La princesa blanca 1
... tras eyacular, el trasgo sacó su gigantesca polla aún erecta del culo chorreante de la princesa y utilizó su congestionado glande para golpear el clítoris de la joven con la fuerza de una almádena hasta que todo el cuerpo de la muchacha se estremeció y combó víctima de los relámpagos de dolor y placer que recorrían su cuerpo...
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... tras eyacular, el trasgo sacó su gigantesca polla aún erecta del culo chorreante de la princesa y utilizó su congestionado glande para golpear el clítoris de la joven con la fuerza de una almádena hasta que todo el cuerpo de la muchacha se estremeció y combó víctima de los relámpagos de dolor y placer que recorrían su cuerpo...
-Hola ¿Qué escribes? -dijo Amber asomando la cabeza sobre su hombro justo antes de que cerrase el ordenador apresuradamente.
-Oh, nada, es un trabajo de ciencias. -respondió Joey abrazando protector su portátil.
Ella sonrió y su pelo rubio y largo hasta la cintura siguió los movimientos de su cabeza embelesando a Joey. Desde que vio por primera vez a la capitana de las animadoras, se había enamorado de sus ojos de gata color aguamarina, de sus labios gruesos y rojos y de su dientes perfectos y siempre sonrientes. Ella, con sus pechos firmes, sus piernas fuertes y sus movimientos ágiles, era la protagonista de todas sus historias, mientras que él, incapaz de imaginar siquiera acariciar su tez cremosa y suave, se dedicaba a escribir y observar como sus personajes se la follaban a veces con gran ternura y otras con extrema brutalidad, pero siempre haciéndola disfrutar.
-Verás -comenzó ella un poco dubitativa -ya sé que es un poco tarde, que los exámenes de primavera están cerca, pero eres mi última oportunidad. Si no saco al menos un suficiente en el próximo examen de química tendré que renunciar al puesto en el equipo de animadoras...
Eso era un desastre. Todos los fines de semana que jugaban en casa Joey acudía puntualmente a los partidos de futbol americano para ver a la joven saltar y animar al equipo. Los movimientos de su cuerpo joven y elástico enfundado en jerséis ajustados y faldas hipercortas que le permitían admirar sus bragas, le hacían olvidar sus problemas y le inspiraban ensoñaciones con las que luego escribía sus historias y, había que admitirlo, también se la pelaba como un mono.
-¿En qué puedo ayudarte? -preguntó él tapando con el ordenador la incipiente erección causada por la mezcla de imágenes que la joven había evocado en su mente.
-Dicen que eres el mejor en la asignatura y necesito que en dos semanas me prepares.
Sin poder evitarlo, Joey se imaginó a la joven que tenía delante atada y sólo vestida con un virginal y transparente camisón preparada para recibir sus primeras clases de sexo por parte de un siniestro encapuchado de dos metros de alto y una polla gigantesca.
-¡Joey! ¿Estás bien?
-¡Oh! Sí, descuida lo haré.
-Estupendo, ¿Por qué no vienes a mi casa esta tarde a eso de las cinco y media?
-Me temo que hasta las seis y algo no podré estar allí -dijo él esperando que no se echara atrás- tengo reunión con el equipo de debate. Mientras tanto puedes ir leyendo los capítulos dieciséis y diecisiete del libro de química.
- De acuerdo -dijo ella haciendo un delicioso mohín al escuchar la tarea -hasta luego entonces.
La joven abandonó la biblioteca a paso ligero haciendo soñar a Joey con amasar aquel delicioso y cimbreante trasero.
El resto del día fue un infierno. La clase de historia americana con la archisabida batalla de Gettysburg y la de repaso de matemáticas, en vez de distraerle, le aburrieron y aumentaron aún más su ansiedad. Sabía que en el fondo no tenía ninguna posibilidad con esa chica pero no podía evitar fantasear con deslumbrarla con su inteligencia y hacerla suya.
-¡Joey! -exclamó Judith, la chica judía y menuda del foro de debate -¿Puedes atender un poco? ya sé que el cine francés de los años veinte no es tu fuerte, pero por lo menos puedes simular un poco de interés.
-Lo siento Judith -se disculpó Joey -es que hoy tengo muchas cosas en la cabeza, ¿Qué decías...
El tiempo fue arrastrándose lentamente hasta que, cuando el debate finalmente terminó, le costó un triunfo no salir corriendo. Con un suspiro de satisfacción que Judith interpretó como una aprobación por su parte la saludó y se despidió saliendo como un tiro del instituto.
En cuanto estuvo en la calle miró a todos los lados cerciorándose de que no había nadie y levantando los brazos se olió los sobacos. El tufo que expelían después de toda una mañana en el interior de aulas abarrotadas lo sobrecogió, así que montó en su destartalado Civic y lo maltrató inclemente para poder tener tiempo de ducharse y cambiarse antes de llegar a casa de Amber.
Cuando llamó a la puerta se dio cuenta de que no le había pedido la dirección a Amber. La conocía de sobra porque más de una vez la había seguido a casa intentando descubrir algo que le inspirase una nueva historia. Antes de que pudiese pensar en una disculpa la puerta se abrió. En el umbral el padre de Amber, alto y delgado como un esparrago, le miraba con el ceño fruncido.
-¿Y tú quién coño eres? Amber no puede salir hoy, tiene que estudiar para los finales.
-Yo, Señor Kingsey, soy Joey Smart y he venido a ayudar a Amber con la química.
-Está bien pasa, -dijo el hombre con un gesto después de echarle un buen vistazo -no pareces demasiado peligroso. ¡Amber! ¡Ha llegado un cerebrito para darte clase de química!
-¡Dile qué suba! -dijo ella desde arriba.
-Adelante, tercera puerta a la izquierda, y haz honor a tu nombre* -dijo el cogiéndole del hombro antes de que pudiera escapar -si consigues que mi niña apruebe la asignatura descubrirás que soy un hombre agradecido. Aquí tienes un adelanto hijo -dijo embutiéndome un billete de diez pavos en el bolsillo de su camisa de franela.
-Entra y cierra la puerta -dijo Amber con una sonrisa tranquilizadora.
La habitación era justo como la había imaginado, muebles blancos, cojines y cortinas rosas. Una ventana que daba a la parte trasera y por la qué sólo se veía el árbol que había plantado la familia al mudarse allí, trofeos y fotos con ella como protagonista y una única foto de John, su novio, el quarterback del equipo, que le miraba intimidador desde la mesita de noche.
-No me acordé de decirte dónde vivía. ¿Has tardado mucho en encontrar la casa?
-¡Oh! no, le pregunté a una chica que había comentado en una ocasión que había estado en una fiesta que diste... -dijo tratando de ser lo más impreciso posible.
-Debió de ser mi última fiesta de cumpleaños, la cosa se salió un poco de madre y acabé echando gente que no conocía de nada.
-Sí esa debió ser -dijo ahogando un suspiro de alivio.
Amber le había recibido con una sudadera con los colores del equipo y unos minúsculos shorts grises de algodón que hicieron que su miembro sufriese una contorsión a duras penas reprimida.
