La primera vez

Como pueden desatarse la pasión, el sexo y el amor en tan solo 24h.

Sonó el despertador dándole un susto de muerte. Aún así y, por la fuerza de la costumbre, sacó el brazo de debajo de la almohada y lo estiró, automáticamente, para llevar a cabo el gesto de apagar ese sonido impertinente. Una vez hecho esto, se desperezó y saltó de la cama yendo directamente al baño. Hizo pipí y abrió el grifo de la bañera. Mientras se templaba el agua, que en su casa no era inmediato, se dirigió hacia la cocina y se calentó en el microondas el café con leche. Con la taza en la mano, habiendo dado previamente un sorbo al café para sentirse persona, fue otra vez al baño. El agua ya estaba templada, puso el grifo en posición de ducha y se duchó rápidamente. Nunca se maquillaba, pero sí se dio un toque de color en los labios, después de cepillarse los dientes. Era principio de verano, pero ya tenía un bronceado caribeño (le encantaba tomar el sol). Se puso un ligero vestido por encima (nunca utilizaba ropa interior) y saliendo de casa, se dirigió rápidamente hacia el coche aparcado en una calle paralela.

  • ¡Que polvo tienes, niña! ¡Pagaría lo que fuese por estar contigo un rato!

Le miró de reojo, sin llegar a mover la cabeza, para que el "galanteador" no se diera cuenta, mientras pensaba ¡Ni por todo el oro del mundo estaría yo contigo ni un ratito! ¡Y mira que estoy necesitada!

Casi frena en seco cuando su mente expresó en palabras ese pensamiento: ¡necesitada! Nunca hasta ahora, en su vida, había necesitado sexo. Lo había tenido en muchas ocasiones, pero lo que a ella le satisfacía, más que el sexo en sí, era el juego del galanteo. El sentirse lo suficientemente atractiva como para llegar hasta donde ella quisiese llegar. Follar lo encontraba divertido, gustoso, pero no tanto como decían algunos libros, a su parecer exagerando. Dejémoslo en sumamente agradable.

Ya sentada al volante de su coche pensó que no debería tardar mucho en acostarse con alguien, aunque se preguntaba con quién pues no tenía, en ese momento, a nadie con quien le apeteciera hacerlo sin que le crease ninguna complicación. En su ética no entraban los hombres casados o con novia, ni los jactanciosos que luego lo contaban para darse de machitos. Los polvos tenían que ser eso, polvos para la mutua satisfacción, un ¡qué bien ha estado!, y un ¡hasta luego, Lucas!

Llegó al trabajo, dio dos o tres vueltas a la manzana hasta que encontró el aparcamiento adecuado, y entró en el portal al tiempo que miraba la hora ¡55 minutos desde que sonó el despertador! Llegaba puntual, como siempre.

Se dirigió hacia su despacho, saludando al pasar a la recepcionista, que le dijo:

  • Encima de tu mesa te he dejado algunas llamadas que ha habido para ti.

  • Gracias, guapa.

Efectivamente, encima de la mesa había dos pos-it con recordatorios de llamadas. Los miró. Uno de ellos, contenía la palabra urgente , era de su compañero, así que, inmediatamente descolgó el teléfono para hablar con él.

  • ¿Paco? Soy Lydia, tengo aquí un recado tuyo

  • Si Lydia, verás, es que me ha surgido una gestión inamovible y no voy a poder estar allí a las 10:00h. Y había quedado con un tal Sergio, director de una empresa de organización de eventos, que quiere solicitar nuestra colaboración para algo que tiene que ofertar. ¿Le puedes atender tú hasta que yo llegue? En cuanto me sea posible me escapo allí y ya me ocupo yo.

- No problem , Paco. No te preocupes y tarda lo que necesites.

  • Creo que lo puedo terminar muy pronto. Pero llegaré tarde, seguro, y no quiero que Sergio piense que le he dado plantón.

  • Estás totalmente cubierto, Paco. Repito, no te preocupes.

  • Pues hasta luego y gracias.

  • Hasta luego y de nada.

Efectivamente, a las 10:30 h. entró Laura, la recepcionista, para decir que Sergio había llegado y preguntaba por Paco.

  • Si, Laura, no te preocupes. He hablado con Paco y me ocupo yo. Acompáñale hasta aquí, porfa .

A los pocos segundos, volvió Laura acompañada por Sergio.

  • Como ya le he dicho, Paco no está en este momento. Pero Lydia, su compañera, le va a atender.

  • Gracias, señorita, hasta luego.

Laura marchó y les dejó frente a frente. Lo primero que pensó Lydia cuando le vio fue ¡Dios mío, qué bueno está!

Lo primero que pensó Sergio cuando la vio fue ¡Dios mío, qué buena está! ¡Ojalá tarde mucho Paco!

Pero ninguna de las dos caras, sonrientes, dejaba traslucir estos pensamientos.

