La primera vez de Camila
Esta historia seguramente no será la más extrema, excitante y porno. No lo es. Esta es sólo la historia de la primera vez que estuve con un hombre. Más romántica que erótica. La primera vez que sentí un pene dentro de mí. La primera vez que di sexo oral antes de introducirme ese miembro en mi vagina
Ya había dejado de ser la niña tierna, la chica inocente y la adolescente estudiosa. En realidad nunca lo fui del todo.
Ya desde los once años me interesé, sin saberlo, por las cuestiones sexuales. Desde esa edad ya comenzaba a sentir atracción por personas, e inquietud en mi parte íntima. Ya sentía ganas de tocarme y ser tocada. Estar sentada en las piernas de alguien había dejado de ser una cuestión natural e inocente. Ya conocía el deseo y me gustaba provocarlo. Los años pasaron, a los 14 tuve mi primer novio. Los besos tiernos, cogernos de las manos y sentir el sudor del otro poco a poco fue pasando y a los 15 ya los besos eran con pasión y exceso de lengua. Ya tenía la mano de mi novio en mis piernas, en mis muslos, en mis ya importantes nalgas y mejor aún en mis poco a poco bien formados senos. Yo, por mi parte, ya tenía las manos inquietas. Estas iban de arriba abajo sin contemplación. Me encantaba y aún me encanta sentir el cuello y el abdomen de un hombre; sujetar y presionar sus nalgas cuando lo tengo de frente en los momentos de pasión. “Caldear” se le llama aquí. En el cine o en los parque sin gente, mis manos ya iban a la entrepierna del chico, al principio por fuera, poco después ya tenía la carne caliente en toda mi palma. Me encantaba, me excitaba y lo disfrutaba. Él también. Sin embargo la cosa nunca pasó de ahí. Tal vez éramos muy jóvenes y en el fondo aun teníamos miedo y cierta dosis de recato. Ni yo lo sé bien.
A los dieciséis ya era una chica alta aún con la delgadez juvenil, la piel blanca, tersa y delicada. Mi cabello negro, que contrastaba perfecto con mi blanca piel y mis ojos claros, llegaba hasta debajo de mis hombros. Mis nalgas y senos aún no estaban del todo formados pero ya tenían redondez, firmeza y volumen. Me encantaba y encanta lucir mi culito en jeans muy ajustados. Siempre he sido guapa, no voluptuosa, pero sí una “muy rica chavita”, como alguna vez me gritaron por la calle. A los dieciocho, mis atributos prácticamente habían terminado de formarse y pueden leerlos en mi relato anterior. Mi cuerpo de fina modelo estaba casi realizado. Y me encanta.
Tuve que cumplir dieciocho y conocerlo a él. Su nombre era (es, porque aún vive) Alberto. Amaba que fuera tan alto como yo, sus cafés y tristes ojos, el cabello ondulado y sin arreglar que tanto me gustaba acariciar, un cuerpo bello y estilizado de adolescente rebelde que adoraba sentir en mis brazos. Junto a él conocí sentimientos que pensé no tendría tal vez nunca. Junto a él me llegó El Amor, y lo escribo así: El Amor, porque fue el máximo, fue el más importante, el mayúsculo. Los que han venido y vendrán (si es que vienen) serán solo el amor. Con minúsculas y sin mucha importancia.
Esta historia seguramente no será la más extrema, excitante y porno. No lo es. Esta es solo la historia de la primera vez que estuve con un hombre. La primera vez que sentí un pene dentro de mí. La primera vez que di sexo oral. La ocasión de mi orgasmo más delicioso. La primera vez que sentí el semen, el néctar del amor de mi novio, derramarse sombre mi interior.
