La primera vez con un militar
Sebastián, el compañero de casa de mi tío, no parecía muy contento con mi estancia en aquel sitio, y casi todo el tiempo se mostraba serio conmigo, así que yo trataba de agradarle para que mi presencia no resultara una molestia.
LA PRIMERA VEZ CON UN MILITAR.
Para continuar mis estudios me trasladé a la capital provincial, con el fin de inscribirme en la escuela que había elegido. Mi tío se desempeñaba como soldado en esa ciudad, y junto con otro militar rentaban un pequeño departamento en una zona cercana al cuartel. Allí llegué a quedarme por unos días, en tanto podía conseguir alojamiento en alguna pensión de estudiantes.
Sebastián, el compañero de casa de mi tío, no parecía muy contento con mi estancia en aquel sitio, y casi todo el tiempo se mostraba serio conmigo, así que yo trataba de agradarle para que mi presencia no resultara una molestia. Durante las dos primeras semanas casi no hablaba conmigo, y apenas llegaba del cuartel se encerraba en su cuarto y apenas salía para lo indispensable.
La ocasión para romper el hielo ocurrió al final de esas dos semanas, cuando Sebastián me encomendó que le llevara al correo unas cartas, ya que él no podría hacerlo por estar de guardia en el cuartel. Me dio un billete grande para las estampillas, y yo le regresé el cambio al día siguiente. Ni siquiera había tomado para los camiones. Sebastián me regaló una sonrisa de agradecimiento, y a partir de allí se estableció una corriente de simpatía entre ambos.
El cuarto de baño quedaba separado del resto de la vivienda, al fondo del patio, y resguardado por una puerta hecha de tiras de madera, algunas de las cuales se habían aflojado y acomodado sin mucha preocupación. Una tarde, Sebastián entró para ducharse mientras yo estaba en el patio. Lo vi entrar con su toalla anudada en la cintura, y aprecié inmediatamente su musculatura, no demasiado trabajada pero si evidente en un hombre acostumbrado a realizar ejercicios y grandes caminatas. Era de estatura mediana y el tono claro de su piel contrastaba con la mía. Era de piel blanca pero estaba bronceado por el sol, lo que le daba un aspecto dorado. Me le quedé mirando durante largo rato, y pude observar su cuerpo espléndido por entre las tiras de madera, su pecho desprovisto de vello, sus pectorales y sus piernas torneadas.
Ël se dio cuenta de que le observaba, y yo rápidamente desvié el rostro para no delatar las emociones que me subían arrebatadamente a la cara. Pero ese cuerpo parecía tener un imán: mis ojos volvían cada tanto a colarse por las rendijas de las maderas, atesorando las imágenes percibidas y formando un mosaico mental, donde las piezas faltantes podían ser inventadas.
Cuando salió yo me esforcé por no mirarlo de frente, por sofocar los sonidos del corazón que latía apresuradamente. El pasó a mi lado con la toalla anudada y el cuerpo todavía húmedo y dejando una estela olorosa a jabón. Yo seguí ese rastro hasta la pequeña salita que dividía las dos habitaciones, y a través de la puerta entreabierta pude ver el ritual parsimonioso con que escogió la ropa y se vistió. Desde mi sitio de observación apenas lograba ver algunas partes de aquel cuerpo juvenil y bien dotado, pero lo que vi fue suficiente para ilustrar el resto.
Dos días después, estaba en mi habitación, ya acostado, disfrutando de una película de amor rosa en la televisión, cuando entró Sebastián a pedirme un poco de pasta dental. Se la di, pero se quedó parado viendo la pantalla.
¿Te gustan esas cosas? Preguntó, en referencia a la escena de amor que estaban pasando.
Sí. Le dije. Está bien.
Se sentó en la orilla de la cama. No traía camisa y el botón del pantalón estaba desabrochado, dejando asomar como por descuido una parte del slip blanco que traía, mostrando una delgada línea de vello que subía hasta su ombligo. Yo empecé a sentir los golpecitos del corazón en el pecho.
