La primera de Héctor

Héctor ya siente la necesidad de sacudir el polvo. Y para ello va a acudir a una aplicación de citas por Internet.

Héctor entró por la puerta del bar disimulando su nerviosismo a flor de piel. Era la primera vez que entraba a ese bar, en un barrio completamente distinto a aquel en el que vivía. A pesar de sus veinte años bien cumplidos, era la primera vez que iba a reunirse con una potencial cita. Una que apenas conocía mucho.

No sabía mucho de él. Tan solo que se llamaba Pablo. Durante los últimos días había estado hablando con él a través de una aplicación de citas. Habían entablado buenas migas y compartían algunos gustos y aficiones, pero no sabía cómo era en realidad, al menos de rostro. Cuando su conversación tiró hacia temas más picantes, habían compartido algunas fotos cachondas y reveladoras, pero, de mutuo acuerdo, en ninguna de ellas se les veía la cara. Héctor había mostrado su cuerpo, tonificado pero no musculoso, de vello corto en pecho y estómago pero abundante en genitales y sobacos, y con un pene bien dotado que, según su contacto, “estaba para comérselo”. Pablo tenía un cuerpo más fino y lampiño en general, con un pene pequeño y oscuro que parecía rodeado por un bosque. ¿Sería todavía virginal? Por las conversaciones, no lo parecía…

Héctor sí que lo era. Había descubierto su sexualidad a los dieciséis años, pero no la había puesto en práctica con otras personas hasta ahora. Principalmente por el típico temor del “¿Qué pensarán de mí?” y por la insistencia de sus padres de que se preocupase por sus estudios. Durante el bachillerato había tenido un par de flechazos que nunca puso a prueba por la importancia de las notas en esa etapa académica. Además, con el tiempo descubrió que los dos tenían novias estables; nada que hacer con ellos. Ahora que la presión académica se había reducido un poco y tenía algo más de tiempo libre, había acudido a Internet para buscar algún contacto de su misma condición. Había encontrado varios, pero Pablo era el que más le había llamado la atención.

Mientras el camarero iba a la barra a por su pedido, su móvil le vibró en el bolsillo. Era Pablo. “¿Has llegado ya?”, preguntaba. “Sí, estoy aquí dentro”, respondió. “¿Cuál de todos eres?”. Era por la tarde y, aunque el bar no estaba a tope, había unos cuantos varones, aunque en su mayoría estaban acompañados. “Soy el de la chaqueta negra y el jersey blanco”. Pablo no respondió al mensaje. Unos pocos segundos después, una voz sonaba a su espalda.

-¿Tú eres Héctor?

Se dio la vuelta en su silla. Allí estaba.

-Sí, soy yo-exclamó él, levantándose.

-Yo soy Pablo, un placer.

Los dos se dieron un apretón de manos y luego Pablo se sentó junto a él. Hablaba su mismo idioma, de una manera fluida, sin ningún tipo de acento, lo cual le sorprendió. Y es que Pablo tenía evidentes rasgos asiáticos: los ojos rasgados, la boca fina, pelo oscuro y corto… Lo llevaba rapado por los lados, dejando una mata por la parte superior engominada y puntiaguda que parecía un trozo de césped negro. Vestía una chaqueta marrón, con pelo sintético por el borde de la capucha para darle más calorcito. En verdad era guapo.

-¿Qué tal?-preguntó Pablo mientras se acomodaba.

-Yo bien. Es un placer conocerte.

-Lo mismo digo.

Estaba muy sonriente. Eso era buena señal.

-Me imaginaba que serías un poco más… Más…

-¿Más cómo?

Le resultaba incómodo decirlo. No quería sonar racista.

-Más… Menos extranjero…-balbució.

-¿Lo dices porque tengo aspecto japonés?

-No, no es eso… Es que… Verás…  Hablas muy bien mi idioma y….

Lo estaba arruinando, ¿verdad?

-Ah, porque no tengo acento, ¿no?

-Sí…-dijo Héctor, sin mucho convencimiento.

-Me lo dice mucha gente. Mis padres vinieron de Japón, pero yo nací y me crié aquí.