  • Como puedes ver, no soy Paco. Me ha llamado por teléfono y me ha dicho que, lamentablemente, va a llegar tarde y que te atienda yo hasta que él llegue. No va a tardar mucho.

  • No importa. No tengo prisa y esto me ha dado la oportunidad de conocerte. Así que, en realidad, estoy contentísimo.

Expresó esto con una sonrisa de oreja a oreja y un brillo espectacular en sus ojos. Lydia estaba, aunque no se notase, realmente anonadada. También le sonrió, aceptando de esa manera el cumplido.

  • ¿Te apetece un café?

  • No es mala idea.

Avisó a Mary, por el interfono, para que les llevase dos cafés con leche al despacho y, mientras esperaban, él inició la conversación:

  • Bueno, cuéntame, sé que eres compañera de Paco pero ¿que es lo que haces tú, exactamente?

Lydia comenzó a contárselo, al ratito llegó Mary con los cafés, se fue y ellos siguieron charlando animadamente. Es curioso -pensó Lydia-, tiene la misma onda de humor y conversación que yo. Le conozco de hace unos minutos y me parece ya que es un antiguo amigo. A él le pasaba exactamente lo mismo. Se encontraban super cómodos el uno con el otro.

Aproximadamente al cuarto de hora llegó Paco. Estuvieron charlando un ratito los tres, y luego Paco se llevó a Sergio a la Sala de Juntas para mantener la reunión de negocios ya entre Sergio y él. Sergio y Lydia se despidieron con un beso en la mejilla y un ¡hasta luego! pero sin Lucas...

Lydia siguió con sus quehaceres. A mediodía se tomó un sandwich en la misma oficina para no interrumpir su trabajo y poder salir a su hora. Pero a primera hora de la tarde, recibió una llamada de Sergio para cenar juntos esa misma noche, que provocó que se sintiera tan nerviosa que le resultaba muy difícil concentrarse lo suficiente para sacar a su pensamiento del "¡a ver que demonios me pongo esta noche!".

Cuando salió de la oficina y llegó a casa, inició lo que llamaremos:

SU TARDE/NOCHE DE LUJURIA

¡Qué ganas tenía de llegar a casa! Lo primero que voy a hacer es darme un baño relajante de tiempo indefinido. Un baño de espuma, llenito de espuma, con aceites (para que luego quede la piel bien brillantita) y luego me aclaro en la ducha y me lavo el pelo. ¡Voy a ponerme tan guapa y sexy que le va a dar un patatús cuando me vea!

Conectó la cadena musical con el CD lo suficientemente alto para que se oyese muy bien desde la bañera. Llenó el cuarto de baño de velas, prendió un incensario aromático, el agua de la bañera rebosante y espumosa…, y aquello parecían las termas de Caracalla.

¡Oh, Dios mío, qué gozada! Esto sí que es relajante y lo demás son tonterías. Con el aceite, la piel queda super suave y brillante. Cuando me acaricio las piernas y el cuerpo llego a sentir algo muy parecido al placer. Y si me acaricio... ¡Joder! ¿Lo que siento, sale de mi chocho? ¡Me estoy masturbando! Así, muy bien, caricitas suaves en redondo alrededor del clítoris... Necesitaría una polla dentro de mi vagina, ¡no puedo más! ¿Y un dedo? Ahhhhh!, ¿y dos o tres dedos? Ohhhhhh! ¿Y el palo del cepillo para la espalda? ¡Hostiasssssssss!

¡Joder! Ya son las 20:30 y Sergio viene a buscarme dentro de una hora y me queda por hacer un montón de cosas. Ducha rápida, lavado de pelo rápido, secado y cepillado/despeinado, vestido negro minifalderísimo (cinturón ancho, que le llamaba mi amiga Elena), sandalias de tacón altísimo y ¡ya! ¡Joder, si yo fuese tío, me echaba un polvo…! ¡Y me sobran cinco minutos! ¡No, no me sobran! Me falta pintarme los labios, pero lo voy a hacer con un poquito solo de color. No quiero que se note demasiado. Sólo resaltar el tono natural de los labios. Perfecto..., el timbre.

Sergio llegó puntualísimo (para ser sinceros, esperó cinco minutos antes de llamar a la puerta). Cuando Lydia abrió, Sergio dio dos pasos hacia atrás y poniéndose la mano en el pecho, dijo:

  • Joder, niña, si me hubieses avisado, habría tomado algo para el corazón.

  • ¿Te gusta?

  • No, me gustas tú. Mis ojos no pueden separar la vista de tu personita. Estás..., ¡no hay palabras!

-Venga, pasa, no te quedes ahí.

  • En realidad vamos muy mal de tiempo. Sólo me garantizaban la reserva hasta las diez.

-Déjame entonces coger el bolso y nos vamos.

