LA PRIMAVERA Y EL OTOÑO DE GABRIEL SALAMANCA.- y 3
Primera follada con Raúl y con Manu de legionario. Noté cómo un chorro de su savia corría por mi lengua y como su sabor me excitaba hasta que la hinchazón de mi capullo me dolió y las venas de mi oscuro falo se hincharon
LA PRIMAVERA Y EL OTOÑO DE GABRIEL SALAMANCA. 3
No sé si Manuel se había ido del todo o su espíritu rondaba por mi casa, o todo era fruto de mi imaginación, pero el olor a cuero viejo me volvió a invadir mientras dibujaba a Raúl. Dejé el dibujo y acaricié el pelo del chico, y su suave piel de la espalda hasta llegar a su hermoso, redondo y duro culo. Ronroneó y se movió pero siguió durmiendo. Admiré su belleza morena que contrastaba en las sábanas blancas.
La primera vez que follé con Raúl fue el día que me acompañó a casa desde el hospital.
Me puse detrás de él, le olí el cuello de la chupa y la deslice por sus hombros hasta que cayó al suelo. Le acaricié el pecho cubierto por una camiseta fina y negra que era como una segunda piel, me detuve en los diminutos botones que formaban sus pezones hasta que se endurecieron y le acaricié con mis labios la piel de su cuello y de su oreja. Raúl levantó la cabeza y dejando su cuello a mi disposición, situación que aproveché para morderlo con cuidado mientras mis manos continuaban el recorrido por su cuerpo. El espejo de cuerpo entero reflejaba cómo mis manos bajaban por su abdomen hasta llegar al paquete que se formaba bajo el pantalón de chándal negro. Le acaricié la entrepierna hasta notar cómo su polla tomaba cuerpo.
Levanté la camiseta para admirar su cuerpo reflejado y la fui subiendo hasta que levantó los brazos y dejó que se deslizara por su cabeza. Vi sus sobacos lampiños y los acaricié por primera vez. Mis pulgares jugaron con la pelusilla oscura que los adornaba y tuve curiosidad por ver lo que ocultaba bajo sus pantalones. Pero quería hacerlo lentamente porque quería disfrutar lo que me ofrecía aquel chico.
El espejo fue testigo de cómo mis manos entraron en su pantalón y como los bajé hasta descubrir el bulto que se alojaba en sus calzoncillos negros y ajustados hasta los muslos. Acaricié su paquete y el miembro que se extendía gordo y largo a través de su ingle. Se los bajé lentamente dejando al descubierto su sexo limpio de vello, con la excepción de una sombra que coronaba el lugar donde comenzaba su pene y que forraba ligeramente los cojones negros y pequeños. Su herramienta se irguió hasta más arriba del ombligo y me recordó a un calamar. Un pene gordo y largo con un prepucio que lo ocultaba en su totalidad hasta más allá de su glande y acababa en un pliegue de piel más oscura. La forma del capullo se distinguía perfectamente bajo la piel.
Le di la vuelta y bajé hasta que mi boca se apoderó de pellejo y se lo estiré con los dientes, se lo lamí, abrí la piel con los dedos y metí la lengua en su cavidad hasta tocar la punta de su capullo. Raúl irguió su cuerpo y yo seguí jugando con su prepucio, se lo fui bajando para que su ciruela saliera de su escondite. La tenía tan oscura y tersa que invitaba a llevártela a la boca y así lo hice, mi lengua acariciaba su glande y mis manos apretaban sus nalgas. Noté cómo un chorro de su savia corría por mi lengua y como su sabor me excitaba hasta que la hinchazón de mi capullo me dolió y las venas de mi oscuro falo se hincharon. La muestra de su pasión hizo que le diera la vuelta, le separé los maravillosos y duros glúteos y me encontré frente a su moreno ojal bordeado de una aureola oscura como la línea que delimitaba sus labios. Le escupí en el centro de su agujero y se lo lamí lentamente, disfrutando de sus pliegues y de su sabor. Noté cómo se abría y yo le volvía a escupir y lamer. Me levanté y vi en el espejo la imagen de mi chico, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, el calamar con su cabeza húmeda y su piel retraída como si llevara un jersey de cuello cisne. Le agarré por los huevos y dejé que mi polla jugara entre los cachetes de su culo que los abría para disfrutar del masaje que le estaba dando en el centro de su deseo.
La única palabra que se oyó en todo el tiempo fue: “Tómame…”.
Esa palabra hizo que mi cuerpo delgado y mervudo se tensara, que mis pezones se irguieran y que mi tranca llegara a su máximo esplendor. Noté como se estremecían mis cojones que colgaban del escroto cubierto de vello blanco y cómo de mi mata canosa emergía mi verga gorda y dura adornada por unas venas llenas de sangre y que acababa en un capullo oscuro del que comenzaba a destilar el jugo de mi pasión.