Aquel día fue lunes, llovió cada hora de las veinticuatro que lo compusieron. Ese día, el lunes, había sido el elegido por Alberto y yo para hacerlo. Él ya tenía cierta experiencia, yo haría mi debut. Semanas atrás la intensidad sexual y erótica de cada momento era suprema. Nos deseábamos. No había día que no sintiera su mano debajo de mi sostén buscando mis erectos pezones y su erección detrás de mí. No había día que no lo masturbara a la luz de una pantalla de cine. La situación alcanzó su límite el viernes previo a aquel lunes, cuando después de horas de jugar billar y beber cerveza salimos del bar, ubicado en el primer piso de un edificio viejo, y apenas descender las escalaras y advertirnos solos y sin una alma alrededor comenzamos a besarnos con lujuria. Sin preámbulos mi mano se dirigió inmediatamente al interior de sus pantalones. Con placer sentí su verga completamente erecta, caliente y con el líquido pre seminal brotando. Esto lo hacía mientras en mis senos sentía una mano que los apretaba sin reparo y en mis nalgas, debajo de mi falda, la otra mano de Beto masajeándolas y dándole pequeñas palmaditas. De pronto su mano traviesa comenzaba a buscar mi vagina, sobra decir lo empapada que estaba, pero también buscaba mi pequeño orificio anal. Yo usaba debajo de la falda unas pantimedias de color negro, cuando sentí que aquellas manos las desgarraron de golpe, sentí un temblor en las piernas y un líquido corriendo a través de ellas. Alberto estaba extasiado, pasó sus dedos por mi vagina y llevó mis jugos hacia mi ano. Sentir su dedo juguetear e intentar entrar en mi pequeño agujero me tenía en las nubes, tenía que morder sus labios y cuello para no gritar. De vez en cuando, volvía en mí y me daba cuenta de que estábamos, casi follando, en las escaleras de un bar y que en cualquier momento alguien podría sorprendernos. El miedo por momentos me hacía querer detenerme e irnos, pero el jugueteo en mis partes eróticas era más fuerte que yo. Por momentos soltaba uno que otro quejido que se atenuaba con la música proveniente del bar. Allá sonaba “Summertime” de Janis Joplin. Escaleras abajo dos adolescentes se estaban comiendo por completo; Janis y yo gemíamos por distintas emociones. Mi novio jugaba en la entrada de mi ano y con mi clítoris, cuando con un giro inesperado me puso de espaldas a él y se preparaba para sacar su miembro del pantalón. Quería metérmela y yo lo deseaba como loca. Jadeaba y me mordía los labios esperando por ser penetrada. En una mala pasada de la vida, escuchamos voces provenientes de la salida del bar; ¡Alguien pronto bajaría por las escaleras y nos encontraría ahí! Lastimosamente decidimos irnos antes de ser corridos o estar en una situación terriblemente peor.
Afuera, después de la impresión y el golpe de la realidad, recapacitamos y regresamos al mundo real. Ambos, aún adolescentes bajo el yugo paternal, debíamos volver a casa. Quedamos en ir a un hotel el lunes, todo el día lo pasaríamos juntos. Yo dejaría de ser “virgen”.
Después de un largo y tedioso fin de semana que parecía no terminar nuca llegó el ansiado Lunes. Planeaba usar algo muy sexy para él, pero al final lo “sexy” lo dejé solo para la parte interior con un conjunto de lencería negro y por fuera me limité a usar un entallado pantalón también negro, una blusa blanca con un pequeño escote y una chamarra corta de piel, igualmente negra. Mi color favorito por si se lo preguntan. Llegamos a aquel hotel casi sin decir muchas cosas, tan pronto entramos a la habitación él hizo un chiste y rompió la tensión. Era increíble.
Estaba aterrada no por el dolor o lo que pudiera pasar sino por no hacerlo tan bien como quisiera, por no saber darle el placer que yo quisiera darle. Mi novatez en su máximo esplendor. Él lo notaba y se limitaba a decir “Tranquila Camila, tranquila… Ven, vamos a acostarnos”. Acostados, frente a frente, nos dijimos cosas de enamorados que a ustedes no les interesa leer pero aquello me dio una confianza tremenda.
Poco a poco nos fuimos besando, al principio tierna y cariñosamente. Poco a poco los besos fueron aumentando en intensidad y ritmo y la aventura había comenzado. Me hizo ponerme de pie mientras nos seguíamos besando. Aun lado de la cama nos tocábamos sobre la ropa con deseo.
Alberto tomó mi mano y la llevó a sentir su tremenda erección. A pesar de los muchos ratos de calentura previos, yo nunca se la había visto con toda claridad; cosa que ya deseaba hacer. Beto me besaba y así se acercaba a mi oído, lengüeteándolo y mordisqueándolo. De pronto lo escuché decir:
- “Camila, quiero mostrarte algo. Ponte de rodillas, mi amor”.
Yo ya sabía lo que sería y lo que deseaba que hiciera. Pronta obedecí y sin quitarme la ropa me puse de rodillas ante él. Por convicción propia le desabroché el cinturón, desabroche su pantalón y con una pequeña pausa entre tanto, le baje poco a poco la ropa. Ante mi apareció, bella y completamente erecta una verga de un tamaño ideal. Sólo la rodeaba un poco de vello púbico. La miré un momento mientras me mordía mi labio inferior. Era la primera vez que veía a escasos centímetros de mi rostro un pene.
“¿Te gusta?” – preguntó Alberto.
“Me encanta” – le respondí mientras me mordía el labio inferior. “¿Puedo tocarla?” – le pregunté al tiempo que me llevé a la boca mi dedo índice y mordía mi uña traviesamente.
“Me encantaría” - suspiró.
Puse mi mano sobre su tronco y comencé a masturbarlo muy lentamente mientras la admiraba. Después, con voz de niña traviesa le pregunté:
- “¿Puedo chuparla, mi amor?”.
- “Es toda para ti, Camila” – contestó con placer.
Mis ojos, fijos en los suyos, bajaron lentamente para admirar su miembro en completo estado de excitación. Le di un inocente beso en la punta y poco a poco lo fui introduciendo en mi boca. Cuando lo tuve dentro succioné un poco y lo saqué muy despacio. Dirigí de nuevo mi mirada a sus ojos y noté su cara de satisfacción. Volví a engullir aquel caramelo de El Amor, esta vez con menos lentitud y utilizando mi lengua. Hasta ese momento de mi vida yo no tenía idea de cómo brindar sexo oral. Lo único que tenía en mente era tratar de imitar a las estrellas del porno que tanto había visto antes.
