La princesa blanca 3

La princesa continúa con su plan. Albert se acerca.

3

El día siguiente amaneció bastante nublado. El Civic en esos días, con los abollones y las manchas de óxido parecía realmente deprimente, pero su madre tenía razón con lo de que era indestructible cuando se lo compró por una miseria a una vecina y como siempre arrancó a la primera y se internó en el tráfico. Las primeras gotas de lluvia comenzaban a caer cuando llegó al instituto y corrió a la puerta usando los libros como paraguas.

Llegó medio asfixiado por la carrera y se fue directo a su taquilla.

-Hola Joey -dijo el novio de Amber dándole una palmada en la espalda que le hizo temblar hasta los empastes.

-Hola John. ¿Qué tal?

-Yo bien, pero tú puede que no lo estés tanto en un futuro cercano. -respondió empujando a Joey contra las taquillas con estrépito.

-Yo no... -dijo Joey cagado de miedo sólo con pensar que podía haberse enterado de lo que había hecho con Amber la tarde pasada.

-Más te vale que consigas que Amber apruebe el examen, si no tu vida va a volverse muy dura...

-Dalo por descontado -dijo Joey suspirando de alivio.

-Perfecto chico -dijo dándole un golpe en la frente que hizo que su cogote se estrellase de nuevo ruidosamente contra las taquillas.

Medio mareado terminó de abrir su taquilla y sacó el libro de química. Amber llegó la última a la clase y se sentó después de dedicarle una seductora sonrisa a su novio que holgazaneaba en la última fila.  La profesora Freemantle era una negra de mediana edad y poderosos glúteos que hacia las delicias del personal masculino con sus leggins y sus faldas hiperajustadas. Cuando se acercó a la pizarra y se volvió para escribir unas formulas, varios alumnos hicieron muecas y simularon pelársela al ritmo del movimiento de sus cachetes.

La clase transcurrió plácidamente hasta que la profesora llamó a Amber para resolver un problema en la pizarra. El ejercicio no era especialmente difícil y Amber se desenvolvió perfectamente resolviéndolo con seguridad. Cuando terminó y fue felicitada por la señorita Freemantle por su mejoría en la asignatura volvió a su sitio y le dedico un rápido guiño a Joey.

Joey se volvió nervioso hacia John pero éste levantó la mano con el pulgar en alto y una sonrisa. Cuando se volvió vio como Judith, que debía haber seguido todos sus movimientos, le miraba con  cara rara.

-¿Qué tienes que ver con esos descerebrados? -le dijo Judith en cuanto acabó la clase.

-No es lo que tú crees Judith.

-Ten cuidado con esos dos, Amber es venenosa, todo lo que toca se marchita y John es un bestia.

-Sólo estoy ayudando a Amber con la química.

-¿Sólo eso? -preguntó ella escéptica. Permíteme que lo dude. Créeme, esa chica no es para ti.  -dijo saliendo de la clase meneando el culo furiosamente.

No volvió a ver a Judith hasta el foro de debate. Con un supremo esfuerzo se concentró en el debate y procuró rebajar la tensión con la chica pero Judith le ignoró enfadada.

-Estupendo,- exclamó él para sí mismo ¿ Por qué las mujeres tenían que ser siempre tan complicadas?

Cuando llegó a casa de Amber comprobó con desilusión que  esta vez no estaba su padre para llenarle el bolsillo con un par de billetes, en cambio tuvo que aguantar las miradas insinuantes y las largas piernas de la madre de Amber asomando por la raja de su albornoz.

Joey se escurrió rápidamente y subió a la habitación de Amber y respiró aliviado cuando cerró la puerta tras de sí.

-Hola Joey. Lo has conseguido, hoy estuve genial.

-Sí y menos mal. Si no, tu novio me hubiese partido la cara.

-¡Bah! No le hagas caso, en el fondo es  más inofensivo que un osito de peluche.

-Sí, un osito de peluche cargado de testosterona. -replicó Joey no muy convencido abriendo el ordenador.

Los siguientes setenta minutos los pasaron hablando de niveles de energía y números cuánticos. Amber avanzó más lentamente pero finalmente Joey quedó satisfecho con el resultado.

-¡Vamos, vamos! -dijo la chica tumbándose en la cama expectante -empieza a leer de una vez.

Joey no se resistió mucho y abrió el ordenador.


Guldur  salió del torreón y se asomó entre las almenas de las murallas. El cielo tenía un color plomizo y la bruma proveniente de la cataratas llegaba arrastrada por el viento  formando pequeñas nubes que se arrastraban a pocos metros del suelo dificultando la visibilidad. Odiaba ese lugar. Había pasado una parte de su carrera allí y sólo había pasado penalidades. El frio, el aullido del viento y la constante humedad proveniente del salto  poblaba las murallas de musgo  y entumecía las articulaciones y  el corazón.