-Ah, entiendo…

Por suerte no se había sentido mal. Podía respirar aliviado. El camarero trajo la consumición de Héctor y, poco tiempo después, la de Pablo después de que este pidiese.

-Eres bastante guapo en persona-dijo Pablo.

-Gracias. Tú también lo eres. Y me gusta tu corte de pelo.

-Gracias. Me gusta llevarlo así.

Una pausa. La cosa iba viento en popa.

-Las fotos que pasabas eran tuyas de verdad, ¿no?

-Pues claro. ¿Por qué iba a enviar fotos falsas?

-No sé. Hay algunas personas muy falsas por ahí.

-Pues no. Son todas mías.

-Menos mal. Me gustaba lo que veía.

Estaba yendo directamente al grano. Habían hablado tanto a través del chat que no tenían mucho que decirse. Sabían bastantes detalles de ellos y no había mucho espacio para conocerse más. Las posteriores conversaciones picantes, por otro lado, daban a entender que querían darle un gusto al cuerpo.

-Cualquiera diría que debajo de ese jersey estaba ese cuerpazo… ¿Haces mucho ejercicio?

-No, la verdad. Suelo salir a andar de vez en cuando… ¿Creo que te lo conté, no?

-Sí, me lo contaste. Seguro que hay muchos tíos que se pirran por ti.

Unos cuantos, la verdad, pensó Héctor. Pero lo que veía no le gustaba o no le satisfacía. Algunos iban al trapo directamente, y el instinto de Héctor le hacía desconfiar de esos. Por otro lado, Pablo había ofrecido una conversación interesante desde el principio, conociendo sus puntos en común en vez de ir al grano: a ambos les gustaba salir a pasear en bicicleta, les gustaban las películas románticas, tenían un buen nivel de estudios, vivían relativamente cerca a pesar de no conocerse…

-Seguro que has tenido muchos novios y relaciones-añadió Pablo.

-La verdad es que no… Estoy por estrenar…

El gesto de Pablo cambió radicalmente, como el de alguien que acaba de descubrir un secreto que pone su mundo patas arriba.

-¿Y eso?

-No soy de los que van buscando lo primero que se ponga a tiro. No sé si me entiendes…

-Sí, sé a lo que te refieres. Yo sí que he tenido unos cuantos, pero solo iban a lo que iban. ¿Sabes?

Lo sabía. Y de sobra además.

-Pero tú me gustas-añadió-. Has demostrado ser sensible y atento.

Héctor se ruborizó. Era la primera vez que le decían algo así

-Gracias…-musitó-. Yo también pienso lo mismo de ti.

Pablo se había acodado sobre la mesa y le miraba con un cierto brillo en los ojos. Parecía que se iba a lanzar a besarle en cualquier momento.

-¿Quieres venir a mi casa?-preguntó-. Podemos ver una película, y luego, si quieres…

Se estaba poniendo como los otros. Sin embargo, la oferta sonaba romántica y su instinto le decía que podía confiar en él.

-De acuerdo.

Ambos apuraron sus consumiciones y, tras pagar a escote, salieron juntos del bar. Se envolvieron en los sonidos del tráfico, el frío invernal y el constante ir y venir de la gente mientras Pablo le guiaba a su casa, la cual se encontraba un par de manzanas de distancia del bar. Cuando entraron en el portal, Héctor se detuvo, presa de un pensamiento abrumador.

-Tus padres no estarán en casa, ¿no?

-No te preocupes, están trabajando los dos. Y mi hermana se ha ido con su novio por ahí.

-Vale, bien…

Pablo lideró la marcha hacia el tercer piso, donde vivía. Mientras subían, Héctor no pudo evitar fijarse en el culo de Pablo, no precisamente prominente pero igualmente apetecible, y su cuerpo reaccionó en consecuencia. Sin embargo, consiguió contener sus impulsos para que nada resultase demasiado llamativo; todavía no era el momento.

Pablo le abrió las puertas de su hogar. Era el típico piso promedio, con un pasillo que recorría la casa llevando a las diferentes habitaciones. La decoración no era muy rica, pero tampoco muy austera, con varios motivos asiáticos diseminados por distintos lugares. Por lo demás, parecía una simple casa de estilo occidental como otra cualquiera.

-Pasa y ponte cómodo. El salón está ahí. ¿Quieres algo de beber?

