La primera vez que toqué una polla

Soy una mujer de 44 años, os voy a contar cómo me convertí en una mujer morbosa, que busca los rincones más oscuros y turbios para satisfacer. Todo empezó la primera vez que le toqué la polla a un hombre cuando era una cría.

Os voy a contar mi historia oscura, mi lado morboso, los hechos que me han  conducido a convertirme en una mujer con doble vida, que está felizmente casada pero que busca hombres en lugares solitarios, que se derrite ante las miradas con deseo de los hombres, que por un lado es una madre adorable y que en su cara oscura se transforma en una depredadora de sexo. Ahora tengo cuarenta y cuatro años, pero hay que remontarse mucho para que podáis comprender como es llegado a las cavernas del morbo.

Hoy voy a  contaros la primera vez que le toque la polla a un hombre. Han pasado bastantes años. Yo era una chica jovencita, delgaducha, tímida y callada, todavía no llamaba la atención de los hombres aunque tenía ya unas buenas tetas y mis piernas alargadas anunciaban en lo que me acabaría convirtiendo: una mujer capaz de volver loco a cualquiera. Entonces no era así. Solo me había besado y achuchado un chico en alguna fiesta juvenil, pero poco más. Ya sentía, eso sí, palpitar mi cuerpo y me masturbaba muchas noches, me encantaba acariciarme el chochito al acostarme. Me ponía nerviosa cuando me miraban los chicos, ahora a mis cuarenta y cuatro sé como seducirlos. Ya os contaré mis experiencias posteriores, que han sido muchas y variadas, pero entonces ya os he dicho que era una jovencita inexperta y tontorrona, incapaz de alzar la voz, una cría a la que los chicos casi no miraban, preferían a otras más exuberantes y atractivas, más lanzadas. Mi timidez entonces era casi patológica. Era la más tonta de la clase y del barrio.

Aquella tarde decidí ir sola al cine, a un minicine que tanto abundaban. Era una chica rara y solitaria, iba muchas veces a la sesión de las tres y media de la tarde cuando me fugaba las clases, me gustaba, porque siempre había poca gente. Aquel día cuando estaba a punto de entrar a la sala oí una voz por detrás.

―Hombre, Anita, creo que vamos a la misma película.

Era un vecino de mi casa, un viejo sesentón, un tipo malencarado, regordete, que siempre tenía pinta de estar sucio y que a mí me ponía nerviosa solo con verlo. Vivía en el piso de arriba al de mis padres. Tenía mala fama entre las jóvenes aunque los mayores le consideraban una persona amable y encantadora. Las chicas jóvenes conocíamos su otra faceta, porque nos miraba como si fuera a comernos a todas y hasta nos decía al oído cosas medio obscenas. «Con ese culazo no me extraña que los chicos te lo quieran follar», le había dicho un día a mi amiga Almudena.

Era verano. Yo llevaba una falda cortita negra y una blusita roja: él, como siempre, medio desarrapado, con unos pantalones cortos y una camisa que se le salía y dejaba ver un trozo de su tripa.

―Cada día estas más guapa, Patricia, que tetitas se te están poniendo ―me dijo sin dejar de mirarlas. Hasta aquel día casi no había cruzado tres palabras con él, pero me hablaba como si fuera de mi familia.

―Qué cosas me dices, don Arturo ―me atreví a responderle.

―La verdad, Anita, todos los chicos te las querrán comer ―Me guiñó un ojo al decirlo.

―Ande, ande.

―Ya me gustaría a mi, jeje ―Hizo un gesto procaz con la lengua y yo me puse un poco más nerviosa.

―Vamos dentro, Patricia, que esto va a empezar.

Entramos, la sala estaba vacía, era muy frecuente que asistiera poca gente, pero aquel día no había nadie, solo nosotros dos.

―Mi asiento está situado más arriba, en la fila catorce ―le dije a don Arturo y le deje unas cinco filas más abajo.

Unos minutos después don Arturo se levantó de su sitio, subió por el pasillo y se vino a la butaca que estaba a mi lado.

―Ya que estamos solitos, me voy a venir aquí contigo, así lo pasamos mejor y comentamos.

Yo no dije nada. Recordé lo que decía Almudena, que don Ricardo era un viejo pervertido. También María lo corroboró, un día la había seguido por el parque diciéndole cosas. «Cómo me gustaría tocarte el chochete», le susuró al oído. Y hasta hizo un intento de acariciarle el culo. «Si me tuve que encapar corriendo».

Así que yo estaba expectante y azorada cuando se apagaron las luces y comcnzó la película, me latía el corazón más deprisa sin saber por qué. Encima las primeras escenas eran muy escabrosas, un chico y una chica se besaban, se abrazaban, luego él la iba acariciando y mucho más.

―Uy,uy uy, cómo empieza esto ―me dijo don Arturo―. Cómo le come el chumino. Esto va a estar bien ―Sus palabras me hicieron temblar y sentí una corriente por todo el cuerpo.