Llegaron en diez minutos y el aparcacoches se ocupó de encontrar el sitio adecuado. El restaurante en cuestión era como una pequeña cueva, exótica y decorada con muy buen gusto. El aperitivo y la cena fueron excelentes y la charla que la amenizaba, interrumpida a veces por accesos de risa, muy gratificante. Ambos estaban pasando muy buen rato. Cuando llegaron a los postres, y sin previo aviso, Sergio soltó una frase que le salió del alma:

  • ¿Sabes lo que me gustaría hacer ahora?

  • Dime.

  • Follar contigo

  • ....... ¿Dónde?

Así de claro, así de fácil. No hubo tapujos, ni palabrería, ni disimulo del estilo..., ¿te apetecería una última copa en mi casa? No. Ambos sabían qué les apetecía, ambos sabían que se gustaban. Ambos sabían que se deseaban: ¿para qué disimular?

Fueron a casa de Lydia. Ya en el ascensor comenzaron a besarse y magrearse. De puro milagro llegaron a la habitación. Lydia se puso brazos arriba y él sacó por ellos el vestido. Iba a poner un gesto de admiración al ver su cuerpo desnudo, pero Lydia no le dio tiempo porque enseguida comenzó a desabotonarle la camisa a él. Una vez estuvo Sergio con el torso desnudo, Lydia se puso de rodillas y comenzó la operación de desabrocharle el cinturón y el pantalón. Éste cayó a lo largo de las piernas. No llevaba calzoncillos. Sergio se quitó zapatos y calcetines, mientras Lydia hacía lo propio con sus sandalias.

Sergio tumbó a Lydia en la cama y, sujetándole los brazos sobre su cabeza con una sola mano, le empezó a besar las tetas alrededor del pezón, pero sin tocarlo. Luego subió hasta su boca y la besó con una pasión desbordante. Bajó al cuello y, una vez allí, turnaba los besos con ligeros lametazos y volvió de nuevo hacia el pecho con besos, lengüetazos, mamaditas y pequeños mordiscos en los pezones. Siguió bajando, la tripita, el ombligo, los ensortijados rizos del bello púbico, los labios..., y el clítoris con la boca y la lengua, mientras, con la mano libre, le acariciaba la vagina e introducía, primero uno y luego varios dedos en ella.

Oh, Dios, lo de la bañera no tiene nada que ver, esto sí que es lo que cuentan los libros, mejor dicho, éstos se quedan mega cortos. ¡Nunca, hasta ahora, pensé que se pudiera sentir así! ¡Tengo hasta convulsiones espasmódicas! ¡Fóllame ya, no aguanto más! Oh, oh, ¿esto que es...? ¡Me estoy corriendo! ¡Estoy eyaculando! Voy a poner la cama perdida... ¿Pero puede pasarle esto a una mujer? ¿No es exclusivo de los hombres?… Ohhhhhhhhhh!!!

Lydia se sintió un poco asustada por lo que había pasado. Sergio notó su malestar y, haciendo una pausa, la interrogó con la mirada.

  • Lo siento, Sergio, lo siento. Nunca me había sucedido esto. No he notado ganas de hacer pipí. Lo siento.

  • No tienes que disculparte. Me encanta. No es pipí, simplemente has eyaculado. No es frecuente pero, a veces, la mujer eyacula cuando se corre y me encanta la idea de ser yo quien lo ha provocado. Date la vuelta.

Sergio continuó con caricias y lengüetazos, esta vez por cuello y espalda. Se entretuvo mucho tiempo en las nalgas y le lamió la raja del culo y el ano. Una vez que estuvo bien húmedo, introdujo un dedo. Ella estaba en un estado catatónico. No sabía qué era exactamente lo que sentía, pero era sublime. Sergio trató de introducir dos dedos. Lydia dio un respingo, dolorida. Sergio volvió a chuparla y eso le calmó el dolor de inmediato. Enseguida volvió a ponerse cachonda y entonces, por detrás, Sergio introdujo su pene en la vagina. Le folló lentamente, entrando y saliendo con delicadeza al principio y con fuerza cuando llegaba al fondo. Una vez. Muchas veces. Después le cogió por la cintura y la volteó, sin llegar a sacar la polla. Dio varias embestidas, Lydia ya no podía más. Entonces, Sergio, tras interrogarle con la mirada, también se corrió. Se corrieron juntos y se quedaron jadeando juntos.

Al ratito Lydia encendió un cigarro y se lo puso a Sergio en los labios. Para ella encendió otro y tras un momento de silencio, arrebujada en sus brazos, habló:

  • Ha sido magnífico. En mi vida había sentido algo así, pero me siento injusta porque te has dedicado a mí mucho más que yo a ti.

  • No has tenido mucha oportunidad. No puedes imaginar lo que he disfrutado viendo y oyendo cómo gozabas tú. Para mí, ni lo dudes, ha sido también genial.

Diecisiete años después, Sergio y Lydia son pareja, viven juntos y siguen muy enamorados. Hay ocasiones en las que 24h. cunden como años.