sexo vaginal, ha estado bien.

–Opino igual, aunque me había acostumbrado a tu culo.

–Y yo a recibir por detrás todas las noches, vamos, tengo que ver a mi padre.

–¿Quieres que vaya contigo?

–Si.

Me limpié la zona vaginal con un trapo para quitarme el semen, y me vestí. Altea también se vistió, y juntas fuimos a ver a mi padre. Él se encontraba en un salón, sentado en una silla que enfatizaba su posición de gobernante, mi hermano ya había llegado. Me senté a su lado, y Altea permaneció a mi lado.

–He iniciado una campaña militar contra Erevis, quiero que tú, Kralos, marches al frente de mis legiones. Tú, Olyvia quiero asegures el suministro de madera y oro en las provincias del sur.

Kralos se levantó y marchó con velocidad de la sala.

–Padre, quería hablarte de un asunto particular.

–¿Tiene que ver con esa sacerdotisa que tienes a tu lado?

–Quiero casarme con ella.–al decir esas palabras se me aceleró el corazón.

–De acuerdo, es una sacerdotisa de buena posición y con conexiones importantes.

–Pensaba que….

–He conversado con tu chica en más de una ocasión, necesitaremos a las eclipse de nuestra parte. Aunque no creo que conozcas las obligaciones de una esposa para con su sacerdotisa eclipse. Los maridos y esposas que se casan con una hermafrodita, tienen para con ellas, un deber sexual que debe cumplirse. Allá tú, ve y marcha.

Salí de allí avergonzada y sonrojada.

–¿A qué se refiere mi padre?

–Te daré nuestro libro sagrado, y podrás entenderlo mejor.

–Ya me debo imaginar a que se refiere, pero que lo diga él me da cosa.

Preparé mi equipaje y acompañada por escolta fuimos de camino a nuestro nuevo destino. Nosotras íbamos en caballo, Altea insistió en que fuéramos en la misma montura para poder manosearme. Acepté porque sabía que ella era una pésima jinete.

–No te pases con el manoseo en público, Altea o te corto los dedos.–le advertí antes de salir.

–¿Por quién me tomas tú?

–¿Qué son los deberes de esposa, Altea?

–Bueno, una hermafrodita requiere cuidados, los hombres y mujeres que se casan con una sacerdotisa eclipse, es decir, con una hermafrodita, tienen la obligación de satisfacer a sus hermafroditas. Claro, en el caso de que el matrimonio sea por amor desde las dos partes. Una hermafrodita que ama a su pareja no tendrá sexo con nadie más que con el amor de su vida, y eso, cariño mío, requiere unos cuidados especiales.

–La primera vez que nos conocimos, te la chupé hasta dejarte sin energía porque nos sentimos atraídas la una de la otra, pero tú siempre tenías sexo con otras.–ella puso sus manos en mi vientre, una bajó de forma traviesa a mi entrepierna.

–No cuando vine contigo.–me sonrojé, y agaché la cabeza. Sus dedos comenzaron a masturbarme lentamente.–Y eso que mantuviste virgen tu coño desde que nos conocemos.

–¿Para qué quieres un coño cuándo tienes un culo?–Altea se rió de mi ocurrencia.

El viaje fue suficientemente largo como para detenernos a mitad de camino, en un poblado. Envié a un emisario a mi destino, para avisarles de mi llegada.

–¿Vamos a detenernos a comer o solo a dejar que los caballos beban un poco?

–Sin detenernos llegaremos al atardecer. Si nos detenemos llegaremos aún más tarde. Dejaremos que nuestros caballos descansen un poco.

Los territorios colindantes a la capital, estaban cubiertos por ceniza volcánica. Pocas cosas crecían en estos territorios, excepto determinadas plantas amistosas con la ceniza. El paisaje de ceniza se difuminada en la provincia del sur, Yvlyer, donde la fauna y la flora eran más ricas. Como solo tenemos una provincia así, diseñé unas cuotas de recolección de alimentos y tala de árboles. Si mi padre me da el mando de Yvler es que quiere que la gobierne durante un buen tiempo, y además querrá que toda la contribución provincial apoye la invasión.

–A ver cómo le doy a mi padre la madera que quiere para barcos sin destrozar el poco bosque que gozamos en Olyviria. Hacía mucho tiempo ya que necesitábamos expandirnos, solo espero que mi hermano no la fastidie.

–Seguro que no lo hará.

–Quiero tener espías en la capital mientras yo no esté.

Antes de marchar fui al templo de la Madre Creadora un momento, aquí oficiaban sus tareas sacerdotisas de la luna y sacerdotisas eclipse en conjunto.

