La princesa blanca 7

Nayam se prepara para su partida. Nissa se interna en la ciudad.

7

La borrasca se había quedado colgada a trescientos kilómetros al este del pueblo y mandaba uno tras otro frentes cálidos cargados de humedad acompañados de vientos tan fuertes que hacían los paraguas totalmente inútiles.

Cuando Joey salió de casa el viento húmedo y bochornoso se le coló por todas las aberturas del impermeable hinchándolo como si fuera un dirigible. Al llegar al Civic Mike le esperaba con  la sonrisa del eterno optimista. Joey entró en el coche y arrancó sin decir nada, los días húmedos, es decir casi todos los días en ese lugar le ponían de mala leche. Mike, que ya le conocía se limitó a poner la KBBO a todo trapo y canturreó las viejas canciones de los noventa  mirando a todos lados a través de los cristales del Honda.

Las clases resultaron aburridas y ruidosas y el ánimo de Joey sólo mejoró cuando vio a Amber en la clase de química. Faltaba menos de una semana para el examen de química y no  tenía ni idea de que pasaría luego, pero sin saber muy bien el por qué se sentía estúpidamente confiado.

En cuanto terminaron las clases Joey salió rápidamente y se dirigió hacia su coche. Mientras arrancaba y esperaba a que llegase Mike vio como Amber salía por la puerta y era retenida por el brazo de John antes de salir a la tempestad. John le dijo algo y ella hizo un gesto negativo. John le pegó un fuerte tirón al brazo izquierdo de Amber e insistió pero Amber se  mostró inflexible y se fue. John se quedó mirando cómo se alejaba  la espalda de Amber y le dio un patadón a la máquina de refrescos que  tenía a su lado.

Mike pasó por su lado patinando y agachándose recogió una de las latas que había salido de la máquina expendedora.

-¿Qué demonios le pasa a ese gorila? -dijo Mike abriendo la lata de Coke con un chasquido.

-No sé exactamente pero creo que Amber le acaba de dar calabazas -dijo Joey sin poder evitar emocionarse un poco.

-Yo no me alegraría tanto y procuraría no ser la próxima máquina expendedora que patee el bueno de Johnny .-dijo Mike un poco preocupado- Ten cuidado Joey, cuando te quedes con el culo al aire esa tía no va a mover un dedo por ti.

Joey aparcó el coche al lado de la casa de Mike y se dirigió a la de Amber.  El señor Kingsey le estaba esperando de nuevo con la risueña cara de siempre.

-Buenas tardes, señor Smart, lamentablemente no tengo un cono del silencio* en casa así que, ¿Podemos hablar un momento fuera? -le preguntó el hombre mientras le guiaba hasta una esquina de la propiedad. -Veras querido amigo, me gustaría saber cómo va Amber con sus estudios. La veo estudiar constantemente y eso me preocupa.

-Perdón señor, no le entiendo.

-Yo también he sido joven y he hecho cualquier cosa para parecer que estudio y veo a Amber estudiar tanto que me temo que sea un truco. Es muy lista cuando se trata de liarme y como la prometí un coche si se esforzaba un poco más...

-No puedo decirle nada sobre las demás asignaturas -respondió Joey- pero en lo que respecta  a la química la mejoría ha sido notable y creo que la amenaza de verse fuera del equipo de animadoras ha resultado mucho más efectiva que sus promesas.

-Mmm, eso no me lo había contado. -dijo el padre de Amber- Así que lo del coche es sólo un extra.

-No debería ser yo el que se lo diga, pero creo que aunque no le venga mal, para una chica el coche no es una prioridad, sin embargo ser la más popular sí que es importante. -dijo Joey tratando de no pensar en lo que eso significaba.

-Interesante. Supongo que debería ponerme más en la posición de mi hija para poder entenderla un poco mejor. -dijo el señor Kingsey acompañando a Joey de nuevo a la puerta.

La habitación de Amber estaba en penumbra y ella, vestida, estaba tumbada boca abajo ausente.

-Hola Amber. Vi  tu discusión con John. -dijo Joey con suavidad-¿Te encuentras bien?

-Los hombres sois imbéciles. -sentenció Amber.

-¿Puedo ayudar?

-Ya has hecho bastante. Antes de conocerte era feliz y ahora todo me parece insuficiente. ¿Por qué John no puede ser como tú?