-No, gracias.

Héctor tomó asiento en el sofá. Estaba bastante mullido, pegado a la pared a unos pasos frente al televisor. Allí era más patente el origen étnico de la familia que vivía allí. El salón era bastante amplio, con una mesa de comedor al fondo, sin paredes divisorias pero como si fuese una unidad aparte. Alfombras, cuadros, estatuillas… Los efluvios orientales llegaban desde todas partes. Pablo volvió un rato después con un vaso de agua para él.

-Es muy cómodo, ¿a qué sí?-preguntó, hablando del sofá.

-Sí, sí que lo es.

-Quítate la chaqueta y déjala ahí, a un lado.

Héctor obedeció. De pequeño había visitado casas ajenas, pero entonces era muy pequeño e inocente y eran los hogares de sus amigos. Ahora se sentía algo cohibido, puesto que era la casa de un extraño, aunque no completo desconocido, y la razón de su visita era mucho más distinta. Pablo cogió el mando y empezó a manejar el televisor en busca de Netflix.

-Tengo varias películas. ¿Cuál quieres ver?

Tras un rato de curiosear, eligieron una película y el rato de cine comenzó. Héctor se sentó recto, como correspondía a alguien que se encontraba en una casa que no era la suya, pero Pablo se sentó de una manera más despreocupada. Estaba ladeado, apoyando el peso de su cabeza sobre el hombro de Héctor, pero este no supo si lo hacía aposta o sin darse cuenta. De todas maneras, no dijo nada e intentó relajarse.

A medida que la película fue avanzando, la respuesta a esa pregunta se fue haciendo más patente, cuando la mano de Pablo cayó sobre la rodilla de Héctor. La tela de los vaqueros estaba de por medio, pero había ocasiones durante ciertos momentos del metraje que Pablo aferraba la articulación con más fuerza. Y, sin levantar la mano, esta empezó a ascender poco a poco por la pierna. Subía y bajaba por el muslo, y Héctor empezó a sentir un incómodo calor, no sabía si por la vergüenza o por la excitación que le producía ese morboso contacto. O tal vez por ambas, puesto que su miembro empezó a crecer hacia un lado por el espacio disponible. Coincidencia curiosa que era justo hacia el lado en que se encontraba Pablo. Y este, en una de sus subidas, lo notó y lo apretó a través de la tela.

-¿Te está gustando?

Héctor no respondió. Notaba las yemas de los dedos de Pablo en su miembro como una sensación completamente nueva.

-Si te incomoda, puedo parar.

-No, no pasa nada… Es sólo…

-Es porque eres nuevo en esto. No te preocupes, eso es normal.

Héctor asintió.

-¿Me dejas empezar? Iré despacio, te lo prometo.

-De acuerdo.

Pablo se incorporó. Luego, con mucha cautela, como si trabajase con porcelana, dirigió sus manos hacia los vaqueros de Héctor. Primero le desabrochó el botón, luego le bajó la bragueta y despejó el espacio. El calzoncillo abombado asomó debajo, y tras retirarlo apareció el pene de Héctor, duro y firme, pero todavía caído. Héctor sintió cómo los dedos de Pablo lo asían con delicadeza y lo extraían para que se mostrase en toda su envergadura: blanquito, no muy grueso, algo blandito y de glande ligeramente escondido bajo el prepucio porque todavía tenía que crecer un poco más.

-Sí que es grande. Realmente está para comérselo. ¿Puedo?

-Vale…

¡El primer y glorioso contacto de su pene con una boca! ¡Qué magnífico y placentero! Soltó un largo gemido mientras notaba ese calor y esa humedad devorarle hasta el fondo. También notó un poco sus dientes, pero Pablo sabía esconderlos. Subía y bajaba, y a veces se detenía a hacer círculos con la lengua alrededor del glande, la parte más sensible. Le estaba encantando, le hacía temblar de gusto. Y el calor le subía desde la entrepierna y le hacía ruborizarse. Empezaba a sudar como si fuese pleno verano.

-¡Qué calor tengo!-exclamó.