Joey procuró parecer profesional y depositando el portátil sobre el escritorio le preguntó si había leído los capítulos del libro de química.
-Lo siento Joey, pero justo cuando me estaba poniendo a ello me empezaron a enviar wasaps y ...
-Ya veo, pues apaga el móvil.
-¿Cómo? -preguntó ella sorprendida.
-Si quieres aprovechar el tiempo es mejor que lo apagues. Todo lo que te digan podrá esperar un par de horas. Créeme, yo lo hago de vez en cuando y es un descanso.
A regañadientes Amber apagó el móvil y se concentró en la pantalla del ordenador mientras Joey le indicaba lo que tenía que estudiar y le explicaba los detalles que no lograba entender. Era una chica lista y no le costó conseguir que asimilara los dos temas rápidamente.
-Espero que los problemas sean tan fáciles como la teoría. -dijo ella cuando llegaron a los casos prácticos.
-Bien, escúchame con atención porque si aprendes lo que te voy a enseñar ahora, podrás resolver los problemas de química sin que sea necesario que los entiendas.
-¿Y eso? -preguntó ella con sus ojos chispeantes de esperanza.
-Muy sencillo la mayoría de los problemas de química elemental se pueden resolver por medio de factores de conversión. -le explicó Joey - Lo único que tienes que tener claro son las unidades que tiene que tener el resultado del ejercicio. Por ejemplo, si te piden una concentración sabes que el resultado debes darlo en...
-Moles por litro.
-Muy bien, entonces si cogemos este ejercicio por ejemplo, hacemos una serie de quebrados y vamos convirtiendo las unidades iniciales que nos dan en el problema hasta que lo que tenemos arriba son moles y abajo son litros, hacemos la división y listo. -terminó él haciendo la división en una esquina del papel.
-¡Brujería! brujería! -exclamó ella entre carcajadas agitándose y deleitando a Joey con los movimientos de sus pechos grandes y turgentes que se adivinaban libres de la tiranía de la ropa interior bajo la fina sudadera.
-Hay una forma de resolverlo paso a paso y aplicando la teoría, -añadió él -pero esto es más práctico y nunca te equivocas.
-Ahora déjame a mí -dijo ella arrebatándole el lápiz y el papel de las manos.
Estuvo practicando cuarenta minutos y pronto le cogió el tranquillo a los factores de conversión llegando a resolver incluso problemas de temas que aún no había estudiado.
El tiempo pasó para Joey como en un sueño con el cuerpo cálido y aromático de Amber palpitando a su lado.
-Esta mañana te vi escribiendo algo. -dijo ella cuando terminó el último problema -ahora que somos amigos, ¿podrías enseñarme algo de lo que has escrito? -preguntó Amber zalamera.
-No sé. El caso es que no creo que te gusten. -dijo Joey dudando -son un poco... subiditos de tono.
-¿De veras? Pues entonces, en vez de leerlos yo prefiero que me los leas tú a mí -dijo ella mordiéndose la lengua con expectación.
-Está bien -dijo Joey rindiéndose y buscando en su ordenador.
-Bueno , en este estoy trabajando actualmente y aún no tiene título. Aún no está terminado. -empezó él mientras Amber se ponía cómoda en un sillón de mimbre que tenía en una esquina de la habitación:
La princesa era joven y despreocupada. El día en que tuviese que casarse con quién su padre le indicase y se viese obligada a comportarse con la dignidad que le corresponde a una reina no quedaba lejos, así que procuraba aprovechar ese tiempo prestado escapando de las pesadas clases del arcipreste y la exhaustiva vigilancia de Madame Gheorra.
La mañana era fresca. El sol iluminaba y arrancaba brillantes reflejos de su pelo liso y pajizo y atravesaba el fino tejido de su vestido permitiendo que se insinuasen las torneadas piernas de la joven. La pradera alpina que rodeaba el Palacio de las Nubes estaba cuajada de flores en esta época del año y la joven disfrutaba como cualquier campesina de su pequeño reino, de la belleza que el abrupto paisaje le ofrecía.
Corrió por el corto césped persiguiendo mariposas y marmotas hasta que cayó jadeando y mostrando unos dientes blancos y regulares en una amplia sonrisa. Tras reponerse de la alocada carrera cogió un mechón de su largo pelo y se hizo una fina trenza en la que introdujo margaritas, campanillas y otras flores de distintos colores y se la ató entorno a la frente. Con un gesto natural se sentó en el suelo tirando de la falda de su vestido para que sus piernas recibiesen el calor del sol, cerró los ojos y disfrutó de su calor.
-Mi señora no debéis salir de palacio sin permiso.
-¡Oh Albert! ¿Ya estás aquí? -dijo ella sorprendida. -¿No puedes hacerte un poco el tonto y buscarme un rato más por ahí? Creo que me he visto hace un rato al lado del Lago Rojo, deberías buscar por allí.
-Vamos Alteza, todo el mundo te está buscando. No es bueno que haga eso -dijo el joven soldado sin dejar de admirar turbado las cremosas piernas de la joven y su cara pálida con aquellos ojos aguamarina espléndidamente enmarcados por flores amarillas y malvas.
-¡Oh Albert! -dijo ella haciendo un mohín- eres un aburrido...
-Esto no es un juego Alteza, -le interrumpió Albert con seriedad - nuestro reino es pequeño y está rodeado de enemigos que ansían sus riquezas. Sólo esos muros inaccesibles y la propia competencia entre nuestros enemigos nos mantiene independientes. Si algo le ocurriese, alteza, podría suponer una catástrofe para el reino.
-Buff -replicó ella cogiendo la mano que Albert le ofrecía y levantándose graciosamente.-vamos de nuevo a mi jaula.
-Gracias Alteza. -dijo él mientras se encaminaban a las puertas del palacio.
-Dime -dijo ella girando y caminando hacia atrás mientras interpelaba al joven soldado. -¿Serías capaz de hacer cualquier cosa por mí?
-Por supuesto Alteza, su padre me ha honrado encomendándome como única misión protegerla con mi propia vida si fuese necesario y un Guardia Alpino siempre cumple su misión.
La joven no pudo evitar un escalofrío ante las rotundas palabras de su protector. Que un hombre atractivo, rico y en la flor de la vida estuviese dispuesto a inmolarse para salvar su cuello le produjo sentimientos encontrados. Por un lado una leve excitación por sentirse tan valiosa y protegida y por otro tristeza porque un hombre aceptase la posibilidad de la muerte con tanta naturalidad.
Joey levantó brevemente la cabeza para tomar aire y vio como Amber se había puesto cómoda y disfrutaba de la narración con los ojos cerrados, una pierna apoyada en el respaldo y la otra bajo su cuerpo.
El palacio, hecho con gigantescos bloques de caliza se levantaba grácil y estilizado en un risco aislado de la pradera y únicamente conectado con ella por un puente poderosamente fortificado. Su sombra se proyectaba sobre la villa de Kram que se adivinaba entre las brumas matutinas que subían del rio, al fondo del valle, en el centro de una fértil vega. Desde lo alto del balcón de sus aposentos, gracias a los instrumentos del arcipreste Nissa podía ver a sus habitantes pulular por sus calles como pequeñas y laboriosas hormigas y se imaginaba como serían sus vidas allí abajo. Llenas de trabajos pero también de aventuras y camaradería.