–Princesa imperial, es un placer estar en tu presencia.–dijo una sacerdotisa

–Haz llamar a Mirina.

La sacerdotisa fue a buscar a la hermafrodita que buscaba, esta no era otro juguete sexual mío, era una intelectual y matemática que necesitaría conmigo. Mirina se presentó con una reverencia.

–Quiero que vengas conmigo, mi padre me ha dado el gobierno de Yvler, voy a necesitar tus servicios.

–Te veré allí esta noche.

Dejé el templo y volvimos a la marcha. Bebí un poco de la caltimplora de uno de mis hombres y se la devolví. Aceleré la marcha y no nos detuvimos hasta llegar a la ciudad.

Lo habían preparado todo para mí llegada. El noble local de la ciudad, un elfo de orígenes sureños, me llevó a la finca que ocuparía.

–Quiero que todo asunto importante esté en mi oficina para mañana.

–He ordenado que os hagan la comida. ¡Esclavos! Llevad a la princesa a comer, atended sus necesidades.

La mesa estaba llena, para nosotras dos solas, de comida. Nos sentamos, y comenzamos a comer. Altea se quitó la túnica, y el sujetador que llevaba debajo, dejando la camisa como lo único que tapaba su torso. Yo aflojé mi vestimenta, y tiré bien lejos el sujetador. Y así, bien cómodas, seguimos con la comida sin hablarnos. Cuando terminamos, los esclavos se llevaron toda la comida.

–Deberíamos ir a los baños, pero solo quiero recostarme y leer las escrituras. Iremos a los baños de noche, cuando los tengamos para nosotras solas.

Me cogió la mano y me llevó a nuestra habitación. Ella buscó entre su equipaje un libro, sacó las escrituras sagradas de la Madre de todos los dioses y se acostó. Ella se quitó la camisa, yo me puse entre sus piernas, le quité el pantalón y la ropa interior. Yo me puse a masturbarla.

–Nada como leer mientras una princesa te hace una paja.

Me desnudé y comencé a pajear a Altea. Como ella dijo, se puso a leer, sin prestarme mucha atención. Yo movía mi mano repetidamente de arriba a abajo.

–Antes de conocerte, era la amante de una escultora.

–¿Una escultora?

–¿Conoces el Lancero de Narvis?

–Si, estuve allí hace unos años.

–Lo hizo ella.–mientras le clavaba su lanza en todo el coño a la escultora.

Sin dar ningún aviso, Altea eyaculó por toda mi cara, que quedó manchada de semen. Yo, en vez de parar, continué.

–No te pongas celosa, pero parecía una diosa de alas negras. Me controlaba por completo, y servía a sus deseos sexuales.

–¿Y cómo llevabas eso de no ser la dominante de la relación?

–Me ponía cachonda pero a la vez le gustaba torturarme y hacerme esperar. Había veces que lo pasaba mal para luego explotar dentro de ella.

En vez de limpiarme con un trapo, me acerqué a mi chica y la besé. Ella limpió el semen con su lengua, lo cual era un símbolo de cariño tremendo para la hermafroditas del sacerdocio eclipse.

–Y yo conocí a una sacerdotisa, eclipse, a la que le hice una mamada por primera vez en toda mi vida y desde entonces se ha convertido en mi debilidad.

–¿Y cómo es ser la amante de esa sacerdotisa?–preguntó Altea con una sonrisa.

–Como todas las hermafroditas, está cachonda todo el día, requiere cuidados diarios, pero le confiaría mi vida.–nos besamos otra vez.

En esas que mi sacerdotisa había llegado y abrió la puerta sin avisar. Mirina agachó la cabeza e hizo el amago de cerrar la puerta.

–Tengo la mala costumbre de abrir puertas sin…

–Pasa.

Me levanté, y busqué entre los cajones algo de ropa. Me vestí con un camisón de cama, no tapaba mucho pero era algo. Prácticamente se me veían las curvas, mi pechos, y mi vagina. Miré a Mirina que estaba allí cabizbaja.

–¿Te gusta observar a las parejas tener sexo? ¿O es que estás celosa?

–No, señora.

–Desnúdate, y cierra la puerta, en ese orden.

Altea se acercó con curiosidad, yo me crucé de brazos mientras la intrusa se desnudaba. Cuando toda su ropa yacía en el suelo, cerró la puerta. Me esperaba algo de vergüenza por su parte, pero se sentía normal en su desnudez, percibía algo de miedo de mi posible reacción. Quise ser un poco mala y me decidí a asustarla un poco.

