La princesa blanca 17

Nissa y Albert llegan a la ciudad santa.

TERCERA PARTE

17

Nada más despertar, Joey recordó con desagrado la tarde pasada en compañía de Amber.

Lo primero que pensó fue en mentir a Judith , pero rápidamente desechó la idea. Judith era demasiado inteligente, notaría que algo iba mal, le conocía demasiado. Así que se pasó todo el tiempo antes de subir al coche, pensando en cómo se lo iba a explicar.

En cuanto Mike subió al Honda adivinó que algo pasaba.

—¿Qué demonios te ocurre ahora? ¿El amarillo del moratón no hace juego con el color de tus ojos?

—No, no es eso.—respondió Joey— El padre O´Brien me la ha jugado.

—Te está bien por confiar en un cura. Son todos una pandilla de reprimidos sobaviejas. —dijo Mike mientras se retrepaba en el asiento— ¿Qué ha hecho?

—Resulta que me confesé el domingo y le conté todo lo que pasó. En vez de mandarme rezar un millón de padrenuestros se hizo el original y me ha obligado a ayudar en el comedor social.

—Vaya entiendo tu enfado. —dijo en tono socarrón— ¡Como un tipo como tú puede perder el tiempo  ayudando a los necesitados cuando podría estar escribiendo el próximo  Pullitzer!

—No seas gilipollas Mike. Eso no me importa. —replicó Joey mosqueado— El problema es que Amber también se confesó y el muy cabrón nos ha puesto juntos a servir comida...

Las carcajadas de Mike le obligaron a Joey a interrumpirse. Mike se cogía la barriga con la escayola sin dejar de reír, con las lágrimas corriéndole por la cara.

—¡Basta ya! —exclamó Joey aprovechando que Mike había parado para coger aire— Esto no tiene nada de divertido. ¿Cómo coños le voy a contar a Judith que me paso todas las noches al lado de Amber?

—Muy fácil, no se lo digas. —respondió Mike sin inmutarse.

—Como se nota que no conoces lo más mínimo a las mujeres. —dijo Joey con un bufido— Por lo poco que se de ellas, siempre acaban enterándose de todo y entonces sí que tienes montado un buen berenjenal.

—Lo que me parece es que has visto demasiadas comedias de situación. Créeme, ojos que no ven corazón que no siente.

—Gracias por el consejo doctor Freud pero creo que voy a seguir mi instinto. —dijo Joey mientras  paraba   frente a la casa de Judith.

El camino hasta el instituto transcurrió en un silencio extraño, solo interrumpido por   las habituales bromas de Mike que hostigaba a los dos novios desde el asiento de atrás.

En cuanto llegaron al instituto Joey dio un par de besos rápidos a Judith y se escabulló en la biblioteca para escribir y para pensar en cómo salir del embolado en el que se había metido.


Llegaron con el tiempo justo para preparar a Nissa para la presentación de las vírgenes y la elección de la Baddi´a.

Amwar, el sumo sacerdote de Veladub soltó en persona el cordón que la ataba al chasis del carro y la llevó al interior del gigantesco recinto del  templo donde se reunían los fieles.  Subieron por una enorme escalinata de mármol hasta una gigantesca terraza elevada  desde donde se podía ver al este el lago Blanco y las estribaciones de la Cordillera en Llamas, coronada por una permanente nube de humo negro. Hacia el oeste,  la ciudad de Eruud y un poco más allá el río Rumor corría mansamente, separando el Desierto del Nagib de las fértiles tierras de labor y los viñedos al sur del rio.

Con un suave tirón del cordón,  Amwar la devolvió a la realidad y la condujo al interior del lujoso edificio de mármol blanco  atravesando un pórtico profusamente adornado con bajorrelieves que representaban a Assab  el Único luchando y derrotando al resto de las deidades.

Una vez dentro, el lujo daba paso a la comodidad. Gruesas alfombras tapizaban el suelo y numerosas columnas adornadas con motivos vegetales se perdían en el alto techo. Tumbados entre mullidos cojines,  los sacerdotes meditaban y descansaban tras la larga peregrinación mientras eran servidos por mujeres vistiendo  vaporosos trajes blancos que permitían atisbar sus generosos cuerpos.

Un sacerdote les salió al paso deseándoles la paz y preguntando si podía ayudarles en algo. Amwar  se presentó y en el acto el sacerdote adoptó una actitud mucho más respetuosa llevándole inmediatamente ante la presencia del Gran padre, la voz del dios Assab en la tierra.

El Gran Padre le otorgó una cálida bienvenida y alabó la belleza de la joven que el sumo sacerdote traía consigo. Nissa aturdida se limitó a mantenerse en pie con la cabeza baja. Con unas palmadas el Gran Padre convocó a tres monjas que se llevaron a Nissa para prepararla para la  elección de la Baddi´a.

Albert no descansó hasta llegar a Eruud y se dirigió directamente al circo para inscribirse en la competición, no sin antes deslizar unas coronas en el bolsillo del funcionario para que le colocase en  el último tercio de luchadores en salir a la arena.

Quince minutos después estaba subiendo por una amplia calle empedrada en  dirección a la explanada del templo donde ya se empezaban a reunir los fieles dispuestos a elegir a la Baddi´a.

Con paso rápido atravesó la explanada y subió unos peldaños para poder hacerse una composición del lugar. Cómo se imaginaba, los fieles se reunían en grupos según su procedencia y cantaban y rezaban mientras esperaban el inicio de la ceremonia.