Don Arturo se repantingo en el asiento y se agarró la polla.

―Se me está poniendo dura, Patricia. ¿Te gusta?

Yo le miraba de reojo, pero no decía ni una palabra, como si no le hubiese escuchado.  La escena, desde luego, me había hecho removerme un poco, pero no quería que se enterase.

―A mí también me gusta comerles el chochito a las chicas malas.

Algo dentro de mí se estremecía cuando me decía esas cosas.

En cuanto pasó un ratito noté que don Arturo dejaba caer su mano hacia el lado de mi butaca, la dejó en mi costado y la fue bajando hacia el borde de mi falda. Ya os he dicho que yo era una chica tímida y no sabía qué hacer.

Don Arturo cada vez se recostaba más hacia mi lado, su mano empezó a subirme la falda muy despacito.

―Que bien nos lo vamos a pasar en esta pelicula, Patricia, así tan solitos, sin que nadie nos moleste.

Don Arturo me decía cosas ―«¿Cuántos chicos te han tocado ya este chochito tan jugoso? ¿O todavía estás esperando que alguno se atreva?» ―y su mano seguía, yo miraba a la pantalla como si ignorase lo que estaba ocurriendo.

La mano de don Arturo ya había levantado mi falda y estaba depositada como muerta encima de mis braguitas.

―Don Arturo, por favor, le dije.

―Ay, Patricia, guapa, verás cómo te gusta cuando te meta el dedito.

Metió la mano dentro de mis bragas, me acarició los pelos del chochito y yo di un respingo.

―Por favor, por favor…

Y le separe la mano.

Don Arturo se paró un ratito pero estaba echado hacia mi butaca, yo no sabía lo que hacía porque no quería ni mirarle pero pensaba que se estaba haciendo una paja con la otra mano.

―Ay, Anita, cómo te va a gustar esto.

Entonces agarro mi mano y la llevó hasta su bragueta. Me hizo acariciarle la polla por encima del pantalón. Estaba dura y me pareció muy grande. Yo estaba sin habla. Sobre todo porque me hizo bajarle la cremallera y sacársela. «Sí, sí, qué grande», pensé entonces aunque no era para tanto, luego las he conocido mucho mejores y grandes de verdad. Fue la primera vez que toque una polla. Yo estaba excitada con lo que estaba pasando, no era capaz de reaccionar.

―Acariciame bien, Patricia, de arriba abajo, así y así.

Yo le seguí acariciando, estaba como subyugada.

―Sigue, sigue, muy bien.

Su mano volvió a acercarse a mis muslos, yo me había bajado la falda y él me la volvió a subir, su mano experta busco mi coño, me lo acaricio, sus dedos se movían en mi rajita, acariciaban mi clítoris,

―Por favor, por favor, don Arturo.

―¿A que te gusta, Patricia?

―No, no

―Si estas chorreando, guapa..

―Ay, ay, que me hace

Me bajo las bragas y me las quito.

―Qué me hace, don Arturo

Toda su mano agarraba mi chochito, yo gemía, nunca había sentido nada así, ni cuando me masturbaba. Y más cuando me desabrochó la blusa, me sacó una teta y puso sus labios en mi pezón. Me derretí, supe que estaba atrapada, aquello era una fuerza irresistible que me arrastraba.

Mi mano agarraba su polla con más fuerza. El movía la suya en  mi chocho, lo manoseaba por todos sus pliegues, me frotaba el clítoris, nunca lo había hecho nadie así, me sentía desfallecer. Metió su lengua en mi boca, era una lengua gorda y babosa, sabía a tabaco. Él estaba como una plancha caliente y yo también, con aquellos dedos hurgándome e introduciéndose dentro de mí. Algo me decía que aquello no podía ser, pero me gustaba. Aquel viejo gordo y sucio me había llevado al infierno del placer morboso. Desde entonces siempre he buscado la forma de volver.

Me corrí viva, esa es la verdad. Nunca he olvidado lo dedos de aquel viejo, ni el chorretón de semen que echó, se manchó los pantalones y la camisa.

―Ay, Anita, que bien lo vamos a pasar los dos juntitos.

Aquella fue la primera polla que toque. Aquel día el viejo pervertido se conformó con que nos masturbáramos los dos. Después me dejó ver la película pero cuando salimos me dijo: «Tenemos que repetirlo en mi casa. Más tranquilitos, Patricia, pero no se lo digas a nadie, este será nuestro secreto. Te espero mañana a las cuatro de la tarde». «No, no voy a ir».

Estaba decidida a no ir, pero aquel tío tenía sus propios planes. Al día siguiente a las tres de la tarde, una hora antes de la cita, estaba llamando a la puerta de mi casa.

