La primera noche (P.V.eI.).
Cuando dos amantes se encuentran en la medio noche, a veces también nace el amor.
La primera noche.
Tomás ordenó las hojas en tres rumas sobre la mesa, las observó indeciso antes de tomar una y comenzar a leer los apuntes de gestión que entraban en el test de finalización del curso. Sentado en una mesa de su hotel, mirando al mar y bebiendo una tasa de café trataba de abstraerse de los problemas en su matrimonio. Observó salir el sol en el horizonte, su reflejo se extendía por el océano, aves sobrevolaban las olas y un par de deportistas corrían por la playa de arenas blancas.
Hoy estás distraído –escuchó una voz femenina a su espalda, tenía un acento extranjero, exótico. A su lado, una hermosa rubia contemplaba su mesa, divertida.
Hola, Isabella –saludó, mientras observaba con disimulo el hermoso cuerpo de la mujer enfundado en el traje de cocinera chef-. Si, la verdad es que no he pasado una buena noche.
Hola, Tomás –saludó a su vez Isabella, con una preciosa sonrisa en su rostro. Su cabello recogido reflejaba la luz que entraba por las ventanas, realzando aún más la belleza de sus rasgos-. Siento que no hayas tenido una buena noche, pero espero que tu estudio vaya bien encaminado.
Así es –respondió el atractivo hombre-. Aproveché las horas de insomnio para leer un par de informes. Sólo necesito leer estas tres memorias un par de veces más y creo que estaré en buena forma para la última evaluación de mañana.
¡Perfecto! –prorrumpió alegre la joven chef. Con sus veintidós años había vivido una vida intensa viajando por el mundo, en especial por India-. Entonces esta noche aceptarás mi invitación a un paseo por Punta del Este.
No lo sé –dudó Tomás. Se sentía atraído por la aquella atractiva rubia, pero era un hombre casado. Su matrimonio estaba al borde del abismo, pero ya había cometido demasiadas estupideces. Deseaba volver a ser el hombre integro que había sido antes de enterarse de las infidelidades de su mujer.
Vamos, Tomás Matías Moro –dijo Isabella, medio en broma medio en serio-. Tú sabes que te mereces un descanso. Eres el único del grupo que no sale a divertirse por las noches y disfruta un poco de las bellezas y atractivos de Uruguay. No puedes estar todo el día estudiando. Ten un poco de vida.
Tomás sonrió. Se dio cuenta que Isabella estaba preocupada por él. Ella tenía razón y muy a su pesar se dio cuenta que estaba perdiendo una oportunidad única de conocer aquel hermoso país.
Sin embargo, Isabella no sabía nada de lo que le ocurría. Se encontraba muy mal por su situación con Ana, su esposa. Tampoco sabía que él, en la locura de las últimas semanas, había colocado cámaras y micrófonos espías en dos de sus casas y contratado una investigadora privada para espiar a su esposa. Ella no sabía el hombre vil en que se estaba convirtiendo. Tomás salió de la oscuridad. No era un hombre tan malo, se dijo. Necesitaba salir a tomar aire. Necesitaba una oportunidad.
Muy bien. Iré contigo a ese paseo –respondió finalmente Tomás.
¡Perfecto! –afirmó Isabella entusiasmada-. Paso por ti a las nueve de la noche.
Pero mi curso termina pasada las ocho –reclamó Tomás.
Entonces tendrás que hacer las cosas más rápido –respondió la rubia chef con una hermosa sonrisa iluminando el rostro.
Isabella se marchó a trabajar en la cocina mientras Tomás volvió a sus papeles. Se concentró la siguiente hora en su estudio y luego comió algo antes de marcharse a la penúltima sesión del curso que lo retenía a un millar de kilómetros de su hogar. La jornada se extendió de la mañana a la tarde, con breves descansos para comer y tomar algo de aire. La rubia chef parecía ignorarlo, pero cuando sus miradas se reencontraban ambos sonreían con complicidad.
Durante uno de las pausa, Tomás logró hablar con Ana unos minutos. Al final de la conversación, Tomás se dio cuenta que se preguntaba cuanto de todo lo que su esposa le contaba era verdad. Sin embargo, no se atrevía a ver las cámaras en línea instaladas en su casa. Desconfiaba tanto de su esposa que no podía ver una solución para salvar su matrimonio. La siguientes horas se abandonó a la charla con completa atención, así olvidó sus problemas un rato.
A las nueve en punto salió al vestíbulo del hotel y encontró a Isabella vestida como nunca la había visto. Con el cabello dorado cayendo por su espalda y un tenue maquillaje parecía resaltar sus ojos claros y su boca de labios carnosos. Un vestido de floreado en tonos azules y violetas que caía hasta medio muslo hacía resaltar su físico atlético y femenino. Unas sandalias bajas completaban su atuendo simple. Entonces, Tomás se dio cuenta lo hermosa de su acompañante.