Albert no tenía tiempo que perder, se desplazó entre los distintos grupos, charlando y bromeando con ellos y cuando identificaba a la voz cantante, se hacía pasar por agente de un riquísimo mercader de Noab,  deslizaba algunas monedas en sus manos para sugerirle la incomparable belleza de la joven rubia proveniente de Veladub y lo contento que se pondría el rico mercader si salía elegida.

Sin nada más que pudiera hacer  se dirigió a uno de los puestos en la esquina de la explanada para comer algo.

Las tres monjas le guiaron por una serie de pasillos hasta la parte trasera del templo donde vivían las monjas apartadas de los sacerdotes.  Las estancias seguían siendo amplias y lujosamente decoradas pero los techos eran más bajos  y la iluminación era más intensa.  Las estancias estaban semivacías ya que las mujeres en esos momentos estaban ocupadas atendiendo a los sacerdotes y ocupándose de la limpieza y el mantenimiento de las partes del templo  a las que no podían acceder los fieles.

Tras las habitaciones de la monjas había un inmenso porche con dos largas piscinas que daban a un abrupto precipicio dónde varias  mujeres estaban siendo preparadas para la ceremonia. Las monjas llevaron a Nissa hacia ellas, le quitaron la ropa sucia y polvorienta y le introdujeron en el estanque totalmente desnuda.  El agua estaba deliciosamente fresca y Nissa se sintió revivir. Las monjas se metieron en el estanque con ella, aun con sus hábitos puestos y frotaron todo su cuerpo con unas manoplas de esparto que le dejaron la piel impecablemente limpia  pero en carne viva. Las monjas sacaron a la joven del agua,  la secaron con suaves gamuzas y cuando la piel estuvo perfectamente seca le aplicaron una crema a base de leche de almendra y aloe  y le aplicaron en el pubis y el pelo esencia de camomila antes  de secárselo y cepillárselo.

Cuando terminaron, el cuerpo desnudo de Nissa lucía espectacular. Sus pechos grandes redondos y  erguidos con los pezones de un rojo intenso, sus labios gruesos, su cabellera rubia y brillante y sus piernas largas y torneadas la hacían una mujer espectacular,  pero su piel pálida como el alabastro destacaba entre el resto de las candidatas haciéndola única.

Las monjas sonrieron satisfechas y la vistieron con una túnica de algodón transparente que permitía adivinar su opulenta figura y una minúscula braguita que tapaba su sexo dejando su culo a la vista. A continuación sustituyeron la argolla de bronce que le habían puesto en Veladub por una de plata delicadamente trabajada con motivos florales y la calzaron con unas sandalias de fino cuero cuyos cordones se enroscaban como serpientes por sus pantorrillas hasta anudarse casi a la altura de las rodillas.

El último toque con el que la adornaron fue un poco de polvo de lapislázuli que usaron como sombra de ojos. Por la cara que pusieron las monjas el aspecto que tenía debía ser impresionante.

A continuación la llevaron de nuevo a los aposentos donde la dejaron esperando cómodamente entre mullidos cojines.

Cuando terminó de comer Albert pudo comprobar que la explanada  estaba casi llena. Se acercó y curioseó entre los puestos que había en el lado este de la explanada comprando unos pantalones de cuero de manufactura sencilla y una túnica corta de color gris con capucha. Tras meterlos en la mochila se alejó de los puestos y se paseó entre la gente.  Los distintos grupos intercambiaban información y especulaban sobre quién podría ser la ganadora.

Mientras esperaba a que apareciesen las participantes en la ceremonia, Albert se infiltró entre los distintos corrillos sugiriendo, prometiendo y sobornando. Cuando aparecieron los sacerdotes seguidos de  dos docenas de bellas muchachas vestidas con escuetos y vaporosos vestidos  la multitud aplaudió y Albert se dirigió hacia un lugar discreto para seguir la elección.

Las jóvenes eran realmente bellas. Rostros morenos, ojos grandes, figuras exuberantes, pero cuando Nissa apareció en el estrado que se había preparado para la ceremonia, Albert vio que había malgastado el dinero. La joven estaba espectacular,  su cuerpo había madurado desde la última vez que la había visto y  ahora era el de una mujer con unos pechos grandes y firmes y unas caderas amplias y sugerentes y su piel clara, casi blanca, hacía que destacase aun más con respecto al resto de las participantes.

La joven trató de adoptar una postura comedida intentando ocultar sus formas generosas sin demasiado éxito.

Albert echó un vistazo a su alrededor y vio con satisfacción como todo el mundo miraba a la joven con una mezcla de lujuria y estupefacción.

Nissa se sintió como un buey expuesto en una feria. Al ver las miradas ansiosas y lujuriosas del público reunido en la enorme plaza, se encogió atemorizada. En ese momento el  Gran Padre apareció y dirigió a la multitud un breve discurso que casi nadie escuchó y seguidamente empezó a presentar a las jóvenes una a una.

La elección  era un proceso muy sencillo; el Gran Padre llamaba una  a una a cada joven presentándola y nombrando su ciudad o región de origen, entonces la joven se adelantaba y la multitud aplaudía y aclamaba a la jovencita.

Las tres primeras pasaron sin pena ni gloria, los aplausos y los vítores fueron más bien escasos y las mujeres se retiraban de nuevo hacia la fila algo decepcionadas. La siguiente era una joven de piel oscura como el ébano ojos grandes y verdes y un pelo brillante y de rizos apretados que casi le llegaba a la cintura. Con sus piernas largas y sus pechos enormes despertó la lujuria y el ánimo en los presentes que aplaudieron y  gritaron vigorosamente.

