La primavera y el otoño de gabriel salamanca.-2

Manuel fue cogiendo el tino y me follaba con pasión, con fuerza. Ahora sí que salía entera para volver a enterrarla en mi interior y mi placer era extremo.

LA PRIMAVERA Y EL OTOÑO DE GABRIEL SALAMANCA (2)

En los días que siguieron, Manuel fue mi maestro en el arte del sexo. También me engañó diciéndome que si quería tener el cuerpo desarrollado y cubierto de vello como el suyo, tenía que beber su lefa o dejar que me la diera por el culo como si de un supositorio se tratara. Durante años me lo creí porque en esa etapa de mi vida mi cuerpo se desarrolló y el vello creció espeso y claro como mi pelo o mi barba, pero no por tomar su leche,sino porque el desarrollo hormonal era lo natural en mi edad.

Observé como  se lavaba la pelambrera oscura de los sobacos en el agua del manantial y luego se quitó la camiseta de tirantes y se secó con ella. Se bajó los pantalones y se tumbó sobre la hierba. Mis manos disfrutaban de su cuerpo y me embriagaba con su olor hasta que llegue a la cintura del calzoncillo y luego la posé en el magnífico paquete que comenzaba a crecer y a calentarse. Olía su cuerpo como una perra con su cachorro y aspiraba el aroma de cuero viejo del que estaba impregnada su piel. Cogió mi mano y la introdujo por la abertura lateral del calzoncillo para que encontrara lo que yo tanto deseaba. El contacto con la mata de pelo de la que nacía su mango, me causó una sensación tan grande que, sin querer ningún  impedimento entre su sexo y yo, le bajé los calzoncillos y miré la maravillosa entrepierna que se me ofrecía. Su mástil de piel clara estaba dura y tiesa y su capullo pugnaba por salir totalmente de su funda. Acaricié su mata negra y bajé la mano hasta sus cojones morenos y cubiertos de pelo negro y luego se la meneé hasta que su leche se desparramó sobre su cuerpo y mi mano.

Otro día, mientras le masturbaba, el instinto me dijo que besara, lamiera y mordiera su escroto. Un gemido gutural se oyó en el campo.

Aquello me dijo que todo estaba bien y mientras se los lamía, le acariciaba la polla joven pero adulta por la que discurría como un segundo tronco su conducto seminal y le masturbé hasta que se corrió.

Otra vez mi instinto me llevó a lamer aquella tranca y subí la lengua hasta llegar al frenillo de su glande que ahora lucía jugoso y espléndido y lo lamí una y otra vez hasta que me lo metí en la boca como si de un chupa-chups se tratara.

La mano de Manuel me agarraba el pelo y dirigía la maniobra: -Sigue… sigue así…sigue…

Me sujetó la cabeza y se derramó en mi boca. Un líquido de sabor extraño me invadió y yo me lo tragué una y otra vez, según iba vaciándose. Al fin terminó. Mi polla estaba a punto de reventar.

Manu se sentó apoyando su espalda en una roca y me dijo que me sentara entre sus piernas y que apoyara mi espalda en su pecho. Comenzó a acariciarme el pecho bajo la camiseta hasta que llegó a mi sexo, allí se detuvo acariciándome el único lugar en el que ya había crecido un arbusto castaño y me cogió por los cojones y la polla. Allí se detuvo y me fue haciendo una paja. Era la primera vez que nadie me la tocaba y menos que me pajeara.

Duré poco. Llevó su mano pegajosa de mi corrida a mi boca y me dijo que la lamiera, que debía sentir como sabía mi savia, igual que había probado la suya. Ese momento fue en el que me dijo que cuanta más lefa tragara antes me haría un hombre y que me crecería el vello como a él.

Me acariciaba hasta que una manaza suya hizo que mi cara girara, su barba arañó mis mejillas, mis labios se encontraron con los suyos y su lengua entró en mi boca. La humedad de su saliva me reconfortó y su olor me transportó a otra dimensión.

Cada vez que me sentaba entre sus piernas para que me acariciara y me pajeara, su pollón se endurecía debajo de mi culo hasta que su capullo tocaba mis cojones y la herramienta masajeaba el perineo. Me corría de placer pero el roce de su vello o de su falo en mi ano me hacía desear ser penetrado por el mozo.

Había veces que abría el culo o que lo apretaba para sentir su sexo rozarme. El se dió cuenta y un día me dijo  que si quería que me “enculara”, haría los preparativos para el día siguiente.

Era un lugar remoto donde nadie podía encontrarnos. En aquel cobertizo maltrecho que había entre los riscos perdí mi virginidad, o lo que quedaba de ella.

Manuel estaba ansioso por poseerme y lo demostró dándome muestras de un deseo incontrolado. Me mordía, su barba rozaba mi piel, me apretaba, me arañaba y yo me dejaba hacer como si fuera su pelele. Juntaba su paquete contra el mío, metía la mano por el pantalón para apretar mi culo, me sujetaba la cara para poder morder mis labios sin que me zafara. Su cuerpo era fuego y su olor se intensificó al mojar el chaleco con su sudor. Me arrancó la camiseta y me mordió el pecho y los pezones, bajó mis pantalones y me agarró mis atributos con fuerza hasta que me dolieron.