-Bueno, -dijo Joey emocionado- todo el mundo es diferente, cada persona tiene sus prioridades. Quizás no sea el hombre que estás buscando.

-Ese es el problema, que es perfecto salvo por un par de pequeños detalles. -dijo Amber .

-Siento decirte que los príncipes azules no existen ni en los cuentos de hadas. Siempre llegan tarde, normalmente no se enteran de nada y a veces hasta comen moscas.

-Hoy no estoy de humor, ¿Podemos dejar la química para mañana? -dijo Amber haciendo morritos.

-Está bien, vamos un poco adelantados, pero mañana no habrá excusas que valgan.

-A sus órdenes -dijo ella animándose y llevándose los dedos a la sien en un torpe saludo militar.


A esas horas de la noche el puerto era un lugar húmedo,  lóbrego y solitario. Cuando puso el pie en tierra Nissa dio las gracias a los dioses y arrugó la nariz ante el intenso olor a pescado podrido. Hanón y sus hijos se ofrecieron para acompañarla a casa pero como Nissa no sabía muy bien a dónde ir se despidió de ellos dándoles las gracias de nuevo.

No conocía Veladub pero Serpum le había enseñado que todas las ciudades tenían una estructura similar. La zona central que solía  ser la zona más alta y ventilada era en la  que vivían  los nobles y los ricos. A su alrededor se extendían los barrios de los artesanos y los militares, mientras que las zonas más cercanas a las murallas y mas insanas las ocupaban la gente pobre y los maleantes.

Sabía que el puerto no era un lugar seguro para una joven sola, así que se internó entre las estrechas callejuelas buscando una que le llevase al centro de la ciudad.

Estaba sola en una ciudad extranjera sin nada más que unos pocos karts, hacía una semana se habría puesto a llorar y habría languidecido en cualquier esquina pero la experiencia con los trasgos la había endurecido y solo pensaba en un plan para salir de allí y volver a casa.

Lo primero era encontrar un lugar dónde dormir lo más barato posible en un barrio seguro. Luego tenía que encontrar una forma de conseguir dinero para costearse el viaje de vuelta a casa. Eso tampoco le pareció tanto problema, Serpum le había enseñado a leer escribir, hacer cuentas... quizás podría trabajar de institutriz de los hijos de un mercader o llevar las cuentas en algún negocio. Con el dinero que tenía calculó que disponía de dos o tres días para encontrar un trabajo.

Salió del barrio del puerto y tomó una calle que subía en dirección norte hacia el corazón de la ciudad. A medida que iba subiendo por la cuesta, las calles  estaban más limpias e iluminadas pero seguían estando vacías a esa hora de la noche. Unos pasos detrás de ella la sobresaltaron y la sacaron de sus  meditaciones. Avivó un poco el paso intentando evitar encuentros con desconocidos mientras buscaba un lugar dónde refugiarse. Las pisadas detrás de ella también se aceleraron. Nissa se giró buscando una silueta en la penumbra pero detrás de ella los pasos cesaron y no vio a nadie. Reinició la marcha y oyó como los pasos volvían a resonar a unos cincuenta metros por detrás de ella. Encontró una callejuela a su derecha y sin pensarlo se coló por ella y echó a correr.  Nissa oyó como su perseguidor apuraba el paso también y, tras dudar un segundo se metía en la calle tras ella.

Por un momento pensó en plantarle cara y preguntarle que quería pero lo descartó rápidamente y se metió en otra callejuela, aun más estrecha que la anterior rezando para que tuviese salida.  Los pasos sonaban cada vez más cercanos, Nissa estaba cada vez más asustada. Corrió  con el corazón en la boca y al girar en una esquina vio con alivio que la callejuela terminaba en una pequeña plaza dominada por las luces y el jolgorio que escapaba de la puerta de una taberna.

Nissa no se lo pensó y entro en el local como una exhalación. A pesar de lo avanzado de a noche la taberna estaba bastante llena. Un bardo contaba una historia picante al lado del hogar mientras rasgaba sin mucha pericia las cuerdas de una lira. La parroquia reía con los malentendidos de los protagonistas y bebía cerveza. La mayoría eran hombres y las pocas mujeres que quedaban eran prostitutas que se sentaban en el regazo de los clientes intentando sacarles unas cervezas o algo más.

Nissa se acercó a la barra y un hombre de aspecto ladino y mugriento la atendió.