-Hija mía, has vuelto a escaparte. -dijo el rey con cara de preocupación.
-Maldito Albert...
-¡Ni se te ocurra maldecirlo! -le espetó el rey haciendo temblar las finas vidrieras de las ventanas con su voz. -Además de cuidar de ti, tarea que no le envidio. Intentó defenderte, cosa que ha estado a punto de llevarle de cabeza al calabozo. Ese muchacho te adora y estaría dispuesto a dar su vida y lo que es peor su reputación por tus caprichos.
-Yo no quería...
-Hija mía -dijo suavizando un poco su tono -tienes que empezar a asumir que, como integrante de la casa real, todas tus acciones tienen consecuencias y algunas pueden llegar a ser nefastas. El momento en que te cases y llegues a reinar no está ya tan lejano y piensa que lo más probable es que llegues a un lugar que no conoces, dónde sus habitantes tendrán costumbres extrañas y analizarán con lupa todos tus actos. ¿Comprendes?
-Sí, -dijo ella con lágrimas en los ojos -lo siento mucho padre.
-No pasa nada... -dijo el rey abrazando a su única hija- ahora vístete para la cena. Tu hermano está a punto de llegar. Y no te olvides de pedirle disculpas Albert -dijo el rey abandonando los aposentos de la joven.
La tarde transcurrió tranquila y un poco aburrida. El arcipreste volvió, continuó la clase de la que había escapado por la mañana y sólo la dejó una hora antes de la cena para que pudiera prepararse.
Un gran revuelo proveniente del piso inferior la sobresaltó cuando estaba terminando los últimos retoques en su maquillaje. Acabó apresuradamente y bajó las escaleras de dos en dos hasta el salón del trono de dónde parecían venir los ruidos.
Cuando entró en la sala del trono vio a un hombre con una rodilla en tierra frente a su padre. Por un momento creyó que era su hermano, pero la armadura negra de los guardias alpinos y su melena oscura, le indicaron que era Guldur el guardaespaldas de Eldric el príncipe heredero. Los hombros caídos y el lúgubre silencio que reinaba después del revuelo de hacía unos minutos hizo que un relámpago de miedo atravesase su alma.
-Lo siento, mi señor. No pude hacer nada. Había una carreta volcada en el desfiladero, su hijo me mandó a mí y a otro hombre para que ayudásemos a los campesinos ...- dijo el hombre con rabia contenida- En ese momento, desde lo alto provocaron un alud de hielo y piedras que me aisló del grupo. Los campesinos nos atacaron y mataron a Sirig antes de que yo reaccionase y acabase con ellos. Volví sobre mis pasos inmediatamente pero cuando logré superar la avalancha ya era demasiado tarde. Los bandidos robaban a los muertos y mataban a los heridos. Su hijo peleó como un león, tenía cuatro bandidos muertos a sus pies. Tres virotes de esos cobardes lograron atravesar su coraza y parar su corazón.
-Lo siento majestad, -dijo Guldur abatido conteniendo las lágrimas- ni siquiera fui capaz de morir a su lado defendiendo su vida.
Las mandíbulas del rey se tensaron durante un momento, fue el único gesto de dolor que se permitió. Sólo cuando consiguió recuperarse del shock que le había producido la noticia continuó el interrogatorio:
-¿Cuántos eran los bandidos? -preguntó el rey carraspeando para aclararse la voz.
-Tres estaban al lado de la carretilla y al menos otros seis estaban en torno a las víctimas, más los cuatro que mató el príncipe y otros dos que cayeron víctima de nuestra guardia.
-¿Y los arqueros?
-Estaban entre los atacantes, robando a los muertos. Logré matar a otros dos, entre ellos el cabecilla antes de que el resto huyera.
-Deberías haberme traído al cabecilla vivo para interrogarlo. -dijo el rey en un tono de reconvención.
-Soy consciente de ello, pero cuando logré derribarlo cogió una daga de su cinturón y se la clavó en la garganta.
-Quince bandidos atacando un contingente fuertemente armado... -dijo el rey rascándose la barbilla confuso. -y cuando intentas capturarlos, en vez de buscar una manera de escapar o sobrevivir se quitan la vida. Hay algo que no me cuadra en este asunto.
-A mí tampoco majestad. Intenté acercarme a otro de los bandidos que estaba agonizando pero los que habían huido se volvieron y lanzaron una lluvia de flechas sobre mí -dijo acariciándose ausente el astil de una flecha que sobresalía de su hombro. Tuve que cargar con el cuerpo de su hijo y huir. Conseguí soltar una de las mulas de la carreta volcada y aún así los bandidos me persiguieron hasta el final del desfiladero sin dejar de dispararme e incluso varias millas mas allá en campo abierto. Me temo que tuve que usar el cuerpo de su hijo como escudo majestad. Lo siento infinitamente, pero creo que mi último deber como escolta suyo era traer su cuerpo hasta aquí.
-Tranquilo Guldur, has hecho todo lo que estaba en tu mano, ahora ve con el arcipreste y que te cure la herida.
-Gracias majestad. Siento no poder haber hecho más. Solicito con todo respeto incorporarme a la fortaleza del norte...
-No es necesario que te exilies para defender el lugar más peligroso del reino, te repito Guldur, has obrado como se esperaba de ti. Me gustaría que te quedases con nosotros sirviendo en la Guardia Alpina. -dijo el rey con educación aunque hasta la princesa, desde el fondo de la sala notó que aquello era sólo una convención. No le costaba imaginarse lo que su padre sentiría cada vez que viese a aquel hombre que no había sido capaz de salvar la vida de su hermano porque ella sentía exactamente lo mismo.
Guldur lo agradeció pero se mantuvo firme en su decisión y el rey la aceptó. Sin nada más que decir, se levantó agarrándose el hombro y con un gesto de dolor hizo una sobria reverencia antes de que se abriese la puerta y entrasen cuatro guardias portando sobre sus hombros el cuerpo inerte del príncipe heredero del reino de Juntz.
Nissa sintió como sus piernas se volvían de goma y hubiese caído desmayada de no ser porque Albert , que había entrado detrás del cortejo, se acercó por detrás y agarrándola por la cintura la mantuvo en pie. Los remaches de la armadura del guerrero se clavaron en su espalda dolorosamente impidiendo que la princesa se desmayara y dándose la vuelta sin pensar en lo que hacía abrazo al joven por el cuello y lloró desconsoladamente la muerte de su hermano.
Albert pudo notar le blandura y el calor del cuerpo de la joven incluso a través del grueso acero de su armadura. Por unos segundos dejó que el aroma de la joven le envolviera denso y excitante hasta que fue consciente de la situación en la que estaba y apartó suavemente a Nissa. La joven se disculpó e intentó recuperar su compostura ante un azorado Albert que de no ser porque la armadura lo ocultaba, se hubiese visto en un gran aprieto debido a su gigantesca erección.
Nissa se recompuso finalmente y con paso firme se acercó a su padre. El rey la recibió, la obligó a levantarse cuando ésta hincó su rodilla en señal de respeto y la abrazó breve pero firmemente antes de aproximarse junto con ella al cuerpo del príncipe.