Albert no pudo evitar ponerse tenso cuando le tocó el turno a Nissa...


Incapaz de concentrarse Joey se levantó y salió de la biblioteca con el timbre de la segunda hora. Judith estaba saliendo de matemáticas y en cuanto le vio se acercó a él y le abrazó. Los generosos pechos de la joven se apretaron contra él provocándole un suspiro y la tentación de arrastrarla a un sitio oscuro y tomarla sin más dilación.

No hizo falta que insistiese mucho para convencerla de que se olvidase de la clase de historia y le acompañase a dar un paseo. Cuando salieron del instituto el cielo estaba encapotado y solo unos tímidos rayos de sol podían atravesar las nubes y calentar ligeramente  el ambiente. Judith se abrochó  la cazadora vaquera y cogió a Joey de la mano mientras caminaban.

Él dejó a la joven hablar un rato de las notas que estaban a punto de salir y otras cosas sin importancia mientras buscaba una manera de contarle lo ocurrido el día anterior sin que se enfadase.

La joven le llevó a un pequeño parque que había a diez minutos del instituto. El lugar estaba desierto y se dirigieron a un pequeño kiosco que había en el centro. Judith se abrazó a él y desde allí observaron como comenzaba a descargar un fuerte chaparrón.

Joey  la besó a la vez que deslizaba sus manos espalda abajo y apretaba el culo de su novia a través de los vaqueros. Judith gimió y se apretó aun más a él haciendo que el deseo de Joey se manifestara en una enorme erección.

Judith lo notó y deslizó la mano por el interior del pantalón de Joey acariciándole la polla mientras  ambos se comían a besos.

Joey se separó cogiendo aire y recordándose a sí mismo para que había venido.

—¿Qué ocurre? —preguntó Judith al ver la cara de Joey súbitamente seria.

—Tengo que contarte algo y no sé cómo hacerlo.

—Dilo sin más. No me gusta que te andes por las ramas.

—Bueno, el caso es que el domingo fui a confesarme, ya sabes los católicos confesamos nuestros pecados y...

—Ya lo sé, soy judía, no tonta. Continúa.

—Bueno, pues me confesé ante el  padre O´Brien, y este para hacerse el original me puso como penitencia trabajar todas las noches en el comedor social que tiene la parroquia en el barrio.

—No me parece mala idea. Pero ¿Qué te preocupa? —dijo ella—Solo serán un par de semanas.

—Ese no es el problema, la putada es que Amber también fue a confesarse y el muy cabrón le impuso la misma penitencia así que tenemos que trabajar todas las noches juntos.

—¿Qué?

—Pues eso, que voy a tener que ver a Amber todos los días.

—Deja de ir al comedor, que le den por el culo al cura.—dijo Judith enfadada.

—No puedo hacerlo, he dado mi palabra y cuentan conmigo. Además Amber ya  no significa nada para mí. —intentó explicarle Joey.

—Eres gilipollas. —dijo Judith dándose la vuelta y abandonando el quiosco en medio del chaparrón.

En un primer momento sintió el deseo de seguir a Judith e intentar convencerla pero instintivamente supo que no era el momento,  que lo mejor que podía hacer era  esperar a que le pasase el cabreo e intentar explicarse cuando se hubiese calmado.

Intentando borrar el episodio de su mente abrió el ordenador y allí mismo se puso a escribir.


Albert no pudo evitar ponerse tenso cuando le tocó el turno a Nissa. La joven se adelantó y la multitud se quedó congelada por un instante ante la extraordinaria serenidad  y  belleza de la joven.

En ese momento se irguió sacando la cabeza por encima de la gente que le rodeaba y levantando el puño en alto comenzó a gritar ¡Baddi´a! ¡Baddi´a! ¡Baddi´a! Las personas que le rodeaban salieron de su sorpresa y comenzaron a imitarle hasta que toda la plaza fue un único clamor. Durante cinco minutos la multitud aclamó a Nissa sin descanso y ni siquiera las palabras de el Gran Padre lograban aplacar el entusiasmo de la gente.

Por un momento la joven se quedó helada al ver que la gente no reaccionaba. En ese instante, de la zona posterior de la multitud un hombre alto y fornido levantó el brazo y comenzó a aclamarla. Por un instante le pareció que era Albert, tenía la misma constitución fuerte y el mismo pelo largo y negro pero la distancia que los separaba era demasiado grande para poder identificarle e inmediatamente lo descartó. No podía ser él.

Sin embargo y muy a pesar suyo, una pequeña semilla de esperanza empezaba a brotar en su interior mientras aquella multitud enfervorecida la aclamaba y obligaba al Gran Padre a declararla Baddi´a incluso antes de que el resto de las participantes hubiese tenido la posibilidad de presentarse.

El resto de las jóvenes se fueron retirando al interior del templo a la espera de que se produjese la subasta en la que serían vendidas al día siguiente, mientras el Gran padre y ella se quedaban en el estrado viendo como la gente despejaba la explanada y se dirigía a coger un buen sitio en el circo.

Cuando  la multitud terminó de desalojar la  plaza,  el  Gran padre    cogió del brazo a Nissa  y   tiró de ella suavemente de nuevo hacia el interior del templo.

Comieron una ensalada ligera y algo de fruta antes de que los monjes la vistiesen con una túnica similar a la que había llevado hasta ese momento pero con ribetes dorados. En cuanto estuvo preparada, la comitiva se dirigió al circo.