-Pues quítate la ropa…

Desnudarse delante de otro chico… La vergüenza le habría invadido de no ser porque le estaba ofreciendo su virilidad erecta para que la chupase. Resultaba más fácil desnudarse para la cámara, para que él mismo se fotografiase en su traje de nacimiento. Pero lo había hecho, y luego había compartido las fotos con él. ¿Qué importaba? Se cogió el jersey por la cintura y tiró hacia arriba. Luego hizo lo propio con la camiseta. Su núbil cuerpo asomó, paliducho por la falta de exposición solar durante las estaciones frías y un poco tocado por el vello en las zonas típicas. Pablo también se fue retirando su parte superior, sin soltar ese pene tan delicioso, lo justo para apartar la tela por el cuello.

-¿Te está gustando?-preguntó en una ocasión.

-Sí… Tienes mucha experiencia.

-¡Gracias!

-Por favor, sigue.

-Está bien…

Si por Héctor fuese, se hubieran pasado ahí todo el día. Nunca había vivido una experiencia así y Pablo le estaba haciendo llegar a las nubes. La lengua le hacía cosquillas por toda su entrepierna de una manera que jamás hubiera imaginado. Sin embargo, nada puede durar para siempre, y Pablo empezaba a dar muestras de no querer seguir así.

-Va siendo hora de pasar al siguiente nivel-dijo tras un rato, levantando la mirada.

-¿Qué siguiente nivel?

-Ya me entiendes…

Héctor tardó un par de segundos en reaccionar. Ya entendía a qué se refería. Estaba pasando tan buen rato ahí, con la hambrienta boca de Pablo quitándole el polvo, que se le había olvidado la otra manera aún más placentera de hacerlo.

-Si tú quieres…

-Te tengo muchas ganas.

La poca ropa que les quedaba puesta no tardó en quedar desparramada por el suelo junto a las demás. Héctor pudo ver en vivo el pene de Pablo que otras veces había visto en fotografía: oscuro, pequeño y velludo. Contrastaba mucho con el resto de su cuerpo sin pelos pero, según había dicho por el chat en una ocasión, no se lo afeitaba porque no sabía la técnica y no quería hacerse daño. Aunque eso era lo de menos en ese instante.

-¿Quieres utilizar condón?

-No he traído-repuso Héctor.

-Yo tengo en mi habitación. ¿Quieres?

-Vale…

Héctor se quedó allí, todo él a la expectativa mientras Pablo se alejaba contoneando sus caderas de una manera muy sugerente. No sabía si lo hacía a propósito o era su manera de andar desnudo por la casa, pero había de reconocer que le gustaba lo que veía. Poco después volvía, con el inconfundible envoltorio de un preservativo en la mano y se agachaba junto a Héctor para extraer el anticonceptivo y ponérselo en su duro miembro. Este sintió por primera vez el tacto del látex que le envolvía.

-Se siente extraño…-musitó.

-¿Quieres encima o debajo?-preguntó Pablo.

La pregunta le excitó bastante. Había tenido varias fantasías sexuales, como no. Y siempre se ponía…

-Encima.

Pablo asintió. Se subió al sofá y se puso a cuatro patas, mostrando su fino culo a Héctor. Este se arrodilló detrás de él y, con un poco de lubricación previa a una petición del joven asiático, inició su progresiva entrada. Agarrándole de las caderas para más sujeción, le atrajo hacia sí al tiempo que él avanzaba y, tras un primer esfuerzo por la resistencia ejercida por su cuerpo, estuvo totalmente dentro de él. Cálido, estrecho y ajustado, era la primera vez que su duro miembro estaba metido en el cuerpo de otra persona. Y era realmente sublime.

Tal y como había aprendido de varios vídeos porno, empezó a machacar ese culo, marchando para atrás para luego entrar otra vez de golpe. Iba notando el interior de ese roce a través de la membrana plástica y el placer extático se extendía por cada una de sus neuronas con rápidas y vibrantes señales. Sin darse cuenta, cada vez que embestía hacia delante atraía a Pablo hacia sí y este se veía obligado a resistir en su posición, pero también abría la boca al sentir esa hombría abrirse paso una y otra vez en su interior. Y si antes habían sentido calor, ahora sudaban como si estuviesen junto a un horno, al tiempo que su respiración se volvía más agitada y su pulso aumentaba la frecuencia, para que el torrente sanguíneo se llevase cada partícula de éxtasis hasta la parte más recóndita de sus cuerpos. Pero si tanto les llenaba, por algún sitio había que liberar el exceso, y qué otra manera había que a través de las gargantas, en forma de agudos gemidos que morían en el aire.