-“¿Te gusta, mi amor?” – Le pregunté mientras sacaba su miembro de mi boca y me preparaba para lengüetear su tronco.
- “Me encanta” – me respondió con la respiración entrecortada.
Seguí así durante un largo rato, disfrutando del pene del hombre que amaba. Sentir su dureza y calentura en mi boca me tenía completamente húmeda. La deseaba, ya, dentro de mí y así se lo hice saber.
- “Te quiero sentir adentro de mí, amor”.
Me levantó y sin dejar de admirarme y besarme poco a poco fue removiendo la ropa que aún me quedaba puesta. Quitó mi blusa y mis pantalones para quedar ante él únicamente con la lencería que había elegido para el momento. Acarició, primero por encima y luego desabrochando mi brasier, mis senos redondos con los pezones rosados completamente erectos producto de tanta calentura acumulada. Se deliciosa lengua no paraba de jugar con ellos, mientras mi mano continuaba disfrutando de su pene. Al poco tiempo ambos quedamos completamente desnudos, y tumbada en la cama, él se acercó a mí y colocó su miembro en la entrada de mi vagina. Depilada y completamente mojada, reclamaba ya la presencia de su falo en mi interior.
-“Ya dámela mi amor, ya dámela” – le pedía.
Él, besándome y colocando perfectamente su miembro en mi entrada poco a poco fue intentando introducirlo. Costó un poco de trabajo romperme pero, de pronto, sentí muy dentro de mí toda su carne. Ya estaba. Había dejado de ser virgen. Alberto me acababa de romper. Lancé un gemido y le pedí que me diera más.
-“Ummmmmm…así…así bebé” – le recitaba al oído mientras en mi entrepierna corría, apenas ligero, un poco de sangre. Cosa absolutamente imperceptible en el momento.
- “¿Te gusta, Cami? ¿Te gusta?” – Preguntó.
- “Sí mi amor, estás muy rico” – le respondí entre gemidos.
Su penetración, y el ir y venir de adentro hacia afuera lo practicaba con maestría. Muy despacito por momentos, con más violencia por otros tantos. Explorando, además, las diversas escalas y profundidades de mi interior. Para entonces yo ya había bañado por completo su miembro con mis jugos vaginales.
Rato después llegó mi momento más deseado. Alberto me colocó a cuatro patas y se disponía a cogerme como perrita. Quería serlo, ardía en deseos de convertirme en su perrita.
Comenzó a follarme así y yo estaba en éxtasis. Gemía y clamaba por que no parara de hacérmelo.
-“Ay, así papi. Qué rico me estás cogiendo” - le decía mientras él me sostenía por mis caderas y yo alcanzaba mi segundo orgasmo de la ocasión.
Mientras yo sólo oía como respuesta a mis espaldas -“Qué rica estás Camila, me encanta estar dentro de ti”
Tomó mi cabello y comenzó a darme más rápido y más fuerte. Estaba a punto de venirse y mis piernas temblaban.
- “Camila ya sabía que estabas deliciosa, mi amor. Me vas a hacer venir” - me confesaba el hombre de mis sueños.
- “Qué rico papi, dámela toda, quiero sentir como te vienes todo en mí.” - le decía entre gemidos mientras seguía disfrutando como perrita.
- “Cami, quiero venirme en tu boca, ¿sí?” - su petición me sorprendió, pues yo ya me había prevenido para que el pudiera eyacular dentro de mí sin ningún riesgo de embarazo. Pero la calentura del momento y la tremenda cogida que me estaba aplicando merecían agradecérselo cumpliendo su petición. Así que le contesté:
- “Sí, Beto, vente en mi boca, amor. Dámela toda en mi lengüita” . Siguió bombeándome unos minutos más y cuando estaba a punto de venirse, salió de mí, me tomó de mi rostro, me besó y me puso de rodillas ante él. Llevó mi mano a su durísima verga y comencé a masturbarlo.
- “Así, chiquita, qué rico lo haces. Sigue así, ya casi me vengo”. - Continúe y abrí mi boquita hasta que sentí su semen golpear mi lengua y mis labios. Su eyaculación fue prominente, y yo, como si fuera una experta, saboreé y tragué todo el néctar erótico de mi novio.
Después de tumbarnos juntos los dos, mientras cada quién fumaba sus cigarros favoritos y reíamos y nos besábamos sin parar. Después de eso, volví a tener otra dosis del mejor polvo de mi vida. Esta vez, frente a frente y mi amor terminó dentro de mí; pues como alguna vez escribió el señor Fuentes: “sólo los seres humanos hacemos el amor dándonos la cara”. Me encantó.
Yo y mi sexualidad completamente despierta volveremos próximamente para un nuevo relato. Esta vez más sucio y perverso.
Cualquier cosa a compartir, comentarios, dudas, preguntas, insultos, inquietudes y demás, pueden hacerlo a mi correo o en los comentarios de este relato. Por su atención, muchas gracias.