Las semanas siguientes fueron una pesadilla. Desde la muerte de su madre hacia cinco años el palacio nunca había sido un sitio especialmente alegre, pero los funerales por la muerte de su hermano y el posterior duelo que decreto el rey lo convirtieron en un inmenso y silencioso panteón. Guldur se había ido después de una semana de convalecencia y Albert se había vuelto más pegajoso que nunca. La única luz en su vida era su nueva amiga Linnet. En la cena del funeral aún no sabía cómo, tropezó con ella y le hizo tirar una bandeja que estaba sirviendo. La joven se puso a temblar de miedo y salió corriendo. La princesa la siguió y la protegió evitándo que le pasase nada. Al tener una edad similar, un incidente que en otro caso no hubiese pasado de ahí, se convirtió en una relación de amistad.
Todos los días bajaba a las cocinas y por un rato charlaba con su nueva amiga evadiéndose de su triste realidad. Charlaban de chicos, comían dulces y recorrían los pasadizos del Palacio todas las tardes.
Desde el día de la muerte de su hermano no había vuelto a salir a la pradera. Las puertas estaban permanentemente custodiadas y Albert la vigilaba como un águila a su polluelo, así que cuando Linnet le propuso salir a dar un paseo a la pradera, ella tuvo que negarse.
-¿De veras no te apetece? -dijo la doncella sorprendida.
-¡Oh! No hay nada que desee más pero me es imposible escapar de aquí. Desde que mi hermano murió me vigilan constantemente y no me permiten salir del castillo temiendo que también me ataquen a mí.
-Es una pena, -dijo Linnet- se está tan bien al aire libre...
-Lo sé, pero me es imposible escaparme, todas las puertas están vigiladas.
-Todas no. -replicó Linnet con una sonrisa pícara.
-¿Cómo es eso? -preguntó La princesa intrigada.
-En todos los palacios hay una pasadizos para poder escapar en caso de que sea tomado por la fuerza y hace tiempo descubrí por casualidad que uno de ellos sale de las despensas, se interna en la roca y se abre a una milla de aquí en el extremo este de la pradera lejos de la vista de los que hayan tomado el palacio. -respondió Linnet .
-Aún así tendría que librarme de Albert -dijo la princesa pensativa.
-Seguro que se te ocurrirá algo. ¿No te apetece volver a sentir la luz del sol en tu cara? -Preguntó la doncella tentadora.
-Una historia interesante, -dijo Amber aprovechando que Joey interrumpía su lectura para coger aire. -pero no veo el sexo por ninguna parte.
-Tranquila, ya llegará -dijo él mientras se ponía malo observando como la joven cambiaba de postura y estiraba sus piernas haciendo que el pantaloncito de algodón se ciñese aún más a su monte de Venus.
-Bien, porque lo prometido es deuda. -dijo ella sensual.
El día siguiente amaneció espléndido y a primera hora de la tarde salió de su habitación dispuesta a terminar con su encierro. Linnet lo sabía y la estaría esperando, así que lo único que tenía que hacer era librarse de Albert.
-Hola Albert, -saludo al guerrero que hacía guardia a su puerta imperturbable como siempre.
-Buenas tardes alteza, ¿Desea algo?
-Oh, nada. Sólo voy a las cocinas a por un poco de fruta. La que tengo en mis aposentos está un poco verde. ¿Quieres algo?
-No, muchas gracias mi señora.
-No hace falta que vengas conmigo, serán solo unos minutos.
Albert no la siguió. Sabía por lo que estaba pasando la joven, constantemente vigilada y como las cocinas estaban en la dirección opuesta a las puertas decidió dejarla ir sola y colocarse en el corredor principal, único lugar por donde se podía acceder a las puertas desde las cocinas. Apoyo su espalda en la pared y suspiró con frustración. Todos los reinos a su alrededor estaban realizando movimientos diplomáticos. Con el príncipe heredero muerto, todos querían casarse con la princesa lo antes posible y así poder casarse con las minas de hierro y plata de Vintz. La boda de la joven pronto se adelantaría, ella se iría a otro reino y no volvería a verla jamás, pensó Albert dándole una patada al aire. Sólo a un tonto como él se le ocurriría enamorarse de una princesa.
Nissa bajó los escalones de dos en dos y llegó a la cocina donde Linnet la estaba esperando con un traje de cuero de viaje y unas botas.
-¿Por qué vas vestida así?- Preguntó la princesa extrañada.
-¡Oh! Lo siento alteza pero yo no tengo tantos trajes como vos, en realidad solo tengo el vestido que llevo normalmente, que lo uso para servir en las comidas, uno de repuesto que está sucio y este viejo traje de viaje que llevaba puesto cuando entre al servicio del rey.
-¡Ah! Lo siento, nunca habría caído en ello si no me lo llegas a explicar. A veces tiendo a suponer que todo el mundo tiene lo que tengo yo y meto la pata. -dijo Nissa avergonzada.
-No pasa nada -dijo Linnet cogiendo a la joven de la mano- ahora vámonos, hay que aprovechar que a estas horas no hay nadie trasteando en la despensa.
Pasaron corriendo y riendo por las cocinas, cogieron un par de bollos aún calientes de encima de una mesa y entraron en la despensa del castillo.
Nissa nunca había estado allí y le sorprendió el tamaño del recinto. Estaba justo debajo de las cocinas y se accedía por una rampa en vez de por una escalera, para poder subir y bajar cargas pesadas sin tanto esfuerzo. El lugar era frio y cavernoso y estaba tenuemente iluminado por lámparas de aceite dispuestas a intervalos regulares.
En su interior, colgando del techo o en largos estantes se podían ver vinos y comida suficientes para resistir un largo asedio. Linnet tiró del brazo de una sorprendida princesa y la llevó hasta la esquina más alejada de la inmensa sala. El lugar estaba casi vacío y la mortecina luz de las lámparas llegaba con dificultad. Con seguridad, Linnet se acercó a un pequeño botellero y tirando del mueble hacia un lado dejo al descubierto una gruesa puerta de hierro con un pesado candado colgando.
-¿Cómo piensas abrir?
-No hay problema, está abierto. Seguramente no soy la primera en usarlo y alguien antes que yo forzó el candado y probablemente lo dejó abierto para no tener que volver a forzarlo cada vez que lo necesitase. -dijo ella soltando el candado y abriendo la pesada puerta.
El pasadizo era estrecho y húmedo pero el suelo era firme y uniforme. Linnet cogió una antorcha que había dejado escondida en él, la prendió con una de las lámparas y se internaron en las profundidades de la roca.
Mientras el pasillo giraba y se dirigía hacia el sureste Nissa no podía evitar imaginarse huyendo por aquel estrecho pasadizo con su padre para salvar su vida. Una pequeña punzada de arrepentimiento le atravesó al darse cuenta de que de nuevo estaba desobedeciendo a su padre y traicionando la confianza de Albert.
-¡Vamos! -exclamó Linnet tirando del brazo de la princesa, ya estamos cerca...
