La primera vez que pagué a un tío

Una vida vacía, una reunión de amigos, y un tío que cobra por hacerse pasar por tu pareja.

Siempre he sido un tío caprichoso, lo reconozco. También me ha gustado mucho llamar la atención haciendo incluso cosas de las que me he arrepentido por resultar pueriles y completamente innecesarias. Con el arrepentimiento viene la típica promesa de no volver a hacerlo más, pero de vez en cuando siento la necesidad de hacer saber a todo el mundo que estoy ahí, que me han ocurrido cosas interesantes o desgraciadas para darle importancia a mi vida. Quizá la razón sea que muchas veces mi vida está muy vacía; o quizá al final soy yo uno de esos descerebrados a los que tanto critico.

El caso es que la última que se me ocurrió fue de traca y jamás pensé que pudiera hacer algo así. La mayoría de las personas que conozco en Madrid son compañeros de la universidad (15 años hace ya que empecé la primera carrera) y durante todo este tiempo nos hemos visto con mayor o menor asiduidad, pero llegados a esta edad comienzan a casarse, emparejarse, tener hijos…En definitiva, cada uno va haciendo su vida al margen del resto. Aun así, todos ponemos cierta fuerza de voluntad y hacemos por vernos de vez en cuando. Cada vez con menor frecuencia, y antes de la última quedada a la que me voy a referir había pasado casi un año.

Tiempo suficiente para que te ocurran muchas cosas. Y si no ocurren, pues te las inventas. O al menos eso pensé yo. Como no había sucedido nada importante en ese tiempo –ni coche nuevo, ni trabajo nuevo, ni novio nuevo…-, decidí que no iba a ir a la reunión sin noticias. Además, esta vez iba a ser en un pueblo de Toledo de una de mis ex compis, así que además estarían sus amigos y amigas a los que ya conocía de alguna vez. ¿Qué inventé? Pues que tenía novio. Desde luego era más fácil que comprar un coche nuevo o adelgazar 10 kilos en una semana. Como digo, no tengo muchos amigos en Madrid, y ninguno lo suficientemente gay como para hacerse pasar por mi pareja.

Recurrí entonces a una página web en busca de un “escort” o un acompañante. Pero fue improductivo porque los tíos que se anunciaban allí eran demasiado guapos y cachas como para resultar creíbles como mi pareja. Además, el precio por hora era escandalosamente alto. Desistí un poco en la idea y casi que me alegré, porque lo de tener que inventarme un novio era realmente triste. Además no sé por qué, pues nunca he sido muy de emparejarme y mis compañeros lo saben. Pero tuve otra brillante idea y pareció salir mejor. Me metí en un chat de gays y avergonzado escribí “busco tío de unos 30 años y físico normal que se haga pasar por mi pareja durante un fin de semana”. Contestaron varios, algunos para decir cosas como “es patético”, “¿tan feo eres?”, etc. Pero también hubo alguno que mostró algo de interés y nos dimos la dirección de Skype para seguir hablando. A uno lo deseché rápido por no ser español. No por racista, sino porque tampoco resultaría verosímil. Otro me parecía muy feo y otro demasiado guapo y pegas como esas…

Pero al final un tal Luis me pareció interesante. Le pedí que me enseñara fotos y él propuso poner su web cam. Yo no uso de eso, así que simplemente vio la foto que tengo puesta en el Skype. A él le tendría que dar igual cómo era yo, pues no tenía que pasar nada. “Tú sólo tienes que hacerte pasar por mi novio y actuar con naturalidad”, le dije. “¿Sólo?” contestó. “Nada de besos, ¿eh?”, me dijo. Aquí me tocó un poco la moral y fui algo borde: “A ver tío, si quisiera besar a alguien no entraría en un chat, ¿no crees?”. Su respuesta fue seca también: “Bueno, bueno, sólo quiero dejarlo clarito”. Acordamos el precio, nos dimos los números de teléfono y comenzamos a elaborar nuestra historia.