En fin, por lo menos ya sólo quedaba poco más de un día para salir de allí y  darse la gran vida. El bosque que atisbaba a unas pocas millas bajo las montañas era el lugar donde cambiaría su destino para siempre. Una ráfaga de viento azotó su rostro y le sacó de sus pensamientos. Escupió por encima de la muralla y volvió al calor del interior del torreón.

La noche era oscura y sin estrellas. Nissa no podía saber hacía donde se dirigían pero parecía que no habían cambiado de dirección y seguían hacia el este. La noche era tan oscura que casi no podía ver y avanzaba a trompicones por el camino que cada vez se volvía más irregular. Los trasgos sin embargo parecían la mar de contentos. Avanzaban a buen ritmo, sin problemas y  se impacientaban cuando tenían que esperar por la joven que siempre quedaba retrasada. Durante el camino estuvo observando con atención uno a uno a todos los componentes del grupo buscando al más débil. Los trasgos eran tan altos  como los humanos, eran menos ágiles pero más fuertes. Sus ojos eran pequeños y negros y solo a la luz de la luna estaban del todo abiertos, sus orejas eran pequeñas y puntiagudas pero lo que más llamaba su atención era su piel, pálida y apergaminada, sin ningún pelo, que le recordó al viejo Durc el criado que había sufrido  un accidente en la cocina del palacio y se había quemado la mayor parte del cuerpo cuando era joven.

Se fijó en  Munum- koor pero quedó rápidamente  descartado; era fuerte y hábil, le sacaba la cabeza a casi todos y había demostrado ser lo suficientemente listo como para  llevar la incursión a buen puerto.  Después de observar un rato a Heldrin-soos y Brock-noor , también los descartó, parecían demasiado fuertes. Sólo quedaban Nulcan-voor y  Greek -koor . El primero era más canijo y pensó que quizás pudiese zafarse de él y conseguir algo de ventaja; en un bosque tan abrupto como la selva de los dos ríos no necesitaba más. Sin embargo cuando vio Greek-koor sacar una daga de la bota y jugar un rato con ella se le ocurrió una idea.

Poco a poco se fue acercando a Greek-koor a lo largo de la noche hasta que se quedó andando a su lado como por casualidad.

-¿A dónde me lleváis? -preguntó sintiendo como los primeros copos de nieve comenzaban a caer en torno a ella.

Greek-koor contestó con un gruñido y siguió jugando con su cuchillo.

-Eres de koor ¿No? he oído como te llamaban tus compañeros y sé que vuestro segundo nombre corresponde al lugar de dónde procedéis.

El trasgo siguió con su obstinado silencio pero no pudo evitar una mirada de sorpresa. Por fin todas las aburridas lecciones de Serpum empezaban a servir para algo.

-¿Cómo es koor?¿Es un sitio bonito? -insistió Nissa inasequible al desaliento.

-La mayor parte del año es un lugar frio e inhóspito. Durante el invierno que dura ocho meses vivimos en cuevas en la ribera del lago y nos alimentamos de pescado y focas  que capturamos haciendo boquetes en la superficie helada, -dijo el trasgo con voz rasposa- pero en verano el hielo se derrite y los campos florecen y se llenan de vida. Salimos de las cuevas en expediciones que pueden durar hasta dos semanas, cazamos y recolectamos todo lo que la tierra nos da y nos atiborramos para poder aguantar el siguiente invierno.

-¿Tienes una trasga esperándote en casa?-preguntó ella con una sonrisa cómplice.

-No, soy demasiado joven y hasta ahora no había tenido la oportunidad de participar en una expedición. Hasta que no participas en una no te consideran guerrero y no puedes casarte.

-Entonces ¿Eres virgen? -preguntó ella.

-No, claro que no. -respondió el molesto.

Continuaron un rato en silencio, la nieve seguía cayendo con desgana cubriéndolo todo como la capa de azúcar de una tarta.

-¿Cómo son vuestras mujeres?

-Rollizas y hermosas con ojos pequeños y la piel oscura y huelen a hogar y  a grasa de foca...

Enseguida percibió con satisfacción como fino hilo de baba pugnaba por escapar de su boca y un bulto delator crecía en su entrepierna. Continuó charlando y haciendo que el joven trasgo añorara su hogar y el contacto con una hembra.

Afortunadamente la nieve dejó de caer y la poca que cayó se fundió sin llegar a congelarse con lo que pudo continuar la caminata sin demasiados problemas hasta que las primeras luces del amanecer se adivinaban en el este.

Con los primeros árboles de la jungla de los dos ríos a la vista apretaron el paso y montaron el campamento bajo a la sombra de estos. Tras la parca cena Munum-koor se acercó a ella y la joven consciente de lo que el trasgo esperaba de ella le acarició la entrepierna por encima del basto cuero de sus pantalones. Aquella noche se esmeró especialmente chupando el áspero y maloliente miembro del capitán trasgo y se relamió con lujuria mientras miraba al joven Greek-koor a los ojos.