Tras una última revuelta el pasadizo desembocó en una gruta enorme en la que habían acondicionado unos aposentos y un almacén. La boca era una gigantesca brecha en la pared este de la meseta por dónde entraba la luz del día a raudales.
Al llegar a la gruta Nissa quedó momentáneamente deslumbrada. Lo que vio cuando se recuperó le dejo helada. Cinco trasgos de ojos rojos y rostro macilento la estaban esperando armados hasta los dientes.
Sin pararse a hacer preguntas Nissa se lanzó a la carrera, directa a la boca del pasadizo, pero Linnet se había adelantado y con una rápida zancadilla derribó a la princesa que cayó contra el marco de la puerta dándose un golpe en la frente.
Los trasgos se apresuraron a levantarla y la maniataron. Con movimientos hábiles el capitan de la incursión la registró. Las manos rugosas del trasgo buscando armas, sopesando sus pechos y tanteando su culo y el interior de sus piernas la hicieron revolverse asqueada, pero sólo consiguió que aquel bicho le diese un bofetón y le reventase el labio. El metálico sabor de la sangre se mezcló con el salado de sus lágrimas y el amargo sabor de la traición de su amiga.
-¿Por qué?-preguntó la princesa asustada pero no derrotada.
- Por dinero, por supuesto. ¿Acaso crees que me gusta arrastrarme por palacio sirviendo los caprichos de los nobles y mendigando una moneda para poder comprarme un vestido bonito? Con lo que me den podré irme a cualquier lugar de este mundo y vivir holgadamente, incluso quizás consiga casarme con un buen partido...
-Yo soy una ingenua -dijo Nissa- pero tú lo eres más si crees que vas a salir de aquí con vida. Ahora no les sirves de nada.
Linnet levantó la cabeza orgullosa y miró a aquellas bestias que sonrieron mostrando sus afilados dientes. La sonrisa se le heló en la cara e intentó huir pero ella, al igual que la princesa, cayó derribada por un empujón del trasgo más cercano.
-Mátala, -ordenó el capitán al trasgo que la había derribado.-pero no le estropees la ropa, la necesitamos
La bestia sacó una daga y la hundió sin miramientos en cuello de la joven. Linnet intentó gritar pero de su garganta sólo emergió un apagado gorgoteo.
La princesa se libró del trasgo que la sujetaba y con las manos atadas abrazó a la joven y la consoló mientras su vida se escapaba. Cuando la levantaron de un tirón estaba desolada. Quería ser ella la que estuviese abandonando ese mundo pero se negó a darles la satisfacción a esos animales y se levantó orgullosamente.
-¡Desnúdate! -dijo el capitán con un gesto hosco.
-¡Cómo quieres que lo haga con las manos atadas cerebrito! -le espetó la joven.
Con un gesto el capitán ordenó desatar a la joven que inmediatamente intentó revolverse y huir aunque resultó inútil. Mientras uno de los secuestradores desnudaba el cuerpo inerte de Linnet procurando no romper la ropa o mancharla de sangre. Nissa comenzó a deshacer nudos para poder quitarse el vestido por la cabeza.
-Quítatelo todo -dijo el capitán babeando al ver los pezones y el pubis de la joven haciendo relieve en la fina ropa interior de seda de la joven.
Joey no pudo evitar lanzar una mirada fugaz al minúsculo pantalón de Amber que sonrió malignamente y se rozó el pubis con la mano al percibir su interés.
-¿Te gusta mirar? -preguntó ella.
Joey no respondió, trago saliva y siguió leyendo.
Nissa obedeció y se quitó todo hasta quedar totalmente desnuda. Sus pechos grandes y firmes con los pezones pequeños y rosas endurecidos por el frescor de la caverna provocaron más saliva y codazos entre los trasgos que la follaban con la mirada.
-Eres un precioso trofeo -dijo uno de ellos con la voz rasposa admirando el fino vello rubio que no ocultaba la raja rosada del sexo de la joven y acariciando su culo.
La princesa se encogió instintivamente ante su contacto frio y rasposo contrayendo sus músculos y excitando aún más a los guerreros.
- Dejad de hacer el idiota y vestid el cadáver. -dijo quitándole a la princesa el anillo con el sello de la familia y poniéndoselo a Linnet. Y ahora vístete con esto -añadió el capitán tirándole las ropas de viaje de Linnet aún tibias y cargadas del aroma a puchero de la joven muerta.
Cuando terminó de vestirse, el capitán de los trasgos se acercó al cadáver y descargó varias veces su maza sobre el rostro de Linnet hasta que éste se volvió irreconocible.
-Vámonos, se nos hace tarde. -dijo la bestia poniéndose en marcha.
A los diez minutos Albert empezó a preguntarse qué coños estaría haciendo la chica. Al cuarto de hora comenzó a impacientarse. Pero cuando pasaron veinte minutos Albert tomó el camino de las cocinas realmente preocupado.
-¿Deidre has visto a la princesa por aquí?
-Hace unos minutos paso con Linnet y me robaron un par de bollos calientes. Seguro que están por ahí pegándose un atracón.
-¿Viste por dónde se fueron? -preguntó Albert tenso.
-Creo que se dirigieron hacia las despensas supongo que buscando una buena mermelada de arándanos con que untarlos.
-¿Y no las has vuelto a ver?
-Por aquí no han pasado.
Albert le dio las gracias y se dirigió a paso ligero hacia la puerta de la despensa con un gesto de preocupación pintado en su cara. En la gigantesca despensa todo parecía estar en orden. Demasiado en orden. Ni siquiera las risas o las respiraciones agitadas de las jóvenes rompían el ominoso silencio. Empezó a registrar el lugar cada vez más preocupado. El descubrimiento de la puerta abierta y el oscuro pasadizo adentrándose en la montaña le produjo un escalofrío. En todo el tiempo que había servido allí nadie le había hablado de la existencia del pasadizo. Cogió una lámpara y angustiado se internó en él intentando convencerse de que no sería nada, que las encontraría retozando en la hierba. Esta vez no pensaba defenderla. Estaba harto de que aquella joven caprichosa le pusiese en evidencia.
Cuando comenzó a ver la luz al final del pasadizo desenvainó la espada y dejo la lámpara en un hueco para protegerla de cualquiera que se asomase al pasadizo. Tardó unos segundos en acostumbrar la vista a la luz que se colaba por la grieta y cuando vio el cuerpo caído vestido con el traje azul, por un segundo se le paró el corazón. Con el rostro blanco como el papel se acercó al cuerpo y casi vómito a ver la cara de la joven salvajemente mutilada. Respiró profundamente un par de veces y recurriendo a lo aprendido en su entrenamiento intentó recoger toda la información posible del lugar.
Empezó por el cuerpo. Algo no le cuadraba. Se obligó a mirar el rostro salvajemente mutilado y apartando su cuerpo para que incidiese sobre él la luz. Observó como los golpes propinados con una maza habían destruido las orbitas, los pómulos, la mandíbula y el cuello. El pelo estaba tan empapado de sangre que era imposible distinguir su color pero estaba atado en una gruesa trenza que Nissa no llevaba cuando salió de sus aposentos.