Cuando llegó a la zona de recepción de los combatientes  vio como un gran tumulto rodeaba a los árbitros. Parecía ser que por primera vez, un par de caballeros habían roto el acuerdo previo y querían presentarse a combatir.

Albert los contempló enfundados en sus armaduras brillantes y pesadas pero no lo suficientemente fuertes para aguantar  los embates del excepcional acero de su espada.  Intentando pasar desapercibido, se retiró unos segundos y aprovechó para ensuciar la terrible hoja de su arma para que pareciese descuidada y no llamase demasiado la atención.

Finalmente, pese a las protestas del inicialmente elegido, los generosos sobornos de los otros dos ricos aspirantes convencieron  a los árbitros de que tenían perfecto derecho a combatir por la mano de la joven Nissa. Albert se incorporó a la cola de los participantes y le dio un nuevo soborno al árbitro que se encargaba de decidir el orden de salida a la arena para que le facilitase un puesto cómodo hacia el último tercio de los participantes.

El circo era una estructura de madera provisional pero de proporciones gigantescas para  acoger a casi treinta mil personas. Los luchadores esperaban y calentaban, vestidos con sencillos taparrabos,  en una pequeña estancia dónde eran llamados por los árbitros para incorporarse a la arena en un orden preestablecido, mientras que el intervalo de tiempo que transcurría entre dos luchadores lo marcaba un reloj de arena.

Los primeros combatientes salieron por la tarde, cuando el sol empezaba a caer. Los gritos de furia y dolor llegaban a la sala de espera atemorizando a los esclavos que estaban allí a la fuerza y a los luchadores más inexpertos.

Albert se retiró a una esquina y se limitó a relajarse y meditar,  tratando de no mirar demasiado  a ninguno de sus competidores en concreto, pero examinando detenidamente las armas  y la protección que llevaban cada uno  procurando no llamar la atención. La mayoría iban armados con mazas y espadas cortas de dudosa factura y algún pobre esclavo,  cuyo amo probablemente detestaba, iba con simples estacas de madera.  Poco a poco la estancia se fue despejando y cuando el árbitro le hizo una señal indicándole que sería el siguiente empezó a hacer unos sencillos movimientos de calentamiento con la espada.

Cuando salió a la arena, dos luchadores le esperaban a ambos lados de la puerta de salida para intentar acabar con él antes de que pudiese incorporarse a la pelea. Albert  rodó por el suelo esquivándoles fácilmente y después de rechazar los ataques de uno de ellos, que todavía insistía en herirlo antes de que hubiese calentado, echó un vistazo a la situación.

En el recinto había en ese momento cuatro luchadores con vida. Dos estaban luchando entre ellos mientras que los otros dos parecían haberse aliado y se acercaban a él con sus primitivas armas preparadas.

Tal como esperaba, los dos hombres le atacaron a la vez pero no coordinadamente así que no le costó demasiado matar a uno con un golpe sencillo en el costado y rechazar la maza del segundo.

El segundo atacante se lo pensó mejor y, a pesar de que Albert había intentado fingir que el golpe que había matado al primer luchador había sido pura suerte,  prefirió retirarse y atacar por la espalda a uno de los otros contendientes que estaban luchando a la derecha de ellos.

Los monjes sentaron a Nissa en el palco de honor desde dónde pudo ver con todo detalle como transcurría la carnicería. En un pasado no muy lejano la visión de cráneos aplastados y miembros cercenados la hubiese hecho vomitar pero los recientes acontecimientos le habían convertido en una mujer dura  que no se dejaba impresionar fácilmente.

Los primeros luchadores eran esclavos y mendigos andrajosos armados con estacas y mazas de escasa calidad. Lo primitivo de sus armas y la falta de adiestramiento en el combate no impidió que los más decididos luchasen por su vida y masacrasen a los más débiles ante un público emocionado.

A lo largo de la tarde pudo observar como dos de los contendientes habían llegado a un acuerdo y empezaban a matar en equipo. Los dos hombres habían empezado a contar el tiempo para acercarse al punto de salida de los siguientes luchadores y atacarles antes de que estos pudiesen situarse. Durante los siguientes minutos muy pocos gladiadores escaparon de la pareja y procuraron mantenerse a distancia intentando mantener luchas individuales.

De nuevo volvieron a acercarse a la puerta y con las mazas en alto se abalanzaron sobre el hombre que acababa de salir.

La forma en la que los eludió le llamó a Nissa la atención,  pero cuando el hombre mató a uno de los dos socios intimidando al otro y levantó la cabeza para echar una mirada de desprecio a su alrededor a Nissa le dio un vuelco el corazón.

Albert levantó la cabeza y dando la vuelta sobre si mismo recorrió todas las gradas hasta que se encontró con la mirada de Nissa. Durante un par de segundos la mantuvo fija en la princesa hasta que vio en la joven un gesto de reconocimiento, luego sonrió con confianza y se volvió hacia sus contendientes.

Albert no se apresuró a entrar en combate, los contendientes no representaban de momento ningún peligro para él y prefirió guardar fuerzas y participar lo mínimo posible en un espectáculo que detestaba. Si algún despistado osaba atacarle mantenía un corto duelo con él y luego lo mataba de un forma rápida y lo más indolora posible.

Cuando la calidad de los atacantes empezó a mejorar un poco, empezó a tomar la iniciativa deshaciéndose de todos los que pensaba que podían representar un peligro.