Podía ver su pecho, sus hombros, sus bíceps resaltados, sus brazos mostrando una venosidad que delataba su pasión por el ejercicio.
Me moví un poco, tratando de conseguir contacto con su cuerpo. Cuando lo conseguí el suave calor que exhalaba me enervó. El dijo algo acerca de la película, pero a esas alturas la televisión había desaparecido para mí. Su pantalón rozaba ya con mi pierna cubierta por la sábana. Ël también se movió, y puso su mano sobre mi muslo. Una corriente eléctrica estremeció todo mi cuerpo.
¿Qué tienes? Preguntó. Estás muy tenso.
Sí admití, con la voz ronca por la emoción.
Si quieres te doy un masaje para que te relajes, agregó.
Yo asentí, y entonces él me pidió que me acostara boca abajo. Ël se paró a un costado de la cama y empezó a masajear mis hombros con movimientos circulares. Pronto, sin embargo, se subió a la cama y se sentó a horcajadas sobre mí, asegurando que así sentiría mejor. Desde luego. Mis manos intentaban tomar contacto con sus muslos, con sus ingles, y él, como adivinando, se movió para dejar su paquete directamente en mis manos. Por la presión que ejercía podía sentir claramente la redondez de sus testículos y el cilindro duro de su mástil erecto. Se movió hacia arriba y hacia abajo frotándome su miembro en la mano que había tomado contacto.
Aunque a regañadientes, tuve que decirle que se fuera, porque mi tío estaba por llegar. Su guardia sería al día siguiente por la noche, le dije. Noté su gesto de contrariedad al levantarse. Se acomodó el pantalón y se fue. Diez minutos después llegaba mi tío.
Al día siguiente apenas podía concentrarme en las cosas que hacía. Se me caían las cosas de la mano, el vaso de jugo se derramó en la mesa y rompí un cenicero. Para matar el tiempo y la ansiedad me puse a leer una novela y me devoré el libro en sólo un día. Sebastián hizo algo de ejercicio, se vistió y se fue mucho antes de que mi tío se preparara para cumplir su guardia nocturna en el cuartel. Yo lo había notado esquivo conmigo toda la mañana, y eso aumentaba mi nerviosismo.
Esa noche me di un buen baño, me puse un poco de perfume y me acosté temprano. Alrededor de las 10 llegó Sebastián y se encerró en su recámara. Pensé que estaba disgustado conmigo. Casi media hora después apareció en la puerta de mi cuarto, que yo había dejado abierta.
¿Puedo pasar? Preguntó.
Sí. Le dije. Yo estaba acostado viendo de nuevo una película de las que pasaban por el televisor.
Traje una película policiaca, dijo. ¿Quieres verla?
Yo asentí, y lo seguí hasta su habitación.
El venía sin camisa y con un short ajustado, mostrando su piel dorada y su cuerpo bien formado. Yo traía un short bermuda holgado y también estaba sin camisa, sólo que mi piel era morena y mi cuerpo delgado denotaba mi aspecto joven y desaliñado.
Siéntate en la cama, me pidió. Luego puso la película y se recostó al lado mío.
Me lastimé un dedo del pie, dijo. ¿Puedes masajearlo?
Yo afirmé con la cabeza, y el puso su pie desnudo ante mí, y un frasco de crema para que se la aplicara.
Le puse la crema y le di masaje a todo el pie. Un poco más arriba, sobre la rodilla, pidió. Yo puse crema sobre su rodilla, y estaba masajeándola cuando tomó mi mano. Lentamente se la llevó a los genitales donde su mástil estaba ya firme. Toqué de nuevo ese macizo paquete, cuyo calor podía sentirse a través de la tela que lo cubría. Se sacó la verga por encima del short, y aún en la suave penumbra de la habitación pude apreciar la enorme columna que se cargaba. Sus huevos y la base de su tronco estaban atrapados por la ropa y destacaban enormemente hinchados. Al contacto con mi mano su polla trepidó y yo sentí sus palpitaciones.
¿Quieres? Preguntó.