Te ves muy guapo –dijo Isabella mientras observaba el pantalón crema y la camisa blanca de Tomás-. Ahora, necesito que me des dos cosas: tu reloj y tu teléfono.
Pero… -empezó a reclamar Tomás, pero al observar el obstinado gesto de la blonda decidió ceder. Isabella dejó las pertenencias de Tomás encargadas en el hotel y marcharon por las calles de Punta del Este.
Había un viento fresco que refrescaba el calor de aquel día. Caminaron por la playa, anduvieron en bote y vieron el ocaso en medio del mar. Luego, visitaron algunos barrios típicos antes de beber un par de copas en un bonito bar que dominaba parte de la costa. Isabella le contó de sus viajes por el extranjero, de su estadía en la India siguiendo a un maduro amante, amigo de su padre, con el que muy pronto se dio cuenta que no congeniaba.
Después que terminé con Robert, viví tres meses vendiendo artesanía en las calles de Nueva Delhi antes de conseguir un empleo decente. Luego, trabajé en un restorán inglés otros tres meses, lo que me permitió ahorrar lo suficiente para comprar un pasaje a Nueva York, donde residía mi familia en aquella época –relató Isabella expresivamente, con aquel extraño acento-. Mi padre me había amenazado con desheredarme, pero al final se alegró de mi retorno. Y yo me alegré de haber vuelto. Sin embargo, aquella experiencia no me quitó el deseo de viajar. Cuando al año siguiente vi la posibilidad de recorrer parte de África, tomé mi mochila, mis mejores zapatos y me despedí de mis papás y hermanos. Esta vez tuve su bendición.
Vaya vida has tenido –dije sorprendido-. Y aquella historia cuando tenías dieciséis años. Siguiendo a la India a aquel amigo de tu padre del que te enamoraste, desafiando a tus padres. Fue una locura ¿Por qué lo hiciste?
Lo hice por mi felicidad y mi futuro, Tomás –respondió Isabella-. Las personas necesitan conocer el mundo para tomar las mejores decisiones en su vida. Si no puedes viajar o no puedes conocer gente al menos deberías leer unos cuantos libros. Pero lo mejor es vivir la vida y experimentar cosas nuevas. Es la única forma de llegar a la madurez sin arrepentimientos.
Pero ¿no has pensado en formar una familia? ¿Vivir en pareja? –preguntó Tomás.
No lo sé –respondió de manera reflexiva la hermosa muchacha-. Tal vez en el momento correcto y con la persona correcta. No le hago el quite a nada que merezca la pena intentar en esta vida.
Pasaron el resto de la noche conversando. Cuando llegó la hora de confesar su actual situación, Isabella dijo que estaba en una especie de noviazgo, pero que las cosas estaban raras con su pareja y no quería hablar del tema. Tomás, sin embargo, habló de su matrimonio como en mucho tiempo deseaba hacerlo con alguien, de manera abierta y sincera. En Isabella veía una oportunidad para liberar ese gran peso que le oprimía el alma, de redimirse. La historia fue más larga de lo esperado y la vergüenza que reflejaba su rostro al contar sobre las infidelidades de su esposa y su comportamiento los últimos meses parecían competir con la cara de incredulidad de Isabella.
Suena mal ¿no? –finalmente soltó Tomás luego de un largo silencio.
No tan mal –dijo la hermosa chef, compasiva-. He escuchado cosas más sórdidas. Pero creo que has hecho bien en confiar en alguien.
Tu crees –empezó a hablar con inseguridad el atractivo hombre-. Porque creo que he perdido la posibilidad de conocerte más y de ser tu amigo.
Creo que tienes una pobre opinión de mi y de la amistad –respondió Isabella-. ¿Qué tal si te llevo a tu hotel? Es tarde.
Me parece una buena idea –dijo Tomás. Se sentía como un tonto, avergonzado y vacío.
El camino de regreso fue silencioso y largo. La noche era fresca y caminaban separados, sin saber que ocurriría al despedirse. Cuando entraron al hotel, Tomás pidió la llave y sus pertenencias. Era bastante tarde y ambos debían presentarse temprano en sus respectivos lugares.
Bueno… ha sido una bonita noche –dijo Tomás inseguro-. Me ha encantado el paseo… y hablar contigo.
Si, a mi también me ha gustado caminar esta noche contigo –dijo Isabella, una sonrisa tenue velaba su rostro y parecía querer decir algo más que no dijo.