El día de la quedada le recogí en la estación de tren de mi pueblo. Nos dimos la mano y nos montamos en el coche.

-¡Vaya coche! Tenía que haberte pedido más dinero –exclamó.

Yo simplemente sonreí sin mucho entusiasmo.

-¿Por qué haces esto? –continuó.

-¿El qué? –pregunté.

-Fingir que tienes novio.

-No lo sé –fue mi respuesta.

-No eres tan feo como para no ser capaz de encontrar pareja –añadió.

-¿Tan feo?

-Feo, quiero decir –aclaró.

-Déjalo. Vamos a repasar –sugerí.

-Ok. A ver…Nos conocimos en Semana Santa por Internet. ¿No resulta un poco patético?

-¿El qué?

-Que nos conociéramos por Internet. Podemos decir que nos conocimos en algún lado.

-Mejor que no, habría que inventar más cosas. Además, esta gente sabe que yo suelo usar internet para conocer tíos.

-Ok, ok –siguió-. Nos conocimos por Internet, nos dimos los números de teléfono, hablamos por Whatsapp durante varios días y por fin decidimos quedar. ¿Dónde?

-En la Casa de Campo.

-Eso, en la Casa de Campo. Ese día no ocurrió nada y seguimos hablando y quedando hasta que surgió…

Así pasamos prácticamente todo el camino, ultimando los detalles de nuestra aventura.

-Por cierto –le dije- se me acaba de ocurrir que si mis amigos insisten en que nos besemos o algo así, o insinúan que estamos muy secos o sosos podemos decir que hemos discutido por el camino.

-¿Primera pelea?

-Sí.

-¿Motivo?

-Pues que tú no querías quedarte a dormir –propuse.

-Entonces quedo yo mal.

-Qué más te da. No vas a ver a esta gente en tu vida.

-Bueno, vale. Pero me excusaré en que quería ir a un concierto o algo de eso.

-No –rechacé la idea.

-¿Por?

-Porque ya deberías saber que a mí no me gusta salir por las noches. Y menos un sábado. ¿Por qué no dices que simplemente te da vergüenza?

-Ok, me parece bien. Oye, ¿me pagas por adelantado? –preguntó.

-¿No te fías de mí?

-No es eso. Bueno, no sé.

-Normalmente se paga después del servicio, ¿no te parece?

-Ya, bueno.

-La mitad ahora y la mitad mañana, ¿ok?

Y nada más aparcar el coche saqué la billetera y le di su dinero.

-Ya me podrás invitar a una copa por lo menos –dije algo seco, pues no me sentó nada bien que me pidiera el dinero, me cortó un poco el rollo y se me cruzó el cable.

Presentaciones de rigor y muchos nervios y tensión por mi parte, así que emborracharme rápido era una buena solución. Pero justo cuando fui a coger la primera cerveza me picó una avispa. ¿Qué importancia tiene esto? Pues podría no haber pasado de anecdótico si no fuera porque soy alérgico a ellas. Por mi estado de nerviosismo o cualquier otra excusa no me acordé de llevarme el antihistamínico, así que tuvieron que trasladarme a Urgencias. Obviamente tenía que ser Luis el que lo hiciera. Y aquí surgió el primer fallo, pues él no sabía que yo era alérgico a esos bichos por lo que podría resultar extraño ante los ojos de los demás. La hermana de la anfitriona nos llevó al final a los dos al centro médico. Me pusieron la inyección y todo pareció calmarse.

Al llegar de nuevo a la finca donde estaban mis amigos fui el centro de atención, claro. “¿Cómo estás?”, “¿Cómo te encuentras?” y ese tipo de cosas. Vamos, que si lo llego a saber me hubiese ahorrado el inventarme lo del novio porque conseguí ser el foco por la picadura, y durante el resto del día no pararon de preguntarme. Aunque no debía, sí bebí alcohol y me fui emborrachando poco a poco. En realidad todos lo hicimos más o menos, pues de eso se trataba en parte. Luis no era un ejemplo de sociabilidad, pero hizo buenas migas con algunos de los asistentes y no tuvimos que estar cerca el uno del otro mucho tiempo. Para interpretar su papel, se acercaba de vez en cuando y me preguntaba cómo estaba. En una de esas ocasiones se agachó y me dio un beso en los labios.