Yo no contesté, sólo me dejé llevar. Ël se desnudó completamente, y me ayudó a quitarme el short y el slip. Mi cuerpo se estremeció al contacto de sus manos grandes y calientes, que recorrieron toda mi espalda hasta la base. Me tomó de los hombros y pidió que besara aquel garrote de dimensiones gigantescas que se erguía frente a mí en actitud desafiante. Lo tomé con una mano y noté su humedad pegajosa, su aroma indescriptible y su extraordinaria calidez. Jugué con mis labios sobre el glande, y lo tallé con mi lengua. Lo sentí ligeramente salado. Sebastián se retorció de placer y exhaló un gemido. Luego lo introduje en la boca y lo moví de un lado a otro. Sebastián me tomó por la cabeza e intentó penetrar hasta lo más profundo de mi garganta, pero mi inexperiencia se impuso y sentí una arcada. Él optó por sacarlo y dejar que lo recorriera lentamente por el exterior con mi boca. El liquido preseminal era más abundante y las palpitaciones de ese glande golpeaban mis mejillas.
En un momento determinado, me tomó de las caderas y me colocó boca abajo sobre la cama. Con una mano levantó mi pelvis dejando expuesto mi trasero frente a su enorme verga, y por si fuera poco, colocó una almohada debajo de mí. Intentó penetrarme, pero mi culo se resistía y mi cuerpo todo se contrajo con un signo de dolor. Me duele, le dije. Aún era virgen a mis 17 años. Tomó entonces la crema y untó un poco sobre mi culo, jugando a meter de vez en cuando la punta de su dedo mientras distribuía la crema. Se colocó de nuevo y arremetió contra mí, pero aún me moví presa del dolor, impidiendo que entrara ese objeto que pretendía invadir mis adentros. Sin permitir que cambiara de posición, tomó un poco más de crema y se la puso sobre la cabeza de su enorme miembro. La colocó directamente en el centro de mi orificio y se movió circularmente. Empujó un poco y mi esfínter cedió ante sus impulsos. Sentí el empujón brutal de su embestida sobre mi ano, y el ardor y el dolor se confundieron en una sola sensación. Le pedí que me la sacara, pero él me dijo, con la voz ronca por la emoción: espera, el dolor se va a pasar pronto.
En efecto, el dolor disimuyó rápidamente, y él volvió a arremeter, introduciendo su miembro por entero. Sentí su pelvis junto a mis glúteos, y lo escuché gemir de placer al sentir como había entrado triunfalmente. El dolor volvió, pero más soportable. El se echó para atrás y volvió a la carga, y entonces sí sentí como resbalaba suavemente por mi interior. Empezó a moverse de manera lenta, y cada vez que su miembro retrocedía empecé a experimentarr una cierta de sensación de placer. Cuando se lanzaba hasta el fondo yo sentía que aquel palo tocaba mis órganos vitales. En esos momentos me dejaba sin aliento, y comenzaba a respirar mientras él se salía. Pero luego volvía sobre mis adentros hurgando dentro de mí con una furia que enervaba mis sentidos. Poco a poco me fui adaptando al ritmo de sus movimientos, y éstos se hicieron más rápidos, al tiempo que crecían sus gemidos. Con la voz trémula anunció que se venía, y yo, a pesar de mi inexperiencia, percibí el estallido de su líquido seminal dentro de mí. Se derrumbó sobre mi cuerpo, temblando de placer, mientras yo sentía como movía aún su miembro sobre mi culo recién desvirgado. Una ola de humedad había invadido mi trasero, mitigando el ardor que todavía sentía.
El se hizo a un lado, permitiendo que yo me volteara. Alcanzó a percibir mi verga erguida, y me acarició los testículos con su mano, mientras yo terminaba con una paja de las más abundantes que he tenido. Luego se abrazo a mí, y así nos dormimos, tranquilamente, hasta que el amanecer empezaba a perfilarse. Nos levantamos y nos bañamos, y enseguida me fui a mi cuarto. Todavía estuve largo rato desnudo y acostado boca abajo, permitiendo que mi trasero se relajara para reponerme de aquella primera noche.