La primera vez siendo spankeado por mi madre

La curiosidad incesante por querer ser azotado me lleva a mi primer encuentro en donde una madre me dará lo que tanto ansiaba.

Hacía tiempo que mi mente no paraba de imaginar cómo se sentiría el hecho de estar arrodillado y entregado a otra persona. Eran pensamientos simples pero que erizaban mi piel hasta puntos insospechados. Gateando a cuatro patas con una cuerda rodeando mi cuello extendiéndose hasta las manos de una mujer sin rostro. Trataba de subir al sofá donde ella descansaba, pero regañándome por ser un perrito malo me obligaba a quedarme en el frío suelo para después usarme como reposapiés. Una humillación que me excitaba como nada en el mundo que ya hubiese experimentado.

Pero la cosa no quedaba ahí, había más fantasías, mi mente no se conformaba con ser humillado cual perrito malo, no, mi mente volaba directa a un camino peligroso y aún más excitante, el ser azotado hasta el punto de no poder sentarme en semanas.

Cada vez el morbo y la curiosidad por probar ese mundo eran mayores así que decidí indagar por el infinito mundo llamado internet. No me fue muy difícil hallar multitud de personas practicantes del spank, y entre esa multitud de perfiles di con ella, una señora de la que quedé prendado en pocos minutos tras visitar su perfil. Fotos con trajes de cuero negro ajustados, sosteniendo imponentes látigos y fustas, con esa mirada penetrante que caló profundamente en mí. Ni siquiera me fijé en su edad hasta tiempo después de temblar de emoción mientras le escribí un mensaje. Tenía 45 años, un cuerpo muy buen cuidado y un aura demasiado sensual y embaucadora. Yo en cambio, a mis 21 años podría ser su hijo, el hijo rebelde que siempre andaba haciendo trastadas y que sin duda alguna merecía ser castigado con un buen tas tas en el culete.

En el mensaje que le escribí fui sincero y le conté todas mis fantasías y lo que me gustaría probar. Básicamente que no había probado nunca y que deseaba saber que se sentía, porque aunque finalmente no me gustase o el dolor recibido fuese mayor a mi excitación, definitivamente necesitaba probarlo y sacarme de dudas. Había dos posibilidades, que no me gustase o acabar sucumbiendo en un camino oscuro y sin vuelta atrás.

Conversamos durante semanas, ella siempre tan maternal, respondiendo a todas mis preguntas y relatándome sus encuentros y cómo le gustaba corregir conductas a personas que lo merecían. Entre conversación y conversación descubrí que ella no solía tratar con gente tan joven como yo, pero conforme pasaba el tiempo la excitación aumentaba en ambos y al final ambos teníamos muchas ganas de probar una experiencia en donde una madre educaba a su hijo a base de azotes.

Tras mucho meditarlo llegué a la conclusión que deseaba iniciarme con ella, siempre se había mostrado comprensiva y ya hasta la estaba tomando como una madre dentro del mundo bdsm. Me resolvía mis dudas y preguntas y construimos una relación de madre e hijo.

Se acercaba la primavera y ninguno de los dos podía contener más las ganas de tener un encuentro, primero para conocernos y si la cosa iba bien quién sabía hasta donde llegaríamos…

Quedamos en una cafetería donde también servían pasteles y batidos, un sitio tranquilo y acogedor, y desde el primer minuto sentí una complicidad y una seguridad con la que no me costaba nada abrirme a ella. Sonreía como un tonto a cada instante y poco a poco fui contándole de nuevo lo que me gustaría probar y del modo en que me gustaría. A pesar de haberlo hecho con anterioridad, esta vez era en persona y el hecho de contarlo con total confianza era lo único que me faltaba para desear estar sobre su regazo recibiendo esos ansiados azotes.

Iban pasando los cafés para ella y los batidos para mí y tras más de una hora de charla me propuso que fuese esa misma tarde la que se me quedase grabada a fuego. No existió duda alguna en mí y acepté con voz temblorosa.

Pagamos lo consumido y fuimos caminando al coche. Ni siquiera sabía a dónde iríamos, aunque mi duda quedó resulta rápidamente ya que me ofreció un antifaz puesto que iríamos a su casa, o como ella la llamaba, su “guarida secreta”.

La verdad que fue un paseo corto ya que no paraba de pensar en todo lo que me deparaba la próxima hora y por ello perdí la noción del tiempo. El edificio contaba con parking en la planta baja y desde allí subimos en ascensor hasta su piso. Ella guiaba mis pasos ya que yo mantenía el antifaz puesto hasta que llegamos a “la guarida secreta”.

No sabía cómo estaría ambientada la habitación y por ello mis piernas temblorosas flaqueaban más de lo que me hubiese gustado. Justo cuando menos lo esperaba sus cálidas manos retiraron el antifaz que llevaba puesto.

Me encontraba en un cuarto pequeño pero que daba sensación de amplitud, con una iluminación tenue, y multitud de mobiliario de lo más inusual. Comenzando por un sillón negro y terminando por dos tablones puestos en forma de cruz con esposas en los extremos. Por no hablar de algunos juguetitos que también se encontraban en la habitación, y no precisamente de esos que dan placer, al menos no del modo “usual”. Látigos y fustas estaban colgados de manera ordenada en una de las paredes.