Cuando mi madre me dijo que estaba allí don Arturo me dio un vuelco el corazón. Qué hacía allí. Pronto lo supe,

―Es que al pobre se le ha estropeado el ordenador, me ha dicho que tú que entiendes tanto de esos aparatos podías echarle una manita ―me dijo mi madre.

―Sí, guapa, me vendría muy bien tu ayuda.

Le acompañé. Sabía lo que quería. Estaba nerviosa, y más cuando entré en la casa. Se encontraba a oscuras, con las persianas bajadas. Don Arturo me hizo pasar a una habitación interior iluminada con una bombilla roja.

―Con esta luz estaremos más en la intimidad, como en el cine.

―¿Qué quiere?

―Vamos a ver los dos juntos una película que te va a encantar

Había una pantalla grande en la pared, frente a ella un gran chaise longue en la que nos acomodamos. Yo había soñado la noche anterior con aquella mano acariciándome el chochito, supe que eso es lo que quería, volver a sentirlo.

―Qué película ―pude decir, tenía la boca seca.

―Mira, mira.

En la pantalla apareció un negro, se contorsionaba y enseñaba una polla brutal. Tumbada en un sofá una chica jovencita como yo, también estaba vestida. Yo estaba sin habla, aturdida.

―Túmbate asi como ella, con las piernas bien abiertas. Yo también te voy a comer el coño como ese negro a la chica,

Otra vez aquella voz ronca que me alteraba las pulsaciones.

El negro en la pantalla, devoraba a la chica. Mis ojos no se me iban de la polla brutal del negro. Don Arturo no perdió  el tiempo. Me enseñó su polla, que ya estaba dura y palpitante.

―Ay, don Arturo, qué hace.

Se había echado encima de mí, me había quitado la blusa y el sujetador y me chupaba las tetas con frenesí. Su mano volvía a estar en mi coño y yo me sentía desfallecer. Oleadas de deseo anulaban mi juicio, sus palabras también me perturbaban.

―Ese chochito está deseando sentir mi lengua.

―Don Arturo por favor.

Su lengua empezó   a recorrer mi cuerpo de arriba, me llenaba de su baba por todas partes, era un hombre morboso y guarro. Sus labios se posaron en mis muslos mientras sus manos me acariciaban.

―Te voy a meter la lengua en el chocho, en el culo, en todas partes.

Y lo hizo. Sentí su lengua en mis labios vaginales. Cuando atrapó mi clitoris lloré de placer. Sus dedazos arañaban mi ano. Fue entonces cuando le vi. Había otro hombre en la habitación, debía de haber entrado sigilosamente. Era Diego, el íntimo amigo de don Arturo. Estaba de pie, con la polla en la mano masturbándose. Era una polla que a mí me pareció tan descomunal como la del negro de la película, que seguía en la pantalla follándose a dos rubias.

―¿Qué es esto?

―No te asustes, Patricia. Don Diego no ha podido resistir, solo ha venido a que se la chupes un poquito.

Yo estaba entregada, aquellos dos viejos habían despertado mi lado oscuro. Ahora sé que hay dos Patricias, y una necesita el sexo más morboso y turbio para satisfacerse. A esa Patricia la conocen pocos, la vais a conocer vosotros en estas historias personales que voy a contaros a partir de ahora

La polla de  Diego fue la primera que chupé, lo hice mientras don Arturo metía su lengua en mi vagina y en mi ano, me follaba con la lengua.

Diego me dirigía.

―Pásame también la lengua por los huevos, Patricia, así, así.

Me hizo comerle el culo, metermela toda en la boca. Cuando estaba a punto de correrse  empujaba mi cabeza arriba y abajo. Después se disparó como un surtidor  dentro de mi boca. Fue también la primera vez.

Don Arturo había puesto su polla en mi chocho, me estuvo masturbando con ella, la movía de arriba a abajo. Así se corrió, sin llegar a metérmela.

Aquellos dos viejos me tuvieron tres meses en sus manos, pero nunca llegaron follarme, no quisieron aunque yo lo estaba deseando. Llenaron mi cuerpo de morbo y deseo, de oscuridad. Me enseñaron a chuparles la polla y a estar ansiando que llegase la hora para ir a su casa para que me comiesen entera de los pies a la cabeza, a dos lenguas.

Después me eché un novio, con quien perdí la virginidad y no volví a su casa. Me casé años después y apareció la otra Patricia, la buena, la hacendosa, la que no ha roto un plato en su vida.

Pero aquí solo os voy a contar las historias de la Patricia oscura, la que se oculta en Internet, la que aprovecha las ausencias de su marido para seducir a desconocidos, la que se pone cachonda cuando siente las miradas de los hombres turbios en sitios solitarios, la que abre las piernas en las cafeterías para que los ojos de los hombres se pierdan en sus muslos buscando sus bragas y su chocho. Espero que os gusten mis relatos y os abran también el camino del sexo morboso como me lo abrieron a mí dos viejos cuando yo era una cría. Si os ha gustan mis historias, decídmelo, me encantará.Besitos.