Estaba fuera de sí y yo comenzaba a perder la cabeza  por la cantidad de sensaciones que sentía y por la fuerza que mi macho ejercía y demostraba quien tenía el poder. Se desnudó y su polla pegó contra el ombligo. Hizo que le mamara y luego me dio la vuelta, abrió mis piernas, separó mis nalgas y  comenzó a lamerme el ojete. Se fue calmando según me lubricaba y yo disfrutaba al notar por primera vez una lengua en mi ojete. Jugó con su lengua y sus dedos, me abría el agujero para que la lengua entrara más y con los dedos me dilataba la entrada. Yo veía el cielo con semejante experiencia.

Introdujo en mi recto un supositorio de vaselina de gran tamaño,  que se utilizaba para lubricar a las hembras, y él se untó  el cipote con gran cantidad de aceite lubricante. Me dijo que me iba a doler al principio, que tendría cuidado, pero que me dolería y debía aguantar porque luego disfrutaría de la cogida. Si quería ser un verdadero hombre como él tendría que sufrir al principio.

Un arnés me cruzo el pecho y la espalda y un cinturón me sujetó las manos a la espalda…

-    ¿Qué haces?

-    Tranquilo… Así se hace con las hembras para que no se rebelen.

Me acarició el pecho y el cuello, luego me separó los glúteos y colocó la punta de su verga en mi entrada, que estaba humeda de la vaselina que se disolvía en mi interior y chorreaba por mi culo, y jugó con ella, me daba pequeños golpes con su capullo,  su leño resbalaba por mi raja, hacía intención de meterla pero no lo hacía, así una y otra vez, hasta que mi ano comenzó a despertar y desear ser penetrado. Mi deseo se transformó en agudos gemidos y mi cuerpo se retorcía de impaciencia.

Mi grito de dolor se oyó en los confines del valle. Manuel agarró el arnés y tiró hacia él a la vez que me iba penetrando. En aquel momento sólo pensaba en que terminara esa tortura. Su vello pubital y su vientre tocaron mis nalgas. Se quedó quieto unos instantes mientras me apretaba el sexo con las tenazas de sus manazas. Luego comenzó a moverse lentamente. Tiraba del arnés hacia atrás para facilitar la entrada y luego iniciaba la marcha atrás. Poco a poco su manubrio entraba y salía con más facilidad y mi dolor fue remitiendo. Me desató las manos y me sujetó por el pecho. Su tranca salía cada vez más y entraba otra vez y luego la sacaba casi del todo. Yo notaba como entraba resbalando por mi orificio y comencé a sentir placer. Mi polla reaccionaba y se erguía otra vez. Manuel fue cogiendo el tino y me follaba con pasión, con fuerza. Ahora sí que salía entera para volver a enterrarla en mi interior y mi placer era extremo.

No se en que momento tocó algo en mi interior lo que hizo que me corriera como un animal y gruñera salvajemente. Noté como mi esfínter apretaba su cipote cada vez que se contraía a causa de mis espasmos e hice que se corriera en mi interior bufando como un toro.

Caímos en el suelo agotados.

Si con aquello me hacía un hombre, si me desarrollaba como mi macho, entonces, bienvenido era el dolor del comienzo.

Me limpió, me aplicó en mi entrada un ungüento hecho con hierbas que ,según él, era para que me calmara y me  cicatrizara.

A partir de ese día me convertí en su perra. Lo hacíamos siempre que podíamos y mi culo lo permitiese.

Llegó el final del verano y yo me tuve que ir a Málaga con mi familia.

Durante el año que pasó me fui desarrollando. Mi cuerpo se fue transformando y creciendo vello cada vez más espeso como él me había dicho. Estaba deseando que volvieran las vacaciones para que me viera. Me había dejado el pelo más largo. De vez en cuando me afeitaba el cuerpo en la creencia de que el vello saldría más fuerte. Me fijaba a menudo en los hombres ya fuera por la calle, en el gimnasio o en el vestuario del colegio, pero mis pajas sólo tenían un objetivo: Manuel.

-    No está… se fue-. Me dijo Pepita, la mujer que cuidaba la casa en nuestra ausencia.

Al ver mi desolación me contó que le habían pillado haciendo cosas feas con el hijo de Don Paco, el dueño de la finca colindante con la nuestra. Por amistad con el padre de Manuel, habían llegado al acuerdo de que o se enganchaba a la Legión o iba a la cárcel por abuso de menores. Ni que decir tiene que prefirió ir a la Legión donde nadie sabe nada de nadie.

-    ¿No habrá hecho cosas contigo?

-    Qué dices Pepita, sólo éramos amigos e íbamos de excursión.

-    Mejor así. Lo siento Gabi ya se que erais muy buenos amigos, pero ya no creo que venga por aquí en lo que le queda de vida.

El manantial fue testigo de mis sollozos y de mi ira.

Continuará