Yo… Lo siento… La verdad es que tu… -empezó a decir Tomás, pero no se atrevió a decir más. Isabella no merecía las palabras que Tomás quería decir-. Supongo que es hora de decir adiós.
¿Supones? –preguntó Isabella-. Antes de decir adiós ¿Quieres invitarme una última copa en tu habitación?
La pregunta tomó por sorpresa a Tomás que sintió su corazón acelerarse en su pecho antes de contestar.
- Claro –respondió-. Una última copa me parece perfecta.
Subieron en silencio, observándose mutuamente a través del espejo del ascensor. Tomás abrió la puerta y dejó pasar a la hermosa muchacha a su habitación. Ella observó un momento la habitación y luego se giró para quedar frente a él.
¿Sabes? –dijo Isabella, con seriedad-. Ya no quiero esa copa.
¿No? –preguntó Tomás algo nervioso- ¿Entonces qué quieres?
Isabella, a pesar de su metro setenta y siete, tuvo que pararse en la punta de sus pies como una bailarina de ballet para besar a Tomás. Fue un beso dulce y cálido, un beso que hizo a recordar a Tomás sus primeros besos. Se observaron unos segundos y sus ojos claros reflejaron la complicidad de dos almas que se encuentran en medio de la oscuridad. Tomás olvidó sus conflictos y se abandonó a aquel calor que llenaba su corazón. El la besó con dulzura, pero con masculina pasión. Ella respondió tomándolo de la nuca, obligándolo a inclinarse ante ella para besarla, demostrándole que aquel momento era tan suyo como de ella. A medida que el beso se tornaba más apasionado, las manos empezaron a recorrer los cuerpos. Tomás, impetuoso, fue el primero en recorrer la cintura, en una acaricia que subió por su espalda para abrazarla y alzarla en el aire. Isabella se sorprendió de la fuerza de Tomás y aprovechó el movimiento para enlazar sus piernas en la cintura de su amante.
El plano vientre femenino quedó en contacto con el musculoso abdomen de Tomás, que la llevó en brazos a la cama. Depositó a Isabella sobre la tela suave, él la quedó mirando, indeciso. Isabella lo atrajo hacia ella para besarlo, era un beso de una amante joven, pero experimentada. Las manos de la hermosa cocinera desataron el cinturón y su mano alcanzó el pene de Tomás. Los ojos claros se abrieron, grandes y sorprendidos. Una sonrisa de sorpresa y satisfacción pareció exaltar sus rasgos exóticos.
¡Uf! Esto no me lo contaste en tu relato –bromeó, haciendo sonreír a Tomas.
Hay cosas hay que verlas en acción –bromeó, también Tomás.
Rieron. Tomás sintió que mientras Isabella le sacaba la ropa muchos de sus aflicciones y pesares eran liberados, cuando le tocó desnudar a la hermosa muchacha, se encontró con un cuerpo que nada tenía que envidiarle a su esposa. Tenía unos pechos grandes y firmes, quizás más pequeños que Ana y con unos pezones más oscuros, pero igualmente deseables. El bello en el pubis estaba recortado, su abdomen era plano y sus piernas eran quizás más largas que las de Ana. Tomás se quitó a su infiel mujer de la cabeza y enterró el rostro en el sexo de su joven amante, su olor era intenso y mientras lamía los labios vaginales escuchaba la respiración agitada de Isabella. Tomás estaba desesperado, besó el abdomen y los muslos, acarició el coño con la lengua mientras trataba de alcanzar con sus manos aquellos hermosos pezones enclavados en los hermosos y grandes senos. Le robó un orgasmo a la muchacha.
Luego, fue el turno de Isabella, que mostró una exótica técnica hindú para hacerla una maravillosa mamada, donde las manos, la boca y los pezones de la muchacha contactaron el pene de Tomás con gran habilidad. El viril amante, acostumbrado a resistir estoicamente, comprendió que aquella mujer le hacía sentir cosas que ninguna otra mujer había lograba. Ni siquiera Ana, su mujer. Cuando Tomás alcanzó el orgasmo, vio como su semilla era derramada en la mano de Isabella, que lo observaba con una sonrisa y los ojos muy despiertos.
Tengo el brazo adormecido –confesó, moviendo la mano y acariciando el brazo.
Lo siento –se disculpó Tomás.
Yo también lo sentí –dijo Isabella bromeando, mientras agarraba el pene de Tomás-. Deja de decir lo siento. No hay razones para estar pidiendo perdón. Ven aquí.