-¿Desea algo señorita?

-¿Tienen habitaciones? Acabo de regresar de un viaje y mi marido está al llegar, necesitamos un lugar dónde descansar. -dijo Nissa mirando de soslayo hacia la puerta.

-Está de suerte, no encontrará habitaciones más limpias y mejor ventiladas que en La Gata Verde. Y solo le costará dos miserables Karts por noche con el desayuno incluido.

-Perfecto,- dijo ella sacando dos de las monedas que le había robado al trasgo- ¿puede darme una que dé a la calle?

-Sin problema -respondió el posadero- ¿Va a querer cenar algo?

-No gracias ya cenamos en el puerto. -dijo ella intentando parecer segura de sí misma.

-De acuerdo -dijo el hombre- Soy Nesgar. ¡Lilith, mueve ese gordo culo y lleva a la señora a la habitación tres!

Una mujer rubia y de pechos y culo descomunales se levantó del regazo de un anciano al que estaba manoseando y la guio por unas estrechas y oscuras escaleras hasta su habitación.

La mujer le abrió la puerta y en cuanto Nissa entró en ella cerró la puerta a sus espaldas y volvió a bajar en busca de su anciano admirador. La habitación era sucia y la única luz era la de la luna filtrándose por un estrecho  ventanuco. Los parroquianos debajo de ella habían comenzado a corear una canción del bardo y con su baile hacían estremecerse las vigas del edificio.

Nissa se tumbó y después de casi una semana pudo echarse a llorar hasta quedarse dormida.


-Muy oportuno, eso es lo que he estado haciendo hoy desde que llegué a casa. -dijo Amber- ¿Por qué tenéis que ser los hombres tan complicados?

-Perdona -replicó Joey- pero la que lo está complicando todo eres tú. Tanto John como yo sabemos lo que queremos. Lo que faltaba es que nos echases la culpa a nosotros. -dijo Joey volviendo la vista  de nuevo al ordenador.


Los emisarios del rey Deor habían atracado la noche anterior y aquel día se celebraría la audiencia en la que su padre la entregaría al rey de Juntz junto con una generosa dote. Nayam se levantó nerviosa y triste, su cuerpo moreno y desnudo se reflejó en el enorme espejo de plata bruñida que le había regalado Eldric  el hijo del que en unas pocas horas sería su prometido. Se acercó al espejo y se acarició su cuerpo joven y voluptuoso preguntándose si el anciano rey de Juntz sabría hacerlo vibrar de placer.

Con un suspiro de resignación se apartó del espejo y se dirigió a los baños. Abda le esperaba como siempre, preparada para bañar, masajear y ungir su cuerpo con aceites. Echaría de menos la multitud de esclavos que atendían todos sus caprichos. En el reino de Juntz la esclavitud estaba prohibida y según Eldric la corte era mucho más austera. A partir de ahora sería la Joven Nissa la que disfrutase de esos placeres junto a Taif mientras ella languidecería en compañía de un anciano.

Nayam entró  en el estanque y se internó en él  hasta que el agua tibia   le llegó a la cintura. La joven princesa cerró los ojos y se dejó caer hacia atrás, lentamente, hasta que todo su cuerpo estuvo sumergido salvo su pelo negro y rizado que quedo flotando en torno a su cabeza. Contuvo la respiración durante unos segundo y cuando salió a tomar aire Abda le estaba esperando de pie a su lado con una pastilla de jabón de jazmín y ceniza de las Islas de  los Volcanes.

La joven esclava se frotó la pastilla con las manos hasta que se formó una ligera espuma que aplicó a la cabellera de Nayam.  La princesa  suspiró y dejó que la esclava le lavase el pelo mientras  ella permanecía sentada con el agua a la altura de su cuello. Con delicadeza Abda la ayudó a levantarse y enjabonó con suavidad su cuello, su pecho, sus caderas y su vientre. Los dedos de Abda agiles y ligeros como mariposas despertaron como casi siempre el deseo en su cuerpo y agarrando a la joven por el cuello besó sus apetitosos labios.

Abda respondió al beso y ambas se sentaron dejando que una nube blanca con aroma a jazmín se extendiese en el agua entorno a ellas. Nayam cogió la cabeza de la  joven esclava y la besó más profundamente disfrutando del sabor de su boca mientras su cuerpos se rozaban sutilmente provocando  suaves alfilerazos de placer.