Lubriqué la entrada de Raúl y mi maza apuntó al centro de su diana. El chico se agachó para dejar el camino libre y fui ensartándole mi estaca poco a poco a la vez que el joven gemía. No era la primera vez que le daban, eso seguro. Fui entrando y notando como su boquete se cerraba en torno a mi sexo. Se abría y se cerraba comiéndose todo el trabuco mientras gemía de placer. Le abracé desde atrás le apreté el pecho, el vientre, los huevos, le agarré la polla que ya no dejaba de manar y le follaba lentamente, con placer, disfrutando del calor de su interior y del masaje que me daba con su esfínter. Giró la cabeza y sacó la lengua pidiendo más placer… y se lo dí. Le lamí la lengua y luego se la mordí, y mordí sus labios, y mordí su lóbulo y su cuello.
Grité avisando de mi corrida y el chico emitió un agudo gemido a la vez que nos corríamos. Mientras yo eyaculaba en su interior. Su pollón se hinchó y la leche comenzó a manar de manera continua, mientras su polla crecía su lefa fluía, era como una fuente blanca que manaba sin fin.
De esto hace ya tres años.
Aún vive conmigo.
- Supiste algo de él.
- ¿De quién?
- De Manuel
- Me lo encontré un día en Málaga
La imagen de Manu con el uniforme de legionario me vino como un relámpago.
Bebí un trago de whisky, le pasé el vaso a Raúl que también bebió. Le pasé el brazo por detrás del cuello…
No sé si os habéis dado cuenta de cómo les sienta los pantalones a los legionarios cómo se les ajusta a las caderas y aprisiona el culo, cómo la bragueta se tensa para sujetar el paquete que lucen descaradamente. Una cosa es la camisa desabrochada hasta más abajo del esternón y remangada hasta los bíceps luciendo su piel tostada por el sol y haciendo gala de su vello corporal… pero otra muy distinta son los benditos pantalones ajustados como Dios manda haciendo gala de su hombría.
Habían pasado cinco años desde la desaparición de Manuel y yo vivía en Málaga. Acababa de terminar mis estudios y ya trabajaba en un despacho.
Era por la tarde de un día soleado. El suelo pulido de la calle brillaba. Alguien me rozó y pasó a mi lado. Miré y vi como un legionario me adelantaba. Me deleité mirando su culo, pero algo en él me llamó la atención. No supe si era su forma de andar y contonear el culo, si su ancha espalda o su cogote moreno y rapado… pero algo me llamó la atención hasta el punto que me escuché decir en voz baja: Manuel…Manuel…Y luego llamándole: ¡Manuel!.
El legionario se paró en seco y luego se volvió a mirarme (era Manuel).
-Manuel?... Soy Gabi…el de… (no sabía se me había reconocido. Habían pasado cinco años y me había desarrollado. Mi pelo rubio había crecido al igual que mi barba, el cuerpo había ensanchado gracias al deporte, y el vello castaño de mi pecho se asomaba por el cuello desabrochado de mi camisa blanca.
Ya sé…ya sé quien eres- Se quedó callado y quieto mirándome de arriba abajo. Me adelanté y le tendí la mano para saludarle. El me la cogió pero tiró de ella para abrazarme.
Dios mío… mi Gabi… pues si que has crecido… eres todo un hombre… y que hombre - Me separó, me miró – Qué barbaridad. Estás guapísimo.
Nos servían cañas mientras nos contábamos nuestras vidas. Nos mirábamos. Los ojos negros de Manuel me atravesaban los míos. Estaba guapísimo tan moreno, tan fuerte, tan hombre. Le miré el escote por donde lucía el pecho que tanto me había turbado.
- Ya veo que te sigo gustando.
- Siempre… siempre me has gustado… nunca me he olvidado de ti… se lo puedes preguntar al manantial…
- ¿Cómo?
- Nada… son cosas mías… Todos los veranos voy al manantial a contarle mis penas como si estuvieras allí… cosas mías
- Siempre fuiste un romántico… mi Gabi… mi Gabi…
-…Paco, tienes habitación libre?.
Le entregó una llave –Menudo guayabo te has agenciado hoy…
Guiños de ojos, escalera, pequeño pasillo con luz roja y habitación modesta.
Sin mediar palabra se desabrocha la camisa dejando al aire su cuerpo mejor formado de lo que recordaba.
Al caer la noche me había llevado a un local oculto donde te dejaban pasar si sólo te reconocían a través de una mirilla.
No sólo había legionarios, que se les reconocía a casi todos ellos por los tatuajes característicos de sus banderas, sino gente de mar y de otros lugares, todos muy machos, muy masculinos que en otro lugar ni se te hubiera ocurrido pensar que eran bujarrones. Morreos, magreos, idas y venidas, puerta oscura por donde desaparecían unos y aparecían otros, solos o abrazados.
Nos sentamos en la barra y nuestras piernas se tocaron. El reverso de su mano recorrió mi pecho.
- Al fin lo conseguiste… el vello, digo
- Si pero no gracias a tu lefa, cabrón.
Se rió con ganas.- Bueno… pero estás para mojar, gracias a mí o no.