Bajó su mirada buscando el anillo con el sello de la casa real que le había regalado su padre. Estaba allí, en el dedo correcto pero no estaba en su sitio, como si alguien hubiese intentado quitarlo y cuando casi había conseguido sacárselo hubiese cambiado de opinión y lo hubiese dejado allí.
Cogió el anillo e intentó volver a ponerlo en su sitio. El anillo se atascó en la articulación de las falanges negándose a subir más. Con un suspiro de alivio dio la vuelta a la mano y pudo ver sin dificultad los cayos de la mano de una joven que hacia pesados trabajos manuales. No tardó en darse cuenta de otros detalles como el vestido colocado sin ceñirlo adecuadamente a la cintura o las medias arrugadas.
Albert se incorporó y busco huellas que le pudiesen decir quién podía haber hecho eso. Los incursores habían intentado borrar sus huellas, pero había sido un trabajo apresurado, más dirigido a retrasar a los perseguidores que a despistarlos.
Cerca de la boca de la caverna encontró dos pisadas inconfundibles. ¡Trasgos! Después de la batalla del rio Rom, no habían vuelto a dar señales de vida, y ahora esto. Algo no cuadraba en este asunto. El fuerte de los trasgos era la fuerza bruta no los quirúrgicos golpes de mano.
Albert se asomó a la boca de la caverna. El camino continuaba estrecho suspendido en la ladera de la meseta. Forzó la vista pero no se distinguía ningún movimiento en él. Durante un segundo pensó en salir corriendo tras los captores pero cambió de opinión. Los Trasgos no podían huir de allí en los ponis de tundra, sus típicas monturas, la estrecha vereda no lo permitía. Quizás pudieran atajar con los caballos por la pradera y sorprenderlos más adelante en el paso del Holm o en las cataratas del rio Rom.
Con un gesto de rabia envainó la espada y se dirigió al cuerpo de Linnet. Se quitó la capa y envolviendo el cuerpo en ella se lo echó al hombro y entró corriendo en el pasadizo para dar un mala noticia.
El cuerpo envuelto en la capa de la que sobresalía el brazo de la joven y la cara sería le franqueó el paso a la sala del trono.
Cuando el rey vio el bulto que llevaba Albert en brazos se levantó con un gesto de desazón.
-¿Qué me traes ahí? ¿Es esa mi hija? -preguntó el rey con voz no tan firme como quisiera.
-Perdón majestad si le he hecho pensar que traía el cuerpo de su hija. No es su hija es el cuerpo de una joven que se le parece y que ha sido utilizada para ocultar el secuestro de su alteza la princesa Nissa. -dijo Albert depositando el cadáver en el suelo.
El rey Deor III de Juntz se acercó a Albert con paso firme y poniéndose frente a él descargó un fuerte puñetazo en su mandíbula. Albert vaciló pero no cayó. Bajó la vista y se dispuso a aguantar el chaparrón.
-¡Has perdido a mi hija! -le gritó iracundo. -sabes que es lo único que me queda y te atreves a presentarte aquí para decirme que eres incapaz de vigilarla y que has permitido que alguien se la haya llevado. ¡Debería matarte ahora mismo! -dijo sacando una daga y apretándola contra el cuello del joven guardia hasta que mano una gota de sangre. -desgraciadamente me temo que pronto voy a necesitar cada hombre en condiciones de sujetar una espada.
Albert suspiró cuando el rey apartó la daga y mandó buscar al jefe de la Guardia Alpina.
-Majestad ya no soy digno de pertenecer a los guardias -dijo el joven arrodillándose ante su soberano y arrancándose la insignia que tenía en el pecho y que le identificaba como perteneciente a la elite del ejército de Juntz.
El coronel Magad entró en la sala de audiencias y haciendo una reverencia se sentó en una silla al lado del trono. Albert les hizo un relato detallado de todo lo que había ocurrido y lo que había conseguido averiguar. Seguidamente se retiró unos pasos y se quedó esperando órdenes en posición de firmes.
Mientras esperaba observó como unos sirvientes desplegaban un mapa sobre el que se inclinaron los dos hombres para estudiar las opciones que tenían.
-El pasadizo de la despensa es una antigua ruta de fuga para poder enviar mensajes en caso de un sitio o escapar si fuese tomada la fortaleza. Desemboca justo aquí. -indicó el coronel con un dedo -y este camino lleva hacia el norte rodeando la pradera y luego hacia el sur hacia la ciudad portuaria de Alisse. Supongo que los trasgos se desviaran aquí. -dijo Magad señalando un punto en el mapa que Albert no pudo ver- y se dirigirán hacia el norte hacia a fortaleza Muerta o al Lago Helado.
Albert no creía que esos bichos se fuesen a dirigir hacia el norte. Los trasgos no podían urdir un plan tan elaborado, ni infiltrar a alguien en el castillo por si solos, era obvio que había alguien que les dirigía y no creía que esa persona les dirigiese a un lugar obvio. Albert se adelantó para dar su opinión pero un gesto del coronel le paró en seco.
-Tú ya has hecho bastante Albert puedes retirarte. recoge tus cosas y preséntate ante el comandante de la Fortaleza del Norte. Eso es todo, puedes retirarte.
-A sus órdenes mi Coronel -dijo haciendo una reverencia y abandonando la sala del trono.
La mente de Albert era un torbellino, suponiendo que los trasgos no hubiesen hecho el trabajo por si solos, quedaban dos posibles sospechosos, el rey de Irlam al este y el príncipe heredero de Gandir al oeste. Aunque ambos tenían sus razones para hacerlo, Albert sabía que no era un secreto que al rey Deor le interesaba unirse al reino de Gandir para poder mantener una cierta independencia que se vería muy comprometida si se unía al fuerte y belicoso reino de Irlam.
Su habitación era una pequeña sala al lado de los aposentos de la princesa con espacio para una cama un escritorio y un pequeño baúl que contenía todas sus pertenencias. Con rapidez comenzó a meter lo imprescindible en su macuto. Un suave toque en la puerta interrumpió el hilo de sus pensamientos. Cuando abrió la puerta vio la consumida figura del arcipreste apoyada en su eterno bastón ante él.
-Hola maestro Serpum, ¿qué puedo hacer por usted? -dijo Albert sin poder mirar al anciano a los ojos.
-¡Oh! nada, gracias joven amigo- dijo sentándose en la cama con un suspiro de alivio- ya no soy el que era y subir esas malditas escaleras un día me matará.
-Siento muchísimo no haber podido salvar a...
-Pa pa pa... - le interrumpió el arcipreste -lo importante no es que se la hayan llevado. No sabías de la existencia del pasadizo y por tanto no podías haberlo previsto. Lo que importa es lo que tienes ahora en mente. Sabes que el rey y su gente están equivocados, ¿Qué piensas hacer tú?
-¿Cómo sabes?
-Tengo mis medios. Este palacio tiene secretos que sólo yo conozco. Angostos pasadizos, tenues corrientes de aire que llevan información si sabes cómo extraerla.
-Eres un hechicero. -dijo Albert sacando la daga de su funda.