El sol empezaba a caer cuando aparecieron los últimos participantes envueltos en sus brillantes armaduras. Finalmente eran tres y los árbitros habían decretado que entrasen  a la vez para evitar que alguno tuviese ventaja. Estaban tan enfadados entre ellos por la ruptura del acuerdo, que no hicieron caso a la media docena de luchadores que aun quedaban con vida y comenzaron a luchar entre ellos inmediatamente. Albert se dedicó a examinarlos y rápidamente llego a la conclusión de que lo mejor de aquellos  presuntuosos  era la armadura. Solo uno de ellos, el que tenía un yelmo adornado con dos cuernos, parecía tener cierto entrenamiento con la espada  y pronto quedó patente que sería el ganador.

En pocos minutos los otros dos caballeros dieron muestras de cansancio  y cayeron ante los mandobles del cornudo.

Entre tanto Albert había tomado la iniciativa y había limpiado la arena de contendientes hasta que  quedaron solos ellos dos.

¿Conoces a ese hombre? —preguntó él Gran Padre a Nissa desde el asiento de al lado.

—Oh, no mi señor. —dijo la joven manteniendo la serenidad—Solo me ha parecido atractivo y fuerte.

—¿Acaso no te lo parecen los caballeros que acaban de entrar? —Dijo el Gran padre señalando a los nobles con sus resplandecientes armaduras.

—En realidad no se qué pensar. No puedo ver lo que hay debajo de las armaduras.—repicó ella— Lo único que sé es que no me parece justo que el resto tenga que pelear con armas inferiores.

—Bueno pequeña. —replicó él con un carraspeo.  El Dios Assab no quiere que sus sirvientes sean hijos de mendigos y si desease lo contrario ninguna armadura podría evitar sus designios...

—Ya, claro —pensó la joven viendo como Albert se acercaba al caballero superviviente entre las aclamaciones del público.

Albert sabía que la protección de su contendiente era formidable pero estaba seguro de que aquel mono presuntuoso no esperaba encontrarse con un verdadero luchador.

Cuando finalmente se acercó, lanzó un mandoble con su espada que Albert esquivó con facilidad y aprovechó la inercia de su oponente para situarse a su lado y darle un golpe en el yelmo con el pomo de la espada.

—¡Qué diablos! —dijo el hombre desde el interior de la armadura cuando su yelmo dejó de resonar.

—Vamos cuatro latas ¿Sabes hacer algo más que quejarte? —dijo Albert con un gesto burlón.

—Maldito mequetrefe —dijo su oponente lanzándose de nuevo al ataque.

El guerrero  le lanzó un estocada a Albert directa al corazón,  fiándose de que su armadura repeliese cualquier contraataque de su oponente.

Albert volvió a esquivarlo con facilidad y esta vez hizo un molinete con su espada y le arrancó limpiamente uno de los cuernos a aquel presumido ante las risa generalizada de la multitud.

—¡Cabrón ! ¡Te voy a descuartizar! Dijo el guerrero lanzándose a una serie de ataques suicidas pero escasamente efectivos.

Durante un rato Albert estuvo jugando con su oponente hasta que vio como el peso de la armadura comenzaba a hacer mella en la resistencia de éste. Los mandobles se volvieron más lentos y espaciados y el hombre empezaba a arrastrar los pies.

Consciente de que era el momento, aprovechó un nuevo ataque de su enemigo para meter la espada entre sus piernas provocando que cayese al suelo con el estruendo de una torre de asedio.

El pobre hombre intentó levantarse un par de veces pero el peso de la armadura era demasiado para sus acalambrados músculos y con un ligero empujón de su  pie Albert lo dejó tumbado de espaldas.

Impotente, el hombre soltó su espada y suplicó clemencia pero el público sediento de sangre y divertido por ver caer finalmente a tres de esos nobles presumidos pidió su cabeza por unanimidad.

Albert se encogió de hombros y le dio una patada al yelmo que salió disparado dejando a la vista un rostro asustado y lloroso. Albert no se recreó en la escena y se limitó a acabar rápidamente con la vida de su oponente cortándole la cabeza de un único y preciso tajo.

La multitud rugió enfervorizada. Hacía más de treinta años que no ganaba el torneo un hombre que no fuese  rico o perteneciese a la nobleza.  Los monjes y especialmente los árbitros,  no parecían muy contentos pero sabían que no podían hacer nada ante una multitud que aclamaba a su campeón así que invitaron  a Albert a subir al palco.

El hombre que tenía ante ellos estaba sucio de sangre y sudor,  tal como había soñado Nissa, pero no era una bestia cornuda, era Albert. La joven  tuvo que recurrir a toda su fuerza de voluntad para evitar que por sus mejillas corrieran lágrimas de alivio y emoción en el palco delante de todas las autoridades.

—¡Felicidades! Has demostrado ser un gran guerrero, hijo. Eres el justo vencedor. —dijo el Gran Padre adelantándose y acercándole un paño a Albert  para que se limpiase la cara— ¿Cómo te llamas?

—Feim Gran Padre. Feim de Sandor. —respondió Albert usando el nombre queNissa había utilizado con los pescadores para decirle que había estado todo el tiempo tras su pista.

—Tienes un acento peculiar...

—Sí gran Padre—dijo  Albert que ya tenía la escusa preparada — Mi madre fue una esclava de Alisse.

—Ah,  ahora me explico lo de esos ojos azules, aunque ese pelo negro y esos rasgos enérgicos los has heredado de tu padre ¿Verdad?