Isabella atrajo a Tomás, tomándolo del cabello y lo besó. Cayeron a la cama, desnudos. El cuerpo de la mujer se movía contra el de Tomás, que acariciaba la cola de la muchacha. Isabella condujo a Tomás bajo su cuerpo y tras notar que estaba listo para la acción, con el pene erecto, preparó su cuerpo para recibirlo. La muchacha beso los labios masculinos y su musculoso pecho, le tomó una mano y se metió los dedos varoniles a su boca, en medio de sus labios carnosos. Quería excitarlo. Él la tomó de las caderas y le suplicó con la mirada que lo tomara.
Ella lo miró, absolutamente dominante de la situación.
¿Quieres esto? –preguntó mientras con dos dedos masajeaba su clítoris. Ella sabía que debía estar absolutamente preparada para recibir un pene como el de Tomás.
Si –dijo suplicante Tomás.
Está bien –concedió Isabella-. Será tuyo.
La rubia y sensual muchacha tomó el pene de Tomás, lo acarició con las uñas antes de darle un par de sacudidas y bajar para poner en contacto sus labios y clítoris con el glande. Ambos sintieron el sexo del otro, las manos de Tomás la tomaron de las caderas para penetrarla, pero Isabella lo hizo esperar.
- Tranquilo –pidió Isabella. Sus dedos manipulaban el pene contra su sexo, produciendo un escalofrío en la espalda de la mujer.
Tras revelar el deseo en los ojos de Tomás, Isabella decidió que había llegado el momento. Acomodó el pene en su vagina y bajó sobre el con decisión. El pene la llenó por completo. Tomás sintió que un calor lo envolvía, las paredes vaginales parecían contenerla con dificultad, dándole un placer indescriptible.
Isabella sintió el pene adentrarse a su cuerpo, el roce era tan excitante que pensó que perdía el conocimiento. Buscó la boca de Tomás, y luego abrió los ojos. Empezaron a moverse mirándose a los ojos, sin perder el contacto. Sus sexos se fusionaban en movimientos lentos y acompasados, como si estuvieran bailando con las miradas. Isabella llevaba el ritmo y Tomás se había abandonado a esa joven mujer. Ella se movió más rápido, abandonándose también al placer, su amante besaba los senos y lamía su cuello. Podían sentir la excitación del otro, cuando Isabella empezó a respirar agitada, entonces Tomás fue quien tomó las riendas. La hizo girar, dejándola apoyada en sus extremidades, boca abajo, con su cola hacia Tomás, que empezó a follarla de perrito con mayor intensidad. Sintió que ella se corría, pero continuó embistiéndola sin descanso.
Tomás observó el rostro hermosa de Isabella, disfrutando de las embestidas de Tomás. Aquella chica estaba entrenada para gozar del sexo, pensó Tomás. Ella miró a su amante mientras una de sus femeninas manos acariciaba los testículos de Tomás, inclinándose para ofrecer a Tomás una visión magnífica de su sexo, su ano y su sensual cola. Continuaron así un rato, entonces Isabella se giró, quedando boca arriba. Tomás la penetró nuevamente, estaba sintiendo tanto placer que no escuchó a Isabella cuando habló.
Mírame, amor –pidió Isabella-. ¿Me ves?
Si –respondió Tomás, consciente de ella. Ahora, no podía apartar la vista de los ojos claros de aquella sensual mujer.
Me gustas mucho –dijo Isabella, su voz era clara, limpia.
Aquella simple confesión lo quebró, desencadenó un extraño sentimiento en Tomás que no pudo aguantar más. Se corrió dentro de Isabella, se corrió con un gemido apagado, cayendo sobre la cama.
Isabella se acomodó a su lado y lo abrazó. Sus cuerpos estaban calientes y sudados, pero había un gozo que los unía.
- Eso ha estado bien ¿no? –le dijo risueña, mirándolo a los ojos.
Tomás no sabía que responder. Había sentido mucho placer, pero su mente recordó a su mujer. Su vida cayó sobre sus hombros con un peso que pareció nublarle la vista. Apartó la vista de Isabella y miró el vacío.
No quiero hacerte daño. Yo… -Tomás enmudeció de nuevo.
No te preocupes… Yo tampoco quiero dañarte… -respondió Isabella, acariciando el rostro masculino y atractivo de Tomás-. Sabes, una mujer tiene armas que un hombre no piensa que pueden hacer daño, pero se encuentra un día que esas armas que pensaba inofensivas le han destrozado el corazón. Lo sabes ¿no?
Tomás asintió. Ana, su mujer, había usado esas armas contra él.
- Pero una mujer también sabe como curar un corazón herido –su mirada era diáfana, llena de algo que Tomás no podía entender, pero que lo alcanzaba-. No te preocupes, amor. Yo curaré tu corazón.
Tomás se dejó acunar como un bebé. No recordaba haber llorado frente a una mujer, salvo su madre o su hermana mayor cuando era pequeño.
Tomás se entregó a Isabella, aquella fue la primera noche.