La primera vez y hasta el fondo
Una historia autobiográfica. El desconocido del chat resultó no ser tan desconocido, pero eso no me impidió llegar por primera vez hasta el final.
La primera vez con un hombre mayor
A los 19 años tenía las hormonas revolucionadas y me pasaba el día entero pensando en el sexo y soñando con fantasías. Cuando era más joven solía pensar que no era gay, y que aquella excitación que me producía el pensar en hombres desnudos terminaría por pasar. Naturalmente, con los años, aquello en lugar de pasar iba cada vez a peor y no hacía más que masturbarme pensando en tíos. Ya entonces comencé a entrar en internet, en busca de pornografía gay y la verdad es que la hallaba con relativa facilidad.
Pero una cosa siempre lleva a la otra, y al final aquello no me bastaba, lo que necesitaba era entrar en acción. Y nada mejor que entrar en un chat gay; a los pocos segundos de conectarme ya había un par de personas interesadas en conocerme y dándome palique. Yo les iba dando cuerda y cuerda, pero sobre todo me caía bien uno de ellos, cuyo nick era Activo40, pero que luego descubrí que se llamaba Juan Luis. Después de charlar casi dos horas nos caímos tan bien que quedamos para el día siguiente, y el siguiente, y así entablamos una estrecha relación. Al final, siempre llega el momento en que hay que decidirse a dar el paso de conocerse mutuamente, y vaya si lo dimos.
Quedamos una tarde de viernes, todavía lo recuerdo. Yo tenía toda la tarde libre, porque ya iba a la universidad y sólo iba a clase por la mañana. Juan Luis se había deshecho de su mujer y sus dos hijas (sí, estaba casado, lo cual no hacía sino excitarme más), y las había mandado de viaje a otra ciudad. Al salir de casa por la tarde me sentía totalmente turbado y excitado. Le dije a mis padres que me iba a dar una vuelta y que a lo mejor volvía tarde, y no me preguntaron nada. Me había dado una buena ducha y me había preparado por si se daban las condiciones de estrenarme, es decir, llevaba condones, lubricante, y había extremado la limpieza de mi cuerpo al máximo. También me eché una colonia nueva que me gustaba mucho.
Como no nos conocíamos físicamente, porque no habíamos intercambiado fotos, la emoción y la incertidumbre eran todavía mayores. Juan Luis parecía muy majo en el chat, pero cuando me lo encontré en el lugar convenido, casi me caigo del susto: resulta que se trataba de uno de los profesores del instituto al que yo había ido hasta el año anterior. El, en cambio no parecía haberme reconocido. Nos presentamos y él, efectivamente no me conocía, lo cual no era del todo extraño porque yo nunca fui alumno suyo, pese a conocerle perfectamente. Nos dimos la mano y nos metimos en un bar a tomar algo y conversar un poco.
Con la de horas y horas que podíamos tirarnos chateando, era curioso lo callados que nos habíamos quedado ambos.
-Vaya corte, ¿no? dijo él.
-Sí- yo no hacía más que beber y beber mi cerveza a pequeños sorbos, intentando calmar un poco mi nerviosismo.
Poco a poco comenzamos a soltarnos más. El me habló de su matrimonio, que no le satisfacía; se casó muy joven, pero a él lo que le gustaban de verdad eran los hombres. Supongo que la historia de siempre.
Me fue contando la experiencia que tenía, que era bastante. Yo no conté apenas nada, no quería que descubriese que era un novato en esto.
-En realidad, creo que debo decirte que te conozco del instituto- le dije, porque había decidido jugar limpio.
Juan Luis pareció no darle importancia al asunto.
-Pues tu cara me suena algo- me dijo- pero, ¿no habrás sido alumno mío, verdad?
-No, la verdad es que no. Dime, ¿sueles quedar con alumnos tuyos, acaso?
Se rió un poco- No, y espero que no me haya pasado nunca sin yo saberlo.
Yo también sonreí. Aquel señor me gustaba, me encontraba tan a gusto en su compañía como cuando hablábamos por el chat y fisicamente me atraía un montón. De media estatura, como yo, barba y cabello oscuro. Su cuerpo parecía fuerte, pero en buena forma.