Me pilló completamente desprevenido y a buen seguro alguien se fijaría en mi cara de sorpresa resultándole algo extraño, así que podría considerarse el segundo error.

-No sois muy cariñosos, ¿no? –dijo una de mis amigas.

-Si este es un sieso –bromeó mi amiga Silvia, con la que mejor me llevo pero la que más se mete conmigo.

-¿No te dará vergüenza, Angelito? –añadió otra.

-Pues sí, no estoy acostumbrado –dije.

No comentamos mucho más al respecto, pero Leticia, que aparte de ser un poco cotilla iba de confidente por la vida, se sentó a mi lado y me preguntó más cosas, pero fui capaz de salir airoso a su cuestionario. No creía que fuera a preguntarle lo mismo a Luis, que seguía teniendo una aparentemente interesante conversación con el novio de Silvia. No consideré oportuno tener que preocuparme, pero sí que quise que nos quedásemos solos en algún momento para preguntarle cómo iba todo y si tenía que contarme algo. Además, y aunque estaba seguro que fue por el alcohol, el hecho de que me diera un beso me dejó algo trastornado. Aproveché que le vi entrar en la casa para seguirle.

-Voy al baño –anunció.

-Cuando salgas hablamos.

-No seas bobo y entra conmigo –sugirió.

Y mientras él meaba le pregunté que si iba todo bien.

-Tus amigos son muy majos –dijo.

-Ya, ya, pero ¿tienes que decirme algo?

-¿Algo de qué? ¿Del beso de antes? Pensé que quedaría bien.

-No, joder. Si has dicho algo que deba saber yo por si me preguntan.

-Ah, eso. No, creo que no. Con el chico ese estaba hablando de otras cosas. La dueña de la casa…

-Leticia –interrumpí.

-Sí, esa. Pues nada, que me ha preguntado que qué tal contigo y eso.

-¿Y qué le has dicho? –inquirí nervioso.

-No sé, que bien, supongo.

-¿Supones?

-No te ralles, Angelito.

-No me llames Angelito –le pedí.

-Ok, señor Ángel.

-Tampoco –le corté.

-Bueno, pues le he dicho simplemente que eres un tío muy interesante, con gran sentido del humor, inteligente, que siempre me ganas al Trivial y que prefieres leer una revista de coches a escucharme.

-Ok –respiré tranquilo.

-Todo es cierto, ¿no?

-Sí, gracias.

-No me las des, bobo.

Y tras salir del baño me agarró de la mano y de esa manera llegamos al jardín. Parecía que nadie nos miraba con especial interés. El resto de la tarde transcurrió sin sobresaltos. Tras la cena allí mismo en la finca algunos quisieron convertir el jardín en una pista de baile antes de irnos al pueblo a la única discoteca que hay. Empezaron con canciones de moda, las típicas del verano para bailar cada uno a su bola. El problema llegó cuando una de las chicas se empeñó en poner algo sólo para las parejas, en plan bailar pegados o abrazados. La canción elegida fue “¡Corre!” de Jessy & Joy, una canción lenta y nostálgica donde las haya. Al principio no me di por aludido, pero pronto comenzaron a azuzarnos para que Luis y yo bailásemos. Medio en broma le pedí a Leticia -la dueña de la casa y que nunca ha tenido pareja reconocida-, que bailara conmigo con el rollo y tonteo de que “yo te quiero mucho a ti”, pero no coló. “La siguiente la bailamos tú y yo” se excusó. “Esta es para tu novio y tú”. Por tanto, no nos quedó más remedio que bailar.