—Sí,  mi padre es un terrateniente al este de Veladub. Tuvo dos hijos, el primero heredó sus tierras, el segundo heredó su espada. —dijo Albert mostrando su arma ensangrentada.

—Tu padre es un hombre juicioso. —sentenció el Gran Padre— Así que  viniste aquí para ganar el torneo...

—Y servir  a mi rey Senabab, entregando mi vida si es necesario.

—Assab es sabio. Se ha cumplido su voluntad. Estoy seguro de que su majestad Senabab no tendrá un sirviente más leal —dijo el Gran Padre bendiciendo a Albert.

Terminada la conversación,  la comitiva se dirigió al templo para una frugal cena. Antes de presentarse en el comedor permitieron  Albert limpiarse el sudor y la sangre de su cuerpo así como vestirse de nuevo.

Cuando entró en el comedor, el Gran Padre, el Sumo sacerdote de Veladub, Nissa, los monjes del templo y otras autoridades ya estaban a la mesa. Albert se sentó en uno de los extremos de la mesa frente a la princesa. Tan lejos y tan cerca. Solo tenía que esperar un poco más.


El chaparrón cedió finalmente y Joey recogió su ordenador y fue a por el coche para volver a casa. En cuanto dejó de escribir  la discusión con Judith volvió inmediatamente a su mente así que comió en total silencio y se dirigió a su habitación para poder ponerse frente al ordenador y tener que pensar en otra cosa.


Nayam se concentró de nuevo e intentó abrir su mente tal como le había indicado Serpum. Lo primero que notó fue la expectación del mago pero rápidamente la descartó centrándose en la imagen de Albert mientras sostenía una capa que pertenecía al joven Guardia Alpino.

De nuevo una sensación de vértigo se apoderó de ella pero esta vez consiguió ir un poco más allá y la niebla difusa, llena de ruidos metálicos que había percibido en sus anteriores intentos se fue disipando hasta que tuvo la panorámica de una gran teatro circular en cuyo fondo luchaban una docena de guerreros.

Nayam contuvo la repugnancia ante la escena de violencia y la  prodigiosa cantidad de sangre derramada y buscó entre los participantes hasta localizar al que coincidía con los rasgos que Serpum le había descrito. Alto, pelo negro, ojos azules y cuerpo esbelto pero musculado.

—Creo que lo tengo. —dijo Nayam.

—¿Tiene alguna señal en el cuerpo que pueda identificarle? —dijo Serpum evitando conscientemente darle cualquier pista a la joven para evitar sugestionarla.

—Un momento, sí, ahí está. Tiene una cicatriz en el muslo derecho, de medio palmo de longitud.

—Es él, buen trabajo Nayam. Ahora dime que está haciendo.

—Está peleando en una especie de torneo. Parece mantenerse a la espera mientras tres hombres con armadura pelean entre ellos...

—Continúa.

—Ahora se acerca otro combatiente. Lo rechaza con un molinete de la espada y le clava la espada en el corazón. Siento... una muerte rápida e indolora.

—Gírate y dime que más ves.

—Un montón de personas gritando y aplaudiendo —respondió Nayam sin poder evitar una mueca de asco— Albert levanta la cabeza y mira hacia un punto concreto, parece una tribuna, en ella hay un sacerdote con una rica túnica y un sombrero raro y a su lado, ¡Oh Dios mío! ¡Es Nissa!

—¿Está bien? —dijo Serpum viendo como una lágrima corría por la mejilla de su reina.

—Sí , parece estar perfectamente.

—¡Bien por Albert! —exclamó Serpum sin poder evitarlo—Sabía que podía confiar en él. Dime ¿Qué más ves?

—Uno de los caballeros ha acabado con los otros dos, ahora solo queda el caballero y Albert. El caballero se lanza sobre él y... ¡Oh! —dijo Nayam sintiendo una naúsea y perdiendo la conexión.

El arcipreste notó que la concentración de la joven se rompía y abría los ojos extenuada.

—No te preocupes. —dijo Serpum satisfecho— Has hecho un gran trabajo. A partir de ahora, te resultará más sencillo contactar con Albert e incluso con el tiempo quizás puedas conseguir enviarle un mensaje. Lo importante es que ha encontrado a Nissa y pronto nos la traerá de vuelta.

—¿Y el hombre de la armadura? —preguntó la joven recordando al gigantesco guerrero con el yelmo astado.

—No te preocupes, si el torneo es lo que me imagino, ese tipo no durará  mucho. Los Guardias Alpinos son los mejores combatientes del mundo. Albert abrirá esa armadura con la facilidad que tu abres una almeja.

—Vamos a hablar con el rey, estoy seguro de que se alegrará con la noticia que le llevamos. —Dijo Serpum ayudando a la reina a incorporarse.

Consciente de que todos sus movimientos eran vigilados Nissa mantuvo la vista baja, fija en su plato, mientras sentía como todo su cuerpo hervía de deseo por Albert.

Albert en cambio se comportó como se esperaba de un zafio y arrogante pueblerino que acababa de  conseguir una proeza que ni el mismo se esperaba. Simulando euforia y embriaguez a partes iguales, habló de tú a tú con algunos de los gobernadores que se habían desplazado para el Tannit y les había dado consejos para conquistar Juntz y Gandir.