-¿Así que yo podría ser la primera vez que estás con un alumno?
-Es que tú no eres un alumno. Tú ya eres un hombre.- Y me miró a los ojos, mientras me tomaba una mano y continuó- Podemos ir a mi casa, si quieres, allí estaremos más solos.
Su mirada estaba cargada de deseo y me faltó tiempo para decir que sí.
Durante el trayecto, que hicimos en su coche, yo iba repasando mentalmente aquellas largas conversaciones de chat en las que fantaseábamos acerca de cómo sería hacer el amor. Solía describirle con detalle todas aquellas fantasías que ahora podrían hacerse realidad. Los dos terminábamos siempre muy calientes. El iba conduciendo y no hablábamos mucho.
Pronto estaríamos en su casa, en su cama ¡Si mis amigos supieran lo que iba a hacer dentro de un momento en casa del profesor de Física! Llegamos a su portal y no nos encontramos con nadie, afortunadamente. Yo iba un poco apurado por lo que pudiera pensar la gente, sus vecinos, al vernos juntos. También me preguntaba cuántas veces habría traído chavales como yo a casa este hombre y si los vecinos quizá habrían percibido lo extraño de la situación. El, en cambio, parecía tranquilo. Metió la llave y abrió la puerta, haciéndome pasar adentro con decisión. Enseguida dejamos los abrigos y me enseñó un poco la casa, la cocina, el salón, los baños.
-Y este es el dormitorio-
A mi me temblaban las piernas, me sudaban las manos. Todavía vestidos nos acercamos y comenzamos a abrazarnos, a tocarnos, a acariciarnos. Acercó su boca a la mía y nos dimos un beso. A mi la habitación casi me daba vueltas, estaba excitadísimo.
-¿Seguro que no va a venir nadie?-pregunté. Lo último que quería es que apareciera su familia y nos descubriera.
-Tranquilo, todos están lejos y nadie va a volver. Tenemos toda la tarde y la noche para los dos. Ahora te voy a quitar todo esto. Toda esta ropa me estorba. Déjame hacer a mí.
Empezó a sacarme el jersey y luego la camisa. Yo notaba que una ola de deseo me tomaba por completo, sólo quería que me quitara toda la ropa y quedarme desnudo frente a él. Después de dejarme sin camisa, se puso en cuclillas y empezó a quitarme los zapatos, luego los calcetines. Yo le miraba hacer desde arriba mientras él empezó a soltar mi cinturón, el botón del pantalón, la cremallera, y para abajo fueron los pantalones, que luego sacó por los pies y arrojó a una silla. Ya sólo me quedaba el boxer y bajo él, una ya importante erección. De un tirón bajó también esa última prenda, y allí quedé como vine al mundo, en aquella habitación extraña, junto al profesor de Física, que aún conservaba toda su ropa encima y que, en cuclillas frente a mí, contemplaba ensimismado mi polla. En ese momento comprendí que iba a disfrutar de mi primera sesión de sexo oral. Notaba su aliento sobre mis genitales, y enseguida, la punta de su lengua recorriendo el mástil de mi verga. Mi polla comenzó a dar saltos como loca.
El, antes de seguir con ella, tomo con su boca mis bolas y empezó a chuparlas suavemente. Con sus manos me acariciaba el vientre, las nalgas, los muslos, yo no podía hacer nada más que acariciarle el cabello. El volvió a mi verga y de un solo bocado se la tragó enterita. Noté cómo su garganta acariciaba la punta de mi polla. La sensación era deliciosa. Luego iba dejando escapar la polla de su boca, deslizándose, mientras con la lengua la masajeaba. Una de sus manos tomó mis bolas y empezó a moverlas suavemente y a acariciarlas. La otra mano sujetaba firmemente el tallo de la polla y me masturbaba pertinazmente. Cuando la mano de sus bolas fue hacia atrás y empezó a acercarse a mi ano, noté que me venía.