“¿Te gusta lo que ves? ¿O te intimida?” Recuerdo esas palabras mientras me acariciaba dulcemente los brazos. Obviamente y con la voz entrecortada respondí afirmativamente que adoraba ese lugar, era mejor que cualquier fantasía.

“En el momento que sientas la necesidad de parar tan solo di ‘PARA’. Con eso es suficiente, y recuerda que yo disfruto con cada gritito de dolor, así que no los contengas”. Lo último lo dijo casi suspirando en mi oído lo cual provocó una excitación enorme en mí además de cierto temor. ¿Hasta qué punto sentiré el dolor?

Se alejó de mí y puso rumbo al sillón, se sentó muy sensualmente y me hizo un gesto con la mano para que fuese hasta ella.

“Creo que alguien ha sido un niño malo este año, y a los niños malos Santa no les trae regalos, lo que les hace es darles su merecido. Ponte sobre mi regazo”.

La voz autoritaria realmente infundía miedo y respeto. Me coloqué sobre ella dejando mi culo en la más vulnerable posición. Imaginaba que de primeras llegaría un fuerte golpe que me hiciese gritar, pero nada más lejos de la realidad, comenzó por palpar mi trasero, acariciándolo de manera suave y dulce. Estaba preparando el terreno, se deleitaba rozando con sus dedos mi trasero, y entonces, en el momento de mayor relajación para mí, ahí llegó el primer azote. No picó, fue un ligero golpe el que sacudió mi cuerpo, y mi excitación estaba por las nubes. Los azotes eran espaciados, para que asimilase todos y cada uno de ellos, que no se me escapase ninguno, que disfrutase de todos sin excepciones.

El dolor era soportable, no tenía intención de hacerme sufrir, quería que acabase pidiéndole más y más, e iba por el buen camino para lograrlo. Mi excitación era tal que no podía ocultar mi erección, y ella se percató.

“Vaya vaya, parece ser que alguien en vez de recibir un castigo lo está disfrutando”.

Así que me ordenó ponerme en pie, deshacerme de mis pantalones y ponerme contra la cruz de tablones. Allí me esposó las manos y me dejó de pie, maniatado y sin posibilidad de huir. No era la mejor postura para azotarme con sus manos, pero sin duda alguna tenerme en esa posición tan comprometida nos excitaba a ambos. Fueron 15 las palmadas que recibí, y después, sí, después vinieron curvas.

Estaba dispuesta a que me adentrase en el mundo del spank de lleno, y por ello cogió uno de sus juguetitos de la pared, una fusta pequeña y negra. Pude ver como lo acaricia para después relamerse y ponerse tras de mí.

Esta vez los azotes escocían más y los calzoncillos que llevaba puestos no servían para reducir el contacto lo suficiente. Poco a poco fui sintiendo como mi culo se iba calentando. Aún así seguía disfrutando muchísimo, el dolor no era mayor a la excitación, y por tanto en mi interior seguía pidiendo más y más.

Una vez más había perdido la noción del tiempo. Con los últimos fustazos dejé salir un pequeño “au”, los cuales, a pesar de no poder ver su cara, estaba convencido que le habían marcado una sonrisa de oreja a oreja en su rostro.

“Pasemos con el plato fuerte niño rebelde”. Llegaba el momento en donde estaba dispuesta a hacerme sufrir de verdad, aunque eso yo en aquel instante aún no lo sabía. Creí que los golpes seguirían escociendo pero serían bastante soportables, pero no fue así.

Cogió una pala de madera y me pidió que contase los azotes que se venían. Aplicó más fuerza que antes y sentí que el culo me ardía. Por primera vez me retorcí de verdadero dolor. Claro estaba que podría haberme golpeado más fuerte, pero tan solo quería que probase también qué era el dolor. Era mi primera vez, y quería darme a probar de todo, los azotes que provocaban excitación y los que causaban dolor.

Conté hasta 10, y en cada uno de ellos me retorcía tratando de airear mi culo.

“Buen chico, has conseguido superar el castigo, quizás te caiga algún regalito la próxima vez”.

Antes de soltarme me bajó los calzoncillos y sacó una foto de mí para que la tuviese yo como recuerdo de la primera vez y para que pudiese apreciar cómo de rojo tenía el culo. Se sentía muy caliente y al ver la foto entendí por qué, estaba más rojo de lo imaginado, aún así me sentía tremendamente feliz.

Mi sonrisa me delataba y mi verduga preguntaba si había sufrido. Tras confesarle que lo había disfrutado muchísimo y que había superado mis fantasías, no pude negarle que estaba deseando repetir la experiencia.

Me abrazó muy maternalmente mientras me confesaba al oído que ella también había disfrutado mucho castigando a un niño tan malo como yo.

Tras la sesión estuvimos tomando algo y compartiendo confidencias, y tras descubrir que ambos lo habíamos pasado genial, quedamos para otro encuentro la semana siguiente, pero esta vez no iba a ser tan delicada.