-Me encanta el jazmín -dijo Amber subiéndose la falda y acariciándose el sexo.

Joey levantó la vista del ordenador y la observó masturbarse durante unos segundos. Amber se levantó y acercándose a él le puso el dedo impregnado de su aroma en los labios. Joey abrió la boca y chupó los dedos de la joven. Su sabor le evocó un revoltijo de imágenes de los días anteriores pero no se movió sino que se dio la vuelta y siguió leyendo.

Amber se sentó en el sillón de mimbre y escuchó mientras seguía masturbándose.


Abda introdujo sus manos en el agua y acarició las clavículas de la princesa. Nayam suspiró y notó como las manos de la esclava iban bajando lentamente por sus pechos hasta rozar sus pezones. Abda se entretuvo en sus pezones tocándolos con la punta de los dedos y pellizcándolos con suavidad hasta que estuvieron duros a pesar del agua tibia que les rodeaba.

Nayam gimió y apretó su cuerpo contra el de la esclava, sus cuerpos se entrelazaron y el muslo de Abda acarició el sexo inflamado de la princesa inundado su cuerpo de placer. Dominada por sus instintos la joven princesa comenzó a mover sus caderas cada vez más rápido sobre el muslo de la esclava. Abda la besó de nuevo y  se separó de la princesa tirando de ella hacia la orilla del estanque.

-¿Sabes que probablemente ésta será la última vez que me bañes? -preguntó Nayam con los labios de Abda besando sus pechos.

-Lo se ama, y eso me llena de tristeza. -respondió la esclava mordisqueando suavemente los pezones  de la princesa hasta hacerla gritar de deseo.

Con destreza la esclava tumbó a Nayam sobre el mármol al lado del estanque y hundió sus manos en su entrepierna. Bastaron unas pocas caricias para que todo el cuerpo de la princesa se estremeciera y arqueara pidiendo más.

Abda se retiró un momento para volver con el ungüento preferido de Nayam, el aceite de argán junto con el perfume de jazmín y madreselva. Lo extendió por todo su cuerpo dejando un rastro de placer con sus dedos en la piel de la princesa.

-¿Soy bella? -preguntó la princesa con el cuerpo brillante por los afeites.

-Como un puesta de sol en el Oasis de Teka, ama. -dijo Abda arrancando unos pocos pelos del pubis impoluto de Nayam.

La esclava escrutó detenidamente el pubis y la vulva buscando algún rastro más de vello  y cuando estuvo satisfecha los lamió. Nayam gritó y abrió sus piernas aún más. Abda le dio un nuevo lametón mientras con sus manos le acariciaba el interior de sus muslos.

Nayam apretó la cabeza de la esclava contra su sexo mientras alzaba su pelvis buscando el contacto lo más profundo posible. La lengua de Abda se internó en su coño tanto como pudo hasta tocar su himen, su tesoro, su desgracia.

Los movimientos de la esclava se hicieron más rápidos y rudos, sus dedos acariciaron sus labios y su ano  y su lengua y sus dientes pelearon con su clítoris hasta que todo el cuerpo de la princesa estalló en un prolongado orgasmo.

Abda chupó y recogió todos los flujos de Nayam para evitar que manchasen su cuerpo.

Cuando la vieja  Leily llegó con el maquillaje y con  sus ropajes, las dos jóvenes aún estaban abrazadas una a la otra. Una lágrima solitaria recorría la mejilla de la princesa.

Lo único que oyó fue un ligero chasquido como el que hace un pestillo al saltar. Para cuando quiso gritar pidiendo ayuda ya le habían introducido un trapo en la garganta. Medio asfixiada intentó debatirse, pero eran dos hombres fuertes los que la inmovilizaban contra el camastro y Nissa no tuvo ninguna oportunidad.

Uno de los asaltantes le pasó un lazo por las muñecas y estiró con fuerzas hasta que estuvieron bien juntas. Por fin alguien encendió una lámpara de aceite y Nissa pudo identificar a sus captores. A uno de ellos no lo conocía, pero el otro era el posadero. Indignada quiso deshacerse del trapo que la asfixiaba para poder escupir la cara de aquella sabandija pero el otro  hombre le pasó otro trapo ciñéndoselo a la boca y atándoselo a la nuca para dejar la mordaza asegurada.