-Lo fui. Y el rey lo sabe. Y durante años he sido su mayor apoyo. Ahora soy demasiado viejo y sólo te tiene a ti aunque él aún no lo sepa.
-¿Qué puedo hacer? El rey no me escuchará y van a salir en dirección a la tundra del norte a buscar fantasmas.
-Eso es bueno. Los informadores que tiene la persona que ha urdido todo esto se convencerán de que nos han engañado y tú sólo partirás en busca de la princesa. Si viesen una gran columna acercándose hacia ellos. ¿Qué crees que harían con la joven Nissa?
-La matarían sin dudarlo.
-En efecto joven amigo. La princesa necesita a una persona lista y valiente que esté dispuesta a dar su vida por ella y ese eres tú. He mandado ensillar a Fugaz el caballo del príncipe, es fuerte y rápido, te llevara hasta el fin del mundo en pos de la princesa si hace falta.
-Gracias, maestro. -dijo el joven guerrero mientras completaba el ligero equipaje con su yelmo y un par de mantas de lobo de la tundra.
-Toma esto -dijo el arcipreste-colgando un medallón del cuello de Albert.
-Una medalla de la diosa Neiss, la diosa olvidada de los bosques.
-Sí, ella te protegerá en esta aventura, no la olvides y ella se acordará de ti. -dijo el anciano- Y recuerda; utiliza esto -dijo el anciano tocándole la cabeza con el dedo índice- pero cuando estés confundido y te sientas perdido confía en esto -dijo señalando el corazón del joven- nunca subestimes el poder de un corazón enamorado.
Albert miró el medallón por última vez y lo escondió bajo la armadura antes de coger el macuto y echárselo al hombro.
-Qué los dioses te sonrían y te protejan Joven Albert, -dijo el anciano haciendo un complejo dibujo en el aire con su bastón.-desafortunadamente esta torpe bendición es lo único que puedo hacer por ti. Ve y devuélvenos a nuestra joven princesa.
-¡Ah! Se me olvidaba. Perdona la cabeza de este anciano. -dijo el arcipreste alargandole una ajado pergamino-este mapa quizás pueda serte de utilidad.
Al terminar de vestirse, los trasgos le volvieron a atar las manos por delante dejando uno de los extremos largo para que uno de ellos pudiera controlarla y evitar que pudiese hacer alguna tontería. Salieron de la cueva a paso ligero y pronto Nissa comenzó a jadear debido a la falta de ejercicio. El camino era estrecho y se desplazaba por la ladera de la pradera oculto del campo visual de los guardias de palacio. Después de una hora de carrera la joven trastabilló y cayó al suelo agotada y sudando. El trasgo encargado de llevar la cuerda le dio un salvaje tirón para ponerla de pie, Nissa gritó dolorida e intentó ponerse de pie sin éxito.
-Así no vamos a avanzar nada -dijo el capitán de los trasgos. Brock-noor, échatela a la espalda.
-No pienso llevarla tiene dos piernas, que camine.
-Quiero salir lo antes posible de este camino así que la llevarás a la espalda y te turnaras con Heldrin-soos y Nulcan-voor para llevarla toda la noche. ¿O prefieres que te mate aquí mismo?
Rezongando y jurando por lo bajo el trasgo cogió a la joven y se la echo sobre los hombros. Nissa se revolvió dolorida cuando las juntas de la armadura se le clavaron dolorosamente en el vientre pero el trasgo la ignoró y poniendo sus manos en el culo de la joven salió corriendo tras sus compañeros en aquel aciago atardecer...
De repente Amber se levantó cómo un resorte y se sentó de nuevo al lado de Joey fingiendo estar muy interesada en la pantalla del ordenador.
Segundos después unos pasos furtivos se acercaron a la habitación y abrieron la puerta rápidamente tras un ligero toque.
-Hola chicos -dijo la madre de Amber apareciendo con una bandeja - Os he traído un poco de leche y galletas de chocolate.
-Mama este es Joey. -dijo Amber en tono de aburrimiento.
-Encantado señora Kingsey. Es usted muy amable -dijo él sin poder evitar echar u vistazo a los pechos de la mujer cuando ésta se agacho para posar la bandeja.
-¿Qué tal vais? -preguntó la señora Kingsey sentándose en la cama en plan Mrs. Robinson.
-Muy bien hasta que llegaste -dijo Amber poniendo los ojos en blanco. -ahora vete.
-Muchas gracias por las galletas -dijo Joey con la boca llena mientras la madre de Amber salía de la habitación.
-Perdónala, aún se cree que tiene dieciocho años e intenta ligarse a todos los chicos que pasan por casa.
-Pues...
-Ten cuidado con lo que dices, sigue siendo mi madre.
Joey se cayó inmediatamente consciente de que se sentía tan a gusto y relajado con Amber que había estado a punto de decir una burrada. Con el rostro rojo como la grana y sin saber que más hacer dirigió su mirada hacia el ordenador y continuó leyendo. Amber se sentó de nuevo en la sillón y comenzó a acariciar su cuerpo con aire ausente mientras le escuchaba.
La noche fue larga. En cuanto Nissa dejó de ser un lastre y el sol dejó de herir sus ojos los Trasgos aumentaron el ritmo y corrieron como locos por aquel abrupto sendero. Para Nissa botando constantemente sobre el hombro de las bestias y con su culo sobado y azotado por las manos rudas de aquellas trasgos babeantes fue una tortura. Era casi el amanecer cuando abandonaron el sendero y se dirigieron hacia el norte durante un corto tramo hasta llegar a un río. Mientras el resto bebía y descansaba dos de los trasgos atravesaron el río por un vado y se dedicaron durante unos minutos a pisotear la orilla embarrada hasta que el camino volvía a ser duro y seco y volvieron sobre sus pasos para reunirse con sus compañeros y continuar hacia el Este.
Siguieron avanzando a la carrera hasta que el calor y la luz del sol les irritó a los trasgos lo suficiente para buscar un refugio donde descansar hasta la llegada de la noche.
No tardaron en encontrar un profunda grieta en un collado que resultó ser la antesala de una cueva lo bastante grande para acogerlos a todos si estrecheces.
La joven princesa se tumbó exhausta y dolorida sin saber que lo peor estaba por llegar.
Dos horas después uno de los guerreros la despertó y le dio un cuenco con unas gachas que olían terriblemente.
-Come -dijo el capitán- tienen sebo de castor, te darán energía.
-No quiero esta basura -dijo ella lanzándole el tazón a la cara.
El capitán enfurecido se acerco a la joven y le soltó un sonoro bofetón. Nissa cayó al suelo y el corpiño de cuero se abrió ligeramente haciéndole recordar a aquella bestia el cuerpo de la joven desnudo e indefenso en la caverna.
Con un gesto de lujuria en los ojos el trasgo se agachó y tiro de los cordones del corpiño hasta que tuvo los pechos de la joven a la vista.
-No te atreverás -dijo la princesa- No sé lo que queréis de mí. Pero sé perfectamente que si no soy virgen no valgo nada.
-Tranquila, tu virgo quedara intacto -dijo el trasgo dándola la vuelta y levantándola la falda.
-¡Mirad chicos el jefe va a follarse a la princesa!