-Lo haces bien-dijo Pablo.

Héctor no respondió. Estaba tan concentrado en su labor, sintiendo cada nuevo sabor y tacto en su miembro, que su mente no le permitía centrarse en nada más. Cada vez eran más y más intensos, y de ahí iba pasando a su interior. Y así, al poco rato, toda esa intensidad se liberó de golpe. La leche llenó el preservativo mientras Héctor jadeaba hondo con un grito gutural que liberaba la presión de su respiración alborotada. Luego cayó a un lado, agotado por el esfuerzo y el placer.

-Ha sido un polvo genial-comentó Pablo, sentándose a su lado igualmente jadeante-. ¿Seguro que eres nuevo en esto?

-Sí… Sí…-respondió Héctor.

-¿Quieres repetir?

Héctor sonrió y asintió con la cabeza. Estaba agotado, su pene enrojecido por su estreno, pero todavía seguía firme. Había soñado tanto tiempo con esto que ahora tenía ganas de más.

-Pero esta vez sin condón, ¿vale?-sentenció Pablo.

-¿Estás seguro?

-Sí. Ya verás como así es mejor.

Pablo le retiró el preservativo, ahora un plástico arrugado y lleno de semen que había perdido su anterior elasticidad y lo dejó a un lado. Le chupó un poco el miembro a Héctor para limpiar los pocos restos que habían quedado.

-Y esta vez te tienes que correr encima de mí, ¿vale?

-¿Cómo?

-Cuando estés a punto, la sacas rápido y lo apuras con la mano. ¿De acuerdo?

-¿Pero eso no es…?

Sí, podía parecer un poco asqueroso, porque era un líquido pegajoso y de una textura extraña, pero tenía cierto contenido erótico. Y si Pablo quería recibirlo, se lo iba a dar.

-Está bien…

-Perfecto. ¿Preparado para el segundo asalto?

-Preparado.

Esta vez, el joven de rasgos asiáticos se echó sobre el sofá boca arriba, con la cabeza apoyada contra el reposabrazos y las piernas abiertas y en alto. Héctor se situó entre ellas y se colocó una sobre el hombro, la que quedaba del lado de la pared, tal y como había visto en otros vídeos. Volvió a deslizar su pene, ahora desnudo, por la gloriosa rendija ya abierta, a la primera. Ahí abajo, Pablo le miraba a los ojos. Parecía una especie de jerarquía, en la que Héctor estaba en lo alto y tenía a su completa merced a ese que estaba ahí debajo, para todo lo que quisiese. Se sentía poderoso.

Una vez más empezó a embestir esa cavidad cálida y estrecha que se amoldaba al tamaño de su miembro. Pablo tenía razón: eso era mucho mejor. Sin una superficie de plástico entre medias, podía sentir cada centímetro de piel en la que se adentraba envolviéndole. Era mucho mejor que una mano, pues no quedaba un solo resquicio ajeno al roce y su miembro duro lo agradecía. Entraba tanto como podía, hasta que su cadera hacía tope, y luego salía rápidamente para volver a entrar con fuerza. Las nalgas de Pablo sonaban como un aplauso de una sola persona que hacía chocar las palmas de sus manos al unísono. Y los dos gritaban de placer: uno por penetrar y el otro por ser penetrado. Sin el condón, la tensión en su hombría llegó mucho más rápido que antes y estaba a punto de sacar para correrse sobre Pablo cuando éste se retorció en su posición, con una mueca de terror en su rostro. ¿Qué estaba pasando?

Desde su espalda llegó un grito escandalizado en un idioma desconocido. Héctor se dio la vuelta e, igualmente sobresaltado, se cubrió las vergüenzas rápidamente con las manos. Tan concentrados y extáticos como estaban, ninguno de los dos habían oído la puerta abrirse. Y allí, en el umbral, una mujer de aspecto asiático les observaba boquiabierta mientras les increpaba en su idioma con evidente indignación.