Luis no parecía muy disgustado y yo al comienzo estaba muy nervioso. Pero me fui relajando y me sentí realmente bien. Fue una de esas ocasiones en las que echas de menos tener una pareja de verdad. Nos mirábamos fijamente tratando de disimular y llegar a poder trasmitirnos algo a través de los ojos. Hubo un instante en que me lo creí de veras y llegué a besar a Luis. Menos mal que no se apartó, pero aun así pronto me di cuenta y desvié la mirada. Él me agarró algo más fuerte de la cintura y me susurró que no pasaba nada. Sonrió entonces y yo hice una mueca casi de satisfacción. Si hubiese sido una película americana o francesa en ese mismo instante habría saltado la chispa y hubiera supuesto el fin feliz de la peli. Pero era la vida real, esa de la que yo me quejo a menudo, así que nada de escenitas. La canción acabó y cada uno volvió a lo suyo; él con el novio de Silvia y yo con Leticia, con la que bailé después mientras intercambiaba alguna mirada un tanto extraña con mi “novio”.

Es verdad que parecía como si todo hubiese cambiado de repente y como si ya no estuviéramos fingiendo, pero siempre a sabiendas de que no me gusta hacerme ilusiones y de que la realidad no es tan bonita y tan fácil. Además, Luis y yo no habíamos hablado tanto como para llegar a conocernos y que ello desembocara en algún sentimiento más. Imagino que él sentiría que yo era patético por haberle “contratado” para desempeñar un papel, y yo no sé muy bien qué pensé de él y el porqué había aceptado más allá del dinero que le iba a pagar. Se percató de que iba al baño y esta vez me siguió él. Me paré ante la puerta del aseo.

-Siento lo del beso –le susurré.

-Calla, te pueden oír. Entremos al baño.

-Si estás tú no voy a poder hacer pis.

-Anda ya –exclamó.

-Es cierto, me da mucha vergüenza. Normalmente no puedo hacerlo en baños públicos.

-¿En serio? –preguntó algo extrañado.

-Sí. ¿Todo bien? –concluí.

-¿Por qué lo haces, Ángel? –preguntó de nuevo.

-¿Qué?

-Inventarte esto. Tus amigos te adoran, te llevas bien con ellos, parecen buena gente…Y tú…tú eres un tío simpático –algo borde, eso sí-, pero interesante. Vale que tengas algunos kilos de más, pero eres guapo de cara.

-¿Guapo de cara? Ja, ja, ja –eché a reír.

-Es cierto. Supongo que ya encontrarás a alguien. Yo tampoco he tenido suerte en el amor y no me da por inventarme novios.

-Bueno, cada uno es como es. Déjame solo, por favor.

Luis salió y me sentí como una auténtica mierda. Sabía desde el principio que me arrepentiría de hacer lo que hice y fue en ese preciso momento. Me angustiaba mucho haber creado la mentira que creé y me asustaba que mis amigos se llegaran a enterar y comprobaran lo patético que puedo llegar a ser. De todas formas, no sería por mi parte, pues por muy mal que yo me sintiera no iba a contárselo y desahogarme, por supuesto. Salí del baño decidido a que Luis y yo nos marcháramos.

-¿Cómo vas para conducir? –le pregunté.

-¿Qué? –respondió atónito.

-Quiero irme a Madrid.

-Ninguno de los dos estamos en condiciones para conducir. ¿Qué te pasa?

-Nada, sólo que me quiero ir de aquí.

-A ver Ángel. Relájate un momento.

No pude porque llegaron Silvia y su novio.

-Nos vamos al pueblo a la disco, ¿no?

Asentí simplemente y esperé a que se marcharan.

-Me quiero ir –insistí.

-Ángel, de verdad, no hagas la locura de coger el coche –aconsejó Luis-. Yo desde luego no voy a conducir.

Ayudamos a recoger un poco y ver si mientras tanto se me pasaba algo la borrachera. Pero ingenuo de mí sabía que no. Pensé que en la disco no bebería más alcohol y cuando mis amigos se fueran a casa de Leti a dormir yo aprovecharía para marcharnos.

-¿Qué es eso de que te vas a Madrid? –Me preguntó Leticia-. Tú no coges el coche.