Albert avanzó a la velocidad de una tormenta hasta que llego a las montañas que lo separaban del bosque de los tres ríos. No sabía si el rey lo estaba buscando así que no se atrevió a pasar por...


-¡Eh! Un momento, me has estafado. No has escrito la escena de sexo de Nissa. -dijo Amber enfadada con el albornoz medio abierto.

-Por supuesto. -replicó Joey sin inmutarse- no todos los pasajes de la historia pueden tener sexo, lo único que se consigue con eso es ser repetitivo y cansar al  lector.

-¡No es justo! -dijo ella enfurruñada.

-No lo será pero yo soy el autor y estoy convencido que una nueva escena de una felación de Nissa al capitán trasgo no sirve de nada en la historia.

-Pues si no hay sexo literario, tampoco lo habrá real, -dijo Amber abriendo un poco más su albornoz y mostrando el máximo de piel desnuda sin dejara a la vista sus partes más íntimas.

-Es justo -dijo él aparentando serenidad mientras notaba como su sangre hervía y sus espermatozoides hormigueaban indignados en sus testículos.


Albert avanzó a la velocidad de una tormenta hasta que llegó a las montañas que lo separaban del bosque de los tres ríos. No sabía si el rey lo estaba buscando, así que no se atrevió a ir  por el paso que corría al lado de la Fortaleza del Norte y tuvo que conformarse con internarse en el paso de Pell. Albert sabía de su existencia por las leyendas antiguas, pero de no ser por el viejo mapa que le había dado el arcipreste, no habría sido capaz de encontrarlo. El paso del norte, mucho menos abrupto y más protegido junto con la inexistencia de razones para introducirse en territorio de los trasgos hacía que la senda hubiese quedado rápidamente en desuso. El camino por el que apenas  cabía un carro estaba lleno de maleza y aunque los primeros tramos eran relativamente fáciles, tras las dos primeras revueltas tuvo que descabalgar y guiar a la montura por las riendas. En algunos lugares los derrumbes y los aludes dejaban sitio apenas suficiente para el paso de hombre y bestia haciendo el avance lento y tortuoso.

A menos de media milla de la cumbre la nieve proveniente del norte comenzó a caer con fuerza y una hora después, con la nieve llegándole a la altura de las caderas, supo que tenía que renunciar a Fugaz.

-Bueno pequeño -le dijo al oído al magnífico alazán- a partir de aquí me temo que voy a tener que continuar solo.

En medio de la ventisca cogió un carboncillo que había guardado para la ocasión y escribió una corta misiva para el arcipreste. La metió en un pequeño compartimento que había en la silla y cogiendo lo básico para sobrevivir despidió  al noble animal con una fuerte palmada en las ancas. Todo el mundo conocía la magnífica montura del príncipe así que si el caballo lograba llegar a un lugar habitado  estaba convencido de que el mensaje llegaría a su destino. Con un gesto de contrariedad vio desaparecer a Fugaz en la primera curva del camino y se giró encarando los últimos seiscientos metros de penosa subida.

Estaba seguro que desde allí debía de observarse una vista espectacular de la fría tundra de los trasgos, pero aquel día entre la niebla y la nieve apenas podía ver unos treinta metros por delante de él. Con cuidado de no salirse del camino se acomodó la mochila con las armas y las provisiones al hombro e inició el descenso en medio de la ventisca.


-¿Ya está?¿Eso es todo?  -preguntó Amber decepcionada.

-Sí es todo por hoy. Siento que no te haya gustado.

-No es  eso pero esperaba que hubiese algo más...

-Si quieres escribo una escena en la que Albert se cepilla a Fugaz antes de despedirse... simplemente no funciona así. -replicó Joey un poco enfadado. Cuando quieras lo dejamos y nos limitamos a las clases de química.

-No,  por favor.-dijo ella compungida- Lo siento Joey, quiero saber qué pasa con la princesa pero es que me gustaron tanto las escenas de sexo...

-Así que te gusta el sexo con trasgos y trolls...

-Por eso me pareces tan atractivo. -dijo ella medio en broma medio en serio- me encantan los bichos raros.

Amber se levantó de la cama y se estiró con languidez consciente de que Joey observaba el triangulo de fino vello rubio que crecía entre sus piernas y asomaba en la abertura del albornoz. Con una mirada cargada de erotismo la joven se acercó a la puerta  y la abrió dejando que el albornoz revolotease abierto mostrando su anatomía sin pudor.

Joey captó el mensaje y recogió sus cosas abandonando la habitación, no sin un deje de  desilusión. La agridulce sensación con la que abandonaba la casa se mitigó un poco cuando al llegar a la puerta vio que el padre de Amber había vuelto y le estaba esperando con la mano en el bolsillo.

-Muy bien 86, Amber me ha contado su éxito en la clase de química -dijo sacando dos billetes de veinte y metiéndoselos en el bolsillo.

Cuando salió de la casa ya estaba pensando en una nueva capa de pintura para el Honda.