Y me vine. Ni tiempo tuvo de apartarse. Cantidad de lefa inundó su boca, mientras con su mano continuaba masturbándome, produciéndome las últimas contracciones de placer.
-Perdona, no he podido contenerme- le dije
Pero él me aseguró que estaba bien, que le encantaba haber podido probar mi leche.
-Además, así no hemos manchado el suelo, je je.-
En efecto, toda la lefa había sido recogida por su boca, y ahora su lengua rebañaba ávidamente los restos que permanecían en mi polla.
-Pero, tú ni siquiera te has podido quitar la ropa.
-No te preocupes, tenemos todo el tiempo del mundo y dentro de un rato volverás a estar en forma, campeón. Vamos al salón y nos tomamos unas cervezas. No, no te pongas la ropa, aquí hace calor, y me encanta verte desnudo. Ven.
Me tomó del hombro, él vestido, yo en bolas, y nos fuimos para el salón. Me sentó en el sofá y él fue por las cervezas. Cuando volvió se sentó a mi lado, pero no se quitó la ropa.
Estuvimos hablando un rato, me preguntó por mis estudios, por mis amigos, algunos de los cuales sí conocía. Y no dejaba de recorrerme con la mirada; se le veía excitado, después de la escena anterior, en la que no había podido aliviarse. Empezó a tocarme, a acariciarme mientras seguíamos charlando. El pecho, que a mi edad ya tenía abundante vello y estaba musculado por tanto deporte, el vientre, las piernas. Luego me tomaba por el cuello y me daba un beso, y seguíamos hablando. Poco a poco yo notaba que me volvía la excitación y mi polla comenzaba a dar señales de vida.
El parecía a cien. En una de estas, se levantó y comenzó por fin a quitarse la ropa. Al quitarse la chaqueta y la camisa pude ver su torso imponente, velludo, fuerte, aún me excitaba más de lo que había imaginado. Luego se deshizo de sus zapatos y calcetines. Cuando se sacó los pantalones, los dobló cuidadosamente encima de una silla y comenzó a tirar del slip blanco que llevaba. A mi la boca se me hacía agua. El dilató la maniobra, recreándose, y yo no podía aguantarme de la excitación, mi polla estaba otra vez totalmente rígida y apuntando al cielo. Por fin, de un tirón, se bajó el slip y su polla salió despedida hacia arriba con fuerza. Me quedé con la boca abierta. Yo entonces no sabía que una polla podía ser así de grande, lo menos 23 cm, mucho mayor que la mía, y circuncidada.
-¿Te gusta?- me dijo
-Me encanta-contesté embobado.
Y se me tiró encima, mientras nuestros cuerpos se abrazaban, nuestras pollas chocaban una contra la otra, nos besábamos como locos Así estuvimos unos minutos, tras lo cual él se levantó de nuevo y se me quedó mirando tumbado en el sofá. Luego se lanzó de nuevo encima de mí, pero esta vez haciendo un 69, cogiendo mi polla con sus manos la introdujo de nuevo en su caliente boca y empezó otra vez a chupar y chupar. Yo estaba en el cielo, pero también quería darle placer, así que busqué su enorme tranca y con dificultad intenté meter la punta al menos en mi boca. En aquella posición mi capacidad de maniobra no era mucha pero por lo menos con las manos conseguía masturbarle y poner aún más firme aquella verga que parecía de plomo. Al cabo de un rato paramos los dos y él me dijo:
-Vamos al dormitorio que te voy a follar-
Mientras andábamos seguíamos acariciándonos y las pollas nos bailaban de un lado al otro, duras como mazas.
Al llegar al dormitorio me ordenó:
-Túmbate boca arriba. Vas a ver, te voy a mandar al cielo.
Y yo que estaba más lanzado que el Sputnik, ni me lo pensé, me tumbé boca arriba en el centro de la cama, con mis manos entrecruzadas detrás de la nuca, esperando. Mis piernas estaban flexionadas y separadas, apoyando las plantas en la superficie de la cama. Por el espacio entre mis piernas corría un aire que me hizo darme cuenta de lo mojada que tenía la polla, a resultas del trabajo de la boca de Juan Luis. Ese hueco entre mis piernas pronto fue ocupado por Juan Luis, que se colocó de rodillas entre ellas, frente a mí.