Me agarró del brazo y me llevó hasta la furgoneta de su padre en la que nos íbamos a ir a la discoteca. Los que vivían en el pueblo condujeron sus coches. La hermana de Marta que era la menos ebria se puso al volante. Sentado entre Leti y Luis en la fila de atrás me sentí algo más aliviado. Luis puso su mano sobre mi muslo y le miré de soslayo sin decir ni hacer nada. Leticia se percató y sonrió.

-Huy, huy, huy estos dos tortolitos–gritó la muy indiscreta.

Desde luego Luis estaba haciendo muy bien su papel. Me aproveché y apoyé mi cabeza sobre su hombro. Silvia se dio la vuelta desde delante y sonrió. Fue otro momento de esos cómodos en los que casi te olvidas de cuál es la realidad, pero me daba igual. Disfruté, pues, del resto de la noche. Luis se perdió un poco con el novio de Silvia imagino que para tomar alguna droga, pues sabía que Jacobo se metía de todo. La propia Silvia y yo sólo salíamos a fumar.

-Bueno, ¿qué tal con tu novio? –me preguntó una de las veces.

-Bien, ¿por?

-Por nada –se echó a reír-. Es lo que se pregunta en estos casos. Parece un buen chaval.

-Lo es, creo.

-¿Crees? ¿Estás enamorado?

-¿Y esa pregunta?

-¿Estás enamorado o no? –insistió.

-Creo que no. Me mola y eso, pero no es tan profundo como yo quisiera –expliqué cínico.

-¿Entonces? Pero si lleváis ya unos meses.

-¿Y?

-Joder, que si no te mola díselo, porque el chaval sí parece enamorado.

-¿Tú crees? –pregunté sorprendido.

-Al menos se muestra más cariñoso que tú.

-Es que es más cariñoso que yo, pero eso no demuestra nada.

-Tú sabrás, pero me he dado cuenta de que se acerca él a ti mucho más que tú a él.

-Joer, qué control –me quejé.

-Ángel.

-¿Qué?

-Sabes que nosotros te queremos igual.

-¿Por qué dices eso? –me asusté un poco.

-Que seas gay no significa que no puedas besarle si te apetece. Por lo menos no dejes de hacerlo por nosotros.

-Bueno, entiéndeme –me hice la víctima.

Silvia me abrazó y entramos de nuevo a la disco. Nuestros novios aún no habían aparecido y nos pedimos otra copa. Delante del resto de la gente Silvia quiso brindar.

-¡Por Ángel enamorado! –gritó.

Y ahí volví a sentirme un poco mal otra vez. Desde luego se lo habían creído completamente y yo resultaba ser un cabrón mentiroso y desalmado dispuesto a hacer el ridículo para ser el centro de atención. Y lo peor de todo es que sabía con antelación que eso iba a pasar, que yo me sentiría fatal y me crearía ansiedad durante algún tiempo. Pero al menos conseguí parte de mi objetivo y llamé la atención. Ya me podía haber teñido el pelo de azul…

Al llegar a casa de Leticia pasadas las seis de la mañana me enfrentaría a otro momento tenso. Dormiría en la habitación de siempre, en la segunda planta, pero esta vez con compañía. Al cerrar la puerta vi desnudarse a Luis y no pude evitar sentir algo de excitación. Se puso un pantalón corto y se acostó sobre el colchón.

-¿No te cambias? –preguntó.

-Sí, sí, voy al baño.

-Pero cámbiate aquí, hombre. Yo no miro.

No sé por qué le habría de hacer caso, pero tímidamente me deshice de la ropa y raudo me puse un bañador.

-¿No es incómodo? –volvió a preguntar.

-¿El qué?

-Dormir en bañador.

-No sé, no. Estoy acostumbrado. Además este no tiene forro ni nada. Sólo lo uso para dormir.

Apagué la luz y le di las buenas noches. Quise haberle dado también las gracias, pero no lo hice. De cualquier manera, le estaba pagando por todo aquello que estaba haciendo.