–Has abierto sin avisar, la puerta donde la princesa yacía con su amante. ¿En qué posición crees que te deja eso? ¿Qué podría hacerte?–dije con voz muy seria y fingiendo enfado.

–El trato deshonroso conlleva penas graves. Has humillado el honor de la princesa.–dijo Altea, que quería unirse a mí juego.

Me sentí mal cuando Mirina comenzó a sollozar, me reí y la abracé.

–Estaba de broma, pero no me des razones para castigarte, nunca.

–Aparta, princesa imperial.–solicitó Altea.

Mi amante estaba acostada en la cama, de lado. Mirina acudió a ella, y la montó.

–Os espero en la oficina, no tardéis.

Las hermafroditas tienen sus relaciones extravagantes y curiosiosas, o eso dicen. A mí me parece que simplemente va tan cachonda por la vida, que se corre sin pensarlo en el coñito olvidado de una hermafrodita.

Tapé mi obvia desnudez con una túnica y fui a la que debía ser mi oficina. Aún le faltaban unos días para tenerla amueblada, pero estaba lo básico y unos informes sobre el estado de la ciudad. Aunque de eso me encargaré otro día. Me senté y puse mis piernas sobre la mesa. Así estuve hasta que un buen rato después llegaron el par de cerdas a la oficina.

–Sentaos, par de cerditas.

Mirina se sentó en la silla que había delante mia, y Altea se sentó en la mesa. Mirándome a mí, y con unas intenciones muy exactas.

–Necesito mejorar la economía de la provincia, y apoyar económicamente la guerra. Esa es nuestra misión aquí. Mirina, quiero que pienses en algo.

–En realidad hay un puerto comercial desde el que podemos hacer pedidos de madera, si quieres proteger el bosque.

–No quiero destruir el poco paraje natural que nos queda. Quiero además que me presentes un plan económico para toda la provincia. Mañana veremos en qué estado se encuentra.

Reinó el silencio, porque nadie sabía qué decir. Altea fue la primera en hablar.

–Tu vas a ser siempre mi amante, y pronto mi esposa, solo he disciplinado a Mirina.

–Ya.

–No quiero que esto sabotee nuestra relación.

–Ya.

–Que sepas que yo te respeto como una princesa, y como el amor de mi vida.

–¿Tan insegura te sientes de haber tenido sexo con otra que me tienes que aclarar que no sientes nada por ella? Mientras solo sea ella está todo bien.

Preferiría tener sexo hasta hartarme con ella que verla follarse a todo lo que se mueve, debería tenerse más dignidad. Las hermafroditas con nulo autocontrol solo demuestran salvajismo, y que no son personas, solo animales en celo.

–Quítate la túnica, amor mío.

Me deshice de ella, y del camisón, cosa que tampoco me pidió pero quería quitarme. Cogí la iniciativa antes de tener su polla en la boca otra vez y me levanté. Nos besamos mientras ella agarraba fuerte mis glúteos.

–¿Qué implica casarme contigo?

–Soy bastante activa, eso ya lo sabes, y eso no es un problema.–me azotó en el culo–Tendrás la Orden Sagrada del Eclipse Enandriano de tu parte, y si me convierto en Suma Sacerdotisa, seremos una pareja muy poderosa. –me apoyé en su hombro.

–Te quiero, Altea pero sobre todo, te voy a necesitar. No sólo aquí, te necesitaré cerca.

–¿Cuándo nos casamos?

–Tendré que preguntar a mi padre, pero no en menos de un mes probablemente. De todas formas no sería extraño que ya lo tenga planeado.

Siempre ha actuado como mi novia, y nunca he tenido razones para desconfiar de ella, pero cuando nos casemos tendré que tenerla más controlada o pasaré a ser su sirvienta sexual, y no me va tampoco ese tipo de relación.

–¿Qué quieres hacerme, Altea? Seguro que ponerme contra la mesa y abrirme el culo a pollazo limpio.

Antes de que dijera nada la volví a besar, y me senté en la mesa. Ella se bajó el pantalón, y la ropa interior. Miré fijamente su miembro y luego a ella.

–Eres como un toro bravo, no sé si es causa de tu hermafroditismo o siempre has sido así. Y no me molesta satisfacerte, nunca, pero ¿cuando me vas a dar algo a mí?

Se acercó a mí, y con sus manos cogío mis piernas. Mi respiración se aceleró, y entonces se arrodilló. Se hizo una coleta, y sentí su lengua en mi vagina. Me relajé y me dejé satisfacer por Altea. Mirina ya se había ido, y no nos habíamos dado ni cuenta. Me comía el coño como una profesional, y yo disfrutaba de ello.

–Follame, por favor.

Se levantó, y me penetró de golpe.