Con una mano empezó a acariciarme el ano.
-¿Has hecho esto alguna vez?, noto el esfínter muy cerrado- me dijo
Yo casi me muero de vergüenza, pero tuve que reconocerle la verdad.
-No es nada- me dijo- sólo que tendremos que dedicar un poco más de tiempo a abrir el camino.
Y comenzó a meterme un dedo ensalivado por el ano, al principio con más dificultad, luego más rápidamente. Luego pasó a dos dedos y luego a tres, pero todavía me dolía un poco. De repente me acordé:
-En el pantalón tengo un sobre de lubricante.
-Ah, perfecto-
Se levantó y fue a buscarlo, dejándome allí tumbado, sintiéndome como una auténtica perra deseando que la penetren. Volvió enseguida, con su enorme polla en ristre, y con el lubricante que comenzó a aplicar por fuera del ano haciendo círculos, y seguidamente por las paredes del recto.
Mi ano poco a poco se iba relajando, y tras un largo trabajo, parecía que tres dedos no eran ya problema. Nuestras erecciones se habían caído un poco, algo de lo que Juan Luis se dio cuenta y tomandome la polla con una mano con unas cuantas sacudidas la despertó de nuevo. Hizo esto sin sacar sus tres dedos de mi interior, y noté cómo mi esfínter se volvía a contraer. Era algo doloroso pero a la vez muy placentero.
El también se la machacó un poco para que estuviera bien dura. Luego, tomó mis piernas y se las puso sobre los hombros. Mi ano quedó perfectamente expuesto para ser acometido por su enorme lanza. Extendió una buena ración de lubricante con los dedos sobre mi ano y después sobre su verga, y apoyó ésta sobre la entrada de mi ano, empujando, al principio con dificultad, dado que era una polla muy gorda. Noté que había pasado la cabeza y el dolor era tolerable. Siguió empujando y acabó entrando todo lo demás. Así permanecimos, yo ensartado hasta el fondo, durante un rato, para que mi recto se acostumbrara a esa nueva presencia, él duro como la piedra dentro de mis entrañas.
Al poco comenzó a retirarse lentamente, y luego otra vez a entrar, cada vez más rápido y con menos miramientos, sin llegar a salir nunca de mi culo, cada vez más excitado, más fuera de sí, sudando, resoplando. Me dolía y me escocía, pero estaba dispuesto a ir hasta el final. Cada vez me empujaba más fuerte y más rápido, ya no me preguntaba si me dolía o no, estaba en otro mundo. Sus manos controlaban el vaivén del cuerpo sujetándome por las caderas, pero yo ya no sentía sus manos, yo ya no sentía otra cosa que mi culo, eramos un culo y una polla, y el resto no importaba. Ahora me estaba dando bien rápido, sentía como si me estuvieran taladrando, rellenándome, el ritmo era cada vez más poderoso.
De repente una de sus manos se acordó de mi polla y en tres movimientos empecé a gritar y a correrme, pero pronto llegó un torrente de lefa desde su polla por todo el interior de mi recto y ahí sí que sentí que tocaba el cielo, porque nunca en mi vida había tenido una sensación de placer tan fuerte y plena, que me recorría desde la cabeza hasta la punta de los pies. Juan Luis se desplomó también sobre mi cuerpo, con su verga todavía habitando dentro de mí.
Así permanecimos unos veinte minutos, ajenos al mundo, disfrutando de las sensaciones que todavía perduraban en nuestros cuerpos y que se iban apagando lentamente. Luego él retiró la polla y noté una sensación de vacío inmensa y las típicas molestias del que se ha metido por el culo semejante cacharro. Después de eso nos dimos una ducha y estábamos tan agotados, yo por lo menos, que me marché para mi casa, dejando para otro día el resto de aquellas fantasías que estábamos dispuestos a hacer juntos realidad.