-Para ti toda Munum-Koor -dijo Brock-noor - creo que van a pasar meses antes de que pueda quitarme esta peste a mujer humana de encima. Por muy guapas que sean, siguen siendo humanas yo prefiero un buen chocho trasgo rebosante de fluidos verdes. ¿Os acordáis de la noche que pasamos en el burdel de Nimi-nuir? -preguntó el trasgo desviando la atención de sus compañeros sobre algo verdaderamente interesante.
Nissa intentó liberarse pero sus movimientos solo lograron excitar a Munum-koor más aún. De dos salvajes tirones consiguió arrancarle la ropa interior a Nissa mientras apretaba su cabeza contra el suelo para inmovilizarla.
-Al fin un poco de acción -dijo Amber con la voz anhelante.
Joey levantó la cabeza del ordenador para decir algo pero las palabras murieron en su boca. Amber estaba sentada en el sillón de mimbre con las piernas totalmente abiertas y una de sus manos acariciándose bajo el pantalón mientras que con la otra se pellizcaba uno de sus pezones.
-Vamos, sigue. -dijo ella estrujándose un pecho ante la mirada atónita de Joey.
Por el rabillo del ojo la joven vio como aquella bestia hurgaba bajo sus ropajes y sacaba un miembro pálido, enorme y nudoso como un viejo arbusto retorcido. La princesa intentó revolverse de nuevo al ver aquella verga fría y varicosa pero no le sirvió de nada. Le amenazó y le suplicó pero el trasgo respondió sonriendo y explorando el ano de la joven con sus dedos.
El dolor y la humillación se mezclaban en el ánimo de la joven que no paraba de llorar mientras la bestia dilataba su orificio para hacer más fácil la penetración.
El trasgo terminó de arrancarle las ropas y comenzó a acariciar a la joven con manos expertas. Con horror la joven vio como su cuerpo respondía con placer a las caricias y se excitaba sin poder evitarlo.
El trasgo se dio cuenta y con una sonrisa maligna y alzó su culo y le separó las piernas acercando la boca a sus sexo.
La lengua caliente y áspera del trasgo le chupó el sexo excitándola y la princesa tuvo que morderse los labios para no gemir. La bestia siguió chupando y sorbiendo sus flujos sin que ella, indefensa, pudiera hacer nada más que acallar sus gemidos .
Con un movimiento brusco Munum-koor se incorporó puso el culo de la joven en pompa y acercó la polla a su ano. Con un empujón suave pero constante fue penetrándola disfrutando de cada centímetro de aquel culo estrecho y virginal. Todo el cuerpo de la princesa tembló por el dolor y el asco de tener a aquel animal encima de ella aliviándose con su cuerpo...
-¿Te está gustando? -preguntó Joey mientras levantaba la cabeza para ver los pechos de la joven.
-Sí ,mucho -dijo Amber sacándose los shorts ante la vista alucinada de Joey y acariciándose el sexo abierto y húmedo sin ninguna vergüenza .
Las lagrimas corrían por las mejillas por el intenso escozor que le suponían las penetraciones del trasgo. Con cada empujón sentía como cada variz y cada verruga se desplazaba por sus entrañas hiriéndola y humillándola. En ese momento, cuando creyó que no podría más y que se desmayaría una idea comenzó a surgir en su mente y como un naufrago a punto de ahogarse ahogó los gritos de dolor y se agarró a ella.
Con sorpresa, el trasgo vio como la joven que hacia un momento se retorcía de dolor trataba de relajar su culo y comenzaba a acariciar su sexo.
El trasgo intentó dominarla haciendo sus penetraciones más rápidas y profundas, pero poco a poco el dolor fue disminuyendo y aunque no desapareció quedó apagado por el placer que comenzaba a sentir la joven.
Los suaves gemidos que comenzó a emitir la joven le confundieron y le excitaron a la vez. Munum-koor tiró de la melena de la joven para erguirla y así poder sobar y pellizcar sus pechos. Ella gimió de dolor pero no intentó resistirse y se volvió con una sonrisa provocadora.
Con un empujón la princesa se separó ahogando un suspiro de alivio cuando la polla del trasgo salió de su ano. Nissa se giró y se tumbó boca arriba abriendo su piernas con una sonrisa. El trasgo no se hizo esperar y la volvió a penetrar con movimientos rápidos y profundos mientras la joven gritaba cada vez que el bicho golpeaba con su pubis el sexo excitado y rebosante de la joven.
Munum-koor se agachó, chupó y mordisqueó sus pezones mientras aquella desconcertante humana le miraba con ojos rebosantes de placer y deseo. Con un último y salvaje empujón que hizo que todo el cuerpo de la joven se estremeciese Munum-koor se corrió soltando hirvientes chorreones de semilla trasga en las entrañas de la joven...
Joey levantó un momento la cabeza para ver como Amber se acariciaba y se introducía los dedos en el coño con los ojos cerrados sólo concentrada en darse placer...
... tras eyacular, el trasgo sacó su gigantesca polla aún erecta del culo chorreante de la princesa y utilizó su congestionado glande para golpear el clítoris de la joven con la fuerza de una almádena hasta que todo el cuerpo de la muchacha se estremeció y combó víctima de los relámpagos de dolor y placer que recorrían su cuerpo..
-¡Vamos sigue! -dijo Amber cada vez más excitada.
-No puedo, ahí me interrumpiste -se defendió Joey.
-Pues entonces mírame dijo ella sonriendo maligna.
Joey, sin nada que hacer no pudo evitar meter su mano en el interior del pantalón mientras veía a Amber masturbarse. Sus movimientos eran cada vez más rápidos y bruscos y jadeaba y gemía intentando inútilmente controlarse.
Finalmente Amber se corrió con un grito estrangulado y todo su esplendido cuerpo se tensó y tembló sacudido por sucesivas oleadas de placer.
Cuando abrió los ojos vio a Joey pajeándose y sonrió. Joey se quedó parado como un ciervo ante los faros de un camión pero Amber se acercó a él aun desnuda y metiendo sus manos suaves y de dedos largos en el pantalón le sacó la polla erecta y caliente y comenzó a acariciársela.
-¡Oh!, así que los cerebritos tenéis pollas grandes -dijo ella a su oído haciendo que Joey se corriese en sus manos.
Joey se quedó quieto, hipnotizado por los profundos ojos verdes de Amber y con su polla decreciendo lentamente entre sus manos.
-Creo que se está haciendo tarde, Joey. -dijo ella soltándole la polla y sacando un clínex para limpiarse. -¿Qué tal mañana a las cinco? Te prometo que esta vez me leeré los dos siguientes temas. Espero que tú avances con tu historia, quiero saber qué pasa con Nissa.
-Sí , claro -respondió Joey como saliendo de un sueño recogiendo el ordenador -Mañana... perfecto, aquí estaré.
-Joey.
-¿Sí? -preguntó él antes de salir de la habitación de Amber.
-El pajarito...
-¡Oh! lo siento. -dijo Joey metiéndose la polla en el pantalón y saliendo de la habitación rojo de vergüenza.
*Supongo que la mayoría lo sabréis pero el apellido del protagonista, Smart , significa listo en inglés.