Su mano acarició mi muslo, me miró y me sonrió. Sus nudillos recorrieron mi cuello para detenerse en mi pecho. La otra mano había llegado a la entrepierna y la acariciaba. Se acercó a mi y me besó. Abrí la boca para recibir su ansiada y esperada lengua y nos lamimos y nos mordimos, me sujetaba el cuello con su fuerte mano y con la otra buscaba mi miembro hasta encontrarlo ya duro y tieso.
Cogió mi mano y se la puso en la bragueta – Búsca..
La encontré en pleno estado de gracia y la acaricié y la apreté.
- Quieres?
Afirmé con la cabeza.
Cerró la puerta de la habitación y se quitó la camisa. Era todo un espectáculo ya deseado. Sus pectorales se habían musculado y reafirmadoy su vello espesado, el vientre plano servía de cauce para que su vello corriera por él hasta llegar al remolino de su ombligo y seguir descendiendo, sus brazos exhibían músculos bien formados y tatuados. Se llevó la mano al cinturón, pero le detuve.
- Eso déjamelo a mí.
Me acerqué a él, me quité la camisa y le abracé. Quería sentir su pecho junto al mío, quería notar su calor en mí y su olor me envolvió una vez más nos volvimos a morrear nuestras manos fueron bajando como garras por la espalda hasta llegar a nuestras posaderas. Le agarré por los huevos y le desabroché el cinto. Bajé hasta que su paquete estuvo a la altura de mi cara y le fui desabrochando la bragueta, le bajé los pantalones y me deleité mirando cómo sus calzoncillos sujetaban sus huevos y cómo una mancha de humedad crecía desde su capullo. Acaricié el vello de su vientre en honor a tiempos pasados y luego le quité la ropa para admirar su tranca con la que me había desvirgado. La acaricié y la lamí y me la comí mientras le agarraba los huevos como el me había enseñado.
Me levantó, me dio la vuelta y me bajó los pantalones, me puso su cinturón, lo apretó, y tiró hacia él con la correa sobrante hasta que su pene y su vientre acariciaron mis nalgas. No sé porqué, pero sólo con el hecho de ponerme su cinto experimenté la sensación de ser suyo, de que desde ese instante podría hacerme lo que fuera, me sentí como una hembra a la que el semental la tenía sometida. Quería volver a sentir todo lo que disfrutamos juntos, pero sabía que eso era imposible por lo que le dejé hacer a su antojo.
Me abrió las piernas y comenzó la gran lamida. La humedad de su lengua enjuagaba mi ano y sus manos apretaban mi sexo, me abría el culo para jugar con sus dedos en mi interior y me escupía para lubricarme. Sus dedos abrían más y más mi ojal y metía los dedos mojados. Luego se puso de pie, se enfundó un condón, puso su tranca en mi culo y tiró del cinturón hacia él hasta que me penetró. Me molestó pero no me dolió, ya estaba acostumbrado a que me follaran. Me folló mientras tiraba de la correa. Luego me tiró sobre la cama me levantó las piernas y noté como la punta de su glande apuntaba y me penetraba. La postura y el sometimiento del cinto me excitaba. Se puso a horcajadas sobre mi y me golpeó la boca y la cara con su polla, yo abría la lengua para atraparla pero él jugaba conmigo.
Volvío a ponerse en posición, se lubricó y vovió a meter su capullo en mi agujero. Su trabuco fue entrando y yo me revolvía de placer mientras me hacía suyo. Nos besamos, nos mordimos, nos agarrábamos del vello del pecho, le agarré de los del sobaco y luego me olí las manos. Nuestros cuerpos se calentaron y se convirtieron en templos de la lujuria que destilaba por todos nuestros poros mientras me follaba como un animal.
Sacaba su tranca y la volvía a meter una y otra vez ayudado por la correa que sujetaba mi cintura. Por la facilidad que lo hacía pensé en que la dilatación de mi ano debía ser extraordinaria y la excitación que sentía me volvía loco.
- Me corro… me voy a correr…
Me voy a correr en tu boca…
Sacó la verga de mi interior, la desenfundó y la llevó a mi boca mientras se pajeaba. Abrí la boca y no tardó en soltar toda su lefa. Saqué la lengua y los chorros fueron bajando por ella. Cerré los ojos mientras su manjar entraba en mi.
Aquello me excitó tanto que gemía y me retorcía a la espera de mi corrida. Sentí como mi polla entraba en su boca, como me pajeaba con ella. No tardé y mis huevos estallaron y mi trabuco disparó mi leche como no recordaba. Gemí y gemí hasta que me vacié.
- ¿Volvíste a verle?
- No. Se tenía que ir al cuartel, nos despedimos con un beso en los labios.
- Nos vemos, nos dijimos
Pero no nos volvimos a ver, pregunté por él en su cuartel y me dijeron que se habían ido pero que no me podían facilitar el destino.
Nunca más le he vuelto a ver ni a saber de él.
- Mira como me has dejado con tu relato, me dijo Raúl señalando su calamar tieso y duro.
Nos reímos.
- Me tienes que calmar… Anda… fóllame
FIN