La levantaron de un tirón mientras ella se revolvía indignada y la sacaron a rastras de la habitación. Cuando salieron de la posada la luna aún estaba alta en el cielo y no se veía un alma por la calle. A base de tirones y empujones consiguieron meterla en un carro y tapándola con un par de sacos vacios se pusieron en movimiento.

-Maldita lagartija.  ¿Puedes estarte quieta?

Nissa trató de moverse y gritar pero el segundo hombre cansado de tanto escándalo se levantó y se sentó sobre su estomago. El aire escapó de sus pulmones y Nissa se quedó paralizada inspirando con fuerza, buscando aire desesperadamente.

El resto del viaje fue una tortura con su cuerpo  bajo el peso de un hombretón. Ni siquiera los trasgos la habían tratado tan mal.

-Levántate Vulk, que la vas a asfixiar -dijo Nesgar después de un rato.

Nissa soltó un gemido de alivio cuando el hombre se levantó y pudo al fin respirar con cierta normalidad.

-Tranquila pequeña, esto te servirá de entrenamiento para cuando tengas al gobernador resoplando encima de ti como un gorrino. -dijo Vulk con una risotada.

-Silencio, que no estamos de excursión. -dijo el posadero cortando las risotadas de Vulk.

Tras media hora de traqueteo el carro se detuvo y ayudaron a Nissa a erguirse. Magullada y mareada apenas se podía mantener en pie cuando la guiaron hasta la puerta de una elegante mansión.

El posadero tiró de un cordón dorado rematado con una pequeña figura de bronce que representaba a dos amantes desnudos y un sonido apagado se oyó en el interior del edificio.

A los pocos segundos un negro gigantesco abrió la puerta y después de examinar al grupo y los alrededores en busca de mirones les indicó que pasaran.

Con una señal el hombre les guio por varios pasillos hasta que los dejó en una sala de estar de forma circular. Con una mueca y un balbuceo les indicó unos asientos haciéndoles entender que debían esperar allí.

-¿Qué le pasa a ese? ¿Es tonto? -preguntó Vulk.

-No -dijo el posadero- todos los criados de la casa son mudos y analfabetos. No hay lugar que esconda más secretos y más sucios que un prostíbulo.

-En efecto, -dijo una mujer lujosamente vestida mientras entraba en la habitación.

Kondra era la mujer que regentaba con mano de hierro  el Lago Azul, el prostíbulo más lujoso de la ciudad. Una noche con una de sus inquilinas costaba un mes de sueldo de un capitán de barco pesquero. Todo el que entraba salía satisfecho, todo el que entraba volvía siempre que podía.

En su juventud Kondra había sido la amante del gobernador de la ciudad. Decían que sus ojos grandes color avellana, su cuerpo largo y delgado y su habilidad en las artes amatorias le habían llevado al gobernador a perder la razón. Con el gobernador a punto de morir se las arregló para que le cediese la mansión en la que ahora estaban y una cantidad de oro que nadie había podido averiguar.

Cuando el gobernador murió el sucesor la apresó y estuvo a punto de matarla pero después de vender su cuerpo a sus carceleros a cambio de la libertad se presentó ante él y le sedujo. En esta ocasión, pese a las suplicas del nuevo gobernador  abandonó el palacio y montó el prostíbulo en la mansión comprando con el oro que había heredado las mujeres más bellas en los mercados de esclavos de todo Irlam.

-Kondra, cada día que pasa estás más hermosa -dijo el posadero.

-Déjate ya de lisonjas Nesgar, se perfectamente que los años no pasan en balde.-dijo Kondra- ¿Qué me traes?

-Una belleza. -dijo el posadero- Joven, ojos azules, piernas largas, piel suave...

-Eso mismo dijiste de la última que trajiste, para lo único que sirve es para darle la comida a los cerdos.

Antes de que Kondra dijese nada más el posadero le quitó la capucha a Nissa con suficiencia. El pelo rubio largo y brillante de la joven cayó como una cascada por sus hombros reflejando la tenue luz de los candelabros.

Sólo una pequeña contracción en las pupilas de Kondra denotaron su sorpresa. La joven era realmente bella y los ojos aguamarina eran como dos lagos limpios y profundos.

-Desnúdala quiero ver dónde está el truco. -dijo Kondra.

-No hay truco -dijo el posadero quitándole todo menos la mordaza.