-¿Ángel?

-¿Qué?

-Me lo he pasado muy bien, aunque todo esto es muy raro.

-Ya.

-No, en serio. No voy a darte otra vez la chapa como antes. Pero para mí ha sido extraño también. En algún momento me he sentido mal por tener que mentir.

-Ya, bueno. Pero cuando aceptaste sabías que tenías que hacerlo.

-Ya, pero me lo imaginaba de otra manera. No sé, pensé que tus amigos serían unos estirados soberbios y criticones y que por eso te veías en la necesidad de hacer esto. Pero me he dado cuenta de que no es así, y por eso me desconcierta más.

-No empieces, de verdad. Bastante mal me siento yo ya. Sabía que me iba a arrepentir y que esto no estaba bien.

-Bueno, ya está hecho.

-Lo sé. Buenas noches –corté la conversación.

Hubo un momento de silencio, pero Luis lo rompió de nuevo. Esta vez se giró y se acercó.

-¿Sabes?

-¿Qué? –dije sin muchas ganas.

-Si te hubiera conocido en Semana Santa de verdad creo que también estaría aquí.

-Lo dudo –repliqué.

-En serio. Podrías haberme gustado si te hubiese descubierto.

-No creo.

-¿Por qué dices eso?

-Mira, Luis. No hace falta que trates de quedar bien. Desde que salí del armario no he tenido suerte con los tíos y no se me han acercado más que descerebrados. Claro que seguramente tú pienses que yo también lo soy. Así que no sé por qué contigo hubiera sido diferente.

-Pues no lo sé. Ya te dije que yo tampoco he sido muy afortunado. Creo que en el fondo somos muy parecidos.

-Puede ser –traté de concluir.

Luis se acercó aún más y trató de besarme. Al principio le rechacé, pero él persistió. Tras ver que ya sí le correspondí quiso ir más allá y comenzó a acariciarme. Desde luego era una situación morbosa y excitante, pero no era el mejor lugar para tener sexo.

-¿Qué pretendes? –le pregunté.

-No me digas que no te apetece.

-Pues…No te mentiré, pero creo que no es el lugar apropiado.

-No tienen por qué enterarse.

-Y si entran.

-No va a entrar nadie.

-No podría, Luis, de verdad.

-Mira, hay cerrojo –dijo tras haberse levantado y acercado a la puerta.

Escuché cómo lo cerraba y de nuevo le sentí junto a mí. Nos besamos más acaloradamente y una cosa llevó a la otra. Noté su mano bajar lentamente hasta mi paquete y cómo se detuvo en él mientras reaccionaba ya por sí mismo en forma de una inevitable erección. Hice lo propio, pero mi mano no se quedó sobre la tela y sentí la verga de Luis ardiente y dura. Se quitó el pantalón al tiempo que yo me despojaba de mi bañador. Vi cómo cruzaba sus brazos por detrás de la cabeza y ese gesto no me gustó en absoluto. Por un lado porque no me agrada que los tíos sean tan sumamente pasivos, y por otro porque parecería que me estaba haciendo un favor. Orgulloso como soy, no hice nada entonces. Sólo hablé.

-¿Para eso te has desnudado?

-¿Qué quieres decir? –preguntó él.

-¿Para cruzarte de brazos y dejarte hacer sin más?

-No, hombre. Me he parado a pensar sólo un momento. ¿Te molesta?

-No me gusta esa actitud en los tíos. Parece que sólo falta que me empujes la cabeza –aclaré.

-Eres un poco mal pensado, pero me mola que tengas las ideas claras. Eso te da carácter.

Entonces deshizo su postura y volvió a tocarme. Yo como soy más pavo y ñoño fui a darle un beso. Menos mal que me correspondió y noté su lengua queriendo entrar en mi boca, así que no era el típico beso insustancial. Ya me sentía menos incómodo y una de mis manos se fue a su verga. La masajeé al tiempo que Luis exhaló un ligero sollozo. Teníamos que ser muy discretos en ese aspecto, pues me moriría de vergüenza si mis amigos me decían algo al día siguiente. Luis hizo lo propio, pero fue él el primero en explorar más lugares con su lengua. Me quedé tumbado y la sentí deslizándose por mi pecho, humedeciendo mis pezones, recorriendo cruel mi vientre hasta llegar a la zona clave.