El Gran padre se dedicó a observar divertido la inocencia de los comentarios del joven sin darle demasiada importancia, pero valorando lo útil que le podía ser al rey un hombre tan hábil con la espada y con esa cabeza de chorlito. Además la belleza de la joven y la fuerza de ese hombre deberían producir una gran estirpe de hermosos guerreros...

La cena terminó y el Gran Padre se puso en pie con un copón de plata en alto y  comenzó un breve discurso.

—Todos sabéis que esta ceremonia será corta porque esta boda no es como cualquier otra. En esta ocasión no soy yo el que desposa a estas criaturas. Es el propio dios Assab el que en su infinita sabiduría une a estas dos criaturas en matrimonio. Yo solo me limito a cumplir con  el penúltimo formalismo. —dijo el clérigo haciendo un ademán con la mano para que los novios se acercasen a él— Linnet, Feim, bebed ambos el vino de esta copa y que la bendición de Assab el único, el sabio, el omnipotente, se derrame sobre vosotros.

Nissa se levantó y se reunió con Albert y con el Gran Padre que ya la esperaban en el centro de la mesa. Conteniendo la respiración para calmar su nervios,  asió el pie de la copa por encima de la mano de Albert. El contacto con su piel le produjo una intensa descarga en el bajo vientre. Mirando a los ojos del guerrero inclinó su copa y le dio un buen trago. Ante la mirada complacida del Gran Padre,  Albert hizo lo mismo y a continuación estampó un rudo beso en los jugosos labios de la joven.

—Ahora dirigíos a vuestros aposentos y cumplir con el último paso que os convertirá en marido y mujer. —Dijo el Gran Padre despidiéndolos.

Albert y Nissa siguieron a un esclavo que les guio a una habitación suntuosamente decorada. En el centro un lecho de seda con abundantes cojines esperaba a los amantes.  El esclavo se retiró y cerró la puerta tras de sí.

Nissa abrió la boca para hablar pero Albert se la cerró con un beso. Nissa respondió y disfruto del intenso sabor de la boca de Albert. La joven notó como las ásperas manos del hombre recorrían su cuerpo cubierto por el tenue tejido volviéndola loca de deseo.

—Nos están vigilando. —susurró Albert mientras simulaba comerle la oreja a la joven.

—Entonces tendremos que dejar las explicaciones para más tarde y proporcionar a los mirones un buen espectáculo.

—Pero...

—Sabes lo que tienes que hacer Albert. Lo único que debo mantener intacto es mi virgo. Ellos no podrán estar lo suficientemente cerca para saber por dónde entras. —dijo la joven acariciando la entrepierna de Albert  y moviendo su culo de forma lasciva.

Una pequeña señal de asentimiento de Albert bastó para que Nissa desatase toda la lujuria que había estado conteniendo hasta ese momento.  Con una sonrisa le quitó la ropa a Albert hasta dejarlo totalmente desnudo. De  su cuerpo duro y musculoso sobresalía su pene erecto caliente y totalmente abotargado por el deseo.

La princesa se agachó y lo acarició brevemente con los labios. Era más pequeño y menos grueso que el de los trasgos, pero era mucho más cálido y suave. Entreabriendo sus labios lamió el miembro con suavidad. Su sabor le hizo olvidar el asqueroso aroma de las pollas de aquellas bestias haciendo que su sexo se inundara de deseo.

Albert gruñó confundido. Sabía que era su deber tomar a la joven para poder salvarla y a la vez le parecía increíblemente irrespetuoso disfrutar con ello. La joven le sacó de sus pensamientos metiéndose la polla en la boca y chupando con fuerza hasta que tuvo que apartarla para no correrse.

Por primera vez en su vida, Albert  dio rienda suelta  a su deseo por la joven. Levantándola se deshizo de sus ropas y observó su cuerpo totalmente desnudo. Desde la última vez que la había visto, la joven había madurado. Sus pechos habían aumentado, eran grandes redondos y firmes con unos pezones erguidos y rojos. Sus caderas se habían ensanchado y había crecido un poco, haciendo que una bella adolescente se hubiese convertido en una mujer espectacular. Sin pedir permiso Albert se acercó a ella y cogiendo uno de sus pechos lo besó y chupó el pezón con violencia. Todo el cuerpo de la joven se estremeció y Albert más seguro de sí mismo abrazó a la joven y pegó su cuerpo contra el de ella.

Nissa sintió como sus pezones ardían y se dejó llevar mansamente hasta el lecho donde Albert la depositó e introdujo la cara entre su piernas. La princesa cerró los ojos sintiendo como la suave lengua de Albert recorría el interior de sus muslos y se acercaba poco a poco a su sexo inflamado y anhelante.

Cuando Albert cerró sus labios entrono a la vulva de Nissa notó cono todo el cuerpo de la joven se estremecía y se combaba. Albert saboreó el sexo caliente y húmedo de la joven durante unos segundos para luego comenzar a subir por el cuerpo de Nissa.

La princesa protestó al notar como la boca de Albert se separaba de su coño pero el placer no se interrumpió mientras Albert lamía  su vientre y su pubis, chupaba y mordisqueaba sus pezones, besaba su cuello y su boca y frotaba su pene erecto contra su cuerpo.

—¿Estás preparada? —susurró Albert a su oído.

Nissa por toda respuesta cogió la mano de Albert y la chupó a conciencia embadurnándola con su saliva para luego guiarla hasta la abertura de su ano. Albert se inclinó entre sus piernas y con suavidad empezó a entrar en su ano con los dedos resbaladizos mientras le chupaba el clítoris.