La joven quedó desnuda temblando frente a la mujer. Kondra dio una vuelta entera en torno a ella admirando su piel pálida e inmaculada sus pechos grandes y enhiestos su culo firme, sus caderas  voluptuosas, sus piernas largas y sus manos finas y suaves.

-¿Y esos moratones? -dijo Kondra señalando las costillas magulladas- Si la habéis hecho daño os mato.

-Nosotros no... -empezó a excusarse Vulk.

-¿Te duele al respirar? -dijo Kondra palpando los verdugones.

Nissa negó con la cabeza sin dejar de mirar al suelo.

-Está bien rufián. ¿Cuánto quieres por ella?

-Había pensado en diez soberanos.

-¡Ja! me tomas el pelo.

-Mi señora, usted misma puede verlo. No creo que tengas una joven tan hermosa entre todas tus furcias.

-Ten cuidado con tu lenguaje. -dijo Kondra con un gesto imperioso- Es una joven bonita, pero eso no significa que valga para este trabajo.

Nissa lloraba en silencio mientras negociaban con su vida. Todas las esperanzas de volver al palacio de las nubes se habían hecho añicos. Había luchado, había aguantado vejaciones increíbles e iba a acabar en un prostíbulo ofreciendo su virgo al mejor postor.

-¿Tres soberanos? Eso es un insulto. Por ese precio la vender en el mercado de esclavos...

-Buena suerte, seguro que tienes sus papeles en regla verdad. -dijo Kondra sacando cuatro soberanos con un gesto de triunfo.

-Está bien cuatro soberanos -dijo Nesgar contando el dinero derrotado.

Los hombres abandonaron la sala tras el criado negro, satisfechos aunque no contentos con la transacción y la mujer se quedó observando a Nissa con atención.

-Si gritas sólo conseguirás un castigo. -dijo Kondra soltando la mordaza

Nissa tosió y cogió una larga bocanada de aire. Sus costillas se marcaron sobre su piel y sus pechos se elevaron llamando la atención de la madame. Con sus uñas rojas y afiladas recorrió sus pechos y sus vientre dejando finas líneas rojas en su piel. Mirando a la joven a los ojos metió la mano entre sus piernas y con estupefacción descubrió que la chica era aún virgen.

-Pequeña, eres una caja de sorpresas -dijo Kondra complacida- Esos burros no sabían que tenían un tesoro. ¿Cómo te llamas?

-Linnet, -dijo Nissa sin apartar la mirada.

-Muy bien pequeña Linnet, acompáñame vamos a lavarte un poco y cuidarte esas magulladuras. -dijo la mujer envolviendo su cintura con el brazo y llevándola al interior de la mansión.


Joey terminó de leer el capítulo y cerró el portátil. Amber  permanecía en el sofá de mimbre con la blusa entreabierta y la falda subida. Él se aproximó e intentó acariciarla pero ella con gesto serio lo apartó con una mano.

-No, -dijo ella con la voz temblando de deseo.

-No me digas más. -respondió el acercando su cara a la de Amber - Ahora tienes remordimientos.

Amber se mordió el labio y apartó la mirada de él. Joey la cogió por la barbilla y obligandola a mirarle a los ojos estampó sus labios en los de la joven. Por un momento ella se resistió y se negó a abrir la boca, pero el deseo se impuso y sus lenguas se entrelazaron en un beso húmedo, violento y cargado necesidad.

En ese momento Joey bajó la mano y le pegó un fuerte estrujón en su sexo sin dejar de besarla con violencia. Amber gimió excitada y restregó dispuesta  su pubis contra la mano de  Joey pero él apartó la mano y deshizo el beso.

-¿Qué haces?- dijo ella mientras Joey se ponía el chubasquero y cogía el ordenador.

-Darte algo en que pensar. Hasta mañana. -dijo Joey cerrando la puerta tras de sí y deseando haber acertado con lo que había hecho.

Cuando llegó a la puerta, la madre de Amber le estaba esperando con una sonrisa roja como la sangre.

-Toma querido, -dijo la mujer sacándose  dos billetes de veinte de su escote.- Mi marido se ha tenido que ir. El trabajo. Pero me ha dicho que te diera esto junto con las gracias por tus esfuerzos.

Joey le dio las gracias,  cogió los billetes aún tibios de las manos perfectamente arregladas de la mujer y metiéndoselos en el bolsillo se alejó de aquella casa pensando que estaba saliendo de un nido de víboras.