Me estremecí y un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo. La lengua de Luis jugó con calma en la punta de mi cipote antes de que se la tragara por completo. Era tan excitante y placentero que conseguí olvidarme de todo. Quise que parara y me hizo caso. Se tumbó sobre mí y nos besamos de nuevo. Idiota de mí, casi me gustó esto más y se me escapó un “me encanta” mientras me lamía el cuello. Si es que hasta para el sexo soy patético. Le aparté en ese momento de vergüenza y se la fui a chupar ya a él como si pretendiera que se olvidara. Un largo suspiro delató su placer pese a que no fui tan paciente y preferí metérmela entera. Luis se dejaba hacer, pero al ver que no pararía tan pronto, puse mis manos sobre sus nalgas como animándole a que moviera la pelvis.

Captó la idea y sus impulsos llevaban a su polla hasta lo más profundo de mi garganta. Me estuvo follando la boca hasta que sus fuerzas flaquearon. Volví entonces a besarle sin abandonar su polla de manera definitiva, pues usé una de mis manos para pajearla. De alguna manera quería que aquello acabara y sabía que no iba a haber más ya que una penetración podría resultar demasiado “escandalosa” por los indiscretos muelles del colchón. Luis tampoco parecía necesitar más, así que hizo lo mismo con mi verga y en esa postura nos corrimos. Antihistamínicos no llevaría en la maleta, pero toallitas húmedas sí -¡en qué estaría pensando! Puede que me delatara, pero fueron de lo más útiles. Nos quedamos en silencio y cedimos al sueño exhaustos, borrachos todavía y de alguna manera satisfechos y complacidos.

Al día siguiente todo pareció haber cambiado. Ante los demás yo debía comportarme de la misma forma, pero ellos no sabían que esa madrugada lo había convertido en real y consecuentemente la felicidad y el buen rollo me invadieron. Cuando Luis se despertó yo ya estaba en el patio con Silvia, Leticia y Jacobo tomando un café. Tras dar los buenos días se acercó a mí y me besó. Un nuevo comentario en forma de mofa por parte de Silvia me sacó del ensimismamiento. Había ocurrido, lo que empezó siendo un sueño y después una pesadilla se convirtió en real. Pero no evitaba toda la mentira y el gran fraude que había sido Luis el día anterior. Un aguijón se clavó en mí de nuevo. No era una avispa, fue el sentimiento de culpabilidad, de frustración, de remordimiento.

Y en el fondo quise que lo que había ocurrido entre Luis y yo en la habitación fuese fruto del alcohol y un calentón momentáneo y que todo aquello de que podría llegar a gustarle fuera un cuento. Para empezar una relación con alguien esa no era en absoluto la mejor manera. Nos duchamos y vestimos y nos despedimos todos de la forma más natural posible. En el coche no hubo mucha conversación quizá por el cansancio, resaca, o por lo que había acontecido. Esperaba que fuese Luis quien dijese algo. Al llegar a la estación le ofrecí la parte del dinero que quedaba pendiente. Dudó un momento y pareció pensar si lo aceptaba o no.

-No puedo, Ángel.

-Luis, es el trato.

-Pero las cosas han cambiado. Invítame un día a cenar.

-No será suficiente.

-Pues dos, o tres, o los que tú consideres.

Se acercó a besarme. Volví a estar nervioso. Se bajó del coche y me saludó de nuevo antes de entrar en el vestíbulo. Maldije mi suerte una y otra vez. Hasta el momento sigo debiéndole una cena, o dos o las que hubieran surgido. Supongo que flagelarme y tratar de llenar mi vida vacía de esta manera está siendo mi penitencia.