El cuerpo de la joven se tensó  un segundo al notar a Albert abriéndose paso,  pero enseguida se relajó y empezó a mover las caderas haciendo que Albert no pudiese contenerse más.

Incorporándose, Albert  cogió su polla lubricada con la saliva de la joven y la fue introduciendo poco a poco hasta que notó que había superado el esfínter.

Nissa no pudo evitar un grito de dolor pero pronto empezó a sentir el miembro de  Albert cálido y suave moviéndose en su interior haciendo que el dolor fuese rápidamente sustituido por el placer.

Los gemidos de la princesa  y la estrechez de su culo excitaron a Albert que comenzó a moverse primero con suavidad y luego con más fuerza. Nissa se agarraba a Albert con una mano mientras que con la otra se acariciaba su sexo  para aumentar su placer.

Albert cogió a la joven en volandas y la depositó en su regazo. La princesa se agarró a su cuello y comenzó a subir y bajar empalándose con todas sus fuerzas disfrutando de la polla de Albert  y gimiendo desaforadamente. Ni siquiera el orgasmo que asaltó todo su cuerpo le impidió seguir moviendo sus caderas salvajemente mientras Albert chupaba y acariciaba todo su cuerpo.

Subida en su regazo la joven parecía una diosa con su pelo revuelto y su cuerpo sudoroso y jadeante contraído por un orgasmo que parecía no tener fin. A punto de estallar se puso de pie con Nissa contorsionándose encima y con dos salvajes empujones se corrió en el interior del culo de la joven.

La princesa gritó y se separó pero solo fue para  ponerse a cuatro patas y ofrecer de nuevo su culo al guerrero. Albert no se hizo esperar y descargó todo su peso con la primera penetración. La joven gimió y separó la piernas mientras Albert desatado follaba su culo con ferocidad haciendo que todo el cuerpo de la joven  se estremeciera con la violencia y el placer.

En esta ocasión fue Albert el que se corrió primero llenando de nuevo las entrañas de Nissa con su calor y  provocándole un intenso orgasmo. Rendida la joven se dejó caer sobre el lecho con Abert aun encima depositando en ella los últimos chorreones de semen. Tras unos segundos el soldado se puso de lado y sin dejar de abrazar a la joven le susurro al oído.

—Esta noche serás libre.


Joey cerró el procesador de textos y  se vistió para ir al comedor social. No le apetecía nada pero había dado su palabra. Le estaba bien, por estúpido.

Cuando llegó,  Amber ya estaba preparada. Había cambiado el holgado chándal del día anterior por unos ajustados vaqueros amarillos y una blusa semitransparente que le gustó tan poco a Joey como al padre O´Brien pero que consiguió que todos los comensales se peleasen por la coliflor.

Aunque Amber intentó mantener un conversación con Joey, éste no se encontraba de humor y apenas dijo unas palabras.

Con un suspiro de alivio Joey se quitó el delantal después de fregar los platos y se fue directamente al coche. Cuando se metió en la cama se quedó casi inmediatamente dormido.

Guía de personajes:

Reino de Juntz.

Rey Deor II: Soberano de Juntz.

Eldric: Único hijo varón del rey Deor. Príncipe heredero de Juntz. Prometido con Nayam de Gandir.

Nissa: La hermana de Eldric. Prometida con Taif príncipe heredero de Gandir.

Serpum: Conocido en la corte de Juntz como el arcipreste. Preceptor de los hijos del rey y fiel amigo y consejero del soberano. Tiene un oscuro pasado que solo el Rey Deor conoce.

Coronel Magad : Jefe de los Guardias Alpinos La élite del ejército de Juntz

Albert: Miembro de la Guardia Alpina y guardaespaldas de Nissa.

Guldur: Compañero de Albert en la Guardia y guardaespaldas del príncipe Eldric.

Fugaz: Caballo del príncipe Eldric.

Reino de Gandir.

Accab I: 2º rey de la decimotercera dinastía de Gandir.

Taif: Primogénito del rey Accab y heredero al trono de Gandir.

Nayam: Princesa de Gandir.Primera hija de Accab. Prometida al príncipe heredero de Juntz y tras su muerte del rey Deor.

Reino de Irlam

Senabab: Rey de Irlam.

Yamín: Gran visir del rey.

Kondra : Madame del prostíbulo más lujoso de Senabab.

Swich : Espía de Juntz en Veladub.

Nesgar: Posadero ladrón y traficante de seres humanos en Veladub.

Vulk: Cómplice y guardaespaldas de Nesgar .

Amwar: Supremo sacerdote de Veladub.

Algún lugar en la costa oeste de los EEUU

Joey: estudiante y autor de la princesa blanca. Enamorado de Amber.

Amber: Jefa de las animadoras.

Sres. Kingsey : Padres de Amber.

Johnny: Novio de Amber y quarterback del equipo.

Mike: Mejor amigo de Joey y loco del skate.

Judith: Amiga y compañera de Joey desde la infancia.

Robert y Nora Rosen: Padres de Judith.

Srta. Freemantle: Profesora de química en el instituto dónde estudia Joey .

Lisa: Madre de Joey.

He colgado un mapa de los tres reinos en esta URL por si queréis consultarlo. Lo hice para mi propio uso a la hora de escribir la historia, así que no esperéis una obra de arte.

[URL=http://www.subirimagenes.com/otros-mapaprincesablanca-8904614.html][IMG]http://s2.subirimagenes.com/otros/previo/thump_8904614mapa-princesa-blanca.jpg[/IMG][/URL]